El collar de Tigger

Hace como seis años, cuando Tigger llevaba ya unos meses viviendo en mi casa, le compré un collar.

En esa foto pueden ver el collar; lo que no se ve es su placa, donde dice su nombre (“Tigger”), y donde atrás está mi nombre, la dirección de la casa y el número de teléfono por si algún día se pierde. Afortunadamente, nunca se ha perdido.

Recuerdo que llegué de la veterinaria con el collar, y Tigger estaba durmiendo en el sofá. Me acerqué, le puse el collar, y creo que el huevón del gato ni se despertó. Cuando por fin se despertó, no parecía importarle el collar, y jamás se quejó de él o trató de quitárselo.

Ayer, por alguna razón (se aflojó, o Tigger se rascó o vayan a saber qué), se le cayó el collar. Lo más interesante del caso fue la reacción del gato; se puso a lamer el collar y a mirarme como lo hace cuando tiene hambre. Yo tomé el collar, y se lo volví a poner. El gato no se movió nada mientras le ponía el collar, y cuando terminé saltó del sofá y se puso a caminar con esos pasos como brinquitos que yo he terminado por asociar a cuando está contento.

Por supuesto puede ser mi imaginación; pero juro que parecía como si al gato lo pusiera triste que se le hubiera caído el collar, y contento que se lo pusiera de nuevo.

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