El olor más caro del mundo

El ganar bien tiene básicamente una consecuencia que sobrepasa a casi cualquier otra: uno puede comprar cosas.

He mencionado aquí varias de las cosas que he comprado (mi celular, por ejemplo, o mi AVR), pero a la mayoría no le he visto realmente la necesidad de escribir acerca de ellas. Dudo que a nadie le interese mi nuevo refrigerador, por ejemplo.

Lo que estrené hoy en cambio sí creo que merece ser mencionado. Es casi seguro que deje de ganar bien más rápido de lo que yo creía, y entonces sopesando las posibilidades de cómo seguir tratando de reactivar yo solito la economía mexicana, rápidamente llegué a la conclusión de que, después de más de diez años, era hora de jubilar a mi viejo, fiel y querido tsurito.

Ahora; yo no sé de carros, y esto es en gran medida porque no me interesa saber de carros (digo, puedo cambiar una llanta o pasar corriente, pero doy por hecho que todo mundo más o menos sabe hacer eso). Así que no me iba a poner a investigar de carros; decidí que me compraría un carro que yo supiera fuera bueno, o que fuera suficientemente bueno según vox populi como para no tener que hacer yo mi tarea.

La primera opción básicamente me dejaba nada más otro Tsuru… y sinceramente lo consideré como una muy probable elección. Yo estoy encantado con mi viejo Tsuru; casi nunca me dio problemas, y cuando me los dio fue muy sencillo resolverlos. Fue un carro casi intachable en todos sus años de servicio. Pero una vocecita en mi cabeza (probablemente el diablo) me dijo: “Es tu primer carro nuevo. Ya eres doctor. Tienes un buen trabajo. Te mereces algo mucho mejor que un Tsuru.”

Así que consideré otros carros que según las masas fueran lo suficientemente buenos como para que yo no tuviera que perder mi tiempo investigando cosas como aditamentos de seguridad o innovaciones tecnológicas. Y (y esto es importante) que yo considerara atractivo.

Ahora, además de que no sé de carros, mis gustos suelen ser poco comunes. No me gustan los carros grandes (y no sólo eso; una camioneta, aún la más pequeña, no cabe en mi cajón de estacionamiento, así que de hecho entre más pequeño mejor); no me gustan las compañías automotrices gringas (descartados Ford, Chrysler, etc.); no me interesa mucho la velocidad; y ciertamente no me interesan cosas como carros deportivos. Me gustan los carros japoneses y europeos (entre más chiquitos mejor), y que me lleven de A a B sin que yo me tenga que preocupar de nada más que la gasolina, los baches, niños jugando futbol, y los tarados que lo quieren chocar a uno en la Ciudad de México.

(Técnicamente tampoco me interesa cómo se maneje en carretera, pero probablemente mi uso de las mismas crezca en los próximos años).

Tomando todo esto en cuenta, había varias opciones, pero realmente sólo una que todo mundo está de acuerdo en que es un carro excelente. El único problema es que era probablemente la opción más cara que realmente me llamara la atención (y que estuviera en mi rango de precio: el Nissan Leaf suena increíble, y yo creo que los carros eléctricos van a dominar en unos años, pero no me alcanzaba ni de chiste). Y entonces la vocecita en mi cabeza de nuevo habló (el diablo, les digo) y dijo: puedes. Ándale. Te va a gustar.”

Y pues le hice caso. Así que aquí les presento a mi nuevo carro:

Mini Cooper

Mini Cooper

Y es rojinegro. Obviamente.

Siempre me han gustado los Mini Coopers, así decidí hacerle caso al diablo y comprarlo. No me arrepiento en lo más mínimo: es tan bonito, que creo que voy a seguir soltero varios años más, porque mis hipotéticas novias se pondrían celosas de él. Se maneja increíble; lo pedí de transmisión manual (obviamente), y es la cosa más maravillosa del mundo volver a manejar con palanca. Y el motor de hecho acelera cuando piso el acelerador; mi pobre tsurito solía hacer nada más unos ruiditos lastimosos que sonaban como si estuviera diciendo que ahí iba, que le diera chance.

Es también más inteligente que yo, al parecer; en el tablero me va diciendo cuándo debo de cambiar la velocidad. Lo cual me preocupa; de regreso hoy a mi departamento, rápidamente llegué a quinta, y el tablero me sugirió cambiar a sexta. Oí una vez más la voz en mi cabeza: Vamos. Mete la sexta. Acelera. Sabes que quieres. Sabes que te va a gustar.”

Lo cual me convenció no sólo de que la vocecita es del diablo, sino que el diablo está en mi nuevo carro, y que me estaba llamando desde que decidí cambiar de automóvil. Ciertamente tiene los colores.

Por suerte ya no tengo veinticinco años como para hacerle caso; lo regresé a neutral y dejé que se deslizara con su propia inercia antes de volver a meter cuarta. Ya lo sacaré a carretera y veré cómo se siente en sexta.

Podría registrar al carro en el Estado de México para no pagar tenencia; conozco a quien lo ha hecho. Pero me parece desleal con mi Ciudad; y además, sé que es un carro de lujo. Yo no necesito un Mini; otro Tsuru hubiera sido más que suficiente. Creo que es realtivamente justo que pague más por dicho lujo (y sólo serán tres años antes de que la depreciación lo saque del rango de carros que pagan tenencia).

Y sí es un lujo. Pero claro que lo valgo.

7 comentarios sobre “El olor más caro del mundo

  1. Siempre he tenido la duda desde que comentas de tu “nuevo” trabajo cuanto es ganar bien… Digo, para tener un punto de referencia de aquí a unos 7 años :P

    1. Diría la mamá de Mafalda: “lo suficiente como para vivir decentemente”.

      Digo yo: lo suficiente como para comprarme un Mini Cooper y no tener que vivir en él.

  2. Yo quiero comprar un carro nuevo, obviamente no gano «lo suficiente como para comprarme un Mini Cooper y no tener que vivir en él» así que me dijo mi esposa que no me acongojara, que hasta que fuera Doctor, tuviera tu edad o ganase lo suficientemente bien pensara en un Mini Cooper…
    “El Pensadero de Canek” dando consejos maritales inconscientemente :D
    De nuevo, ¡saludos!

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