El café

Como, me imagino, la mayor parte de absolutamente todo mundo, desayuno en mi casa antes de ir a trabajar. Como un montón de ese montón, me gusta tomarme un café después de desayunar, y pues aprovecho para leer noticias o cosas así.

Ahora, no desayuno expresos, entonces hacer una taza de café percolado me suena medio idiota, lo que resulta en que hago siempre al menos dos. Y pues si ya las hice, me las voy a tomar.

Hasta aquí espero que todo mundo me esté siguiendo sin broncas.

El problema es que si me tomo dos tazas de café, entonces mi desayuno que normalmente me toma unos diez minutos se puede extender fácilmente a más de media hora. Podría tomármelo más rápido pero, además de que no es raro que me queme la lengua, pues no lo disfruto como debe de ser.

Debo dejar bien claro que como profesor de tiempo completo, mi horario no es fijo; pero en la práctica si no llego antes de las 10:30 a la Facultad de Ciencia, entonces voy a estar papando moscas dentro de mi carro esperando a ver cuándo se libera un lugar en el espacio de profesores.

Me van a decir algunos que tal vez entonces debería levantarme más temprano, pero obviamente las personas que digan esto son sociópatas y debemos alejarnos de ellos y contárselo a quien más confianza le tengamos.

Mi solución a este problema, que indudablemente es de primer mundo, fue comprarme un termo. Así hago café antes de desayunar; al terminar está listo, lo vierto en mi termo, me voy a trabajar y me paso las dos primeras horas de mi día laboral tomando café alegremente sin hacerle daño a nadie.

Bueno, o al menos no a nadie que no sea yo: el uso de mi termo ha resultado, medio inevitablemente, que termine echándome como un litro de café al día, todos los días, durante los últimos meses.

Como Susi, mi segunda madre oaxaqueña, me comenzó a dar café a los siete años porque así era en su pueblo, la verdad nunca he sido particularmente sensible a los efectos del café; en particular, a mí el café nunca me ha quitado el sueño. Lo cual era medio desesperante cuando era estudiante; para esos fines de semestre intensos tenía que recurrir a medidas más salvajes, como echarse una Coca-Cola con un par de aspirinas, lo cual nunca jamás le ha hecho bien al estómago de nadie.

Y por supuesto están la multitud de estudios que al parecer indican que el consumo de café reduce la espectativa de Alzheimer, entre otras bondades.

Bueno: todo esto viene, queridos lectores, a que hay ocasiones en que se me olvida el termo en mi cubículo y entonces ya no puedo llevar a mi trabajo mi litro de café al otro día.

La solución para lo cual fue por supuesto que me comprara otro termo más chiquito.

Algún día olvidaré ambos termos, y entonces supongo que compraré un tercer termo todavía más chiquito, hasta que tenga una serie de termos como matrioshkas y entonces sólo tome un sorbo de café en la mañana.

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El enchufe

Hace unos meses comentaba que después de taladrear una tubería y que mis plomeros la repararan, resané la pared usando espuma autoexpandible, resanador y pintura. Terminaba esa entrada notando que el proceso me había gustado tanto, que me había puesto a desmadrar paredes por mi cuenta.

Mi nuevo departamento, para bien o para mal, tiene una distribución chistosa; esto lo hace mucho más interesante que mi viejo departamento, que era un rectángulo, y en donde todos y cada uno de los cuartos eran un rectángulo.

En particular, inmediatamente entrando, a la izquiera, el nuevo departamento tiene una esquina de más o menos 45 grados con una sección de pared de más o menos un metro. Apróximadamente al centro, de manera vertical, de esa pared están dos interruptores que controlan las luces del pasillo principal y de mi comedor. Un poco arriba y a la derecha de los interruptores, está el interfón. Cerca del suelo está un hoyo donde salía un cable ethernet y cable coaxial para, me imagino, Izzi o algún otro servicio de cable e internet que tenía el anterior inquilino del departamento.

Cuando llegaron los de Telmex a ponerme mi línea con interné (la misma que tenía en mi viejo departamento, obviamente), de ahí sacaron el cable de fibra óptica y adaptaron la caja de Telmex a los hoyos que usaba la caja del servicio anterior.

Esa pared con los interruptores, interfón y caja de Telmex es perfecta para poner el buró donde va la canoíta que un tesista me regaló el día de su titulación, en la cual pongo mis monedas en cambio y donde aviento mis llaves al llegar a mi departamento. Dicho buró también es el lugar perfecto para el módem de Telmex y la torre principal Deco de mi sistema de WiFi de malla que uso en mi departamento.

Excepto por un pequeño problema: esa pared no tiene enchufe eléctrico. El enchufe eléctrico más cercano estaba a más de dos metros, en una de las paredes de mi comedor. Yo no puedo creer que a los tarados que diseñaron este departamente no pusieran un enchufe eléctrico ahí; es como que el lugar obvio para uno.

Por supuesto esto es trivialmente arreglable usando una extensión… nada más se ve del nabo. Una solución intermedia (y probablemente lo que hubiera hecho en otra época en mi vida) sería poner un canalito para que al menos el cable de la extensión no se viera tan feo. Esto es pasable, pero decidí que yo ya estaba listo de intentar una cosa más avanzada. Que por supuesto incluía desmadrar la pared de la que vengo hablando desde hace cinco párrafos.

Agarré mi nivelador láser y usando cinta para pintor delineé una ruta vertical hacia abajo de los interruptores de luz.

La ruta vertical

La ruta vertical

Después, con un cincel, martillo y mis manos campesinas me puse a desmadrar la ruta. Me llevó una semana, queridos lectores, porque fue completamente a mano y consistió en, literalmente, estar picando piedra durante las noches que regresaba de trabajar. Es un trabajo ingrato que no quiero volver a hacer nunca jamás.

La pared desmadrada

La pared desmadrada

Ya con la pared desmadrada puse el tubo naranja que usan los electricistas para meter cables dentro de paredes, y lo usé para meter cables dentro de paredes. De hecho nada más un cable grueso, que llevaba dentro los otros cables necesarios.

El tubo naranja

El tubo naranja

Habiendo hecho esto, llené las partes desmadradas de la pared con espuma autoexpandible.

La espuma autoexpandible

La espuma autoexpandible

Y por supuesto después corté el exceso y la lijé.

La espuma autoexpandible lijada

La espuma autoexpandible lijada

Una vez más puse el resanador especial que ya había usando antes.

El resanador

El resanador

Que también procedí a lijar.

El resanador lijado

El resanador lijado

Y por último pinté la pared con la misma pintura que ya tenía. Yo sé que está mal que yo lo diga, pero la verdad quedó poca madre; es básicamente imposible notar que en algún momento desmadré la pared.

El enchufe

El enchufe

Además, digo, es trivial de hacer, pero alambré correctamente el enchufe, como mi probador de enchufes me hizo el favor de verificar.

El probador

El probador

Me llevó más de una semana el proyecto, incluyendo el estar, literalmente, picando piedra. Me gasté una lana, porque obvio tuve que comprar cosas que no tenía: el tubo naranja, el cable eléctrico, la caja del enchufe que va dentro de la pared, y además el cincel con el que le di en la madre a mi pared. A mano.

Un buen electricista probablemente me hubiera cobrado menos de lo que me gasté y con casi toda certeza lo hubiera tenido listo en un día, si no es que en un par de horas.

Pero no me importa; fue muy divertido (picar piedra no tanto), aprendí a hacer cosas y además estoy muy orgulloso de cómo quedó. Tanto, que lo hice una vez más para poner otro enchufe.

Pero esa historia creo que ya no la voy a contar; es básicamente lo mismo, nada más esta vez ya no piqué piedra a mano. O bueno, no piqué tanta piedra a mano.

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La vida peatonal

(De nuevo no fue mi culpa que Aztlán no respondiera; estaban arreglando una subestación eléctrica en Ciudad Universitaria y se quedó sin luz el piso de mi cubículo.)

Justo el día que salimos de vacaciones de Semana Santa, me chocaron mi carro.

Fue el primer accidente mayor que tuve con mi coche, donde un camión tipo mudanzas decidió que quería aplastarme contra el camellón en Río Churubusco. Recuerdo claramente que sentí el golpe y nada más dejé escapar un tenue “oh”; en ningún momento tuve miedo, me di cuenta de inmediato de que mi carro me estaba protegiendo: sentía cómo el camión (que debía pesar unas cinco veces más que mi carrito, al menos) trataba de apachurrar mi auto y el mismo nada más se quejaba amargamente.

El resultado del choque fue que se le dio en la madre a casi todo el lado derecho de mi carro, además de partes del lado izquierdo. El carro seguía funcionando después del impacto, pero por supuesto se lo llevaron en grúa a que mi seguro evaluara el daño.

Mi carro madreado

Mi carro madreado

Total que terminé andando sin carro durante casi exactamente tres meses, lo cual no me pasaba… no recuerdo desde cuándo exactamente.

