A España cinco años después

Una vez más estoy en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México esperando abordar mi vuelo. Tengo un congreso en Salamanca y una estancia de investigación en Barcelona; regreso el 25 de septiembre. Este fin de semana aprovecharé para visitar a mi cuate Eddie en Wisconsin, y el próximo a Fred y Anna en Colonia, Alemania.

Este viaje es significativo por varias razones, sobre las cuales elaboraré a lo largo del mismo; ahorita sólo comentaré que el proceso para planificarlo fue radicalmente distinto a mi viaje a Grecia el año pasado. Mientras a Atenas viajé de forma apresurada y ligeramente atolondrada, este viaje que empieza hoy lo planeé con bastante tiempo de anticipación, y con mucho más cuidado.

Ya tengo los boletos de avión y autobús de todas las paradas (el tren sencillamente no me convenía), mis hoteles reservados, mis cuates saben dónde y cuándo llegaré y ya planeamos casi todo, etc. También, para variar, llevo mi ponencia terminada (aún me falta afinar algunos detalles de uno de los programas que ejecutaré durante la presentación), y algunos contactos que me pasaron en Salamanca, donde nunca he estado.

Mi primer pasaporte expiraba en enero del año que viene, así que durante este viaje habría tenido menos de seis meses de vigencia, y resulta que así no se puede viajar. Lo renové, lo que causa que ande cargando mi nuevo pasaporte y el viejo invalidado, porque ahí va mi visa gringa. Ya que andaba en trámites renové mi credencial de elector, y tengo mi cita (hasta noviembre) para sacar mi cédula de doctor. También ya tengo mi título de doctor, lo cual es una historia para otro día.

Va a ser un viaje pesado, al menos al inicio; toco siete ciudades en dos continentes y tres países antes de regresar a México, pero la última semana estaré nada más en Barcelona, así que me dará tiempo de relajarme, espero.

Toda la planeación del viaje junto con el inicio de semestre en Ciencias causaron que estuviera bastante estresado estas últimas semanas, así que ahora que estoy por abordar el avión pienso sencillamente descansar y disfrutar el viaje.

Nos vemos del otro lado.

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Que veinte años no es nada

En agosto de 1996 comencé a tomar clases en la Facultad de Ciencias.

Me parece que había ido un par de veces antes a la misma; la primera vez a recoger mi tira de materias, y la segunda a la bienvenida y examen médico. Me parece, recalco, porque como ocurrió hace veinte años la verdad no recuerdo todo con certeza.

Como sea, en agosto comencé a ir diario a tomar clase y percatarme de que, aunque hacía mucho había notado que yo nunca era de los mejores en casi nada académico, en Ciencias se multiplicaba exponencialmente el asunto. Los primeros meses sí consistieron en básicamente comenzar a entender la magnitud de mi ignorancia y estupidez en un rango bastante amplio de temas.

En esos primeros meses del semestre 1997-1, hace veinte años, no sabía (no había forma de que pudiera saberlo) de que la Facultad de Ciencias iba a definir muchos aspectos de lo que me caracterizan hoy en día como persona. Mucho menos iba saber (aunque sin duda alguna lo comencé a desear casi de inmediato) que iba a terminar trabajando aquí como profesor de tiempo completo.

El mundo, el país, la Ciudad de México, la Universidad, la Facultad y yo mismo hemos cambiado radicalmente en estos veinte años. El PRI aún llevaba setenta años ininterrumpidos gobernando; todavía no podíamos elegir a nuestros gobernantes en el aún existente Distrito Federal; muchos no nos imaginábamos que un asalto a la gratuidad de la UNAM venía en marcha; el edificio del Tlahuizcalpan de la Facultad estaba en construcción (y así seguiría por toda mi estadía como estudiante en la carrera); y casi ningún estudiante contaba con teléfono celular (mucho menos laptop), y faltaba todavía mucho para que esos teléfonos celulares reprodujeran música y video y pudieran acceder datos en Internet casi en cualquier lugar. Era otro mundo.

Y sin embargo muchas cosas permanecen iguales, o casi sin cambios; los pasillos que a partir del lunes recorreré para impartir clases en el semestre 2017-1 son básicamente los mismos que recorrí hace veinte años en el semestre 1997-1 para tomar (en algunos casos) esas mismas clases. Los estudiantes, como cuerpo estudiantil, no han cambiado tanto realmente (aunque sin duda yo los veo cada vez más jóvenes). Y los profesores tampoco; sólo ahora varios de los que éramos estudiantes nos pasamos al lado oscuro.

Aún no es técnicamente cierto que he pasado más de la mitad de mi vida en la Facultad de Ciencias. Después de titularme trabajé varios años en la industria, y aunque durante una parte del posgrado estuve dando clases, también hubo periodos largos durante los cuales ni siquiera puse un pie en la Facultad. Pero es la institución con la que he estado asociado más tiempo en mi vida, por mucho; la UNAM también, por supuesto, pero mi permanencia en la UNAM es básicamente la Facultad de Ciencias y unos cuantos años salteados en distintas partes de la Universidad Nacional.

Todavía le tengo (y siempre le tendré) un gran cariño al CCH Sur, pero la verdad no afectó en mucho mi vida, y los recuerdos que tengo del mismo (por más agradables que sean muchos de ellos) cada vez pierden más el brillo y la claridad; hace años que no voy de visita. A su vez el posgrado siempre fue más bien como un escalón, un simple periodo de transición, y los últimos años del mismo ni siquiera estuve físicamente en la UNAM la mayor parte del tiempo.

En cambio la Facultad de Ciencias, de una forma u otra, siempre estuvo ahí, y varios de los momentos que viví (que, como digo arriba, me definieron) los recuerdo con una claridad y nitidez asombrosa. Tal vez por el simple hecho de que sigo recorriendo esos mismos pasillos y salones.

Por estos días (no recuerdo la fecha exacta) se cumplen veinte años de que comencé a tomar clases en la Facultad de Ciencias. Espero al menos poder pasar otros veinte siendo profesor aquí.

Y creo que no me molesta la idea de pasar otros cuarenta.

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Otra vez, 450 mililitros de sangre

Una vez más, de nuevo, otra vez, doné sangre.

Ha llegado el punto en que donar sangre se ha vuelto una de las cosas que sencillamente hago. ¿Qué hace Canek? Da clases, programa y dona sangre porque nunca le dio hepatitis.

Como soy O negativo, eso me convierte en donador universal; alrededor del 7% de la población lo es. Supongo que es de las pocas cosas que inequívocamente puedo decir que me hacen “especial”. Claro que tiene la desventaja de que, si algún día necesito una transfusión, sólo puedo recibir el tipo O negativo; así que espero que no me pase nada que requiera una transfusión.

Creo que no está haciendo mucho sentido lo que escribo. Tal vez debería dejar de tratar de escribir cada vez que dono sangre.

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Al maestro con cariño

La semana pasada califiqué y cerré los grupos que impartí el semestre anterior. Que un grupo se “cierre” quiere decir que, después de poner las calificaciones, el profesor decide que ya no hará modificaciones y que el listado puede irse a la Dirección General de Administración Escolar (DGAE); la semana que entra firmaré (electrónicamente) las actas de ambos grupos, y una vez hecho eso definitivamente ya no habrá forma de que afecte a ninguno de los que fueron mis alumnos (a menos que vuelvan a inscribirse conmigo en otro curso, claro está).

