El olor más caro del mundo

El ganar bien tiene básicamente una consecuencia que sobrepasa a casi cualquier otra: uno puede comprar cosas.

He mencionado aquí varias de las cosas que he comprado (mi celular, por ejemplo, o mi AVR), pero a la mayoría no le he visto realmente la necesidad de escribir acerca de ellas. Dudo que a nadie le interese mi nuevo refrigerador, por ejemplo.

Lo que estrené hoy en cambio sí creo que merece ser mencionado. Es casi seguro que deje de ganar bien más rápido de lo que yo creía, y entonces sopesando las posibilidades de cómo seguir tratando de reactivar yo solito la economía mexicana, rápidamente llegué a la conclusión de que, después de más de diez años, era hora de jubilar a mi viejo, fiel y querido tsurito.

Ahora; yo no sé de carros, y esto es en gran medida porque no me interesa saber de carros (digo, puedo cambiar una llanta o pasar corriente, pero doy por hecho que todo mundo más o menos sabe hacer eso). Así que no me iba a poner a investigar de carros; decidí que me compraría un carro que yo supiera fuera bueno, o que fuera suficientemente bueno según vox populi como para no tener que hacer yo mi tarea.

La primera opción básicamente me dejaba nada más otro Tsuru… y sinceramente lo consideré como una muy probable elección. Yo estoy encantado con mi viejo Tsuru; casi nunca me dio problemas, y cuando me los dio fue muy sencillo resolverlos. Fue un carro casi intachable en todos sus años de servicio. Pero una vocecita en mi cabeza (probablemente el diablo) me dijo: “Es tu primer carro nuevo. Ya eres doctor. Tienes un buen trabajo. Te mereces algo mucho mejor que un Tsuru.”

Así que consideré otros carros que según las masas fueran lo suficientemente buenos como para que yo no tuviera que perder mi tiempo investigando cosas como aditamentos de seguridad o innovaciones tecnológicas. Y (y esto es importante) que yo considerara atractivo.

Ahora, además de que no sé de carros, mis gustos suelen ser poco comunes. No me gustan los carros grandes (y no sólo eso; una camioneta, aún la más pequeña, no cabe en mi cajón de estacionamiento, así que de hecho entre más pequeño mejor); no me gustan las compañías automotrices gringas (descartados Ford, Chrysler, etc.); no me interesa mucho la velocidad; y ciertamente no me interesan cosas como carros deportivos. Me gustan los carros japoneses y europeos (entre más chiquitos mejor), y que me lleven de A a B sin que yo me tenga que preocupar de nada más que la gasolina, los baches, niños jugando futbol, y los tarados que lo quieren chocar a uno en la Ciudad de México.

(Técnicamente tampoco me interesa cómo se maneje en carretera, pero probablemente mi uso de las mismas crezca en los próximos años).

Tomando todo esto en cuenta, había varias opciones, pero realmente sólo una que todo mundo está de acuerdo en que es un carro excelente. El único problema es que era probablemente la opción más cara que realmente me llamara la atención (y que estuviera en mi rango de precio: el Nissan Leaf suena increíble, y yo creo que los carros eléctricos van a dominar en unos años, pero no me alcanzaba ni de chiste). Y entonces la vocecita en mi cabeza de nuevo habló (el diablo, les digo) y dijo: puedes. Ándale. Te va a gustar.”

Y pues le hice caso. Así que aquí les presento a mi nuevo carro:

Mini Cooper

Mini Cooper

Y es rojinegro. Obviamente.

Siempre me han gustado los Mini Coopers, así decidí hacerle caso al diablo y comprarlo. No me arrepiento en lo más mínimo: es tan bonito, que creo que voy a seguir soltero varios años más, porque mis hipotéticas novias se pondrían celosas de él. Se maneja increíble; lo pedí de transmisión manual (obviamente), y es la cosa más maravillosa del mundo volver a manejar con palanca. Y el motor de hecho acelera cuando piso el acelerador; mi pobre tsurito solía hacer nada más unos ruiditos lastimosos que sonaban como si estuviera diciendo que ahí iba, que le diera chance.