Mi primer carro fue mi querido Tsurito, que me lo vendió mi mamá (siendo honesto muy barato) después de ella usarlo varios años. Antes de eso me lo prestaba, pero el carro fue mío de mí hasta casi entrar a la maestría. Antes de eso, yo fui estudiante (y profesionista, un tiempo) de metro, micro, trolebús y tren ligero. Lo cual es por supuesto lo común con la gente que acudió toda su vida a escuelas públicas.

No me quejo la verdad; el transporte público de la Ciudad de México puede llegar a ser incómodo, pero es bastante rápido y eficiente e indudablemente barato. De hecho, en mis épocas de trabajador profesionista una de mis chambas estaba en Bosque de las Lomas en la Miguel Hidalgo, y a veces mi mamá me prestaba el carro: en esas ocasiones, no era raro que usar el carro resultara en que me tardara más en ir y regresar desde Xochimilco, donde vivía.

Como sea, que me quedara sin carro me obligó a usar de nuevo el transporte público de la CDMX y en particular a familiarizarme con las rutas disponibles alrededor de mi nuevo departamento. Vivo efectivamente (aunque no oficialmente) sobre el Eje 8 Sur Popocatépetl; tardo unos diez minutos en caminar a la estación del metro más cercana, pero a menos de una cuadra está una parada de la línea 13 del trolebús, que es lo que normalmente termino utilizando. De regreso, la parada correspondiente está todavía más cerca: mi celular trata de conectarse a mi red inalámbrica antes de que baje del trole.

Estos nuevos trolebuses normalmente ya no van conectados a las catenarias que están colgadas desde antes de que yo naciera; no tengo idea de cómo funcionan, pero evidentemente siguen siendo eléctricos, porque son sorpresivamente silenciosos. También están muy limpios y cómodos (generalmente) y no sé si tengan una suspensión especial, pero también el trayecto se siente muy suave.

Pero además, como me gusta dejar abierta la ventana de mi sala (que mira directamente al Eje 8), todo el tiempo escucho la campanita que suena el trole cuando llega a su parada; “¡tiling, tiling!”, le hace, con un sonido bastante romántico que he terminado por asociar a mi nuevo hogar.

Desde un punto de vista más ñoño, están las tarjetas de Movilidad Integrada; yo tengo la mía desde hace años, no recuerdo cuándo fue que la compré ni dónde, pero siempre la ando cargando. Obviamente es lo que uso en trolebús y metro, pero cuando se me estaba a punto de acabar el saldo, vi que la App CDMX permite cargarla usando NFC.

Ni siquiera me tengo que levantar de mi sofá para recargar la tarjeta. Es la neta, porque además el pago es casi automático con Google que, dado que ya es dueño de mi alma inmortal, en particular se acuerda de mi tarjeta de crédito.

Para ir a la Facultad de Ciencias normalmente salgo de mi casa, camino menos de 100 metros a la parada del trolebús; me bajó en Insurgentes, camino menos de 40 metros a la estación Río Churubusco del Metrobús; me bajo en la estación Ciudad Universitaria y camino unos 100 metros (que se sienten como 500 por el puente de caracol) a la parada cruzando de Trabajo Social, donde uno de múltiples Pumabuses me pueden dejar enfrente de la Facultad de Ciencias, o bien cruzando el estacionacionamiento para estudiantes. De regreso suelo hacer exactamente la ruta inversa.

Ya por fin me regresaron mi carro, pero estuvo simpático el utilizar el transporte público de nuevo. Sigo prefiriendo por mucho mi carro, pero si es necesario utilizar la alternativa no es tampoco como si fuera una tortura.

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El escritorio

Casi toda mi vida antes de ser adulto la viví en la colonia Ramos Millán, en la delegación Iztacalco. Nací en el hospital López Mateos en Churubusco, no sé por qué, pero todas mis primeras memorias transcurren en la Ramos Millán; y aunque siempre he dicho (y sostengo) que tuve una niñez feliz, la verdad no extraño absolutamente nada de esa casa y ese rumbo. Tal vez la barbacoa que mi mamá compraba los domingos, pero ni siquiera estoy del todo seguro; en estos días, es muy frecuente que coma muy buena barbacoa.

Nos mudamos a la colonia Jardines del Sur en Xochimilco en diciembre de 1993, cuando yo estaba terminando el primer semestre del CCH Sur y a unos meses de cumplir 17 años. Antes de eso, toda mi vida compartí recámara con mi hermano; pero en Xochimilco por fin tuvimos cada quien su cuarto.

No recuerdo si fue por eso, pero mi mamá nos compró escritorios idénticos a mi hermano y a mí. De madera no particularmente fina, pero tampoco corrientísima, pintados de color caoba; o mejor dicho manchados de color caoba (como le dicen los gringos, stained), porque se podía ver el grano de la madera.

El escritorio, además de los clavos, no tenía absolutamente nada de metal; los cajones son ortoedros de madera, hay soportes de madera que los sostienen, y entonces todo funciona de manera bastante primitiva con los cajones arrastrándose sobre los soportes: nada de las viejas correderas de metal con rueditas de plástico.

Correderas de metal con rueditas de plástico

Correderas de metal con rueditas de plástico

Mucho menos los modernos rieles de metal con rodamientos de bola que suelen usarse hoy en día.

Rieles de metal con rodamientos de bola

Rieles de metal con rodamientos de bola

La verdad nunca usé mi escritorio para escribir, de mi puño y letra, porque es algo que nunca he hecho regularmente; pero en cuanto me compraron mi primera computadora mía de mí en la universidad, la misma terminó en mi escritorio porque ¿dónde más la iba a poner?

De las primeras fotos de mi galería en línea son justo de alguna de mis computadoras en ese viejo escritorio.

Escritorio

Escritorio

Cuando me mudé a mi primer departamento me llevé el escritorio, porque no tenía de otra; necesitaba un lugar dónde poder trabajar en mi computadora. Años después, en el proceso de mudarme con alguna novia, me pasó por la cabeza el deshacerme del escritorio, porque es pesado y voluminoso y ya para ese entonces comenzaba a verse bastante maltratado: los gabinetes, monitores, teclados y ratones habían rayado bastante la madera a lo largo de los años.

Dicha novia me hizo notar que estaba pero si bien pendejo si me deshacía de él; ese escritorio (me dijo ella) era por mucho el mejor mueble en mi posesión. Como ella sin duda alguna sabía mucho más que yo acerca de la buena calidad en las cosas materiales en la vida, me lo llevé. Y luego lo regresé a mi departamento cuando tronamos.

Poco antes de la pandemia, ya siendo yo profesor de tiempo completo, compré un escritorio en Ikea; y si soy preciso armé yo un escritorio con piezas de Ikea, comprando de forma separada un tablero (Tommaryd color carbón de 130cm×70cm) y cuatro patas (Adils, negras). No es que le hubiera pasado algo al famoso escritorio de madrea; nada más yo ya estaba hasta la madre de no poder estirar las piernas cómodamente debajo del mismo: como se ve en la foto arriba, tiene cajones a ambos lados y toda la parte trasera está tapada.

Mi nuevo escritorio (que sigo usando) es literalmente un tablero y cuatro patas: puedo estirar las piernas tanto como se me dé la regalada gana. El tablero es básicamente de las mismas dimensiones que el viejo escritorio de madera (difieren por un par de centímetros), porque a lo largo de los años me acostumbré a esa área de trabajo.

Como sea, el viejo escritorio de madera no lo tiré; lo seguí usando como espacio de almacenamiento (los cajones ortoedros son bastante espaciosos) y además puse ahí mi gabinete (no quería ponerlo encima del nuevo escritorio ni en el piso). También puse ahí mi escáner.

Ahora que me mudé a mi nuevo departamento, me traje una vez más el viejo escritorio de madera. Me parece que ya no es el mejor mueble en mi posesión; pero sin duda alguna es bueno (digo, tengo más de treinta años con él). Mi nueva oficina en mi departamento es más grande que la que tenía antes, así que hice un reacomodo y decidí que el viejo escritorio de madera seguiría con su papel como espacio de almacenamiento, pero ahora pondría encima mi impresora 3D y varios chunches relacionados con eso.

En el proceso de ordenar todas mis posesiones en el nuevo departamento, procedí a darle una buena limpiada al viejo escritorio de madera, lo que me hizo percatarme de lo madreado que lo tenía: sí reflejaba los treinta años que llevo usándolo.

El escritorio antes

El escritorio antes

Entre las cosas que compré cuando me mudé fue una lijadora eléctrica de mano, que principalmente he usado para lijar paredes (larga historia); y entonces comencé a juguetear con la idea de lijar el escritorio (o al menos la parte de arriba) y volverla a manchar, encerar y pulir. Lo único que me detuvo fue que esa pinche lijadora genera una cantidad apocalíptica de polvo de yeso cuando lijo paredes; no quiero ni imaginarme la cantidad apocalíptica de aserrín que generaría si lijara mi escritorio.

