Estúpidos Q-tips

Hace poco más de una semana, me estaba bañando sin hacerle daño a nadie, cuando me entró agua en el oído. Eso es más o menos común: me lavo bien las orejas, al fin y al cabo. Lo que ocurrió fuera de lo común fue que el agua no quería salir.

En el pueblo de mi papá (ubicado cerca de la costa de Guerrero), el remedio común a este problema es orinarse en la oreja. Bueno, no realmente orinarse en la oreja, sino echarse orina en el óido. No, agua caliente no funciona; al parecer tiene que ver conque la orina contiene amonia.

Por supuesto, mi perspectiva citadina es que en el pueblo de mi papá son unos salvajes, y entonces procedí a hacer lo más civilizado que se me ocurrió: meterme un Q-tip en la oreja y estarle meneando hasta que el agua se absorbiera.

Lo que ocurrió fue: 1. el agua no se absorbió, y 2. me causé una infección en la oreja. Creo que orinarme en la oreja, por salvaje que suene, hubiera sido mucho más sensato.

Hago la distinción de que me causé una infección en la oreja, no en el oído. Nunca me he infectado el oído, pero por lo que he escuchado puede ser terriblemente doloroso y con problemas de escucha para toda la vida.

Al cabo de casi una semana con distintos tipos de dolores en mi oreja, Isabel por fin me arrastró a ver a un doctor en Canadá. La experiencia me resultó muy similar a ir al ISSSTE cuando era chiquito (lo hice decenas de veces): uno va, da su nombre, y se sienta a esperar. Y espera, espera, espera y espera, y luego lo ve a uno un doctor diez minutos, y lo manda para fuera con una receta.

La única diferencia es que en Canadá me cobraron cincuenta dólares, y también las medicinas (otros cincuenta dólares), cuando en México (cuando era niño) era gratis. En defensa de los canadienses, si tuviera mi tarjeta médica (el equivalente a la tarjeta del ISSSTE, supongo), me hubiera salido gratis.

La doctora que me atendió me metió un foquito en la oreja, y me dijo: “sí, tienes el canal infectado”. Yo tuve la genial idea de preguntarle cómo sabía que no estaba infectado “más hondo”, y ella, mirándome como un pendejo, me dijo que con el foquito también veía “más hondo”.

Así que me recetó unas gotitas (sí, costaron cincuenta dólares las chingadas gotitas), y me mandó para fuera.

Ahora sólo espero que mi seguro médico (que me obligan a comprar en México siempre antes de salir al extranjero) me pague el chiste.

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