Tres vuelos y cuatro aeropuertos después…

Por supuesto no fueron catorce horas de viaje. Mi primer vuelo salió razonablemente a tiempo (a las 9:30 PM en lugar de las 9:00 PM), pero conforme fue transcurriendo el tiempo fue siendo cada vez más obvio que no había manera de que llegara el avión a tiempo a Frankfurt para hacer mi conexión a Barcelona. La gente de Lufthansa dijo que se encargaría de hacer el arreglo (el otro vuelo era de ellos también), entonces no me preocupé.

¿Las diez horas volando sobre el Atlántico? Aburridas. Sobre todo porque me tocó mero en medio, entre una chava que se negó a platicar conmigo, y una señora que sólo hablaba alemán (“¡chinga tu madre, chinga tu madre!”, me parecía entender todo el tiempo).

Pasaron Nights in Rodanthe, que yo no había visto, y me distrajo al menos un rato.

Llegamos a Frankfurt a las 15:30; quince minutos después de que saliera mi vuelo original, así que me hicieron el cambio para volar a Münich, y de ahí ya volar a Barcelona. Los alemanes me cayeron muy bien; cuando hablan en inglés se les nota lo cálido (aunque en alemán yo todo el tiempo noto el tonito de “¡chinga tu madre, chinga tu madre!”), y sin caer en clichés pero son súper eficientes. Me explicaron amablemente qué tenía que hacer, dónde tenía que ir, y todo lo demás.

Así que me subí a otro avión (como cinco veces más chico que el que me llevó a Frankfurt), que arrancó, tomó velocidad, despegó… y casi inmediatamente después descendió en Münich. Si el viaje duró veinte minutos, fue mucho.

Ya de ahí fui a tomar otro avión que me llevó a Barcelona. Así que terminé tomando tres vuelos y tocando cuatro aeropuertos: nueve de cada diez doctores no recomiendan eso. De la puerta de mi casa a la puerta de mi cuarto de hotel fueron veintitrés horas y media. Y nunca pude conectarme a Internet en los aeropuertos alemanes: ninguno de los servicios de Internet disponibles aceptaba mi clave de Prodigy, y como nunca pude conseguir un enchufe eléctrico no tenía suficiente poder como para crackear un Access Point.

En Barcelona tomé un autobús a la Plaça Catalunya, y de ahí tomé un tren que es sospechosamente similar al metro (pero diez veces más caro) que me dejó a más o menos un kilómetro de la Villa Universitaria.

Está haciendo frío, pero es todavía del tipo que sí he llegado a sentir en la Ciudad de México. Cuando un poli me fue a abrir la habitación (mi llave no aparece, por alguna razón), le pregunté que qué temperatura hacía, y me dijo “Zero gradoz”.

Tuve que contenerme para decirle: “ni frío, ni calor”.

Todavía no desempaco, y dudo hacerlo ahorita; quiero dormir.

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