Guanajuato

Este domingo 2 de junio, Morena perdió en Guanajuato. En otras noticias, el cielo es azul y el mar es salado.

¿Por qué escribir de Guanajuato, si el PAN viene gobernando ahí más de treinta años y resulta por ende medio obvio que el domingo 2 de junio Morena perdería en la entidad?

Porque no la perdió al 100%. En la elección presidencial, los ciudadanos guanajuatenses prefirieron a Claudia Sheinbaum; por relativamente poco, 47.21% contra 39.98% de Xóchitl Gálvez, pero prefirieron a la candidata de Morena.

Esta es la primera vez en este siglo que esto ocurre: en 2018 el Peje perdió 30.41% contra 40.43% de Ricardo Anaya; en 2012 Josefina Vázquez Mota le ganó a Peña Nieto 41% contra 40.34% (e hizo pomada a Andrés Manuel que obtuvo nada más el 12.95%); en 2006 el usurpador Calderón ganó 58.92% contra 18.81% de Roberto Madrazo y 15.37% de Andrés Manuel; y en el año 2000 el retrasado mental de Fox ganó su estado con 50.46% de los votos, destruyendo a Labastida que se quedó con 37.46% y todavía más a Cuauhtémoc que se quedó con 6.56%.

Pero entonces es interesante ver los porcentajes correspondientes a la elección de gobernador de manera gráfica.

Elecciones por gobernador en Guanajuato

Elecciones por gobernador en Guanajuato

En el 2018 el PRD traicionó todos los principios bajo los cuales fue fundado y se alió con el PAN; pero como pueden ver en Guanajuato esto no resultó en un mejor resultado para el candidato panista a gobernador: Diego Sinhue Rodríguez Vallejo ganó, pero no aumentó sustancialmente su porcentaje. Podemos suponer que casi todos los que votaron por el PRD en 2012 votaron en el 2018 por Morena; y de hecho probablemente también casi todos los que habían votado por el PRI para gobernador seis años antes, dado el desplome que tuvo el partido “revolucionario” ese año.

En el 2024 la carcasa podrida del PRI se alió con el PAN, y una vez más podemos ver que esto no resultó en un aumento significativo para el candidato del PAN: de hecho, al parecer la alianza PRIAN (el PRD no importa) lo único que consiguió fue desplazar a los pocos votantes priistas que quedaban a que votaran por Morena.

Viéndolo de manera aislada es posible argumentar que éste sea el techo de Morena en elecciones para gobernador en Guanajuato. En principio podríamos suponer que ya no hay más electores que podamos convencer de pasarse a la carpa morenista, y que de ahora en adelante así serán las elecciones en el estado: con el PAN ganando y Morena cerca, pero no lo suficiente.

Sin embargo, las elecciones presidenciales nos abren otra posibilidad.

Elecciones para presidente en Guanajuato

Elecciones para presidente en Guanajuato

La izquierda puede ganar el Guanajuato. Con el candidato y las circunstancias correctas, podemos conquistar Guanajuato. No va a ser fácil y probablemente no sea rápido; pero sí veo un futuro donde un gobernador o gobernadora de Guanajuato sea de Morena.

Lo cual espero ocurra, porque si fuese país, Guanajuato sería de los más violentos del mundo. Y eso es principalmente responsabilidad del gobierno local; también importa el gobierno federal, pero con un fiscal que lleva atrincherado ahí desde 2009 y a quien se ha ligado con la organización fascista El Yunque, desde mi punto de vista no queda duda de que el principal problema de inseguridad en Guanajuato es resultado de que el PAN ha abusado del bastión que gobierna desde hace más de tres décadas.

Porque al PAN nunca le ha interesado el bienestar de la gente; mucho menos de la población más necesitada. Creen que gobernar es como dirigir una empresa, como cuando Fox (famoso ex gobernador de Guanajuato) llenó a su gabinete con gente que se supone encontraron head hunters.

Y ese es el punto de vista generoso; la alternativa es que el panismo atrincherado en su bastión de hace tres décadas está infiltrado si no es que completamente comprado por el crimen organizado.

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Yucatán

Todo este siglo estuvieron alternando la gubernatura de Yucatán el PAN y el PRI en distintas alianzas; este sexenio que termina le tocó al PAN. La verdad no sé mucho de la entidad en el aspecto político; pero sí he oído que no estaban haciendo un mal trabajo, en general.

Mientras que uno escucha historias literalmente de terror de lugares como Guanajuato, en Yucatán al parecer Acción Nacional no lo estaba haciendo tan mal. No me consta, sólo es de lo poco que he oído.

Si Yucatán tiene décadas alternando entre PRI y PAN, y al parecer no lo estaba haciendo tan mal, ¿por qué la ciudadanía dio el cambio de timón a Morena este 2 de junio?

Una parte es por supuesto el candidato: Joaquín Díaz Mena es un chapulín que brincó del PAN a Morena. En 2012 fue el candidato a gobernador por parte del PAN, y perdió frente al PRI. En 2018 trató de ir de nuevo por la candidatura, pero el PAN prefirió a Mauricio Vila Dosal, entonces Joaquín Huacho Díaz dio un pequeño brinco a la izquierda y se lanzó como candidato de Morena, pero perdió (de nuevo) ante Vila.

Con la aplastante victoria del Peje, Huacho fue designado como Delegado Estatal de Programas para el Desarrollo en Yucatán, una polémica nueva figura que se inventó el Peje (y aprobó el congreso dominado por Morena) para tratar de minimizar la resistencia por parte de gobiernos locales a la multitud de grandes obras que Andrés Manuel tenía pensadas para toda la República, pero en particular para Yucatán. Una pequeña obra que no sé si hayan oído hablar de ella, le dicen el tren de los mayas o algo por el estilo.

Parte de la política de Estado de AMLO fue destinar un chingo de presupuesto en obras públicas que iniciaron o repararon infraestructura, crearon empleos, fomentaron la derrama económica, mejoraron los servicios públicos y un montón de cosas que varios de los que apoyamos la Transformación consideramos uno de los motivos principales de por qué la apoyamos. Bueno, Huacho fue el Delegado Estatal para un montón de esas obras, lo cual le dio un poder y una promoción similar (si no es que mayor) que el gobernador Vila.

Ahora, en Yucatán el gobernador Vila no metió fricción a los planes del Peje: al contrario, por lo que tengo entendido colaboró de forma casi entusiasta, entendiendo que toda esa inversión levantaría muchísimo la economía del estado. Es en parte por eso (hasta donde entiendo) por qué mucha gente dice que en Yucatán el PAN no hizo tan mal las cosas: cooperó con el Peje y cosecharon un montón de frutos positivos por ello.

El 2 de junio, en su tercer intento, Huacho Díaz por fin se le hizo ganar la gubernatura del estado. Con toda la experiencia que acumuló este sexenio, es casi cien por ciento seguro que cooperará de manera entusiasta con Claudia para terminar el mayatrén o como se llame, y con cualquier otro proyecto que se le pueda ocurrir a la doctora para la entidad.

Y me parece que exactamente eso es lo que causó que los yucatecos votaran masivamente por Huacho y por Morena: durante toda su existencia en la república después de la Revolución, Yucatán había sido gobernado por el PRI y a partir del siglo XXI por el PRI y el PAN. Y durante las últimas décadas, por bien o mal que hicieran las cosas los gobiernos estatales, el gobierno federal tuvo literalmente abandonada a la entidad excepto por un puñado de desarrollos turísticos.

En este sexenio los yucatecos por fin vieron un gobierno federal mostrar un interés sincero en la entidad, y ver cómo invertían en la misma como no lo habían hecho en décadas. ¿Por qué no elegirían para gobernador a alguien con el mismo programa?

Yucatán fue la única entidad que cambió de manos el 2 de junio (aunque no es imposible que también ocurra con Jalisco); y la explicación más sencilla que se puede tener de por qué ocurrió me parece que es la estrategia del Peje en el sureste mexicano en general y Yucatán en particular. Ciertamente es difícil de explicarlo de otra manera: el mismo candidato ya lo había intentado dos veces antes (una de ellas incluso con Morena), y la izquierda nunca había figurado en las elecciones locales antes del 2024 (incluyendo Morena).

Elecciones para gobernador de Yucatán

Elecciones para gobernador de Yucatán

(La gráfica no hace distinción de alianzas y coaliciones, sólo pone al partido principal de cada una).

Una más de las múltiples campañas en contra del Peje que había antes de las elecciones, es que la gente de Yucatán “no quería” el tren de los mayas (o como se llame), que era una obra que se estaba haciendo en contra de sus deseos.

Creo que las elecciones de gobernador (por no decir la presidencial) demuestran justamente lo contrario.

También debo de mencionar, con un poquito de náuseas, que Huacho es de los casos de éxito que tiene Morena con el chapulineo: es de las ocasiones donde, al parecer, valió la pena aceptar en Morena a alguien que aparentemente sólo está interesado en un hueso político. Al menos electoralmente: vamos a ver si es exitoso como gobernador, pero los antecedentes le dan muy buenas probabilidades.

Pragmáticamente me queda claro que hay ocasiones en que se justifica aceptar este tipo de (potenciales) caballos de Troya. Sólo espero que podamos evitarlos cada vez más conforme pase el tiempo y se consolide el control de Morena en todo el país.

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La Majestuosa

Después de La Grande, la elección presidencial, la que le sigue en importancia sin duda alguna es la elección local en la Majestuosa, la CDMX. Es la entidad más importante en el país, desde un punto de vista político, económico y cultural, y aquí vive, con toda certeza, la ciudadanía más cívica de todo el país. Y ahí cuento (como debe de ser) a todos, incluyendo los que votan en contra de la izquierda.

Desde un punto de vista personal, pero que según yo es ser objetivo para toda la gente no demente, el resultado de la CDMX nunca estuvo en duda. La Ciudad es de izquierda; siempre ha sido de izquierda; y a menos que haya un cambio de magnitud tectónica en mi adorada ciudad, continuará siendo de izquierda en el futuro cercano y probablemente también a mediano plazo.

Pero además, si algún día gana aquí la derecha, les puedo asegurar que será con un candidato que no se parecerá en nada al indiscutible criminal que es Santiago Taboada. Paréntesis, lo que sigue son habladurías, no datos duros, pero me parecen entretenidos: una novia que tuve fue a la prepa con Santiago Taboada, y de junior pendejo no lo bajaba.

Todas las encuestas serias (lamentablemente hay que hacer la distinción) le daban una ventaja de doble dígitos a Clarita Brugada sobre Taboada; según yo ninguna casa encuestadora seria lo puso encima durante toda la campaña. Y pues del dicho al hecho: con el 99.40% de las casillas computadas en el PREP, Clara Brugada le ganó con 51.75% de los votos totales al líder del cártel inmobiliario, que obtuvo 38.97%, 12.78 puntos porcentuales de diferencia. Esos son 2,703,100 votos contra 2,016,910.

Fue una victoria menos avasalladora que la de Claudia, por supuesto; como lo fue la de Claudia en comparación con la del Peje hace seis años. Pero en ese mismo sentido, Clara tuvo una victoria más fuerte que la de Claudia hace seis años (Claudia obtuvo el 47.08% de los votos en 2018).

Dado todo lo anterior, a mí me pareció más allá de bizarra la estrategia que decidió tomar la oposición: comenzar a gritar por los cuatro vientos (sin ningún tipo de evidencia que los respaldara) que ya habían ganado. Ahí estaba Germán Martínez con Ciro Gómez-Leyva, gritando que la Ciudad ya la había perdido Morena; ahí estaba la propaganda del PAN, proclamando que la Ciudad ya era suya; incluso aquí en mi blog llegaron a dejar comentarios donde afirmaban, de nuevo, sin ningún tipo de evidencia, que la Ciudad ya la había perdido Brugada.

Borré de inmediato esos comentarios, por supuesto; ya hay muchas pendejadas falsas flotando en la red. Pero me quedé con la duda de si no serían bots los que los dejaban; me cuesta creer que haya gente tan pendejamente manipulable.

Carlos Alazraki fue de los que se descaró, cuando le aconsejó a Madrazo en una campaña que “[m]ientras más mentiras contra Morena, mejor”; y por supuesto era la estrategia de la Gran Mentira de Goebbels (aunque la cita sea probablemente apócrifa, lo cual la hace todavía más adecuada en este caso):

If you tell a lie big enough and keep repeating it, people will eventually come to believe it.

O sea, es medio suponer que la gente es pendeja; pero además definitivamente no funciona con cosas que con un límite de tiempo cercano se van a revelar a los ojos de todo mundo, como son los resultados de las elecciones en la entidad más importante del país. Pero además, no me cabe en la cabeza cómo podría ayudarles eso a de hecho ganar las elecciones, o sea a obtener más votos. ¿Pensaron que nos íbamos a poner tristes y ya no íbamos a votar, o qué?

Pero además todo el imbécil candidato y su estrategia de campaña fueron absurdos. La alcaldía que más visitó fue Iztapalapa, Iztapalapa, probablemente el más grande bastión de la izquierda en la Ciudad y además una demarcación que ha sido gobernada en tres distintas ocasiones por Brugada. Trataron de impedir que se hablara del cártel inmobiliario en los medios y en los debates, con lo cual por supuesto nada más atrajeron más atención al mismo. Unos días antes de las elecciones salieron con la mamada de cobrar el Metro de acuerdo al uso; si no tenían una propuesta popular para uno de los sistemas de transporte colectivos más masivos (y baratos) en todo el mundo, no debieron decir nada nunca: mucho menos a unos días de las elecciones. Y luego trataron de desdecirse, por supuesto, confirmando ante la ciudadanía lo que ya sabíamos, que no tenían ni puta idea de lo que estaban haciendo.

Pero tal vez lo que más arrastró hacia abajo a Taboada fue el sinsentido de la coalición del corazón partido, el PRIANDR. El PRI colaboró con 401,743 votos, mientras que la carcasa podrida del PRD contribuyó con 156,836; 7.65% y 2.98% respectivamente. Es difícil asegurarlo, pero existe un escenario donde el PAN solo, incluso con un candidato con tanta cola que le pisen, como Taboada, le hubiera ido mejor. El costo político de asociarse con probablemente los dos partidos más desacreditados del país, ¿valió esa magra cantidad de votos?

De todas maneras hubiera perdido, por supuesto; pero tal vez con una diferencia de menos de 10 puntos porcentuales.

Antes de las elecciones del domingo, Morena controlaba 7 de las 16 alcaldías de la Majestuosa, consecuencia de las ahora evidentemente atípicas elecciones de 2021. Este domingo, la Transformación a través de Morena conservó esas 7 alcaldías y además recuperó 4 de las 9 controladas por la oposición: Álvaro Obregón, Azcapotzalco, La Magdalena Contreras y Tlalpan, siendo esta última muy importante, entre otras cosas porque Gabriela Osorio ganó con más del 50% de los votos, aplastando a su contrincante panista, y porque además está muy linda.

Gabriela Osorio

Gabriela Osorio

La oposición se aferró a cinco alcaldías, que me parece es importante discutirlas:

  • Cuauhtémoc.

    Una parte de mí se alegra que Eldaa Catalina Monreal Pérez perdiera frente a Alessandra Rojo De La Vega Piccolo; estas muestras de nepotismo no tienen lugar en la Transformación y deben ser abandonadas. La ciudadanía de la Cuauhtémoc, desde mi punto de vista, castigó a Ricardo Monreal negándose a apoyar a su hija, de la misma manera que las bases morenistas se negaron a apoyarlo en su fútil intento de tratar de ser el candidato presidencial de Morena, mandándolo al último lugar en las encuestas.

    Vamos a recuperar la Cuauhtémoc; no sé si en 2027, pero no tengo duda de que eventualmente el corazón de Ciudad votará como lo hace la mayor parte de la misma.

  • Cuajimalpa.

    Algo similar ocurrió en Cuajimalpa; Gustavo Mendoza Figueroa perdió frente a Carlos Orvañanos Rea, en mi opinión, en parte por ser miembro del equipo de Adrián Rubalcava Suárez, que brincó del PRI a Morena cuando Santiago Taboada se quedó con la candidatura a Jefe de Gobierno. Morena, estúpidamente desde mi punto de vista, “premió” el brinco chapulinesco poniendo a Gustavo Mendoza Figueroa como candidato en Cuajimalpa.

    ¿Por qué la gente que apoya a Morena votaría por alguien que no es de Morena, aunque sea el abanderado del partido?

    Yo entiendo que en el pragmatismo político a veces este tipo de quid pro quo es necesario; pero la verdad en general no veo la necesidad de rescatar náufragos moribundos de la carcasa medio podrida del PRI.

    Vamos a recuperar Cuajimalpa en el futuro; aunque aledaña al “corredor azul” de la Ciudad de México, me parece que la mayor parte de los ciudadanos que viven en la alcaldía son miembros naturales de la carpa que tiende Morena. Especialmente si postulamos a una candidata o candidato que valga la pena.

  • Coyoacán.

    Esta sí dolió, no nada más porque Ciudad Universitaria está en Coyoacán, sino porque me parece que Hannah de Lamadrid hizo una campaña bastante buena. Pero pues se quedó corta; por poco, pero corta: 25,070 votos, menos del 7%.

    Va a ser más difícil recuperar Coyoacán que las primeras dos, pero me parece que es posible; la ciudadanía de la alcaldía es mi opinión que es naturalmente de izquierda y consecuentemente en contra de la derecha. La gente de Coyoacán en general (y entusiásticamente) apoya el matrimonio homosexual, la despenalización del aborto, el prohibir las terapias de conversión… todo lo que el PAN detesta en las fibras más centrales de su ser. Es una aberración contra natura que hayan elegido como alcalde a un panista como Giovani Gutiérrez.

    Esa misma ciudadanía, me parece, refleja un sector de la clase media (minoritaria en general, pero no en Coyoacán) que se ha tragado muchas de las mentiras de la guerra sucia contra el Peje y consecuentemente contra Morena y Claudia. También hay un sector que se identifica con los “intelectuales” como Aguilar Camín, que extrañan ser “apapachados”; que recibían ciertos privilegios (no muchos y definitivamente no muy grandes) que desaparecieron con la Transformación.

    O que “les contaron” que quitaron ciertos privilegios; les digo que muchos están mal informados. Y por cierto, en Coyoacán también viven muchos de los que comentaba en marzo en mi entrada de los quejumbrosos; algunos de ellos no votaron (¡espero!) por el candidato panista, pero tampoco salieron a votar por Hannah.

    De todas formas creo que eventualmente recuperaremos Coyoacán; no tan rápido como Cuauhtémoc y Cuajimalpa, pero más pronto que tarde. En este sexenio se hará mucha de la labor para que eso pueda ocurrir.

  • Miguel Hidalgo.

    La Miguel Hidalgo siempre se ha inclinado a la derecha; no es algo raro en la alcaldía que contiene tanto a Polanco como a las Lomas de Chapultepec.

    Paradójicamente, la izquierda sí ha llegado a ganar la Miguel Hidalgo; múltiples veces de hecho. La ha ganado menos veces que el PAN; pero sí la ha llegado a ganar.

    Como sea, no es sorprendente que la hayamos perdido otra vez. Y de la misma manera, me parece que en el futuro la volveremos a ganar otra vez. Y luego la perderemos; y la ganaremos y la perderemos, potencialmente ad infinitum. Es de esas demarcaciones que están literalmente en el filo de la balanza (pero un poco más a la derecha), y así lleva casi treinta años: no veo por qué cambiaría a corto o mediano plazo.

    En resumen: no me sorprende que hayamos perdido la Miguel Hidalgo. Tampoco me preocupa demasiado; la volveremos a ganar. Y luego la volveremos a perder.

  • Benito Juárez.

    Después de vivir más de quince años en la Benito Juárez, yo ya llegué al estado del meme:

    Fuck this shit!

    Fuck this shit!

    Es aparentemente imposible que ganemos aquí. Es el corazón del “corredor azul” del PAN en la Ciudad y sin duda alguna donde más han concentrado su poder (y donde más chingaderas hacen).

    La primera vez que se pudo elegir (entonces) jefe delegacional, fue la única vez que la izquierda “ganó” en Benito Juárez, con Ricardo Pascoe Pierce, que tan de izquierda era que renunció al PeRDeré en 2003 para después colaborar con el usurpador Felipe Calderón.

    Y esa fue la última, si acaso queremos considerarla; después todos los jefes delegacionales y alcaldes de la Benito Juárez han sido del Partido Acción Nacional, no importa qué tan bien le vaya a la izquierda en la Ciudad o en país, el PAN gana mi alcaldía. Me preocupa que si en 2030 Gerardo Fernández Noroña gana las elecciones presidenciales con 70% de los votos, vamos a seguir aquí en Benito Juárez con nuestra batea de babas, perdiéndola una vez más.

    Aparentemente además, mis vecinos (no todos; pero sí un chingo) son true believers; son familias panistas que han sido panistas desde mediados del siglo pasado.

    ¿Es imposible que la izquierda gane la Benito Juárez? Nada es realmente imposible en política, si se invierte suficiente esfuerzo y suficiente tiempo. Pero va a costar un brazo y media pierna, además de años de trabajo a nivel de suelo, literalmente tocando en puertas casa por casa, cuadra por cuadra, todo el tiempo, no nada más en épocas de campaña.

    Otra cosa importante es que sí deben resolverse todos los crímenes que ha hecho el cártel inmobiliario; meter a la cárcel a los que faltan (ya hay varios dentro) y airear toda esa red criminal. Y si salpica a gente de Morena, que los salpique; todos los rateros que han contribuido a eso deben caer.

    Por último, dicen (yo no he visto ninguna evidencia concreta) que hubo compra de votos por parte del PAN en la Benito Juárez. En lo personal no me extrañaría, aunque obviamente estoy sesgado en mi opinión. Pero sinceramente, incluso suponiendo que sí hubo compra de votos, yo creo que el PAN de todas formas hubiera ganado sin recurrir a ellos. Es el cónclave del PAN en la Ciudad y de los pocos lugares en el país donde son indiscutiblemente dominantes.

    ¿Que quiere decir esto para los que apoyamos a la izquierda? Pues que tenemos que echarle todavía más ganas; porque incluso si la seguimos perdiendo, en México todos los votos cuentan: en este ciclo de la Benito Juárez salieron miles de votos para Clara y para Claudia, aunque hayamos perdido la alcaldía. Así que no tenemos de otra; hay que seguirle dando.

Quiero terminar nada más mencionando otra característica de la campaña de la oposición en la CDMX, pero en el contexto de su interacción con la campaña de Xóchitl a nivel nacional. La idea genial que tuvieron estos imbéciles, ante la inevitable derrota, fue abandonar a Xóchitl y “enfocarse” en la campaña de Taboada.

Y es que justo estos tarados no entienden ni siquiera que no entienden: ven a la política electoral mexicana como si fuera un problema de marketing, como si se tratara de vender un producto chatarra. Literalmente esa decisión fue como la de una corporación decidiendo detener el gasto publicitario de un producto y concentrar todo el presupuesto en el de otro, esperando al menos llegar a salvar uno de los dos.

Así no funciona y sinceramente creo que casi nunca ha funcionado así; en las campañas de Fox y Peña Nieto se puede discutir que fue una de las razones de sus triunfos (porque no fue por la apabullante inteligencia de los candidatos, ¿verdad?), pero generalmente el electorado mexicano no elige por quién votar como si fuera elegir marcas de desodorantes en el supermercado. La evidencia más fuerte de ello son las últimas dos elecciones presidenciales.

El abandonar a Xóchitl, me parece, era casi imposible que resultara en voto dividido en favor de Claudia y Taboada; funcionó en Guanajuato, que es bastión panista desde hace treinta años; y tal vez funcionó en Jalisco donde gobierna MC (aunque está en veremos: esa elección está rara y debe ser y será impugnada). ¿Pero en el bastión de la izquierda en el país?

Nuncamente.

Según los cómputos distritales con el 100% de las actas computadas, Claudia tuvo 3,095,413 votos en la Majestuosa. Según el PREP de la CDMX, Clara tuvo 2,717,045 votos. Esto se traduce, si mi calculadora no me engaña, en una diferencia de 378,368, que es el 7.20% de los votos en la Ciudad; todos esos ciudadanos en la capital del país votaron por Claudia y por alguien más para la jefatura de gobierno. Sin duda alguna muchos fueron para Taboada; aunque casi por definición no todos.

¿Bajo qué razonamiento divide su voto un ciudadano? No tengo la menor idea; pero dudo mucho la respuesta radique en que los partidos opositores abandonaron a Xóchitl y se concentraron en Taboada, al menos en la CDMX. Me parece que la explicación es mucho más compleja y que en muchos casos será consecuencia de las circunstancias personales de cada votante: repito, la ciudadanía de la Majestuosa es la más cívica de todo el país.

La Ciudad de México no pudo elegir a sus gobernantes durante décadas: nos costó años de lucha y literalmente sangre y muertos el conseguir ganar el derecho a elegir al jefe de gobierno. Desde el momento en que se pudo, elegimos a un candidato de izquierda, y así ha sido ininterrumpidamente desde 1997 (y sí, estoy incluyendo al tarado de Mancera, porque hizo campaña como candidato de izquierda; que después nos traicionara es otra bronca).

Esto no va a cambiar fácilmente; a lo largo de las décadas se ha convertido en parte fundamental de la identidad de la CDMX. En circunstancias especiales a veces perderemos más alcaldías de las normales; y de la misma manera a veces ganaremos más. Pero la Majestuosa en su conjunto es nuestra, de la izquierda.

Y tendrán que esforzarse muchísimo para arrebatárnosla; ciertamente los torpes balbuceos de un criminal de poca monta como lo es Taboada no fueron, ni de lejos, suficientes.

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La Grande

Me parece adecuado comenzar el análisis de las elecciones por La Grande, la elección presidencial. A tres días de las elecciones, con 95.23% de las casillas registradas en el PREP, la victoria de Claudia es con el 59.35% de los votos.

Morena ganó todas las entidades del país, excepto por Aguascalientes. Es medio desesperante; en 2018 fueron todas excepto Guanajuato, siempre hay una entidad que se sale del huacal. Claro que Aguascalientes’n es chiquitito; tiene 863,893 habitantes, mientras que Guanajuato (que ahora sí ganó Claudia) tiene 6,166,934.

En Aguascalientes Xóchitl ganó con 46.14% contra 42.36% de Claudia; es, por supuesto, una diferencia que puede ser superada: como ya dije, en 2018 Morena y el Peje ganaron la entidad. Habrá que hacer un análisis cuidadoso para ver qué pasó ahí, porque además de los tres distritos federales con los que cuenta la entidad, Claudia ganó dos; eso sí, con márgenes pequeños, mientras que Xóchitl ganó el tercero con un margen de casi 20%.

Fuera de Aguascalientes, la doctora Sheinbaum ganó en todas las entidades del país; desde 44.04% contra 35.99% en Jalisco, hasta 80.14% contra 11.31% en Tabasco. En ninguna entidad tuvo Claudia un porcentaje menor al 42% y de hecho únicamente en 5 entidades tuvo un porcentaje menor al 50%. En 9 entidades tuvo un porcentaje entre 50% y 60%; en 13 tuvo un porcentaje entre 60% y 70%; en cuatro entidades tuvo uno mayor a 70%; y Tabasco tuvo el mal gusto de darle un asqueroso 80%. Creo que desde las épocas de la supremacía priista no se veía algo así.

Y no sólo es la mayoría aplastante; es la diversidad de dicha mayoría: Claudia ganó en todos los grupos por edad; en todos los niveles socioeconómicos (la clase media votó mayoritariamente por Morena); en todas las profesiones; en todos los géneros; vamos, no he visto el dato cruzado, pero estoy seguro que con casi toda certeza Claudia ganó con todas las aficiones de la Liga Mexicana de Futbol.

Estos números son raros, pero no desconocidos, en los regímenes democráticos; en 1964, Lyndon B. Johnson ganó su primera elección (después de reemplazar a Kennedy en 1963, cuando lo mataron), con 61.1% de los votos contra 38.5% de Barry Goldwater, quien sugería que debían usar armas atómicas en Vietnam. Nixon se reeligió con 60.7% de los votos contra 37.5% de McGovern en 1972 (renunciaría un par de años después, por el escándalo de Watergate). En 1984, Reagan se reeligió con 58.8% de los votos, contra 40.6% de Mondale (con Geraldine Ferraro como candidata a vicepresidenta, la primera vez que los gringos hicieron eso). Todas las demás elecciones presidenciales en el resto del siglo XX y lo que llevamos del XXI, los gringos han estado mucho más polarizados, con ningún candidato ni siquiera acercándose al 55%, y de hecho en dos ocasiones ganó el candidato que perdió el voto popular: George W. Bush y Donald Trump, republicanos los dos, obviamente.

El margen de victoria de Claudia es tan avasallador que hace incluso complicado ponerlo en perspectiva: por supuesto, los llamados al “voto útil” fueron (irónicamente) inútiles, incluso sumando todos los votos de Xóchitl y Máynez, éstos se quedan cortos por más de 11 millones comparados a los de Claudia. O visto en porcentajes, el 10.41% de Máynez sumado al 27.90% de Xóchitl siguen estando más de veinte puntos porcentuales debajo del 59.35% de Claudia.

Comparando los resultados del domingo con los de hace seis años, en el 2018 el PAN tuvo el 22.27% de los votos y el PRI el 16.40%. Usando una calculadora para no regarla, veo que entre los dos tuvieron 38.67% de los votos, quedando a 14.52 puntos porcentuales del 53.19% que obtuvo el Peje. En otras palabras, en seis años, vistos en conjunto, el PAN y el PRI perdieron más de diez puntos porcentuales de los votos presidenciales.

En números brutos es, por supuesto, peor: el PAN en 2018 obtuvo 12,610,120 votos y el PRI 9,289,853, para un total de 21,899,973 votos. Con datos preliminares, Xóchitl obtuvo 15,620,726, una pérdida de más de seis millones de votantes. Obviamente hay gente que murió entre 2018 y el domingo; pero evidentemente no fueron seis millones: fueron muchos menos. Esto quiere decir que en seis años el PRIAN perdió millones de votantes: probablemente muchos no salieron a votar (fácilmente puedo imaginar a muchos panistas de abolengo negándose a votar por alguien como Xóchitl y a muchos priistas de la vieja guardia negándose a votar por una panista), pero no es difícil ver que sí debió haber muchos que se brincaron la barda y votaron por Claudia, y me imagino que un par de despistados por Máynez.

(Todas estas cuentas ignoran al PRD; si los consideramos, es peor el resultado para el PRIAN).

Si desmuéganeamos al PRIAN, a la coalición del corazón partido, los resultados son todavía más desgarradores: el PAN pasó de 12,610,120 votos (22.27% en 2018), a 9,130,979 (16.31% en 2024), una pérdida bruta de 3,479,141 votos y de casi seis puntos porcentuales. El PRI, el partido “revolucionario”, pasó de 9,289,853 votos (16.40% en 2018) a 5,399,566 de votos (9.66% en 2024), una pérdida bruta de 3,890,287 votos y de casi siete puntos porcentuales. Es un partido que camina como muerto viviente: en este momento está debajo de lo que recibió Movimiento Ciudadano (5,827,671 de votos), convirtiéndose en la cuarta fuerza política nacional.

(Repito de nuevo que son datos preliminares, faltan unos días para que salgan los definitivos, pero los cambios serán minúsculos. Además, la suma de las diferencias por partido no cuadran porque explícitamente estoy ignorando al PRD, ya que no importa.)

Son resultados apabullantes para nuestra patética y perdedora oposición, y se cumple lo que yo dije en marzo:

El PAN nunca ha representado a mucha gente en el país, de nuevo, porque nunca ha sido un partido de masas. Electoralmente, en su mejor momento con Fox, el PAN obtuvo el 42% de los votos, 16 millones […] Con Calderón el 2006, y haciendo fraude, llegaron apenas a 35.89%, 15 millones. En el 2012, con Josefina Vázquez Mota, tuvieron 26%, 12.7 millones; y en 2018, el 22.28%, 12.6 millones. ¿Ven para dónde va la tendencia?

Esto último me parece importante: después de las elecciones del año 2000 (sin duda alguna el “cénit” del PAN en la vida política nacional), el Partido Acción Nacional siempre ha perdido votos en elecciones presidenciales; nunca ha ganado votos en bruto, ni tampoco en porcentaje. Es un partido, que aunque sigo sosteniendo que no va a desaparecer, lleva décadas en decadencia. Y no es algo que sienta mi corazoncito: ahí están los números.

Votos por el PAN en elecciones presidenciales

Votos por el PAN en elecciones presidenciales

Repito lo que dije el lunes: viendo a las elecciones del domingo como una gran consulta, ganó el Peje, ganó la Transformación, ganaron los programas sociales y ganó un modelo económico que pone en primer lugar a la gente, no a las empresas o al gran capital. Visto desde una perspectiva más visceral, ganó el voto de premiación, que es el contrario al voto de castigo: lo cual es particularmente interesante dada la intensa guerra sucia y el mensaje de odio y miedo que eligieron como estrategia los partidos de la oposición.

Pero por supuesto no fueron nada más los aciertos de la campaña de Claudia y del proyecto al que representa: fue la increíble inutilidad de nuestra patética y perdedora oposición y su candidata. Hace seis años, en 2018, la ciudadanía de este país mandó al PRI y al PAN (el PRD ya era intrascendente) a que por favor fueran a comer camote; cualquier dirigencia política responsable e inteligente hubiera hecho una profunda reflexión y un análisis introspectivo para tratar de entender por qué se había dado ese rechazo y qué estrategias o acciones se podían adoptar o llevar a cabo para contrarrestar esa opinión de los votantes.

El PRI y el PAN (el PRD no importa) no hicieron nada de ese estilo; se dedicaron durante seis años a básicamente atacar al compañero Presidente y a quejarse de sus programas y propuestas, a veces con algo de razón, pero en general de manera visceral y caricaturesca, en muchas ocasiones mintiendo descaradamente y recurriendo a exageraciones ridículas.

La gente, el pueblo mexicano, no se tragó sus mentiras: vieron claramente el intento de engaño y manipulación y, de manera muy decidida y contundente, los mandaron, de nuevo y con más ganas, a comer camote.

¿Ustedes se creyeron esas mentiras, queridos lectores? ¿El “narcopresidente”? ¿Los libros de texto “comunistas”? ¿La “casa gris”? ¿El “desabasto” de medicinas? ¿La “mala” respuesta a Otis? ¿La “militarización”? ¿Y como esas, muchas más? Porque fueron eso: mentiras, en el peor de los casos; y vulgares exageraciones, en el mejor. Por no decir directo sabotaje, en múltiples casos.

Un porcentaje avasallador de votantes no se creyó esas mentiras y de hecho premiaron cómo se ha portado el gobierno federal los últimos seis años, que de manera tangencial resultó en castigar a esta oposición que da pena ajena por su incapacidad de ofrecer un proyecto de nación coherente y postular a un candidato decente que pudiera defenderlo.

Los resultados son tan contundentes, que para motivos prácticos cualquier cuestionamiento que se haga a la elección (incluyendo las campañas) queda automáticamente invalidado. Un puñado de ilusos ha sugerido que hubo fraude: que hagan sus impugnaciones de casillas y que presenten pruebas, si las tienen. Algunos cuantos más han tratado de equiparar al Peje en esta elección con Fox en el 2006: además de que es ridículo (Fox admitió que fue por él que le robaron las elecciones al Peje), no hay punto de comparación.

En 2006, la diferencia entre el usurpador Calderón y el Peje fue de 243,934 votos, 0.57% del total; y eso con un fraude cibernético plenamente demostrado por múltiples investigaciones periodísticas. Con datos preliminares, la diferencia entre Claudia y Xóchitl es de 17,600,912 votos, 31.45% del total. Eso es del orden de más de 70 veces más amplia.

Aún así, están amenazando con impugnar la elección: y están en todo su derecho. Siendo honestos, en cualquier elección donde la diferencia entre el ganador y el segundo lugar sea de más de 5% es medio ridículo impugnar; pero si quieren perder su tiempo y el del INE y el TEPJF, dense. ¿Quieren volver a contar los votos, voto por voto, casilla por casilla? Yo lo apoyo; en una de esas aumenta el margen de victoria de Claudia. De por sí se va a hacer un recuento de más del 60% de las casillas (es un trámite; en el 2018 fue un recuento del 77%): por mí que de una vez lo hagan en el 100%. Voto por voto, casilla por casilla; nosotros sí lo apoyamos, contrario a los ojetes de hace casi 20 años en el 2006 (porque eso hubiera desenmascarado el fraude).

Pero las patadas de ahogado de nuestra patética y perdedora oposición no son sólo señal de lo mezquinos y malos perdedores que son; es justo una muestra más de por qué perdieron. No están dispuestos a admitir que el principal problema es que no tienen un proyecto de nación para ofrecerle a los votantes, dejen ustedes que sea bueno. No están dispuestos a admitir la corrupción, amiguismo, nepotismo y tráfico de influencias que carcome como un cáncer a ambas dirigencias partidistas (el PRD, repito, es intrascendente). No están dispuestos a admitir que eligieron como candidata a alguien que les sugirió su principal adversario político, entre otras razones, porque se han quedado sin cuadros competentes.

Este desastre que fue para ellos las elecciones presidenciales de 2024, según su discurso es únicamente por cuestiones externas y fuera de su control: que el Presidente les dijo cosas feas en la mañanera; que fue una elección de estado; que los programas sociales se usaron como soborno y/o amenaza (de quitarlos); que el “piso no estaba parejo”. Nada desde su punto de vista es culpa de ellos.

Pero además, entre el PRI y el PAN (el PRD, repito, está al borde de la desaparición) gobernaron al país durante casi cien años; ¿se quejaron del “piso disparejo” en las demás elecciones de este siglo? ¿Se quejaron de la intervención presidencial de Fox (que fue mucho más allá de conferencias de prensa) en el 2006? Y bueno, obviamente no se quejaron de programas sociales porque no sólo no los ofrecieron, en muchos casos los quitaron o destruyeron.

Por último, ¿quiénes contaron los votos, quiénes cuidaron las urnas, quiénes checaron que los votantes estuvieran en las listas de electores y que se les entintara el dedo después de ejercer su voto? No fue “el estado”; fue, como lo ha sido desde finales del siglo pasado, la ciudadanía mexicana: llamar el impresionante ejercicio del domingo una “elección de estado” es un insulto a los miles de mexicanos que sudaron la gota gorda en algunos casos hasta por 16 horas seguidas para garantizar que las elecciones se realizaran de manera justa y en paz, como fue el caso en más del 99% de las casillas. Hasta Lorenzo Córdova está de acuerdo con eso.

Pero de nuestra patética y perdedora oposición escribiré en extenso más adelante; porque cuando por fin se les pase el berrinchito, tienen que hacer algo más inteligente que lo que hicieron los últimos seis años. Eso, o continuar perdiendo elecciones; no nada más el PAN ha perdido votos consistentemente desde hace casi un cuarto de siglo: en los últimos seis años la alianza opositora ha perdido 25 gubernaturas 25.

La elección presidencial es por supuesto La Grande y la más importante; pero en este año no fue particularmente interesante (excepto tal vez por la abrumadora magnitud): sabíamos que Claudia iba a ganar básicamente desde que nuestra patética y perdedora oposición decidió hacerle caso al Peje y pusieron a la candidata que él les sugirió.

Son más interesantes varias de las elecciones locales, incluyendo algunas donde perdió Morena; no necesariamente más importantes, pero sí más interesantes. De esas hablaré en mis siguientes entradas.

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Histórico

No es que queramos regodearnos al hacerles notar que se los dijimos.

Histórico

Histórico

Pero se los dijimos.

Obviamente son cifras preliminares, pero todo apunta a una madriza de proporciones bíblicas: no sólo ganamos la presidencia de la república (que sólo los más fanáticos ponían en duda); no sólo ganamos la CDMX (que fue de las estrategias más bizarras que he visto, que la oposición se pusiera a vociferar que ya habían ganado la Ciudad cuando iban debajo en todas las encuestas); no sólo conservamos todas las gubernaturas que Morena gobernaba antes de hoy; además ganamos Yucatán (que bajo un análisis cuidadoso ni siquiera es tan inesperado) y encima redujimos el porcentaje de victoria de MC en Jalisco y el del PAN en Guanajuato a su nivel más bajo en 30 años.

En particular en Guanajuato se perdió la gubernatura (que era muy difícil ganarla, ya sabíamos): pero Claudia ganó en la entidad. Esto es importante: en 2018, AMLO ganó todos los estados de la república, excepto Guanajuato. Existe la posibilidad de que en el futuro ganemos en Guanajuato y el resto de las (cada vez menos) entidades que gobierna la oposición, especialmente con la incompetencia sistémica que han mostrado.

Más significativo, incluso, que las elecciones presidenciales y por entidad, se ganó la cámara de diputados con mayoría calificada, y en la cámara de senadores estaremos a un puñado de escaños (menos de cinco) para tener también mayoría calificada. Evidentemente se podrá negociar con MC, pero más sencillo será tirar al piso un billete de tres pesos partido por la mitad y que los senadores de la completamente destruida coalición del corazón partido se peleen como perros por el mismo: los ganadores tendrán la oportunidad de votar por las reformas constitucionales junto con Morena y sus aliados y así tener una (pequeña) oportunidad de continuar su vida política cuando termine su cargo.

Como hace seis años, la victoria de la Transformación no estaba en duda; sólo no sabíamos exactamente la magnitud de dicha victoria. Yo en particular me conformaba con 53%, dado que consideraba fundamental el al menos igualar el resultado de 2018; esperaba un 55%, por los promedios de las encuestas; y soñaba con un 57%.

Claudia ganó las elecciones con más del 58% de los votos; probablemente se quede en 59% pero no es imposible que llegue al 60%. Este resultado hace a estas elecciones la evidencia más contundente de la preferencia que tienen los mexicanos por las políticas de la Transformación, además de que dan una respuesta aplastante a la consulta implícita que suelen ser las elecciones presidenciales: la mayor parte del país (por mucho) aprueba el desempeño del primer sexenio de la Transformación y desean que el país continúe en ese mismo rumbo.

Lo cual confirma lo que venía diciendo desde enero: Andrés Manuel López Obrador es el mejor presidente que hemos tenido en el siglo XXI. El consenso nacional (independientemente de lo que ustedes puedan creer de manera individual) es que esa afirmación es verdadera.

Hay mucho qué escribir; hay mucho qué analizar; hay mucho qué discutir. Tengo varias entradas pensadas, porque lo que pasó hoy, queridos lectores, no puede calificarse con un adjetivo menor a histórico. Y sí, es histórico que México haya elegido a su primera mujer presidenta; es histórico que el proyecto de la izquierda mexicana haya superado su primer sexenio con este nivel de éxito; es histórica esta victoria tan contundente.

Pero no me refiero nada más a eso: también es (y no hay que permitirles que traten de barrerlo debajo de la alfombra) una derrota histórica. Una derrota histórica del modelo neoliberal; una derrota histórica de la derecha mexicana; una derrota histórica de los patéticos partidos de oposición. Del PRD que desaparecerá en los próximos meses; del PRI, que probablemente desaparecerá en el próximo sexenio; y del PAN, que no desaparecerá, pero que no podrá volver a aspirar a la presidencia en varios años, probablemente en décadas.

MC merecerá su propio análisis, pero me parece que es justo decir que, aunque quedara en tercer lugar y tuviera reveses en los estados que gobierna (Claudia Delgadillo le pisó muy de cerca los talones a Pablo Lemus en Jalisco; y la hermosísima Mariana Rodríguez perdió en Monterrey), en los hechos salió ganando en esta elección.

Y es importante, me parece, enfatizar que la derrota es de los partidos. Sí, Xóchitl fue pésima, terrible candidata, pero esta derrota histórica no es nada más su culpa: las terriblemente incompetentes dirigencias del PRI, PAN y PRD (por no mencionar al retrasado mental de Claudio X. González) son igual de o más responsables de la derrota.

Hablando de culpas y méritos, yo sinceramente agradezco que Xóchitl concediera de inmediato; su discurso (con casi toda certeza escrito por Germán Martínez) fue medio mezquino y con destellos de malos perdedores: pero concedieron. Claro, era medio patético no hacerlo cuando perdieron con menos de la mitad de los votos de Claudia, pero no me extrañaría que varios de los animales en la coalición del corazón partido, de ser por ellos, hubieran querido alargar el chilloteo y no admitir la derrota.

Bueno, y después de esta victoria (por no decir madriza) histórica, ¿ahora qué?

Contrario a hace seis años, no estoy cautelosamente optimista; ahora estoy entusiásticamente optimista: el modelo funciona; el proyecto es el correcto. Hace seis años, aunque obviamente lo creíamos, no lo sabíamos con certeza; ahora sí lo sabemos: tenemos evidencia empírica. Mientras se preserve el principio fundamental del obradorismo:

Por el bien de todos, primero los pobres.

Las cosas saldrán bien. Sí, habrá errores y equivocaciones; sí habrá incompetencia y corrupción (cada vez menos, si nos ponemos las pilas); sí, algunas cosas no se les dará la prioridad que necesitan y otras que deberíamos abandonar se seguirán apuntalando. Pero en general seguiremos avanzando en la dirección correcta.

Hoy, como hace seis años, yo voy a celebrar; me hubiera gustado hacerlo ayer, pero los dramáticos del INE retrasaron el anuncio oficial hasta casi la media noche. Mis padres, luchadores de izquierda de toda la vida, alcanzaron a ver cómo terminaba con éxito el primer gobierno federal de izquierda en México, y cómo por primera vez en 200 años una mujer, una mujer orgullosamente de izquierda, académica y lamentablemente egresada de la Facultad de Ciencias de la UNAM (es broma), se sentará en la Silla del Águila.

El análisis detallado de los resultados de las elecciones, tanto federales como locales, lo dejaré para futuras entradas; hoy yo los invito, queridos lectores, a que celebremos la continuación para los próximos seis años (por lo menos) de la Transformación de México, incluyendo la ahora innegable transformación de las conciencias en el país.

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Por quien sea, pero voten

En dos semanas exactamente, tendremos las elecciones más importantes en la historia de nuestro país.

Decir que son las elecciones más importantes en la historia es una tradición que se repite durante todas las elecciones, porque paradójicamente siempre es verdad, por definición. Todas las elecciones son las más importantes, pero la que sea en turno es la más importante, que es a su vez igual de importante que todas las demás. Si eso no les hace sentido, yo no seré el que se los explique.

Siendo entonces, como son, las elecciones más importantes en la historia de nuestro país, es de suma importancia que dentro de 14 días salgan y emitan su voto. Por quien sea, pero que voten.

Si apoyan (aunque sea mínimamente) a la Transformación que se ha llevado a cabo bajo Morena, entonces es fundamental que salgan a votar este 2 de junio: sí, Claudia va a ganar, de calle; pero están las elecciones locales y legislativas, y cada una de ellas son, a la vez, igual y más importantes que la presidencial. Existen muchas alternativas para que reformemos a nuestro increíblemente corrupto poder judicial (es inevitable que ocurra), pero la más sencilla es contar con los votos suficientes para poder pasar las reformas constitucionales correspondientes. Además, entre mayor sea la ventaja de Claudia sobre nuestra desesperada y triste oposición, más legítimo y claro su mandato: es indispensable que todos los que apoyemos a la Transformación (por más sutilmente que lo hagamos) salgamos a votar.

Si no apoyan a la Transformación, entonces es fundamental que salgan a votar este 2 de junio: aunque sea inevitable que Xóchitl pierda, entre menor sea la diferencia de votos con Claudia, menos poder y capital político tendrá la nueva presidenta Morenista, y mejor posicionada estará nuestra desesperada y triste oposición para poder tratar de negociar lo que pueda llegar a negociar. Por no decir del poder legislativo: entre mayor sea la cantidad de legisladores opositores, aunque sean minoría, mayores las probabilidades de que detengan, maticen o retrasen las reformas que proponga la Presidenta Sheinbaum. O el mismo Peje, en las semanas que habrá entre que inicie labores la nueva legislatura y la inauguración de nuestra nueva Presidenta. Es indispensable que todos los que no apoyen a la Transformación salgan a votar.

Si no soportan a Morena y sus aliados ni al prianderré, es fundamental que salgan a votar para así manifestarlo. La verdad me ha sorprendido Jorge Álvarez Máynez; no tiene una propuesta factible, pero ha hecho una campaña bastante decente, si no por otra cosa al menos por no cagarla tanto como la Xóchitl. Si de verdad creen que la “vieja” política no tiene salvación y que la “nueva” política que asegún encabeza el abanderado de eMeCe es una alternativa viable, es indispensable que salgan a votar por él este 2 de junio.

Si de plano ustedes dicen que ningún candidato presidencial registrado merece su voto, en primer lugar no les creo: ¿han hecho algo, lo que sea, para que tengamos candidatos diferentes? Porque si la respuesta es no, entonces tienen exactamente a los candidatos que se merecen: pero si aún así no quieren votar por ninguno, al menos pueden ir a votar este 2 de junio y escribir el nombre de un candidato no registrado que según ustedes sí merezca su voto. Es una manera válida de protestar con su voto y definitivamente hace mayor impacto que no votar. Si de verdad consideran inaceptables todas las opciones disponibles, es fundamental que el día de las elecciones lo expresen votando el escribir el nombre de un cadidato no registrado.

Si de manera inverosímil consideran que absolutamente nadie en el universo se merece su voto, lo menos que pueden hacer es salir a votar este 2 de junio y anular sus boletas. Es una opción muy cobarde, si me permiten expresar mi opinión, porque justamente es tratar de lavarse las manos de un proceso donde no pueden lavarse las manos; pero al menos estarían participando en dicho proceso. Al menos están mostrando que su desagrado por los candidatos es real y sincero: si no votaran, bien podría confundirse conque ese domingo les dio flojera levantarse de la cama. Si de verdad ningún ser viviente en el universo los convence, es fundamental que así lo demuestren anulando sus votos este 2 de junio.

Votar por supuesto es lo que al final del día causa que las elecciones tengan el resultado que vayan a tener; pero yo considero que es igual de (si no es que más) importante el efecto que tiene sobre el mismo votante. Votar, incluso por alguien que va a perder, causa que nos involucremos y que nos comprometamos, aunque sea un poco: créanme, yo voté por candidatos perdedores durante décadas de mi vida. Es la misma razón que existe para movilizarse; incluso aunque no cambie “nada” (que no es cierto, siempre tiene un efecto, aunque sea pequeño o no el que se manifieste quiera), sí causa un cambio dentro del movilizado. Nada más por eso valdría la pena.

Y por todo lo anterior, si en dos semanas, este próximo 2 de junio, no salen a emitir su voto, contrario a su derecho y obligación cívica, yo sólo tengo una cosa que decirles:

Vayan a chingar a su reputísima madre.

Por supuesto, en México no es ilegal el no votar: en ese sentido tienen todo el derecho de no hacerlo. Y de la misma manera, yo tengo todo el derecho de decirles que vayan a chingar a su reputísima madre.

Son unos irresponsables en el mejor de los casos, y unos cobardes en el peor; son unos culeros que no consideran a los miles de mexicanos que literalmente sacrificaron su libertad y su vida para que nuestro voto pudiera valer de algo o (como en el caso de la CDMX) para que pudiéramos elegir a nuestros gobernantes en primer lugar.

Así que, en conclusión, mis queridos lectores: salgan a votar este próximo dos de junio. Por quienes ustedes decidan, estén o no en las boletas, pero voten.

Y si deciden no hacerlo, repito: vayan a chingar a su reputísima madre.

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Cuarenta y siete

Ayer cumplí cuarenta y siete años.

El año pasado creo que es el primero donde de verdad sentí que ya no estábamos en pandemia, aunque sin duda alguna se siguieron percibiendo consecuencias de la misma. No todas negativas, por cierto.

No tengo mucho qué reportar: siempre sí volví a escribir de política, pero en un volumen definitivamente menor a otros años electorales. Una explicación de esto, además del hecho de que nuestra desesperada y triste oposición es tan lamentable que realmente hasta da pena ajena hablar de ellos, es que no siento tanta necesidad de explicar cómo veo yo las cosas.

Hace 18 años en 2006, que fue el año que más escribí de política, sí sentía que era necesario explicar (al menos para mí mismo, en el peor de los casos) mi análisis de la situación además de aventurarme a hacer algunas predicciones. No siento eso ahora, porque me parece que (por más que le moleste a algunos) sí ha habido una transformación de las conciencias en el país.

No es muy difícil determinar que un enorme sector de la población está mucho más y mejor informado que hace casi dos décadas; y no nada más enterándose de qué rayos ocurre en el país y en el mundo, sino participando e involucrándose también. Y es mi impresión que un porcentaje significativo (si no es que abrumador) de este sector bien informado apoya, en algunos casos de forma casi fanática, a la Transformación encabezada por el compañero Presidente y el Movimiento de Regeneración Nacional.

Esto no son nada más sentimientos cálidos que siento en mi corazoncito; hay evidencia básicamente irrefutable al respecto, como el hecho de que la inclemente guerra sucia en contra de Andrés Manuel y de Claudia no está funcionando. En algunos casos (como la aprobación del Presidente aparentemente muestra), al parecer dicha guerra sucia está terminando por favorecer a la Transformación.

Me acerco precipitosamente a los cincuenta años, y sinceramente no veo cambios muy grandes en mi pensamiento e ideología política a como era cuando tenía dieciocho. Tal vez algo de idealismo romántico ha sido reemplazado por pragmatismo cínico, pero ni siquiera creo que sea mucho: en 1995, cuando tenía dieciocho años, aún con la novedad del zapatismo yo creía (como creo ahora) en el cambio pacífico a través de la vía electoral; y las convicciones que tenía entonces permanecen para motivos prácticos idénticas.

Sigo creyendo que la salud y la educación deben ser públicas y gratuitas, provistas por el Estado (pero permitiendo opciones privadas, si alguien así lo desea); sigo creyendo que teníamos razón en estallar la huelga en 1999, y por más errores que cometimos sigo creyendo que somos la razón de que la UNAM sea lo que es hoy en día; y sigo creyendo que una intervención firme y decidida por parte del Estado puede y debe contener los peores excesos del capitalismo y del libre mercado. Sigo creyendo, como siempre creí, que el enfocarnos en ayudar en los que menos tienen resultará, medio inevitablemente, en que nos vaya mejor a todos.

Y dado el espectacular éxito del Peje en su sexenio, me parece que ha quedado comprobado que tenía(mos) razón.

Por el bien de todos, primero los pobres.

Como sea, por eso no siento que deba andar yo escribiendo de política; no hay necesidad (si es que alguna vez la hubo) de que yo explique nada, la banda (incluyendo a un buen de la chaviza) está informada e involucrada en la vida política nacional, que es la más sencilla explicación de por qué las encuestas (serias, no como Massive Caller) arrojan los resultados que están arrojando.

Así que este blog seguirá siendo lo que realmente ha sido durante los últimos casi veinte años; un espacio para que yo practique mi amor por la escritura bajo el pretexto de reseñar películas, animé y videojuegos, con las ocasionales desviaciones para escribir de mi vida o de política.

Sin embargo sí tengo preparadas unas cuantas entradas más de política este año, una más antes de las elecciones; y algunas más después, si se cumple lo que al parecer será el resultado inevitable de las mismas.

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Claudia Sheinbaum Pardo

Hace casi seis años, a unos días de las elecciones, escribí:

El Peje no es el candidato que quiero; el candidato que quiero además de haber hecho labor de calle en movilizaciones sociales y favorecer el fortalecer la red de seguridad social del Estado de bienestar, tiene posgrado, ha trabajado como académico, es demoledoramente inteligente y culto, es defensor de la equidad de género, el derecho al aborto y los derechos de los homosexuales, y se expresa de forma ágil e impecable todo el tiempo. Además probablemente sea mujer, por cierto.

De manera consciente o inconsciente, estaba describiendo a Claudia Sheinbaum Pardo; algunos sin duda dirán que me estoy haciendo güey y que yo ya sabía que sería la candidata presidencial este año, pero eso obviamente no es posible. Sí, que Claudia estuviera encaminada a ganar (de calle también) la jefatura de gobierno de la Majestuosa inmediatamente la ponía en la ruta de los presidenciables; pero era imposible predecir que sí sería ella (como lo es hoy predecir quién será la candidata para el 2030).

Como sea, les aseguro que no estaba pensando en Claudia cuando escribí eso; sólo era justamente una contrapuesta puntual a las críticas que tenía (y algunas de las cuales todavía tengo) para Andrés Manuel. Pero si no quieren creerme están en su derecho.

¿Es Claudia entonces mi candidata ideal a la Silla del Águila? No, lamentablemente; aunque se acerca mucho, especialmente comparada contra el Peje.

Las desventajas que le veo a Claudia son, consecuentemente, mucho menos (y menores) que las que le veía al compañero Presidente: no es muy carismática que digamos, que principalmente se refleja en su oratoria, que dista mucho de ser inspiradora o brillante. Al contrario: la doctora suele sonar justamente como una profesora universitaria ligeramente harta de que sus tarados alumnos no la entienden, porque no han ni siquiera leído la tarea (que es un escenario con el que puedo identificarme dolorosamente).

De hecho es muy común que Claudia suene y actúe como si estuviera rodeada de tarados que no la entienden, lo cual no dudo sea verdad en muchos casos: probablemente en muchísimas ocasiones en su vida haya sido ella la persona más inteligente en la habitación, teniendo la lamentable tarea de explicarle a los demás lo que posiblemente para ella fuera obvio. En el primer debate (que fue el único que tuve estómago para empezar), me parece que esto fue bastante obvio, así como cuando la “retuvieron” en el montaje de Latinus.

Además del carisma y la oratoria, la principal desventaja que le veo a Claudia es que es egresada de la Facultad de Ciencias de la UNAM: que no sé si ustedes conozcan a esos cabrones, pero todos y cada uno de ellos son insoportables.

(Por si era necesario aclararlo: eso fue un chiste, yo mismo soy egresado de la Facultad de Ciencias).

Hay otras cosas que podrían interpretarse como desventajas, si la comparamos con el Peje, pero que bajo un análisis más cuidadoso no necesariamente sea el caso. Por ejemplo, Claudia será sin duda alguna menos confrontacional y más cuidadosa que Andrés Manuel; esto podría verse como una desventaja en el sentido de contar con una respuesta inmediata y decidida, como fueron las ridículas acusaciones de #narcopresidente; o el extraordinario papel que jugó el Presidente en la crisis de la embajada mexicana en Ecuador. Pero también es posible que una estrategia más cuidadosa y mesurada resulte a la larga en decisiones más beneficiosas para México. No lo sé; supongo que sabremos dentro de poco.

Independientemente, la doctora se enfrentará a un escenario muy distinto al que se enfrentó el Peje; es indiscutible que en algunas cosas la tendrá más fácil y que en otras la tendrá más difícil, pero no sabemos exactamente cuáles serán cuáles. Yo particularmente creo que, globalmente, nadie espera que haga un mejor papel que Andrés Manuel, dado el espectacular éxito del tabasqueño.

(Si no están de acuerdo con eso último, no entienden qué está pasando en el país y por lo tanto no van a entender por qué Claudia ganará de forma tan abrumadora).

Siempre y cuando la dirección del movimiento de Transformación siga fundamentalmente igual (por el bien de todos, primero los pobres), yo creo que la ciudadanía le perdonará casi cualquier error que llegue a cometer: y nos debe quedar claro que es inevitable que cometa errores. Su condición de primera Presidenta mujer y continuadora de la Transformación le darán al menos algo de margen de error y capital político.

Y sin embargo sí espero que en algunos temas muy específicos Claudia consiga mejores resultados; si no por otra cosa nada más por el hecho de al menos intentar entablar una conversación con ciertos sectores. Los más obvios, dada la condición de académica investigadora y mujer de la doctora, sería el tratar de formar una mejor relación con grupos de académicos investigadores y mujeres; pero como esos puede haber varios otros más.

El comparar a Claudia con el Peje no es únicamente inevitable; es lo único que tiene sentido: las dos alternativas que ofrece la oposición son tan lamentables que es incluso algo cruel hacer la comparación. Como ya he mencionado en múltiples ocasiones, casi nadie va a votar por esas alternativas dadas esas alternativas; votarán por ellas sólo como opción contraria a la Transformación, como están en su derecho de hacerlo, por más que sea votar por los perdedores.

En lo personal, me resulta incluso cansado el argumentar por qué voy a votar por Claudia, dado que a estas alturas desde mi punto de vista es equivalente a argumentar que el cielo es azul o que el agua está mojada; ¿de verdad no es obvio? ¿De verdad creen, después de lo que ha pasado en los últimos 42 años en el país, que hay que discutirlo?

Así que mejor terminaré con una observación de todo lo que he llegado a escribir de política en este blog en casi veinte años: no es difícil encontrar entradas donde digo que Andrés Manuel es un tarado… porque sinceramente creo que ha sido un tarado en muchísimas cosas. Eso no disminuye sus éxitos y logros, y mantengo de cualquier manera que ha sido el mejor presidente de México en el siglo XXI (al menos; probablamente incluso desde 1982, si no es que más atrás); nada de eso le quita lo tarado.

A Claudia jamás le he dicho tarada. Obviamente el perfil de la doctora ha sido menor que el del Peje y eso tiene que ver; pero objetivamente me parece que, en general, Claudia Sheinbaum Pardo se porta menos tarada que el Peje. Estoy 100% seguro de que en su sexenio se ganará que en algún momento le diga tarada; pero eso no ha ocurrido todavía.

Y la posibilidad de que en exactamente un mes no sólo vuelva a votar por una candidata a la presidencia que va a ganar, sino que esta vez no considero a dicha candidata una tarada, la verdad sí me emociona. Y sí, al mismo tiempo sostengo que dudo que pueda hacer un mejor trabajo (globalmente) que el Peje.

¿A poco no es fascinante la política?

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Bertha Xóchitl Gálvez Ruiz

Cuando Xóchitl salió a la luz pública nacional, como la comisionada ídem para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas con el tarado de Fox, fue la miembro de su gabinete que mejor me cayó.

No me cayó bien, obviamente; pero dado el desastre que fue ese gabinete, sexenio y presidente, Xóchitl era la que menos mal me cayó, si así lo prefieren. Como la tía ruidosa que uno no estima realmente, pero que al menos hace las reuniones familiares más divertidas.

No necesariamente porque sea simpática o ni siquiera chistosa; pero sí definitivamente cagada. Tal vez uno no sea ría con ella; pero al menos se ríe de ella.

Gálvez ha sido una figura política gris, en el sentido de propuestas o resultados; generalmente “cayendo para arriba” cada vez que vuelve a brincar a un nuevo cargo.

Acabó de jefa delegacional de la Miguel Hidalgo en 2015 (evidencia del desfondo que venía ocurriendo en los cuadros prianistas hacia la segunda mitad del sexenio de Peña Nieto), donde tuvo un desempeño intrascendente, si somos generosos; o con varios de los signos de corrupción en la capital que caracterizan a los prianistas (contratos de desarrollos inmobiliarios a empresas propias o cercanas), si creemos los dichos de Víctor Romo.

Después terminó como senadora plurinominal, nominalmente por el PRD (para que les salieran las cuentas después de la madriza que puso Morena a los demás partidos políticos en 2018), pero siempre miembro de la bancada panista, aunque en el primer debate los negó, como Pedro a Chuy.

En toda su carrera, Xóchitl se caracterizó por hacer maniobras “coloridas”, como encadenarse a la silla del Presidente del Senado o tratar de irrumpir en las mañaneras del Presidente; o sea, haciendo (como siempre) cosas “cagadas”. Eso de hacer propuestas o implementar políticas que mejoren la vida de los ciudadanos, como es el caso con casi todos los prianistas, nunca ha sido lo suyo.

Esa última ocurrencia de la entonces senadora (ahora con licencia) fue lo que en parte determinó que acabara como la candidata presidencial de la oposición prianista; originalmente ella le tiraba a ser candidata para jefa de gobierno de la Ciudad. No hay que engañarnos; también perdería la jefatura de gobierno, pero me parece que no sería de forma tan apabullante, como se ve venir para la contienda por la Silla del Águila.

Si somos bien pensados, la candidatura presidencial de Xóchitl fue resultado del grupo amorfo e incompetente lidereado por Carlos X. González, en un proceso ridículo donde cada vez que dizque sí iba a enfrentarse con alguien más, sus contrincantes intempestivamente se bajaban solitos, siendo el caso más patético el de Santiago Creel, que de plano se echó a llorar porque sabía que estaba perdiendo la última oportunidad en su vida de ser el candidato presidencial de su partido, el PAN. Las encuestas que asegún utiliza Morena para determinar candidaturas son una mamada, no nos engañemos; pero son infinitamente superiores a la burla de proceso que se inventaron en el prianderré.

Si somos mal pensados, la candidatura presidencial de Xóchitl fue resultado de una de las maniobras políticas magistrales del Peje, que les eligió la peor candidata posible a sus contrincantes, con el agravante de que incluso consiguió hacer que los mismos creyeran que ellos la habían elegido solitos.

Si no fuera por las múltiples evidencias de corrupción, Xóchitl me daría lástima. La pobre mujer nunca se imaginó (ni mucho menos se preparó) para competir por la Silla del Águila; ella esperaba competir por la jefatura de la Ciudad de México, perder (ya fuera la interna o la general), y continuar cayendo para arriba en las jerarquías partidistas del PAN o las coaliciones putrefactas que liderea, viviendo de los negocios con sus empresas, sean legales o ilegales.

Nunca tuvo un proyecto de nación; nunca tuvo propuestas que no sean ocurrencias ridículas como súper prisiones y tarjetas inteligentes; nunca tuvo una estrategia de campaña distinta al sinsentido de atacar con las mentiras más absurdas posibles a la candidata de Morena y a uno de los presidentes más populares y queridos de toda la historia

Y aunque sin duda la senadora con licencia no se preparó para esta candidatura, no es nada más culpa de ella: el desastre que ha sido dicha candidatura, es en gran medida resultado de la coalición de partidos que la aventaron a los lobos para después abandonarla figurativa y literalmente, al grado de que la candidata les tiene que rogar que por favor hagan anuncios para impulsarla; y de asesores como el inútil de Castañeda, que primero dijo la barbaridad de que un proyecto de nación era una “idiotez” y que debían concentrarse en “las gelatinas”; para después rematar con exigirle a Xóchitl que lanzara una “guerra sucia, pero sucia” contra Claudia Sheinbaum.

Sin embargo sería injusto, incluso con la misma Xóchitl, el no fincar la responsabilidad mayor del desastre que ha sido su candidatura en ella misma: al fin y al cabo aceptó cuando se la ofrecieron. Y Xóchitl es una candidata peśima: mala oradora; peor debatiente; lenta ante preguntas incómodas e incluso ante preguntas a modo; con harta cola que le pisen; con actos de nepotismo que se le han revertido en su contra; y cometiendo errores no forzados una y otra y otra y otra vez, como poner el escudo nacional de cabeza en el primer debate o decir que la gente mayor de 60 años que no se ha hecho de un patrimonio como ella (probablemente de forma ilegal) es porque “está bien güey”.

Quiero terminar, sin embargo, analizando con el que en mi opinión probablemente es el acto más emblemático (y ridículo) que Xóchitl ha cometido en su campaña.

El primero de marzo de este año, para iniciar su campaña, Xóchitl firmó con sangre la promesa de que no se eliminarían los programas sociales que para motivos prácticos han definido al sexenio del Peje.

Primero: prometer (firmando con sangre) que no se tocarían los programas sociales, es implícitamente reconocer que el hilo conductor de la Transformación encabezada por Andrés Manuel y que planea continuar Claudia (por el bien de todos, primero los pobres), es correcto.

Segundo: prometer (firmando con sangre) que no se tocarían los programas sociales, como abanderada del PAN a la Presidencia de la República, es de las cosas más hipócritas que hayamos visto en la historia política de México, cuando ningún diputado del PAN (que es su partido, aunque lo niegue) en este sexenio votó a favor de las reformas constitucionales para instaurarlas. Ninguno; en el mejor de los casos se abstuvieron.

Tercero: prometer (firmando con sangre) que no se tocarían los programas sociales, es implicitamente admitir que no podemos sencillamente creer en su palabra, y por lo tanto debe hacer espectáculos vergonzosos como firmar con sangre, a ver si así sí le creemos.

La oposición unida en la coalición del corazón partido tuvo todo el sexenio del Peje para preparar un proyecto de nación y destilar un candidato o candidata que pudiera enarbolar y defender dicho proyecto. En lugar de eso, se dedicaron a atacar al Presidente, en ocasiones con razón, pero en general sin ella, de manera inclemente y sin dar alternativas viables; y a tratar de defender mezquinamente el poder y los privilegios que poco a poco fueron perdiendo de manera inclemente estos seis años. A inicios de 2018, Morena gobernaba cero entidades federales; seis años después, a inicios de 2024, Morena gobierna veintidós.

Para rematar, dicha oposición terminó postulando (instigados por el Peje, si somos cínicos) a una candidata sin ninguna posibilidad de competir con la candidata de la Transformación, y además abandonándola cuando notaron (como todo mundo lo hizo) que esa candidatura estaba destinada al fracaso, en una estrategia una vez más perdedora de tratar de defender los pocos reductos de poder que con esfuerzos mantienen, y que es probable resulte en que también los pierdan, al menos en parte.

A estas alturas del partido, todavía encuentro a Xóchitl como una mujer cagada, y dentro de la pudredumbre que es ya la unión hereje entre el PRI, PAN y PRD, sigue siendo de las que mejor me caen. Sinceramente me da pena ajena ver cómo la pobre se hunde a sí misma cada vez más, sin que nadie en general ni en los partidos que la postularon en particular haga nada para ayudarla, en gran medida porque no hay mucho que puedan hacer, mucho menos a estas alturas, a siete semanas para que ocurran las elecciones presidenciales.

Hace seis años me parecía (a mí y a más de la mitad de los votantes) que era obvia la opción que debíamos tomar al elegir presidente; este año, la pregunta es casi ofensiva. Estoy convencido que el número de personas que van a votar por Xóchitl con emoción y teniendo la certeza de que ella es la mejor candidata que se les podría ocurrir, es estadísticamente insignificante: casi todos los que voten por la candidata prianista lo harán realmente por votar en contra de la Transformación.

Pero son una minoría disminuyente que al parecer será incluso menor que hace seis años; entonces ni siquiera importa demasiado.

No sé qué será de Xóchitl; hace seis años yo me atreví a pronosticar que Anaya desaparecería de México (que técnicamente eso hizo, al menos durante el sexenio), pero se me olvidaba que él sabe dónde están enterrados muchos de los cadáveres del prian (en términos políticos; no lo estoy acusando de asesino… todavía) y entonces consiguió arrancarle al prian una candidatura plurinominal segura, lo que le dará fuero legislativo para que no lo metan a la cárcel, que es probablemente la razón por la que se la pasó autoexiliado este sexenio.

No creo que Xóchitl le alcance ni siquiera para eso, porque como digo en general siempre ha caído para arriba en sus cargos, no por su habilidad política, conexiones o información. Al contrario: Anaya y Meade fueron “perdonados” en el sentido de que sus partidos no se los comieron vivos (políticamente hablando), un poco concediendo que no era realmente culpa de ellos, sino del gigante que terminó siendo Andrés Manuel en el 2018; pero con Xóchitl me da la impresión de que la usarán como chivo expiatorio.

La culpa no será del PAN o del PRI (el PRD desaparecerá), ni de Alito o Marko Cortés; la culpa no será la falta de programa o propuestas; la culpa no será de que abandonaron a su candidata tratando de salvar sus pobres pescuezos: no, la culpa será de Xóchitl, que no usó bien a las gelatinas; o que le quedó grande el saco; o que no atacó con suficiente salvajismo; o de que cometió un error imperdonable al integrar oficialmente a su hijo a su campaña; o vayan a saber qué, pero yo sospecho que tratarán de culparla a ella de todo.

Vamos a ver; como digo arriba, si no fuera por las muy alarmantes evidencias de corrupción, lo principal que sentiría yo por Xóchitl Gálvez es lástima. Porque este 2 de junio, a menos que algo realmente catastrófico ocurra en el próximo mes y medio que queda de campaña, Bertha Xóchitl Gálvez Ruiz perderá las elecciones presidenciales, postulada por una unión casi total de la oposición partidista en México, y de manera contundente y apabullante, que rayará (si no es que lo será completamente) en una humillación vergonzosa.

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Los candidatos en 2024

Este año electoral no escribí mucho de política, en gran medida porque los resultados (principales) de la elección fueron del dominio público al menos desde que las candidatas (y el otro güey) quedaron definidas. No sólo hizo esto medio redundante estar escribiendo la crónica de una muerte (política) anunciada; también hizo, al menos respecto al resultado, un poco aburrido todo el proceso.

(Por más divertido que haya sido, al menos para los que apoyamos a la Transformación).

Como sea, exactamente en dos meses serán las elecciones, así que supongo que va siendo hora de que comience a dar mi opinión acerca de cada una de las candidatas (y el otro güey). No que tenga la más mínima importancia, sólo me parece importante dejar registro de cuál, en mi opinión, es la mejor candidata y por qué es Claudia Sheinbaum.

A partir mañana escribiré cada dos semanas acerca de cada una de las candidatas (y el otro güey), en orden inverso de sus preferencias electorales dadas todas las encuestas en existencia. Dejaré una última entradada un par de semanas antes de las elecciones con un último llamado al voto para todos los ciudadanos, sin importar sus preferencias políticas.

Por lo tanto empezaré mañana con el otro güey.

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Los quejumbrosos

Hay un sector pequeño (y que por lo tanto no tiene mucha relevancia a la hora de contar los votos), pero en mi opinión importante. Es gente que posiblemente vaya a votar por la Transformación este dos de junio; que en el peor de los casos sencillamente no votará; pero que jamás votarían por nuestra desesperada y triste oposición, porque son fundamentalmente personas decentes.

Eso sí, se quejan de un chingo de cosas; y por eso me gusta llamarles los quejumbrosos.

La mayoría de las quejas que tienen son resultado, en muchas ocasiones, de que viven en su búrbuja (como gran parte de los que no apoyan la Transformación) y entonces creen muchas veces en cosas que son falsas, como que de verdad casi no hay medicamentos en los hospitales públicos y que además es porque son incompetentes los de la Transformación; o que los libros de texto gratuitos ya no tienen matemáticas, porque a la Transformación no le parece algo importante que deban estudiar los niños.

Sin embargo, están conscientes de que el PRI es actualmente una bazofia (y de hecho en general nunca votaron por el PRI y nunca lo harían); saben que el PAN está asociado al fascismo y el mochismo y que no es muy distinto del PRI; que votar por el cascarón podrido del PRD es básicamente tirar a la basura dicho voto; y que MC es, en el mejor de los casos, intrascendente.

Entonces votan por Morena, básicamente bajo protesta diciéndose que de todo lo malo, es lo menos pior; o no votan, en el peor de los casos.

Como digo al inicio, muchos integrantes de este sector son fundamentalmente gente decente; les interesa (al menos en teoría) que disminuya la desigualdad económica; son progresistas en cuestiones de género y la comunidad LGBTAQRZXWΓΨΘД; son “indigenistas” superficialmente (van a Tepoztlán, si no es que tienen casa de fin de semana ahí, y usan huipiles o similares); y son, en resumen, lo que en mis círculos movilizados siempre describimos como “izquierdistas” de café: se dicen izquierdistas, pero la acción izquierdista más fuerte que jamás han hecho, es discutir sus opiniones “progresistas” mientras se toman un café en Coyoacán.

En defensa de ellos, generalmente salen a votar; y cuando lo hacen (como dije arriba) lo común es que lo hagan por los candidatos que representan las causas que en los hechos compartimos. Pero básicamente esa es su única contribución a la democracia en México; y, como ya mencioné, a veces ni eso.

En general nunca se han movilizado. Si los cuestiona uno por qué nunca se han movilizado, probablemente responderán que nunca sintieron que su participación en una movilización pudiera servir de algo; pero en el fondo siempre hay un sutil (y es posible que a veces inconsciente) desprecio por la banda que sí se moviliza: para gente educada, como ellos (suelen tener una muy amplia y buena educación), el estar marchando, estallando huelgas o participando en plantones es inherentemente algo que le corresponde a la gente debajo de su condición. Porque son, aunque muchas veces ni se den cuenta, increíblemente clasistas.

Bueno, estos cabrones suelen ser de los críticos más vocales de la Transformación; muchas veces por literalmente ignorancia de que ni siquiera se toman en serio la responsabilidad que tienen de mantenerse bien informados; pero a veces con toda la razón del mundo. Es gente en general preparada y (repito) fundamentalmente decente: si algo les parece mal y no es una tergiversación o invención de nuestra desesperada y triste oposición, es altamente probable que tengan un punto que merece ser atendido.

La cosa es que es desesperantemente difícil tomarlos en serio porque normalmente ignoran el contexto y las prioridades del movimiento que es la Transformación (por el bien de todos, primero los pobres); y porque creen nada más que porque tienen la razón (probablemente, a veces), que las cosas deberían hacerse como ellos quieren en automático, como si fuera magia.

No están dispuestos ni a escribir y firmar una carta, en muchos casos; mucho menos movilizarse de ninguna manera. Porque eso está por debajo de ellos, evidentemente.

Las conversaciones con los quejumbrosos acerca de sus quejumbres suele ser de este estilo:

  • Quejumbroso: Está mal X.
  • Chairo: OK, ¿por qué?
  • Quejumbroso: Porque no me gusta.
  • Chairo: Mmmhh, interesante argumento, ¿puedes elaborar?
  • Quejumbroso: Elabora, y sorprendentemente tiene sentido lo que dice.
  • Chairo: Ah, OK, ¿qué propones para solucionarlo?
  • Quejumbroso: Ese no es mi trabajo; pero X está mal.
  • Chairo: Sí, bueno; reconocerlo es el primer paso, pero necesitamos más para poder resolverlo.
  • Quejumbroso: OK, deberían dar más dinero a Y.
  • Chairo: OK, ¿a cuántos mexicanos afecta X?
  • Quejumbroso: A mí y a otros tres güeyes.
  • Chairo: ¿Sí te das cuenta que hay como putamil grupitos como el de ustedes que también quieren dinero?
  • Quejumbroso: Sí, pero nosotros sí somos importantes.
  • Chairo: OK; ¿qué están dispuestos, tú y tus tres amiguitos, a hacer al respecto?
  • Quejumbroso: Nada.
  • Chairo: Oh.
  • Quejumbroso: Excepto tal vez quejarnos cuando tomemos café en Coyoacán.
  • Chairo: Oh.
  • Quejumbroso: En particular cuando tomemos café contigo.
  • Chairo: Oh. Oh no.

Obviamente estoy caricaturizando; pero de verdad a veces así se siente, especialmente porque yo suelo ser el chairo de la ecuación. Y tengo suficientes amigos y colegas quejumbrosos como para que ya me tengan medio hasta la madre de que se quejen conmigo. Tampoco ayuda que nunca los escuché quejarse de los gobiernos priistas neoliberales y panistas, cuando esos gobiernos literalmente estaban destruyendo al país y causando decenas de miles de muertos. Ahora es cuando se quejan.

Una cosa que ocurre más comúnmente de lo que uno esperaría, es que los quejumbrosos dicen que no hacen nada (más que quejarse en redes sociales, que es el equivalente moderno de quejarse en un café de Coyoacán) porque temen “represalias”. Es muy difícil no perderles todo el respeto ahí y en ese momento, cuando mataron, desaparecieron, torturaron y encarcelaron a miles de mexicanos en nuestro movimiento para que pudiéramos tener a este gobierno de Transformación, que por muchas fallas que tenga (y que estamos coscientes que las tiene), representa y encarna nuestras demandas de décadas. Y que dicho gobierno no mata, desaparece, tortura o encarcela a sus críticos, hecho del que cualquiera con dos dedos de frente puede percatarse.

No se sienten parte del movimiento de Transformación porque no lo son; nunca se han movilizado los cabrones, repito.

Y fallan en comprender que la Transformación, que Morena, es un movimiento. No es nada más un partido político; no es nada más gobernantes, legisladores y políticos profesionales: es un movimiento popular de masas.

La enorme mayoría de la gente que se moviliza por Morena y la Transformación son, por definición, ciudadanos comunes y corrientes. No esperan un cargo político; ni siquiera esperan un beneficio específico, mucho menos económico. Están ahí porque creen en el proyecto de nación y están (estamos) convencidos de que implementarlo resultará en beneficios para todos (incluyendo nuestros mismos adversarios políticos); en general de forma indirecta, muy pocas veces de forma directa. Venga, ya estamos viendo en este sexenio que sí funciona.

Por el bien de todos, primero los pobres.

Y no entienden que ese proyecto no fue una idea genial del Peje; como su continuación no será una idea genial de Claudia: es un trabajo en equipo de formar un enorme consenso nacional, donde participan muchísimos miembros del movimiento. No los dirigentes nada más; no los representantes nada más: el pueblo movilizado que forma las bases de Morena. Así está construido ese partido político, de origen.

No les cabe esto en la cabeza a los quejumbrosos, porque en el fondo muchos sienten que la gente movilizada son acarreados, o borregos, o carne de cañón política. No es así; y esto es fácilmente demostrable si van y se paran un día en estas movilizaciones: sí, de repente hay acarreados (lamentablemente se volvió una práctica casi fundamental del sistema político mexicano gracias al PRI, y no la hemos erradicado por completo); pero es medio trivial descubrir que la enorme mayoría de los movilizados no son acarreados. Por eso ganamos las elecciones con los márgenes que vemos.

Yo no estoy registrado con Morena (aunque he sido representante del partido en casilla), pero sí conozco a muchos miembros. Y no sólo académicos o antiguos compañeros de lucha; conozco obreros, jubilados, maestros que son miembros de Morena. Casi todos participan en las discusiones de cómo están las cosas y qué es lo que hay que hacer hacia el futuro: son miembros fundamentales del movimiento. Y se les toma en cuenta; no existirían estos niveles de aprobación y de intención de voto si no fuera así. Es por eso que cosas como la ridícula alianza del partido con Jorge Hank Rhon se cayó a pedazos: las bases en Baja California increparon a los dirigentes que cómo chingados hacían eso y se les escuchó.

(Por cierto; es de risa loca ver cómo estas bases de Morena, muchas veces con sólo primaria o secundaria como educación formal, suelen estar mucho mejor informadas que gente que me consta que tiene muy buena educación y que no es idiota.)

Entonces estos adorables quejumbrosos, que (en general) nunca se han movilizado en su vida, pues tampoco se han movilizado, ni a favor ni encontra, del Movimiento de Regeneración Nacional. Eso “no sirve de nada”, o puede “causar represalias”, o es sólo “para acarreados”.

Y se sorprenden de que sus intereses específicos (que suelen afectar a tres güeyes) no sean la principal prioridad de la Transformación.

¿Quieren que ciertas políticas o programas cambien, se reemplacen o implementen? Bueno, ¿qué van a hacer al respecto, además de quejarse en un café de Coyoacán o poner una publicación en sus redes sociales? Porque si nada más hacen eso, sirve exactamente lo mismo que una chingada.

Los de Morena están (estamos) movilizados. Es en principal beneficio de los quejumbrosos que también se movilicen.

No es un problema que se reduzca a números; es un problema de convencer. Porque en una democracia tienen que convencer a la mayoría, la “buenitud” de un programa o política por sí misma no basta para que se implemente. Y sus grados académicos, riqueza personal o inteligencia no son en sí mismos suficientes para que nos convenzan: ¿cómo se implementa el programa? ¿En qué beneficia al país, de preferencia con respecto a los más necesitados? ¿Es sostenible, seguirá siendo factible en 50 años? ¿Se puede convencer a parte de la iniciativa privada para que le entre al financiamiento? ¿Se puede generalizar para que beneficie a la mayor parte posible de la población?

Le tienen que entrar al juego político: porque todos tenemos que entrarle al juego político; que la vida pública sea cada vez más pública. Lo mínimo es votar, pero hay que participar en los foros de consulta, en los pebliscitos, en las movilizaciones.

Jon Stewart regresó, después de 9 años, a dirigir The Daily Show los lunes, y en su primer programa dijo algo que a mí me gustó mucho (los gringos votan el 5 de noviembre):

And it’s all going to make you feel like Tuesday, November 5, is the only day that matters. And that day does matter. But, man, November 6 ain’t nothing to sneeze at, or November 7. If your guy looses, bad things might happen. But the country is not over. And if your guy wins, the country is in no way saved. I’ve learned one thing over these last nine years. And I was glib at best and probably dismissive at worst about this. The work of making this world resemble one that you would prefer to live in is a lunchpail fuckin’ job, day in and day out, where thousands of commited, anonymous, smart, and dedicated people bang on closed doors and pick up those that are fallen and grind away on issues till they get a positive result. And even then, have to stay on to make sure that result holds. So the good news is I’m not saying you don’t have to worry about who wins the election. I’m saying you have to worry about every day before it and every day after. Forever.

Se aplica exactamente lo mismo aquí en México: es nuestra chamba, queridos lectores, de todos los mexicanos. No importa por quién votemos o qué programas o políticas prefiramos. Y es para toda la vida.

¿Quieren seguir nada más quejándose en un café de Coyoacán o publicando entraditas en sus redes sociales? Digo, pueden hacerlo, nadie los obliga a otra cosa. Sólo entiendan que no sirve absolutamente para nada.

¿Quieren ver cambio positivo? Dejen de estar de quejumbrosos y movilícense. Y sigan movilizándose; una y otra y otra y otra vez: cada día todos los días.

Para siempre.

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Puro

Tal vez debí escribir esta entrada antes de reseñar The Saint’s Magic Power is Omnipotent, pero sin duda alguna debo de hacerlo antes de que reseñe mi siguiente animé.

Todo lo que sigue es cómo entiendo yo entiendo el asunto; es posible que esté interpretando mal ciertas cosas, en cuyo caso ofrezco una disculpa por adelantado: pero tampoco es como que importe demasiado, me parece.

Lo que quiero discutir en esta entrada es lo que, al menos en los subreddits de animé y manga, pero también en comentarios YouTube y otros rincones de internet, es denominado como contenido wholesome.

El término, cuya traducción literal debería ser entero, porque es literalmente a lo que se refiere uno cuando habla de pan de trigo entero o integral (dícese, no tan procesado como el blanco), en algún momento comenzó a usarse en internet para referirse a contenido “bueno”.

Pongo “bueno” entre comillas porque no me refiero a la calidad; me refiero a las cualidades éticas y (supongo) morales de dicho contenido: simplificando, algo es wholesome cuando deja a básicamente a todo mundo que lo consume sintiéndose bien y contento.

Casi siempre (pero no siempre), el contenido wholesome tiene un fuerte componente romántico; pero a diferencia de otras formas popularizadas de romance, suele no tener drama: esto descarta a la mayoría de las comedias románticas de Hollywood de calificarlas como tales (según yo lo entiendo).

Si uno mete wholesome en Google Translate, la máquina contesta con el término “sano”, que supongo está bien en el contexto de pan Bimbo; pero me parece que queda corto en el contexto de animés, que es donde primordialmente yo quiero usarlo. Yo voy a usar puro, porque se me da la gana; pero creo que también se queda un poco corto.

Un poco como con pornografía, el término puro en este contexto es fácil de reconocer, pero difícil de definir formalmente: a falta de mejor vocabulario de mi parte, daré dos ejemplos. Neon Genesis Evangelion definitivamente no es puro; mientras Cardcaptor Sakura es tal vez el ejemplo por antonomasia.

En general, casi no hay crueldad ni violencia en el contenido puro; la malicia suele no existir, siendo en general reemplazada por malentendidos, si acaso. Esto podría dar la impresión de que el contenido puro es aburridísimo, soso o meloso; pero en mi experiencia justamente los animés que se ganan el adjetivo suelen ser todo lo contrario.

Creo que muchos de los animés que más me han gustado en los últimos años fácilmente se pueden clasificar como puros, que es justo una de las razones por las que decidí tratar de definir el término.

También es importante señalar (me parece) que la pureza de un animé es generalmente ortogonal a su clasificación por edades: es mi impresión que el contenido puro justamente tiene la cualidad de poder encontrarse en series que no sólo son indiscutiblemente adultas, sino incluso en algunas que rayan en la pornografía. Hay todo un subreddit dedicado exclusivamente a hentai puro.

Por último, hay series que tal vez no son 100% puras, pero que tienen al menos una parte que puede clasificarse como pura (generalmente una relación romántica, no necesariamente entre los protagonistas principales).

Voy a comenzar a resañar múltiples series que o bien son puras, o tienen un porcentaje importante de contenido puro; son además, de las series que más he disfrutado en toda mi vida viendo animé, y me parecer importante hacer notar que es en gran medida por su pureza, ya que me he dado cuenta que a estas alturas del partido, disfruto muchísimo más el contenido puro que la acción o los dramas pendejos.

Y no me malentiendan: sigo disfrutando la acción y los dramas pendejos; nada más disfruto más el contenido puro.

Como sea; el último animé que reseñé (The Saint’s Magic Power is Omnipotent) es bastante puro, pero también es demasiado simple, al grado de rayar en aburrido. El siguiente animé que reseñaré es todo menos aburrido; y aunque es bastante arrecho, también es indudablemente puro. Espero que esta definición me ayude a explicar por qué me gustó tanto.

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Nuestra desesperada y triste oposición

En la primera entrada de esta serie no mencioné realmente a la oposición porque creo que podemos evaluar el desempeño de la Pejeadministración por sí misma o nada más comparándola con las administraciones anteriores, sin necesidad de compararla con la alternativa actual. Esto es importante porque, como dije entonces, si admitimos la realidad (el sexenio del Peje es el mejor del siglo XXI), entonces darle continuidad a su programa tiene todo el sentido del mundo, no importa quién sea la alternativa.

Pero si además consideramos la alternativa, entonces tiene todavía más sentido darle continuidad al programa del Peje, porque dicha alternativa (nuestra desesperada y triste oposición, que como ya he dicho me refiero a la dirigencia, gobernadores y legisladores de los partidos no afines a Morena) es tan patética que incluso con peores resultados la mayor parte del país seguiría prefiriendo al lopezobradorismo. Esto además cuadra con las encuestas de opinión, donde algunas le dan una aprobación de más de 70% al Peje, e incluso los agregados (poll of polls) le dan un promedio de alrededor del 69% de aprobación.

¿Por qué es patética, nuestra desesperada y triste oposición? Por una sencilla razón: no representan a casi nadie en el país, como mencionaba al final de mi última entrada en la serie.

Voy a hacer un pequeño resumen de los partidos fuera de la coalición encabezada por Morena para poner algo de contexto en la explicación de por qué no representan a casi nadie.

  • El Partido Revolucionario Institucional.

    El PRI duró, si contamos desde sus inicios como el Partido Nacional Revolucionario, más de 70 años en el poder. Mucha gente cree que eso ocurrió porque era un partido-gobierno autoritario y represivo; y no hay que equivocarnos, definitivamente era un partido-gobierno autoritario y represivo. Pero no fue por eso que duró más de 70 años en el poder.

    Eso lo hizo porque trataba (a tropiezos y no siempre de la mejor manera) de proteger a la mayor parte de la población. Eran autoritarios y represivos; pero también ofrecían educación y salud públicas y gratuitas entre muchas otras funciones que evidentemente le corresponden al Estado. Además, en lo general, el país se mantenía estable, mientras que casi todo el resto de Latinoamérica sufría golpes de estado y dictaduras militares. Por último, pero no por ello menos importante, hubo estabilidad económica durante muchísimo tiempo, ejemplificado por la relativamente poca devaluación frente al dólar durante treinta años (hasta 1958), seguido del periodo de estabilidad durante el cual el peso no se devaluó un centavo frente al dólar y el PIB creció enormemente durante casi veinte años (hasta 1976).

    Los movimientos estudiantiles de 1968 y 1971, aunque sin duda alguna contenían comunistas y similares, algunos de los cuales esperaban que fueran los precursores de una gloriosa revolución, fueron en gran medida para exigir que se abrieran los espacios democráticos en el país: no necesariamente porque las políticas mismas que el PRI implementaba se considerara que iban en contra del beneficio de la población.

    Y aunque el PRI (o, si quieren, una parte de su dirigencia) reprimió de manera criminal estos movimientos, en los hechos cedieron a sus demandas, lo que llevó a la reforma política-electoral de 1977 que permitió el registro de partidos de oposición de izquierda, siendo esto el inicio de lo que culminaría en 2018 con la elección del Peje a la presidencia. La democracia es lenta y aburrida.

    El inicio de la muerte del PRI comenzó en 1982, cuando se inauguró Miguel de la Madrid Hurtado como presidente. Con él se estrenaron las reformas neoliberales que justamente hicieron que los gobiernos priistas rompieran lo que en los hechos los mantuvo en el poder tanto tiempo: comenzaron a desatender las demandas de la población y a implementar un modelo económico que de manera absurda esperaba que el libre mercado resolviera las necesidades de la gente donde obviamente tiene que fungir como actor principal el Estado. Además de la corrupción y otros problemas sistémicos de siempre.

    Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo se han convertido en villanos de la historia política mexicana, con justa razón; pero les concedo que tenían un plan bien claro de a dónde querían llevar el país, a un modelo neoliberal donde el papel del Estado se ve disminuido porque elimina las regulaciones a las empresas privadas y privatiza a las empresas estatales… aprovechando eso además para robarse miles de millones de pesos y enriquecerse ellos mismos y a muchos de sus amiguitos.

    En el 2000 el PRI perdió la presidencia, pero no hubo realmente transición: Vicente Fox y el PAN, que para ese entonces llevaba casi una década negociando en lo oscurito con el PRI, tenían para motivos prácticos el mismo plan para el país, además del mismo gusto de robarse todo lo que pudieran. En los dos sexenios que gobernó el PAN fue donde se disparó la desigualdad, se terminó por destruir la red de seguridad social del Estado, además de que se desató la violencia en una ridícula “guerra” contra el narcotráfico donde resulta que el principal policía del país estaba coludido con el narco.

    Fue tan desastroso el sexenio de Felipe Calderón, deslegitimado desde el inicio de su sexenio cuando se robó la elección presidencial, que de plano le regresaron el botín a los priistas; aunque no se puede poner en duda que lo que pasó entre los años 2000 y 2018 (y se puede discutir que desde la muerte de Maquío), fue que realmente co-gobernaron el PRI y el PAN, juntitos los dos, implementando básicamente las mismas políticas y siendo básicamente igual de corruptos e incompetentes.

    Enrique Peña Nieto será, con casi toda certeza, el último presidente priista que existirá en la historia: a partir de 1988, con la salida de Cuauhtémoc Cárdenas, el PRI ha ido perdiendo cuadros y militancia, lo cual se ha acelerado en los últimos años, siendo la pérdida de la gubernatura del Estado de México lo que probablemente sea el último clavo en el ferétro del viejo dinosaurio. Es posible que el PRI pierda su registro a nivel federal, si no en las próximas elecciones, probablemente en las siguientes intermedias, y en ese caso yo no le veo mucho futuro como partido político: necesitaría limpiar su corrupción, y si se limpia a fondo la corrupción del PRI, ¿qué le queda?

    El PRI durante décadas tuvo una militancia masiva y leal; había obreros priistas; había maestros de todos los niveles priistas; había amas de casa y comerciantes priistas. Y no era nada más porque buscaran un hueso político; el PRI gobernante atendía demandas legítimas de la población, y un porcentaje muy grande de la misma correspondía con una lealtad en muchos casos bien justificada.

    El cambió de políticas por parte del PRI a partir de 1982, causó que desde 1988 comenzara una diáspora de esa militancia. Todavía existe una militancia priista, pero es un pálido reflejo de lo que en algún momento fue. Su dirigencia, al mando de Alejandro Alito Moreno, lleva años perdiendo elecciones y cuadros, y todo apunta a que para estas alturas, lo único que le preocupa es conseguir los cargos legislativos que pueda para que no lo metan a él y a sus asociados a la cárcel.

    ¿Qué ideología tiene el PRI? ¿Cuáles son sus plataformas? ¿Cuál es su proyecto de nación? ¿Qué propuestas concretas ofrece? No hay tal cosa: es el cascarón de un partido, que no representa realmente a nadie, cuya dirigencia está desesperadamente tratando de evitar la cárcel o aferrarse a las últimas migajas de poder que no han perdido.

  • El Partido Acción Nacional.

    El PAN nació como el partido de derecha, mocho, empresarial y contrarrevolucionario de México. Había una parte de su militancia que genuinamente le interesaba fortalecer la democracia; pero realmente era parte del sector empresarial, que quería sacar al Estado de que injiriera en la economía; y muchos mochos católicos, que no querían que las escuelas privadas y católicas se vieran obligadas a usar los libros de texto gratuitos, donde se enseña la evolución en lugar del génesis de la biblia.

    El PAN nunca fue un partido de masas, casi por definición: históricamente han menospreciado a las masas. Desde su punto de vista, las masas son ignorantes y peladas, que deberían saber su lugar y dejar que ellos (la gente “correcta”) manejen las cosas; y perversamente algunos incluso ven eso como algo piadoso: vamos a proteger a los nacos ignorantes de ellos mismos. Nos están haciendo un favor, desde su punto de vista.

    También no lo mencioné arriba, pero el PRI era autoritario y represor; pero nunca fascista (consecuencia de haber surgido como el partido dominante de una Revolución popular). La dirigencia y militancia del PRI jamás hubieran aceptado una ideología fascista, siendo la evidencia más fuerte de ello que uno de los pilares de la democracia mexicana desde Plutarco Elías Calles fue que hubiera sufragio efectivo, no reelección.

    En cambio el PAN ha coqueteado con el fascismo desde sus orígenes. El fascismo, por razones culturales e históricas, nunca ha tenido pegue con las masas en México… pero como ya establecimos, el PAN nunca ha sido un partido de masas. La organización fascistoide más importante que ha existido (y existe) en México es, por supuesto, El Yunque, que ha pesar de que su existencia ha sido corroborada por gente que dejó de pertenecer al mismo y múltiples testimonios, sus miembros nunca han reconocido su existencia, jerarquía de mando o reglas de operación.

    Y todo el secretismo es porque saben que el fascismo es inaceptable para la enorme mayoría de la población en México. Gracias a Hidalgo, Morelos, Juárez, Madero, Zapata, Cárdenas (entre otros) y la naturaleza de los movimientos masivos que liderearon.

    Sin embargo, y como mencioné arriba, sí había un sector importante dentro del PAN que honestamente peleaba por la apertura democrática. El epítome de esto, desde mi punto de vista, fue cuando Manuel Maquío Clouthier marchó junto con Rosario Ibarra y Cuauhtémoc Cárdenas protestando el fraude electoral de 1988.

    Esto terminó, simbólica y efectivamente, cuando Maquío murió en un accidente automovilístico en 1989, que existen quienes cuestionan qué tan accidental fue. Dos años después, en 1991, se dio la primera “concertacesión” entre el PRI y el PAN, cuando el priista Ramón Aguirre Velázquez “ganó” las elecciones de gobernador de Guanajuato, pero se hizo un arreglo “en lo oscurito” para que fungiera como “gobernador interino” su contrincante del PAN, Carlos Medina Plascencia.

    A partir de ese momento comenzaron a “entenderse” el PRI y el PAN, para en los hechos crear (como desde entonces les dijimos los de la oposición de izquierda en México) el PRIAN: dos caras de la misma moneda neoliberal y corrupta.

    Entre otras cosas es por esto que la hija de Maquío, Tatiana Clouthier, pertenece a Morena.

    El PAN nunca ha representado a mucha gente en el país, de nuevo, porque nunca ha sido un partido de masas. Electoralmente, en su mejor momento con Fox, el PAN obtuvo el 42% de los votos, 16 millones, impulsado por un hartazgo absoluto con el dinosaurio priista y el llamado (desde mi punto de vista muy retrasado mental) al “voto útil”, cuando no había nada más inútil que votar por un modelo económico idéntico y una bola de rateros que encima de todo jamás habían mostrado el menor interés por los problemas de la población más marginada del país. Porque, repito, siempre la han visto con desprecio.

    Con Calderón el 2006, y haciendo fraude, llegaron apenas a 35.89%, 15 millones. En el 2012, con Josefina Vázquez Mota, tuvieron 26%, 12.7 millones; y en 2018, el 22.28%, 12.6 millones. ¿Ven para dónde va la tendencia? Si su porcentage sube en 2024, será únicamente porque ya el PRIAN se descaró y ahora van juntos con pegado. Y aún así es posible que baje de nuevo.

    El PAN me parece que es altamente probable que nunca desaparezca; merecen ser representados los empresarios y la gente mocha que se queja de que se hable de diversidad sexual en los libros de texto gratuitos (que están, por ley, obligados a usar para sus hijos). Pero para continuar existiendo tiene que hacer eso: representar a esta parte de la población mexicana. Porque ahorita no está haciendo eso.

    En estos momentos el PAN, muy similarmente al PRI, existe únicamente para traficar puestos plurinominales (para ni siquiera tener que hacer campaña) y defender como perros callejeros las pocas migajas de poder que no han perdido en los últimos años. No hay muestra más vergonzosa de esto, que el infame acuerdo que firmó el dirigente nacional del PAN, Marko Cortés, negociando hasta notarías públicas en la elección de gobernador en Coahuila.

    Encima de todo, este acuerdo no fue descubierto por una audaz e implacable investigación periodística por parte de nuestros medios de comunicación chayoteros; no, el acuerdo lo hizo público el mismo Marko Cortés, chillando de que Manolo Jiménez, el gobernador de Coahuila, no les estaba cumpliendo con las notarías que habían negociado en lo oscurito. Porque además de corruptos, son muy pendejos.

    El PAN, si regresa a sus principios originales, representaría a una minoría en el país; equivocada, desde mi punto de vista: pero que tiene derecho a estar equivocada y pelear políticamente de buena fé su ideología yunquista, a ver quién quiere comprársela. Pero como está en este momento, no representa a nadie distinto de su corrupta e increíblemente incompetente dirigencia, incluyendo a sus allegados.

    En lo personal, yo siempre consideraré menos pior (y definitivamente menos peligroso) al PRI en sus peores momentos, que al PAN en sus mejores; esos cabrones simpatizan o al menos toleran al ala fascista mexicana, y yo ahí sí voy a tomar la postura del Capitán Gringo: si ves un nazi, dale un puñetazo en la cara.

  • El Partido de la Revolución Democrática.

    Después del fraude electoral de 1988 Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano fundó, junto con una amalgama de ex-priistas desencantados (como lo era Cuauhtémoc mismo) con el abandono de la ideología revolucionaria original del partido, viejos comunistas, luchadores sociales, y uno que otro colado, el Partido de la Revolución Democrática; o, como lo llamábamos con cariño muchos de los que militamos ahí, el PeRDeré.

    Fue una labor titánica e increíblemente complicada, por no decir letal: cientos de militantes del nuevo partido fueron asesinados durante los primeros años de su existencia. Aún así millones militamos ahí, convencidos de que la vía democrática era la única que tenía sentido.

    Yo fui representante del PRD en casilla durante las elecciones de 1997 (que se puede discutir que ganamos) y de 2000 (que definitivamente perdimos). Estoy muy orgulloso de eso, como me parece estamos la mayoría que militamos ahí y que nos tuvimos que salir cuando la dirigencia del PRD, después de corromperse por completo, traicionó todos los principios del partido; mucho antes en múltiples casos. En el 2012, por poner un ejemplo, yo voté por Andrés Manuel; pero tachando el escudo del Partido del Trabajo, porque ya no soportaba a la dirigencia perredista.

    Tal vez el destino del PeRDeré estaba escrito desde que su estructura se formó de arriba hacia abajo; o tal vez hubiera habido la posibilidad de salvación si se hubiera derrotado al fraude electoral en 2006. Como sea, el 2 de diciembre de 2012, cuando Chucho Zambrano, como presidente del partido, firmó el infame Pacto por México junto con el PRI y el PAN, la dirigencia del PRD firmó la sentencia a muerte del partido.

    El Peje había formado Morena como movimiento político en 2011, y se había establecido como asociación civil unas semanas antes del Pacto por México, el 20 de noviembre de ese mismo año. La militancia y muchísimos de los políticos profesionales del PRD buscaron refugio ahí, lo cual se aceleró cuando se estableció como partido político oficial el 1º de agosto de 2014.

    Ni tiempo tuvieron de darse cuenta de lo que habían hecho los idiotas dirigentes que se quedaron con el cascarón podrido del PRD; y cuando todavía Andrés Manuel les ofreció una última vez, en 2017, unirse a la coalición que él lidereaba para las elecciones de 2018, los muy imbéciles prefirieron formar la alianza política más hipócrita en la historia de México, junto con el PAN.

    El PRD va a desaparecer, tan seguro como que sale el sol por el oriente: no va a alcanzar el 3% de los votos a nivel federal, ni tampoco en la mayor parte de las entidades del país; es posible que no lo alcance en ninguna entidad. Y qué bueno: es un partido que definitivamente no representa ya a nadie.

    Los partidos políticos no son equipos de futbol; uno no le “va” a un partido político: las siglas no es lo importante, lo importante es la plataforma y lo que hace la gente que esté en la organización. Mucha gente reclama la bola de ex priistas que estaban en el PRD y los que ahora están en Morena, como si haber pertenecido al PRI equivaliera a contagiarse de roña.

    Durante décadas militar en el PRI fue la única manera de poder participar en la vida política electoral, si a uno le importaba poder ayudar a la gente (porque el PAN nunca sirvió para una chingada con eso). No es “traición” dejar un partido e ir a militar otro, especialmente si justo se puede discutir que los traidores son los dirigentes del partido al que se deja, como los del PRI desde 1982 o los del PRD desde 2012 (o discutiblemente desde antes).

    Militamos en el PRD y votamos por ese partido mientras valió la pena hacerlo; y dejamos de hacerlo cuando dejó de valer la pena. No son camisetas, son ideales.

    (En afán de ser honesto, hay que admitir también que existen un buen de chapulines que evidentemente nada más están buscando su siguiente hueso; y Morena, en su afán de crear la carpa más grande posible, ha caído y sigue cayendo muchas veces en el sinsentido de abrirle espacios a personajes deleznables, como Lilly Téllez, Germán Martínez y Cuauhtémoc Blanco).

    El PRD se ha convertido sin duda alguna en un zombi, un partido muerto viviente. No representa a nadie a estas alturas, ni tampoco tiene un plan o ideología que defender. Casi toda la gente que valía la pena se pasó a Morena u otras actividades; no dudo que haya todavía algunos militantes que siguen ahí por un equivocado sentido de la lealtad, pero son un porcentaje ínfimo.

  • El partido Movimiento Ciudadano.

    Movimiento Ciudadano es tan intrascendente que me parece no vale la pena que entre en mucho detalle con el mismo; sería más interesante (y divertido) si a Samuel García no le hubiera dado miedo perder su cotito de poder y no se hubiera bajado, pero pues qué le vamos a hacer.

    Sólo diré de MC que no tiene un proyecto que a mí me resulte digno ni siquiera de mención, porque lo que desea el partido no está construido con base en propuestas concretas, sino en generar una imagen que logre atraer a un cierto tipo de ciudadanos. El video donde aparecen borrachos varios de sus dirigentes en un palco durante un partido de futbol, aunque han tratado de borrarlo de internet (buena suerte con eso), me parece que representa tanto al tipo de personas que son, como al tipo de juniors que les gustaría atraer. Un partido de influencers de YouTube e Instagram, sorprendentemente más superficiales que los que se dedican profesionalmente a eso. Fosfo fosfo.

    De cualquier manera, si los de MC se deshacen algún día de Dante Delgado (que es indiscutiblemente el dueño de la empresa que es el partido), en una de esas podrían ofrecer una opción distinta al PAN y a Morena. A mí una opción de derecha sin ligas con el fascismo me parece mucho mejor que el PAN.

    Sin embargo, para el 2024 MC sólo está tratando de conservar sus cotitos de poder en Nuevo León y Jalisco; podemos ignorarlos este ciclo electoral sin que tenga esto mucha consecuencia. Y en una de esas dejan de existir a nivel federal, porque al haber cambiado a Samuel con el increíblemente chapulinesco Jorge Álvarez Máynez (que ha militado en el PRD, el PANAL, el PRI y ahora MC, y les puedo asegurar que no cambió nunca de partido por “principios”), es posible que les vaya tan mal que no alcancen el 3%.

Entonces nuestra desesperada y triste oposición (sin tomar en cuenta a MC, porque realmente no están jugando) se encuentra debilitada y desacreditada, enfrentando al presidente probablemente más querido y popular en la historia moderna de México, con una candidata que no le llega a los talones a la sucesora del Peje en la Transformación, y sin proyecto de nación, plataforma o ideología. Peleándose como niños chiquitos por curules plurinominales y negociando como si fueran canicas judicaturas, organizaciones “independientes” y notarías públicas.

Este 2 de junio, una porcentaje significativo (y es posible que mayoritario) de los que voten por la coalición del corazón partido, lo harán realmente porque ven a la Transformación como inadmisible (en muchos casos por dogma o desinformación); no porque de verdad crean que es la mejor opción. En otras palabras, votarán por Xóchitl no porque quieran que gane; sólo esperan que la Transformación pierda.

En ese sentido, no dudo que muchos de estos votantes no les importe que la oposición no los represente realmente; sólo están aterrados de la Transformación (muchos de ellos probablemente por vivir en una burbuja informativa) y están dispuestos a aceptar a básicamente cualquier alternativa con tal de que sea alguien distinto. Sería interesante saber cuántos de ellos de verdad estarán bien informados.

Los que sinceramente creen que la oposición se preocupa por ellos (que me imagino deben existir), la verdad no sé qué pensar de ellos. Están en su derecho, sin duda alguna, ¿pero de dónde sacan esas conclusiones? ¿Qué información o datos tienen para poder creerlo?

Independientemente, en cambio la Transformación representa indudablemente a la gente que la respalda y apoya, que como queda establecido por todas las encuestas de opinión y de intención de voto, es la enorme mayoría del país. Y este respaldo y apoyo no es porque la Transformación sea perfecta y no cometa errores (al contrario, comete un chingo); pero sí porque enarbola un proyecto que pone en primer lugar a la población en general: y a los más necesitados en particular. Y esto es sencillamente mejor que cualquier alternativa actualmente disponible

Por el bien de todos, primero los pobres.

Varios de ustedes, queridos lectores, probablemente crean que me alegra el estado en que se encuentra nuestra desesperada y triste oposición, pero no me alegra en lo más mínimo: me tiene profundamente preocupado.

(Aunque debo admitir que sí me dan muchísima risa los increíblemente pendejos e ineptos errores que cometen.)

Los miembros de todos los poderes del Estado, no importa su partido o afinidades políticas (todos los jueces tienen afinidades políticas, como ha dejado patéticamente claro el poder judicial el último par de años), deben representar a sus constituyentes. Es como que el chiste de la democracia.

Esta representación no es una cuestión moral o ética (o al menos no nada más): es una necesidad pragmática para que la sociedad funcione. Si una parte de la población no es representada, entonces no tiene forma de hacerse oír y pelear por sus demandas. Y no se engañen: todas las movilizaciones que ha habido, supuestamente de la “sociedad civil”, en contra de la Transformación, han sido organizadas, encabezadas y explotadas por la oposición: no dudo que muchos (probablemente la mayoría) de los ciudadanos que han participado en ellas sinceramente creyeran que se estaban movilizando por algo apartidista, “civil”; pero en los hechos la motivación principal de los que las organizaron (las dirigencias de la oposición y sus allegados) era mantener los pocos pero significativos privilegios a los que se aferran.

La minoría de la ciudadanía que se opone a la Transformación merece ser representada de buena fé, no nada más utilizada. Si esto no ocurre, en el peor de los casos esa ciudadanía va a dejar de participar en la vida política del país, y de verdad eso es lo peor que pudiera ocurrir.

Quiero en esto dejar bien clara mi postura: es muchísimo peor (por múltiples órdenes de magnitud) que la gente que se opone a la Transformación deje de votar, a que vote por algún partido de la oposición. Pero a eso la van a orillar si los representantes por los que votan no hacen su trabajo, no los representan, como en los hechos ha ocurrido en los últimos años.

El país necesita una oposición que no esté pensando en sus privilegios, sino elaborando propuestas y plataformas por las que esté dispuesta a luchar de buena fé en el juego político, que le dé espacio y cabida a la gente que no está de acuerdo con cómo está haciendo las cosas la Transformación. Yo podré no estar de acuerdo con las posturas de todos esos ciudadanos mexicanos: pero tienen derecho a tenerlas y poder votar por una oposición sincera que pelee por ellas, no por los intereses individuales de las dirigencias partidistas (y allegados).

Esos ciudadanos mexicanos se merecen algo mucho mejor que nuestra desesperada y triste oposición.

Y los que apoyamos a la Transformación también merecemos una mejor oposición: nos hacen muy difícil tomarlos en serio, y entonces cuando por fin se quejan de algo que vale la pena quejarse, tendemos a ignorarlos porque todo el tiempo se están quejando de cosas exageradas o inventadas (literalmente como Pedro y el lobo); por muchas pendejadas que cometa la Transformación, con una oposición tan jodida no nos dan opciones para tener una alternativa que valga la pena considerar; y porque al fin y al cabo no están llevando a cabo el trabajo de una oposición: elaborar, proponer y defender políticas y plataformas que sean un contrapeso real al partido en el poder; no pretextos para tratar de recuperar sus privilegios perdidos.

Antes de acabar, quiero mencionar algo que me parece es importante: sí considero a la oposición (y les recuerdo que me refiero a las dirigencias de partidos y sus gobernadores y legisladores, no a sus militantes), como una bola de rateros y corruptos (o al menos muchos de ellos), que además nunca se han preocupado realmente por solucionar los problemas de los mexicanos, en particular los de los más pobres.

Pero aún así varios hacen al menos parte de su trabajo: varios de los gobernadores de oposición trabajaron con el Peje durante este sexenio para sacar adelante muchas obras y programas. Y el Peje a su vez ha jugado el juego político alabándolos cuando lo ha considerado necesario, siendo el caso reciente más importante que asistiera al último informe de gobierno de Alfredo del Mazo, ex gobernador del Estado de México.

Y aunque en los últimos meses los legisladores (federales) de oposición se han ensimismado en una estrategia de obstrucción para entorpecer el paso de reformas constitucionales, sí apoyaron en varias y en general participaron en los debates y negociaciones en el congreso. Estamos lejos de la situación en Gringolandia, donde es casi imposible pasar incluso leyes normales porque las matan en el senado los senadores republicanos con la maniobra de amenazar con el filibuster.

La oposición no está llamando ni abogando por la violencia; no se han tapado los ojos y los oídos negándose a participar en el juego político. A veces sube el tono de la discusión e incluso a veces se lanzan gritos; pero somos adversarios, no enemigos. Como lo dije en mi anterior entrada en la serie: nadie está llamando por la erradicación del otro bando.

Hay que reconocerle eso, a nuestra desesperada y triste oposición: soltaron la presidencia y las mayorías en el Congreso de la Unión; han soltado (en general), sin violencia y sin demasiadas quejas, las gubernaturas y congresos locales que han ido perdiendo (y que en cada elección pierden más y más). Se juega el juego político; la violencia viene del crimen organizado, no de los actores políticos (o al menos no de los actores políticos que no están involucrados con el narco), incluyendo al menos parte de nuestra desesperada y triste oposición.

Podremos no estar de acuerdo, pero estamos todos en esto juntos. Y al menos eso hay que concedérselos.

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La minoría que no aprueba

En mi anterior entrada demostré, con datos duros, por qué el Peje es el mejor presidente mexicano del siglo XXI… lo cual es medio obvio, dada la incompetencia y corrupción de las administraciones anteriores a la suya, además de que utilizaban un modelo económico que empíricamente se ha demostrado (en todo el mundo) que no funciona.

Sin embargo existe, si les creemos a las encuestas de opinión, un %25-35% de la población que no aprueba el desempeño de Andrés Manuel; esto es, por si eso de las matemáticas no se les da, una minoría que, encima de todo, al parecer disminuye en tamaño con cada día que pasa.

También es necesario mencionar que una parte significativa de ese cuarto o tercio de la población tal vez no apruebe; pero eso no necesariamente quiere decir que desapruebe: es posible (y altamente probable) que un 10% o 15% de la población le valga madre y ni apruebe ni desapruebe.

Esta minoría disminuyente, si descontamos a los que les vale madre, se puede dividir (a grosso modo), en cuatro sectores:

  • Los ultras.

    El primer sector, y desde mi punto de vista el menos importante, son los que les gustaría rebasar a la Transformación y al Peje por la izquierda: los que quisieran, por ejemplo, nacionalizar de un golpe toda la banca; y a las televisoras; y quitarle los medios de producción a la burguesía (según la definición marxista).

    Obviamente simpatizo con ellos y me generan una cierta ternura; pero alguien debe explicarles que la política es el arte de lo posible (“Die Politik ist die Lehre vom Möglichen”). No porque una política sea justa o buena, quiere decir que la podemos implementar de inmediato o a mediano plazo: en una democracia hay que convencer a la mayoría. Y si algo ha demostrado el Peje durante este sexenio, es que se pueden atraer más moscas con miel que con mierda: a los burgueses de este país les ha ido mejor este sexenio que en otros (exceptuando un puñado que perdió muchísimos privilegios).

    ¿Por qué digo que este sector es el menos importante? Porque este tipo de personas jamás van a votar por el PRIANRD, ni tampoco por MC. Si votan y son consecuentes, lo harán por Morena o sus aliados; y en el peor de los casos no votarán, pero numéricamente son tan pocos que no es algo terriblemente importante para el resultado final de las elecciones. Sigue siendo una tragedia que no voten; pero no porque pudieran afectar el resultado de la votación: no pueden.

    Como sea, este sector es justo y necesario que exista: alguien (quien sea) siempre debe luchar por lo imposible, si queremos que algún día se haga posible.

  • La oligarquía.

    El segundo sector son la gente que vio directamente afectados sus intereses por las políticas del lopezobradorismo; y me refiero a los grandes intereses, no cosas relativamente pequeñas como bonos, estímulos o seguros de gastos médicos mayores para hospitales privados. Hablo de los grandes empresarios que no pagaban impuestos o estaban coludidos en negocios con políticos gobernantes; esos mismos políticos gobernantes que hacían negocio con sus cargos y con los grandes empresarios antes mencionados; de los pseudoperiodistas chayoteros que ya no les pagan pon echarle flores a ciertos gobernantes, o hacerse de la vista gorda de sus crímenes o abusos, como los negocios infames entre los antes mencionados grandes empresarios y políticos gobernantes.

    Este sector es muy poderoso (principalmente en lo económico y mediático) y están encabronadísimos porque el sexenio de AMLO detuvo o al menos disminuyó lo que era esa corrupción normalizada en el sistema político mexicano. Son los más interesados en recuperar esos privilegios que rayaban en lo ilegal (si no es que descaradamente lo eran). También, gracias a Marx, son muy poquitos: todos en este sector son literalmente ricos y famosos, y una de las grandes ventajas de la democracia, es que el voto de Salinas Pliego vale lo mismo que el voto de cualquiera de los trabajadores que barren los edificios de alguna de sus empresas.

  • Los dogmáticos.

    El tercer sector son aquellos que creen, básicamente como dogma religioso, que las políticas de este sexenio no funcionan porque no pueden funcionar. Regresando al ejemplo del salario mínimo de mi entrada anterior en esta serie, ellos toman casi como artículo de fé que la intervención del estado en la economía está destinado al fracaso, entonces mucho de lo que ha hecho el Peje en el sexenio está destinado al fracaso, no importa cuánta evidencia empírica se presente de que sí está funcionando. Y hago notar de nuevo que el compañero Presidente ha negociado exitosamente con empresarios y la iniciativa privada en general para echar a andar múltiples programas; no todo ha sido inversión pública, aunque sí ha habido también mucho de ella.

    Este sector es más numeroso que el anterior, pero me parece que no son tantos: empíricamente ha quedado demostrado en todo el mundo que el neoliberalismo no funciona y la gente que lo sigue defendiendo a muerte son intelectualmente equivalentes a la gente que todavía defiende el socialismo estilo de la Unión Soviética. Además de que no funciona, el neoliberalismo tiende a sacar lo peor del sistema capitalista y generar abusos contra los sectores más pobres que rayan (si no es que caen) en lo criminal.

  • La búrbuja.

    El último sector son gente que, con todo respeto, me parece que un porcentaje significativo sencillamente están mal informados. Como el segundo sector que mencionaba incluye a la gran mayoría de los dueños de los medios de comunicación corporativos, los mismos se han pasado todo el sexenio echando lodo a la administración, en algunas ocasiones de manera justa; pero en la gran mayoría de manera terriblemente injusta. Como muestran las encuestas de opinión, esta guerra sucia no está funcionando en general; pero siempre hay un porcentaje de la población en la que funcionará: y yo estoy seguro que esa gente es la mayoría de los que componen este sector.

    Este sector son gente común y corriente; no son grandes empresarios ni políticos. Son pequeños y medianos comerciantes, profesionistas, profesores de todos los niveles, amas de casa como las que desprecia Guadalupe Loaeza. Pero si estos ciudadanos escuchan nada más a los medios de comunicación que hablan pestes del Presidente y su administración, y se rodean nada más de gente que también nada más habla pestes del Presidente y su administración, pues medio se puede entender que crean que el Presidente y su administración apestan.

El primer sector (los ultras) como menciono arriba me generan simpatía, pero no hay mucho que yo les pueda decir: viven, como muchos en ese grupo lo hacen desde la década de los sesentas del siglo pasado, esperando una gloriosa revolución que probablemente nunca va a llegar. Vayan en paz y coincidamos en que no vamos a coincidir.

El segundo sector (la oligarquía) tiene toda la razón del mundo para odiar al Peje: les arruinó sus negocios millonarios, muchos de los cuales eran ilegales. No hay nada que yo tampoco pueda decirles además de que estoy seguro ningún miembro de este sector leerá mi blog: púdranse si cometieron crímenes y espero que se les estén cobrando los justos impuestos que determina la ley.

Discutir con el tercer sector (los dogmáticos) es como discutir la existencia de dios con alguien creyente; es un sinsentido. Tienen sus dogmas que los confortan, y si la cruda realidad no los despierta de sus sueños neoliberales, tampoco nada de lo que yo pudiera decir lo hará. Sigan en su sueño donde la mano invisible del mercado soluciona todos los problemas del mundo.

En mis cuentas hechas en la parte de atrás de una servilleta de Sanborn’s, estos tres sectores no creo que lleguen al 5% de la población, y probablemente esté siendo generoso con ellos. Los que me interesan son los ciudadanos del cuarto sector, que es la mayoría de la población que no aprueba la Pejeadministración, y en particular aquellos que (desde mi punto de vista) simplemente están mal informados. Para ellos es esta entrada, aún si ninguno de ellos me lee.

Yo crecí, queridos lectores, en un hogar donde mis padres eran miembros del Partido Comunista. Desde muy joven me di cuenta de lo peligroso que es el dogmatismo y la visión de túnel política; porque aunque mis padres siempre fueron muy críticos incluso de los personajes políticos que apoyaban, mucha gente que de repente caía a mi casa no compartía este pensamiento crítico.

Recuerdo, a mis no tan tiernos 17 años, en 1994, un volante donde se insinuaba que Salinas había mandado a asesinar a Colosio; uno de los “argumentos” que daban era: “¿sabe usted de algún chiste que no sugiera que Salinas mató a Colosio?” A esa edad tan cerca de la adultez pero sin haber llegado a ella, me resultó obvio que era un argumento muy imbécil para explicar por qué podía atribuírsele el magnicidio a Salinas.

Me aterra, desde hace treinta años que me movilicé por primera vez, que me esté equivocando en mi ideología y mis preferencias políticas. Siempre estoy, de una u otra manera, cuestionando si tenemos o no razón en las movilizaciones en las que he participado; por eso siempre he tratado de mantener un oído u ojo abierto a las posiciones que difieren de las mías.

