2018: La única forma de fortalecer la democracia es participando en ella

En mi entrada anterior en esta serie argumentaba por qué México es una democracia débil. La pregunta obvia que se sigue es ¿cómo la fortalecemos?

La respuesta no le va a gustar a nadie. No me gusta mucho a mí, de hecho.

La única forma de fortalecer la democracia es participando en ella. Esto significa votar, por supuesto; no importa que todas las opciones sean una mierda (y, lamentablemente, generalmente lo serán porque la democracia apesta), hay que votar. Eso ya no le va a gustar a mucha gente, pero se pone peor.

No basta con salir a votar en cada elección. Hay que participar activamente en la democracia del país, si es que de verdad esperamos que mejore.

Hay múltiples maneras de participar en la vida democrática del país; la más sencilla (después de votar) es manifestándose por las causas en las que uno cree. México tiene una larga historia de movilizaciones sociales y lo menos que podemos decir de muchas de ellas es que fueron al menos medianamente exitosas. Incluso cuando terminaron siendo reprimidas (muchas veces criminalmente), en general la evaluación histórica es que fueron un éxito.

Centenas de estudiantes entre 1968 y 1971 fueron asesinados, pero su movimiento desembocó (lentamente, porque la democracia es lenta y aburrida) en que se abrieran espacios institucionales para múltiples sectores de izquierda en la política nacional, que básicamente terminó en la creación del IFE, en la libre elección del Jefe de Gobierno en el Distrito Federal (ahora Ciudad de México) y en la transición partidista del año 2000. Los que participamos en la huelga de 1999-2000 terminamos en la cárcel (algunos de ellos por meses), pero en la UNAM no hay cuotas. Pueden criticar lo que quieran de ese movimiento (y merece ser criticado casi de todo), pero su resultado a largo plazo innegable es que en la UNAM no hay cuotas, y lo que es más; nadie ni siquiera se imagina plantearlo como una propuesta realista.

Y así debe ser, porque volveríamos a hacer lo que fuera para detenerlas si quisieran intentarlo de nuevo. Y me incluyo ahora como parte del sector académico de la UNAM, no de los estudiantes.

Las movilizaciones sociales en México tienen un historial nada despreciable de victorias, si bien en muchos casos fueron pírricas. El problema es que me parece que muchos sectores de la vida política nacional (principalmente de izquierda) han caído en una dinámica de responder (generalmente con movilizaciones) a las necesidades del país, en lugar de proponer acciones para satisfacerlas.

Si la única herramienta que se utiliza es la movilización, entonces el progreso verdadero y sostenible es imposible, porque las movilizaciones son intrínsecamente reaccionarias, en el sentido de que generalmente reaccionan a ciertas situaciones. Normalmente no proponen, no liderean, no avanzan la narrativa política, en el mejor de los casos sólo detienen cosas. Así podemos mantener una situación; pero difícilmente mejorarla.

Para efectuar cambio verdadero, hay que estar en las posiciones de poder que deciden qué cambios pueden o no aplicarse: la rama ejecutiva y legislativa (las cortes importan, por supuesto, pero normalmente también sólo responden a preguntas explícitas). No basta con votar y no basta con manifestarse. Hay que servir, de la única manera en que de verdad se generan cambios permanentes: hay que entrarle al servicio público.

Hay que gobernar. Hay que ser servidores públicos. Hay que militar, en el buen sentido de la palabra.

La política no puede ser algo que exclusivamente hagan los políticos; los cambios positivos más importantes que han ocurrido en la vida democrática nacional se dieron cuando la ciudadanía le entró en masa al servicio público. El IFE originalmente estaba formado por ciudadanos, no políticos profesionales; y todavía hay muchos de esos en el INE.

Si de verdad nos quejamos de que las únicas opciones en una elección son una mierda, hay que entrarle a ser nuevas opciones. Si nos quejamos de cómo funciona (o no funciona) el partido político por el que generalmente votamos, hay que entrarle a cambiarlo; o fundar uno nuevo; o lanzarse en (o apoyar a) una candidatura independiente. Y con apoyar obviamente no me refiero a votar únicamente; ir a los mítines, hacer proselitismo, convencer a amigos y familiares de que voten por el candidato, ir a visitar casas y hablar con gente, con la inevitable consecuencia de que nos mentarán la madre y nos cerrarán las puertas en las narices porque nadie quiere oír hablar del mensaje del candidato Perenganito.