Estaba entonces ponderando si me animaba o no a lijar mi escritorio y generar una cantidad apocalíptica de aserrín, cuando vi un video en YouTube. Me encanta ver videos en YouTube donde restauran cosas; no importa particularmente qué, sólo el proceso de restauración en sí mismo es suficiente. Carros, muebles, juguetes, electrónicos, maquinaria, herramientas; cualquier cosa que alguien con mucho más talento que yo transforme de casi basura a una pieza que bien podría pasar por nueva, es como pornografía para mí. Entonces pues el algoritmo me recomienda cosas relacionadas con restauraciones de vez en cuando; y así fue como terminé viendo un video donde restauraban un mueble de madera sospechosamente similar a mi escritorio.

Siendo preciso, no “restauran” el mueble; básicamente sólo lo manchan de nuevo, pero con un químico impío que aplican con fibra de metal muy fina, y que al menos en el video hace que parezca magia. Así que decidí que trataría eso en lugar de generar una cantidad apocalíptica de aserrín con mi lijadora eléctrica de mano.

La chingadera de verdad funciona como magia; especialmente con rayaduras superficiales. Pero incluso con rayaduras profundas las oculta bastante bien. Luego enceré el escritorio con cera de abeja para madera y lo pulí sin echarle muchas ganas, porque ya me había cansado para ese momento. Me costó más o menos quinientos pesos y medio día de mi vida, pero la verdad me gustó mucho cómo quedó el viejo escritorio de madera.

El escritorio después

El escritorio después

Le habría podido parar ahí; básicamente había restaurado mi escritorio a un estado similar al que tenía hace veinte años, de los treinta que lleva conmigo. Sin embargo, le hice todavía una modificación de la que hablaré más tarde.

Este viejo escritorio de madera creo que se me pasó la oportunidad que tuve de deshacerme de él; lo voy a andar cargando conmigo el resto de mi vida, me parece. Me alegra haberle dado esta manita de gato; y creo que ya no abusaré tanto de él, entonces espero que no sea necesario volverlo a restaurar dentro de treinta años.

Y sí, estoy suponiendo que voy a llegar a mis ochentas, porque soy optimista.

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Cuarenta y ocho

Hace cuarenta y ocho revoluciones alrededor del sol de esta canica azul donde vivimos, ocurrió que nací.

Esto enojó muchísimo a muchas personas y ha sido en general reconocido como una mala jugada de mi parte.

En lo personal, este año me compré un departamento; que es a la vez de las cosas más mundanas que existen (mucha gente compra en su vida una o varias propiedades), pero también lo suficientemente notorio como para que valga la pena mencionarlo.

A nivel más global el año pasado de mi vida estuvo marcado, por supuesto, por la apabullante victoria de Clauda Sheinbaum en las elecciones presidenciales; la consecuente continuación de la Transformación; la derrota de nuestra oposición que cada vez da más pena; el inicio de la implementación del plan C (falta menos de un mes para ver cómo funciona por primera vez este ejercicio); el regreso de Trump con nuestros tarados vecinos; y todo el megadesmadre a nivel mundial que está causando con la bola de pendejadas que se le ocurren.

Me puedo quejar de múltiples cosas; pero no de que haya sido un año aburrido.

Dada mi naturaleza, continúo en general optimista respecto a casi todo; y sí, eso incluye el mundo en general: por más daño que llegue a hacer, Trump dejará de estar en el poder en unos años.

Durante años pasados mis pasatiempos han estados regidos por cine, animé (con algo extra de televisión por ahí) y videojuegos; este año además le he hecho a la plomería, albañilería, carpintería y electricidad, porque he estado divirtiéndome como enano haciendo varias cosas en mi nuevo departamento. Soy en general pésimo para dichas cosas y probablemente saldrían más rápido (y barato) si contratara a alguien más que las hiciera por mí y que de hecho supiera lo que hace (y ya tuviera las herramientas y materiales para hacerlo); pero pues me divierte mucho hacerlo.

Vamos a ver cómo me va este año que viene; será el penúltimo de mis cuarentas porque me acerco de manera inevitable al quinto piso de mi vida.

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El tirol planchado

Odio el tirol planchado.

Mi viejo departamento tenía paredes con tirol planchado; y el techo tenía tirol sin planchar.

Odio el tirol planchado.

¿Por qué odio al tirol planchado? Porque yo ando haciendo gújeros en las paredes básicamente cada cinco minutos; cuelgo televisiones, bocinas, cuadros, barras de sonido y sepa la chingada cuántas pendejadas más, todo el tiempo.

Inevitablemente, tarde o temprano muevo varias de esas cosas, y entonces hay que tapar el gújero. Y si uno no tiene una tirolera, es básicamente imposible tapar el gújero de manera perfecta. Si uno no sabe dónde se hizo la reparación, probablemente no lo note; pero por definición yo siempre voy a saberlo, y la única manera de no notarlo sería tener una tirolera.

No tengo tirolera; y no quiero comprar una tirolera. No sé si sabría cómo usar una tirolera.

Pero además se acumula polvo y demás en el tirol; de verdad lo detesto, casi tanto como detesto alfombras y carpetas.

Mi nuevo departamento tiene paredes lisas y blancas, y es de las cosas que más me han gustado del mismo. Cometí errores al instalar el soporte del monitor de mi computadora y el de mi televisión, y fue trivial llenar los gújeros y dejar las paredes básicamente inmaculadas de nuevo.

Pero va más allá; comentaba hace unos años, queridos lectores, que cuando Telmex por fin se dignó a ponerme fibra óptica, el técnico fue y taladró una de las tuberías de agua de mi viejo departamento, lo cual forzó al plomero a tener que hacer un gújero bárbaro para repararla; y que yo reparé con las pocas habilidades que cuento para ese tipo de cosas. En ese momento no me molestó cómo había quedado, porque de por sí la pinche pared tenía tirol planchado, pero la verdad mi reparación fue bastante mediocre. Pasable, pero mediocre.

Bueno, la misma estupidez me pasó en mi nuevo departamento: pero para añadir heridas al insulto, la pendejada la cometí yo al tratar de montar unas repisas, y a lo puro güey, porque era obvio que por ahí bajaba una tubería… de hecho era obvio que bajaban tres tuberías. Pude haber taladrado las tres, pero por suerte sólo fue una.

Así que realicé de nuevo la peregrinación a Portales para recoger un plomero que me hiciera el favor de reparar una tubería taladrada. Ese es el tipo de cosas para las cuales me declaro 100% inútil: ¿cambiar el empaque de un grifo?, no hay problema; ¿reemplazar la ducha de una regadera?, lo hago en cinco minutos; ¿poner un bidet?, lo he hecho como siete veces. Pero para reparar una tubería de cobre que requiere soldar estaño me declaro absolutamente inútil: necesito un profesional que lo haga por mí.

Los dos plomeros que repararon mi tubería inevitablemente me cayeron muy bien, porque ya estaban viejitos y eran indudablemente de la vieja escuela; les llevó menos de media hora hacer la reparación, y más de la mitad de ese tiempo consistió en estarle dando en la madre a mi pared para poder descubrir la tubería taladrada.

El gújero

El gújero

Una vez reparada la tubería, procedí a reparar yo la pared: pero contrario a la reparación similar que hice hace unos años, en esta ocasión ya sabía más al respecto y además las paredes son (como ya mencioné) lisas y blancas. De hecho justo en esa pared no son perfectamente lisas, pero lo suficiente como para que no importe.

En lugar de mezclar cemento blanco y tratar de contenerlo en el gújero vertical, utilicé espuma expandible, que es una maravilla por todo lo que he leído al respecto; es bastante dura pero increíblemente ligera, e incluso al parecer proteje las tuberías. Una vez endurecida la espuma, corté el exceso con una sierra y la limé al nivel de la pared.

La espuma

La espuma

Luego cubrí eso con un resanador especial, que también es la neta: no hay necesidad de mezclar nada, se aplica directamente y después se puede lijar fácilmente.

La resanada

La resanada

Por último lijé la pared y pinté encima con exactamente el mismo color (y marca) con el que se había pintado originalmente. Y la verdad el resultado es básicamente perfecto; yo dónde se hizo la reparación, pero a menos que ponga mi cara a unos cuantos centímetros de la pared, no puedo notarla.

La reparación

La reparación

El proceso me gustó tanto, que me puse a destruir paredes por mi cuenta. Pero eso es cuento para otra entrada.

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Que febril la mirada

Hace veinte años, queridos lectores, comencé a escribir en este blog.

No es la actividad ininterrumpida que más tiempo haya realizado en mi vida: comencé a programar a los 12 años, hace tres décadas y media; y comencé a dar clases (como ayudante de laboratorio) hace 27 años, en 1998.

Pero sí es la actividad no directamente relacionada con mi ocupación que he realizado por más tiempo en mi vida.

A lo largo de su existencia, he escrito poco más de un millón de palabras en más de 2,300 entradas y 15 páginas; he moderado más de 8,000 comentarios escribiendo yo mismo poco más de 2,000 (y no sé cuántos más haya borrado; el retraso mental es grave desde que ganó la Transformación); y si pusiera mi blog en forma de libro, el mismo cubriría más de 3,400 páginas. Ese fue un ejercicio interesante.