Sin embargo en los hechos jamás he modificado una calificación después de cerrar un grupo y antes de firmar las actas, así que consideraré que en este instante no tengo relación académica formal con ningún estudiante, porque me siento más cómodo escribiendo de lo que quiero escribir si así es el caso, y he esperado literalmente años para poder hacerlo. Mañana empieza el propedéutico de la carrera de Ciencias de la Computación, y en dos semanas empiezan los cursos propiamente, y entonces tendría que esperar otros seis meses (en enero) a estar en una situación similar.

Como menciono arriba, he esperado años para escribir de esto, porque el hecho específico que me motivó a hacerlo ocurrió hace años, y justo quería dejar que transcurriera un tiempo significativo antes de plasmarlo en el blog (para evitar que ni siquiera se pudiera intuir a qué estudiantes me estaba refiriendo). Entonces sí quiero dejar claro que lo que me inspiró para escribir esta entrada no tiene necesariamente nada que ver con ningún ex-estudiante mío del semestre pasado, ni el anterior a ese, ni el anterior al anterior, etcétera por varios años. Dicho sea eso, mucho de lo que voy a relatar se repite casi sin falla en la mayor parte de los semestres, y probablemente continúe repitiéndose hasta que deje de dar clases en el ocaso de mi vida.

Desde que empecé a impartir clases como profesor en 2005, en casi todos los cursos que me han tocado, existe una muchacha en el grupo que se enamora de mí. A veces más de una (y a veces también muchachos, por supuesto, pero la verdad eso nunca ha sido problema para mí).

Me encantaría poder decir que esto ocurre porque soy guapo, inteligente, simpático y en pocas palabras irresistible… pero no puedo porque sencillamente es falso. Quiero decir, no soy Quasimodo ni retrasado mental (aunque sí soy bastante insoportable); pero estas muchachas que se enamoran de mí, realmente no se enamoran de ; yo como ser humano no tengo casi nada que ver en el asunto.

Se enamoran del profesor. Y (desafortunadamente para mi ego) la diferencia sí importa.

Me parece que esto le ocurre básicamente a todos los profesores universitarios en el mundo, hombres y mujeres; aunque por razones culturales es más pronunciado que sea una muchacha la que se enamore de un profesor. La inversión de géneros sin duda alguna también ocurre (oh, yo lo sé muy bien), pero sí es una situación más atenuada. Las estudiantes de por sí ven al profesor como una figura de autoridad, alguien a quien admirar, y que estos sentimientos de admiración crezcan o se transformen en algo más profundo es perfectamente natural.

Ahora, siendo profesor nunca he andado con una alumna mía, ni lo haré: en lo personal me parece éticamente cuestionable (aunque hay un montón de profesores que no tienen ningún problema en coquetear y andar con sus alumnas). Entonces trato de mantener mi distancia con mis estudiantes, al grado de a veces parecer excesivamente seco, y creo que me ha funcionado bastante bien; pero la verdad es que en la mayor parte de los casos es bastante sencillo. La enorme mayoría de las muchachas que se llegan a enamorar de mí mientras les doy clases no hacen nada al respecto, excepto tal vez echarme ojitos pizpiretos y de vez en cuando suspirar profundamente. Con estas muchachas no tengo nada de qué preocuparme normalmente.

De vez en cuando aparece una estudiante que sí intenta hacer algo más para llamar mi atención, pero hago énfasis en que suelo impartir cursos en el primer año de la carrera; entonces estamos hablando de muchachas menores a veinte años. Para mi fortuna, a esa edad casi todos los seres humanos son increíblemente torpes para coquetear (y para casi todo lo demás), entonces tampoco me preocupo demasiado.

Lo difícil, y que por suerte ocurre muy raramente, es cuando una muchacha de 18 años bonita, simpática e inteligente se enamora de mí, y además resulta que es bastante hábil para coquetear (que fue el hecho que me inspiró a escribir esto). No porque yo vaya a “caer” en la tentación; confío plenamente en mi capacidad de, en el peor de los casos, ponerme firme y rechazarla de manera tajante.

Pero que sea capaz de hacerlo no quiere decir que sea fácil, ni que una parte de mi cerebro no se diga “maldita sea, ¿por qué no tengo quince años menos?”

Las primeras veces que una estudiante se enamoró de mí sí me sacó mucho de onda; a estas alturas ya es parte de la rutina de dar clases. Es simpático y algo tierno, y de hecho puedo utilizarlo para motivarme a dar mejores cursos y ser mejor profesor. Pero cuando es una muchacha con la que, si no fuera mi estudiante y yo fuera al menos diez años menor, sí pudiera visualizarme andando con ella, es cuando se pone difícil la situación.

Por suerte, repito, ocurre muy raramente. Pero cuando ocurre, generalmente lo noto a la tercera o cuarta semana de clases; entro al salón, comienzo mi clase, y está enfrente mío una muchacha, arreglada primorosamente, y mirándome fija y lascivamente.

Y yo sólo puedo suspirar dentro de mi cabeza y decirme “rayos, va a ser uno de esos semestres”.

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Treinta y nueve

Hoy cumplí treinta y nueve años. Lo cual significa, por supuesto, que comienzo el último año de mi vida en los treintas.

Y me encanta la idea.

Jamás he mirado hacia el pasado con nostalgia y deseando poder volver a él; en general en todos los momentos de mi vida me he sentido que me la estoy pasando muy bien, e incluso cuando de hecho me la estoy pasando mal (que nunca es mal mal de verdad; soy inmensamente privilegiado), nunca he sentido “quiero volver a como eran las cosas”, siempre ha sido más bien “quiero que este mal periodo termine”. Siempre quiero llegar al siguiente nivel.

Aunado al hecho de ser un optimista empedernido, estoy convencido de que mis cuarentas serán espectaculares, y no sé por qué desde hace años tengo la sensación de que mis cincuentas serán la mejor década de mi vida. Así que no temo ni me preocupa el futuro; todo lo contrario, lo abrazo con gusto y disfruto cada momento que me toca vivir en esta maravillosa si bien perfectamente ordinaria vida que me he formado y me ha tocado.

El año pasado fue increíble para mí; ha sido el periodo más productivo y satisfactorio de mi vida profesional (tanto dentro como fuera de la academia), adquirí varias cosas materiales sin las cuales podría vivir sin ningún problema pero que qué chido es tener (por fin mi compré mi PlayStation 4, si bien no tengo idea de cuándo podré jugarlo con calma), y también fue un año donde (por razones que no he publicado en el blog) me parece que crecí mucho como persona y descubrí muchas cosas de mí que de alguna manera siempre había sabido, pero que nunca había sido realmente consciente de ellas. La mayor parte buenas; pero incluso descubrir las malas fue algo positivo, porque me ha permitido trabajar en ellas.