Es también más inteligente que yo, al parecer; en el tablero me va diciendo cuándo debo de cambiar la velocidad. Lo cual me preocupa; de regreso hoy a mi departamento, rápidamente llegué a quinta, y el tablero me sugirió cambiar a sexta. Oí una vez más la voz en mi cabeza: Vamos. Mete la sexta. Acelera. Sabes que quieres. Sabes que te va a gustar.”

Lo cual me convenció no sólo de que la vocecita es del diablo, sino que el diablo está en mi nuevo carro, y que me estaba llamando desde que decidí cambiar de automóvil. Ciertamente tiene los colores.

Por suerte ya no tengo veinticinco años como para hacerle caso; lo regresé a neutral y dejé que se deslizara con su propia inercia antes de volver a meter cuarta. Ya lo sacaré a carretera y veré cómo se siente en sexta.

Podría registrar al carro en el Estado de México para no pagar tenencia; conozco a quien lo ha hecho. Pero me parece desleal con mi Ciudad; y además, sé que es un carro de lujo. Yo no necesito un Mini; otro Tsuru hubiera sido más que suficiente. Creo que es realtivamente justo que pague más por dicho lujo (y sólo serán tres años antes de que la depreciación lo saque del rango de carros que pagan tenencia).

Y sí es un lujo. Pero claro que lo valgo.

La ética de hacer trampa

(Esta entrada es la décima y última parte de una serie que cubre un proyecto personal que realicé en el verano de 2014; pueden ver todas las partes aquí).

Después de haber armado el hardware y escrito el software para que un robot sacara por mí los trofeos más difíciles de Guitar Hero Metallica, Rock Band 2 y The Beatles: Rock Band, la pregunta obvia es, por supuesto: ¿es esto hacer trampa?

Sí, claro que sí. Obviamente es hacer trampa.

La verdad es, nunca me ha molestado hacer trampa jugando videojuegos para obtener los trofeos. El tipo de trampas que utilizo suelen llamarse glitches, y consisten en pequeños errores en la programación del juego que facilitan al usuario conseguir un objetivo, lo que suele traducirse en un trofeo. Hay glitches para God of War, para Dead Space, para Uncharted, para Grand Theft Auto IV, etc., etc. Muchos de estos glitches requieren cierta habilidad para activarlos, y en muchísimas ocasiones, es divertidísimo en sí mismo el hecho de lograrlos activar.

Tengo mis límites, por supuesto. Hay muchos juegos que permiten cargar un juego salvado (savegame); y en la red abundan savegames que al momento de cargarse, como incluyen los objetivos necesarios para obtener uno o más (en algunos casos todos los) trofeos en el juego, estos comienzan a salir uno detrás del otro. Hay incontables videos en YouTube mostrándolo. Los savegames más sofisticados incluso son descifrados de la encriptación dada por el PS3, editados manualmente en un editor hexadecimal, y vueltos a cifrar.

Jamás he usado un savegame. ¿Por qué? Siendo honesto, no es por un afán ético: creo que es otra forma de hacer trampa. Creo que la respuesta es sencillamente que no me parece divertido. ¿Qué diversión hay en bajar un binario de la red? Si yo mismo descifrara, editara el savegame, y lo volviera a cifrar, tal vez consideraría hacerlo. Tal vez; no me queda claro. Si fuera demasiado sencillo (y me temo que de hecho lo es), no creo que le encontrara ningún chiste.

En cambio escribir mi robot musical fue divertidísimo. Es de verdad de las cosas más entretenidas que he hecho en años, y no es por darme aires, pero no cualquier lo hubiera podido hacer. Un montón de gente lo puede hacer; pero no cualquiera.

