La vacuna

El viernes 21 de mayo (hace poco menos de 2 semanas), me vacuné contra Covid. Siendo, como soy, profesor de la UNAM, soy parte del personal docente de la Ciudad de México, y por eso me tocó antes que la población general en mi grupo de edad.

La aplicación de la vacuna (CanSino, que es sólo una dosis) fue espectacularmente rápida; llegué a las 12:00 porque mi cita era a esa hora y decía que no debíamos llegar antes, y nos enfilaron en una cola que básicamente nunca se detuvo hasta que me sentaron en una mesa para verificar mis datos en mi comprobante; luego nos movieron unos cuantos metros a otra mesa donde nos vacunaron como ganado, supongo. El proceso de vacunación tardó menos de quince minutos; aunque luego nos tuvieron esperando más o menos otros quince minutos, supongo que nada más verificando que no nos desmayáramos.

La vacuna me tumbó el viernes y todo el fin de semana me dolió el hombro, pero eran síntomas que ya nos habían advertido era probable que se presentaran. Todavía el lunes amanecí como atropellado; pero para el martes ya estaba bien.

A estas alturas, mi mamá está completamente vacunada; mi papá le falta una vacuna; y mi hermano se jode, porque no es docente y no está tan grande como para que lo vacunen pronto. Sin embargo, es innegable que se está acelerando el ritmo de vacunación en todo el país, a la vez que las infecciones y muertes por el virus continúan disminuyendo.

En otras palabras, en algunos meses probablemente regresemos a algo similar a la normalidad. Aunque quién sabe qué signifique eso, exactamente; al inicio de la pandemia me preguntaron si yo creía que iba a cambiar mucho la sociedad después de la pandemia, y yo dije que no: eventualmente habría una vacuna, y entonces una vez que alcanzáramos la inmunidad social necesaria todo iba a regresar a la normalidad. Cuando la pandemia se extendió a meses y no se veía que jamás fuera a terminar, había cambiado de opinión al otro extremo; en ese momento creía que como sociedad cambiaríamos para siempre: que ya nunca jamás nos saludaríamos de mano, y trataríamos de aplicar la sana distancia y usar cubrebocas durante el resto de la eternidad.

A este punto ya no tengo ni puta idea; probablemente todo se asiente en algo más o menos en medio. Planeo ir a ver Black Widow al cine cuando salga, pero iré con cubrebocas; no he dejado de usarlo cada vez que salgo desde que me vacuné, ni de aplicar la sana distancia cuando es posible. Pero no creo que lo siga haciendo toda la vida. Lo que sí es probable, es que yo en lo personal deje de dar la mano todo el tiempo; siempre ha sido una costumbre asquerosa de cualquier manera.

Aunque aún falte para que salgamos del hoyo (si algún día salimos completamente), supongo que es válido hacerse la pregunta: ¿cómo respondió el gobierno mexicano a la pandemia? Y la respuesta me parece es muy fácil e innegable:

Fue una respuesta pésima.

Nada más el hecho de que a un inicio de la pandemia dijeran que se planteaban como escenario “catastrófico” que llegáramos a 60,000 muertes, y que andemos cerca del cuarto de millón lo justifica; pero hay más indicadores innegables de que la respuesta del gobierno del Peje fue insuficiente, tardía y en múltiples ocasiones atolondrada.

Ahora; en general (con muy pocas excepciones) a todo mundo le fue así: la pandemia agarró a casi todos los gobiernos del mundo con los pantalones en los tobillos. Exceptuando algunos países con gobiernos increíblemente autoritarios e islas con poca población y relativamente poco contacto con el exterior, a todo el mundo (primer, segundo, tercer y todos los demás mundos) les fue del nabo. A algunos les fue del nabo al inicio; otros en múltiples oleadas; otros hasta hace relativamente poco, como la India; y muchos más les fue mal todo el tiempo, básicamente. En México, aunque estuvo cerca, nunca se desplomó el sistema de salud y por mal que lo haya hecho el gobierno y las autoridades de salud, ciertamente la famosa curva se aplanó. Estuvieron mal las predicciones y se pueden (y deben) criticar varias de las medidas; pero se dejó a los expertos de salud tomar las decisiones, aunque en varias ocasiones evidentemente estas decisiones fueran incorrectas.

(También está el hecho de que no se cayó en la provocación de politizar ciertas medidas; si el Peje desde el inicio hubiera llamado a usar cubrebocas, por ejemplo, no habrían faltado los retrasados mentales que lo odian tanto que hubieran dejado de usar cubrebocas nada más para contradecirlo… pero prefiero no entrar mucho en eso.)

Por último, y aunque soy el primero en reconocer que el hubiera es el pretérito pluscuamperfecto de los pendejos, lo cierto es que la respuesta del gobierno mexicano no existe en un vacío: si no hubiera sido éste gobierno el que le hubiera tocado la pandemia, sabemos qué otras posibilidades de gobiernos existen que les hubiera tocado; y no es necesario hacer una análisis muy profundo para justificar que casi con cualquiera de las otras posibilidades, nos hubiera ido mucho peor. Nada más si consideramos que éste es el primer gobierno en décadas que ha tratado (con distintos grados de éxito) de rescatar el sistema de salud pública del país, cuando en las últimas seis administraciones federales sistemáticamente le estuvieron dando en la madre.