He reseñado películas, series de televisión, videojuegos y obras de teatro; he escrito de política y de ciencias de la computación; y, cómo no, he comentado sobre cosas personales que me han pasado en estas últimas dos décadas.

Aunque no es, ni de lejos, el aspecto central de mi vida, mi blog sí se ha convertido en parte importante de la misma, estando siempre ahí, en la periferia cuando no en el centro del escenario, desde que comencé a escribir en él.

El blog me ha permitido conocer gente, incluso a veces en el espacio de carne; y también enterarme de puntos de vista distintos que, en condiciones normales, probablemente nunca hubiera escuchado/leído. Jamás participé en ninguna red social (excepto Google+; pero era tan patética que me parece ni siquiera cuenta), pero mi blog antecede a casi todas esas redes sociales; y probablemente (mientras yo viva) continúe mientras varias de las mismas desaparezcan.

Sinceramente dudo que mis escritos nunca hayan hecho que alguien cambiara de opinión, particularmente en política; pero creo que mi blog sí refleja aunque sea una parte pequeña de lo que ha sido la trayectoría política nacional desde que el Peje comenzó a ganar prominencia a nivel nacional a finales de su sexenio como Jefe de Gobierno. En ese sentido estoy orgulloso de lo que he escrito y sostengo todo lo que he dicho; incluso en las veces que me he equivocado, porque honestamente creo que fueron errores sinceros: o en otras palabras, bajo las mismas circunstancias, hubiera escrito básicamente lo mismo.

No me arrepiento de nada que haya dicho en el blog (incluyendo los antes mencionados errores); y de hecho todo lo contrario: estoy profundamente orgulloso de muchas de las pendejadas que aquí he plasmado.

En particular, y aunque sé que es una afirmación terriblemente controversial, voy a reafirmar una vez más que Cardcaptor Sakura es el mejor animé que haya visto en mi vida; aunque la continuación de Clear Card es (al menos hasta el momento) completamente innecesaria; y además en los últimos años salieron un par de animés que es posible (aunque no necesariamente probable) que le quiten ese lugar en mi escala personal. Como son series en desarrollo, necesitaré ver cómo terminan antes de poder tomar esa decisión.

Han sido veinte años de mi vida adulta en los que (inevitablemente) he crecido como escritor; he aprendido un montón sobre la condición humana (en particular como el dogma ideológico puede literalmente causar retraso mental); y sinceramente me he divertido como enano, porque sigo sosteniendo que escribir prosa y escribir código son actividades completamente diferentes, pero sorpresivamente similares.

Escribir prosa es tratar de programar una idea.

Así que no planeo dejar de hacerlo, aunque inevitablemente acaecerán periodos donde deje de escribir un tiempo; pero espero sean pocos y no muy largos.

Y de estos últimos veinte años, en las inmortales palabras de Carlos Gardel:

Sentir que es un soplo la vida
que veinte años no es nada
que febril la mirada,
errante en las sombras
te busca y te nombra
vivir con el alma aferrada
a un dulce recuerdo
que lloro otra vez

Nos vemos en el cuarenta aniversario.

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Feliz año nuevo 2025

Con casi 3 semanas de retraso, pero como todos los años, quiero desearle a todos mis lectores (incluso a los siempre borro sus comentarios por exceso de retraso mental), un feliz año nuevo.

Este punto medio de la tercera década del siglo XXI se ve interesante, por decir lo menos: la Transformación continúa, aparentemente con más apoyo nacional que nunca antes; en unas horas comenzará Trump 2.0, y aunque hay muchísima especulación, la simple verdad es que no tenemos ni puta idea de qué tanto nos vaya a afectar, positiva o negativamente.

Yo estoy agradablemente sorprendido de la respuesta que hasta ahora ha dado nuestra doctora presidenta junto con su equipo; en ese sentido estoy tranquilo, confiando en que los que están a cargo lo harán tan bien como podríamos esperar que lo hicieran.

Yo comencé este año mudándome a un nuevo departamento; de ahí mi tardanza en escribir esta entrada. Esto agotado de estar mudando la aparente infinidad de pendejadas que uno termina acumulando a lo largo de casi veinte años de vivir en un mismo lugar.

(Me imagino que han oído hablar que todos los hombres tenemos una “caja de cables” que nos negamos a tirar; bueno, creo que a estas alturas yo tengo más o menos dos clósets completos de cables: estoy 97.14% seguro de que se reproducen entre ellos).

Mi nuevo hogar parece zona de guerra; aún me faltan algunas cosas de mover y necesito organizar la gran mayoría de las antes mencionadas pendejadas: pero ya tengo mi televisión con mi PlayStation 5 y mi media center conectados; ya tengo mi interné funcionando; y mi recámara es la parte más avanzada que tengo, así que puedo dormir y todo.

Mi estudio en cambio es posiblemente la parte menos avanzada, que es la razón de que esté escribiendo esto en mi laptop.

Como sea, es una manera interesante de iniciar un año; feliz año a todos ustedes, y vamos a ver cómo nos va con el demente naranja de regreso en la Casa Blanca.

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La mudanza

He escrito en este blog durante casi veinte años; en ese tiempo ha vivido en múltiples computadoras y múltiples servidores. No hablo nada más del hardware; me refiero a la dirección en internet: si mal no recuerdo mi blog nació en Abulafia, el que era el servidor de Elisa (mi directora de tesis de la licenciatura) en la Facultad; después lo pasé a Xóchitl, el que era el servidor de Jorge (mi director de tesis de la maestría y doctorado) en el posgrado; y finalmente lo moví a Aztlán, mi servidor en la Facultad.

En todas esas encarnaciones, el blog vivió debajo de mi usuario canek. En Abulafia y Xóchitl esto era una necesidad ineludible: esas computadoras eran generalmente utilizadas por todos los tesistas y alumnos de mis profesores, entonces yo era uno de múltiples usuarios y tenía que tener mi blog bajo mi usuario.

(Normalmente yo terminaba siendo el súper usuario de esas computadoras; pero no entremos mucho en esos detalles).

Cuando por fin levanté Aztlán, que ya es mi computadora (en todos los sentidos: todo el hardware lo compré yo), puse al blog debajo de mi usuario por costumbre; así llevaba más de una década usándolo y ni siquiera me pasó por la cabeza hacerlo de alguna otra manera.

Eventualmente me pasó por la cabeza, pero descarté la idea casi de inmediato: no le vi sentido y me dije “¿pero qué necesidad?”

Probablemente así hubiera seguido años, pero hace cinco años pasé mi instancia de GitLab a Docker. Al final de esa entrada, comentaba que me había gusado tanto el chisme ese, que estaba jugueteando con la idea de pasar mi blog y mi lector de RSS a Docker también.

Bueno, hoy por fin después de cinco años lo hice. Fue medio un desmadre.

Primero me llevó todo un fin de semana averiguar cómo demonios funcionaba correctamente el redireccionamiento entre el Apache de Aztlán (que es el que maneja todo lo de SSL con Let’s Encrypt) y el Apache del contenedor Docker. Esto es relativamente más complicado que con GitLab, porque GitLab está de origen diseñado para correr dentro de un contenedor: en cambio WordPress fue escrito en el año 2003, en uno de los peores lenguajes de programación que jamás ha creado el hombre (PHP), y es mi opinión como programador profesional que nadie diseñó WordPress, sino que gente que no sabía realmente programar (lo común con usuarios de PHP) se puso a aporrear el teclado hasta que algo medianamente funcional ya estaba listo.

Aunque evidentemente exagero, y ha mejorado muchísimo en sus 21 años de existencia, WordPress sí es medio macabro cuando uno le comienza a picar al código. Como sea, por fin pude configurar la parte necesaria en WordPress para que funcionara bien el redireccionamiento.

Yo creí que ya podría hacer la mudanza, pero descubrí con terror mientras hacia pruebas que WordPress era del orden de diez veces más lento en mi contenedor Docker que si lo corría directamente. Esto por supuesto es inadmisible; más aún porque jamás me ha dado problemas de desempeño mi instancia de GitLab.

Leyendo en red vi que esto era una queja más o menos común y corriente, y procedí a hacer lo que esas viejas entradas en la red aconsejaban hacer para aliviar el pésimo desempeño. Pero nada parecía funcionar; además, todo indicaba que era un problema dentro del contenedor mismo, no la comuniación con el mundo exterior.

Total que tuve que usar un profiler para literalmente ver dónde estaba perdiendo tiempo WordPress, y cuando por fin lo vi me dije a mí mismo: “mí mismo, eres un pendejo”. Porque se me había olvidado que mi configuración de WordPress utiliza memcached: evidentemente la instancia de WordPress en el contenedor Docker no tenía el servidor de memcached y cada solicitud intentaba conectarse al mismo miles de veces.

Podría haber conectado la instancia dentro del contenedor al servidor memcached de Aztlán; pero mejor también metí eso en su propio contenedor (como también está el servidor de MariaDB) y corrí todo junto con Docker compose. Con esto podré deshacerme del servidor memcached en Aztlán.