Además, está el hecho de que a nadie (excepto a mí) le importa qué trofeos tenga o no. No hay ningún tipo de beneficio en tener muchos o pocos trofeos. Créanme, las nenas no se vuelven locas cuando menciono el número de trofeos de platinos que he ganado. Por lo mismo (y tal vez lo más importante), nadie es afectado negativamente por mí al hacer trampa para tener trofeos. Es un “crimen” sin víctimas, y para obtener algo que básicamente a nadie le importa.

Así que no me arrepiento en lo más mínimo de haber hecho trampa en mis juegos musicales. Sigue siendo de las cosas más divertidas que hecho en años, y probablemente lo vuelva a hacer (nada más tenga algo de tiempo).

Esta entrada concluye el relato de mi proyecto del verano de 2014. Lo único que resta es limpiar un poco el código y ponerlo en GitHub. A ver si este verano tengo tiempo libre para hacerlo.

Suerte

Platicando hace poco con una amiga, ella me dijo que yo tenía mucha suerte. Eventualmente elaboraré en por qué dijo eso; y ciertamente yo estoy de acuerdo en que podría interpretarse como que soy un hombre con suerte, especialmente por varios acontecimientos recientes.

Sin embargo, sí me incomodó un poco la aserción; como cuando alguien responde a alguno de mis méritos con un “gracias a dios”. Aunque sin duda alguna el azar ciertamente me ha favorecido a lo largo de mi vida (comenzando por nacer en la familia que nací), creo que mis decisiones y las acciones que he realizado después de tomarlas juegan un papel mucho más importante que la cara en que cayeron los dados.

Como sea, ayer fui a una reunión, y venía en mi carro alegremente de regreso a mi casa, cuando una patrulla me detuvo. Y tuvo a bien a informarme que era el segundo sábado del mes, que mi carro no circulaba, y que lo iban a mandar al corralón. Pendejo de mí, se me había olvidado por completo.

Entre otras cosas por eso he estado pensando en comprar un carro, dado que estoy ganando bien (y que esto parece no durará tanto como me hubiera gustado), y de hecho el lunes tenía pensado ir a ver modelos. Se me ocurrió que tendría que ir en taxi, o primero ir a recoger mi carro: hace años que me he negado a pagar mordida, porque me parece que es la única manera en que la corrupción puede detenerse. Además, aunque hubiera querido pagar mordida, tenía veinte pesos en la cartera. Le comencé a preguntar al poli que qué procedía

El poli comenzó a explicarme que ya no había lugar en los corralones cercanos, y que habría que llevarlo a Las Águilas, que está (me explicó) muncho muy lejos. Yo mientras estaba apuntando la información, incluyendo el nombre y número de placa del oficial, diciendo básicamente “ajá” a todo lo que me decía. De repente me dijo el poli “¿cómo le hacemos?”, a lo que yo contesté “pues ya me dijo, ¿no? Se llevan el carro al corralón, y tengo que recogerlo.”

“Además” me informó el poli “me acaban de decir que no hay grúa, así que tiene que llevarlo usted”. Y yo le dije “OK, ¿los sigo o cómo le hago?”.

Para este punto me parece que el poli comprendió que sí estaba dispuesto a llevar yo mismo mi carro al corralón, y nada más me dijo que me fuera con cuidado. Creo que le daba más flojera a él ir al corralón que a mí.

Quiero ser muy claro en algo; creo que la mayor parte de las cosas que he conseguido/ganado/obtenido han sido siempre mayormente por el esfuerzo que he invertido para conseguirlas/ganarlas/obtenerlas.

Sin embargo, tal vez estoy ahora más dispuesto a admitir que sí tengo muy buena suerte.

Pero como dicen en el futbol: portero sin suerte no es portero.

Inteligencia

Me considero razonablemente inteligente… para ciertas cosas. Pocas, si soy honesto.

Para la mayoría, estoy seguro de que soy un imbécil. Y estoy siendo amable conmigo mismo.

