La Virgencita

Como ya he dicho varias veces y a cualquiera que haya tenido la paciencia de escucharme, yo soy ateo. No creo en dios, para empezar; y me refiero de hecho al concepto filosófico: ya no digamos a cualquiera de los dioses que dicen representar las innumerables religiones organizadas en el mundo. En particular no creo en el dios que enarbola la biblia y Nuevo Testamento católico, y ni siquiera estoy convencido de que Jesús fuera una figura histórica; mucho menos de que haya tenido una madre “virgen”, y por simple lógica entonces todavía menos creo que se haya aparecido 1,500 años después en Tepeyac.

Así que no debe sorprender a nadie el que me quede claro que todo lo relacionado con la “aparición” de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego entre en lo que yo de forma particularmente elocuente describo como “bola de mamadas”.

Ninguna aparición ocurrió en Tepeyac en 1531. Según varios historiadores, lo más seguro es que ni siquiera haya existido alguien llamado Juan Diego. Es muy probable que la famosa aparición haya sido orquestada como medio de aplacar a la todavía enorme población indígena, como “evolución” de las diosas Tonantzin o Coatlicue; o (si nos ponemos subversivos) un ingenioso método de los indígenas para seguir adorando a su diosa (cualquiera que ésta fuera) sin que los españoles los molestaran.

La aparición de la Virgen de Guadalupe, entonces, es sencillamente un mito. No ocurrió; cualquiera con tantito sentido común sabe esto.

Y sin embargo…

Y sin embargo, lo cierto es que la Virgen de Guadalupe probablemente sea el símbolo más arragaido en el consciente colectivo mexicano. Lo cierto es que, si hay un conjunto de símbolos que pueden abarcar lo que podríamos denominar como “mexicaneidad”, uno de ellos (sin duda alguna) sería la Virgen de Guadalupe.

No es gratuito que Hidalgo la enarbolara como estandarte cuando inició el no muy despreciable desmadre que terminó siendo la Guerra de Independencia. No es gratuito que Morelos la utilizara como sello oficial del Congreso de Chilpancingo. No es gratuito que el primer presidente mexicano cambiara su nombre de Félix Fernández a Guadalupe Victoria (por la Virgen). No es gratuito que cuando el ejército de Emiliano Zapata entró victorioso a la Ciudad de México, varios de sus combatientes cargaran estandartes de la Virgen. No es gratuito que el EZLN nombrara a Guadalupe Tepeyac de esa manera. No es gratuito que los millones de mexicanos viviendo fuera de México en Estados Unidos y otros lugares la utilicen como símbolo de la madre patria, y para identificarse entre ellos y reconocerse de forma silenciosa.

La Virgen de Guadalupe (desde hace tal vez siglos) ha trascendido su origen religioso (trascendido, no abandonado) para convertirse en un símbolo nacional.

¿Es algo malo eso, que una imagen falsa que probablemente nació como método de subyugación de la gente de nuestra nación, se haya convertido en símbolo de la misma? Por supuesto que no; particularmente si la misma gente de forma natural la tomó después como estandarte en todas sus rebeliones.

Y de la falsedad; probablemente tampoco haya habido ninguna águila sobre un nopal devorando una serpiente cuando los aztecas llegaron al lago donde se levantaría la Ciudad de México Tenochtitlan. ¿Qué importa? Como símbolo está poca madre.

Así que (y aquí voy a decir algo que tal vez muchos no entiendan, porque ciertamente lógico no es), aunque estoy convencido de que la aparición es un mito, de que la Virgen no existe (ni como madre de Cristo, ni la que se le “apareció” a Juan Diego), y de que en general en los hechos todo lo relacionado con la aparición de la Virgen de Guadalupe es una bola de mamadas, yo creo en ella.

Únicamente como símbolo de los mexicanos, únicamente como este elemento que de alguna manera sirve de pegamento a lo que es la mexicaneidad (lo que sea que es eso), únicamente como la imagen que los connacionales en todo el mundo saben identificar como símbolo del hogar, pero creo en ella.

(Y es que, además, es chilanga).

Y por lo tanto, yo soy Guadalupano. Y que se vaya a la verga la gente tarada atea o de izquierda que es demasiado exquisita para poder aceptar eso.

7 comentarios sobre “La Virgencita

  1. Me acabo de dar cuenta que me pasa lo mismo que a ti, sólo que con otra cosa: yo creo firmemente en la Navidad. No voy a misa, no creo en la natividad, ni en la virgen o San José, pero amo la Navidad y puede ser una fecha que de verdad me da fuerza, me motiva y, hay que ser cursis, me da esperanzas.
    No creo en las religiones, sobre todo por la tendencia de los fieles a atacar a los “infieles”. Pero la Navidad es otra cosa, hay quien dice que se ha comercializado, etc. No sé, me gusta la Navidad, me gustan los regalos, el pavo, el jazz navideño… la Navidad como símbolo de alegría, aunque te la tengas que fabricar.

  2. En estos asuntos, concuerdo con lo que dice Dawkins sobre lo que significa ser ateo: no puedo afirmar que Dios no existe (por que es imposible), pero vivo mi vida como si no existiera.

    En México tengo la idea de que un ateo cree (o afirma) que Dios no existe, y que yo soy lo que algunos llaman agnóstico.

    En realidad no me interesa etiquetarme en este sentido, sólo que he investigado porque me da weva explicar mi postura al respecto cada que alguien me pregunta.

  3. Yo también soy ateo. Tu postura y argumentos me parecen interesantes pero el último párrafo realmente me hizo reír bastante. Saludos!

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