Así que aunque la respuesta del gobierno fue pésima, y ciertamente hay que analizar con cuidado qué falló para que nunca jamás vuelva a repetirse (porque no duden que es probable que haya otra pandemia en un futuro no tan lejano), creo que también puede defenderse cómo actuaron las autoridades federales, dadas las circunstancias. Y me parece que éste es el sentir de la mayoría de la población; ciertamente lo sabremos en unos días, cuando tengamos las elecciones intermedias.

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David Romero

En 2013, un compañero del posgrado me preguntó si estaba disponible para una chamba en el entonces IFE. Como mi doctorado estaba estancado y ganaba una miseria como profesor de asignatura de la Facultad, dije que sí.

Fue así como conocí a David Romero, con quien trabajé en el IFE y luego en el INE, con el que tengo escritos dos artículos (uno a punto de ser publicado, otro recién enviado), y que fue sinodal de dos de mis tesistas titulados.

Hoy en la tarde, y por complicaciones con Covid, David falleció en su casa, bajo el cuidado de su esposa que también está infectada.

David fue un ser humano extraordinario; hace unos años pedimos un proyecto, y David me mandó su currículum para que lo subiera al sistema en línea que teníamos que utilizar. Pocas cosas me han hecho sentir tan humilde como el leer el currículum de David; decenas de publicaciones en un montón de áreas de matemáticas, ciencias de la computación y similares, además de una experiencia enorme trabajando en la industria pública y privada.

David, entre otras cosas, hacía matemáticas; pero no era realmente matemático. De origen era ingeniero y después hizo su posgrado en matemáticas aplicadas y computación, habiendo además pasado un tiempo no trivial programando cuando el concepto de “computadora personal” todavía era un sueño. Nunca pasó por la Facultad de Ciencias realmente, ni como alumno ni como profesor.

Pocas personas en este mundo he admirado y querido tanto como a David. Fue un gran amigo, mentor y figura a la que me gustaría poder aspirar a parecerme, pero que sencillamente ni siquiera me planteo, porque no creo poder nunca ni siquiera acercarme a la calidez, simpatía y humor que él tenía. Por no hablar de su demoledora inteligencia y conocimiento enciclopédico.

Hoy la humanidad perdió una de sus grandes mentes, y la UNAM a uno de sus investigadores más productivos. Yo perdí a uno de mis mejores amigos, y a uno de los mentores más importantes que he tenido en mi vida académica.

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Feliz año nuevo 2021

Este año, por si alguno de mis lectores se lo perdió, apestó enormemente. De hecho, decir que apestó es tal vez excederse en diplomacia.

En mi, bajo ninguna definición del término, corta vida, nada ni siquiera se aproxima a lo que este surreal y kafkiano año resultó: por la pandemia que azotó a México junto con el resto del mundo; el segundo año del sexenio del Peje; el (esperemos se cumpla) fin del periodo de Trump en gringolandia; la experiencia de tener que mover lo que es mi trabajo principal a realizarlo puramente en línea; el estar encerrados básicamente sin salir durante nueve meses; un montón de altibajos profesionales y personales; y las inevitables malas noticias de enterarnos qué tan cerca del círculo personal de cada uno había sido tocado por el Coronavirus.

No que importe demasiado, porque a este ritmo parece cada vez más inevitable, pero ni a mí ni a mi familia nuclear le ha dado el virus: pero sí a dos primas muy cercanas (que las muy burras se enteraron después de que les diera y de que potencialmente pudieran infectarnos) y a uno de mis coautores.

Se ve ya la luz al final del túnel; pero lo que nos queda de recorrerlo no se ve que nos vaya a ir muy bien… ni como país, ni como mundo.

Lo único bueno de todo esto es que será casi imposible que el año que viene sea peor que éste (toquen madera); en mi Facultad seguiremos en modalidad en línea al menos el próximo semestre, y si Marx es grande a lo mejor regresamos para agosto a algo que se asemeje a la normalidad… pero la verdad lo más probable es que nos sigamos en modalidad en línea hasta el 2022. Y dar clases en línea apesta; para nosotros los profesores, sin duda alguna, pero principalmente para los muchachos, en particular los que no cuentan con los recursos suficientes para poder estudiar en sus casas. Y ni siquiera me refiero a equipo de cómputo o conexión buena a internet; me refiero a algo tan sencillo como un lugar donde puedan concentrarse en sus tareas sin que sus familias los estén interrumpiendo.

Pero bueno; hoy más que nunca, feliz año nuevo. Que el 2021 sea mejor que este demencial 2020 (y que no amanezcamos mañana con el chiste de que es 32 de diciembre).

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Cuarenta y tres

Hace una semana cumplí 43 años.