Si la democracia es en verdad “la voluntad del pueblo”, eso no es nada más un derecho; es una responsabilidad. No puede ser que votemos cada 3 años y regresemos a nuestras casitas a lavarnos las manos y esperar que nuestros gobernantes y representantes hagan las cosas bien por la bondeza de sus corazones. Votar es el mínimo indispensable, pero necesitamos hacer mucho más.

Y por supuesto entiendo la reticencia de la gente a hacer eso; no sólo da una hueva enorme, sino que hay una narrativa nacional de que la política es algo sucio de lo que la gente decente no habla en público. “¿Yo? ¿Candidato a diputado? ¡Qué horror!” Hay varias cosas que tienen que ocurrir para que la ciudadanía pueda retomar de manera más ágil la vida política nacional, aunque ha habido avances (lentamente porque así es con las democracias). Me parece que es necesario que los legisladores puedan reelegirse en sus cargos, sin ningún tipo de límites; esto no sólo permitiría que en verdad se profesionalizara el cuerpo legislativo, sino que permitiría a nuestros representantes ganar más independencia de los partidos políticos.

En Estados Unidos, con la victoria de Trump, me impresionó cómo un montón de gringos lo tomaron como una llamada de atención y justo hicieron eso; le entraron (siendo ciudadanos comunes y corrientes) a perseguir puestos de elección popular como una manera de hacer contrapeso al gobierno de Trump. Lo que es más, un montón de esos ciudadanos han ganado elecciones en el poco más de un año que ha durado el periodo de Trump. Necesitamos ese tipo de respuesta en México; y si un ciudadano de verdad puede cambiar su vida para ser representante (en el sentido de que puede dedicarse a ello a largo plazo, sin necesariamente depender de un partido político), esto se facilitaría. Y la ciudadanía más cívica de todo el país (los habitantes de la Ciudad de México) necesitamos una manera de entrarle a la vida política a un nivel más sencillo que el delegacional.

En general he evitado hablar del Peje, porque como decía en mi primera entrada de esta serie no es necesariamente el punto más importante que quiero comunicar; pero una cosa que me parece es innegable es que Morena no es únicamente “el partido del Peje”. Aunque es el “líder carismático” que lamentablemente suele haber siempre en la política electorera mexicana, lo cierto es que Morena es un movimiento que seguirá existiendo después del 2018 incluso si el Peje pierde. Y yo he visto (con mis dos propios ojos) cómo le han entrado a ese movimiento gente común y corriente, que jamás se había interesado en política, con el objetivo de cambiar el país. Venga, me han tratado de reclutar a mí; y si soy consistente con todas las pendejadas que estoy diciendo, creo que no voy a tener de otra sino entrarle (dadas las alternativas disponibles).

Si nuestra ciudadanía no le entra a la vida política nacional, no existe manera de que nuestra tristemente débil democracia mejore más rápido, y con casi toda certeza sólo se debilitará. Lo peor de todo es que también lentamente, así que ni siquiera será “acelerar las contradicciones” para que llegue la gloriosa revolución, como algunos sectores idiotas de izquierda de verdad piensan.

Como sea, lo mínimo que podemos hacer para participar en la vida política nacional es votar en las elecciones; e incluso a eso se niega mucha gente. Las razones que utiliza este conjunto de ciudadanos para no votar varían (aunque hay una parte que sencillamente le da flojera), pero todas esas razones son terriblemente malas por el simple hecho de que si vota el 10% de la población, el que gane la mayoría simple de ese 10% (y puede ser tan bajo como queramos, con suficientes candidatos en la boleta) va a gobernar.

Todas nuestras vidas son afectadas por quiénes gobiernan; los servicios públicos, la economía, las decisiones que se toman en casos de emergencia, todo es afectado por quiénes son los gobernantes. Venga, México no gana el mundial de fútbol y más medallas en las olimpiadas por las políticas que siguen sus gobiernos. No participar en las elecciones es tratar de lavarse las manos de un proceso del cual siguen siendo parte.