Habiendo hecho eso, el blog volvió a funcionar a una velocidad desde mi punto de vista idéntica a la que tenía antes de que lo metiera en un contenedor; y además mudé la dirección de mi usuario (/~canek/pensadero) a una al nivel superior en Aztlán (/pensadero). Voy a redireccionar la vieja dirección algunos años, pero eventualmente la borraré, así que les recomiendo que actualicen sus ligas.

Quiero deshacerme de todos los servidores nativos en Aztlán, excepto Apache por Let’s Encrypt y SSH por obvias razones, y correr todos los demás servicios que tengo dentro de contenedores. Creo que mi blog en WordPress era el más complicado de todos, entonces espero poder hacer esto poco a poco: al parecer las ventajas en seguridad son enormes y ya no tengo que depender de que Gentoo maneje todos los paquetes que mis servicios necesitan.

Me gusta la idea de Docker: es elegante; y sorprendentemente fácil de usar.

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Center

De vez en cuando le doy mantenimiento a mi blog.

No me refiero a mantener actualizado el software del blog (WordPress) o las dependencias correspondientes; eso sí es muy regular que lo haga. No, me refiero a mantener el contenido: revisar que no haya ligas muertas, actualizar la manera en que formateo ciertos elementos, cosas de ese estilo. No es muy común, porque en general el blog hace el uso más aburrido que exista de HTML, entonces es relativamente raro que tenga que regresar a contenido viejo a actualizarlo.

La última actualización importante que hice (que tenga memoria) fue cuando reemplacé mi sistema de galería en línea para fotografías; de Gallery3, a un sistema que yo mismo escribí porque dejaron de mantener Gallery3.

De hecho, preparando esta entrada fue que por primera vez en años me asomé a ver qué había sido de Gallery3, y con algo de tristeza y nostalgia descubrí que el software había recibido su último commit hace una década; y que en los foros las últimas respuestas eran de hace más de seis años.

Que es la razón por la cual escribí Galería (hey, nunca he dicho que me caracterizara por ser original): básicamente el mercado de aplicaciones web de software libre para mantener una galería en línea se volvió un enorme desierto.

Culpo de eso a los teléfonos celulares; miles de millones de personas toman billones de fotos, y nadie quiere hacerse cargo de mantener eso a mano. De ahí que casi todo mundo mejor le dice a Google o Apple o Facebook o Instagram que se encargue por ellos de mantenerles sus galerías, sincronizando automáticamente sus fotos con la nube. “Inteligencia” artificial y múltiples heurísticas son utilizadas para llenar los metadatos que mi simple galería en línea necesita sean introducidos de manera manual.

Por no hablar del espacio en línea; cuando comencé a guardar fotos digitales con cierto cuidado, la resolución no era raro que fuera 640×480; hoy en día veinte megapixeles no son raros, que corresponden a 5472×3648: el espacio utilizado por esas fotos crece geométricamente.

Como sea; al cambiar a mi galería, tuve que actualizar todas las ligas de mi blog a mi galería; escribí un programa por supuesto, no soy un cavernícola. Fuera de eso en general no he tocado el contenido de mi blog si no es para agregar nuevas entradas o muy de vez en cuando corregir un error de dedo que cada cierto tiempo descubro.

Sin embargo, las pasadas vacaciones de verano inicié un proyecto para tratar de convertir todo mi blog en un libro, usando \LaTeX. Sólo tengo curiosidad de saber cuántas páginas de un libro habré escrito para cuando mi blog cumpla veinte años el año que viene.

Casualmente, ya he trabajado en convertir \LaTeX en HTML; lo hice para construir las versiones de mis libros en versión electrónica; pero éste es justamente el paso inverso, convertir HTML en \LaTeX. Es, sin que exista la menor duda, muchísimo más simple; especialmente porque HTML es bastante estructurado y en mi blog, como ya dije, nunca he utilizado nada terriblemente complicado en sus entradas.

Pensé en usar Pandoc, dado que es lo que uso para convertir \LaTeX a HTML; pero decidí que era matar moscas a cañonazos, dado que HTML es de verdad muy simple (al grado de ser casi idiota). Entonces escribí un pequeño compilador de HTML a \LaTeX, para el caso muy específico de mi blog. Además aprovecha la información de las entradas para construir un documento que parezca un libro: cada año es un capítulo y cada entrada es una sección.

Como sea, para hacerme la vida más sencilla corregí algunas cosas que tenían unas cuantas entradas, especialmente las más viejas en mi blog (las que se acercan a cumplir veinte años). Y entre ellas fue descubrir que seguía utilizando la etiqueta <center> de HTML. Muy al inicio; la última vez que lo hice fue en 2011.

No es de extrañar; es, como bien dice el abuelo Simpson, lo que estaba de moda en esos días: si uno quería centrar algo en HTML, uno lo ponía dentro de una etiqueta <center> y seguía con su vida.

Y lo que pasó a partir de 2011 es que comencé a únicamente centrar las imágenes que suelo poner en mis entradas, que todas siguen el mismo formato y lo hacen de la manera correcta en HTML moderno: utilizando CSS. Desde hace casi quince años no centro nada que no sean imágenes; y ya tiene años que había actualizado todas las imágenes centradas en mi blog al formato moderno.

Pero antes de eso sí llegué a centrar otras cosas; no muchas veces (conté 20), pero sí suficientes como para tener que decidir qué hacer al respecto, porque <center> está obsoleta desde hace años.

Podría no haber hecho nada, por cierto: para motivos prácticos todos los navegadores (o sea, Chrome y Firefox) respetan la dichosa etiqueta y a mi compiladorcito le pude haber puesto una regla más para aceptarla.

Pero no, mejor decidí regresar a entradas que había escrito cuando literalmente era un mozo veinteañero, para reemplazar el uso de <center> por el moderno <div> combinado con un poquito de CSS moderno. De hecho resulta que mi compilador sea un poco más complejo, pero fue un ejercicio interesante.

En el camino reemplacé unas imágenes viejísimas que tenían menos de 300 pixeles de ancho y para mi sorpresa descubrí que perdí en la neblina del pasado el primer video con una captura de pantalla que hice, que usaba Flash entre todas las posibles opciones disponibles. Por no decir de todo lo relacionado con mi programita de geometría, Geom; perdí el repositorio, las capturas de pantalla tanto en imágenes como videos, y de hecho no tengo idea de si exista por ahí una copia del código. En algún momento de mi vida perdí un disco duro de 500GB y creo que ahí se fueron algunas cosas, como todo lo relacionado con Geom

El proyecto escaló a estar revisando y corrigiendo entradas en un montón de partes de mi blog (especialmente en la década de los dieces, que es la única década completa en mi blog), cada vez que mi compiladorcito encontraba algo que no le gustaba o veía patrones de uso que sencillamente no tienen sentido utilizar hoy en día (solía abusar de <span> con el atributo style para dar formato local, por ejemplo).

Total que terminé echándole un ojo a decenas de entradas de mi blog que escribí hace más de una década. Todo este ejercicio del blog que comencé hace casi veinte años nunca tuvo un objetivo definido claro: para motivos prácticos ha servido para que comente (a veces, cada vez menos) de mi vida personal; para dejar registro de cosas que a veces llaman la atención (una conversación con un amigo, la letra de una canción, y esto también cada vez es menos); para escribir ensayos de política (generalmente alrededor de años electorales); y para lo que creo que ha terminado siendo la espina dorsal del contenido del Pensadero, el reseñar ciertas obras de cultura popular, primordialmente cine, videojuegos y animé.

En 2007 escribí el ensayo más largo (y me parece el más popular) que tengo en mi blog, Harry Potter y las 4,100 páginas de magia; y cuando digo el más largo es por mucho. Mis entradas largas “normales” andan por debajo de las 5,000 palabras; mi ensayo de Harry Potter tiene más de 37,000. Según Google, esa página ha sido visitada varios miles de veces; y es un cálculo estimado, porque Google Analytics sólo rastrea cosas a partir de 2015. Tiene 100 comentarios, que es de las entradas con más interacción en el blog.

Hoy en día tengo suerte si me dejan un puñado de comentarios; y, para bien o para mal, siguen siendo las entradas de política las que más incitan esto. No tengo idea de cuántos de esos comentarios son de seres humanos de carne y hueso y cuántos son de bots. Según Google Analytics tuve en el último año alrededor de 19 mil usuarios que dejaron 34 mil vistas:

Google Analytics

Google Analytics

Lamentablemente los registros de años pasados los perdí, porque moví mi blog a la versión G4 de Google Analytics y no se me ocurrió respaldar la información de la versión vieja; pero vamos a suponer que al año tengo 10 mil visitantes y unas 15 mil vistas.

La verdad me sorprendería que más del 10% de esos visitantes fueran seres humanos de carne y hueso; yo soy un firme creyente de la Teoría del Internet Muerto: casi todas las interacciones que ocurren en internet probablemente son realizadas por sistemas automatizados.

Ciertamente me resulta muy sospechoso que mis entradas con más comentarios sean las de política: no sólo es objetivamente irrelevante qué pueda opinar un profesor universitario cuarentón de la vida política nacional; además, y sin afán de ofender a nadie, queridos lectores, pero la mayor parte de dichos comentarios reflejan un retraso mental tan trágicamente cómico, que no puedo sino pensar que sólo una máquina idiota podría haberlos escrito.