Caso de ejemplo: compré una tetera en Perisur hace unos días. Llegué a mi casa, la llené de agua, y la puse a hervir para tomarme una infusión (porque lo que muchos llamamos té en México son realmente infusiones).

Varias infusiones después, decidí tirar la caja donde venía la tetera. Dentro encontré un pequeño folleto, donde decía que antes de usar la tetera, quitará la película de plástico al fondo de la misma.

Por supuesto, al revisar mi tetera ya no había ninguna película de plástico. Así que probablemente mi estómago esté ahora cubierto por una delgada película de plástico.

Si un amigo me contara ese episodio, le diría “pero qué pendejo eres”.

Como soy yo, voy a decir que estaba distraído.

Los juegos musicales

(Esta entrada es la novena parte de una serie que cubre un proyecto personal que realicé en el verano de 2014; pueden ver todas las partes aquí).

Hace seis meses dejé colgando mi serie acerca de mi proyecto del verano de 2014. Planeo terminarla, porque ya me falta muy poco qué contar de ella.

Como había estado relatando, utilizando un Teensy++ 2.0 y un CP2102, pude programar un circuito que me permitía emular un controlador de PS3 (y, en general, cualquier dispositivo USB HID), incluyendo las guitarras y baterías de los juegos musicales como Rock Band y Guitar Hero.

Después comencé a relatar mi historia de cómo empecé a coleccionar los trofeos de todos mis juegos, y que rápidamente llegué a la conclusión de que podía obtenerlos todos… excepto por los juegos musicales.

No me malentiendan; juego Rock Band razonablemente bien en la modalidad difícil, y si no me equivoco debo de pasar el 80% de las canciones en modo experto (es posible que más). Con mucha práctica, podría pasar el 100% de las canciones; con muchísima más práctica podría sacar casi todos los trofeos en Rock Band 2, The Beatles: Rock Band, y Guitar Hero Metallica.

Sólo no quiero estar practicando 16 horas al día durante meses para lograrlo. Además de que están los trofeos en equipo y similares, donde no importa qué tan bueno sea yo, en varios se necesita una banda de 4 personas tocando en modo experto.

Traté de sacar los trofeos yo solo, y la consecuencia fue que durante dos años no saqué trofeos de Rock Band 2 ni de Guitar Hero Metallica. Y podría haber sacado de The Beatles: Rock Band, pero consideraba que era suficiente estar practicando Panic Attack en bajo y Enter Sandman en guitarra como para echarme más al hombro.

Durante dos años, si toqué mi guitarra de plástico (que, siendo honesto no fueron tantas veces), fue para prácticar esas dos rolas. Y estuve cerca de sacar los trofeos; la primera sólo tenía que sobrevivir (pero nunca pude sobrevivir la parte entre el “odd rift” y el “organ solo 2”), y la segunda tenía que alcanzar cierta puntuación (me quedaba corto por unos cuantos miles de puntos, porque perdía mi combo en el solo).

Si no tuviera nada qué hacer durante varios meses (unos seis, digamos), y nada más me dedicara a practicar, a lo mejor podría hacerlo. Pero nunca tengo nada qué hacer; siempre tengo que buscar casa porque me quedé homeless, o escribir una tesis, o preparar clase, o doctorarme, o ir a Guadalajara porque decidí conseguir novia en provincia, o preparar una clase, o hacer algo de mi otro trabajo, o qué sé yo.

E incluso si no tuviera nada qué hacer, me interesan más cosas que practicar rolas de Rock Band y Guitar Hero Metallica. Hay películas y series que ver, novelas y cómics que leer, restaurantes a los que hay que ir a probar la comida. Juego videojuegos para pasármela bien; no como segundo tercer trabajo.

(Debo hacer la aclaración de que, en algunos juegos, podría considerarse que tengo que trabajar para conseguir los trofeos; pero en general esto lo disfruto, y además de hecho puedo ver que me estoy acercando a obtener esos trofeos).

