Ready Player One

Fui el domingo a ver Ready Player One, porque por supuesto que eso hice.

Se aplican las de siempre, pero no es terriblemente importante si leen mi reseña y no han visto la película; la historia es lo que menos importa en la misma.

Ready Player One

Ready Player One

Ready Player One es, primero y antes que nada, un enorme ejercicio masturbatorio. Es literalmente una chaqueta mental de (casi) dos horas y media.

Si somos benevolentes, la historia es simple y los personajes unidimensionales. Si somos sinceros la historia no tiene el menor sentido (y un montón de hoyos) y los personajes son ridículos y genéricos; en particular el villano, que es tan caricaturesco que nada más le falta un bigote como el del Villano Reventón de los comerciales de Futy-Gom para que pueda jugar con él mientras planea su próximo plan malévolo.

Yo tenía 2 años el 1º de enero de 1980; consecuentemente, tenía 12 años el 31 de diciembre de 1989. Fui, por definición, un niño de los ochentas (cuando pasaban los comerciales de Futy-Gom, por cierto). Los ochentas no tienen en general nada de especial; fueron una década más bien sosa y ligeramente ridícula, pero que generaron una tonelada de pendejadas de cultura popular que mucha gente (varios que ni siquiera los vivieron) ahora añoran con la visión rosada que suelen dar los anteojos de la nostalgia.

Esta película es una larga, sensual y melosa chaqueta para esa gente. Es como si durante más de dos horas acariciara amorosamente los genitales del espectador mientras le grita en el oído: “¡Mira! ¡Mira! ¡Adorabas esto en tu niñez! ¡Y esto también! ¡Y AHORA ESTÁN JUNTOS EN LA PANTALLA GRANDE! ¡AHHH! ¡AHHH! ¡AAAAAAHHHHHHH!”

Así que la película me encantó, por supuesto. Hey, yo jamás le voy a decir que no a ningún ejercicio masturbatorio.

La película es objetivamente mala, pero el ataque nostálgico es tan inclemente y con la maestría y experiencia que sólo Spielberg puede dar, que aunque intelectualmente me daba cuenta de todos los fallos y hoyos que tiene la “historia” (si así podemos llamarle), no podía evitar sino sonreír por ver básicamente todo lo que definió mi niñez ochentera.

Y yo no soy alguien que le atraiga la nostalgia; los videojuegos y computadoras tienen un papel fundamental en mi vida, pero jamás he añorado las consolas viejas o los juegos de computadora de antaño; todo lo contrario, me alegro de ya no tener que lidiar con múltiples limitaciones técnicas del equipo de cómputo de hace treinta años. Lo mismo con los cómics; generalmente prefiero ver cómo evolucionan las historias, no regodearme en los “clásicos” (muchos de los cuales encuentro aburridos). Varias películas de los ochentas me gustan; pero (exceptuando Empire) no creo que ninguna sea de mis favoritas en este momento: sin duda me emocionan más las cosas que están por salir que las cosas que entonces salieron.

Y aún así, cuando Parzival lanza un hadouken contra el villano en la batalla final, y yo entendiendo perfectamente que estaba siendo manipulado emocionalmente de la forma más barata y centavera del universo, no podía quitarme la estúpida sonrisa de la cara ni evitar que una vergonzosa lágrima rodara por mi mejilla.

Hadouken

Hadouken

Ni siquiera quiero pensar cómo es para los que de verdad añoran esas cosas. Me preocupa mi hermano; probablemente va a necesitar suero para recuperar los líquidos perdidos mientras vea la película.

Además del maniqueísmo emocional de la película, tiene otras cosas buenas. Los efectos especiales son espectaculares (y probablemente donde se gastaron los casi 300 millones de dólares que costó, porque ciertamente no fue en los actores). Los dos chavitos principales son bastante buenos, en sus avatares y en su forma física; y hay un tierno si bien incomprensible romance entre ellos (que además la chava tiene a bien explicar por qué es incomprensible en la misma película). Sale Simon Pegg. Tocan Take On Me en el trailer. Tocan We’re Not Gonna Take It en la batalla final.

Ah, y la secuencia literalmente dentro de The Shining es de las cosas más espectaculares que Steven Spielberg haya hecho jamás en su vida. Es, dentro de una película que es homenaje a un montón de cosas intrascendentes, un homenaje en particular a Stanley Kubrick y a una de las mejores películas de terror que jamás se hayan filmado.

Pero es una historia pendeja donde los personajes unidimensionales y acartonados que viven en un futuro distópico se preocupan más en un juego que es imposible que exista desde un punto de vista económico o político, mientras al parecer no les interesa ni por qué el mundo se volvió distópico ni mucho menos qué se puede o debe hacer para componerlo.

De cualquier manera, probablemente le guste a cualquier ser humano con sangre caliente que vivió durante los ochentas; y sin duda alguna a la legión que no vivió en los ochentas pero que por alguna razón los añoran.

Así que vayan a verla. Con todos sus enormes y múltiples defectos, es sin duda alguna divertida y disfrutable.

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