No puedo dejar de mencionar que estoy perfectamente consciente de que, por más que en general lo haya estado disfrutando, este año de mi vida fue enormemente solitario y que ya llevo, tal vez, demasiado tiempo solo. Pero lo cierto es que me ha permitido tener tiempo (y dinero, no nos olvidemos del dinero) para mí, concentrarme en mi vida académica y profesional, y por último (pero no menos importante) estar cómodo y contento yo solito conmigo mismo sin nadie más. Creo que mi año 38 fue el año de mi vida donde mejor me sentí conmigo mismo, y sin ninguna angustia de sentir que tenía que salir y buscar a alguien nada más para no estar solo. Por experiencia propia y ajena, creo que sentirse angustiado de estar solo es la peor razón para comenzar una relación seria.

Contrario a años anteriores, tengo bastante certeza de qué ocurrirá con mi vida en mi último año de los treinta… al menos profesionalmente; me obligan a escribir un plan de trabajo anual, así que tengo que pensar en eso con anticipación. En el aspecto personal, la verdad no sé… pero ¿quién lo sabe?

Y eso es lo que lo hace divertido.

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Un año con el alma vendida al diablo

He tenido una carga de trabajo tan brutal que, entre otras cosas, se me pasó conmemorar un año de que compré mi querido Mini Cooper.

Básicamente me gustaría enumerar las desventajas y ventajas que le he visto a tener un Mini Cooper este año, en comparación con el Tsurito que utilicé durante más de diez años. Así que primero las desventajas:

  • Si le pasa cualquier cosa, las refacciones pueden ser una pesadilla, porque en muchos casos las traen de Alemania…
  • …y sale carísima la reparación.
  • El consumo de gasolina es como siete veces el del Tsurito.
  • Mientras que mi Tsurito a veces me bajaba de él mientras se seguía moviendo, y nada más le decía: “ahí te cuidas”, mi Mini Cooper me genera cierta angustia cada vez que lo estaciono. A estas alturas lo he dejado en valet parking unas cuatro o cinco veces, porque trato de evitarlo.
  • No puedo pasarle corriente (porque puedo quemar la computadora interna, o al menos eso me dijeron), y no trae llanta de repuesto (trae de estas llantas especiales que se supone uno puede seguirlas usando ponchadas), así que las únicas dos cosas que sabía hacerle a un carro (pasarle corriente y cambiarle una llanta), no las puedo hacer con mi Mini Cooper.
  • Más de dos personas no pueden viajar cómodamente en él.

Y las ventajas:

  • Es tan bonito, que a veces nada más de verlo me sube el humor.
  • Mientras otros carros tratan de tener una faz agresiva, la del Mini Cooper es como la cara de un chavo que su mamá lo acaba de descubrir masturbándose.
  • Todo el mundo parece estar de acuerdo de que yo me veo muy bien con mi Mini Cooper.
  • A todo el mundo le gusta, y las chavas no son excepción.
  • Manejarlo (con transmisión manual) es un placer casi orgásmico; especialmente en autopista.
  • Para una o dos personas, es casi lascivamente cómodo.
  • Mi celular se conecta automáticamente por Bluetooth, y saca de ahí la música.
  • ¿Ya mencioné lo bonito que está?

A un año de haber adquirido mi querido Mini, no me arrepiento en lo más mínimo de haberlo comprado. No voy a cambiar de carro en años (espero; al parecer este modelo salió bastante duradero), y cuando lo haga no sé si vuelva a comprar Mini. Pero la verdad lo he disfrutado enormemente, y espero poder seguir haciéndolo varios años más.

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Once años

Hace once años escribí la primera entrada en mi blog. Tenía 27 años, y era todavía más estúpido de lo que soy ahora.

Mi vida adulta ha transcurrido mientras escribo mi blog, excepto por la Facultad y mi carrera profesional en la Iniciativa Privada. Que podría decirse que no era adulto todavía, por más que pudiera votar.

Hay muchas cosas que no pongo en mi blog, por múltiples razones. Pero creo que su objetivo principal (mantener honesta mi memoria) en general lo ha cumplido.

El año pasado ha sido de los más interesantes de mi vida. Mucho de lo que transcurrió en él quedó plasmado en el blog; pero varias otras cosas no.

Supongo que así continuará siendo al menos durante el futuro inmediato; no me veo dejando de actualizar el blog próximamente. Pero tampoco quiero llegar al punto donde me sienta obligado a escribir entradas.

Es posible que algún día, de manera consciente, decida que es hora de cerrar el pensadero. De alguna manera poner fin a un ciclo en mi vida: hasta aquí, ni una entrada más.

Pero también es posible que continúe con esto hasta que literalmente cuelgue los tenis. No lo sé.

Por primera vez en mi vida comienzo a pensar en estas cosas. Tal vez es sólo que me estoy volviendo viejo.

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El pago

Hace poco más de tres meses escribí que por fin había firmado mi contrato como profesor de tiempo completo de la Facultad de Ciencias de la UNAM. Hoy por fin me pagaron.

Aunque firmé en octubre, mi contrato comenzó desde agosto. Y, por situaciones administrativas en las que no quiero elaborar, de hecho yo comencé a trabajar en la UNAM en mayo.

Eso significa que tardaron ocho meses y medio en comenzar a pagarme. Lo cual, lamentablemente, no es tan descabellado para la Universidad Nacional Autónoma de México.

Cuando comencé a dar clases como ayudante de laboratorio, literalmente el siglo pasado, lo común era dar clases y recibir un pago único al siguiente semestre. Esto fue mejorando a lo largo de los años; hoy en día los muchachos que comienzan a dar ayudantía en agosto suelen recibir su primer cheque en octubre o a más tardar septiembre.

Yo regresé al esquema del siglo pasado, al parecer por la situación particular de mi caso; yo recibí pagos ininterrumpidos por parte de la UNAM desde 2013 como profesor de asignatura, y paradójicamente al parecer eso causó que mi pago como profesor de tiempo completo se retrasara más de lo “normal”. Y también significa que, a partir de cierto momento, la UNAM comenzará a descontarme de mis cheques todos los pagos que me hizo como profesor de asignatura de agosto hasta diciembre.

Mi querida UNAM; enorme y burocrática como siempre.

Me enteré de que había ganado mi plaza más o menos por abril de 2015, pero hasta hoy siento que por fin se está normalizando mi situación. Firmar mi contrato fue un paso importante; pero recibir mi pago por el trabajo realizado es, desde cualquier punto de vista que se quiera ver, algo mucho más concreto que firmar un papelito. Especialmente si dicho papelito se ve igualito a los tristes contratos que he firmado semestre a semestre desde 1998 que comencé a dar clase (nada más que ahora decía “Profesor de Tiempo Completo”).

La firma en el papelito

La firma en el papelito

Así que ya estoy trabajando en dos chambas que me pagan más que decentemente. La buena noticia es que a partir de este momento (bueno, nada más pague las deudas en las que incurrí durante los ocho meses y medio que sólo recibí mi salario de profesor de asignatura) básicamente ya no tengo que preocuparme de cosas materiales.

La mala es que, de nuevo, no tengo mucho tiempo libre. De hecho casi no tengo tiempo libre.

Así es complicado andar buscando esposa.

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Feliz año nuevo 2016

Como ha sido desde hace diez años, les deseo un muy feliz año nuevo a todos mis lectores. Gracias por leerme y, si aplica, por dejarme comentarios.