No voy a decir que siempre hay una opción buena por la cual votar (eso es sencillamente falso); pero siempre hay una opción menos mala que las demás. Es nuestra responsabilidad ir y votar por esa opción (que por supuesto podemos discrepar acerca de cuál es la menos mala), porque entre más le entremos más fuerza a los políticos (de manera lenta y aburrida) a implementar o no ciertas políticas públicas.

Pero además del resultado obvio (un mandato más claro por parte de nuestros gobernantes y representantes), ir a votar nos cambia a nosotros como ciudadanos. Es justamente tomar responsabilidad del resultado de la elección, no importa quién gane. Si ganó el candidato por el que yo voté implica que yo debo ser el primero en cuestionar cuando comience a hacer pendejadas (y va a hacer pendejadas, sin duda alguna); si ganó otro candidato implica que debo estar atento a protestar las políticas a las que me opongo y justo por las cuales no voté por él. Probablemente se implementen (por algo ganó), pero podemos y debemos protestarlas si de verdad las consideramos negativas; es nuestro derecho y responsabilidad.

Y es una responsabilidad constante, que nunca termina mientras seamos parte de la sociedad que está gobernada por personas que como sociedad elegimos.

No podemos renunciar a la sociedad donde vivimos; podemos mudarnos a otro país, pero mientras vivamos en México pertenecemos a esta sociedad, que es gobernada por los ganadores de nuestros procesos políticos. No votar es querer tapar el sol con un dedo, o hacer como los niños y taparnos los oídos mientras gritamos “¡no oigo, no oigo, soy de palo!”, mientras las políticas que nos afectan a nosotros (y al resto del país) siguen siendo implementadas por aquellos que ganaron las últimas elecciones. Y mientras seguimos pagando impuestos.

Y también hay que entender que salir a votar y que ganen aquellos por los que votamos no soluciona por sí mismo absolutamente nada; es sólo el primer paso de un proceso (lento y aburrido). No se van a solucionar de un día para otro todos nuestros problemas ni se va a acabar el mundo. Pero entre más participemos como ciudadanos (votando, movilizándonos y entrándole al servicio público), la probabilidad de que las cosas mejoren más rápido es más alta; mientras que si dejamos que otros más decidan por nostros, la probabilidad de que las cosas empeoren más rápido aumenta.

Así que el 1° de julio (y en todas las eleccionas que sigan mientras vivamos) hay que salir a votar, por aquellos candidatos que creamos van a ser menos incompetentes, con menos probabilidad de querer robarse el dinero y de preferencia que no sean retrasados mentales; bajo esas tres métricas, siempre habrá algún candidato que le gane a los otros. Esto no quiere decir que nos tenga que gustar la opción que tomemos.

Pero tenemos que tomarla.

En la próxima entrada espero ya comenzar a hablar acerca de las políticas que me parece nuestros gobiernos deben seguir, pero le advierto a mis lectores regulares que no habrá ninguna sorpresa en ello; he sido bastante consistente con mi forma de pensar desde que empecé a participar en política siendo adolescente.

2 comentarios sobre “2018: La única forma de fortalecer la democracia es participando en ella

  1. Carajo tocayo, dejo de leerte un par de años y cuando regreso encuentro aquí -palabras más, palabras menos- mis propias conclusiones. Pero, ¿que pasó con los comentarios? Era otra sección nutrida por aquí.

    1. > Pero, ¿que pasó con los comentarios? Era otra sección nutrida por aquí.

      Estoy muy ocupado y escribo poco, entonces supongo que ha bajado mi número de lectores.

      Pero más que eso, al parecer sencillamente se está formando un consenso nacional de que, para bien o para mal, el Peje es en el peor de los casos el menos malo de los candidatos; y como lo que digo creo que en gran medida es una colección de cosas de sentido común, no mucha gente ve la necesidad de decir: “sí, sí es cierto”.

      Claro que nunca falta la gente necia; lo bueno es que creo que está vez si es minoría (aunque incluye sectores muy poderosos).

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