Así que decidí utilizar mi habilidad como programador y mis conocimientos técnicos para escribir un robot que tocara las rolas más difíciles por mí. En el caso de The Beatles: Rock Band, de hecho perfectamente (hay detales técnicos por los cuales no es trivial hacerlo perfecto para todas las rolas de los juegos).

En el caso de los juegos de Rock Band esto fue muy fácil porque toda la información de las notas está en archivos MIDI. En el caso de Guitar Hero, el formato es distinto (QB, le dicen), pero la idea es la misma. Me llevó algunas semanas estar cazando con una lanza la documentación en la red para averiguar cómo descifrar los formatos, y unos días más escribir una serie de programas (la mayor parte de ellos en Vala) que me permitían tocar las rolas casi automáticamente (tengo que iniciarlo manualmente; pero en el próximo verano espero poder programar el robot que haga todo solito).

Con esto pude conseguir los platinos de Rock Band 2 y The Beatles: Rock Band. Guitar Hero Metallica fue más difícil, porque nunca pude hacer que mi circuito programado emulara la fuerza con que uno golpea los tambores de la batería; alguna parte del protocolo nunca pude descifrarla, y cuando empecé a ganar bien me harté y sencillamente compré una batería para Guitar Hero World Tour y obtuve el único trofeo que me faltaba (irónicamente, uno de los más sencillos de obtener: pasar todos los tutoriales de los cuatro instrumentos).

Ahora tengo estos tres trofeos de platino, y en algún momento mi porcentaje de trofeos llegó a estar en 99.13%. Ahorita está en 97.26%, porque comencé Zone of the Enders: The 2nd Runner, y aunque está divertido y fácil he estado demasiado ocupado como para poder terminarlo, pero ahora que sí voy a llegar a 100% en algún momento de mi vida. Sólo no tengo mucha prisa en hacerlo.

El aspecto técnico del proyecto se me hizo fabuloso, y de alguna manera mucho más divertido que de hecho jugar en mi PlayStation 3. Estar diseñando los algoritmos y estudiando las secuencias de bytes que tenía que estar leyendo y escribiendo para poder lograr lo que quería fue satisfactorio por sí mismo, incluso descontando los trofeos. Espero en verano regresar al proyecto y poder mejorarlo (y hacerlo funcionar con otros juegos musicales, obviamente).

El aspecto ético del asunto también me parece interesante, y es acerca de lo que escribiré cuando termine esta serie en su décima entrada, como lo había planeado originalmente.

Diez, y contando

Una de las ventajas de tener dos trabajos es que no me aburro, y cuando tengo tiempo libre (no muy seguido), tengo suficiente dinero para hacer casi lo que se me dé la regalada gana.

La principal desventaja es que tengo dos trabajos. All work and no play makes Canek a dull boy.

Como sea, empezamos semestre en la Facultad de Ciencias, y se me vino encima un montón de cosas qué hacer, que se apilaron con el otro montón de cosas que ya tenía para hacer. Lo menciono únicamente porque se me fue que ayer (casi antier) fue 26 de enero.

El 26 de enero de 2005 comencé a escribir en este blog, lo que quiere decir que acaba de cumplir diez años en existencia.

Diez años es, poniéndolo en términos científicos, un chingo de tiempo; es más de la cuarta parte de mi vida, es más del tiempo que me pasé en mi posgrado (y de hecho que el que me pasé en cualquier etapa educativa de mi vida), y es suficiente como para que un niño que haya vivido ese número de años ya le den como que ganas de llorar cuando ve a una mujer desnuda.

Aunque lo abandono a ratos, mi blog ha sido parte fundamental de mi vida en estos diez años, y me atrevería a decir que entonces ha estado conmigo toda mi vida adulta. Porque los hombres no dejamos de ser adolescentes a los 18 años… ni a los 27… y a veces nunca.

