Horizon Zero Dawn

Después de Detroit: Become Human saqué el platino de Horizon Zero Dawn.

Horizon Zero Dawn

Horizon Zero Dawn

En un futuro donde la humanidad ha tenido una regresión a culturas tribales, arcos, flechas y lanzas, Aloy es una niña aparentemente huérfana que desde que nació es excomulgada de su tribu. La cuida Rost, que es también excomulgado, pero al parecer anteriormente era un guerrero muy respetado de la tribu. El que estén excomulgados se traduce en que nadie les habla, bajo amenaza de ser a su vez excomulgados.

Los humanos conviven con animales relativamente pequeños (vemos jabalíes y guajolotes, pero no caballos, perros o gatos); y con un montón de máquinas (robots) que se comportan como animales que van desde relativamente medianos (como un perro grande) hasta monstruos que tienen el tamaño, forma y carácter de tiranosaurios rex.

No sabemos qué pasó con la humanidad, hasta que Aloy siendo niña cae en una cueva y descubre ruinas de los “antiguos” (como les dicen a nuestra civilización), donde se hace de un foco; que es la idea más entretenida que probablemente plantee el juego. El foco, que parece una púa de gitarra y que se coloca en la sien derecha del usuario, es una combinación de teléfono celular inteligente y sistema de realidad aumentada que proyecta hologramas que únicamente el usuario puede ver. Aparentemente funciona con energía solar y debe tener la mejor batería en la historia de la humanidad, porque nos enteramos después que tiene alrededor de mil años de edad.

Aloy aprovecha el foco para aprender de la civilización de los antiguos (muy poco, porque pues no se puede conectar a nada) y para catalogar y analizar las máquinas y animales que los rodean; nunca queda claro, pero la única explicación es que la niña aprende a programar el famoso foco, entre otras cosas.

A la niña le entristece y molesta en más o menos igual medida que nadie en el pueblo le hable a ella y su (en los hechos) padre, así que le pregunta a Rost que qué puede hacer al respecto. Él le dice que si gana la competencia anual que existe para aceptar nuevos “valientes” (los guerreros de la tribu) cuando cumplen la mayoría de edad, entonces las matriarcas que gobiernan están obligadas a darle lo que ella pida, incluyendo que le expliquen de dónde viene y por qué la excomulgaron (Rost mismo no sabe).

La niña decide entonces entrenar durante los años que le faltan para llegar a la mayoría de edad (aparentemente 18 años) y poder ganar la competencia. Entonces además de su innegable inteligencia, Aloy entrena su cuerpo desde pequeña guiada por un extraordinario guerrero (Rost) para tener una agilidad y habilidades de cazadora y rastreadora básicamente inigualables.

Aloy es aceptada en la competencia y el día anterior convive con mucha más gente de la que jamás había visto junta en su vida, incluyendo forasteros de tierras lejanas; en particular uno que (para sorpresa de ella) tiene también un foco. La muchacha trata de hablar con el forastero con foco, pero el mismo le huye como si estuviera aterrado.

La joven cazadora gana la competencia e inmediatamente después su tribu es atacada por guerreros que algunos portan armas de fuego; Aloy es herida y a punto de ser asesinada por el líder, pero Rost la salva aunque sacrifica su vida al hacerlo.

Al recuperarse, una de las matriarcas le explica de dónde viene: un día apareció de la nada en la cueva de la montaña que la tribu considera sagrada (“La Madre”, le dicen); al no saber si era un mensaje de la misma Madre o un demonio enviado para destruirlos, el consenso de las matriarcas (que normalmente son las únicas que pueden entrar a la Madre) fue dejarla vivir, pero excomulgarla de la tribu. A Aloy no le gusta mucho la explicación, pero acepta la misión de las matriarcas de obtener un cargo especial que le permite dejar las tierras de la tribu (cosa que normalmente es tabú) para averiguar qué está pasando con las máquinas, que se han vuelto mucho más agresivas en los últimos años; quiénes los atacaron y por qué; y de paso también tratar de entender cómo es que apareció de la nada en La Madre.