El año de la respuesta a la vida, el universo, y todo lo demás, fue objetivamente bueno. No sólo por logros profesionales y cosas agradables en mi vida personal, sino que en general fue un buen año.

(Dejando de lado pandemias semiapocalípticas, por supuesto.)

Y sin embargo hubo una cosa innegablemente negativa que, para bien o para mal, me parece que definirá mi año número 42. Nada irreparable, pero ciertamente molesto y (en mi no tan humilde opinión) terriblemente injusta por la arbitrariedad y corrupción relacionadas que se hicieron evidentes para mí.

Pero pues siempre hay tropiezos en la vida; así que no quedará de otra más que arremangarse y seguir con la chamba.

¿Qué otra cosa podría hacer?

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Quince años

Hace quince años, el 26 de enero de 2005, escribí mi primera entrada en este blog.

En estos tres lustros he escrito miles de entradas y leído miles de comentarios, entablando discusiones con un montón de gente que cubren desde qué película de Star Wars apesta más, hasta cuál debe ser la política económica que debe seguir el país; pasando algunas veces por invitaciones para ir a tomar un café (o “ir a tomar un café”).

El Pensadero es parte integral de mí, si bien es cierto que en los últimos meses mi ritmo de publicación ha disminuido considerablemente. Tengo la firme intención de cambiar esto este año, pero la verdad no sé qué tan bien me salga; no bromeo cuando digo que estoy muy ocupado.

En estos quince años (la tercera parte de mi vida; tres quintas partes de mi vida adulta), el contenido de mi blog ha variado de manera anárquica; el cine es una constante, pero por ejemplo he dejado de leer cómics en los hechos, y no leo literatura como lo hacía en mis veintes. Los videojuegos entran y salen de mi esfera de atención, dependiendo de mi tiempo libre y otros factores externos. Y a pesar de que soy computólogo y me interesa la tecnología, nunca he escrito aquí regularmente de estos temas, probablemente porque no siento que tenga algo particularmente interesante qué contribuir a la discusión. Similarmente, aunque el aspecto más importante de mi vida sea el hecho de que soy profesor, casi nunca he escrito aquí de mis aventuras en ese ramo. Probablemente porque no me parece apropiado discutir dichas aventuras en el Pensadero.

Como sea, estamos en una nueva década y el segundo año de la 4T; y sinceramente espero poder seguir extendiendo el contenido de mi blog con todas las pendejadas que se me ocurre poner en mi caja de jabón. Vamos a ver si este año sí lo cumplo.

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Feliz año nuevo 2020

Como todos los años, le deseo un feliz año nuevo a todos mis lectores y a aquellos que me dejan comentarios inteligentes. A los retrasados mentales que me dejan comentarios idiotas, que se pudran.

Este año fue muy interesante en múltiples aspectos; por supuesto incluyo en eso a la vida política y económica nacional, pero en lo personal y en lo profesional también me pasaron cosas muy padres.

En particular por fin subsané una de las deficiencias que aún tenía en mi carrera académica; finalmente titulé estudiantes de licenciatura que hicieron la tesis conmigo. Para compensar que me había tardado fueron dos; y espero que este año que empieza se vayan acumulando más.

Además hice un par de cosas que tal vez debí escribir entradas al respecto, pero pues básicamente dejé de escribir la segunda mitad del año.

La primera: por primera vez en mi vida fui al Zócalo a dar el grito de la independencia junto con el presidente de la República.

En el Zócalo

En el Zócalo

El Peje por supuesto me sigue cayendo muy mal; pero fue la primera vez en mi vida que daba el grito un tarado por el que hubiera votado yo y que además ganara (de calle, para que no quedaran dudas).

Fue interesante; da un poco de miedo como adoran muchos mexicanos al Peje, pero fue innegable la electrificación en el ambiente cuando ya iba a aparecer el presidente.

La segunda: después de, me parece, décadas, volví a ir a un concierto. El del 30 aniversario de Café Tacvba.

Me siguen sin gustar mucho los conciertos; pero a esta edad, con la gota, la artritis y el lumbago, de hecho se convierten también en medio tortura para mí. Por no decir que el hecho de que los fans de Café Tacvba tienen un montón básicamente mi edad, así que parecía una reunión geriátrica.

Pero vamos a decir que también estuvo divertido.

Este año se ve interesante, como el anterior. Hay un montón de cosas que pueden ocurrir bastante divertidas; pero también se pueden dar tragedias terribles, especialmente con nuestros vecinitos norteños. Yo, como no me canso de decir, sigo cautelosamente optimista.

Vamos a ver cómo nos va en este nuevo año y en esta nueva década.

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Tres meses

Hacía mucho tiempo que no dejaba de escribir en el blog por tanto tiempo. Tres meses fue excesivo, y pues es la excusa que siempre doy, pero estaba ocupado.

De hecho estoy ocupado.

Voy a tratar de retormar el actualizar el blog, pero sí tengo un montón de cosas que hacer, así que no sé qué tan exitoso sea.