Lo que me lleva a ponderar otro de esos grandes misterios (al menos para mí) de mi blog: no tengo ni puta idea de dónde carajo salen mis lectores. No promociono mi blog en ningún lado (¿por qué haría eso?); estoy en exactamente cero redes sociales, entonces no ligo mis entradas; y dudo muchísimo que alguien más ligue lo que yo escribo: de nuevo, ¿por qué a nadie le importaría las opiniones de política de un profesor universitario cuarentón? Según Google Analytics el 82.37% de mis lectores en el último mes llegaron a mi blog a través de “organic search”… pero no me explico por qué Google o Bing ligarían a mi blog en lugar de ligar a alguien que, pongan ustedes, de hecho sabe de lo que está hablando.

Si realmente me importara, supongo que podría averiguarlo; pero les tengo una confesión, queridos lectores: más bien me vale madre. Aunque genuinamente agradezco a cualquiera que me lea, la verdad no escribo por nadie más que no sea yo mismo; si de repente perdiera a absolutamente todos mis lectores y ya nunca nadie más volviera a dejar un comentario, no afectaría en nada lo que escribo en mi blog o la frecuencia con que lo hago.

Como sea; limpié las ocurrencias de <center> de mi blog y le di un muy necesario mantenimiento. Sí pude generar el libro en \LaTeX que me interesaba, pero me voy a reservar el decirles de cuántas páginas salió, hasta que llegue el vigésimo aniversario del pensadero en unos cuantos meses.

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La bolsa de Caprabo

Hace más de quince años fui a un DocCourse en Barcelona durante 3 meses; fue una estancia muy bonita al inicio de mi doctorado donde hice a casi todos mis amigos europeos e incluso un par de gringos.

En 2009, si mal no recuerdo, en México aún no estaban prohibidas las bolsas de plástico en los supermercados; y de hecho creo que ni siquiera lo estaban en Europa (o al menos España), pero como tenía que recorrer varias estaciones del tren de los Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya para llegar a algún súper, era más sencillo tener una bolsa grande y resistente donde pudiera aventar mis magras compras.

Así que en uno de esos supermercados, que se llama Caprabo y que aún existe, me compré una bolsa que es, sin la menor duda, súper ruda. No es de tela; parece más bien de lona plastificada y me ha durado todos estos años porque, siendo como soy, me la traje a México.

Por supuesto ahora tengo más bolsas reutilizables, pero realmente ninguna es tan grande o conveniente como la bolsa de Caprabo, excepto por un pequeño detalle: lleva quince años descosiéndose.

Para remediar esto he recurrido a un truco muy sencillo: cada cierto número de años, agarro mi engrapadora y puck, puck, puck, engrapo una nueva sección que se haya descosido. Ha funcionado sorprendentemente bien: la estúpida bolsa tiene quince años conmigo y aguanta, literalmente, un piano (electrónico, no muy grande).

Hace unos días le tocó mantenimiento de nuevo; me parece que a estas alturas he reemplazado más de la mitad de sus costuras con mis grapas, que llegan a un número tal que me parece es posible que haga sonar a un detector de metales.

La bolsa se ve del nabo; era negra originalmente, pero ahora tiene un montón de partes descoloridas; tiene múltiples “hilos” (son más bien como tiras de plástico endemoniadamente fuerte) de la costura original colgando por varias partes; y por supuesto están mis catorce millones de grapas que le dan una apariencia muy similar al del monstruo de Frankenstein.

Me gusta mi bolsa de Caprabo (obviamente; no la hubiera andando cargando desde hace más de quince años si no fuera así), y me queda muy claro que es un sinsentido que la siga utilizando después de quince años cuando tengo bolsas de tela que no se ven del nabo y que probablemente no hagan sonar a un detector de metales.

Pero pues es un recuerdo más de esa estancia de hace más de quince años y mal que bien sigue aguantando un piano (electrónico, no muy grande); así que planeo seguir utilizándola hasta que literalmente se haga pedazos.

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Cuarenta y siete

Ayer cumplí cuarenta y siete años.

El año pasado creo que es el primero donde de verdad sentí que ya no estábamos en pandemia, aunque sin duda alguna se siguieron percibiendo consecuencias de la misma. No todas negativas, por cierto.

No tengo mucho qué reportar: siempre sí volví a escribir de política, pero en un volumen definitivamente menor a otros años electorales. Una explicación de esto, además del hecho de que nuestra desesperada y triste oposición es tan lamentable que realmente hasta da pena ajena hablar de ellos, es que no siento tanta necesidad de explicar cómo veo yo las cosas.

Hace 18 años en 2006, que fue el año que más escribí de política, sí sentía que era necesario explicar (al menos para mí mismo, en el peor de los casos) mi análisis de la situación además de aventurarme a hacer algunas predicciones. No siento eso ahora, porque me parece que (por más que le moleste a algunos) sí ha habido una transformación de las conciencias en el país.

No es muy difícil determinar que un enorme sector de la población está mucho más y mejor informado que hace casi dos décadas; y no nada más enterándose de qué rayos ocurre en el país y en el mundo, sino participando e involucrándose también. Y es mi impresión que un porcentaje significativo (si no es que abrumador) de este sector bien informado apoya, en algunos casos de forma casi fanática, a la Transformación encabezada por el compañero Presidente y el Movimiento de Regeneración Nacional.

Esto no son nada más sentimientos cálidos que siento en mi corazoncito; hay evidencia básicamente irrefutable al respecto, como el hecho de que la inclemente guerra sucia en contra de Andrés Manuel y de Claudia no está funcionando. En algunos casos (como la aprobación del Presidente aparentemente muestra), al parecer dicha guerra sucia está terminando por favorecer a la Transformación.

Me acerco precipitosamente a los cincuenta años, y sinceramente no veo cambios muy grandes en mi pensamiento e ideología política a como era cuando tenía dieciocho. Tal vez algo de idealismo romántico ha sido reemplazado por pragmatismo cínico, pero ni siquiera creo que sea mucho: en 1995, cuando tenía dieciocho años, aún con la novedad del zapatismo yo creía (como creo ahora) en el cambio pacífico a través de la vía electoral; y las convicciones que tenía entonces permanecen para motivos prácticos idénticas.

Sigo creyendo que la salud y la educación deben ser públicas y gratuitas, provistas por el Estado (pero permitiendo opciones privadas, si alguien así lo desea); sigo creyendo que teníamos razón en estallar la huelga en 1999, y por más errores que cometimos sigo creyendo que somos la razón de que la UNAM sea lo que es hoy en día; y sigo creyendo que una intervención firme y decidida por parte del Estado puede y debe contener los peores excesos del capitalismo y del libre mercado. Sigo creyendo, como siempre creí, que el enfocarnos en ayudar en los que menos tienen resultará, medio inevitablemente, en que nos vaya mejor a todos.

Y dado el espectacular éxito del Peje en su sexenio, me parece que ha quedado comprobado que tenía(mos) razón.

Por el bien de todos, primero los pobres.

Como sea, por eso no siento que deba andar yo escribiendo de política; no hay necesidad (si es que alguna vez la hubo) de que yo explique nada, la banda (incluyendo a un buen de la chaviza) está informada e involucrada en la vida política nacional, que es la más sencilla explicación de por qué las encuestas (serias, no como Massive Caller) arrojan los resultados que están arrojando.

Así que este blog seguirá siendo lo que realmente ha sido durante los últimos casi veinte años; un espacio para que yo practique mi amor por la escritura bajo el pretexto de reseñar películas, animé y videojuegos, con las ocasionales desviaciones para escribir de mi vida o de política.

Sin embargo sí tengo preparadas unas cuantas entradas más de política este año, una más antes de las elecciones; y algunas más después, si se cumple lo que al parecer será el resultado inevitable de las mismas.

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Diecinueve años

Caí en cuenta de que los últimos tres aniversarios de mi blog ni siquiera los mencioné en el mismo. Mucho tuvo que ver la pandemia, supongo; aunque la verdad siempre he sido malo para conmemorar ciertas fechas.

Y de hecho este año lo estoy mencionando, pero se me pasó por casi una semana.

Como sea, lo estoy retomando, porque el próximo año se cumplirán veinte años de que tengo este blog; lo cual suena demencial, de alguna manera.

Comencé este blog en 2005, en la segunda mitad de mis veintes; y me encuentro ahora, diecinueve años después, en la segunda mitad de mis cuarentas y habiendo pasado por multitud de pendejadas, además de vivir los cambios por los cuales ha transitado el país.

En ambos casos muchas veces escribí al respecto en este blog, que es la actividad “cotidiana” (luego dejo pasar meses sin escribir) que más ha durado a lo largo de mi vida.

Vamos a ver qué nos espera en este último año de las primeras dos décadas de mi blog.