Mi punto es; llevo diez años con el blog, y sinceramente espero seguir escribiendo en él durante mucho tiempo más. Lo comencé cuando creí que me iría a Canadá a estudiar el doctorado, y lo seguí después en gran medida porque justo no me fui a Canadá a estudiar el doctorado. He relatado en él casi todos los trabajos que he tenido, todas las relaciones románticas serias en que he estado involucrado, muchas de la bola de pendejadas que me cruzan por la cabeza (si bien no todas), y la mayor parte de los acontecimientos interesantes que me han ocurrido. Y, por supuesto, he platicado aquí de todas las películas que he ido a ver al cine en los últimos diez años.

Ya sé que lo digo constantemente, pero espero escribir regularmente en él más seguido, y seguir relatando las chocoaventuras que me ocurren. Así que esta entrada va por los diez años que llevo escribiendo (irregularmente) en mi blog, y que sale con un día de retraso, porque pues así soy yo.

Los arbolitos me gustan, sin embargo

Una de las (de por sí bastantes) ventajas de ser ateo, es que no me tengo que preocupar por celebrar el cumpleaños de un supuesto judío demente que dicen que vivió hace dos mil años, y que encima de todo lo más seguro es que ni siquiera haya existido.

Pero los arbolitos me gustan, debo admitir.

Mezcal

Me he puesto varias borracheras con mezcal en mi vida. La característica en común de todas estas ocasiones, ha sido que al otro día no tengo cruda; supongo en gran medida porque ha sido buen mezcal, y en mi experiencia con buenas bebidas (y suficiente agua) uno normalmente no adquiere una cruda.

Eso no cambió en mi última borrachera con mezcal, pero creo que no lamentaré si no vuelvo a hacerlo en al menos un año.

Pan, queso, jamón y vino

Las veces que estuve en España durante mis estancias de investigación, se volvió común para mí cenar pan, queso, jamón y vino. El precio del queso, jamón serrano y vino es relativamente menor que aquí, a veces por mucho; me gusta bastante cenar así; y es más que satisfactorio.

Todavía ceno así aquí en México, de vez en cuando, si se me antoja lo suficiente. No es tan barato como en España, pero tampoco es extravagantemente caro; y de hecho lo haría más seguido, si no fuera por el hecho de que no tengo una panadería cercana que venda pan que me guste, ya que parte del chiste es justamente tener pan fresco (aunque hace mucho aprendí el truco para mantener pan por más que unas horas).

La mayor diferencia, sin embargo, es la cantidad de vino que consumo. En España lo común era que me tomara media botella por sentada (dos copas bien servidas), y varias veces de hecho me tomé una yo solo. Y en ocasiones “especiales”, más de una.

Recuerdo en una reunión en la Villa Universitaria de Bellaterra en Cataluña, que un alemán me dijo que él trataba de tomar de las botellas que yo llevaba, porque siempre era bueno el vino que yo escogía. Yo lo miré un poco incrédulo, porque la única estrategia que seguí siempre fue comprar vino que costara al menos cuatro euros; casi sin falla eso siempre fue más que suficiente para agenciarme una botella de vino decente, si no es que buena.

Pero bueno; como decía, la diferencia principal aquí en México (además de la ausencia de mis cuates europeos), es que hoy en día si me tomo una copa de vino, es muy común que a los veinte minutos me esté cayendo de sueño. Y eso me pasa con vino; ya no digamos alcohol más fuerte. El día que me doctoré mi familia me regaló, por alguna razón que no comprendo, un montón de botellas de distintos tipos de alcohol, y la mayor parte ahí siguen, varias incluso sin abrir, porque si me tomo una copa poco después tengo que irme a dormir.

Una explicación podría ser que llevo años sin hacer realmente ejercicio, y que mi condición física es miserable. Algo debe tener que ver; aunque en realidad la explicación más sencilla es que me estoy volviendo viejo.

Pero vamos a decir que es la altura de la Ciudad de México, para me sienta mejor.