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Cuarenta y dos

Hoy cumplí cuarenta y dos años.

Este año pasado de mi vida (el 41) fue interesante por múltiples cosas, pero para mí tuvo un significado simbólico importante: Alan Turing, probablemente el computólogo más importante del siglo pasado (teórico y práctico), fue asesinado justo a unos días de cumplir 42 años (no me importa que él haya sido el que terminó con su vida; eso fue un asesinato por parte del gobierno homofóbico británico). De ahora en adelante en mi vida, seré más viejo de lo que Turing jamás llegó a ser.

Por supuesto, de las grandes tragedias que significaron la muerte de Turing tan joven, fue que no le pudo dar al mundo aún más de lo que de por sí le dio. Con tan sólo poco menos de un par de décadas en su vida académica y profesional, Turing contribuyó a múltiples áreas con ideas y resultados que básicamente nos siguen afectando hoy en día, y que así lo seguirán haciendo durante siglos.

Lo cual, de manera inevitable, hace que pondere acerca de lo que yo he hecho en estos 42 años de vida. Por supuesto soy realista: Turing fue uno de los grandes genios del siglo XX; yo soy un ser humano bastante común y corriente. Y de hecho conforme más transcurre el tiempo y más cosas aprendo (consecuencia ineludible de hacerse viejo; “más sabe el diablo”), más claro me queda lo tarado que puedo ser con básicamente todo en el mundo: mi trabajo académico incluido.

Como sea y aunque son irrisorios mis logros si los comparo con los de Alan Turing, sí estoy contento con lo que he hecho de mi vida en estas 42 órbitas alrededor de la canica amarilla que bien tiene a iluminarnos. Las cosas que he hecho no cambiarán al mundo significativamente y con casi toda certeza ninguna pasará a la historia; pero quiero creer que he contribuido con un granito de arena, por pequeño que sea, a hacer de este mundo un mejor lugar.

Podría mencionar varias, pero realmente sólo hay una que importa: los alumnos que he formado, algunos de los cuales incluso alguna vez me han llegado a decir que el curso que les impartí no estuvo tan mal.

Este año de mi vida en particular (y relacionado con lo anterior) publiqué mi primer libro de texto como autor único; y además mi primera tesista se tituló. Quiero dejar bien claro que ambas cosas no tienen nada de extraordinario; es más o menos lo que se espera de mí como profesor de tiempo completo de la UNAM. Pero sí estoy muy contento de que ambas metas se cumplieran en el año en que rebasé a Alan Turing en edad… que supongo que será en lo único que lo rebase en mi vida.

Eso y novias. Y tacos de suadero consumidos.

El año que viene siguen otros proyectos, pero supongo que lo natural es que, eventualmente, sencillamente ya no podré hablar de cosas que he hecho por primera vez. De nuevo, consecuencia ineludible de hacerse viejo. Como siempre, sigo optimista (es de las cosas que me definen, supongo) y además estoy bastante contento con cómo va la 4T, así que sólo espero mejores cosas el año que viene.

(Y antes de que nadie ni siquiera lo sugiera; púdranse si quieren que elabore acerca de la 4T, no me interesa discutirlo a unos cuantos meses del inicio del sexenio, así que borraré alegremente cualquier comentario que quiera llevar la discusión en esa dirección).

Vamos a ver cómo se desarrolla mi siguiente año de vida.

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Cuatro ojos

En 1989, hace casi 30 años si no me falla la memoria, mi mamá me llevó al oculista donde me dijeron que usaría lentes toda la vida. La idea me deprimió bastante, porque (además de todas las desventajas objetivas de usar lentes) en ese entonces no estaba muy contento con cómo me veía y suponía que el usar anteojos sólo empeoraría las cosas. Tuve razón, al menos un tiempo; en gran medida porque tenía un gusto pésimo para elegir armazones.

Siendo adolescente comencé a usar lentes de contacto suaves, que tuvieron que cambiar a semi duros cuando estaba en la universidad. Usé varios años lentes de contacto, con distintos grados de éxito, pero la verdad nunca me gustaron mucho. Los lentes de armazón siempre estuvieron ahí y si mal no recuerdo hacia el final de la licenciatura era lo que utilizaba exclusivamente. Entré a la maestría en 2005 utilizando anteojos y así seguí hasta el 2007, cuando mi mamá, con motivo de haber cumplido 30 años, me invitó la operación LASIK. Escribí de ello en el blog, en su momento.

Al final de esa entrada comentaba que mi médico me dijo que el 10% de mis dioptrías regresaría después de 10 años, que se cumplió con precisión casi nostradamusesca. Hace un par de años noté que mi vista comenzaba a perder la definición de letras y objetos, especialmente de noche después de haber estado trabajando todo el día en la computadora. Sabía que debía ir por lentes, pero lo estuve posponiendo durante meses que se tradujeron en un par de años, hasta que por fin me arrastraron el fin de semana pasado a que me hiciera un examen de la vista y me comprara unos lentes.

No me arrepiento en lo más mínimo de haberme hecho el LASIK; durante una década tuve una vista casi perfecta. Pero además, ahora tengo 0.5 dioptrías en el ojo derecho (tanto de miopía como astigmatismo) y 0.75 en el izquierdo (igual); si no fuera porque mi trabajo consiste justo en leer y en escribir, bien podría no usar los lentes. De hecho, puedo no usar los lentes, sólo sí acabo muy cansado al final del día; pero puedo leer, ir al cine, jugar videojuegos, etc. De cualquier manera por supuesto que me alegro de ya tener lentes.

Tener tan pocas dioptrías además significa que no dependo de los lentes; antes si se rompían era una tragedia, porque de verdad no podía hacer nada mientras no conseguía otros. Ahora sólo es una ligera molestia; de hecho me los quito constantemente si no voy a estar enfrente de la computadora (o en el cine y así). También significa que las micas son ridículamente delgadas y ligeras.

Pero además, me gusta cómo me veo con lentes ahora. Ayuda el armazón, pero probablemente tenga mucho más que ver el hecho de que a estas alturas de mi vida me encuentro muy cómodo con quién soy, incluyendo cómo me veo.

Cuatro ojos

Cuatro ojos

Fue medio desorientador volver a usar lentes, pero ya me estoy acostumbrando. Y pues ahora sí es hasta que me muera, pero como digo arriba no tengo que usar los anteojos todo el tiempo, así que no es tan grave. Fue una buena década la que tuve sin utilizar lentes, pero ahora vuelvo a ser otra vez cuatro ojos de forma definitiva.

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Feliz año nuevo 2019

Como todos los años, les deseo un feliz año nuevo a todos mis lectores. Una vez más gracias por leerme, y si es el caso, por dejarme comentarios inteligentes. Los retrasados mentales por supuesto no los agradezco, ya que tengo que borrarlos.

El 2018 fue un año que, para bien o para mal, pasará a la historia como parteaguas en la vida política nacional y, tal vez de manera más importante, en la política económica nacional. Llevamos exactamente un mes de la “cuarta transformación” y aunque ya han ocurrido un par de cosas interesantes, todavía es muy pronto como para emitir un juicio amplio de cómo va la cosa… lo que por supuesto no ha evitado a varios actores nacionales que nunca tragaron al Peje de anunciar que todo lo que hace es una desgracia; y a varios de sus incondicionales el decir que todo lo que hace es perfecto y maravilloso.

Yo me espero; todavía es muy pronto, repito.

En lo personal, múltiples cosas positivas me pasaron este año, con la publicación de mi primer libro como autor único siendo de las más importantes. Por supuesto no es lo único (no hablo de todo lo que me pasa en el blog), pero sí es lo más significativo en mi vida profesional.

Vamos a ver cómo nos va en 2019, pero yo sigo cautelosamente optimista. En general, el 2018 fue un muy buen año (incluyendo la abrumadora victoria del Peje); me siento optimista de que el 2019 será aún mejor.

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Hidropocalipsis 2018

En mi edificio de departamentos se va el agua más o menos cada 2 meses. Excepto un par de ocasiones desde que comencé a vivir aquí, nunca ha sido realmente problemático; nunca se va del todo, generalmente cayendo de forma reducida en la noche. Planeando bien la lavada de la ropa y tomando un par de duchas en la noche siempre he podido darle la vuelta (y supongo que mis vecinos también, que podría comprobar si les hablara, cosa que no hago). Como digo, sólo en un par de ocasiones sí ha sido necesario ir al estacionamiento del eficio y llenar ahí una cubeta con agua para bañarme a jicarazos, como en Macondo (calentando el agua en mi estufa, eso sí).

Cosas que uno aprende de sí mismo: me puedo bañar con una cubeta de agua (mediana) con bastante facilidad. The more you know.

Como sea; cuando anunciaron el hidropocalipsis 2018, yo no me enteré porque generalmente sólo leo la portada de la Jornada a ver qué tarugada dijo el Peje el día anterior. Pero eventualmente me llegó la noticia y yo supuse, dado el historial de mi edificio, que no tendríamos agua durante una semana más o menos. Así que llené 2 cubetas 2 de agua, lavé ropa en la fecha cercana al corte y me preparé para tener que ir a visitar a mi mamá a Xochimilco para bañanarme o pasar un día sin hacerlo (que, de verdad, son contados en mi vida).

Y, como suele ser esta Ciudad, terminó ocurriendo que no fue necesario. No se cortó el agua aquí ni un minuto (hasta donde pude registrarlo). No sé si tenga que ver que mis vecinos casi todos salieron corriendo de aquí o qué, pero este puente impuesto resultó de los más tranquilos y relajantes que he tenido en años.

Claro que, de nuevo, como suele ser esta Ciudad, probablemente mañana se corte el agua y no regresé hasta la llegada del mesías, o como sea que le digan ahora a la toma de posesión del tarado del Peje.