Aunque el país está en un hoyo cada vez más profundo, para mí en lo personal durante el año pasado se cumplieron varias metas de mi vida de manera más que satisfactoria. Me gustaría decir que fueron todas, pero hasta alguien tan afortunado como yo no le puede salir todo bien. De cualquier manera no me quejo.

A ver si durante este año que empieza hoy cumplo el resto de las metas faltantes.

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La llegada

Regresar a la Ciudad el 25 de diciembre a medio día fue mucho más fácil que salir de ella dos días antes. De caseta a caseta hice menos de una hora, y de hecho para motivos prácticos no había nada de tráfico en la Ciudad (pero sí una cola muy larga para salir de ella).

Estuvo divertida la celebración, aunque me sigue sin quedar claro exactamente qué celebramos, porque técnicamente mi familia nunca ha celebrado la navidad; sería medio contradictorio dado que básicamente ponemos en duda la existencia del festejado.

La celebración importante en mi familia por estas fechas siempre ha sido el año nuevo, y ése sí lo espero con ganas; tampoco me queda claro por qué le damos tanta importancia a que nuestra canica azul le dé otra vuelta al sol, pero es buen motivo para juntarse y celebrar.

Felices fiestas a mis lectores, por si acaso creen en algo; y con más ganas si de hecho no lo hacen.

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El trabajo de Canek: Epílogo

No he comentado mucho de mi vida en la Facultad de Ciencias. Del café que suelo tomarme alrededor de las 11; de que los baños de la planta baja (que son los que me tocan) los lavan a veces cuatro veces al día; de que no sabía pedir llave del baño de profesores y que resultó ser trivial; de la sala de profesores donde caliento mi comida; de que en la entrada del Departamento de Matemáticas hay un punto de acceso inalámbrico sin clave, y que entonces un montón de estudiantes van a sentarse en el piso para usar la red…

Tampoco he hablado de los trámites administrativos y de los beneficios que da ser profesor de tiempo completo. O de que algunos trabajadores administrativos, que me conocen desde que soy estudiante, ahora me dicen profesor y me hablan de usted.

Hay un montón de cosas, muchas de ellas que se van volviendo rutina, y otras que son sencillamente acostumbrarme a algo nuevo… de todo eso no voy a hablar hoy. Voy a hablar de lo que hice al siguiente fin de semana que firmé mi contrato.

Fui a darle gracias a la virgen.

Como ya lo he explicado antes, soy ateo, pero me considero guadalupano. No voy a elaborar en eso; la entrada que ligo me parece lo explica bien. Lo que sí es que sí sentía la necesidad de dar gracias por haber conseguido mi plaza; y realmente a lo único que le debo un agradecimiento es al sistema de educación pública en México, que de alguna manera se traduce en el país entero (porque es el que lo financia). Y pues la virgencita de alguna manera simboliza eso, así que…

Fui a la Basílica ese sábado y di gracias. No a la virgencita en sí misma (que no creo en su existencia), ni mucho menos a dios (que tampoco creo en su existencia). Sólo di gracias, de manera ligeramente torpe, a este símbolo que (le guste a mucha gente o no) millones de mexicanos visualizan de alguna manera como la encarnación de México mismo.

Llegué hacia el final de la misa, cuando por alguna razón todo mundo se saluda. También había una peregrinación de egresados del Politécnico, y el cura resultó que también era del Politécnico, así que por supuesto al terminar la misa se pusieron a gritar un huélum. Yo me quedé un rato mientras se vaciaba la nave, mirando al lienzo de la virgen (que no es el original, porque antes tenía corona), y pensando en la sucesión de eventos que llevaron a que consiguiera mi plaza en la UNAM.

También pedí por dos cosas, sabiendo que bien podría habérselas pedido a una piedra (y obteniendo los mismos resultados), porque ¿qué es lo peor que podía ocurrir? Una de ellas de hecho se cumplió, así que me doy por bien servido.

Me gustaría decir que esto tuvo algún significado espiritual para mí, pero la verdad, como la virgencita misma, sólo fue un acto simbólico que sentí debía llevar a cabo. No sé si lo vuelva a hacer alguna vez en la vida.

Pero si algo lo ameritaba, sin duda alguna era esto.

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El trabajo de Canek: La Universidad Nacional Autónoma de México

Mi trabajo ideal, del cual firmé mi contrato hace poco más de un mes, es por supuesto como Profesor de Carrera Asociado C de Tiempo Completo en el Departamento de Matemáticas de la Facultad de Ciencias en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Universidad Nacional Autónoma de México

Universidad Nacional Autónoma de México

ただいま。

De verdad me encantaría poder decir que cuando salió la convocatoria para la plaza (de hecho salió una convocatoria para doce plazas, cosa que no había ocurrido en décadas en la Facultad), y que yo metí papeles para la misma, que todos los profesores de Ciencias de la Computación (la mayor parte de los cuales me dio clases siendo yo estudiante) inmediatamente reconocieron que yo era el mejor candidato para ocupar dicha plaza.

Eso no fue lo que ocurrió. Es por ello que aunque la convocatoria se publicó en julio de 2014, yo no recibí mi cubículo sino hasta finales de abril de este año. La demora para que firmara mi contrato se dio por el monstruo burocrático que es la UNAM; y sinceramente no me extrañó, conociéndola.

(Por cierto; dato interesante de mi cubículo. Cuando era ayudante en mi carrera poco después de la huelga, nos tenían amontonados en el cubículo 031 del Departamento de Matemáticas; siendo como soy, yo básicamente tomé posesión del 031 y ahí medio viví durante un par de años. Hace poco, y porque el Departamento de Matemáticas necesitaba espacio para acomodar a los nuevos profesores contratados, decidieron tomar los cubículos 030 y 031 que eran grandes, y crear tres nuevos cubículos de tamaño normal tirando a pequeño; el 030, 031 y 032. Por esas casualidades que sólo me pasan a mí, me dieron a escoger qué cubículo quería, y cuando dijeron que el 031 estaba disponible de inmediato lo pedí. Así que me encuentro en el mismo lugar donde empecé mi vida como docente; lo cual me parece una buena señal.)

Yo obviamente supongo que algunos de mis ahora colegas actuaron de buena fé y de verdad creían que algún otro candidato tenía más méritos que yo para ocupar la plaza; pero debo dejar perfectamente claro que, por supuesto, yo estoy seguro de que era el mejor candidato. He dado clases aquí desde 1998, tengo mucha experiencia laboral en el mundo real, y además hago investigación y tengo publicaciones (e iré teniendo más; voy bastante avanzado en varias, de hecho).

La dicotomía académica en la discusión en torno a la plaza que gané giraba respecto a qué necesitaba mi carrera; si necesitaba un muy buen investigador que pudiera dar clases, o si necesitaba un muy buen profesor (especialmente de las materias obligatorias de los primeros semestres) que hiciera investigación. Desde la segunda perspectiva, de verdad casi nadie me gana.

¿Por qué es éste mi trabajo ideal? Básicamente porque es lo que he venido haciendo (con algunas interrupciones) desde hace casi veinte años, nada más que ahora bien pagado, y con los recursos (y no hablo nada más del dinero) para hacerlo aún mejor. De aquí a que muera (o me jubile) daré clases, dirigiré tesis, presentaré trabajos en congresos, publicaré artículos en revistas y libros de texto, y haré difusión de la ciencia.

