The Front Runner

Hace unas dos semanas fui a ver The Front Runner. Se aplican las de siempre.

The Front Runner

The Front Runner

La política gringa me fascina porque es al mismo tiempo interesantísima y estupidísima. Por supuesto en los últimos 3 años ha tomado un giro definitivamente delirante, con la derecha gringa (especialmente los autodenominados “evangélicos”) mostrando su hipocresía y ceguera al cerrar filas en torno a alguien como Donald Trump; pero siempre ha sido interesante (siguen siendo, sin duda alguna, la primer potencia mundial) y estúpida (por darle importancia a cosas como si un político es o no fiel a su esposa).

Esta película relata la historia de Gary Hart, quien en 1988 parecía tener todo de su parte para lanzarse como candidato y ganar la presidencia gringa. No sólo parecía tener todo; según la representación en la película, el tipo era genuinamente inteligente, compasivo y progresivo (bajo los estándares gringos de los ochentas, que es como la derecha moderada del resto del mundo civilizado).

Y su campaña cayó directamente a un despeñadero porque reporteros del Miami Herald lo cacharon con una rubia 22 años más joven que él (Donna Rice) en su casa de Washington. Rice y Hart siempre negaron cualquier relación sexual; el registro histórico no es claro al respecto y la misma película no contesta si sí se habían acostado o no, aunque por las interacciones con su esposa todo apunta a que sí. La esposa sigue con él hasta estos días, por cierto.

Por supuesto que no importa en lo más mínimo con quién se acueste nadie (siempre y cuando sea consensual, por supuesto); en particular un líder político. Y la tesis central de la película, que a partir de ese momento la política gringa se convirtió en un show donde los reporteros perseguían los escándalos en lugar de centrarse en las propuestas, lo que la abarata y entorpece la discusión inteligente, me parece correcta. Más aún, yo nunca he sido moralista; no me interesa quién se frote sus partes privadas con quién, siempre y cuando sea consensual.

Y sin embargo para el final de la película yo estaba convencido de que Cary Gart era un pendejo y que no merecía ser presidente gringo.

No por haberle puesto el cuerno a su esposa (si es que ocurrió); no porque me parezca “inmoral” el adulterio; ni mucho menos porque la vida sexual de nadie tenga que ver con la capacidad de gobernar. No, el tipo me parece un pendejo porque no tenía la mente donde debía tenerla. No importa que fuera Donna Rice o su colección de estampitas; su objetivo primordial y básicamente único siempre debió ser su campaña. El tipo cancela un evento para ir a estar con Donna Rice en Washington: incluso si fuera por motivos inocentes, eso habla de alguien que no está comprometido con su ambición política.

Critíquenle todo lo que quieran al Peje (y, joder, cómo hay de cosas que criticarle); pero una cosa que hay que reconocerle es su enfoque tipo láser en llegar a la silla del águila: jamás perdió de vista que eso era lo más importante y el objetivo primordial detrás de todo lo que hacía. Si el tarado de Hart se distrajo con un par de piernas bonitas, para mí eso lo descalifica. Sí, a lo mejor sus ideas y sus políticas y su capacidad de gobernar eran buenas; pero si algo tan idiota como una muchacha menor que él por 20 años era todo lo que necesitaba para ser distraído, entonces qué bueno que le pasó lo que le pasó.

Claro que eso resultó en el periodo de Bush padre, pero bueno.

Me gustó mucho la película; pero la verdad no vale la pena verla en el cine, hay que verla cuando salga en Netflix o algo así. Que no tengo que decírselos, ya la quitaron.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *