2018: Los candidatos

Aunque empecé esta serie con tiempo (en febrero), he estado muy ocupado y las elecciones ya son en menos de 4 semanas. Sí me gustaría escribir mis ideas acerca de los candidatos a la presidencia antes de que votemos; por suerte Margarita Zavala “se bajó” y entonces ya nada más tengo que escribir de 4. Y de hecho de 3, si somos serios.

Las siguientes cuatro entradas de esta serie serán de los candidatos en el orden de preferencia electoral inverso que tengan según la última encuesta de El Financiero, así que escribiré del Bronco, Meade, Anaya y el Peje. Si me da tiempo, escribiré una última entrada concluyendo esta serie a finales del mes.

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2018: La reforma educativa

No ha habido una reforma educativa en el país; lo que pasó en 2013 fue una reforma laboral.

Esto es obvio para cualquier persona que haya leído los cambios de la reforma; no hay nada que mencione cosas de educación, planes de estudio, pedagogía, impacto socioeconómico de los estudiantes. Literalmente nada que una reforma educativa debería tener.

La reforma es una reforma laboral, con el único objetivo de joderse a los maestros de educación primaria del país, en sus derechos laborales.

Aquí voy a decir otra de esas cosas que a mucha gente no le va a gustar: en México (como casi todo el tercer mundo) los maestros de las primarias públicas son en su gran mayoría héroes y deberíamos hacerles “estuatas” en lugar de estar demonizándolos en la televisión.

Esto por supuesto no es absoluto ni mucho menos cubre a los dirigentes magisteriales, ni del SNTE (que un montón son rateros y corruptos) ni de la CNTE (que en mucho casos sólo podemos calificarlos de “dementes”… además de que varios también son rateros y corruptos).

Pero los maestros comunes y corrientes que salen diario a darles clases a los millones de niños que tiene el país, son en su gran mayoría héroes que literalmente evitan que este país le vaya peor de lo que le va bajo unas condiciones miserables en el mayor de los casos e inhumanas en algunos.

Yo soy producto de la educación pública en México; estuve en una guardería pública (del ISSSTE) y toda mi vida estudié en escuelas públicas: la República Española (país que no existe) fue mi primaria pública; la René Cassin y República Argentina (larga historia) fueron mis secundarias públicas; el Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Sur fue mi bachillerato público; la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México fue mi licenciatura pública; y el Posgrado en Ciencia e Ingeniería de la Computación de la Universidad Nacional Autónoma de México fue mi posgrado público. Todas esas instituciones fueron públicas y gratuitas; yo nunca (ni mi familia) pagamos cuotas para que realizara mis estudios. Y de hecho en el posgrado me pagaron.

Los maestros que tuve en primaria no fueron todos buenos (aunque realmente sólo una fue mala, como la carne de cerdo en chile verde); pero casi todos siempre hicieron lo mejor que pudieron dadas las circuntancias. Y mis circunstancias eran realtivamente decentes; ni me quiero imaginar las condiciones en Chiapas, Oaxaca y Guerrero, por ejemplo.

La educación pública en México (especialmente la de nivel básico) tiene una cantidad de problemas enorme. Son problemas tan graves que muchos de ellos yo literalmente no tengo ni idea de cómo ni siquiera comenzar a resolverlos.

Lo que sí sé, es que la solución no va a ser joderse a los maestros. Especialmente a aquellos héroes que salen todos los días de madrugada a dar clases en salones que son sencillamente un techo de zinc con algunas bancas, donde ni pizarrones tienen. Cualquier solución (o intento de solución), comienza, pasa e incluye a los cientos de miles de maestros de primarias públicas en el país.

Y lo primero que debe hacerse, es detener la campaña de años de querer mostrarlos en los medios como (literalmente) haraganes y violentos que no quieren perder sus “privilegios”. De verdad, vayan a las escuelas públicas de Oaxaca; ¿de qué privilegios hablan? No es posible que la SEP se gaste literalmente miles de millones de pesos en publicidad, mucha de ella para atacar a maestros, cuando las condiciones de las escuelas públicas en grandes partes del país es miserable.

Por supuesto debemos evolucionar el sistema de escuelas normales del país; fue una buena idea después de la Revolución, pero muchas cosas han cambiado. Pero esa evolución debe darse con la participación de los maestros y de los estudiantes de las normales, no puede imponerse desde arriba, especialmente si no hay un estudio (conducido por instituciones nacionales; no dictado por la OCDE) que respalde las propuestas. Por supuesto debe detenerse el tráfico y asignación arbitraria de plazas; pero eso no significa joderse a todos los maestros quitándoles sus derechos. Por supuesto debemos incorporar a un sector significativo de profesionistas en el país para que se dediquen a dar clases en primaria; pero esto no significa que tiremos a la basura a los maestros que ya están dando clases, particularmente los que llevan años haciéndolo y tienen una relación establecida con las comunidades a las cuales sirven.

Cualquier reforma educativa (que de verdad sea educativa), tiene que incluir a los maestros de primaria, o está condenada al fracaso, como al parecer será el caso de la del 2013.

Por suerte.

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2018: La relación bilateral

México y Estados Unidos tienen una relación simbiótica. Así ha sido desde el siglo XIX y probablemente así será para siempre. Con casi toda certeza además ninguno de los dos países deje de existir nunca (a menos que todos los países dejen de existir), por lo que dicha simbiosis sólo seguirá estrechándose cada vez más. Esta relación simbiótica además es un hecho, le guste o no a quien sea (ellos o nosotros, o algunos de ellos y algunos de nosotros).

Lamentablemente (para nosotros principalmente) la relación será simbiótica, pero no simétrica. Desde cualquier punto de vista que importe, México es un país más débil que Estados Unidos.

En general, si a Estados Unidos le va mal, a México le va mal. Pero si a México le va mal, esto no necesariamente implica que a Estados Unidos le vaya a ir mal; la proporción en que la situación en Estados Unidos afecta la situación en México es enorme en comparación de cómo la situación en México afecta a la situación en Estados Unidos (aunque los afecta). Peor aún, si a Estados Unidos le va bien, tampoco se traduce esto en que a México le vaya bien.

Entonces, como política nacional, nunca nos ha convenido y probablemente nunca nos vaya a convenir que le vaya mal a los gringos. Tenemos que ser sus aliados nada más por simple supervivencia.

Esto me costó mucho a mí admitirlo, porque detesto cómo hacen muchas cosas los gringos y si por mí fuera, preferiría que no tuviéramos nada que ver con ellos; pero es completamente irreal y de hecho ni siquiera tiene sentido: la historia de México está ligada a la de Estados Unidos y viceversa, ya que ambos somos el vecino más grande que tiene el otro. Esto es cierto al menos en población (Canadá será muy grande territorialmente, pero no llega a los 40 millones de habitantes), pero se puede discutir que en muchas otras cosas también. Las diferencias culturales entre gringos y canadienses, aunque reales, son relativamente menores dado que ambos países fueron originalmente colonias inglesas que masacraron a las poblaciones nativas (Quebec no importa, como siempre1); cómo nos influenciamos cultural y socialmente entre gringos y mexicanos es un fenómeno fascinante y de hecho objeto de estudio de toda la vida para un montón de sociólogos y antropólogos de ambos países.

Aceptar esta realidad, sin embargo, es algo muy lejano a lo que han hecho los gobiernos mexicanos durante las últimas tres décadas, que es querer actuar como sirvientes de los gringos esperando que con eso nos traten mejor. Literalmente como la chava que su novio le pega y que entonces se esfuerza más por complacerlo para que ya no le pegue, es una estrategia estúpida y con la cual México no ha ganado nada significativo. Como México es el socio más débil en la relación bilateral (y también en la trilateral con Canadá, por cierto), la única estrategia que tiene sentido es siempre decir que, de entrada, no gracias; pero que (con algunos asuntos) estamos dispuestos a discutirlo.

Esto es porque, si de verdad quieren jodernos, los gringos siempre van a poder jodernos. Existen mecanismos internacionales y de diplomacia que se pueden utilizar, pero en general si llevamos a los extremos las cosas, los gringos siempre van a ganar, porque tienen todas las de ganar económica y militarmente. Los retrasados mentales que han dirigido la política exterior nacional en los últimos 30 años entienden esto de la peor manera (igual que la economía, por cierto) y entonces toman una estrategia servil ante los gringos, cuando obviamente lo único que esto resulta es en que los gringos abusen. Una y otra y otra vez.

Si lo pensamos como en niños peleando por juguetes, México es el niño chaparrito y escuálido y los gringos son el niño gordo y alto que pesa tres veces más. Si el niño escuálido se porta servicialmente ante el gordo, el gordo siempre se va a aprovechar de la situación. En el otro extremo, si el niño escuálido se le pone al brinco al gordo a lo puro pendejo, se lo van a madrear. Lo que hay que hacer (como casi todo en la vida y que por supuesto es más difícil) es justamente buscar ese tenue equilibrio donde podemos defender nuestros derechos, pero sin dar pie a una madriza. Que por cierto, cada vez se hace más difícil esa madriza mientras sigamos colonizando el sur de los Estados Unidos2.

No sugiero esto ni por nacionalismo ni por simple orgullo; literalmente es economía y teoría de juegos. Que además se alinee con la defensa de la soberanía nacional es una agradable consecuencia secundaria. Estamos demasiado cerca de y en una situación de debilidad comparativa muy grande con los Estados Unidos como para poder actuar de otra forma. Una actitud servil en el mejor de los casos resultaría en algo a similar a lo que tienen los puertoriqueños; y ya ven qué bien les ha funcionado a ellos. Con casi toda certeza Puerto Rico jamás será una nación independiente ni un estado más de los Estados Unidos. Sus ciudadanos (mientras se queden en su isla) están condenados a ser “ciudadanos” de segunda clase que no pueden votar por presidente y que no tienen representación en el congreso y senado federales.

Pero además Puerto Rico puede al menos masturbarse mentalmente con la idea de ser algún día estado de los gringos; tienen menos de 4 millones de habitantes. México tiene más de la tercera parte de la población gringa; una actitud servicial (como la de los puertoriqueños) nada más resultaría en que fuéramos una especie de colonia, en el mejor de los casos. Un traspatio olvidado es más probable.

Siendo justos con las últimas administraciones federales mexicanas, era más fácil en los 60s y 70s para el servicio diplomático mexicano el resistirse a los gringos; la existencia de la Unión Soviética benefició mucho a México en ese aspecto. No porque nos alineáramos con ellos; era imposible hacer eso por nuestro valor económico y social y nuestra cercanía a los gringos. Simplemente por el hecho de que hubiera un contrapeso a los gringos le servía de palanca (por débil que fuera el albur) a los diplomáticos mexicanos para poder defender la soberanía nacional.

Pero eso no justifica la postura y actitud de los últimos gobiernos mexicanos respecto a la relación bilateral. En particular, la respuesta que ha habido al intervencionismo gringo en Latinoamérica (que por estas fechas suele ser más económico y mediático que militar) ha sido vergonzoso; especialmente porque (por simple viveza) el ponernos del lado de la nación Latinoamericana intevenida es siempre la opción que nos conviene, por simple supervivencia nuestra. Cada país latinoamericano que los gringos comienzan injerir en su vida política y que México no protesta formalmente, es salir a gritar a la calle que no vamos a quejarnos si injieren (más) con la nuestra.

Vivimos al lado de un gigante demente. No podemos madreárnoslo; pero eso no significa que debamos ponernos de pechito para que abuse de nosotros.

Relacionado justo con lo anterior, otra manera que tenemos de defendernos en la relación bilateral es ver las opciones que tenemos fuera de la relación bilateral. Debería ser obvio que lo que le conviene a México es estrechar, por todos los medios posibles, todas las relaciones con Latinoamérica. Con los Estados Unidos nunca tendremos una relación de iguales; pero con Argentina y Brasil sí es posible. Pero además tenemos mucho más en común con nuestros hermanos latinoamericanos que con los gringos; juntos podemos hacer un frente real a los Estados Unidos.

Esto lo ha entendido mucho mejor Europa; ningún país europeo (incluyendo Alemania y el Reino Unido) puede ponerse de tú a tú con Estados Unidos. Pero la Unión Europea sí, lo que hace todavía más demente el Brexit. América Latina debería impulsar algo por el estilo; en este momento juntos todavía no tenemos el poder económico de la Unión Europea, pero con tiempo e inteligencia tenemos los recursos humanos y naturales para ser una potencia mundial. Por supuesto a los gringos nunca les va a gustar esa idea, que es de las razones por las que siempre han intervenido cultural, económica y militarmente en toda Latinoamérica; pero justamente si hubiera una alianza real entre todo el continente americano, de México a Chile, no hay mucho (fuera de una acción militar descarada) que los gringos pudieran hacer.

Pero eso es sueño guajiro ahorita; de cualquier manera, una estrategia diplomática inteligente para México es siempre mirar primero al sur antes del norte. Y no hay necesidad de limitarnos; podemos negociar con China directamente también (que es de las razones por las que no le conviene a México el TPP, ni el esperpento que le siguió).

Como sea, lo importante es siempre desconfiar de los gringos y siempre decirles que no a la primera para después negociar, con el mayor cuidado posible, cualquier cosa con ellos. Porque si se los permitimos, los gringos siempre van a abusar: según ellos, es su destino manifiesto.

1 Esto es un chiste, ríanse.
2 Chiste… en su mayoría.
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2018: Corrupción, crimen y violencia

Como ya he dicho, no sé mucho se “seguridad”. Pero una cosa sí sé: el crimen no es un problema policiaco, es un problema social. En particular, el narcotráfico no es un problema de la policía (ni mucho menos del ejército y/o marina); es un problema social y de salud.

Si se tuviera a la mejor y más incorruptible policía del mundo (que definitivamente no tenemos), es completamente inútil si las condiciones sociales empujan a la población a una vida de crimen porque la desigualdad es enorme y no hay oportunidades honestas de sobrevivir (literalmente).

La gente en promedio cumple la mayor parte de las leyes porque está de acuerdo en cumplirlas; eso está bastante estudiado. Y las pocas leyes que viola (de nuevo, en promedio) es en general porque son leyes estúpidas, como las que penalizan el aborto o el consumo de drogas. Que por eso el aborto está despenalizado y el consumo de drogas debería estarlo (y se puede discutir que la comercialización de las mismas también; altamente regulado, por supuesto).

El aventarle la policía, el ejército y la marina a los narcos sólo sirve para escalar la violencia de los mismos. Mientras haya una porción de la población tan desesperada que la opción de unirse al narco suene mejor que el infierno de pobreza en que viven, por más narcos que asesinen las fuerzas armadas siempre habrá más carne de cañón que los carteles podrán reclutar. Se tiene que resolver el problema de raíz, que es justo darles opciones a la población (especialmente a los jóvenes) de vivir sin necesidad de recurrir al crimen.

Y no, eso no va a mágicamente resolver el problema; siempre habrá crimen en una sociedad donde haya un concepto de propiedad y por lo tanto alguien pueda ser privado de ella. La cosa es que el crimen sea la excepción, no la norma; y que el crimen que exista sea de preferencia no violento.

Por supuesto el reconstruir la infraestructura que le dé oportunidades a la población de vivir en el marco de la legalidad es difícil, tardado y para nada glamoroso. Los noticieros nunca van a cubrir de la misma manera que se abran escuelas y hospitales o que se invierta en el campo a cómo cubren que arresten a un narco o se quemen sembradíos de amapola. Pero es lo que resuelve el problema, no los síntomas del mismo.

Y para combatir al narco, como todo en este mundo, lo inteligente es usar la cabeza, no los músculos. Al narco hay que privarlo de su dinero, no combatirlo con violencia. Que nos lleva al otro problema del país: la corrupción.

No se ataca al dinero del narco porque el mismo llega a todos los niveles del gobierno mexicano, desde el policía que cobra una mordida para no agarrar al narcomenudista (que en el gran esquema de las cosas no es tan grave) hasta a varios gobernadores (y presidentes) que probablemente hayan estado y estén involucrados en el lavado del dinero que genera el narcotráfico (y que eso es gravísimo).

Y aquí es donde yo admito mi absoluta ignorancia: puedo entender el problema, puedo entender cuáles deben ser las soluciones y (de las maneras más burdas) puedo incluso idear cómo implementarlas. Pero todas las soluciones parten de la suposición de que la corrupción que ocurra no quedará impune.

La corrupción existe en todo el mundo; lo que pasa es que en México en muchos casos (especialmente cuando involucra altos funcionarios de gobierno) dicha corrupción queda impune. Y es un problema que se retroalimenta a sí mismo en una espiral perversa; la corrupción generalizada que existe en el país resulta en impunidad para los que la cometen, lo que genera más corrupción por parte de gente que en principio no hubiera participado en ella pero que lo hace porque de otra forma literalmente no hay manera de que las cosas funcionen, lo que a su vez causa más impunidad, etcétera.

Para resolver la corrupción, me queda claro que un primer paso fundamental es elegir funcionarios públicos que no sean corruptos. El primer problema es, por supuesto, que como la corrupción es casi universal, en general hay pocos de esos, y a lo mejor sólo no les han llegado al precio. El segundo problema es que, incluso suponiendo que de ahora en adelante elegimos puros funcionarios que no sean corruptos, un montón de los que están (y continuarán) en funciones siguen siendo corruptos, porque la corrupción permea todos los niveles de gobierno en todas las entidades del país gobernadas por todos los partidos políticos. Lo cual por supuesto en potencia puede resultar en que los nuevos funcionarios elegidos que no eran corruptos, se vuelvan corruptos. Y va de nuevo todo lo anterior.

Entonces, ¿qué podemos hacer, como ciudadanos? Lo mismo que he estado diciendo: participar en la vida política. Demandar que los funcionarios corruptos sean removidos de su cargo. Demandar a los partidos por los que en general votamos que no les ofrezcan candidaturas a personas con un historial de corrupción. No votar por candidatos corruptos. No participar en la corrupción; si me pasé un alto, deme mi multa, oficial.

Eso no soluciona el problema, sólo comienza a solucionarlo, y como todo en una democracia el proceso va a ser largo, arduo y aburrido. De manera perversa, en muchos casos detener la corrupción resultará en que la misma quede impune: para deshacernos de un funcionario corrupto, la solución más rápida será a veces decirle “OK, no te metemos al bote, pero tienes que renunciar a tu cargo”; eso ocurre mucho en Estados Unidos, por ejemplo. No es ideal, pero probablemente sea lo más eficiente. Ahorita regreso a este punto con un ejemplo particular de esta campaña.

En la Ciudad de México yo he visto este lento progreso desenvolverse en los últimos veinte años. La corrupción en la Ciudad ha indudablemente disminuido desde que comenzamos a elegir a nuestros propios gobernantes; no ha desaparecido (sigue existiendo un chingo de corrupción), pero entre los gobernantes que elegimos y una sociedad vigilante, sí se ha vuelto menos perniciosa. Yo no he pagado una mordida en más de quince años; por supuesto porque me he negado, pero en justicia a muchos policías y funcionarios de la Ciudad, también porque no lo han solicitado. O al menos no descaradamente.

Como sea, el tema de la corrupción es muy difícil porque literalmente es como un cáncer que se esparce por toda la sociedad. Será un paso muy importante si quien gane la elección en julio no sea corrupto (como indudablemente lo han sido los últimos cinco presidentes de la República); pero no es una solución mágica, un montón de funcionarios corruptos van a seguir en sus cargos. La corrupción no va a desaparecer en un sexenio (no importa qué prometan los distintos candidatos); puede comenzar a ser combatida en serio, pero reducirla a grados manejables va a llevar años, probablemente décadas.

Para terminar, y porque está muy relacionado con este tema, sí quiero mencionar la propuesta del Peje de ofrecer amnistía a criminales y funcionarios corruptos. Por supuesto en principio la idea misma me parece aborrecible, porque deja (potencialmente) impunes los crímenes de un montón de gente; pero es probablemente una de las mejores ideas que se le han ocurrido al tarado del Peje. No sólo porque da una salida a un montón de gente que comenzó a recibir dinero ilegal o que entró a una vida de crimen porque literalmente no veían otra manera de hacer su trabajo o sobrevivir; sino porque la corrupción y el crimen han llegado a un nivel tal en el país que es virtualmente imposible ejercer la justicia sobre todos los que han participado en ellos: tendríamos que meter a la cárcel a un porcentaje inaceptable de la población adulta del país.

Pero además lo primero que pensé cuando oí la propuesta del Peje fue en Mandela y Sudáfrica. Cuando Nelson Mandela y el ANC ganaron las elecciones en Sudáfrica, una de las primeras cosas que hizo fue ofrecer a los ex-miembros del gobierno Apartheid una amnistía generalizada. Y hay que tener en cuenta que esos pinches racistas asesinos hicieron (en general) cosas mucho peores de lo que el narco mexicano o nuestros gobernantes corruptos han hecho: literalmente cometieron genocidio desde el gobierno contra una porción enorme de su propia población, a la cual mantenían discriminada y oprimida, y además fue algo que hicieron durante décadas.

Y lo primero que hizo Mandela fue ofrecerles amnistía a quienes lo mantuvieron preso durante 24 años.

¿Merecían la cárcel o incluso ser fusilados muchos de los sudafricanos blancos que hicieron uso de esa amnistía? Sin duda alguna; pero el encarcelarlos o fusilarlos no hubiera resuelto los problemas de Sudáfrica; con casi toda certeza sólo los hubiera exacerbado. Y lo mismo pasa con los narcos y funcionarios corruptos aquí en México.

No me gusta la idea de darles amnistía; pero probablemente sea la manera más eficiente de comenzar a resolver el problema de fondo.

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2018: El Estado debe intervenir en la economía

Después de estar vomitando mis ideas de por qué es necesario un gobierno (al menos en este punto en la historia), qué tipo de gobierno tiene México (una frágil democracia) y cómo podemos contribuir a fortalecerla (participando en la misma), por fin voy a empezar a explicar cómo me parece deben trabajar los gobiernos resultantes de nuestra débil democracia.

Debo enfatizar (una vez más) que no voy a decir nada que no haya dicho antes. Mis posturas políticas no han cambiado básicamente en toda mi vida; han evolucionado, pero en general únicamente en el sentido de reafirmar lo que siempre he pensado y en ser capaz de expresarlas un poco más inteligentemente (espero) que cuando era adolescente. También he dejado de lado mucho sentimentalismo adolescente; pero es que cada vez estoy más convencido de que en economía lo éticamente correcto es también lo mejor desde un punto de vista económico (si consideramos a la economía en su conjunto, no en participantes individuales o ni siquiera grupos grandes).

En particular con mis posturas políticas, siempre he sostenido que la única manera en que mejoraremos significativamente las cosas es a través de la vía electoral. En 1994, teniendo 17 años, viajé a Chiapas a participar en la Convención Nacional Estudiantil (paralela a la Convención Nacional Democrática) que organizó el EZLN. Regresé de ahí con dos muy claras convicciones: hay que hacer todo lo posible para tratar de garantizar la seguridad de los zapatistas y sus seguidores, porque si no los van a matar (fallamos miserablemente en varias ocasiones, siendo tal vez la más vergonzosa y cruel la masacre de Acteal; pero dadas las circunstancias se ha hecho lo que se ha podido); y hay que apostarle a la vía electoral, porque lo que ofrecen los zapatistas no sirve para el país en general.

Toda mi vida política ha sido terriblemente aburrida en ese aspecto; por más que he participado en movimientos donde he estado rodeado de gente que sinceramente cree en que una gloriosa revolución va a resolver todos nuestros problemas, jamás he dicho que la vía electoral es inútil. Todo lo contrario; en algún momento fui miembro registrado del PRD, fui representante de casilla de ese partido, y he votado en todas las elecciones que han ocurrido desde que tengo la edad legal para emitir mi voto (excepto en 2015, que fui a Grecia y por retrasado mental no noté que las votaciones serían justo en el fin de semana en que no estaba en el país).

Y sí, también apoyé (desde lejos excepto en 1994) a los zapatistas y participé en la huelga de los CCHs de 1995 y en la huelga de la UNAM de 1999-2000; a mucho orgullo. No se contraponen esas cosas; como yo las veo de hecho ni siquiera tenía muchas opciones: tenía que participar en esos movimientos y tenía que defender la vía electoral. Lo que por supuesto implica que desde 1997 (que fue cuando voté por primera vez) estaba suponiendo que vivíamos en una (muy débil) democracia; si no hubiera creído eso no hubiera votado.

Todas las entradas en esta serie no son una súbita revelación que tuve y que siento debo comunicar al mundo; es nada más plasmar en escrito lo que vengo pensando desde hace más de veinticinco años que comencé a interesarme en cómo le hacemos para maximizar el bienestar de la población mexicana. Porque para eso debe ser la política.

Como mencionaba en entradas anteriores, todos los gobiernos del mundo (no importa cómo se autodenominen y no importa si son o no democráticos) intervienen en sus economías locales (a distintos grados) y participan en la economía global (ningún país es autárquico).

Así que la cuestión es, ¿qué tanto debe intervenir el Estado? Para mí la respuesta es obvia: debe intervenir en todo lo posible.

Debe quedar claro que intervención no quiere decir control. Que el gobierno obligue a los fabricantes de automóviles a que sus motores cumplan ciertas regulaciones para evitar que contaminen mucho no quiere decir que el gobierno va y fabrica los automóviles. Si un empresario quiere intentar hacerse rico fabricando automóviles eso está chido; pero tiene que fabricarlos siguiendo ciertas regulaciones porque el libre mercado por sí mismo es incapaz de garantizar la seguridad de los consumidores a un ritmo humanamente aceptable.

Es así de simple. El libre mercado innova, el Estado regula. Y se aplica a todo; los juguetes para bebés no deben tener piezas que hagan que se ahoguen; los productos de limpieza deben tener instrucciones claras de cómo guardarse; los productos alimenticios que utilicen transgénicos deben especificarlo claramente para que los consumidores puedan elegir no consumirlos; etc.

Nada de esto implica nacionalizar o expropiar empresas. Sólo regularlas.

Por eso no he tomado un Uber en mi vida. Todavía no ocurre, pero Uber sencillamente va a ser regulado, va tronar o va a descubrirse que comete un montón de atrocidades; en particular contra sus conductores, al parecer. También es posible que ocurran las tres, por cierto. No existe la “autoregulación”, al menos no de manera que funcione realmente a largo plazo. El transporte público (incluyendo taxis) debe regularse, porque hay que garantizar que los conductores cumplan ciertas calificaciones etc., etc. Y sí, eso genera burocracia, y eso genera corrupción, y deben existir mecanismos para combatirlos; pero el libre mercado por sí mismo sólo promueve la avaricia de los dueños de los medios de producción: el Estado debe ser el contrapeso que garantice el bienestar de la población (o que al menos lo intente).

Estoy tomando, de forma muy explícita, un ejemplo que sé que mucha gente va a oponerse, porque en general los usuarios de Uber adoran Uber. Pero me queda claro que Uber no va a durar mucho tiempo; o al menos no de la manera en que existe en este momento. O bien lo regulan (como está ocurriendo en varios países de Europa) o bien truena.

Pero tiene que regularse, porque básicamente todo tiene que regularse. Y es la misma razón por la cual BitCoin va a tronar de forma espectacular, al parecer más pronto que tarde.

Hay gente que se opone completamente a la regulación gubernamental; que “detiene” la innovación, dicen. Si la “innovación” va a resultar en niños que nazcan deformes, yo prefiero que la detengan, gracias.

La otra parte de esta regulación por parte del Estado, son los medios que le permiten realizarla en primer lugar; la recaudación de impuestos. Y es de sentido común (sólo los economistas más dogmáticos pueden decir lo contrario) que simplemente deben pagar más los que más tienen. Y esto no quiere decir que si a todos les cobramos 17.3% de impuestos, entonces los ricos pagan más porque más tienen; no, entre más tenga (o gane) la gente, mayor porcentaje de impuestos debe de pagar, punto. Y obviamente se debe de cobrar más impuestos sobre las ganancias que sobre el dinero que se inyecta de regreso a la economía nacional; que es el problema que tenemos con los bancos, que ya todos (excepto Banorte) son extranjeros para motivos prácticos, y en varios casos generan su mayor ganancia aquí en México (y dichas ganancias tardan más en registrarse que en dejar el país). Y no, no van huir los inversionistas de México; siempre habrá gente dispuesta a invertir en un mercado grande (como es el de México) bajo casi cualquier régimen de impuestos. Estar de histéricos gritando que nuestros preciosos inversionistas se van a ir con su dinero es estúpido, porque ese dinero se está yendo de cualquier forma bajo las políticas actuales. Y va a comenzar a pasar con el petróleo si no echamos para atrás las “reformas estructurales”.

Por supuesto toda la regulación y recaudación de impuestos del mundo no sirven de nada si existe corrupción que se las brinca; y de hecho yo creo que ese ha sido el principal problema que siempre ha aquejado a México. Pero de la corrupción hablaré en otra entrada.

Para cerrar esta entrada, debo mencionar tres grandes áreas que siempre me han interesado, porque creo que son fundamentales en el desarrollo de cualquier país: educación, salud y generación de energía.

La educación y la salud no pueden someterse a las reglas del libre mercado. Son como la libertad: inalienables; de la misma manera que una persona no puede “venderse” a sí misma como esclava, aunque sea dueña de su vida y de su cuerpo. O si quieren un caso menos extremo: en México nadie puede vender (legalmente) su sangre; es ilegal, todas las donaciones de sangre deben de ser voluntarias. La educación y la salud las pagamos todos, porque es en el mejor interés de todos que la población del país esté lo más sana y educada posible. Especialmente con la automatización acabando con casi todas las labores que requieren una masa de trabajadores poco calificados.

Y no tiene nada que ver con un sentimiento jipioso de que seamos buenos con nuestros hermanos y hermanas y cantemos Kumbaya tomados de la mano; es una decisión fríamente económica: sale más barato. Sale más barato para el país (en su conjunto) pagar por la educación y salud de todos que lo que ocurre si lo dejamos en manos del libre mercado. Todas las evidencias históricas apuntan a esto; los países con mejores índices de educación y salud, ambos son fuertemente subsidiados por el Estado.

Mantener a su población (incluyendo migrantes) saludable y educada es la mejor inversión que puede hacer un país. Y de nuevo, desde un punto de vista fríamente económico: es la inversión que más ganancias a largo plazo va a rendir; porque además si todos le entran y pagan más quienes más tienen, ni siquiera sale tan caro. Que además sea lo humanamente decente es un agradable efecto secundario, no una razón para hacerlo.

Y la energía. Si México no tuviera tanto petróleo, yo no tendría problemas en que el mercado energético estuviera en manos de la Iniciativa Privada (pero de cualquier forma fuertemente regulado). Pero como tenemos tanto petróleo (más aún con los nuevos potenciales yacimientos descubiertos), es retrasado mental dejar la riqueza que literalmente vive en el subsuelo en manos de la IP. Si no hubiera sido por el petróleo y por Pemex, a México le hubiera ido mucho peor de lo que le ha ido.

Los problemas que siempre han existido con el petróleo y con Pemex, son que los gobiernos federales la han ordeñado sin invertirle jamás lo mínimo indispensable; y el problema crónico del país: la corrupción rampante. Las “reformas estructurales” no ayudan para nada con ninguno de esos dos problemas. La gente que esté esperando inversiones significativas por parte de la IP entrando al mercado energético están engañándose a sí mismos; igual que con los bancos extranjeros en el país, las empresas invertirán lo mínimo indispensable para maximizar sus ganancias, las cuales en general no se invertirán de regreso en el país que las generaron (o sea, México).

Y la corrupción seguirá mientras tengamos gobernantes corruptos.

Con el petróleo en particular y todo el sector energético en general, ahí sí yo siempre voy a abogar porque sean empresas nacionales; pero hay que darles independencia para que puedan invertir en infraestructura que ha sido abandonada por los gobiernos federales en las últimas décadas (¿cuántas refinerías ha construido Pemex desde 1982?)

Fuera de esas tres áreas el libre mercado (o sea, el capitalismo) en general está bien (o es lo menos peor), porque no hay alternativa factible en la actualidad. El Estado no tiene por qué estar fabricando suéteres o lavadoras; pero todo debe estar regulado. Y hay discusiones muy importantes acerca de otras áreas, donde se puede argumentar que tampoco deben dejarse (o al menos completamente) en manos de la IP; como la infraestructura de comunicaciones (carreteras, vías de ferrocarril, metro, etc.); las concesiones de radio, televisión y en el futuro es posible que Internet; etc. Pero en esas no me voy a meter yo a la discusión, porque casi no sé de esos temas. Si los quieren discutir en los comentarios, adelante, pero será entre ustedes porque a eso prefiero no entrarle.

De el papel del Estado en la economía y de educación, salud y energía, con gusto le entro.

En mi próxima entrada hablaré de corrupción y del crimen y la violencia, que como he mencionado van juntos con pegado. La verdad no sé mucho sobre esos temas, sólo generalidades; pero sí quiero mencionar un par, algunos relacionados con la educación. Y sólo por si fuera necesario mencionarlo, suelo hablar de educación no únicamente porque me parezca fundamental o porque me resulte interesante; a eso me dedico. Literalmente mi trabajo, por el que me pagan dinero para cervezas y todo, es educar gente. El título oficial de mi puesto de trabajo comienza con “Profesor”.

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2018: La única forma de fortalecer la democracia es participando en ella

En mi entrada anterior en esta serie argumentaba por qué México es una democracia débil. La pregunta obvia que se sigue es ¿cómo la fortalecemos?

La respuesta no le va a gustar a nadie. No me gusta mucho a mí, de hecho.

La única forma de fortalecer la democracia es participando en ella. Esto significa votar, por supuesto; no importa que todas las opciones sean una mierda (y, lamentablemente, generalmente lo serán porque la democracia apesta), hay que votar. Eso ya no le va a gustar a mucha gente, pero se pone peor.

No basta con salir a votar en cada elección. Hay que participar activamente en la democracia del país, si es que de verdad esperamos que mejore.

Hay múltiples maneras de participar en la vida democrática del país; la más sencilla (después de votar) es manifestándose por las causas en las que uno cree. México tiene una larga historia de movilizaciones sociales y lo menos que podemos decir de muchas de ellas es que fueron al menos medianamente exitosas. Incluso cuando terminaron siendo reprimidas (muchas veces criminalmente), en general la evaluación histórica es que fueron un éxito.

Centenas de estudiantes entre 1968 y 1971 fueron asesinados, pero su movimiento desembocó (lentamente, porque la democracia es lenta y aburrida) en que se abrieran espacios institucionales para múltiples sectores de izquierda en la política nacional, que básicamente terminó en la creación del IFE, en la libre elección del Jefe de Gobierno en el Distrito Federal (ahora Ciudad de México) y en la transición partidista del año 2000. Los que participamos en la huelga de 1999-2000 terminamos en la cárcel (algunos de ellos por meses), pero en la UNAM no hay cuotas. Pueden criticar lo que quieran de ese movimiento (y merece ser criticado casi de todo), pero su resultado a largo plazo innegable es que en la UNAM no hay cuotas, y lo que es más; nadie ni siquiera se imagina plantearlo como una propuesta realista.

Y así debe ser, porque volveríamos a hacer lo que fuera para detenerlas si quisieran intentarlo de nuevo. Y me incluyo ahora como parte del sector académico de la UNAM, no de los estudiantes.

Las movilizaciones sociales en México tienen un historial nada despreciable de victorias, si bien en muchos casos fueron pírricas. El problema es que me parece que muchos sectores de la vida política nacional (principalmente de izquierda) han caído en una dinámica de responder (generalmente con movilizaciones) a las necesidades del país, en lugar de proponer acciones para satisfacerlas.

Si la única herramienta que se utiliza es la movilización, entonces el progreso verdadero y sostenible es imposible, porque las movilizaciones son intrínsecamente reaccionarias, en el sentido de que generalmente reaccionan a ciertas situaciones. Normalmente no proponen, no liderean, no avanzan la narrativa política, en el mejor de los casos sólo detienen cosas. Así podemos mantener una situación; pero difícilmente mejorarla.

Para efectuar cambio verdadero, hay que estar en las posiciones de poder que deciden qué cambios pueden o no aplicarse: la rama ejecutiva y legislativa (las cortes importan, por supuesto, pero normalmente también sólo responden a preguntas explícitas). No basta con votar y no basta con manifestarse. Hay que servir, de la única manera en que de verdad se generan cambios permanentes: hay que entrarle al servicio público.

Hay que gobernar. Hay que ser servidores públicos. Hay que militar, en el buen sentido de la palabra.

La política no puede ser algo que exclusivamente hagan los políticos; los cambios positivos más importantes que han ocurrido en la vida democrática nacional se dieron cuando la ciudadanía le entró en masa al servicio público. El IFE originalmente estaba formado por ciudadanos, no políticos profesionales; y todavía hay muchos de esos en el INE.

Si de verdad nos quejamos de que las únicas opciones en una elección son una mierda, hay que entrarle a ser nuevas opciones. Si nos quejamos de cómo funciona (o no funciona) el partido político por el que generalmente votamos, hay que entrarle a cambiarlo; o fundar uno nuevo; o lanzarse en (o apoyar a) una candidatura independiente. Y con apoyar obviamente no me refiero a votar únicamente; ir a los mítines, hacer proselitismo, convencer a amigos y familiares de que voten por el candidato, ir a visitar casas y hablar con gente, con la inevitable consecuencia de que nos mentarán la madre y nos cerrarán las puertas en las narices porque nadie quiere oír hablar del mensaje del candidato Perenganito.

Si la democracia es en verdad “la voluntad del pueblo”, eso no es nada más un derecho; es una responsabilidad. No puede ser que votemos cada 3 años y regresemos a nuestras casitas a lavarnos las manos y esperar que nuestros gobernantes y representantes hagan las cosas bien por la bondeza de sus corazones. Votar es el mínimo indispensable, pero necesitamos hacer mucho más.

Y por supuesto entiendo la reticencia de la gente a hacer eso; no sólo da una hueva enorme, sino que hay una narrativa nacional de que la política es algo sucio de lo que la gente decente no habla en público. “¿Yo? ¿Candidato a diputado? ¡Qué horror!” Hay varias cosas que tienen que ocurrir para que la ciudadanía pueda retomar de manera más ágil la vida política nacional, aunque ha habido avances (lentamente porque así es con las democracias). Me parece que es necesario que los legisladores puedan reelegirse en sus cargos, sin ningún tipo de límites; esto no sólo permitiría que en verdad se profesionalizara el cuerpo legislativo, sino que permitiría a nuestros representantes ganar más independencia de los partidos políticos.

En Estados Unidos, con la victoria de Trump, me impresionó cómo un montón de gringos lo tomaron como una llamada de atención y justo hicieron eso; le entraron (siendo ciudadanos comunes y corrientes) a perseguir puestos de elección popular como una manera de hacer contrapeso al gobierno de Trump. Lo que es más, un montón de esos ciudadanos han ganado elecciones en el poco más de un año que ha durado el periodo de Trump. Necesitamos ese tipo de respuesta en México; y si un ciudadano de verdad puede cambiar su vida para ser representante (en el sentido de que puede dedicarse a ello a largo plazo, sin necesariamente depender de un partido político), esto se facilitaría. Y la ciudadanía más cívica de todo el país (los habitantes de la Ciudad de México) necesitamos una manera de entrarle a la vida política a un nivel más sencillo que el delegacional.

En general he evitado hablar del Peje, porque como decía en mi primera entrada de esta serie no es necesariamente el punto más importante que quiero comunicar; pero una cosa que me parece es innegable es que Morena no es únicamente “el partido del Peje”. Aunque es el “líder carismático” que lamentablemente suele haber siempre en la política electorera mexicana, lo cierto es que Morena es un movimiento que seguirá existiendo después del 2018 incluso si el Peje pierde. Y yo he visto (con mis dos propios ojos) cómo le han entrado a ese movimiento gente común y corriente, que jamás se había interesado en política, con el objetivo de cambiar el país. Venga, me han tratado de reclutar a mí; y si soy consistente con todas las pendejadas que estoy diciendo, creo que no voy a tener de otra sino entrarle (dadas las alternativas disponibles).

Si nuestra ciudadanía no le entra a la vida política nacional, no existe manera de que nuestra tristemente débil democracia mejore más rápido, y con casi toda certeza sólo se debilitará. Lo peor de todo es que también lentamente, así que ni siquiera será “acelerar las contradicciones” para que llegue la gloriosa revolución, como algunos sectores idiotas de izquierda de verdad piensan.

Como sea, lo mínimo que podemos hacer para participar en la vida política nacional es votar en las elecciones; e incluso a eso se niega mucha gente. Las razones que utiliza este conjunto de ciudadanos para no votar varían (aunque hay una parte que sencillamente le da flojera), pero todas esas razones son terriblemente malas por el simple hecho de que si vota el 10% de la población, el que gane la mayoría simple de ese 10% (y puede ser tan bajo como queramos, con suficientes candidatos en la boleta) va a gobernar.

Todas nuestras vidas son afectadas por quiénes gobiernan; los servicios públicos, la economía, las decisiones que se toman en casos de emergencia, todo es afectado por quiénes son los gobernantes. Venga, México no gana el mundial de fútbol y más medallas en las olimpiadas por las políticas que siguen sus gobiernos. No participar en las elecciones es tratar de lavarse las manos de un proceso del cual siguen siendo parte.

No voy a decir que siempre hay una opción buena por la cual votar (eso es sencillamente falso); pero siempre hay una opción menos mala que las demás. Es nuestra responsabilidad ir y votar por esa opción (que por supuesto podemos discrepar acerca de cuál es la menos mala), porque entre más le entremos más fuerza a los políticos (de manera lenta y aburrida) a implementar o no ciertas políticas públicas.

Pero además del resultado obvio (un mandato más claro por parte de nuestros gobernantes y representantes), ir a votar nos cambia a nosotros como ciudadanos. Es justamente tomar responsabilidad del resultado de la elección, no importa quién gane. Si ganó el candidato por el que yo voté implica que yo debo ser el primero en cuestionar cuando comience a hacer pendejadas (y va a hacer pendejadas, sin duda alguna); si ganó otro candidato implica que debo estar atento a protestar las políticas a las que me opongo y justo por las cuales no voté por él. Probablemente se implementen (por algo ganó), pero podemos y debemos protestarlas si de verdad las consideramos negativas; es nuestro derecho y responsabilidad.

Y es una responsabilidad constante, que nunca termina mientras seamos parte de la sociedad que está gobernada por personas que como sociedad elegimos.

No podemos renunciar a la sociedad donde vivimos; podemos mudarnos a otro país, pero mientras vivamos en México pertenecemos a esta sociedad, que es gobernada por los ganadores de nuestros procesos políticos. No votar es querer tapar el sol con un dedo, o hacer como los niños y taparnos los oídos mientras gritamos “¡no oigo, no oigo, soy de palo!”, mientras las políticas que nos afectan a nosotros (y al resto del país) siguen siendo implementadas por aquellos que ganaron las últimas elecciones. Y mientras seguimos pagando impuestos.

Y también hay que entender que salir a votar y que ganen aquellos por los que votamos no soluciona por sí mismo absolutamente nada; es sólo el primer paso de un proceso (lento y aburrido). No se van a solucionar de un día para otro todos nuestros problemas ni se va a acabar el mundo. Pero entre más participemos como ciudadanos (votando, movilizándonos y entrándole al servicio público), la probabilidad de que las cosas mejoren más rápido es más alta; mientras que si dejamos que otros más decidan por nostros, la probabilidad de que las cosas empeoren más rápido aumenta.

Así que el 1° de julio (y en todas las eleccionas que sigan mientras vivamos) hay que salir a votar, por aquellos candidatos que creamos van a ser menos incompetentes, con menos probabilidad de querer robarse el dinero y de preferencia que no sean retrasados mentales; bajo esas tres métricas, siempre habrá algún candidato que le gane a los otros. Esto no quiere decir que nos tenga que gustar la opción que tomemos.

Pero tenemos que tomarla.

En la próxima entrada espero ya comenzar a hablar acerca de las políticas que me parece nuestros gobiernos deben seguir, pero le advierto a mis lectores regulares que no habrá ninguna sorpresa en ello; he sido bastante consistente con mi forma de pensar desde que empecé a participar en política siendo adolescente.

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2018: La democracia apesta, pero es lo mejor que tenemos

(Estoy escribiendo una entrada de política por semana, para darme tiempo de ordenar mis ideas en prosa. Esta entrada me costó muchísimo, porque por más que lo intenté de todas formas quedó enorme; es la entrada más larga en el blog, si descontamos dos páginas permanentes y un capítulo de mi novela. Una disculpa por la longitud.)

Como comentaba en mi última entrada en esta serie, necesitamos un gobierno, desafortunadamente. La siguiente pregunta obvia es ¿qué tipo de gobierno? En esta entrada no discutiré acerca de las políticas sociales y económicas que el gobierno debe implementar en mi opinión; sólo discutiré qué forma de gobierno tenemos y si vale la pena intentar reemplazarla por algo distinto.

Después de Porfirio Díaz, México no ha tenido un dictador. Iturbide fue el último emperador (los mexicanos no reconocemos a Maximiliano excepto por lo que es, un tarado que tuvimos que matar por andar queriendo imponerse como emperador). Y nunca tuvimos un rey como tal; nominalmente Nueva España era uno de los múltiples reinos de la corona Española (al mismo nivel que Navarro y Castilla), pero la narrativa nacional es que existía el Imperio Mexica, tuvimos una pequeña intervención española de 300 años, y luego los corrimos.

(Después de matar a miles de españoles, incluyendo mujeres y niños, en la Alhóndiga de Granaditas).

Nunca tuvimos tampoco una “dictadura del proletariado”, ni un gobierno parlamentario donde o bien entre los representantes hay un partido mayoritario o se tienen que poner de acuerdo para formar una coalición.

Desde la constitución de 1824 hemos sido una república presidencial, y después de la Revolución se instituyó la regla básica que ha regido nuestra democracia desde la tercera década del siglo veinte: sufragio efectivo, no reelección. Podemos criticar cuanto queramos a los gobiernos mexicanos post revolucionarios (y, oh sí, los vamos a criticar), pero ningún presidente trató de mantenerse en el poder y de hecho casi todos tuvieron el buen gusto de alejarse de la vida política nacional después de terminar su sexenio. Con casi toda certeza ese fue el factor principal que evitó que en México ocurriera lo mismo que casi en todo el resto de Latinoamérica: no tuvimos una dictadura militar genocida vendida a los gringos, ni la guerrilla “liberadora” correspondiente apoyada por los soviéticos. Tuvimos muchas cosas muy graves, pero no eso.

Aunque el gobierno mexicano ha reprimido y asesinado alegremente a sus habitantes durante toda su existencia después de la Revolución, la verdad es que no ha sido lo común y en general siempre se ha tratado de dar una salida política a los problemas nacionales. Los mexicanos en su mayoría (pero no todos) podíamos y podemos llevar nuestras vidas en paz sin preocuparnos de que el gobierno nos encarcele o asesine por lo que pensemos, digamos o hagamos dentro de la ley. Ojo, no estoy diciendo que esto es una regla universal; tenemos un montón de excepciones (y en algunas zonas y épocas del país incluso se acercan a reglas), pero esto de hecho es lo común en el mundo: todos los países del mundo han encarcelado o asesinado a sus habitantes no importa cómo se autodenominen. Lo que estoy diciendo es que en México ésta no ha sido la regla general; y aunque las excepciones lleguen a miles, siguen siendo excepciones. Y les recuerdo que yo estuve en la cárcel por lo que pensé, dije e hice dentro de la ley.

Todo lo anterior me lleva a hacer una afirmación que probablemente sea polémica: México es una democracia.

El problema con usar el término “democracia” es que además de que tiene como doce mil definiciones que pueden encajar (dependiendo de cómo piense el que lo dice), es (al igual que “libertad”) un término cargado. “Democracia” no quiere decir (necesariamente) algo bueno y encima no es algo binario: no es tan sencillo como “X país es democrático, por lo tanto está bien”, ni mucho menos que todas las democracias funcionen (o intenten funcionar) al mismo nivel.

Existen distintos grados de democracia; Estados Unidos se fundó (nominalmente) como un país democrático, pero sólo podían votar hombres (no mujeres) blancos que fueran dueños de tierra (landlords), y además consideraban (legalmente) a los negros como que valían 3/5 lo que un blanco para razones de impuestos y de representación legislativa. Y por supuesto tenían esclavos. En el Reino Unido existe un subconjunto de personas que cuentan con más derechos y se les aplica la ley de manera distinta únicamente por su familia (la familia real). En México el mismo partido estuvo en el poder durante más de 70 años.

Y sin embargo creo que lo correcto sería decir que en todos esos casos (y muchos más) estamos hablando de democracias. Débiles e imperfectas, pero democracias.

Me parece a mí que si un país permite a sus ciudadanos efectuar cambios reales en las leyes que los gobiernan y en sus gobernantes, de manera pacífica y dentro de un marco legal, entonces ese país es democrático, no importa cómo se autodenomine o cómo lo denominen otros países. Obviamente entre más sencillo y rápido sea reflejar el deseo de los habitantes en las leyes y gobernantes pues más mejor, pero si se permite (si de verdad se permite), entonces el país es democrático. Nótese que no hablo de elecciones, porque si los ciudadanos efectúan esos cambios usando manifestaciones pacíficas, yo lo considero igual de válido (en algunos casos más válido) que con elecciones.

Esa es justamente la característica que me parece define a las democracias: las democracias evolucionan junto con los habitantes del país correspondiente. Y de nuevo, “evolucionar” es un término cargado: no es algo necesariamente “bueno”, sencillamente es un cambio. Y a veces (en algunos casos muchas veces) el cambio será negativo.

Me gusta a mí hablar en términos de “fortaleza” de una democracia. La democracia mexicana nunca ha sido particularmente fuerte, pero se fue fortaleciendo (no lo suficiente) después de la Revolución; fue criminalmente debilitada durante las represiones a movimientos estudiantiles de finales de los sesentas; se fortaleció de nuevo a partir de finales de los setentas cuando permitió a varios grupos de izquierda integrarse a la vida política institucional del país (consecuencia en parte de las movilizaciones estudiantiles de la década anterior); fue particularmente fuerte a finales del siglo XX con la creación del IFE y la transición partidista; y sufrió un terrible revés en 2006 cuando ocurrió el fraude electoral. Existen muchos otros momentos muy importantes en la historia del país: el temblor de 1985, la huelga del CEU de 1986-1987, la “caída del sistema” de 1988, la fundación del PRD en 1989, el levantamiento zapatista de 1994… En todos esos periodos o eventos no me parece correcto decir que México no era una democracia. Sencillamente la fortaleza (o debilidad) de la democracia mexicana ha ido fluctuando a lo largo de su historia, y lo seguirá haciendo mientras exista, porque eso es lo que hacen las democracias. Sólo esperemos que fluctúe a ser cada vez más fuerte.

Porque aún cuando son fuertes, las democracias en general (y la mexicana en particular) apestan.

La democracia es lenta y aburrida

La democracia es, casi por definición, extremadamente lenta. En una democracia deben quedar claras las reglas de convivencia de la población y de las obligaciones del gobierno y las obligaciones y derechos de los habitantes. Esto no puede ser algo que esté dado por convenciones ambiguas; las leyes tienen que especificarlo claramente. Y esto significa tener que entablar una discusión, luego elegir representantes que apoyen los resultados de dicha discusión, luego que los representantes establezcan formalmente las reglas y al final de todo que las leyes se apliquen.

Eso toma años. En Estados Unidos Martin Luther King Jr. lidereó un movimiento que le llevó años (y le costó la vida) el conseguir que se pasara la legislación necesaria para garantizar los derechos civiles de los negros. Y luego pasaron años para que esas leyes se medio empezaran a respetar. En México pasaron décadas antes de que los ciudadanos de la Ciudad de México eligieran a sus gobernantes.

No es de extrañar que mucha gente en algún momento de su vida entretenga ideas de levantarse en armas para cambiar las cosas; cambiarlas dentro del marco legal requiere un chingo de esfuerzo y un chingo de tiempo; y nunca hay garantía de que todo ese tiempo y esfuerzo vayan a rendir frutos satisfactorios. Yo participé (a mis tiernos 14 años de edad) en el Plebiscito Ciudadano que organizó Alianza Cívica en 1991 para exigir que en el DF eligiéramos a nuestros gobernantes. Ese plebiscito fue el resultado de años de labor, que comenzaron en 1985 después de que la sociedad civil rebasó completamente al gobierno durante el sismo de ese año. Y tardaríamos otros seis años en elegir a Cuauhtémoc Cárdenas como nuestro primer Jefe de Gobierno.

Yo participé en varias cosas, pero hubo gente que estuvo más de una década luchando por algo que debería haber sido de sentido común. Y después de todo eso (y más de veinte años después) la Ciudad de México no tiene los mismos derechos que el resto de los estados en la República; el Jefe de Gobierno no es gobernador; los jefes delegacionales no son presidentes municipales; y no tenemos un equivalente de cabildo. ¿Se pueden corregir esas cosas? Seguro; a lo mejor mis hijos llegan a verlo si seguimos peléandolas.

En otros países democráticos los procesos para efectuar cambios son más rápidos; pero nunca son suficientemente rápidos, porque en una democracia no es como en una dictadura donde un único cabrón decide algo y ese algo se lleva a cabo. Hay que discutir y negociar y convencer y terminan haciéndose las cosas a medias para que ningún lado quede realmente contento.

Lo que lleva a que además de todo, sea terriblemente aburrido. Contrario a un levantamiento armado, casi nunca hay romanticismo ni un momento histórico de “triunfo” donde todos celebramos nuestra victoria; no hay toma de la Plaza Roja ni Zapata y Villa sentándose en la silla del águila. Cuando por fin conseguimos elegir a nuestros gobernantes en la Ciudad de México básicamente no hubo celebración; comenzaron las peleas por ver quién se iba a lanzar y después comenzamos a quejarnos amargamente de los gobernantes que por fin habíamos podido elegir.

Así son las democracias: lentas y aburridas.

La democracia es fácilmente corrompida

La democracia es un resultado del sistema capitalista y si no hay una vigilancia constante, la gente que cuente con más recursos siempre intentará utilizar dichos recursos para manipular las cosas en su favor (y así obtener más recursos). Esto es básicamente inevitable: el poder corrompe; el poder absoluto corrompe absolutamente.

En todos los países “democráticos” del mundo hay corrupción en casi todos los niveles de gobierno; no existe una única excepción. La cosa es qué mecanismos hay para prevenir y detectar la corrupción; y qué se hace cuando se detecta que ha habido corrupción. En México ha sido un problema permanente; en muchísimos casos la corrupción queda impune, incluso cuando ha sido documentada y explicada. Además por supuesto de que si los más altos niveles de gobierno son corruptos, ¿qué se puede esperar de todos los que están por debajo?

Todos los partidos políticos en México que han conseguido escaños legislativos o posiciones en el poder ejecutivo han tenido casos de corrupción, y todos los partidos que existan en el futuro tendrán sus correspondientes casos de corrupción cuando consigan escaños legislativos o posiciones de poder (muchas veces antes de eso). Esperar otra cosa es ingenuo e irreal.

La cosa es cómo se responde a los casos de corrupción.

La democracia es inherentemente burocrática

Que tiene que ver con que sea lenta y aburrida. Si la democracia necesita definir leyes claras para funcionar, entonces eso va a generar burocracia. Punto.

El avance tecnológico (especialmente la computación) puede ayudar mucho con esto; los trámites se pueden hacer en línea y manejar electrónicamente. Pero los trámites tienen que hacerse, por más eficientemente que esto pueda conseguirse. Los restaurantes tienen que tener la cocina limpia; algún empleado del gobierno tiene que ir a checarlo. Las farmacéuticas deben seguir procedimientos específicos para hacer medicinas; algún empleado del gobierno tiene que ir a checarlo. Las escuelas primarias tienen que cumplir estándares de construcción muy por encima de los edificios normales (especialmente en zonas altamente sísmicas, como la Ciudad de México); algún empleado del gobierno tiene que ir a checarlo. Etcétera, etécera; esto crea una burocracia enorme.

Mucha gente dice que la solución a esto es privatizar esta regulación; y ciertamente en algunos casos es posible, pero no en todos. E incluso con nada más un puñado de casos se va a generar una burocracia. Pero además, debe haber un control sobre las empresas que se dediquen a hacer esa regulación… y ya caímos de nuevo en el hoyo del conejo.

La burocracia es inevitable en una democracia.

La democracia se equivoca

Y un chingo. Me parece que a nadie le queda la menor duda de que Vicente Fox ganó las elecciones presidenciales del año 2000 de manera legal y legítima. Y fue de los peores errores que han ocurrido en este país; entre otras cosas porque eso engendró el sexenio criminal de Felipe Calderón (120,935 homicidios dolosos en su sexenio, según cifras del INEGI).

“Democracia” etimológicamente significa “el mandato del pueblo”. Y el pueblo, como seres humanos comunes y corrientes, se puede equivocar. Esta ha sido una evolución de cómo veo yo al mundo; hace una década honestamente pensaba que “el pueblo” (como si fuera un ente homogéneo) no podía “equivocarse”. Claro que puede, y lo hace (y con eso quiero decir, por supuesto, lo hacemos). En una democracia eso significa tener que vivir con esos errores.

Si se le da al ser humano la posibilidad de elegir (ya sea como individuo o como grupo), en algún momento va a elegir mal. Así que más vale que lo tengamos en cuenta y planeemos al respecto.

La democracia limita las opciones disponibles

Como en una democracia deben quedar bien claras y definidas las reglas de quién y cómo se convierte en gobernante, esto automáticamente limita las opciones al momento en que los ciudadanos los eligen, lo que por supuesto lleva a elecciones en las cuales todas las opciones son malas. De hecho, puedo animarme a decir que en casi todo el mundo la mayor parte de las veces esto es lo que ocurre, que todas las opciones son malas.

Y paradójicamente esto resulta en que uno tenga que apoyar a una mala opción, porque la única manera en que una democracia sobrevive a largo plazo es si sus habitantes participan en la misma. La gente que promueve el abstencionismo básicamente se engaña a sí misma (en el mejor de los casos) o sencillamente es su inherente irresponsabilidad reflejada en su participación política (en el peor de los casos).

La democracia puede ser devastadora para minorías y grupos desprotegidos

Como la democracia es, en términos burdos y simplistas, que se ejerza la voluntad de la mayoría, esto fácilmente puede caer en que las minorías se tengan que aguantar crímenes básicamente genocidas cometidos en su contra. O al menos un abandono criminal por omisión.

La urbanización y educación de la población alivian esto de forma automática, aunque terriblemente lenta; pero mientras pueden darse crímenes de lesa humanidad, y lo peor de todo es que dentro de un marco legal institucional. Y esto no afecta nada más a mayorías; todavía viven mujeres en México que les tocó vivir en un país donde no tenían los mismos derechos que los hombres.

Los deseos de las mayorías no pueden pasar por encima de los derechos de las minorías; y es impresionante como absolutamente todas las democracias del mundo han fallado en esto de una manera u otra.

Y la democracia es lo mejor que tenemos

La conclusión de toda esta deprimente perorata (que la digo y la sostengo: la democracia apesta), es que a pesar de todos sus problemas (y tiene muchos más que los que acabo de mencionar), la democracia es la mejor opción que tenemos disponible.

Como mencionaba en mi entrada anterior, necesitamos un gobierno. Y si no hay posibilidad de que nos deshagamos del mismo, entonces la mejor opción que tenemos disponible es que lo elijamos entre todos, porque con un dictador (o cualquier otra alternativa, de hecho) todos esos problemas en general siguen existiendo.

Si entre todos elegimos un gobierno, las cosas van a avanzar de forma lenta y aburrida, van a haber retrocesos casi (o totalmente) criminales, en muchos casos vamos a elegir mal entre varias opciones espantosas, y tendremos que estar vigilantes de la corrupción y de que se respeten los derechos de todos aunque pertenezcan a un grupo minoritario. Pero siempre existirá la posibilidad de elegir a alguien más y de ir mejorando las cosas poco a poco. Muy poco a poco; por eso el PRI duró setenta años, porque había cambio presidencial y porque hubo avances innegables además de los retrocesos criminales, como el 2 de octubre de 1968.

Me parece que casi nadie quiere realmente a un dictador, aunque no dudo que haya gente que en lugar de querer levantarse en armas quisiera que alguien “fuerte” llegara a “poner orden”. Pero creo que México superó eso hace más de un siglo. Tampoco creo que haya muchos que quieran un Estado unipartidista que trate de controlar toda la economía y limite los derechos de los habitantes (porque es la única manera de tratar de controlar toda la economía); no sólo por la pérdida de derechos (yo estaría dispuesto a vivir con eso si se garantizara el bienestar de toda la población), sino porque no funciona: los experimentos que se intentaron el siglo pasado fracasaron estrepitosamente y con violaciones imperdonables de derechos humanos. Y en lo personal tampoco creo en un modelo más “horizontal” (tipo asambleas) por el simple hecho de que vivo en la Ciudad de México y me queda claro que una ciudad de ese tamaño no puede ser gobernada por asamblea (ya viví mi cuota de asambleas en mi vida, gracias). Para comunidades pequeñas es posible que funcione (y repito, en la Ciudad estaría padre que tuviéramos algo equivalente a cabildos a niveles debajo del delegacional), pero no para una ciudad grande; mucho menos para un país del tamaño y diversidad de México.

Así que realmente no existe una alternativa que ofrezca algo mejor que la democracia. Pero incluso si suponemos que existe (que repito, yo sostengo que no existe, al menos no en la actualidad), entonces sólo habría dos maneras de implementarla: o bien el proceso democrático nos lleva a esa “alternativa”, en cuyo caso es sólo una evolución más de la democracia y no es realmente alternativa; o bien se tendría que forzar la implementación vía la violencia de las armas.

Debo dejar claro que la opción de tomar las armas siempre está disponible. Siempre. Decir lo contrario es un sinsentido y básicamente una estupidez, porque a veces no queda de otra; a Nelson Mandela le ofreció el gobierno Apartheid de Sudáfrica liberarlo si prometía no utilizar violencia en su lucha contra el mismo, y por supuesto se negó, porque aunque ya no pensaba usar esa opción (la usó al inicio de su movimiento), la misma siempre está disponible.

Pero que esté disponible no quiere decir que se tenga que tomar, o ni siquiera que sea una buena idea. En el caso de México en particular, tomar las armas para cambiar el gobierno del país es estúpido, además de que está condenado al fracaso porque no hay suficiente apoyo por parte de la población.

Debo hacer aquí el paréntesis obligatorio; creo que el EZLN en 1994 hizo lo correcto al levantarse en armas. De hecho, siendo uno de los sectores de la población más desprotegido y abandonado por parte de los gobiernos federales y estatal de Chiapas, se puede discutir que no tenía otra opción. Pero su levantamiento nunca fue con el objetivo de derrocar al gobierno federal (saben que no pueden) y toda la sociedad civil que nos movilizamos para exigir el alto al fuego (y que lo conseguimos en tiempo extremadamente rápido, por cierto) nunca fue con la idea de apoyarlo para derrocar al gobierno federal (que no era su objetivo, ni el nuestro). Nos movilizamos para que hubiera un alto al fuego y las dos partes se sentaran a platicar, en particular para escuchar a este sector que había sido básicamente abandonado por el país durante los últimos cinco siglos.

Pero para cambiar el país no hay suficiente gente dispuesta a levantarse en armas, punto. Hay muchos sectores de la sociedad en condiciones terribles, pero no hemos llegado al punto en que una masa crítica de ellos su única salida sea comenzar a usar violencia para cambiar las cosas (y los que sí llegan a ese punto, la probabilidad de que se unan al narco es mucho más alta).

Nada más como ejercicio mental, supongamos que sí existe una alternativa a nuestra (débil) democracia y que también hay suficientes habitantes en el país dispuestos a arriesgar su vida para efectuar un cambio en el gobierno por la vía de las armas. Todavía más soñadoramente, supongamos que ganan y tumban al gobierno mexicano e imponen… la que sea la alternativa que se les ocurra imaginar.

Como quince minutos después, nos encontramos con todos los problemas que teníamos antes de levantarnos en armas, con el agravante de haber sacrificado sepan ustedes cuántas vidas humanas y haber destruido sepan ustedes cuánto de la infraestructura nacional, que de por sí no está muy bien que digamos. A reconstruir se ha dicho, con los mismos problemas de antes (ahora agravados por falta de gobierno mientras lo estábamos tumbando), pero eso sí, con un nuevo gobierno que con casi toda certeza será igual de ineficiente e ineficaz, igual de propenso a ser corrompido (no podemos deshacernos del concepto de propiedad, ¿recuerdan?), y con la misma tendencia a generar una enorme burocracia que el anterior.

Pero incluso (ya estamos en Disneylandia en este punto) supongan que existe la alternativa, que hay suficientes habitantes dispuestos a usar la violencia para cambiar las cosas, que lo consiguen y que el gobierno resultante es exitoso. En ese momento tengo que recordar nuestra dolorosa realidad: que vivimos al lado de Estados Unidos y que los mismos jamás permitirían que todo eso ocurriera al sur de su frontera sin hacer nada al respecto. No digo que me guste o no eso, sencillamente es lo que ocurre en el mundo real. Si de por sí los gringos no han respetado nunca nuestra soberanía, no quiero ni siquiera pensar en que pasaría si tuvieran un pretexto de peso para violarla todavía más.

(Noten que en cambio un golpe de estado por parte de fuerzas apegadas a los gringos sería probablemente apoyado por los mismos.)

Así que dentro de las opciones disponibles, la democracia es la mejor que tenemos.

Concluyendo, el punto de esta entrada es nada más explicar por qué creo que México es una democracia (débil), y por qué es la mejor alternativa que tenemos. Esto no quiere decir que ya estén bien las cosas de ninguna manera; mi énfasis en decir todo el tiempo que es débil es justamente porque debemos reforzarla (y no he dicho nada de cómo hacerlo). Además, repito que todavía no menciono nada acerca de las políticas sociales y económicas que me parece el gobierno mexicano debería implementar y que son (hasta cierto punto) independientes de qué tan fuerte sea nuestra democracia.

Entonces, por favor, si quieren discutir si México no es una (débil) democracia o si existen alternativas (posibles en la actualidad) mejores que la democracia, yo encantado. Pero no voy a discutir ningún otro tema en esta entrada, porque ese no es el punto (lo cual se traduce a que borraré cualquier comentario que lo intente). En particular, no me interesa en lo más mínimo la opinión de nadie de que la democracia no apesta, porque es inútil discutirlo cuando mi punto es que es lo mejor que tenemos a pesar de que apeste. Es masturbarse mentalmente cuando de entrada yo concedo que es lo que más nos conviene y no estoy abogando por ninguna alternativa.

En mi siguiente entrada discutiré mis ideas de cómo reforzar la democracia mexicana, que de hecho creo que es lo que más me importa decir. Incluso más que mi opinión de las elecciones de este año y de los participantes en la misma.

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2018: Desafortunadamente, necesitamos un gobierno

Este año, como cada seis años desde 1928 (con una extra en 1929 por el asesinato de Álvaro Obregón), habrá elecciones presidenciales. Y por supuesto no cambia nada más el presidente; además de los cambios en ambas cámaras federales (diputados y senadores), hay elecciones locales en las ramas legislativa y ejecutiva y encima de todo, cada cambio ejecutivo a todos los niveles implica un cambio de equipos de gobierno.

Toda esa bola de güeyes, junto con los jueces de la rama judicial, forman el ente heterogéneo de lo que llamamos el gobierno. Y es una discusión válida, dada la crónica ineficiencia e ineficacia de casi todos los miembros de todos los niveles en todas las ramas del gobierno (por no decir corrupción y criminalidad en algunos casos), el preguntarnos si de verdad necesitamos un gobierno. No es una pregunta tonta y de hecho existe la posibilidad de que eventualmente podamos deshacernos del gobierno, pero todas las evidencias apuntan (esto me parece es conscenso no sólo en México, sino en todo el mundo en general) a que por ahora sí lo necesitamos. Desafortunadamente.

Debo enfatizar que el punto de esta entrada es respecto a la pregunta binaria de si necesitamos gobierno o no; en otras palabras, únicamente la pregunta cuya respuesta es exclusivamente o no. El punto de esta entrada no es respecto a la pregunta cualitativa de cuánto gobierno queremos o necesitamos; dicho de otra manera, si necesitamos poquito o muchote gobierno, para esta entrada eso no importa: esas dos respuestas implican que necesitamos gobierno.

A la ideología que promueve la eliminación del gobierno (o sea, no nada más modificar o derrocar al gobierno actual, sino de plano desaparecer cualquier tipo de gobierno) se le denomina anarquismo y (como suele ser con todas las ideologías) tiene como catorce millones de variantes distintas. Yo voy a centrarme nada más en dos, porque es mi parecer que todas las demás gravitan en torno a una o la otra.

Anarcocapitalismo

Aunque muchos no lo crean, el término existe. La idea es básicamente “Uber todo”; que con el avance tecnológico (en particular con las teconologías de la información) todo el mundo pueda ofrecer productos y servicios a todos los demás y que el mercado (la ley de la oferta y la demanda) se encargue de lo demás. Si llevamos esto al extremo, entonces la necesidad de tener un gobierno (sostienen los proponentes) desaparece; todo sería privado: seguridad, carreteras, educación, salud, y el mercado decidiría cuáles son elegidos por los consumidores (no habría ciudadanos entonces).

En mi humilde opinión, esto es algo ligeramente retrasado mental. Para muchas cosas las tecnologías de la información de hecho han democratizado la creación de varios productos; KickStarter y servicios similares permiten conectar directamente a los productores con los consumidores, eliminando intermediarios y permitiendo la creación de productos para mercados especializados. Eso está chido.

Pero para cosas que son derechos humanos, como educación y salud, las leyes del mercado nunca van a producir los mejores resultados. Tampoco para cosas como proteger el medio ambiente o los derechos de mujeres y minorías. Dejar correr libre al mercado en esos casos lleva al desastre, como lo hemos visto una y otra y otra vez. E incluso en los casos donde el mercado eventualmente podría solucionar cosas, el precio a pagar si lo permitimos es demasiado alto; tomen por ejemplo el mercado farmacéutico. Si una compañía farmacéutica crea una medicina que funciona inicialmente pero a largo caso tiene efectos secundarios devastadores (que por cierto, ya ha pasado), ciertamente el mercado la llevaría a la quiebra eventualmente (al menos en teoría); pero el costo en vidas humanas es excesivamente alto como para que dejemos que eso ocurra “naturalmente”. La industria farmacéutica (vista como industria que necesita generar una ganancia) necesita estar regulada. En una sociedad donde exista el concepto de propiedad y por lo tanto haya mercados con orfeta y demanda, se necesita un ente justamente que evite que las leyes del mercado resulten en la explotación inhumana de los sectores más desprotegidos (que suelen ser los que menos tienen) o en la destrucción del medio ambiente o vidas humanas a largo plazo por una ganancia económica a corto plazo.

Ese ente es el gobierno.

Comunismo puro

El comunismo ideal desemboca de manera bastante natural en anarquismo, bajo la idea de que el avance tecnológico liberará al ser humano de la necesidad de trabajar para satisfacer sus necesidades básicas. No sólo comida, ropa y habitación; también cosas como educación, salud, entretenimiento, belleza e incluso cosas que ahora calificamos como lujos. La idea no es tan descabellada como inicialmente pudiera parecer; si imaginamos un futuro donde robots se encarguen de todas las labores manuales, entonces casi automáticamente se pueden producir todas las necesidades de todos los seres humanos sin que los mismos tengan que hacer nada, excepto checar de vez en cuándo cómo van los robots (y con robots suficientemente avanzados, ni siquiera eso).

En ese momento pierde todo el sentido la construcción social de propiedad, porque nadie necesitaría nada (físico) y todos podrían tener cualquier cosa (física) que se les antojara. Y si no hay propiedad entonces no hay necesidad de protegerla y la razón de ser del gobierno básicamente desaparece. También desaparece el mercado, porque no habría demanda en una sociedad de plenitud donde para todo mundo alcanza todo. Casi todos los problemas en la humanidad se reducen a que alguien quiere algo físico que no puede obtener.

Hay mucha gente que no puede meterse ese concepto en la cabeza. Cualquier escenario apocalíptico resultante de que no tengamos que trabajar para producir nuestras necesidades básicas se puede contestar fácilmente si suponemos que algún avance tecnológico se hará cargo de todo el trabajo aburrido. Pero es una suposición muy fuerte y una que está lejos de ser satisfecha.

En la actualidad un montón de nuestras necesidades a su vez necesitan harta labor humana para ser producidas y mantenidas; y (más grave todavía) probablemente no tengamos la capacidad de producirlas y mantenerlas para todo el mundo. Comida y vestido a lo mejor ya podamos (ciertas cifras así lo dejan entrever), pero como menciono arriba, los seres humanos cada vez tenemos más necesidades que sin duda alguna califican como básicas: salud y educación al menos, pero probablemente acceso a Internet (que implica electricidad), sistemas de tuberías, infraestructura urbana y líneas de comunicación (autopistas, rieles ferroviarios, aeropuertos) deban incluirse. No alcanza para todos, todavía, y eso implica que habrá quien tenga más y habrá quien tenga menos. Por cierto, en este punto debería quedar claro que si algún día la tecnología llega al punto de poder proveer para todos, debe ser para todos: todo el mundo. No puede haber un sólo país o bloque comunista y que el resto no lo sea; o todos coludos o todos rabones.

Mientras no lleguemos a ese punto existirá el concepto de propiedad, y entonces debe haber un ente que proteja la propiedad de algunos de aquellos que quieran quitárselas.

Ese ente es el gobierno.

Y entonces necesitamos un gobierno

Por cómo planteo las cosas, debe quedar claro que a mí me parece que una de las opciones para deshacernos del gobierno (el comunismo puro) sí es posible. Así lo creo; y como soy inherentemente optimista me parece que la humanidad se encaminará hacia esa dirección eventualmente. También creo que no me va a tocar verlo; y probablemente tampoco a mis hijos ni a mis nietos, pero sí creo que si la humanidad no se autodestruye ese será nuestro futuro.

Como sea, son sueños guajiros en este momento; ahora necesitamos un gobierno, que defienda la propiedad privada y que evite que las reglas del mercado se apliquen a lo bestia, porque eso siempre conduce al desastre. Y por cierto, nada más existen ese tipo de gobiernos en la actualidad, no importa cómo se autodenominen. En todos los países del mundo existe el concepto de propiedad (al menos para ciertos sectores) que el gobierno correspondiente protege (con distintos grados de éxito); y en todos los países del mundo el gobierno correspondiente trata de influir (con distintos grados de éxito) las leyes de la oferta y la demanda locales (con los habitantes del país) y globales (con los países con los que comercie). No hay países comunistas (por más que China quiera decir que lo son) ni reyes feudales (aunque Arabia Saudita se acerque).

Desde un punto de vista económico y de aplicación e intención de la ley, todos los países del mundo hacen lo mismo; favorecen a ciertos sectores más que a otros al momento de proteger su propiedad privada; e influyen más o menos en sus economías para restringir la ley de la oferta y la demanda.

Hay mucho más que puede (o no) hacer un gobierno, por supuesto; puede permitir o no a su población (o a ciertos sectores de su población) expresarse; puede hacerle caso o no a esas expresiones; puede permitir que todos o sólo ciertos sectores participen en la toma de decisiones; puede permitir o no que todo mundo pueda ser parte del gobierno; etcétera. Eso es lo que diferencia a los distintos gobiernos en el mundo, realmente; qué tanta “libertad” (entre comillas, por supuesto) tienen sus habitantes (incluyendo la libertad de ser parte del gobierno) y qué tan “libre” es el mercado.

Estas dos “libertades” no son completamente dependientes una de otra, pero tampoco son completamente independientes; los Estados Unidos y Sudáfrica eran economías de libre mercado mientras discriminaban genocidamente a sus poblaciones negras, pero esta discriminación resultaba en influir en el libre mercado (si no puedo servirle comida a negros, estoy perdiendo clientes). De la misma manera, no importa mucho que los ciudadanos sean “libres” si el mercado es a su vez tan “libre” que esto resulta en que una proporción desmedida de la población no pueda satisfacer sus necesidades básicas, por lo que esos ciudadanos no pueden ejercer su “libertad” dado que ni siquiera pueden subsistir. Lo cual (por cierto) a su vez afecta al mercado porque son miembros de la población que efectivamente no participan en la economía del país.

Entonces como necesitamos un gobierno, justamente lo que tiene que discutirse es qué tanta “libertad” tienen los gobernados correspondientes y qué tanta “libertad” tienen los mercados. He estado poniendo “libertad” entre comillas porque es un término cargado; en principio todo mundo pensaría que la mayor “libertad” para todo mundo es lo mejor, pero esto no es cierto. Nadie tiene la “libertad” de no pagar impuestos, porque es como el gobierno (que como argumento es necesario) puede proteger a sus habitantes más desprotegidos (idealmente para eso es que queremos un gobierno); nadie tiene la “libertad” de no vacunar a sus hijos bajo la idea pendeja de que las vacunas son “malas”, porque eso afecta la inmunidad social de toda la población; nadie tiene la libertad de negarle un producto o servicio a alguien por su raza u orientación sexual, porque esto afecta la libertad del potencial cliente. Y lo mismo pasa con el mercado; ninguna empresa farmacéutica tiene la “libertad” de vender “medicinas” que no funcionen (o peor: que perjudiquen) bajo falsas promesas; ninguna empresa tiene la “libertad” de pagar tan poco como acepten los empleados, porque esto causaría (siempre) que los salarios (que de por sí en México son malos) fueran inhumanos; ninguna empresa tiene la “libertad” de contratar niños como empleados de tiempo completo, porque son de los sectores más desprotegidos y tenemos (como sociedad) que hacer absolutamente todo lo que esté en nuestras manos para protegerlos; ninguna empresa tiene la “libertad” de nada más contratar hombres bajo la idea de que las mujeres producen menos dado que pueden embarazarse, porque si no interviene el Estado entonces la igualdad de género sencillamente nunca va a ocurrir.

(Sin duda alguna varias cosas de las que acabo de mencionar muchas personas estarán en contra de ellas; sin embargo no las voy a discutir aquí: borraré todo comentario que trate de iniciar una discusión al respecto. Esta entrada en la serie es únicamente acerca de la necesidad de tener un gobierno, sólo permitiré comentarios de ese tema.)

Como necesitamos (y sí, necesitamos, lo queramos o no) un gobierno, hay que discutir este equilibrio entre la “libertad” individual de cada ciudadano y la “libertad” de los mercados que dicho gobierno permitirá (y sí, lo permite en el sentido de no utilizar la fuerza del Estado para contenerla/reprimirla/forzarla). Y todo esto es relativamente flexible; un gobierno puede aumentar o disminuir las libertades de los ciudadanos (por ejemplo, prohibir fumar en espacios públicos o cobrar un impuesto especial en bebidas alcohólicas) o la de las empresas del mercado (por ejemplo prohibir salarios menores al mínimo o disminuir impuestos para impulsar el desarrollo de nuevas tecnologías). Además, es ortogonal (hasta cierto punto) de cómo participa la ciudadanía en el gobierno (si es que éste lo permite en primer lugar).

De esto último es de lo que hablaré en la siguiente entrada; cómo funciona (o no) en México la participación ciudadana en el gobierno, qué otras opciones están disponibles y si tiene sentido intentarlas en este momento. La discusión de qué tanto debe intervenir el Estado en la economía lo dejaré para más adelante.

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2018: Introducción

Mis dos o tres lectores regulares habrán notado que incrementé el ritmo con el que publico entradas. Aunque inicialmente sólo para poder reseñar las películas que me faltaban (y sí quiero terminar, algún día, con mis platinos en PlayStation), existe otra razón para el cambio.

Este año tenemos elecciones presidenciales y me parece que debo volver a escribir sobre política. Sin embargo, no me interesa tanto decir por quién voy a votar (va a ser por el Peje) ni explicar las razones que tengo para hacerlo (básicamente que, desde mi punto de vista, es la única opción con probabilidades razonables de mejorar las cosas en el país). Para eso, mi página de hace doce años en general se mantiene (reemplacen PRD con Morena).

Pero no es sólo que no quiero repetirme en esos argumentos; también estoy convencido de que, al menos en este próximo sexenio, las cosas no van a cambiar radicalmente. Gane quien gane, las cosas pueden mejorar o empeorar, y en ambos casos será por una fracción perceptible pero no apabullante; en otras palabras, el país no se va a caer por un precipicio ni tampoco se van a solucionar todos nuestros problemas. Repito, gane quien gane.

Con esto no quiero decir que las elecciones de este año no importan; todo lo contrario, importan más que nunca… que paradójicamente es la situación normal en una democracia, incluso una tan dañada como la mexicana.

Justamente de eso quiero escribir; lo que entiendo yo acerca de la democracia mexicana, sus razones de ser, mis motivos para defenderla y mi deseo de mejorarla. Que por supuesto está relacionado con los gobernantes nacionales a todos los niveles, pero que es (al menos en principio) ortogonal a los partidos a los que pertenecen. O en otras palabras; gane quien gane este año la presidencia por supuesto que importará para la vida democrática nacional a qué partido o coalición pertenezca, pero una vez inaugurado será el presidente (o la presidenta) de todos los mexicanos, le guste o no a quien sea. Y lo equivalente con todos los niveles de gobierno; el próximo jefe o jefa de gobierno gobernará sobre todos los habitantes de la Ciudad De México, le guste o no a quien sea, etc.

También me interesa tener una discusión inteligente al respecto con personas que discrepen con mi punto de vista; pero no me interesa entrar en una guerra de insultos. Mi vida se ha vuelto mucho más complicada en estos dos últimos sexenios como para estar perdiendo tiempo con gente idiota. Así que cualquier comentario que yo no califique de inteligente será sencillamente eliminado; no tengo ni interés ni tiempo para lidiar con gente pendeja.

Si alguien cuestiona de manera civil y racional mis puntos de vista con gusto entraré a la discusión; pero al primer momento en que quieran degenerarlo en gritos, insultos generales o ataques personales se acabó, sencillamente borraré el comentario (les recuerdo que modero todos y cada uno de los comentarios que aparecen en mi blog). De la misma manera, cualquier comentario del estilo de “muy bien dicho” o “completamente de acuerdo” sin contribuir sustancialmente a la discusión lo voy a eliminar; es únicamente ruido.

Y lo que pasa es que justamente tiene que cambiar la discusión a largo plazo en el país acerca del papel del gobierno en la vida nacional (básicamente qué tanto interviene) y el papel de la ciudadanía en la política local y nacional (básicamente también qué tanto interviene). Y toda esta discusión es (al menos en principio) independiente de quién en particular sea presidente, jefe de gobierno, senador o diputado. Además de que hay que discutir, de manera pragmática, qué se va a hacer con los temas de delincuencia y corrupción (que van juntos con pegado).

En los próximos meses y semanas estaré escribiendo entradas en esta serie, y la mayor parte de ellas serán aplicables a cualquier elección en este país, no nada más la de este año. Eventualmente, supongo, entraré a detalle con los participantes de este ciclo; pero de verdad no es en lo que me quiero enfocar. Me quiero enfocar en discutir lo que queremos para la vida democrática del país, comenzando (aunque parezca obvio para muchos) por qué en primer lugar queremos una democracia, o incluso un gobierno.

Nada más como advertencia preliminar: me considero alguien razonablemente inteligente, bastante cultivado y sin duda altamente educado (tengo un doctorado, al fin y al cabo). Nada de eso me califica en lo más mínimo como experto para hablar de política, temas sociales o economía, pero justamente de eso es de lo que voy a estar hablando en estas entradas. Mi opinión es únicamente como ciudadano mexicano y sin duda alguna diré cosas erróneas (principalmente por omisión); apreciaré cualquier corrección en los hechos que afirme, pero si está abierto a interpretación entonces necesitaré una argumentación (sin faltar al respeto, por favor) de por qué lo que digo está mal.

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Desde adentro

Por supuesto tuve que ir y abrir mi estúpido hocico de que un gran temblor había ocurrido cuando estaba fuera México. Como si para reprochármelo, el Universo mandó el peor sismo (en consecuencias) que ha tenido esta Ciudad en 32 años; justos, irónicamente.

Esta vez la infraestructura no salió al quite tan bien. Se cayeron 44 edificios (al menos) y varios más están seriamente dañados. Otros van a necesitar reparaciones no triviales. Las pérdidas humanas en la Ciudad se acercan a 200 y probablemente las superen una vez terminen las labores de rescate.

Pero debieron ser cero.

Supongo que es medio imposible diseñar edificios que aguanten cualquier terremoto de cualquier magnitud; pero me parece sumamente sospechoso que un edificio nuevecito en Tlalpan se desplome mientras varios alrededor no les pasó absolutamente nada. Eso me huele a que hubo incompetencia criminal o (lamentablemente más probable) corrupción criminal para no cubrir todos los líneamientos de construcción en la Ciudad. Y más grave aún en la escuela Rébsamen; las escuelas primarias deberían ser doblemente exigentes con los requerimientos de seguridad en la construcción de sus edificios.

Cualquiera sea la razón, debe investigarse por qué algunos edificios se colapsaron (y no, “porque hubo un terremoto” no es una respuesta válida) y deslindar responsabilidades y castigar a los culpables que se identifiquen. No importa el partido político al que pertenezcan o al gallo que apoyen para las elecciones del 2018; y lo digo perfectamente consciente de que casi todos esos responsables serán de partidos de izquierda. La única manera de ir mejorando la infraestructura de la Ciudad (y del país en general) es entender que la incompetencia o corrupción literalmente cuesta vidas, y que esto es sencillamente inaceptable.

Las autoridades tampoco salieron al quite muy bien que digamos; en muchas ocasiones fueron completamente rebasadas, y en otras han tratado de utilizar la tragedia para ganar puntos políticos. En los peores casos de manera criminal, como (al parecer) está ocurriendo en Morelos. De nuevo, gobernado por alguien de un partido de izquierda.

En mi entrada del sismo anterior no mencioné a los medios de comunicación, en particular la televisión; porque estaba fuera de México, pero además porque desde 2006 no veo los noticieros de la televisión abierta mexicana, porque son asquerosos. Al parecer esa asquerosidad llegó a grados ridículos en este nuevo sismo, por la desinformación, maniqueísmo y ganas de joder a la Ciudad que generalmente profesan, siendo todo el teatro de la niña Frida el punto más bajo que han alcanzado en décadas. Pero todo esto es de oídas; les digo, no veo los noticieros de la televisión abierta mexicana. Y de hecho no veo televisión abierta, punto.

La que sí salió al quite (como en 1985, como siempre) fue la ciudadanía de mi Capital. La gente salió en masa a ver cómo podía ayudar, al grado de que a veces hasta era difícil canalizarlos. Los medios internacionales estaban apantallados de cómo la gente de esta Ciudad se movilizó de manera automática y orgánica para mantenerla funcionando; dirigiendo tráfico, limpiando escombro, distribuyendo agua y comida y (como en 1985, como siempre) rescatando gente de los derrumbes usando a veces sus manos desnudas. Dos artículos en CNN en particular (éste y éste) me parece que retratan bien la sorpresa de los extranjeros a cómo reaccionaron mis cohabitantes citadinos.

Yo no me sorprendí, en lo más mínimo, porque vengo años diciendo que lo mejor que tiene esta Ciudad, es su gente. Y a partir del 19 de septiembre de 2017 (como en 1985, como siempre) lo volvieron a demostrar.

Muchas veces en este blog he expresado mi cariño por la Ciudad de México. Y lo que muchos no entienden, es que no hablo principalmente de sus edificios, ni de sus restaurantes, ni de sus oportunidades culturales y recreativas. No hablo principalmente de Ciudad Universitaria y el Centro Histórico. No hablo principalmente de los tacos de suadero a la media noche, ni de Garibaldi a las dos de la mañana. Hablo de su gente, la población más cívica que tiene el país; sin duda y por mucho.

Se cayeron muchos edificios, pero mucho menos que en 1985; reconstruiremos y (esperemos) lo haremos todavía mejor para que a la próxima sean cero (o tanto como sea posible: dato anecdótico; hasta donde me he enterado, no murió nadie en una escuela pública de la Ciudad). Murieron cerca de 200 personas, pero fue una mejora indiscutible de 1985, donde murieron miles. Hay que estudiar con cuidado (y de forma honesta y sin fines politiqueros) qué fue lo que falló, para que no se repita la próxima vez. Y de ser necesario, castigar a los responsables.

Pero la ciudadanía de la Majestuosa reaccionó de manera heróica, sin pánico, solidariamente, haciendo lo que podían cuando podían y como podían, como esta señora que fue a donar algo de comida, sin zapatos y con toda la dignidad del universo.

Donante

Donante

Como en 1985. Como siempre.

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Desde afuera

En 1985, cuando el temblor, un tío mío se encontraba estudiando en el extranjero. Recuerdo cuando nos contó cómo fue el obtener la lista de fallecidos (que me parece nunca quedaron claramente definidas) y el buscar en ellas el nombre de familiares y amigos. La verdad nunca pasó por mi cabeza que el primer sismo de magnitud semejante al de 1985 ocurriría justamente conmigo estando fuera del país, viendo las cosas desde afuera.

Por supuesto todo es mucho más sencillo ahora; mi hermano me mandó un mensaje casi de inmediato para preguntarme si estaba bien (al tarado se le olvidó que no estaba en el país). De ahí fue cosa de mandar mensajes preguntando a todo mundo informes; como casi todos mis seres queridos viven en la Ciudad de México, rápidamente se fue armando la imagen de que todos estaban bien, y de que las cosas eran completamente distintas a 1985.

Al menos en la Ciudad.

De hecho la rápida recopilación de datos alrededor de La Majestuosa me hizo respirar con alivio algo adelantado; los reportes de Oaxaca, Chiapas y similares tardaron en llegarme. No ayuda que no estoy ni en Facebook ni en Twitter. Por un segundo llegué a pensar si valía la pena dar mi brazo a torcer después de tantos años, pero rápidamente decidí que no. ¿De qué podría servirme enterarme más rápido de una desgracia? Incluso si pudiera adelantar mi vuelo de regreso (dudoso, dada la temporada), ¿qué bien podría hacer el que volviera antes?

Como sea, y sin disminuir de ninguna manera la tragedia de las casi 100 personas que murieron, la verdad es que o fuimos endiabladamente suertudos, o de algo sirvió la tragedia del 85 para evitar que se repitiera a esa magnitud. Dados los relatos y fotos y videos que vi de los edificios meneándose como borrachos fuera de Garibaldi, creo que es justo decir que al menos de algo sirvieron todas las regulaciones que se implementaron al menos en la Ciudad de México. Que a pesar de la mentada corrupción e incompetencia que según existen en mi Ciudad, lo cierto es que la infraestructura de la misma al parecer resistió un terremoto de 8.1 grados en la escala de Richter. Y supongo que algo de crédito hay que darle a las autoridades correspondientes, por más mal que me caiga Mancera.

Justo hace unos días leía acerca de la tragedia en Texas, donde Harvey básicamente convirtió Houston en un lago enorme. El autor comentaba que una de las tragedias de Katrina en 2004, además de la obvia, es que no se llevó nunca a cabo una reconstrucción de Nueva Orleans viendo hacia el futuro, sino únicamente pensando en el pasado, porque eso hacen las civilizaciones “en descenso”. Es una lectura interesante y se las recomiendo.

Lo saco a colación porque me parece que la Ciudad de México fue bien reconstruida después de 1985. Y dos de esas razones (le guste o no a mucha gente) son su ciudadanía y el hecho de que ha sido desde entonces gobernada en los hechos por gobiernos progresistas de izquierda (si bien no oficialmente hasta 1997). De 1985 a 1997 me refiero a que la ciudadanía de la Ciudad justamente presionó a los gobiernos locales para que hicieran bien las cosas, no a que los regentes de entonces fueran unas blancas palomitas.

El temblor de hace unos días se sintió, literalmente, en la mitad del país, por lo que me cuentan. En varias entidades esto causó un daño material inmenso; pero en la Ciudad de México al parecer sólo se cayeron algunas bardas y se fue la luz en gran parte de la misma. Eso pasa aunque no haya temblores (aunque aún hay que esperar a las revisiones estructurales para ver si no hay daños más sutiles escondidos).

Me parece que hay que hacer una reflexión de por qué es esto, y justamente cómo podemos reconstruir lo que sea necesario reconstruir en Oaxaca y Chiapas de tal forma que a la próxima ellas también sobrepasen un temblor de esta magnitud sin más que unas cuantas bardas caídas y electricidad cortada temporalmente.

Una pista: ni reformas “estructurales”, ni “pactos” por México ni tampoco comunidades autónomas van a responder por sí mismas esas preguntas.

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La decepción

Como casi todo mundo en México, me fui ayer a la cama pensando que sería bueno comenzar a ahorrar, ahora que vamos a tener que pagar por el muro de Trump.

Estos ocho años de Obama me habían dado cierta esperanza con respecto a los gringos. Por supuesto, es ligeramente descabellado decirle a Obama “de izquierda” en el contexto mundial (dícese, sano); es a lo más centro-derechista moderado. Pero en un contexto local (dícese, gringo; dícese, viciado de origen por ser un país se nació con las leyes escritas especificando que tres blancos son equivalentes a cinco negros), Obama es de izquierda, porque mucho más que eso no se les da a los pobres gringos.

Como el resto del universo, desperté el martes suponiendo que la Hilary obtendría la victoria; que tal vez sería más apretada de lo que se pronosticaba, pero que sería victoria al fin y al cabo. Al ir viendo cómo iban entregándose los resultados, fue rápidamente evidente que no sería así.

Por supuesto, no es que con la Hilary nos hubiera ido a toda madre; sin duda nos hubiera ido peor que con Obama, y para empezar no es tampoco que todo haya sido coger y cantar con el negro. Pero sí importa la diferencia, y en esta ocasión importaba mucho más que nunca.

Que haya ganado esta caricatura de ser humano, con ideas no sólo primitivas sino fascistoides y racistas, es una tragedia para todo el mundo. Y, preocupantemente para nosotros, probablemente aún más para México en particular.

Como mexicanos no hay mucho que podamos hacer respecto a esa tragedia; es obra (y responsabilidad) de los gringos. Pero sí hay mucho que podemos hacer respecto a cómo nuestro gobierno responde ante los seguramente inevitables ataques que sufrirá el país a manos de nuestro vecino del norte. Peña Nieto ha demostrado una y otra y otra vez su incompetencia, estupidez, y completa falta de liderazgo; para el 2018 tenemos que poner a alguien en la silla del águila que, al menos, no sea tan increíblemente incompetente. E independientemente de quién quede, habrá que movilizarse para no permitirle a nuestro gobierno el ser pusilánime frente al gobierno encabezado por Trump, a respetar los tratados multilaterales, y a defender a los millones de compatriotas que viven en el gabacho (en la mayor parte de los casos por culpa de malos gobiernos aquí que los obligaron a irse al norte a buscar alguna oportunidad de desarrollo).

Siendo alguien de izquierda en México (y me parece ya lo he dicho varias veces), me he acostumbrado a ser optimista porque como siempre nos va de la chingada, o uno se hace optimista o uno se vuelve loco; no hay muchas alternativas realmente. Siempre perdemos en México, con sus honrosas excepciones como con mi querida Ciudad de México; si no viviera aquí yo creo que ya me habría cortado las venas con pan Bimbo hace varios años.

Así que, como suele ser mi naturaleza, permanezco optimista ante el negro escenario que se nos presenta hacia el futuro. Por mal que nos vaya a ir con el tarado de Trump como presidente gringo (y nos va a ir mal), al fin y al cabo mañana el sol saldrá por el mismo lado y la vida seguirá; y pues tendremos que hacer lo hemos hecho siempre: tratar de resistir los embates de malos gobernantes y de intereses imperialistas. La alternativa es tirar la toalla, que no me parece serviría de mucho.

Pero no puedo evitar sentirme profundamente decepcionado de los gringos; por primera vez en mi vida entiendo cabalmente cómo fue posible que Hitler adquiriera el poder en Alemania en 1933: un mensaje simple y simplista de odio y racismo, y una ignorancia férrea por parte de un electorado enojado y harto.

Y como Polonia en esa década, ocurre que México es el vecino más vulnerable del país que decidió elegir a este tarado.

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La primera vez que no voy a votar

Estoy a punto de abordar mi avión a Ginebra, en donde tomaré un avión a Toronto, y de ahí por fin uno a México. Supongo que es un buen momento para mencionar que, por primera vez en mi vida, no voté en una elección que me tocara.

El viaje a Grecia se dio de manera muy intempestiva, y hasta que ya tenía todo listo y preparado, caí en cuenta de que regresaría un día después de las elecciones.

No había mucho que pudiera hacer; el costo del boleto y del hotel y del registro había sido demasiado alto como para cancelar, además de que académicamente estaba comprometido. Así que me resigné a no votar por primera vez desde que tengo 20 años.

Sí quiero dejar claro que no creo que no votar no importe; todo lo contrario. Como ya he mencionado antes, la única manera que realmente tenemos para salir del hoyo, es a través de elecciones pacíficas: todo lo demás son sueños idiotas o fantasías sicópatas.

Por débiles y maleadas que estén nuestras autoridades electorales, y por patéticos que sean todos nuestros partidos políticos, la vía electoral es la única razonablemente real por la cual cambiaremos algo. Y justamente la participación ciudadana (además de ir a votar) es lo que causará que esas autoridades electorales y esos partidos políticos mejoren significativamente.

Así que espero ustedes sí hayan votado, aunque yo no pudiera por estar viendo el Partenón en la Acrópolis de Atenas.

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43+11

Durante la interminable huelga de 1999-2000, vi a varios profesores participar en ella. Al inicio, me pareció una cosa muy chida; una muestra muy grande de solidaridad; una forma de apoyar a los alumnos.

Con el tiempo, sin embargo, rápidamente me di cuenta que muchos de esos profesores (no todos, obviamente) les valía madre realmente el movimiento o los alumnos. Era un pretexto para ellos poder empujar sus propias agendas. Terminé despreciándolos, y más aún a aquellos que enviaron a sus tarados seguidores al auditorio Ché Guevara/Justo Sierra para que los agarrara la PFP y tuvieran todavía más capital político/carne de cañón, mientras ellos se escondían cobardemente.

Me prometí que nunca iba a hacer eso yo.

He participado en varias movilizaciones después de la huelga, pero ninguna que fuera lidereada por estudiantes (y, justo después de la huelga, era difícil que una movilización estudiantil surgiera). Cuando comenzó todo esto de Ayotzinapa, decidí que me mantendría al margen, porque me parece que los estudiantes de ahora son los que deben de movilizarse, y porque no quería ni siquiera que pareciera que yo hacía lo que los cobardes de hace 15 años hicieron (y algunos de los cuales todavía hacen hoy en día).

Pero cuando leí que estaban enviando a los 11 detenidos del 20 de noviembre a Nayarit y Veracruz, cambié de opinión. Se puede discutir que los detenidos cayeron o no en una provocación; se puede discutir si cometieron o no algún crimen; se puede discutir lo que ustedes quieran. Pero enviar a cientos de kilómetros de distancia a estudiantes que fueron detenidos mientras protestaban, es el tipo de acciones que Porfirio Díaz hubiera utilizado.

Y lo que me aterra es que estos imbéciles, que se supone están a cargo del país, no parecen entender que estamos al borde de algo mucho más grave que un puñado de muchachos encapuchados, ya fueran provocadores, idiotas, o provocadores idiotas, lanzando unas cuantas bombas molotov a una puerta, no me importa de qué edificio.

Fui hoy a la marcha que convocaron los familiares de los 43 desaparecidos. Dado que se convocó casi de emergencia, y que ocurrió sólo cinco días después de los hechos del 20 de noviembre, fue entendiblemente una marcha no muy grande; pero si tomamos todo eso en cuenta, de hecho fue mucha gente.

Como de cualquier forma no quiero parecerme a los cobardes que mencionaba arriba, decidí que sólo marcharía. No consignas, no aplaudir, sólo marchar. Fue ligeramente bizarro, pero bueno, ya no soy, bajo ninguna definición del término, estudiante; así que más me vale evolucionar cómo actúo incluso en estas cosas.

No sé exactamente qué más puedo hacer; pero sí quiero hacerlo. Esperaría que todos quisiéramos hacerlo, porque en verdad estamos muy cerca de un escenario increíblemente peligroso; y para todos: no sólo para los estudiantes, no sólo para algunas autoridades, no sólo para nuestra patética clase política… para todos. Esto ya rebasa por mucho a los 43 muchachos detenidos y a los ahora 11 aprehendidos y deportados a Nayarit y Veracruz.

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La esquina

Hace mucho (más de un año y medio) que no escribo de política. No porque no me importe lo que pase (todo lo contrario), sino porque no he sentido que tenga mucho qué contribuir yo a la discusión. Pero también en parte porque creo que está quedando cada vez más rebasada la opción de discutir.

Con esto de los 43 muchachos desaparecidos, la situación del país, de por sí precaria, ha degenerado en una situación de la que será cada vez más difícil salir, y ciertamente esto no ocurrirá “discutiendo” ni madre.

Lo que todo mundo sabe, pero casi nadie dice, es que con casi toda certeza esos muchachos estén muertos. La detención de ayer del ex alcalde de Iguala y su mujer no aliviará en nada eso; tampoco lo harán las cerca de 60 detenciones que han ocurrido, ni la petición de licencia de Aguirre, ni la aparición de los cuerpos (si es que no los lanzaron al mar), ni ningún “acuerdo nacional” por a ver qué estupidez se inventan estos idiotas.

Lo único que puede aliviar este crimen de estado (y obviamente no me refiero únicamente al estado de Guerrero; por supuesto incluye al estado nacional), es que comiencen a haber cambios reales a lo que permitió en primer lugar que ocurriera. Y yo sinceramente me temo que no hay señales de que nuestra absolutamente desprestigiada clase política tenga la intención o la capacidad de implementar estos cambios.

Y por supuesto hablo de todos los partidos y de todas las fuerzas políticas. Y esto es gravísimo, porque si no es por la vía política, ¿qué opción nos queda?

Como decía al inicio; la opción de discutir queda cada vez más rebasada. El modelo económico que se ha seguido por los últimos 32 años (casi toda mi vida) ha sido demostrado por todas las maneras posibles que no funciona. La corrupción endémica que ha caracterizado a todos los niveles de poder de todas las corrientes políticas no sólo no ha disminuido, sino que ahora es fomentada por criminales que no tienen ningún reparo en utilizar un tipo de violencia particularmente sanguinaria que realmente no existía en el país hace unas décadas, o al menos ciertamente no era tan común. Más grave que la corrupción (que todos los países tienen), la impunidad que existe es cada vez más descarada, y hace cada vez más obvio para el ciudadano común que no tiene el menor sentido en esperar justicia si uno no cuenta con los medios económicos o políticos necesarios.

Eso es lo que permitió que el crimen de Ayotzinapan ocurriera. No es un problema local; no se va a solucionar con que renuncien algunos funcionarios y se encarcelen a un puñado de personas. El mierdero en que se han convertido las instituciones de este país va a seguir ahí, y va a desencadenar de nuevo en una tragedia de este estilo, a menos que de verdad ocurran cambios radicales en las mismas.

Me alegra ver las masivas movilizaciones que se ha generado en repudio a esta tragedia; me alegra ver a los chavos dispuestos a protestar y a exigir… pero lo cierto es que llenando el Zócalo, tomando casetas y haciendo paros tampoco veo que vaya a hacer a estos imbéciles reaccionar. A veces me temo que de hecho aunque quisieran, hemos llegado al punto en que no pueden hacer nada.

Y entonce sí ya valió madre, porque si los partidos e instituciones políticas no sirven, y protestar como siempre hemos protestado tampoco, ¿entonces qué? ¿Entonces qué sigue?

Hace demasiado tiempo decidí que cualquier manera de cambio por la que yo luchara en mi vida, sería pacífica. Y de hecho jamás he creído que usando violencia llegaremos a ningún lado… pero nada más se necesitan unos cuantos mexicanos suficientemente encabronados y hasta la madre que no compartan esa forma de pensar para que la cosa de verdad se ponga fea. Y me temo que gracias a estos idiotas, ahorita ya hay muchos más que unos cuantos.

Durante años en la Ciudad de México fuimos privilegiados. Gracias a tener gobiernos de izquierda que le dieran verdadera importancia a programas sociales, que permitieran a la gente ver una posibilidad de salir de la miseria, de avanzar socialmente, de darles salud, educación y vivienda digna a sus hijos, vivimos muchos años de paz y seguridad que en grandes partes del país hubieran soñado con tener. Todo eso está cambiando; la violencia ha ido acercándose cada vez más a la capital, y de hecho este año hemos tenido ya varios hechos violentos que hacía mucho no ocurrían aquí. Y no es de extrañar; incluso si las autoridades de aquí hubieran sido perfectas (que ni de lejos así ha sido), si el resto país se está pudriendo es imposible que no afectara eventualmente a la Ciudad.

Y si cae la Ciudad, ¿entonces qué? Si se dan aquí las mismas circunstancias que permitieron que ocurrieran los hechos de Ayotzinapan, ¿entonces qué?

No tengo una respuesta a eso. Lo que sí sé es que durante años dije que votar una vez al año no bastaba, que había que hacer más para que las cosas mejoraran. Bueno, ahora es más grave todavía: ir a marchas y mítines tampoco va a ser suficiente. Habrá que hacer más todavía, y si dejamos que sigan pudriéndose todavía más las cosas, la cantidad de acciones que habrá que realizar para salir del hoyo será cada vez más grande.

Nos estamos pintando en una esquina. Y sí, todos; izquierda, derecha, “apolíticos”, gobernantes, estudiantes, profesores, empresarios, obreros, todos.

A mí me parece que ya estamos en el punto en que vamos a necesitar hacer una revolución para cambiar las cosas. También creo (e igual es mi inherente optimismo) que todavía estamos a tiempo de que esta revolución sea pacífica, de que podamos evitar un derramamiento de sangre (aunque, como muestran los 43 desaparecidos, ya hay un derramamiento de sangre).

Pero si la situación sigue empeorando, entonces esa opción también quedará descartada. Y entonces a ver cómo salimos de la esquina en la que nos hemos pintado.

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El viejo PRI

Mucho se ha escrito (y se seguirá escribiendo) acerca de la baratamente orquestada captura de Elba Esther Gordillo. Se habla (y se seguirá hablando) de los crímenes de la “maestra”, de la corrupción en el sindicato de maestros, de los desvíos de recursos, y de todas las razones por las que, me parece nadie en su sano juicio se atrevería a dudar, la “maestra” merece refundirse en el fresco tambo el resto de su (esperemos) no muy larga vida.

En eso creo hay consenso: Elba Esther Gordillo es una criminal que merece ir a prisión. De hecho, lo viene mereciendo hace más de 20 años; pero eso no es lo importante. Lo importante es por qué y bajo qué circunstancias la “maestra” ha sido aprehendida.

De los centenares (si no es que miles) de políticos corruptos (o descaradamente criminales) que hay en México, de todos los partidos y organizaciones sociales, ninguno más será, en principio, investigado, aprehendido y juzgado. Sólo lo serán si se oponen, o meramente estorban, a los planes del viejo PRI que se ha asentado en los Pinos bajo el cobijo de Televisa y otros poderes fácticos del país. Eso es lo importante.

No hay absolutamente nada qué celebrar de la captura de la “maestra”; esto no es una “limpieza” que empiece en la clase política mexicana, ni un nuevo inicio para la “justicia” verdadera en la vida del país, ni mucho menos la aplicación del Estado de Derecho para garantizar el sano funcionamiento del SNTE.

Esto es un madrazo político, y un mensaje de los Pinos diciendo “aquí se hace lo que yo digo”. Como en los tiempos del viejo PRI; a lo mejor muchos de mis lectores son demasiado jóvenes para recordar cómo eran entonces las cosas.

Yo, y muchísimos mexicanos más, sí lo recordamos. Oh, lo recordamos perfectamente.

Hay que seguir detenidamente cómo se lleva a cabo el proceso contra la “maestra”, y exigir (como debe exigirse en todos los casos de la ley) que se cumpla el debido proceso y que a Elba Esther, por más mierda que sea, se le respenten todos y cada uno de sus derechos. Por supuesto la tipa es indefendible, y ha cometido en los últimos 20 años una cantidad tal de fechorías que sería muy difícil que estos animales arruinaran el caso. Pero si lo así lo hicieran, habrá que ponerse del lado de la ley, incluso si esto resulta en abogar por alguien tan deleznable como Elba Esther Gordillo.

Y más importante aún, hay que dejar muy claro que esta aprehensión no fue promovida en ningún momento por la “justicia”; los crímenes de Gordillo son sabidos desde hace décadas algunos, y nunca se había actuado contra ella sino hasta ahora por la coyuntura que hay alrededor de la reforma educativa. El poder del estado no puede ser aplicado únicamente cuando le conviene al güey que está en ese momento en la Silla del Águila.

Por último, hay que pelar los ojos, porque esto puede ser el inicio de una ola de aprehensiones con objetivos políticos, cobijados bajo un pretexto de “justicia” conveniente, y eso sencillamente no lo podemos permitir. Si van a aplicar la ley, debe ser parejo a todos; no nada más a los que se oponen a sus maquinaciones.

First they came for the communists,
and I didn’t speak out because I wasn’t a communist.

Then they came for the socialists,
and I didn’t speak out because I wasn’t a socialist.

Then they came for the trade unionists,
and I didn’t speak out because I wasn’t a trade unionist.

Then they came for the Jews,
and I didn’t speak out because I wasn’t a Jew.

Then they came for the Catholics,
and I didn’t speak out because I wasn’t a Catholic.

Then they came for me,
and there was no one left to speak for me.

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Criminales e incompetentes

Y la Cassez al final fue liberada.

La Cassez

La Cassez

Escribí acerca del caso hace unos diez meses, y antes hace casi dos años. Sostengo todo lo que dije en esas dos entradas, excepto por una cosa: yo estaba convencido de la culpabilidad de la Cassez, y ahora la verdad no sé. Yo no soy abogado (ni he interpretado a alguno en televisión), pero he platicado con gente capaz y que sabe de estas cosas (además de que de hecho son abogados), y he encontrado las dos opiniones (que es culpable y que es inocente) siendo defendidas con argumentos bastante convincentes.

La simple verdad es que no sabemos qué pasó, porque estos criminales incompetentes hicieron un lodazal de las circunstancias que rodearon la captura de la francesa, y probablemente entonces nunca sabremos cuál es la exacta verdad de lo que ocurrió, y qué papel jugó Florance Cassez en los crímenes por los cuales se le encarceló. Y el punto de esta entrada que escribo es que eso ya no importa ahorita: fuera inocente o culpable, tenía que ser liberada por cómo actuó el gobierno de Fox al encarcelarla, y el “gobierno” de Calderón al llevar a cabo el juicio sabiendo cómo habían sido los hechos de su detención.

Los criminales más peligrosos aquí no son ni la francesa ni los secuestradores a los que pudo o no haber ayudado; los criminales más peligrosos aquí fueron los incompetentes que destrozaron cualquier posibilidad de realizar un juicio propio contra la francesa al querer hacer su captura un reality show para que se transmitiera en horario AAA de telerisa. Y son los más peligrosos porque contaban con la fuerza del estado para realizar sus fechorías.

El resultado de esta debacle es malo desde cualquier punto de vista, sea o no Florence Cassez inocente. Si era inocente, estos incompetentes criminales encarcelaron, vituperaron y acosaron a una mujer inocente durante más de siete años de su vida. Si era culpable, estos incompetentes criminales tuvieron que soltar a una criminal que causó dolor y angustia a las familias de las víctimas de la banda de los Zodiacos, porque escogieron deliberadamente no hacer propiamente su trabajo.

En cualquiera de los dos casos, la criminal incompetencia de estos imbéciles resultó en un crimen peor que cualquiera que pudo o no haber cometido la Cassez: el uso de la fuerza del estado con el objetivo no de servir a sus constituyentes, sino el tratar de manipular la opinión pública.

Sin duda una o más personas merecen terminar en la cárcel por todo esto; y (con gran probabilidad, lamentablemente) la Cassez no es una de ellas.

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Fight them until we can’t

Al final de la segunda temporada de Battlestar Galactica, los colonos llevan un año viviendo en un planeta horrible, pero que los esconde de los Cylons por estar dentro de una nébula. O algo así. Todos al parecer son miserables bajo la presidencia de Gaius Baltar, includo Gaius Baltar.

Entonces por supuesto aparecen los Cylons, pero esta vez no desean exterminar a la raza humana; ahora sólo quieren oprimirnos. O algo así; el punto es que básicamente ocupan el asentamiento humano en Nueva Caprica. Mientras ven desfilar a los centuriones, el Jefe Galen Tyrol le pregunta a Starbuck: What do you want to do now, Captain?

Y Starbuck responde: The same thing we always do. Fight them until we can’t.

La respuesta es la única sensata; la alternativa es cruzarse de brazos y decir “nos chingaron, pues ya ni modo”. La escena me vino a la mente la noche de las elecciones, y de nuevo cuando el TEPJF dictaminó como ya sabíamos que iba a dictaminar, desechando todas las evidencias presentadas, y negándose a dar más tiempo a presentar aún más. Sería irrisorio, si no fuera tan trágico.

El fraude que ocurrió el primero de julio fue mucho más descarado que el de hace seis años; todos vieron (si querían ver) la compra de votos como política de partido, el derroche en gastos de campaña por parte del PRI, y la total parcialidad de Televisa. Fue el PRI de mi niñez, de 1982, de 1988; como hombre maduro ahora veo repetirse las prácticas que yo soñaba mis hijos jamás tendrían que ver. Era lo único bueno que parecía haber resultado de que Fox hubiera ganado (él sí legítimamente) las elecciones de hace doce años. Y el papel de Televisa (y medios afines) es todavía peor (y más preocupante); Televisa antes hacía lo que el gobierno en turno le dijera. Ahora impone diputados, senadores, y al parecer “presidentes”.

El sexenio ilegal e ilegítimo de Felipe Calderón se gestó con un fraude y comenzó con una resistencia enorme a su imposición. El resultado fue uno de los peores sexenios de los que tengamos historia; literalmente decenas de miles de muertos, con la delincuencia organizada más fuerte que nunca (y probablemente coludida con personajes a todos los niveles del gobierno), un desempleo y pobreza galopantes, y consecuentemente una violencia que comienza a afectar incluso a la Ciudad de México, que durante estos años se convirtió en uno de los pocos lugares donde las cosas no estaban tan mal.

El sexenio de este pobre y patético títere telenovelesco, si acaso empieza, lo hará en condiciones peores y con una resistencia mucho más fuerte, mucho más organizada, y que afortunadamente ha decidido colectivamente, en general, permanecer pacífica. Yo a regañadientes me sumo a la idea de que cualquier resistencia que demos debe seguir siendo pacífica, porque la perspectiva de que mis hijos nazcan en un país donde, después de un escándalo como el de los documentos proporcionados por The Guardian, que en cualquier otro país hubiera resultado en comités de senadores para investigar y en al menos una o dos cabezas políticas rodando, aquí no pasa absolutamente nada, sí me hace cuestionarme si de verdad no será ya necesario recurrir a la violencia como medio legítimo de resistencia.

Pero al fin y al cabo comprendo que en caso de que estalle la violencia, los que más van a morir y sufrir van a ser (de nuevo, como siempre) los más jodidos. Sólo por eso también me sumo a la idea colectiva de que resistamos pacíficamente; pero voy a comprender (y no necesariamente condenar) si no todo mundo lo hace.

(A todo esto, ¿dónde están las masas alegres de gente que votó por el PRI? Se supone lo hicieron casi 20 millones, ¿no? ¿Dónde están, colmando las plazas y las calles celebrando su “triunfo”?)

El sexenio que acaba ha sido de las peores cosas que le han pasado a México; además de lo que ya comenté, la educación pública (que es la única de calidad en este país), la investigación científica, la promoción y desarrollo de cultura, y los servicios de salud se han ido todos al carajo. Las condiciones de los trabajadores en el país se han deteriorado a grados inaceptables, y sus derechos se han visto atacados y mermados en todos los frentes. Los casos de todos los mineros muertos, Luz y Fuerza y Mexicana de Aviación son sólo unos cuantos.

El sexenio que viene (si empieza) va a ser peor. Van a tratar de ir por todo; la privatización de Pemex, la venta de la CFE (que al fin y al cabo tiene el sindicato más inútil de la historia), la SEP en control absoluto de Elba Esther Gordillo, y por lo tanto un empeoramiento de la educación pública a nivel básico y medio, y el uso de las secciones charras SNTE como arma política. No lo duden que también tratarán de cortar los presupuestos de la UNAM y el resto de las universidades públicas, e incluso tal vez “sugieran” que deberían empezar a cobrar cuotas. Y por supuesto, el ataque continuo a la Ciudad de México, cortándole su presupuesto aunque siga siendo de las entidades que más dinero produce en el país.

Las cosas están muy mal en el país desde hace varios años; se pueden poner mucho peor.

¿Qué vamos a hacer nosotros? Lo mismo que hemos hecho siempre: pelear hasta que ya no podamos.

De nosotros (de todos nosotros) depende que las cosas no se pongan mucho peor. No basta ir a estudiar/trabajar y cumplir con nuestras obligaciones (aunque ciertamente, es el mínimo que se puede esperar de cualquiera); tenemos todos que integrarnos a la vida política. No se vale nada más estarse quejando de los pinches políticos y de los pinches partidos, y esperar que mágicamente esos pinches políticos y esos pinches partidos generen de forma espontánea una clase política a nuestro gusto.

Tenemos todos como ciudadanos que ponerlos a raya; salir a las calles (de forma pacífica) y mostrarles que no estamos dispuestos a aceptar ciertas cosas. Fueron marchas y manifestaciones las que consiguieron el alto al fuego unilateral contra el EZLN en 1994; fueron marchas y manifestaciones las que lograron que pudiéramos elegir nuestros gobernantes en la Ciudad de México en 1997; fueron marchas, manifestaciones, y una huelga larguísima y desgastante, las que evitaron que se impusieran las cuotas en la UNAM; fueron marchas y manifestaciones las que impidieron el desafuero del Peje.

Salir a las calles funciona. Y podemos aumentar la intensidad de la resistencia, sin tener que recurrir a la violencia; como lo hicieron este fin de semana los chavos de #YoSoy132 tomando casetas en autopistas. Se puede organizar una huelga general que involucre trabajadores de varios ramos, y estudiantes de universidades. Se pueden hacer muchas cosas.

Pero tenemos que entrarle todos. Debemos seguir peleando.

Hasta que ya no podamos.

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Voten

Salí a votar a las 7:40 AM, y llegué a la casilla al cinco para las ocho. Cuatro horas después, emití mi voto.

El dedo

El dedo

Ese es mi castigo por venir a Ixtapa-Zihuatanejo en día de elecciones. La casilla estaba hasta su madre; mucho tiene que ver que era casilla especial, en medio de un complejo turístico, pero al parecer sí está saliendo mucha gente a votar.

Así que hagan lo mismo.

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Las elecciones presidenciales

Hace un rato que he estado ponderando escribir acerca de las elecciones; mi trabajo en mi tesis doctoral, así como otras circunstancias, lo habían impedido. Sin embargo, llevo con una tos espantosa más de una semana que me ha impedido trabajar como quisiera, y en este tiempo he estado pensando acerca de esta entrada, así que por fin me decidí a escribirla.

Hace poco más de seis años escribí una entrada, Porqué voy a votar por el PRD y el Peje, donde explicaba por qué votaría como lo hice en el 2006. Mi razonamiento para votar por Andrés Manuel López Obrador y (hasta cierto punto) el PRD siguen básicamente siendo los mismos; aunque las circunstancias se han vuelto más apremiantes, lo cierto es que el PRI y el PAN tienen para motivos prácticos el mismo proyecto de gobierno, y que el proyecto alternativo de nación que el Peje y su Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) es el único que ofrece una alternativa a la misma política social y económica que ha destrozado el país desde 1982, cuando Miguel de la Madrid tuvo a mal en convertirse en el primer presidente neoliberal de esta nación.

Cuando en el 2000 la bola de idiotas que promovió la estúpida idea del “voto útil”, un montón de gente lo dijimos: con Fox, al país le va a ir de la chingada. Tuvimos razón, por supuesto; el cambio de presidente de uno del PRI a uno del PAN no modificó en casi nada lo que hicieron los gobiernos priistas de de la Madrid, Salinas y Zedillo. Cambiaron las caras, y hubo algunos ajustes en los grupos de poder; pero para motivos prácticos todo siguió igual, y un montón de cosas empeoraron: en particular, al PAN (ni mucho menos a FOX) jamás le ha interesado realmente la cultura, el desarrollo científico, ni la educación pública, y esos tres rubros sufrieron acordemente.

Cuando en 2006 los mismos idiotas, junto con otros que lo único que temían era que sus privilegios fueran afectados, vociferaron que el Peje era un “peligro para México”, un montón de gente volvimos a decir: con otros seis años de PAN, al país le va a ir más de la chingada.

No sólo volvimos a tener razón; nuestros peores temores fueron altamente superados. El fraude electoral de 2006, donde Calderón “ganó” por 0.56 puntos porcentuales (dícese, ni uno completo), después de una asquerosa guerra sucia, de una intervención ilegal de Vicente Fox (que descaradamente después diría que él, personalmente, le había “ganado” al Peje), y de un IFE tan parcial que lo único que pudo hacer fue renunciar a su cúpula, llevó de manera viciada de origen a un “gobierno” de la República que ha resultado en el sexenio más catastrófico que hemos tenido en varias décadas.

Decenas de miles de muertos en una guerra inútil e idiota contra el narcotráfico; un gabinete formado por políticos de tercera y cuarta categoría incapaz de gobernar al país; una economía cada vez más débil y que genera cada vez más pobreza y desempleo (y por lo tanto cada vez más crimen y violencia); un abandono absoluto de la educación pública (cuando no la ataca de frente, como es el caso de la prueba ENLACE); y un mal manejo de los bienes de la nación, en particular, preocupantemente, los energéticos, con PEMEX en una condición desastrosa, y la CFE concesionando (de nuevo, ilegalmente) la producción de electricidad a empresas extranjeras… después de deshacerse (ilegalmente también) de Luz y Fuerza del Centro y uno de los pocos sindicatos que se oponían de manera inteligente a este régimen ilegítimo.

Todo lo anterior resulta en que el PAN va a perder en el 2012, por suerte; nada ni nadie puede cambiar ese desenlace para la pobre y patética Josefina Vázquez Mota. No sólo porque es pésima candidata, ni porque recibe madrazos no sólo de sus adversarios (que en las últimas semanas ya mejor la ignoran, porque sus posibilidades de ganar se han reducido de forma irremediable); sino de su propio partido, de su propio equipo de campaña, y (por supuesto) del propio Calderón. El voto de castigo que ese partido se ganó solito durante los últimos 12 años será implacable, y espero que mis compatriotas hayan aprendido la triste verdad de la patética derecha de este país: sencillamente no sabe gobernar.

Desde hace unos años yo he estado convencido: el PAN resultó peor que el PRI, y si esas fueran las únicas opciones, yo votaría por el PRI, que incluso en la terrible mediocridad de de la Madrid, la incapacidad política de Zedillo, o la venenosa inteligencia de Salinas, fueron mejores gobernantes de lo que el PAN jamás (con su actual dirigencia y militancia) será capaz de ser.

Por suerte, PAN y PRI no son las únicas opciones.

Desde hace al menos tres años (aunque realmente lleva más tiempo), cuando Televisa y otros grupos de poder en México se dieron cuenta de que las posibilidades de reelección del PAN se disminuían cada vez más (era y es fácil verlo, dada su inusitada incompetencia), en bloque decidieron que el próximo presidente de México debía de ser alguien que en primer lugar les garantizara que sus privilegios (varios de ellos ilegales) no serían tocados, y en segundo lugar que lo pudieran controlar, a cambio de (en gran medida) el control de los medios electrónicos que tienen.

Desde su punto de vista tiene sentido: los niveles de aprobación del PAN se estaban (y lo siguen haciendo) despeñando ante la opinión pública, y entonces un regreso del PRI no sólo era posible, sino altamente probable. Entonces durante estos años manejaron la imagen de un Enrique Peña Nieto ganador de las elecciones del 2012, aunque faltaran decenas de meses para que esto ocurriera. Es también importante entender que esta estrategia no sólo se centra en Peña Nieto: hay ya varios diputados y senadores del PRI y del PAN que están básicamente al servicio de Televisa, para que cosas como la Ley Televisa no les vuelva a ocurrir. Están protegiendo sus intereses, en detrimento de la democracia y libre expresión en México (nada más recuerden el caso de Carmen Aristegui).

Durante todo este tiempo Peña Nieto fue presentado como algo inevitable; no había ya nada que hacer, “todas” las encuestas mostraban que el candidato priista (meses antes de que de hecho fuera candidato del PRI) sería el presidente y no había nada que discutir.

A este grupo de poder, que le encantaría que la realidad fuera como ellos la presentan, se le olvidaron tres cosas:

  1. Enrique Peña Nieto es un mal candidato: inculto, torpe, autoritario y no particularmente inteligente.
  2. López Obrador lleva preparándose para el primero de julio casi seis años.
  3. Los estudiantes de este país, sorprendentemente comenzando con los de las escuelas privadas, no están dispuestos a que una televisora les imponga su próximo presidente.

Voy a hacer un paréntesis: aunque en principio y sin duda alguna apoyo a los chavos y chavas de #YoSoy132, lo cierto es que (en mi opinión) son muy inocentes (o muy pendejos) si siguen pronunciándose como “apartidistas”. En sus asambleas y movilizaciones la enorme mayoría de estos chavos expresa su rechazo tajante a Peña Nieto, y su completa descalificación del “gobierno” de Felipe Calderón. Bueno pues, dejen de hacerse güeyes y apoyen abiertamente a Andrés Manuel López Obrador. De otra forma, es básicamente llamar al voto nulo, que como toda persona con dos dedos de frente sabe, es igual de inútil que abstenerse.

Otro paréntesis: si las elecciones en México fueran por mayoría calificada (50% + 1), el voto nulo no sólo no sería inútil; sería un arma bastante filosa. Pero como en México gana el que tenga mayoría simple (así sea una “mayoría” de 10%), el voto nulo es completamente inservible. Uno de los candidatos presidenciales en la boleta ganará la presidencia, y anular el voto no evita en nada eso: no va a cambiar absolutamente nada. El que sea que gane el primero de julio (y de verdad quiero decir el que sea) le va a valer absoluta y completamente madres si el 75% de los votos que lo lleven a la presidencia son nulos.

Las últimas encuestas muestran una tendencia que debe aterrar al grupo de poder que quiere a Peña Nieto en la Silla del Águila; el Peje sube y sube y sube, y EPN y JVM bajan y bajan y bajan. Quadri no importa; nunca ha importado, y ha quedado tan profundamente descalificado por su relación con Elba Esther Gordillo que realmente ya nunca importará. Por dichas tendencias este grupo de poder (comenzando por Televisa) ha comenzado un refrito de la guerra sucia que vimos hace seis años: espots televisivos mostrando a AMLO como un “peligro para México”. Después de los últimos 12 años de panismo, y de los últimos 30 de neoliberalismo, no sé cómo no se les cae la lengua para decirle a nada más un “peligro para México”.

Las tendencias además les preocupan por otras circunstancias: en el 2006, tres meses antes de las elecciones AMLO sólo bajó en las encuestas, no subió. Además, hace seis años la guerra sucia tardó más de un mes en comenzar a reflejarse en las encuestas. Ahora sólo faltan poco más de tres semanas para las elecciones, y es entonces muy posible que la guerra sucia no funcione; de cualquier forma esperen ver al Peje siendo atacado por absolutamente todo lo que haya hecho o dejado de hacer, no importa si fue antier o hace veinte años. Incluso ya lo están acusando de la devaluación del peso frente al dólar.

Si su guerra sucia no funciona, entonces el fraude es otra opción. La usaron en 2006; ¿por qué no de nuevo? Se ha reportado que las listas nominales muestran un aumento en la población rural (no la urbana), mientras que los datos del INEGI dicen exactamente lo contrario. Recuerden que el Peje tiene una ventaja absoluta (e incluso abrumadora) en los sectores educados de la población, y éstos se concentran en las ciudades; además de que el control de la maquinaria del PRI es mayor en las zonas rurales que en las urbanas.

Y si la ventaja del Peje para el primero de julio es tal que incluso un fraude no garantizaría el triunfo de EPN, no duden incluso escenarios que hace unos meses hubieran parecido impensables. No es completamente descabellado pensar que unos días antes de las elecciones Calderón (o el IFE, o quien sea) diga que no hay condiciones de seguridad para llevar a cabo las elecciones, y que éstas se posponen “hasta próximo aviso”. Es un escenario catastrófico; pero ciertamente no podemos descartarlo.

Mucha de la gente que ha expresado su intención de votar por Andrés Manuel López Obrador lo hace bajo el argumento de que es “lo menos peor”. Yo no caigo en ese grupo; yo sinceramente creo que es la mejor opción que tiene el país. No por el Peje; como escribí hace seis años, el tipo nunca me ha caído bien, y de hecho sigue cayéndome mal. En particular cuando empezó con sus mamadas de la “República amorosa” no tienen idea de lo mal que me cayó; por suerte al parecer ya superó esa idea idiota.

No; lo importante es el proyecto de nación, que no es una idea fabulosa que él haya tenido, inspirada por ángeles o el espíritu santo. Ese proyecto de nación es el resultado de décadas de discusión de la izquierda mexicana, comenzando realmente con el movimiento estudiantil de 1968. Mucho más que el Peje, el proyecto de nación es lo que a mí me atrae, particularmente por el gabinete que ha anunciado que formará su gobierno. La mayoría de los miembros de ese gabinete son expertos en sus temas, y gente que sin duda está dispuesta y es capaz de implementar dicho proyecto.

Yo no voy a votar por el Peje por razón de él; voy a votar por el Peje por razón del proyecto que encabeza.

De la misma manera, no voy a votar ni por el PRI ni por el PAN no porque me caigan mal sus candidatos, o porque difiramos en ciertos principios. No voy a votar por ellos sencillamente porque gobiernan mal. Vean a la Ciudad de México en los últimos 15 años, y vean (literalmente) al resto del país. Vean lo que pasó en Atenco durante el sexenio de Peña Nieto en el Estado de México. Vean la violencia en lugares como Monterrey, tan exacerbada que hubo quienes se mudaron a la Ciudad de México por la violencia.

La Ciudad es de los pocos oasis de las desgracias que está viviendo el país, y en gran medida es por el gobierno que hemos tenidos en los últimos tres quinquenios, aunque gran parte también es por la fabulosa ciudadanía que aquí vive. Hago notar que estoy hablando en particular de los gobiernos de la Ciudad, no del PRD. En Chiapas, Guerrero y Michoacán las cosas están igual o más de la chingada que en el resto del país, y son estados gobernados por el PRD.

Pero los equipos que han gobernado la Ciudad (incluyendo el del Peje, por supuesto), han hecho las cosas más bien que mal; han cometido su bola de imbecilidades, claro, pero en general han gobernado bien. Y es sin duda de los gobiernos más progresistas de este país, donde las mujeres pueden decidir el futuro de su propio cuerpo, y donde dos personas que se aman se pueden casar, no importando de qué género sean. Uno de esos equipos es el que encabeza el Peje (aumentado y fortalecido por gente increíblemente capaz como Juan Ramón de la Fuente), y quiero que hagan por el país lo que hicieron por la Ciudad.

Los documentos que acaba de publicar The Guardian acerca de la participación de Televisa en la campaña de desprestigio contra el Peje, me parece serán la pistola humeante que muchos de los indecisos necesitaban para decidirse a votar por él. No es seguro, y no será fácil; pero sí es posible que el Peje gane el primero de julio, y hay múltiples señales que apuntan a ello, como Peña Nieto comenzando a decir que la única encuesta importante es la del día de las elecciones, o un aterrado Fox llamando a votar en contra de su partido.

Va a venir el lodazal, y tal vez incluso peores escenarios como el uso del fraude, o incluso el tratar de posponer o cancelar las elecciones. Pero conforme más gente se informe y decida salir a votar ese día, más difícil será que eso ocurra; no hay forma de garantizar que no ocurra, pero sí se le pueden poner piedras al camino de esos escenarios.

De forma muy paradójica, de alguna manera es más probable que gane el Peje ahora que en 2006. Muchísimos empresarios y gente de clase alta lo están apoyando; los primeros porque en este país no hay realmente libre mercado, uno tiene que ser amigo de alguien dentro de los grupos de poder para que realmente el mercado le sea “libre”. Los segundos porque la gente con recursos está despertando a la espantosa realidad de que sus hijos no tienen futuro con estos regímenes. Por eso fue la reacción tan inusitada de los estudiantes de la Ibero, y por eso fue que en el Tecnológico de Monterrey en Monterrey recibieron al Peje bajo gritos de “¡Presidente, presidente!”. Sus padres se gastan miles de pesos en universidades privadas, y al salir tienen las mismas dificultades que todos el resto de los mexicanos para encontrar trabajo.

Sólo un puñado (muy poderoso) con los conectes necesarios está beneficiándose de este “gobierno”; y eso no va a cambiar con Enrique Peña Nieto; mucho menos con Josefina Vázquez Mota (que de cualquier forma va a perder, entonces no importa). Si el resto de nosotros queremos una oportunidad, las cosas deben de cambiar.

Y el único que ofrece una posibilidad real de cambio, es Andrés Manuel López Obrador.

Como lo he dicho muchas veces en este blog: no me crean nada a mí. Infórmense, vean la historia, logros y errores de cada uno de los candidatos y de sus partidos, y salgan a votar el primero de julio. No votar o anular el voto es una irresponsabilidad y (desde mi punto de vista) una cobardía: es como el niño que agarra sus canicas y se va a su casa porque el juego no les gusta. La diferencia primordial es que en ese “juego” se va el futuro de la nación y de millones de mexicanos, porque agarren o no sus canicas, uno de los candidatos disponibles va a sentarse en la silla del águila. Les guste o no les guste.

Y a los que no les gusta ninguno de los cuatro candidatos; no pueden culpar a nadie excepto a ustedes mismos. La clase política mexicana no va a generar candidatos decentes mágicamente: la única forma de que comience a hacerlo es que todos, como ciudadanos, participemos activamente en la política.

Salir a votar el día de las elecciones no es suficiente; pero es el mínimo indispensable. Así que háganlo, después de informarse.

Y vamos a ver qué resulta en tres semanas.

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