Repito; lo que he venido haciendo desde hace casi veinte años que por primera vez fui ayudante de laboratorio, en agosto de 1998.

No es 100% seguro que tenga este trabajo hasta que muera; estoy contratado por un año, al final del cuál un comité evaluará si cumplí lo que me comprometí a hacer en mi plan de trabajo. Si dicho comité determina que así fue, me volverán a contratar. Después de algunos años así podré solicitar concursar para promoverme a Profesor Titular, y después de algunos años más podré solicitar concursar por mi definitividad. En otras universidades del mundo, a este tipo de posición se le llama tenure track.

(Todo esto es según mi interpretación del Estatuto del Personal Académico de la UNAM; que en verdad necesito estudiarlo con más calma.)

En cada uno de los pasos hacia mi definitividad, existe la posibilidad de que me corran. Sólo que les voy a contar un secreto: no me van a correr. Y no me van a correr porque voy a hacer mi trabajo extraordinariamente bien, porque me encanta hacerlo y soy endiabladamente bueno haciéndolo. Y si eso suena terriblemente arrogante de mi parte, lo siento mucho; siendo así es que he conseguido todo en mi vida.

La vida académica tiene muchas ventajas: no tengo ningún jefe directo (aunque en realidad debo responderle a mucha gente por muchas razones; pero con gusto tomo órdenes de estas personas); no tengo horario excepto para dar mis clases (aunque en realidad casi todos los días llego antes de las 9:00 y me voy después de las 19:00); no tengo que vestirme de ninguna manera en particular (aunque en realidad lo primero que hice cuando me pagaron fue comprar ropa); y en teoría puedo hacer lo que se me venga en gana (aunque en realidad los primeros años me tienen que aprobar mis planes de trabajo, y si no los cumplo me corren).

Estos últimos seis meses de mi vida han sido de los más intensos y felices que he tenido. He trabajado como mula (mi plan de trabajo para este primer año fue un poquito ambicioso de mi parte), pero todos los días llego a la Facultad, entro a mi cubículo, y me pongo a trabajar en las diez mil cosas que tengo que acabar, y lo hago con una sonrisa en la cara y con más ánimo que el que cualquier otra tarea me haya generado en la vida. Me detengo nada más para ir a dar clases, comer e ir al baño, y regreso de noche a mi departamento para básicamente caer como tapa de excusado sobre mi cama, aunque si puedo trato de jugar aunque sea una hora.

El salario es menor que el que podría ganar en la Iniciativa Privada o alguna institución gubernamental; pero ese es el salario base. La antigüedad lo va aumentando (y repito, he dado clases desde 1998), y hay programas de apoyo y becas para académicos que lo suben todavía más (y, por lo que tengo entendido, esos extras son libres de impuestos). Así que cada año que pasa mi salario real sólo va en aumento; y eso que no he mencionado cosas como el Sistema Nacional de Investigadores (al que solicitaré, y entraré, el año que viene) o proyectos que puedo solicitar a CONACyT.

Los que elegimos la vida académica sacrificamos muchas cosas durante muchos años (como bien suelen ponerlo los Simpsons); son años de estar ganando una miseria y estudiando y trabajando como locos, todo con la esperanza (muy lejana en la mayoría de los casos) de poder conseguir plaza en alguna universidad, y la mayor parte sencillamente no lo consigue. Y como discutí en mi entrada anterior, muchas veces los que concursan no tienen la menor culpa de no poder conseguirlo.

Yo mismo, si bien no voy a culpar únicamente a mi decisión de perseguir una vida académica, sí puedo decir que el hecho de que esté soltero y sin hijos tuvo mucho que ver con ello. Mi vida personal ha estado, figurativamente, medio puesta en pausa durante unos doce años porque no sabía qué deparaba el futuro para mí.

Ahora sí lo sé. Todavía existe la posibilidad de que me corran; pero sinceramente creo tener lo necesario no solamente para conservar mi trabajo, sino para brillar en el mismo. Para poder formar nuevos computólogos que sean excelentes programadores (y ciertamente el país necesita muchos de esos); para titular estudiantes dirigiéndoles las tesis; para generar nuevo conocimiento haciendo investigación y publicando artículos y presentándolos en congresos; y para difundir la ciencia en mi área de especialización.

Literalmente nací para esto. Se me da incluso mejor que programar (y eso ya es decir mucho), y no puedo imaginar a qué otra cosa podría dedicarme que me satisfaciera más.

Cuando me doctoré, sentí que se me quitaba un gran peso de encima, y eso obviamente me alegró; pero el hecho de doctorarme no me dio mucha felicidad que digamos. Tampoco jamás me he sentido particularmente orgulloso de que me llamen “doctor”, y de hecho aún me medio saca de onda. En cambio, el conseguir mi plaza y que me llamen, ahora sí de manera técnicamente correcta, profesor… eso sí me alegra. Mucho.

Profesor Canek Peláez de la Facultad de Ciencias en la UNAM, sin duda alguna la mejor universidad del país, y la segunda mejor de Latinoamérica (detrás de la de São Paulo en Brasil).

Eso es lo que quiero que diga mi obituario.

¿Y ahora qué sigue? Supongo que en primer lugar será destrabar la pausa figurativa en que tenía a mi vida personal; aunque antes voy a terminar este semestre, porque sí fui ligeramente ambicioso al presentar mi primer plan de trabajo, y no tengo mucho tiempo libre que digamos; menos aún porque me estoy reintegrando a trabajar en el INE de tiempo parcial.

Después, no lo sé con exactitud. Lo que sí sé es que si cumplo mi trabajo (que lo haré) tengo básicamente garantizada mi seguridad laboral; que económicamente estoy cómodo, e iré estando progresivamente más cómodo conforme pase el tiempo; y por encima de todo que me estoy dedicando a algo que me encanta hacer, y para lo que soy bastante bueno.

Cualquier otra cosa que me pudiera hacer falta en la vida se irá dando naturalmente; no tengo de qué preocuparme al respecto, y no lo haré. De lo único que tengo que preocuparme es de hacer bien mi trabajo, y de disfrutarlo mientras lo hago.

Y eso es lo que planeo hacer durante (al menos, espero) los próximos cuarenta años.

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El trabajo de Canek: La UAM

La única otra oportunidad de trabajo que tuve (que remotamente me interesara) fue en la Universidad Autónoma Metropolitana.

Universidad Autónoma Metropolitana

Universidad Autónoma Metropolitana

Debo hacer énfasis en algo que ha caracterizado mi vida académica y docente; jamás he dado clases en una institución de educación privada, y puedo decir ahora con toda certeza que jamás lo haré. Soy producto del sistema de educación pública en México, y desde mi punto de vista eso conlleva cierta lealtad al mismo; por lo tanto jamás presté ni prestaré mis servicios a una institución de educación privada. Una vez lo consideré, por razones que no vienen al caso; pero únicamente lo consideré.

Como sea; esa restricción por supuesto no aplica a universidades públicas. El Poli, la UACM, la UAM, etc. siempre estuvieron disponibles como opciones para buscar trabajo; sólo en general no lo busqué con mucha dedicación.