Y de ahí se sigue el resto de la historia; el juego es muy bueno, incluyendo combate principalmente con arco y flecha, aunque hay otras armas que normalmente lanzan proyectiles; o trampas que se dejan en el suelo. Aloy también blande una lanza, pero la verdad es mucho menos utilizada para combate; su papel principal es que eventualmente le permite controlar máquinas al sobrecargarlas (de nuevo, algo de programación va por ahí incluido). Mucho también es combate sigiloso, con Aloy infiltrando en silencio bases enemigas y matando enemigos a diestra y siniestra sin ser detectada. Aloy destruye cientos de máquinas durante el juego; pero también se escabecha a decenas de enemigos humanos: ella misma es una pequeña máquina asesina.

Sin embargo, lo que hace a HZD un juego extraordinario, es la fascinante historia de ciencia ficción: cientos de años antes de que el juego comience, la humanidad desarrolló máquinas de combate para que no tener que resolver conflictos con soldados humanos. Una compañía desarrolla máquinas de combate que en caso de emergencia pueden utilizar biomasa como combustible, que pueden reproducirse automáticamente y que tienen “cifrado cuántico” para evitar que las infiltren; lo que por supuesto resulta en que dejan de obedecer las órdenes de sus dueños y comienzan a destruir todo el planeta.

El dueño de la compañía, Ted Faro, desesperado porque no sabe cómo detener a las máquinas, llama a una de sus compañeras de la universidad y probablemente el ser humano vivo más inteligente en ese momento: la doctora Elisabet Sobek, para explicarle la situación y rogarle que lo ayude a detener a las máquinas.

Elisabet, después de analizar el problema, llega a la terrible conclusión: no pueden detener a las máquinas. Las mismas van a consumir toda la biomasa del planeta Tierra, lo que resultará en que toda la vida en el mismo perezca: además, esto es inevitable porque el tiempo que necesitan para poder romper el “cifrado cuántico” de las máquinas es órdenes de magnitud mayor que el tiempo que tienen antes de que las máquinas consuman a toda la vida en el planeta.

Elisabet entonces idea una manera de salvar a la vida en el planeta y a la humanidad; pero la misma solución requiere que ningún ser humano en ese momento pueda vivir para ver el resultado. Elisabet reúne a un equipo de genios de todo el mundo (los Alfas) para programar una inteligencia artificial, Gaia, que auxiliada por funciones subordinadas semi independientes (Minerva, Apolo, Hefesto y otros, nueve en total), se dedicará durante cientos de años a romper el “cifrado cuántico” de las máquinas; y después a reestablecer la vida en el planeta Tierra, introduciendo vegetación, insectos, animales y eventualmente seres humanos. Para esto reúnen el material genético de la mayor parte de la vida en el planeta, incluyendo cigotos humanos preservados criogénicamente, para que cuando llegue el momento sean incubados en bebés que serán atendidos y educados por máquinas; el proyecto incluye una enorme biblioteca de todo el conocimiento humano (Apolo), para poder preserver la cultura humana.

Todo el proyecto se conoce como Zero Dawn (Amanecer Cero) e involucra a miles de humanos trabajando a marchas forzadas para poder dejar todo listo antes de la hora cero, cuando la vida en el planeta perezca. Los participantes en el proyecto terminarán de vivir sus vidas naturales en refugios subterráneos sellados: sin posibilidad de reproducirse, porque no hay suficientes recursos para mantener a una población que lo haga. Parte del plan es que todos los humanos morirán siglos antes de que Gaia consiga detener a las máquinas.

Más cruel todavía, es que el resto de la población humana, los que no son parte de Zero Dawn, son enviados a morir combatiendo a las máquinas, para darle tiempo al proyecto de terminar y sin decirles la verdad, que la humanidad viva en ese momento está desahuciada.

Dos cosas salen terriblemente mal: primero, Ted Faro asesina a todos los Alfas (no Elisabet; ella se sacrifica unos días antes para poder sellar el refugio de los Alfas) y destruye a Apolo, convencido de que todo el conocimiento humano fue lo que llevó a la humanidad a “autodestruirse” (realmente fue la ambición del mismo Faro, pero bueno), por lo que él considera mejor que la humanidad florezca “pura”, sin contaminación de nuestro conocimiento actual.

El segundo fallo ocurre siglos después; el plan de Elisabet se lleva a cabo al pie de la letra, excepto que los niños incubados y criados por máquinas (una “madre”, que cuida y educa; y un “padre”, que disciplina y mantiene el orden) no reciben más que educación básica (cómo leer y escribir y cosas del estilo), porque Apolo fue destruido. Esto explica la sociedad matriarcal de Aloy; la “madre” era “buena” y querida; el “padre” era “malo” y odiado.

