Luces de la Ciudad

Ayer fui a la Plaza a ver si ya tenían discos duros S-ATA 2 de 160 Gb. No había; así que fui a caminar un poco por el Centro. Pasé al Gandhi en frente del Palacio de Bellas Artes y compré Hijos de Dune; así tradujeron el título de Children of Dune, el tercer libro de la serie escrito por Frank Herbert.

Cuando leí los dos primeros, hace un par de años, los otros eran medio inconseguibles aquí en México. Al menos yo no había podido encontrarlos (y de verdad busqué).

De Gandhi me pasé al Sanborn’s de al lado, donde me tomé un café y un helado, mientras leía la novela. Estaba haciendo tiempo más que nada. A las 7:20 me salí y tomé el metro a Chabacano, donde recogí a Ana Laura. De ahí fuimos a Bellas Artes, donde descubrimos que no se pueden tomar fotos del palacio con tripié. Normales sí, pero con tripié no.

A la próxima, desarmo más rápido el tripié.

Fuimos a la Torre Latino, y ahí aparentemente sí se puede usar tripié (si la cámara no es “profesional”… no me termina de quedar claro por qué). Estuvimos viendo la ciudad, mientras le explicaba qué había en cada zona (poniente, sur, oriente, norte) y cuáles eran los rascacielos más significativos.

Que en la ciudad no son muchos; tienden a caerse en los temblores.

Hay pocas cosas que me gusten tanto como la Ciudad de México. Para mí es un ente vivo; la quiero, la conozco, la respeto. De repente me hace enojar; pero siempre consigue que la perdone.

Cuando hablo de la ciudad, mucha gente no me entiende. Me dicen que no pueden entender cómo me gusta tanto con el smog, el tráfico, la inseguridad. Algunos incluso mencionan a su gente como un factor para no querer a la ciudad.

Yo no niego ninguno de los problemas de la ciudad; tiene muchos. Pero sí creo que se exagera: por ejemplo, mucha gente cree que esta ciudad es la más insegura de México, e incluso de Latinoamérica. Y es que hay razones para creer tales burradas: muchos son los que atacan injustamente a mi Vieja Ciudad de Hierro. Si uno no se informa, puede llegar a creer cualquier cantidad de pendejadas.

Pero lo que en general aún menos entienden muchos, es que lo que más quiero de esta ciudad es a su gente. Yo estoy convencido de que la gran mayoría de los habitantes de esta inmensa ciudad la quieren tanto como yo; y probablemente por las mismas razones. Sí hay mucha gente que se queja; no hablo de las críticas constructivas que hacemos los que de verdad queremos a la ciudad… hablo de las quejas estridentes de quienes viven aquí sin apreciar lo que tienen. Son muchos; pero estoy también convencido de que son una minoría absoluta. Muy gritona, pero minoría al fin y al cabo.

A todos esos les tengo un consejo bien sencillo: lléguenle. Serán más felices si se van (si tanto desprecian a esta ciudad); y créannos, el resto de nosotros lo seremos aún más.

La gente que queremos a esta ciudad somos poseedores de un secreto milenario, que a veces se nos olvida porque caminamos sobre él todos los días: en la Ciudad de México, el cielo está en el suelo, y caminamos entre las estrellas.

El cielo en el suelo

El cielo en el suelo

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