La única excepción, por supuesto, fue la UAM.

Mi madre ha sido profesora investigadora de la UAM por más de 20 años; fuera de la UNAM, si tengo alguna conexión con alguna otra universidad pública, es sin duda con la UAM, y con la UAM Iztapalapa en particular. Mi mamá me llevaba ahí cuando era chiquito (me descalabré en sus jardines una vez), y ha sido siempre, de manera indirecta, parte de mi vida.

Cuando me quedé sin novia, sin casa, sin dinero y sin trabjo, mi madre me empezó a sugerir que viera las convocatorias de plazas en la UAM, a ver si había alguna en la que pudiera concursar.

Como casi todas las universidades, la UAM abre cada cierto tiempo dos tipos de plazas; de tiempo completo y por asignatura, aunque en términos de la Metro les dicen concursos de oposición y de evaluación curricular. La primera convocatoria a concurso de oposición se me pasó, por güey, pero sí alcancé a meter papeles para una de evaluación curricular (en Iztapalapa, casualmente), la cual me dieron sin mucha faramalla.

Fue divertido dar clase en la UAM Iztapalapa, aunque también fue una chinga; contrario a la Facultad de Ciencias, uno como profesor no cuenta con ayudantes, lo que se traduce en tener que calificar todo uno mismo. Además, el ritmo de los trimestres es mucho más pesado que el de los “semestres” de 4 meses que tiene la UNAM. Ese primer trimestre (el 13-I, donde 13 es de 2013 e I es de “invierno”) me tocó un grupo bastante chido de Estructura de Datos (como son trimestres, sólo da tiempo de ver una), y la verdad me la pasé bastante bien.

Y hasta ahí llegó mi romance con la Metropolitana.

Al siguiente trimestre metí papeles para cinco concursos de evaluación curricular, y me rechazaron de cuatro. El quinto de hecho me confirmaron que lo gané con el trimestre dos semanas ya empezado, lo cual fue bastante grave porque de por sí son cortos los trimestres, y perder dos semanas es mucho del curso. Y para acabarla, el grupo era terriblemente apático.

Y eso fue lo menos grave.

Terminé metiendo papeles en cinco distintos concursos de oposición en la UAM, y mi récord es invicto: jamás perdí un concurso de oposición en la Universidad Autónoma Metropolitana… porque nunca me dejaron concursar.

Siempre dijeron que no cubría el perfil.

Aunque el perfil dijera que el candidato debía tener licenciatura en Ciencias de la Computación, con posgrado en Ciencias de la Computación (o afín), y experiencia enseñando a programar orientado a objetos (que a ese perfil básicamente sólo le falta mi foto), siempre decía la dictaminadora que yo no cumplía el perfil. Esto siempre me dejó un muy mal sabor de boca; puedo entender participar en un concurso de oposición y que un mejor candidato me gane: eso es entendible y tiene todo el sentido del mundo. Pero ni siquiera me dejaban concursar.

La UAM tiene una serie de reglas muy claras y precisas de cuántos “puntos” vale cada entrada en el currículum de un aspirante, y cada convocatoria dice explícitamente cuántos puntos debe cumplir un candidato para poder concursar (además de tener que cumplir el perfil). Cuando a uno lo dejan concursar, se hace una evaluación del currículum de los distintos concursantes, y (en teoría) se lleva la plaza aquel que saque más puntos. Según mis cálculos, mi puntaje era bastante alto; cada entrada curricular tiene un rango (un puntaje mínimo y máximo), entonces uno puede calcular fácilmente cuál es el puntaje total mínimo o máximo que puede obtener dado su currículum. Pero como nunca me dejaron concursar, pues nunca publicaron un cálculo de qué puntaje me correspondía, y nunca supe entonces, según la Metro, cuánto valgo.

Después de platicarlo con varias personas, en uno de los concursos sí metí recursos de inconformidad y de impugnación… que procedieron a rechazar de manera casi automática. Por fin me harté y dejé de concursar en la UAM, aunque habría de hacerlo un par de veces más cuando obtuve mi doctorado… para que me rechazaran dos veces seguidas de nuevo.

En su momento estaba bastante molesto con la UAM, pero ya con el tiempo de hecho comprendo el motivo de que jamás me dejaran particiar en un concurso de oposición. Por bueno que fuera mi currículum (y, me parece, lo es), al final del día nadie me conocía en la UAM. No sabían si era buen o mal profesor (tener experiencia de más de una década dando clases no necesariamente garantiza ser buen profesor), no sabían si era alguien en quien podían confiar o no, y no sabían si era alguien con quien mis potenciales compañeros podrían o no trabajar cómodamente. Yo era completamente ajeno a la vida académica de la UAM.

Así que entiendo que bloqueran mis intentos de concursar. Es irregular, ilegítimo y (en términos de los mismos estatutos de la UAM) ilegal, pero lo entiendo.

No nací ayer y sé cómo funcionan las cosas en las universidades… y no hablo únicamente de las universidades en México, he oído historias de terror de un montón de universidades en todo el mundo (incluyendo Estados Unidos, Canadá y Europa). Se puede discutir si es bueno o malo que las cosas funcionen como funcionan; pero el punto es que, al menos en la coyuntura actual, así funcionan en este momento. Y yo no veo que vayan a cambiar las cosas próximamente.

A casi dos años de la última vez que concursé en la Universidad Autónoma Metropolitana (y habiendo obtenido mi trabajo soñado), no le guardo ningún rencor a la Metro. Sigue siendo la universidad donde mi madre trabaja (y donde me descalabré siendo un niño), y espero poder colaborar con profesores de ahí, a nivel personal e institucional, durante el resto de mi vida.

Sólo sí me hubiera gustado que me dejaran concursar alguna vez. Aunque hubiera perdido; pero que me dejaran intentarlo.

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El error

Durante mi ya no tan corta mi vida, he cometido un montón de errores. La mayor parte han sido pequeños, me parece, otros han sido medianos, y creo sinceramente que los que puedo calificar como grandes errores los cuento con los dedos de una mano.

No me “arrepiento” de ninguno de mis errores; por principio, pero además porque son al fin y al cabo lo que me han llevado a ser lo que soy hoy; y no es por nada, pero me caigo bastante bien.

Hace poco más de un año cometí el que con casi toda certeza ha sido el peor error de mi vida. En las últimas semanas traté de repararlo, pero dichos intentos fallaron, así que sencillamente tendré que continuar mi vida con él a cuestas.

Echando a perder se aprende.

Uno va a meter la pata varias veces en la vida; eso es un hecho irrefutable. Hay que disculparse (si es necesario) y tratar de repararlo (si es posible), pero si todo eso falla no queda de otra sino asumir las pérdidas, analizar dónde nos equivocamos, y hacer todo lo posible por no volver a repetirlo. Aprender y crecer con el mismo.

La vida sigue; el sol sigue saliendo por dónde chingados sea que sale (es el oriente, ¿verdad?, el poniente es donde se pone), y hay responsabilidades que cumplir y gente que depende de uno. No hay que tratar de olvidar o ignorar el error (eso sería irresponsable), sólo aprender a vivir con él y sus consecuencias de aquí a que colguemos los tenis.

