La reunión

Por varias razones que me da una hueva enorme explicar, terminé sin compañero de habitación aquí en la Vila Universitària. Inicialmente eso presentó un problema, porque parecía que me iban a cobrar el doble por el hospedaje; pero gracias a que mi asesor en el doctorado es Jorge Urrutia, todo se resolvió rápidamente.

Como sea, me consiguieron un “rommie” para febrero, que ya tuve el gusto de conocer, y que llega mañana. Pero como no sé si se vaya a sentir cómodo si yo hago una reunión en el cuarto cuando él viva aquí, decidí mejor hacerla antes de que se mude, y el día que di mi presentación al final de la plática invité a todo mundo.

Dado que el día de la tormenta hice una pobre versión de coctel de camarones y aún así les encantó, decidí repetirlo pero siguiendo la receta de mi madre, que le queda muy rico. Compré dos kilos de camarones (150 camarones en total; los tuve que contar porque la receta mide las porciones de acuerdo al número de camarones), y además de hacer el coctel también hice espagueti con camarones. Sé que la combinación no es la más ortodoxa del mundo, pero qué le vamos a hacer.

Los platillos fueron un éxito absoluto; tanto es así que por poco y no los pruebo. Terminé de servir la comida, me di la media vuelta para lavar algunos trastes, y al voltear a ver descubrí que el espagueti había casi desaparecido, y el coctel para allá iba. De la pasta me dejaron un triste camarón y unas cuantas tiras de espagueti, y del coctel pude comerme dos galletas saladas con como cuatro camarones.

Como me moría de hambre recordé que había encontrado plátanos machos en el supermercado y que compré un par, y me puse a hacerlos. Pero entonces resultó que casi nadie había comido plátanos fritos, y por andarle dando a todo mundo para que probara otra vez me quedé sin comer.

Por suerte una amiga se apiadó de mí, me corrió de mi propia cocina (llegando correctamente a la conclusión de que mientras yo estuviera clavado cocinando no iba a concentrarme en comer nada), y se puso a hacerme pancakes con mermelada. Así que al menos no me quedé con hambre toda la noche.

Como la comida literalmente fue arrasada, el trato fue que nadie se iba mientras hubiera vino, así que terminamos con nueve botellas del mismo, y mi último invitado abandonó mi cuarto a las dos de la mañana. No sin antes tomarnos una foto, claro.

La reunión

La reunión

(De hecho tomé un chingo más, pero tendrán que esperar a que regrese a la madre patria.)

Me la pasé muy bien, y me dio mucho gusto que les gustara mi comida. Me hubiera gustado poder probar más de la misma, pero qué le vamos a hacer. Las desventajas de ser el anfitrión.

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