El trabajo de Canek: Epílogo

No he comentado mucho de mi vida en la Facultad de Ciencias. Del café que suelo tomarme alrededor de las 11; de que los baños de la planta baja (que son los que me tocan) los lavan a veces cuatro veces al día; de que no sabía pedir llave del baño de profesores y que resultó ser trivial; de la sala de profesores donde caliento mi comida; de que en la entrada del Departamento de Matemáticas hay un punto de acceso inalámbrico sin clave, y que entonces un montón de estudiantes van a sentarse en el piso para usar la red…

Tampoco he hablado de los trámites administrativos y de los beneficios que da ser profesor de tiempo completo. O de que algunos trabajadores administrativos, que me conocen desde que soy estudiante, ahora me dicen profesor y me hablan de usted.

Hay un montón de cosas, muchas de ellas que se van volviendo rutina, y otras que son sencillamente acostumbrarme a algo nuevo… de todo eso no voy a hablar hoy. Voy a hablar de lo que hice al siguiente fin de semana que firmé mi contrato.

Fui a darle gracias a la virgen.

Como ya lo he explicado antes, soy ateo, pero me considero guadalupano. No voy a elaborar en eso; la entrada que ligo me parece lo explica bien. Lo que sí es que sí sentía la necesidad de dar gracias por haber conseguido mi plaza; y realmente a lo único que le debo un agradecimiento es al sistema de educación pública en México, que de alguna manera se traduce en el país entero (porque es el que lo financia). Y pues la virgencita de alguna manera simboliza eso, así que…

Fui a la Basílica ese sábado y di gracias. No a la virgencita en sí misma (que no creo en su existencia), ni mucho menos a dios (que tampoco creo en su existencia). Sólo di gracias, de manera ligeramente torpe, a este símbolo que (le guste a mucha gente o no) millones de mexicanos visualizan de alguna manera como la encarnación de México mismo.

Llegué hacia el final de la misa, cuando por alguna razón todo mundo se saluda. También había una peregrinación de egresados del Politécnico, y el cura resultó que también era del Politécnico, así que por supuesto al terminar la misa se pusieron a gritar un huélum. Yo me quedé un rato mientras se vaciaba la nave, mirando al lienzo de la virgen (que no es el original, porque antes tenía corona), y pensando en la sucesión de eventos que llevaron a que consiguiera mi plaza en la UNAM.

También pedí por dos cosas, sabiendo que bien podría habérselas pedido a una piedra (y obteniendo los mismos resultados), porque ¿qué es lo peor que podía ocurrir? Una de ellas de hecho se cumplió, así que me doy por bien servido.

Me gustaría decir que esto tuvo algún significado espiritual para mí, pero la verdad, como la virgencita misma, sólo fue un acto simbólico que sentí debía llevar a cabo. No sé si lo vuelva a hacer alguna vez en la vida.

Pero si algo lo ameritaba, sin duda alguna era esto.

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