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El segundo hogar

Una de las cosas que me gusta hacer en Barcelona (y que lamentablemente no hago nada similar en la Ciudad de México) es ir caminando al restaurante Paco Alcalde y comerme o bien una paella o bien un arroz negro junto con media botella de vino. Como normalmente me hospedo cerca de la UPC, esta caminata me suele llevar un par de horas y aprovecho para tomarme un café y meterme a librerías de viejo; llevo años buscando las ediciones en español de The Dispossessed de Ursula K. Le Guin y Hawksbill Station de Robert Silverberg, porque quiero que mi papá las lea.

Esta vez me tocó lluvia, que como suele ser normal en Barcelona cae fuerte sólo unos cuantos minutos y al rato el sol está de nuevo a todo lo que da; esto resultó en que mi caminata tardara más de lo normal y que me mojara un poco.

En verdad me gusta Barcelona, pero debo admitir que mis viajes aquí han adquirido cierta cotidianidad; aunque por supuesto no vengo nada más porque me gusta, vengo porque tengo con quién trabajar aquí y entonces encaja en mi vida académica. De cualquier manera, sí me sorprendió que cuando comenzó a caer la lluvia, no dudé un momento en abandonar mi plan de llegar por la Diagonal hasta la Sagrada Familia y dirigirme directo a Plaza Cataluña. No pensaba entrar de cualquier manera, iba a sólo ver los avances de la obra por afuera.

Mi punto es que no hay esa ligera angustia que existe al ir a otras ciudades, de sentir la obligación de ir a todos los lugares que se puedan porque quién sabe cuándo se pueda regresar (si es que es posible). Si esta vez no vuelvo a ver la Sagrada Familia, la iré a ver la próxima vez que venga. Porque siempre habrá próxima vez, dado que Barcelona es como mi segundo hogar.

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Cuarenta y uno

El viernes (no el pasado, sino el anterior) cumplí 41 años.

El año pasado fue medio brutal en relación al trabajo, principalmente por un proyecto que espero termine ya en unos meses. En particular este año comencé a escribir con un ritmo medianamente bueno, pero el último mes sí fue demasiado intenso. Espero que se calmen las cosas un poco, especialmente con el fin de semestre a la vista.

Está resultando ser un año muy interesante por varios factores; espero poder escribir al respecto con más regularidad. Tengo también varios planes para el año que viene, pero escribiré al respecto en su momento.

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Trece años

Normalmente se me pasa el aniversario de mi blog, porque por qué carajo debería acordarme; pero lo común es que al menos pasados unos días note que cumplí un año más escribiendo en el blog y lo mencione en el mismo. Esto fue cierto los primeros doce años de vida de mi blog, pero acabo de notar que el año pasado se me fue la fecha por completo.

No me extraña, porque mi energía para escribir estaba en otro lado.

Como sea, este año se me volvió a pasar la fecha (26 de enero), pero sí recordé dos semanas después. Así que, ¿felicidades? No lo sé; el blog ha jugado distintos papeles en mi vida, pero nunca ha sido algo fundamental. Sólo escribo porque me gusta escribir; y últimamente he tenido otros proyectos donde puedo satisfacer esa necesidad.

Así que cumplió otro año mi blog. Vamos a ver cuántos más me echo.

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Más grandote

Empecé este blog en 2005, cuando la resolución de los monitores todavía andaba por 1024×768 o 1280×1024. Esto resultó en que al momento de decidir el tamaño “estándar” de las miniaturas para imágenes en mis entradas, elegí 300 pixeles. Y de hecho al mero inicio era más pequeño, pero rápidamente lo subí a 300.

Esto se ve ligeramente ridículo en un monitor FullHD, que es el estándar ahora y de hecho quedando rebasado por 4K y nuevas tecnologías. Más grave (je) al ligar las entradas en Google Plus, las miniaturas son tan pequeñas que Google sólo agarra un pedacito de ellas y las pone como si fueran avatares.

Así que decidí aumentar el tamaño de mis miniaturas a 497 pixeles, porque es un ancho que queda perfecto en Google Plus, básicamente. Ahora, esto no es nada más decir que se muestren las imágenes a ese ancho, porque las miniaturas de hecho existen. Con esto quiero decir que está la imagen original y además está la miniatura que es lo que por omisión se baja junto con la página del blog. Como las miniaturas son más pequeñas que las imágenes originales (de ahí su nombre), esto hace que el blog se cargue más rápido; aunque la verdad el ancho de banda actual probablemente permitiría transmitir la imagen original sin problemas.

Como sea; cambiar el tamaño de mis miniaturas implicó tener que generarlas todas de nuevo, con el agravante de que un montón de las imágenes originales tenían un ancho menor que 497. Esto significó salir a cazar con una lanza versiones de las imágenes con mejor resolución, o de plano aumentar el tamaño de la imagen original (y que se vea toda pixeleada).

No tengo tantas imágenes en los trece años del blog (poco más de mil) y de esas sólo como 150 tuve que adaptarlas; y de esas 150 la mayor parte eran pósters de películas, así que en general fue fácil conseguir versiones con mejor resolución. Pero el resto fue una joda.