Los años de soledad

Ahora que me encuentro soltero una vez más, comencé a leer de nuevo Cien años de soledad. Lo hago al menos cada dos o tres años, desde que tengo ocho años; pero esta vez fue precipitado porque andaba buscando la cita exacta de la entrada pasada. Tuve que hojear el libro buscando la cita (ya sabía cuál, sólo no recordaba las palabras exactas), y pues terminé por empezar a leerlo de nuevo.

Como el nombre de la novela indica, la característica principal de la historia es la soledad al parecer genética de los Buendía; el aire de soledad de la familia. Exceptuando a José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, los patriarcas de la extirpe, ninguna pareja que se ame realmente consigue tener un hijo que sobreviva: el coronel Aureliano Buendía y Remedios Moscote se amaban, pero sus gemelos mueren al momento de su nacimiento (y de paso matan a su madre, y desencadenan la serie de eventos que causa que el coronel inicie 32 guerras civiles, todas fallidas); Jose Arcadio y Rebeca se amaban, pero nunca tuvieron un hijo; Aureliano Segundo y Petra Cotes se amaban también, pero tampoco pudieron tener un hijo… y así durante cien años, hasta que Aureliano Babilonia y Amaranta Úrsula tienen al fatídico niño con cola de puerco, que es devorado por las hormigas por la negligencia de su padre.

Casi todos los Buendía entonces son engendros de uniones generalmente fortuitas y sin amor real o duradero, condenados a la soledad que los persigue durante toda la vida.

Gabo describe la soledad básicamente como el peor estado de la condición humana. En el mejor de los casos, los Buendía consiguen llevar una existencia semifuncional dentro de la aplastante soledad, como el coronel Aureliano Buendía en sus años de vejez, haciendo pescaditos de oro; o Amaranta bordando y recociéndose en sus rencores contra Rebeca, contra Pietro Crespi, contra el coronel Gerineldo Márquez, contra todos los sobrinos a los que abusó sexualmente. Otros se pudren en vida dentro de su soledad, como José Arcadio Segundo reviviendo toda la vida la matanza de las bananeras, o Meme en un hospital de Cracovia, añorando a Mauricio Babilonia.

Aureliano José es un personaje interesante en ese aspecto. No sólo es el único que combina los nombres de los hijos varones de los patriarcas; también es el único que supera de forma mental y emocionalmente sana los abusos sexuales de Amaranta; es el único que regresa de la guerra sin haber sido destruido interiormente por ella; y finalmente es el único que pudo haber sido feliz, engendrando siete hijos con Carmelita Montiel, muriendo en sus brazos de viejo, si la bala destinada al capitán Aquiles Ricardo no le hubiera destrozado el pecho.

Yo no concuerdo con Gabo. Tampoco me voy a ir al extremo de decir que estar solo es lo mejor del universo (he pasado mi justa cuota de años de soledad para saber que esto no es cierto); pero sí creo que a veces es lo que uno necesita.

No sé cuánto tiempo vaya a estar solo esta vez; uno nunca lo sabe (y es parte de lo divertido), pero incluso si termina siendo mucho tiempo, creo que trataré de disfrutar los años de soledad que me toquen en esta ocasión.

A conocer con ella la felicidad

Aureliano José estaba destinado a conocer con ella la felicidad que le negó Amaranta, a tener siete hijos y morirse de viejo en sus brazos, pero la bala de fusil que le entró por la espalda y le despedazó el pecho estaba dirigida por una mala interpretación de las barajas.

De regreso a México

Ahora estoy en el aeropuerto de Boston, esperando abordar mi vuelo a Houston, Texas, de donde por fin volaré a la Majestuosa. Comentaba ayer con Omar y Paola que es la primera vez que hago un viaje fuera de México con el propósito exclusivo de pasear, sin ningún compromiso académico antes, durante o después del paseo.

Estuvo bastante padre; Chicago es impresionante, y Cambridge/Boston están simpáticas… aunque por supuesto, hizo un frío endemoniado los dos días que de hecho paseé ahí, y hoy que ya me voy por fin se le ocurre salir al sol. Traigo una tos espantosa desde Chicago, y voy a llegar a mi casa a tomar cantidades industriales de té a ver si así se me quita.