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Feliz año nuevo 2024

Como todos los años, queridos lectores, les deseo un feliz año nuevo. El año pasado fue fascinante en el aspecto político, principalmente porque al parecer la elección del próximo 2 de junio se decidió de antemano en dicho año. Eso en principio hace que no sea muy emocionante la elección de este año; pero no le quita lo divertido de ninguna manera.

Faltan cinco meses para que elijamos a la que (con casi absoluta certeza) será la primera presidenta del país, y aunque indudablemente tendremos una de las campañas más sucias de toda nuestra historia, incluyendo cosas como audio y video falsos generados con la mal llamada inteligencia artificial que se ha popularizado en los últimos meses, no tengo la menor duda de que la ciudadanía mexicana (en su mayoría) se elevará al nivel requerido por las circunstancias y que los resultados de casi todas las elecciones serán aceptados por virtualmente todo mundo, estando casi dispuesto a apostar que incluso lo harán el mismo 2 de junio.

Me puedo equivocar, por supuesto: 5 meses son muchos meses; pero al parecer todo se está encaminando a que no haya mucho qué discutir de los resultados. Vamos a ver; en una de esas nuestra desesperada y triste oposición saca su colectiva cabeza de su colectivo trasero y dejan de hacer estupidez tras estupidez tras estupidez tras estupidez.

No dan muchas señales de ni siquiera intentarlo, sin embargo.

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Cuarenta y seis

Hoy cumplí cuarenta seis años.

Este año supongo que lo más importante es que nos seguimos acercando a la normalidad, pero sin llegar a ella del todo.

Mis idas al cine disminuyeron mucho aunque ya no estemos (del todo) en pandemia; y he jugado muchos videojuegos. También he dejado de ver televisión “normal” casi por completo, pero sigo viendo bastante animé y (medio inevitablemente) leyendo algo de manga; no mucho realmente.

También, para mi sorpresa dada mi evidentemente avanzada edad, adquirí un nuevo pasatiempo, por primera vez en décadas. Más aún, es un pasatiempo que consiste en crear, más que consumir, lo cual es todavía más extraño para mí. Pienso escribir al respecto más adelante, si se me pega la regalada gana.

En política este año todavía va estar medio aburrida la cosa (por más escándalos que nuestra desesperada y triste oposición trate de inventarse); pero se puede poner medio interesante el próximo. Vamos a ver qué tan interesante y si tengo el estómago para escribir al respecto.

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Feliz año nuevo 2023

Como todos los años, le deseo un feliz año nuevo a todos mis lectores y a aquellos que me dejan comentarios medianamente razonables. A los retrasados mentales que me dejan comentarios idiotas, también como siempre que se pudran.

Este año marcó para mí en particular la muerte de Susi; nada más por eso el año apestó. La pandemia de alguna manera continúa (me dio Covid por fin el fin de año) aunque las medidas de precaución se han reblandecido. No me queda claro si algún día regresaremos a algo parecido a la “normalidad”, lo que fuera que era eso.

Vamos a ver cómo nos va este año.

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El Covid

Después de casi tres años escapando de este virus que ha terminado definiendo nuestras vidas, por fin me contagié de Covid la semana pasada.

De hecho probablemente me contagié hace dos semanas; pero la semana pasada comencé a presentar síntomas y el miércoles me hice la prueba que salió positiva. A esto se siguieron cuatro días bastante miserables con lo peor de los síntomas; hoy ya me siento bastante mejor, pero sigo sin salir de la enfermedad, sin duda alguna.

Aunque ya no soy joven bajo ninguna definición del término, tampoco soy anciano; soy relativamente fuerte, siempre he sido muy sano y además (y esto no puede enfatizarse demasiado) estoy vacunado, reforzado y doblemente reforzado. En ningún momento me preocupé realmente de que la enfermedad escalara a algo más grave.

De cuaquier manera me sentí de la chingada durante un par de días; aunque también debo admitir que como casi nunca me enfermo (porque siempre he sido muy sano), entonces las veces en que ocurre me porto como niña chiquita y llorona. Cualquier dolorcito o malestar lo sufro que hagan de cuenta que fuera cáncer estomacal.

Como sea; sigo débil y duermo mucho más de lo que normalmente acostumbro, además de que sigo moqueando, pero fuera de eso lo peor ya pasó. Voy a esperar las dos semanas necesarias para volver a hacerme la prueba y espero que ya para ese momento salga negativa.

Todo este semestre que termina di clases con un tapabocas en la cara; yo esperaba proponer que dejáramos de hacerlo el próximo semestre, pero después de esto creo que lamentablemente seguirá siendo necesario por un tiempo. No ha terminado esta estúpida pandemia; y lo que me temo es que realmente nunca termine y que los estúpidos cubrebocas sean sencillamente una cosa que tendremos que seguir usando durante los próximos años.

Como sea, por fin me tocó. Por suerte me tocó estando yo en las mejores circunstancias posibles, incluyendo que estamos de vacaciones en la UNAM; me hubiera gustado que nunca me tocara, pero de hecho lo que es más probable es que me vuelva a dar, supongo, dado que al dar clases convivo con muchas personas (mis alumnos) que se la viven moviéndose de un punto de la ciudad a otro, en muchos casos muy lejanos. Por mucho cuidado que tengamos, el virus sencillamente seguirá esparciéndose y mutando de aquí a la eternidad.

Supongo que hay que irnos acostumbrando.

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La ofrenda

En mi casa mi mamá siempre puso ofrenda. Era de las cosas que sencillamente ocurrían cada año; cerca del día muertos la ofrenda aparecía y la misma permanecía ahí hasta unos cuantos días después.

Aunque sí llegué a pedir calaverita siendo niño, fueron muy pocas veces. Y no íbamos a ningún cementerio, porque como familia no teníamos ningún muertito cerca para ir a visitar. Pero la ofrenda ahí siempre estaba.

Cuando comencé a vivir solo, nunca puse ofrenda. Sí “pongo” un arbolito de navidad todos los años, en el sentido de que lo saco de un clóset, le soplo para quitarle un poco del polvo que ha acumulado, y lo pongo en mi mesa o algún lugar en la sala. El arbolito mide como 35 centímetros, entonces no es mucho trabajo que digamos.

El arbolito

El arbolito

Sin embargo nunca puse ofrenda, porque afortunadamente para motivos prácticos no tenía muertitos a quiénes ofrecérsela. Desafortunadamente ahora sí tengo.

Aunque probablemente debí poner ofrenda desde que David murió, fue la muerte de Susi la que me hizo poner este año. No tengo muchos muertitos que causen que sienta la necesidad de ponerla (por suerte); pero sé que con el paso de los años el número irá en aumento. Es, como la muerte misma que celebramos estos días, inevitable.

La ofrenda

La ofrenda

Así que supongo que de ahora en adelante todos los años pondré mi ofrenda de día muertos; porque para nosotros el 2 de noviembre no tiene que ver con el miedo a la muerte y a lo desconocido; es para celebrar la vida y recordar a los que ya no están con nosotros; para ofrecerles aunque sea un poquito de lo que nos gustaría poder compartir con ellos en persona y que ya no podemos.

Feliz día de muertos.

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5,000 días

Yo soy gamer.

Aunque debería ser obvio, me parece que de vez en cuando sí necesito decirlo en voz alta (o escribirlo aquí), porque aunque es de mis pasatiempos preferidos, no es raro que a veces se me olvide que soy gamer. Literalmente: al grado de que se me olvida que para ser gamer hay que, ya saben, jugar videojuegos de vez en cuando.

No tuve consolas cuando era niño, porque a mis papás no les alcanzaba; siendo adolescente tuve un Atari 2600 de esos piratotas, con como 100 juegos incluidos; y un Famicom todavía más piratota, porque era fayuca completamente ilegal. Cuando mi mamá se compró su primera computadora para escribir su tesis de maestría, yo comencé a jugar en ella casi de inmediato.

Ahora, “jugar” en la computadora no necesariamente se traducía en ese momento a jugar videojuegos; para mí nada más estar descubriendo qué podía hacer en una computadora (incluyendo mis primeros temblorosos pasos como programador) era estar jugando. Pero sí jugué varios juegos de computadora, hasta al menos el inicio de la licenciatura, donde el estar programando reemplazó el jugar videojuegos casi por completo.

Pero no por completo; aunque fuera esporádicamente seguí jugando, aunque cada vez menos y más infrecuentemente. El hecho de que tenía que reiniciar mi computadora para usar Windows no ayudaba, ciertamente.

Y entonces mi hermano me regaló un PlayStation 3, a inicios de noviembre de 2008.

Todavía me tomó algunos años el volver a jugar cotidianamente; jugué RockBand y Grand Theft Auto IV, pero recuerdo claramente que no me sentía motivado a jugarlos más que esporádicamente; lo cual suena extraño, que uno tenga que estar motivado para disfrutar un hobby, pero que es indudablemente uno de los problemas de ser adulto: además de tiempo libre, uno tiene que estar motivado para disfrutar de ciertas cosas.

Así que durante los primeros años de tener mi PS3 el mismo funcionó básicamente como reproductor de Blu-rays en esteroides; en ese entonces ni siquiera veía mucho YouTube y Netflix era una idea futurista, así que ni siquiera para streaming usaba mi consola.