Me llevó unas cuantas horas, y estuvo divertido ver las pendejadas que estaba escribiendo hace años. Pero preferiría no tener que volver a hacer esto pronto.

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Feliz año nuevo 2018

Como todos los años, les deseo un feliz año nuevo a todos mis lectores. Una vez más gracias por leerme, y si es el caso, por dejarme comentarios.

El año pasado fue extraño, y en particular los sismos causaron que muchas cosas de mi rutina anual se sacudieran. Mal chiste.

Vamos a ver cómo nos va en éste.

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El 100%

El viernes, después de ocho años, once meses y veinte días, por fin llegué al 100% de compleción en mis trofeos de la PlayStation Network.

La verdad no esperaba que este año completara todos mis trofeos, pero hace unos meses noté (de manera casi accidental) que sí había una manera de obtenerlos, y comencé a trabajar en ello. Esto implicó, entre otras cosas, no comenzar a jugar nuevos juegos.

Sigo teniendo mucho trabajo (viajes incluidos), entonces no podía dedicarle mucho tiempo a mi caza de trofeos; de ahí que aunque me faltaran relativamente pocos (menos de 30) me tardara meses.

Como sea, el viernes saqué el último platino que me faltaba, de Need for Speed: Hot Pursuit. No fue el de Gran Turismo 5 porque hice las cosas de tal manera que mi platino de GT5 fuera el quincuagésimo.

En total tengo 2,746 trofeos, divididos entre 59 juegos, con un total de 51 platinos. Si redondeamos a nueve años (que casi lo fueron), esto son 108 meses, lo que da un promedio de 25 trofeos al mes (poco menos de uno al día) y un juego completado (aproximadamente) cada 7 semanas.

Por supuesto siguen habiendo periodos largos donde no juego, y periodos pequeños donde juego mucho; pero en general no le dedico tanto tiempo a mis videojuegos, probablemente un par de horas al día en promedio (tirando a menos).

Y claro todo esto es intrascendente; a nadie le importa que tenga 100% de compleción en mis juegos de PlayStation, y ciertamente no me da absolutamente nada en lo concreto (y podemos discutir que tampoco en lo abstracto). Sin embargo, me parece que sí refleja algo de mi personalidad; si algo está dentro de mis habilidades y me lo propongo, lo consigo. Tengo ejemplos mucho más significativos que videojuegos, pero no me molesta que mis trofeos sean uno más.

¿Y ahora qué sigue? Bueno, voy a dejar de jugar unos días (al menos una semana), y después voy a comenzar varios juegos que había pospuesto justamente porque sé que tardaré años en poder completarlos. Stree Fighter IV, Injustice y Uncharted 3 al menos, pero probablemente aviente también Rock Band 4, XCOM y Shift 2 a la bolsa.

Esto con casi certeza resultará en que no regrese a tener el 100% en varios años, si no es que nunca. De alguna manera por eso voy a jugar esos juegos, no quiero tener que pensar en mi porcentaje de compleción durante mucho tiempo. Sólo quiero jugar.

De cualquier forma cuidaré que al menos exista la posibilidad de completar mi colección; trataré de sacar los trofeos en línea primero (previendo la eventualidad de que cierren los servidores), y no empezaré ningún juego donde ya sea imposible terminarlos como, lamentablemente, Need for Speed: The Run. Lamentablemente porque ya lo había comprado.

Pero durante los próximos años jugaré únicamente por el placer de sacar mis trofeos, sin preocuparme de completarlos cuando sean muy difíciles.

Pero en este momento, sí estoy contento de haber completado todos mis trofeos.

100%

100%
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La sala de espera mamona

De nuevo estoy en el aeropuerto, ahora para ir a un congreso en Guadalajara, el de la Sociedad Mexicana de Investigación de Operaciones, a la que ahora pertenezco porque mi vida es complicada.

Por qué debo ir al congreso, además de porque es de una sociedad científica a la cual pertenezco, es una historia interesante que no voy a platicar hoy. Nada más diré que voy como participante, no como ponente, que mucha gente lo describe en el medio académico como “ir de paseo”, aunque no sea realmente el caso.

Como sea, el punto de esta entrada es que por primera vez en mi vida utilicé la sala de espera mamona a la que tengo acceso por una de mis tarjetas de crédito. Desde hace años sabía de la existencia de dichas salas, pero por alguna razón nunca había hecho uso de ellas; pude haberlo hecho en Barcelona y en Nápoles este año, o en Atenas hace dos años.

Está simpático. Un poco más cómodo y algo menos engentado que las salas de espera normales, con más lugares dónde cargar la batería de electrónicos. Aunque mi tarjeta de crédito debe ser medio chafa, porque nada más me ofrecieron bebidas no alcohólicas y cacahuates.

Supongo que tiene sentido que use estas cosas si es de los beneficios que me proporciona mi tarjeta de crédito; voy a empezar a hacer de eso de ahora en adelante.