(Por cierto, debo especificar que “un frío endemoniado“, para mí, siendo mariquita de la Ciudad de México, es alrededor de 10 grados centígrados; realmente no es nada del otro mundo, pero no es algo que yo esperaba ver en junio).

Además de conocer nueva ciudades, estuvo padre andarme paseando con mi mamá en Chicago (nunca habíamos viajado juntos fuera del país), y ver de nuevo a Omar, Paola y Lalo, y chismear con ellos. También conocí Hardvard y el Emaití, que estaban casi vacíos por ser ya técnicamente vacaciones, pero que de cualquier manera están interesantes. Ah, y fui por primera vez a ver stand up comedy; estuvo bastante divertido (aunque sí hubo un par de comediantes francamente bizarros).

Ahora sólo quiero llegar a mi casa, terminar de calificar lo que me falta de mis cursos, y descansar propiamente durante varias semanas.

Rumbo a Boston

Ahora estoy de nuevo en el aeropuerto de Chicago esperando abordar mi vuelo a Boston (que ya se retrasó, por supuesto). Sí es la neta Chicago, y espero volver a visitarla en algún momento en el futuro; pero también quiero conocer Boston, y volver a ver a Omar y Paola.

Si todo sale bien, estaré por allá alrededor de las 10, hora local.

Chicago

Y ahora estoy en el aeropuerto esperando abordar mi vuelo a Chicago, ciudad que no conozco, pero que todo mundo me dice que es la neta.

Voy a estar ahí cuatro días, y después voy a pasar a ver a Omar en Boston otros tres. Lo cual está chido no sólo porque veré a Omar, que no veo hace más de un año; además conoceré Boston, que tampoco conozco.

Son más o menos dos años y medio desde la última vez que salí del país, cuando hice mi viaje de seis meses por Europa, Canadá y gringolandia. Esta vez, sin embargo, no voy a trabajar nada durante el viaje (excepto calificar unas cosas de mis cursos, si me da tiempo); voy a conocer y a divertirme ada más.

Nos vemos del otro lado.

Treinta y siete

Hoy cumplí treinta y siete años.

Generalmente escribo acerca de lo que hice durante el año, pero esta vez lo resumiré en cuatro palabras:

Este año me doctoré.

Ahora estoy oficialmente desempleado. Soy profesor de asignatura en la UNAM, pero pagan tan mal, que creo que todavía califica como desempleo.

Espero que el año que venga pueda decir que conseguí trabajo.

Y ya andando en esas: feliz día de la Guerra de las Galaxias. O como dicen los tarados gringos botándose de la risa, May the fourth be with you. Que por supuesto ocurrió que yo nací tres semanas antes de que estrenaran Star Wars.

Vamos a ver cómo nos va este año.

Nueve años

Hace dos semanas mi blog cumplió nueve años, lo cual me aterra un poco.

No escribí al respecto porque (de nuevo) se me acumuló la chamba, pero espero que ahora sí vuelva a escribir regularmente… especialmente porque tengo todavía como siete películas que fui a ver desde la última que comenté, y si no escribo al respecto yo creo que se me van a olvidar.

He sido increíblemente irresponsable con mi blog el último año y medio. Espero comenzar a corregir eso.

La ola

La semana pasada fue el congreso por los 60 años de Jorge. Preparar el viaje a Oaxaca (donde se realizó), la presentación, y el dejar todo preparado en mis cursos para que pudiera irme una semana, y mi chamba habitual, consumió todo mi tiempo durante varias semanas.

Todavía tengo una ola de trabajo que terminar, pero ayer terminé mis cursos en la facultad, y gracias a eso apenas estoy regresando a la normalidad.

En particular, las tristes dos películas que tuve oportunidad de ver en este tiempo aún no las he comentado aquí; corregiré eso en los próximos días.