Sentirse culpable me parece estúpido (desde siempre), y deprimirse dándole vueltas al asunto improductivo. El único camino que queda es hacia adelante.

Así que sencillamente continuaré con mi vida (que por suerte en casi todos los demás aspectos me está yendo poca madre), y trataré de que este error me ayude a ser mejor persona. O al menos a no cagarla de la misma manera.

Más adelante encontraré la manera de cagarla en nuevas e ingeniosas formas, pero con suerte y algo de introspección las sabré evitar.

Y si no, sencillamente se reptirá el ciclo. Soy humano al fin y al cabo.

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El trabajo de Canek: El INE

Otra oportunidad que tuve (o tengo) de trabajo, fue el Instituto Nacional Electoral.

Instituto Nacional Electoral

Instituto Nacional Electoral

A mediados de 2013, con mi tesis de doctorado básicamente abandonada, ganando la miseria que se gana como profesor de asignatura en la UNAM, y con una novia en Guadalajara, un día me llamaron para ofrecerme un trabajo con David Romero, que en ese entonces era el director del Instituto de Matemáticas sucursal Cuernavaca.

David estaba asesorando al entonces IFE en el proceso de distritación en ese momento en curso, y de repente se le ocurrían ideas (eso pasa mucho con los matemáticos). Cuando les decía dichas ideas a los programadores que habían en el Instituto, estos lo miraban extrañados, esperando a ver cuándo empezaba a hablar en español (esto también pasa mucho con los matemáticos).

Entra Canek, que a veces hasta le entiende a los matemáticos, y que algo sabe de programación.

El trabajo en el IFE fue de los más divertidos y satisfactorios que he tenido en mi vida, y salí de ahí completamente energizado para terminar mi tesis de doctorado, cosa que hice, y terminé doctorándome en abril del año pasado.

Para agosto del 2014 los del ahora llamado INE me convocaron, que si quería volver a trabajar con ellos, y yo encantado los dije que sí. Todo el final del año pasado, y hasta finales de abril de éste, estuve trabajando con ellos, programando las ideas locas de David (y dando sugerencias yo también, que algo de modelación conozco).

Esto fue padre porque me subieron el sueldo respecto al 2013 con motivo de que ya soy doctor, y entonces durante esos meses gané bastante bien, lo que me permitió comprarme mi amado carrito.

Pero cuando empecé a trabajar en mi trabajo actual, tuve que renunciar al INE, lo cual hice de inmediato el 30 de abril de este año. Y regresé a ganar únicamente mi salario de profesor se asignatura, que literalmente no alcanza para nada.

Por suerte, en mi nuevo trabajo (y ya habiendo firmado mi contrato, que tardó meses) pude pedir permiso para regresar a trabajar con el INE de tiempo parcial; tengo derecho a hacerlo, siempre y cuando no afecte mi trabajo principal, y no exceda cierto número de horas a la semana chambeando en el INE. Eso me lo autorizaron hace una semana; con suerte entonces el INE comenzará a pagarme de nuevo pronto.

Lo cuál está bien, porque llevo meses ganando una miseria de dinero.

Como sea; espero poder apoyar a la gente del INE durante mucho tiempo. No por el dinero (aunque no me quejo); espero poder producir material para mi trabajo principal basándome en la chamba del INE, y otras cosas de las cuáles hablaré cuando explique, por fin, dónde terminé trabajando.

Pero la chamba del INE pudo haber sido a lo que me hubiera dedicado si no hubiera conseguido mi empleo actual, y me alegro de poder seguir trabajando en los dos lugares (aunque no me deja mucho tiempo libre). En el INE he conocido gente muy fregona, y se están haciendo cosas muy interesantes desde el punto de vista tecnológico. Y dado que yo no creo que podamos salir del hoyo como país excepto por la vía electoral, pues es también una forma de poner mi granito de arena.

Sólo quedan dos entradas en esta serie: un trabajo más que al final no se dio, y concluiré por fin explicando cuál es mi trabajo actual (y que seguirá siéndolo el resto de mi vida, espero).

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Una vez más, 450 mililitros de sangre

Ayer fui a donar sangre una vez más. Hacía rato que no lo hacía.

La experiencia fue una repetición de lo de siempre; llegué como a las 10:00 al Siglo XXI, me tomaron la presión, me pesaron y midieron, me hicieron preguntas perturbadoras, y me sacaron sangre.

Me dejó sintiéndome como viejito el resto del día; hace que me pregunte durante cuántos años más podré donar sangre.

Según mis cuentas, he donado sangre más de diez veces en mi vida; es posible que más. Dado que no he tenido ninguna enfermedad que lo impida, que soy relativamente sano y fuerte, y que mi estilo de vida (dícese, aburrido) hace que mi sangre sea segura, me lo piden bastante, y generalmente lo hago.

Pero supongo que eventualmente ya no podré hacerlo. Bueno, seguro no podré hacerlo cuando me muera; me refiero a si llegará un punto en el que médicamente no sea buena idea donar sangre, aunque siga vivo.

Algo para pensar hacia adelante.

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El trabajo de Canek: Google

Como comentaba en la última entrada de esta serie, a mediados de mi doctorado dejé de tener ofertas de trabajo de la Iniciativa Privada en México (como que por fin entendieron que no me interesaba). Sin embargo, hacia finales de mi doctorado, comencé a tener ofertas de trabajo de una empresa gringa, de la cual tal vez hayan oído hablar.

Google

Google

Hecho curioso; Google no me contactó por mis logros académicos, sino únicamente por mi humilde perfil en GitHub. Eso sí, cuando les dije que estaba a punto de doctorarme, la idea les encantó.

Cuando Google me contactó por primera vez, me dijeron que la oferta era para las oficinas que tienen en Irlanda, no el Googleplex en California. Lo consideré seriamente.

Avancé bastante en las entrevistas telefónicas, pero al final decidieron no llamarme a Irlanda porque lo que estaban buscando era un administrador de sistemas, no un programador (en la parte de programación me dijeron que había sido de los que mejor había hecho la entrevista). Yo hice algo de administración de sistemas, pero realmente nunca fue mi área de especialización.

La segunda vez que me llamaron, estaba trabajando en el INE ganando bastante bien, y con probabilidades de conseguir mi actual trabajo, así que les dije que no gracias.

La tercera vez ya había conseguido mi trabajo ideal, aunque no había firmado contrato (y pasarían meses antes de que lo firmara). Les dije que no una última vez.

Antes de conseguir mi trabajo, Google era la única empresa extranjera en la que hubiera estado dispuesto a trabajar. Apple me cae mal, y Microsoft peor; y las demás (Oracle por ejemplo) no me llaman la atención. Si Amazon me hubiera hecho una oferta tal vez lo habría pensado, pero lo más seguro es que al final hubiera dicho que no.

Google hace cosas interesantes, tiene un montón de doctores (gente con doctorados, no médicos) trabajando para ellos, y la cultura empresarial suena interesante. Además de que si no conseguía el trabajo que al final conseguí (aunado a otras situaciones personales), sí hubiera estado en ánimos de mandar todo al carajo e ir a enclaustrarme a Dublín.

Como sea, no fue lo que ocurrió. Después de muchas vicisitudes, terminé donde estoy ahora; pero no hablaré de eso durante un par de entradas más. Todavía me falta cubrir otras oportunidades que tuve, y que al final no tomé.