Todo esto cambió en 2011, cuando descubrí (o mejor dicho, caí en cuenta de) los trofeos que se registran en la PlayStation Network al ir jugando videojuegos. Esos ridículos premios, inútiles e irrelevantes, se convirtieron en el gancho que necesitaba para reasumir mi identidad de gamer, me dieron un propósito (por insustancial que sea) para seguir jugando mis juegos. Parafraseando a Palpatine:

It gives me focus, makes me stronger.

He platicado de mis trofeos muchas veces aquí; y me quedan a mí claro las razones que tengo para que mi vida como gamer gire casi completamente en torno a los trofeos de la PlayStation Network. También me queda claro que todas y cada una de esas razones no tienen el más mínimo sentido; no importa, realmente: son lo que me permite poder disfrutar mi pasatiempo de jugar videojuegos en mi PlayStation.

Así que fue, literalmente, devastador cuando en julio de 2019, mi cuenta de la PlayStation fue excomulgada (banned) por Sony.

No voy a entrar a detalles de porqué Sony excomulgó mi cuenta original; sí estaba haciendo trampa (para conseguir trofeos, obviamente); sí violé los términos del EULA de Sony; y de todas formas me parece que fue un castigo desmedido para mi falta.

La consecuencia práctica de esto fue que básicamente dejé de jugar videojuegos en mis PlayStations a partir de ese momento (no tenía mucho que había comprado mi PlayStation 4). Ahora, YouTube (que soy de los que paga el servicio Premium, porque no soporto sus anuncios), Netflix, Prime Video y HBO Max (y ahora Paramount+, que viene gratis con Infinitum) los veo en mi PlayStation 4, así que no fue como que dejara de prender la consola; pero básicamente dejé de prender mi PlayStation 3 y además casi no jugué; jugué un poco, pero sin muchas ganas… excepto por Jedi: Fallen Orden, porque Star Wars es lo más cercano que tengo a una religión; y volver a jugar God of War, versión 2018, porque además de que es probablemente el mejor videojuego en toda la historia, es muy reconfortante estar matando a Sigrun en la dificultad más alta una y otra y otra y otra vez.

Para ese momento, el estado de jugar videojuegos en Linux había mejorado enormemente, en gran medida por Steam; yo tenía ya años comprando juegos en las ventas de verano de Steam (salen absurdamente baratos), así que mi biblioteca de Steam no es nada despreciable. He jugado realmente nada más como 3 juegos, pero mi biblioteca no es nada despreciable.

Estando excomulgado, regresé a jugar en la computadora realmente por primera vez en casi dos décadas. La verdad sólo vale la pena mencionar Kerbal Space Program y Oxygen Not Included, que sí jugué bastante en la pandemia; el resto de mis juegos en Steam hay varios que ni siquiera he iniciado una vez. De KSP y ONI sólo diré que son los videojuegos más nerds que pueden existir, donde uno literalmente tiene que estar resolviendo ecuaciones para jugarlo (de órbitas espaciales en el primero y equilibrio energético y térmico en el segundo). También son extremadamente adictivos para alguien como yo, especialmente por el hecho de que ninguno de los dos termina jamás, si uno quiere seguirlos jugando eternamente.

Pero sí extrañaba jugar en mi sofá, enfrente de mi televisor grandote con mi sistema de sonido 5.1 (mi computadora también tiene 5.1, pero ni es lo mismo ni es igual). Estuve inútilmente durante años tratando de hacer que Sony me desexcomulgara (¿incomulgara?, ¿comulgara?), pero sencillamente es imposible, literalmente le cuelgan a uno el teléfono (cuando recibían llamadas; ya ni siquiera hacen eso).

Y entonces por fin, casi tres años después de mi excomulgación, me acordé de 3 cosas:

  1. Mis trofeos siguen ahí, nunca los quitaron (y por lo que tengo entendido, nunca los quitarán).
  2. Los trofeos son importantes de acuerdo a como a mí se me dé la gana que sean importantes.
  3. Soy programador.

Ya había escrito una aplicación en Linux para poder tener una base de datos local con mis trofeos para poder contemplarlos amorosamente en las noches que no puedo dormir; así que sencillamente la modifiqué ligeramente para poder combinar múltiples cuentas en una sola cuenta virtual.

No es por nada, pero está bastante padre; además de que puedo decidir qué cuenta real usar para cada juego individual en la cuenta virtual, puedo hacer cosas que Sony nunca ha permitido, como ocultar juegos por completo (en la PlayStation Network uno puede ocultar juegos, pero los puntos de los trofeos en los juegos ocultos se siguen contabilizando). Así que, para mí, mi cuenta excomulgada está congelada en el tiempo con 100% de compleción en todos sus juegos (sencillamente oculto los que no me dejaron completar antes de excomulgarme).

Mi cuenta excomulgada

Mi cuenta excomulgada

Y en mi cuenta virtual tengo todos los trofeos de mi cuenta excomulgada, además de los que tengo en mi cuenta nueva.

Mi cuenta virtual

Mi cuenta virtual

Por supuesto habrá quien diga que eso no se vale; pero pues los trofeos son premios inútiles e irrelevantes; literalmente a nadie además de mí les importan. Así que los que digan eso púdranse; yo así defino cómo llevo mis trofeos en la PSN; y, para lo que importe, sigo ganando todos y cada uno de esos trofeos al jugar. Muchas veces haciendo trampa, por supuesto; ¿si no qué chiste?

Este sutil masaje mental que realicé en mí mismo me permitió regresar a uno de mis pasatiempos preferidos: estar cazando trofeos en la PSN, jugando videojuegos. Y la verdad me liberó de la camisa de once varas en que yo solito me había metido por tratar de mantener mi cuenta siempre con la posibilidad de obtener el 100% de mis trofeos todo el tiempo; hubo múltiples juegos que ni siquiera intenté jugar porque los trofeos se veían muy difíciles de conseguir.

Ahora ya no importa; sencillamente oculto el juego si no logro completarlo.

Y regresé a mi pasatiempo que hagan de cuenta que estuviera vengándome de alguien: me compré mi PlayStation 5 en mi cumpleaños; por fin compré una silla especial para poner mi volante al jugar videojuegos de carreras; me suscribí a la nueva versión de PlayStation+ (la versión Extra; aunque estoy considerando seriamente la Deluxe), que según mis cuentas ya se pagó solita por los cientos de juegos que vienen incluidos (o bueno, si juego los suficientes antes de que los saquen de la rotación); y básicamente el volver a jugar por el simple placer de escuchar la campanita cuando por fin consigo un trofeo.

Una cosa que hace mi aplicación es desplegar el tiempo desde el primer trofeo que obtuve (Off The Boat, el primer trofeo que aparece automáticamente en Grand Theft Auto IV) hasta hoy; y justamente hoy se cumplen 5,000 días que he estado obteniendo trofeos en la PSN. Esos son 13 años, 8 meses y una semana; y espero poder seguir jugando durante varios miles de días más.

Así que volveré a comentar de mis platinos aquí; me faltaban varios que obtuve antes de que me excomulgaran, y pues ya obtuve un par desde que regresé a jugar regularmente (y Jedi: Fallen Order, porque Star Wars es lo más parecido que tengo a una religión).

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Feliz año y diecisiete años y cuarenta y cinco

Durante casi toda la existencia de mi blog, he deseado feliz año nuevo a mis lectores; comentado el aniversario del blog; y escrito el día de mi cumpleaños. Los últimos dos años fueron una excepción; pero me parece que todo mundo podemos estar de acuerdo en que los años mismos fueron excepcionales.

¿Por qué dejé de escribir tanto tiempo? Por la razón común conmigo; estaba escribiendo otro libro. Otros dos, de hecho.

¿Voy a regresar a escribir regularmente? Sinceramente me gustaría, pero sencillamente no siento tener el tiempo libre necesario (y el que tengo, lo prefiero utilizar en otras cosas). La entrada de Susi, que me sentí obligado a escribir, me despertó el deseo de nuevo estar escribiendo aquí; pero la verdad es que, además de animé, videojuegos y cine, no tengo muchas ganas de escribir de mucho más.

(Debo hacer mención de que aunque encuentre hilarante la vida política nacional –y un poco la internacional– bajo la 4T, no creo tener mucho muy original que contribuir a la discusión; pero además no tengo el estómago para lidiar con la gente pendeja que se opone a todo lo que hace el Peje: con esfuerzos tengo el estómago para lidiar con la gente inteligente que se opone a ciertas cosas que hace el Peje.)

Así que vamos a ver cuánto me dura este periodo de escribir en el blog; mientras tanto: feliz año “nuevo” a todos mis lectores; este blog lleva 17 años en existencia (con pausas de varios meses de vez en cuando); y este año cumplí 45 años, así que creo que bajo cualquier definición del término dejé mi juventud hace ya varios años. No que me sienta viejo; pero eso no le importa a los que hacen encuestas y me ponen en el rango de la mediana edad.

Vamos a ver cómo es este año; al menos estamos regresando (poco a poco) a algo similar a la “normalidad”.

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