Siglos después de que la humanidad comienza a florecer en una nueva civilización (primitiva, porque se ha perdido todo el conocimiento de la anterior), una de las funciones subordinadas de Gaia, Hades, se rebela al recibir una señal que no sabemos de dónde vino. La inteligencia artificial, sin otra opción, se autodestruye con una explosión nuclear de su reactor, para poder detener (al menos momentáneamente) a Hades, cuya función era justamente destruir toda la vida en caso de que hubiera errores al reiniciarla; una medida de seguridad por si algo salía mal al primer intento.

Sin Gaia todo el proceso de restitución de vida en el planeta (que no está completado) caerá en caos (lo que explica la agresividad de las máquinas); además de que Hades realmente no está destruido. Gaia sabe esto antes de autodestruirse, pero crea un clon de Elisabet; con su código genético como llave biométrica, el clon podrá hacer todo lo que podría hacer la líder Alfa del proyecto, incluyendo eventualmente restituir a Gaia. Sin embargo, la inteligencia artificial se da cuenta de que el clon no tendrá todo lo necesario para completar su tarea; pero (además de que no tiene otra opción), decide tener fé en Elisabet (técnicamente, en su código genético), sabiendo que ella encontrará la manera de solucionar el problema.

El clon, por supuesto, es Aloy; por eso atacan a su tribu: el forastero con foco está conectado a una red de seguidores de Hades restituido, que al ver la viva imagen de Elisabet Sobeck literalmente entra en pánico y les ordena matarla.

La historia es espectacularmente buena; y Aloy (a pesar de ser un hígado insoportable en muchas ocasiones) es de los mejores protagonistas que yo he tenido el placer de jugar. Es además hilarante verla, como generalmente la persona más lista en casi cualquier situación, desesperarse de no poder hacer entender las cosas a todo mundo cuando no hacen exactamente lo que ella quiere. Y tratarlos como trapos cuando sí lo hacen, particularmente todos sus sufridos pretendientes, que generalmente ella tiene a bien ignorar, incluso los que sí le gustan.

Elisabet es un personaje de por sí interesante; pero Aloy lo es todavía más: además de tener el mismo hardware que su “madre” (por definición), su software se puede discutir que es mucho más avanzado: aunque sin duda la formación académica que tenía la doctora Sobeck era mucho más refinada que la de Aloy, la inteligencia de la muchacha está igual o más desarrollada de manera empírica, además de sintonizada con las habilidades necesarias para sobrevivir en ese mundo donde miles de máquinas atacan a los seres humanos nada más verlos. Por no mencionar que, dado que creció entrenando bajo el tutelaje de Rost, físicamente Aloy es básicamente un perfecto espécimen humano.

Es también una historia deliciosamente atea, donde Aloy se desespera de su tribu por adorar a una diosa que (como todos los dioses) es más bien inútil; y además como Apolo se destruyó, la humanidad ha degenerado en inventarse nuevos dioses y religiones. Toda la ciencia se reproduce, porque su objeto de estudio sí existe: las ideas pendejas de la gente creyente no, porque esas son inventos de mentes afiebradas.

Por si no había quedado claro, me encantó el juego; por la historia, sin duda alguna: pero la mecánica de juego es también excelente y muy divertida; además de que es de los juegos más hermosos que he visto en el PlayStation 4.

Aloy

Aloy

Incluso detalles que muchos encontraron desesperantes (como que Aloy se la pasa hablando consigo misma todo el tiempo) a mí me gustaron. Lo jugué completo varias veces y ahora estoy jugando la segunda parte en mi PlayStation 5. Lo recomiendo enormemente. No es tan bueno como God of War (versión 2018), porque ningún juego lo es; pero se acerca muchísimo. Es de mis juegos preferidos de la generación anterior del PlayStation: y hoy en día está disponible para PC en Steam.

De verdad, si pueden juéguenlo; si quieren en la dificultad más leve, nada más para que puedan apreciar la historia. Casi les puedo garantizar que no se van a arrepentir: tumbar a un tiranosaurio rex robótico con arcos y flechas (y uno que otro explosivo) es de esas experiencias que todo mundo debería poder disfrutar en esta vida.

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