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El trabajo de Canek: La Iniciativa Privada

La primera opción que tuve para trabajar el resto de mi vida (porque siempre está esa opción), y que obviamente no tomé, fue regresar a la Iniciativa Privada.

La Iniciativa Privada

La Iniciativa Privada

Trabajar en la Iniciativa Privada tiene una ventaja, y básicamente una nada más: se puede ganar muy bien.

Hago énfasis en puede porque no todo mundo puede. Falta de habilidad, o de capacidad de negociación, o sencillamente de los contactos necesarios pueden causar que dos personas con exactamente la misma capacidad técnica ganen salarios terriblemente disparejos. Y (como todo en la vida) la suerte juega un papel muy importante.

Yo mismo creo que estuve criminalmente mal pagado en al menos dos de los primeros trabajos que tuve. Y estoy descontando “chambitas”, que mucha gente que le mueve a las computadoras suele terminar haciendo (yo rápidamente decidí que era una completa pérdida de mi tiempo).

Como sea; terminando las materias de la licenciatura me metí a mi primer trabajo de programador en la IP, donde duré menos de dos meses, lo que sería un patrón para mí en mi carrera profesional: me aburro extremadamente fácil. Después dejé de trabajar para terminar la tesis, y volví a trabajar en la IP durante algunos años antes de regresar a hacer mi maestría. Entre la maestría y el doctorado (en 2008) tuve mi última chamba en la IP, y a partir de ese momento no he vuelto a trabajar para la Iniciativa Privada en México.

Dos cosas estoy orgulloso de mi tiempo trabajando en la IP: la primera, jamás hice una entrevista de trabajo en traje y corbata, y a pesar de ello siempre conseguí chamba; y la segunda, durante varios años después de dejar de trabajar para varias empresas, constantemente me contactaban mis antiguos jefes para pedirme que, por favor, regresara a chambear con ellos.

La opción de trabajar para la IP, como mencionaba arriba, siempre ha estado (y está, técnicamente) abierta; no sobra la gente que hace lo que yo hago y que tenga mi experiencia. Sin embargo, nunca fui terriblemente feliz trabajando en una oficina; sí me la llegué a pasar bien, y conocí cuates que de hecho todavía lo son, pero no era la vida para mí.

Yo estoy en la minoría; la mayor parte de los egresados de mi carrera (y un montón de los que nunca egresan) terminan en la Iniciativa Privada. Es de hecho parte del por qué mi carrera tiene índices de terminación tan bajos: para el 5° semestre nuestros estudiantes pueden encontrar chamba bien pagada, y muchos deciden perseguir eso en lugar de titularse.

Es una buena vida para mucha gente: trabajan en una oficina, en horario de oficina (más las horas extras que al parecer siempre son inevitables al estar programando), ganan bien, aprenden y van haciendo contactos, hasta que eventualmente los ascienden a puestos de administración, subdirecciones y finalmente direcciones.

Es una buena vida. Nada más no para mí.

Dado que esta entrada lidia con mi experiencia en la IP, no puedo dejar de mencionar la otra cara de la moneda: abrir una empresa. Jamás me interesó hacer eso; me parece que soy terriblemente malo para los negocios, y además soy intrínsecamente inútil para ventas, porque la primera impresión que le doy al resto del universo es que soy insoportable… porque lo soy.

Soy programador, no hombre de negocios. Nunca lo intenté; aunque sí traté (infructuosamente) de hacer que mis cuates de la carrera abrieran sus empresas para que me dieran trabajo. No me arrepiento de no haber intentado jamás abrir una empresa; no es lo mío, no me interesa, y qué hueva.

Al obtener mi doctorado no tenía ofertas para trabajar en la Iniciativa Privada… al menos no en México. Pero de las ofertas que tuve fuera de México, prefiero hablar de ellas en otra entrada de esta serie.

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Love, Chunibyo & Other Delusions

Otro animé que vi fue Love, Chunibyo & Other Delusions, conocido por muchos nada más como Chū-2.

Love, Chunibyo & Other Delusions

Love, Chunibyo & Other Delusions

“Chunibyo” (el cuál es un término que desconocía antes de ver esta serie), se refiere a la condición que sufren algunos niños japoneses durante la secundaria, en la cual se creen sus fantasías. No creo que haya una situación similar en México, al menos no generalizada, pero al parecer es únicamente una fase donde los niños se creen que tienen poderes mágicos, o que pueden invocar mechas, o cosas por el estilo. Sus padres y maestros tratan de hacerles ver que no, que no pueden invocar un portal interdimensional nada más recitando un encantamiento, pero para su desesperación los niños contestan que únicamente ellos pueden ver que sí funciona.

Suena en general inofensivo, pero leí que en algunos casos sí puede afectar escolar, emocional y sicológicamente a algunos niños muy clavados. Lo normal sin embargo es únicamente niños corriendo por ahí jurando que pueden hacer magia.

La historia de este animé es de un muchacho, Yūta, que durante la secundaria sufrió un caso muy agudo de Chunibyo, y que para la prepa decide que ya será normal, así que se jura abandonar todas sus fantasías. Por supuesto, en ese momento aparece Rikka en su vida y en su misma escuela, infatuada con su anterior yo (el que presumía de manejar los poderes de la oscuridad), y que no supera su propio Chunibyo.

La historia es hilarante y, en varias ocasiones, sorprendentemente profunda acerca de por qué estos niños utilizan el escape fantasioso de imaginarse capaces de invocar magia. También tiene un divertidísimo y muy satisfactorio romance entre Yūta y Rikka, un elenco encantador, y varias escenas de acción espectaculares que en todo momento queda claro que no son ciertas, sino que son los protagonistas imaginándose que sus poderes son reales.

Y como cereza en el pastel, tiene una música bastante pegajosa.

No he terminado la segunda temporada, pero lo haré en el futuro, y la recomiendo ampliamente; es divertida, tierna, con mucha acción (aunque sea ficticia), y gira en torno a un romance. No hay mucho más que pueda yo pedir.

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El trabajo de Canek: La firma

La principal razón por la que no he actualizado más regularmente mi blog es (además de mi gigantesca carga de trabajo) que no he podido escribir de lo que realmente quiero escribir.

No me malinterpreten; sí he disfrutado escribir de películas, videojuegos y animé. Pero de lo que de verdad quería escribir no podía, porque no era oficial. Técnicamente no habría habido problema si escribía de ello, pero fue una restricción que me puse yo solito, y que seguí al pie de la letra.

Hoy por fin firmé mi contrato en el que será, espero, el trabajo que realizaré de aquí a que muera. O me jubile; pero dadas las condiciones del país, me temo que primero moriré antes de poder jubilarme. Hoy por fin se hizo oficial que estoy realizando el trabajo que desde hace años he soñado.

A partir de este momento comenzaré a escribir acerca de los posibles trabajos que pude haber escogido, pero que al final no fueron, y concluiré con una entrada acerca de mi trabajo soñado. De cualquier forma probablemente continúe intercalando entradas acerca de películas, videojuegos y animé, para no hacer muy monótono esto.

Hoy fue un buen día. De los mejores en mi vida.

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