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Desde adentro

Por supuesto tuve que ir y abrir mi estúpido hocico de que un gran temblor había ocurrido cuando estaba fuera México. Como si para reprochármelo, el Universo mandó el peor sismo (en consecuencias) que ha tenido esta Ciudad en 32 años; justos, irónicamente.

Esta vez la infraestructura no salió al quite tan bien. Se cayeron 44 edificios (al menos) y varios más están seriamente dañados. Otros van a necesitar reparaciones no triviales. Las pérdidas humanas en la Ciudad se acercan a 200 y probablemente las superen una vez terminen las labores de rescate.

Pero debieron ser cero.

Supongo que es medio imposible diseñar edificios que aguanten cualquier terremoto de cualquier magnitud; pero me parece sumamente sospechoso que un edificio nuevecito en Tlalpan se desplome mientras varios alrededor no les pasó absolutamente nada. Eso me huele a que hubo incompetencia criminal o (lamentablemente más probable) corrupción criminal para no cubrir todos los líneamientos de construcción en la Ciudad. Y más grave aún en la escuela Rébsamen; las escuelas primarias deberían ser doblemente exigentes con los requerimientos de seguridad en la construcción de sus edificios.

Cualquiera sea la razón, debe investigarse por qué algunos edificios se colapsaron (y no, “porque hubo un terremoto” no es una respuesta válida) y deslindar responsabilidades y castigar a los culpables que se identifiquen. No importa el partido político al que pertenezcan o al gallo que apoyen para las elecciones del 2018; y lo digo perfectamente consciente de que casi todos esos responsables serán de partidos de izquierda. La única manera de ir mejorando la infraestructura de la Ciudad (y del país en general) es entender que la incompetencia o corrupción literalmente cuesta vidas, y que esto es sencillamente inaceptable.

Las autoridades tampoco salieron al quite muy bien que digamos; en muchas ocasiones fueron completamente rebasadas, y en otras han tratado de utilizar la tragedia para ganar puntos políticos. En los peores casos de manera criminal, como (al parecer) está ocurriendo en Morelos. De nuevo, gobernado por alguien de un partido de izquierda.

En mi entrada del sismo anterior no mencioné a los medios de comunicación, en particular la televisión; porque estaba fuera de México, pero además porque desde 2006 no veo los noticieros de la televisión abierta mexicana, porque son asquerosos. Al parecer esa asquerosidad llegó a grados ridículos en este nuevo sismo, por la desinformación, maniqueísmo y ganas de joder a la Ciudad que generalmente profesan, siendo todo el teatro de la niña Frida el punto más bajo que han alcanzado en décadas. Pero todo esto es de oídas; les digo, no veo los noticieros de la televisión abierta mexicana. Y de hecho no veo televisión abierta, punto.

La que sí salió al quite (como en 1985, como siempre) fue la ciudadanía de mi Capital. La gente salió en masa a ver cómo podía ayudar, al grado de que a veces hasta era difícil canalizarlos. Los medios internacionales estaban apantallados de cómo la gente de esta Ciudad se movilizó de manera automática y orgánica para mantenerla funcionando; dirigiendo tráfico, limpiando escombro, distribuyendo agua y comida y (como en 1985, como siempre) rescatando gente de los derrumbes usando a veces sus manos desnudas. Dos artículos en CNN en particular (éste y éste) me parece que retratan bien la sorpresa de los extranjeros a cómo reaccionaron mis cohabitantes citadinos.

Yo no me sorprendí, en lo más mínimo, porque vengo años diciendo que lo mejor que tiene esta Ciudad, es su gente. Y a partir del 19 de septiembre de 2017 (como en 1985, como siempre) lo volvieron a demostrar.

Muchas veces en este blog he expresado mi cariño por la Ciudad de México. Y lo que muchos no entienden, es que no hablo principalmente de sus edificios, ni de sus restaurantes, ni de sus oportunidades culturales y recreativas. No hablo principalmente de Ciudad Universitaria y el Centro Histórico. No hablo principalmente de los tacos de suadero a la media noche, ni de Garibaldi a las dos de la mañana. Hablo de su gente, la población más cívica que tiene el país; sin duda y por mucho.

Se cayeron muchos edificios, pero mucho menos que en 1985; reconstruiremos y (esperemos) lo haremos todavía mejor para que a la próxima sean cero (o tanto como sea posible: dato anecdótico; hasta donde me he enterado, no murió nadie en una escuela pública de la Ciudad). Murieron cerca de 200 personas, pero fue una mejora indiscutible de 1985, donde murieron miles. Hay que estudiar con cuidado (y de forma honesta y sin fines politiqueros) qué fue lo que falló, para que no se repita la próxima vez. Y de ser necesario, castigar a los responsables.

Pero la ciudadanía de la Majestuosa reaccionó de manera heróica, sin pánico, solidariamente, haciendo lo que podían cuando podían y como podían, como esta señora que fue a donar algo de comida, sin zapatos y con toda la dignidad del universo.

Donante

Donante

Como en 1985. Como siempre.

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