Mis padres estaban en contra de las cuotas en la UNAM; pero estaban terriblemente preocupados de que la huelga estuviera durando tanto tiempo (como el resto del país) y eran de los que querían que se levantara incluso antes de que se derogaran; yo no estaba (entonces y ahora) de acuerdo con eso. Mi directora de tesis de la licenciatura estaba completamente en contra de la huelga (y del Peje y la izquierda mexicana en general); pero siempre nos respetamos, nos quisimos y pudimos trabajar juntos independientemente de nuestras posturas políticas encontradas. Tengo un par de amigos, de los más cercanos y que más quiero, que múltiples veces se han movilizado en cosas completamente en contra de las que yo apoyo. Venga, tuve una novia panista alrededor de las elecciones del 2006, cuando los panistas se robaron las elecciones presidenciales.

Y en la misma huelga tenía yo que estarme peleando con muchos compañeros, porque yo votaba por el PRD en ese entonces (el PRD valía la pena en ese entonces) y creía (como siempre he creído; como siempre creeré) en la vía pacífica y electoral para cambiar las cosas en el país.

Esto que cuento no es para alardear de lo “diversa” que es la esfera de opiniones que oigo; es sólo tratar de explicar que, por más fallas que pueda yo tener como persona, de verdad intento (por definición no puedo saber qué tanto éxito tengo) de estar escuchando a las opiniones que difieren de las mías y sopesar sus méritos aunque contradigan muchas cosas que yo sostengo como verdaderas. Es bien pinche difícil estar cuestionando todo el tiempo si las cosas por las que he estado luchando desde que era adolescente sí son las correctas. Sería mucho más fácil tomarlo como dogma y no preocuparme; pero sí me preocupo, porque realmente quiero que mis estudiantes puedan vivir en un mejor país del que a mí me tocó cuando tenía su edad.

En el contexto de esta entrada, yo oigo a López Dóriga y Ciro Gómez Leyva; a Eduardo Ruiz-Healy y Denise Maerker. Trato de escuchar a muchos de los que han sido señalados (con casi toda certeza de manera justificada) como parte de los chayoteros que mencionaba arriba; porque hay que escuchar las críticas para poder analizar si son justas o no. También oigo a los que apoyan al Peje, descaradamente como son los de Sin Censura (que no me caen tan bien porque [y esto es decir mucho de mi parte] me parecen muy vulgares); o los de Sin Embargo que sí me caen muy bien; o medios que son sin duda alguna de izquierda pero (ocasionalmente) ferozmente críticos del Peje, a grados que me parecen a veces excesivos, como Julio Astillero.

(En un afán de ser transparente, debo admitir que me niego a ver o escuchar a Carlos Loret de Mola: me parece que ha quedado demostrado más allá de toda duda de que, en el mejor de los casos es un pseudoperiodista tan incompetente que no sabía distinguir cuándo algo era un montaje; y en el peor es uno de los individuos comprados por Genaro García Luna).

Todo medio de información tiene un sesgo; yo en principio desconfío de un medio que no admita al menos que sí tiene sesgo. Me parece que hay que tratar de escuchar o leer al menos un par de medios que su sesgo contradiga al nuestro, y sí quiero enfatizar en que deben de ser medios; no posts en redes sociales: las redes sociales son una mierda y no sirven en lo más mínimo para informarse ni mucho menos para tener discusiones inteligentes. Los medios chayoteros son mucho mejor que casi cualquier grupo en Facebook o subreddit en Reddit; la cantidad de desinformación y manipulación de las redes sociales es apabullante. En particular, por favor no utilicen como principal medio de análisis político el triste blog de un profesor universitario de Ciencias de la Computación; con todo respeto, sería muy estúpido si hicieran eso.

Si ustedes son de los que no aprueban de la administración del Peje, queridos lectores; y en particular si son de los que están muy enojados contra sus políticas, ¿están escuchando a la otra parte? ¿Están cuestionando si sus posturas podrían estar equivocadas? ¿Pueden al menos entretener la idea de que tal enojo podría ser resultado de manipulación por parte de ciertos medios/redes sociales?

Yo les puedo decir (allá ustedes si me quieren creer o no) que yo sí trato de escuchar al otro lado, a las posturas encontradas. Y lo que he oído no sólo no me convence; es (desde mi muy personal punto de vista) medio patético, la verdad; porque como justamente lo que quiere el segundo sector de arriba, es recuperar sus privilegios, entonces en general sólo critican incesamente, incluso cuando no es meritorio; o incluso bajo información falsa (no, la gasolina no amaneció a 30 pesos el litro este primero de enero). Si estos medios comienzan a admitir las cosas que están bien, entonces se cae el castillo de naipes; por lo tanto, todo tiene que estar mal todo el tiempo.

O casi todo mal casi todo el tiempo: debo ser justo y mencionar que en México aún no hemos llegado al nivel de toxicidad de Estados Unidos. Mientras que en Fox “News” es básicamente imposible que admitan algo bueno que hagan los demócratas o que critiquen a Donald Trump, aquí en México, a pesar del lodazal que en general lanzan los medios corporativos a la Pejeadministración, de vez en cuando admiten algunos avances: Ruiz-Healy de repente admite que la economía va bien; López-Dóriga de repente reconoce que el Peje sí termina obras que otras administraciones abandonaron; Ciro Gómez Leyva tiene a Epigmenio Ibarra todos los miércoles en su programa… luego es medio güey, el Epigmenio, pero se agradece el espacio.

De cualquier manera, en general para los medios corporativos casi todo tiene que estar mal casi todo el tiempo; y ustedes, queridos lectores, como ciudadanos deben estar enojados; muy enojados, para que quieran correr a patadas a este gobierno incompetente y autoritario y antidemocrático y comunista y neoliberal y lo que se les ocurra llamarlo en la transmisión en turno, para que sea repetido por bots en las redes sociales y se llenen las publicaciones de comentarios enfurecidos que no contribuyen en nada a una discusión inteligente pero que podrían dar la apariencia de que hay mucha oposición a esta administración aunque todas las encuestas de opinión nos digan que es una minoría que además va en decremento.

Es la técnica de los republicanos en Estados Unidos: hacer enojar a la población (o al menos un sector significativo de la misma) para distraerlos de las cosas que realmente importan. No, el problema no es que el salario mínimo esté estancado en gringolandia desde hace quince años; es que los inmigrantes ilegales se están robando los trabajos. No, el problema no es el racismo sistémico, es que las escuelas públicas quieren “enseñarles” a ser homosexuales a los niños de primaria. No, el problema no es que Citizens United haya permitido la entrada de dinero negro a las elecciones gringas, es que “hombres disfrazados de mujeres” quieren entrar a los baños de las damas para abusar de ellas.

Es lo mismo aquí: no, el problema no es que ciertos grupos junto con las autoridades hicieran negocios millonarios con los medicamentos; es que este gobierno no consigue medicinas para los hospitales. No, el problema no es que ciertos grupos junto con las autoridades hicieran negocios millonarios con los libros de texto gratuito; es que los nuevos libros indoctrinan con comunismo. No, el problema no es que el poder judicial tenga una partida de 253 millones de pesos para vesturio y 56 millones de pesos para renta de casas; es que el ejecutivo quiere golpetear a otro poder autónomo para poder ser más autoritario. No, el problema no es que ante la marejada democrática que por fin ha permitido a la población en general del país tomar control del ejecutivo y legislativo, tanto a nivel federal como la mayor parte de los locales, la oligarquía se haya entramado en el poder judicial para bloquear las reformas que evidentemente apoya la mayoría del país; es que tenemos un presidente narco.

De nuevo, las encuestas de opinión nos dicen que esta campaña que ha durado todo el sexenio (y que se recrudecerá conforme se acerquen las elecciones) no está funcionando… excepto por una minoría de la población. ¿Son parte ustedes de esta minoría, queridos lectores? ¿Se han detenido a pensar si acaso es posible que estén equivocados? Sólo como ejercicio mental, ¿están dispuestos a intentar escuchar al otro lado? ¿De verdad escuchar?

No dejen de escuchar a los medios chayoteros; al contrario, asegúrense de seguirlos escuchando, por favor. Pero también escuchen a los que a su vez los critican; si no, están viviendo en una burbuja que, si todo continúa como van las cosas en este momento, va a tronar como ejote el dos de junio.

¿Es mi intención convencer a algunos de ese cuarto sector a que voten por la Transformación el próximo 2 de junio? Por supuesto que no; desde hace muchos años entendí que no importa qué bien o mal escriba, o qué datos presente o deje de presentar, en general no le voy a hacer cambiar la forma de pensar a absolutamente nadie. Pero sí necesitamos todos salir de nuestras burbujas informativas.

Además, si me permiten ser sincero, queridos lectores, no necesitamos los votos de ese cuarto sector: ganamos sin ellos, fácilmente (aunque faltan cuatro meses para las elecciones; y esos son muchos meses para que ocurra una desgracia). Y para el plan C, además de que hay muchas opciones incluso si no conseguimos las dos terceras partes legislativas directamente, es mucho más sencillo convencer a más gente que vote por primera vez a tratar de convencer a los que no aprueban: en el 2018 votaron por primera vez 11 millones de mexicanos. Ese porcentaje de ciudadanos que ni aprueba ni desaprueba es muy probable que contenga un montón de paisanos que nunca han votado (justo porque como que les vale madre, realmente); si este dos de junio aumentamos el número de votantes la mitad de la última vez, unos 5 millones, creo que fácilmente conseguiríamos esas dos terceras partes. Vamos a ver.

Como sea: no todos los miembros del cuarto sector están mal informados; algunos (no sé cuántos) de manera honesta, sin caer en dogmatismo, sencillamente no están de acuerdo con las políticas de la Transformación. Estos ciudadanos mexicanos, junto con los dogmáticos del tercer sector, están equivocados, si hacemos caso a las toneladas de evidencia empírica que existen; pero tienen derecho de estar equivocados. Tienen todo el derecho del mundo de proselitizar su ideología y tratar de convencernos de que los programas del Peje no pueden funcionar aunque al parecer sí estén funcionando; tienen derecho a organizarse políticamente y perseguir los espacios políticos que puedan ganar; y a través de ellos tienen todo el derecho de hacer un contrapeso a las políticas de Estado de la Transformación y tratar de detenerlas o retrasarlas.

Pero siguen siendo minoría y por lo tanto no tenemos (nosotros como sociedad y la Transformación como la que cuenta con la legitimidad, autoridad y fuerza del Estado) por qué hacerles caso.

Si se juega el juego político, tienen derecho a ciertas concesiones y definitivamente siempre a ser escuchados; pero evidentemente no se van a hacer las cosas como ellos quieren, porque son minoría. No importa que algunos, como los dogmáticos, estén 100% convencidos (como los fanáticos religiosos) que tienen la razón de su lado.

Tienen que aceptar este hecho, si hay una participación política de buena fé por parte de ellos; si no quieren que ciertas políticas se implementen, deben convencer a un porcentaje significativo de la sociedad para que voten por los candidatos que los representen o para movilizarse con fortaleza y de manera continua si quieren que se les escuche. Una marcha no basta; nosotros marchamos durante décadas (generalmente con cientos de miles), llenando el Zócalo docenas de veces, antes de que pudiéramos convencer a suficientes paisanos de que éramos la mejor opción.

Si quieren que las cosas se hagan como ustedes quieren, tienen que convencer a una mayoría del país. Y si no lo logran, no se harán las cosas como ustedes quieren, obviamente. Así de simple.

Relacionado a todo lo anterior, hay dos cosas que mucha gente dice con las que yo no estoy de acuerdo: una, que la discusión política está muy “polarizada”; y dos, que el país está muy “dividido”.

De la polarización: nadie (y de verdad, jamás lo he visto u oído) está abogando por la destrucción absoluta de los adversarios políticos (a lo más la derecha hace comentarios clasistas y racistas, como que hay que obligar a miembros de Morena a vivir en Iztapalapa), y ninguno de los bandos está ensimismado en que el bando propio es 100% correcto y el opuesto está 100% equivocado: como mencioné los medios chayoteros admiten cosas buenas del sexenio del compañero Presidente; y obviamente también mencionan aunque sea parte de las pendejadas de la oposición (entre otras razones porque cometen muchísimas pendejadas). De la misma manera, los medios izquierdistas que mencioné reconocen cuando los adversarios de la Transformación tienen un punto y no se tientan el corazón en mencionar cuándo piensan que la administración la está cagando.

Me da la impresión de que la gente que dice que la política está muy polarizada, tiene esta noción porque cometen el error de usar redes sociales; yo por supuesto no hago eso, porque (repito una vez más) estoy convencido de que son una mierda absoluta. Pero además, ¿les consta que las señales de esta “polarización” las dan seres humanos de carne y hueso? Porque me parece que está demostrado que la enorme mayoría de engagements en redes sociales son bots alegremente mentándose la madre entre ellos, en ocasiones sin que ni siquiera una persona de verdad vea dichas discusiones.

Además hay que entender que si uno da una postura política y alguien más nos responde: “no, eso no es correcto; estás equivocado”, eso no es polarización: eso es que pensamos distinto. Es perfectamente normal y de hecho sano y bueno en una democracia. No tenemos que pensar igual; y de hecho me consta que entre la mayoría que apoyamos a la administración de Andrés Manuel, muchísimos diferimos en muchísimas posturas. Pasa lo mismo con la minoría que no aprueban a la Pejeadministración. Eso está bien; qué bueno que así ocurra.

De la “división”: el país no está dividido; al contrario, está más unido que nunca en apoyo de un proyecto de nación. El consenso es tan grande que es de verdad abrumador ver cómo los que apoyamos la Transformación superamos 2 a 1 a los que no, si no es que de hecho por más. Porque además, les recuerdo, los que no aprueban no quiere decir que desaprueben; hay un montón que no aprueba que con casi toda certeza de hecho les vale madre.

Los que de hecho desaprueban son una minoría que además va disminuyendo; el resto (o la gran mayoría del resto) estamos en general bastante contentos y vemos con optimismo el estado actual del país y el rumbo en el que está encaminado. Reconocemos y estamos conscientes de los errores, limitaciones y pendejadas que ha cometido la Transformación; pero (en general) no nos queda duda que es mucho mejor que las administraciones anteriores y que los programas sociales y modelo económico funcionan. Lo vemos con nuestros propios ojitos, al abrir las puertas de la calle y ver los hospitales; las carreteras y autopistas; los trenes y aeropuertos. Lo vemos al llenar el tanque de gasolina, al comprar la canasta básica, al pedir cosas en Amazon con un dólar históricamente bajo.

Y la enorme mayoría de los que apoyamos la Transformación, nos orgullece y alegra ver a un Presidente que habla del legado histórico del pueblo mexicano; de las bondades de la cultura nacional; de cómo ser mexicanos es algo de lo que nos podemos sentir orgullosos. Si ustedes no están de acuerdo o les parece que esas son cosas superficiales o irrelevantes (o peor aún, que es “peligroso” pensar así), de verdad no sé qué decirles: tomen de nuevo sus clases de civismo en la secundaria, o algo. Lo que sí sé es que, si una parte no trivial de sus años formativos transcurrieron en México, y no les importa o les da vergüenza ser mexicanos, nada más se están poniendo el pie ustedes mismos, porque su cultura es la mexicana les guste o no, y forman parte de este pueblo, nos guste o no a nostros.

No hay división; hay una gran fiesta nacional, y todos los mexicanos están invitados. No es obligatorio que asistan, pero si no lo hacen se están perdiendo un gran huateque.

Para terminar, debo enfatizar que en esta entrada no hablé de lo que yo denomino nuestra desesperada y triste oposición. Algunos de los miembros de los cuatro sectores que mencioné forman parte de ella, pero para , nuestra desesperada y triste oposición consiste de la oposición formal: los partidos políticos de oposición, en particular sus dirigentes, (algunos) gobernadores, legisladores y candidatos; no realmente a sus militantes.

Hago la distinción, porque una de las cosas que hace todavía más trágico (y enfuriante) el estado de nuestra desesperada y triste oposición, es que la misma no representa a casi nadie de la ciudadanía. Representan a un sector oligárquico diminuto y a una bola de burócratas partidistas que mayormente están traficando fueros legislativos para tratar de, literalmente en muchos casos, evitar terminar en la cárcel.

Pero de nuestra desesperada y triste oposición escribiré en otra entrada.

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El mejor presidente del siglo XXI

Andrés Manuel López Obrador es el mejor presidente que ha tenido México en el siglo XXI.

Esta aserción debería ser lo menos polémico del mundo mundial; no estoy ni siquiera diciendo que AMLO fue buen presidente (todavía), no es una afirmación absoluta. Es una afirmación relativa; expandiendo lo que digo en ese primer enunciado de esta entrada: el Peje ha sido mejor presidente de lo que Fox, Calderón y Peña Nieto fueron.

De nuevo, eso no debería discutirlo nadie: Fox fue (y sigue siendo, si no es que de hecho ha empeorado) un casi certificado retrasado mental, al menos en política, pero discutiblemente en todos los aspectos de su vida y que aceleró las malas políticas de los gobiernos iniciales del neoliberalismo priista, con el agravante de debilitar la separación iglesia/Estado y pisotear nuestra soberanía. Calderón, además de robarse una elección, es básicamente un criminal directamente responsable de la muerte de decenas de miles de mexicanos, además de cómplice (en el mejor de los casos) si no es que jefe (o subordinado, si le creemos a Nicolas Sarkozy) y defensor (en el peor de los casos) de uno de los peores criminales que ha tenido México, Genaro García Luna; no (necesariamente) por los crímenes que cometió, sino porque los cometió siendo el principal policía del país. Y Peña Nieto dirigió probablemente a una de las administraciones más corruptas que ha tenido el país, ya en la absoluta podredumbre del sistema prianista que se estaba consumiendo a sí mismo como un cáncer.

De nuevo: decir que el Peje es el mejor presidente de México en el siglo XXI no sólo no debería ser polémico; es una afirmación que raya en lo aburrido. La competencia que tiene es de tercer o cuarto nivel, cuando él mismo es el segundo líder de una nación con índice de popularidad más alto en todo el mundo mundial. No hay competencia, realmente.

(No se preocupen: más adelante voy a argumentar no sólo porqué el Peje es mejor presidente que sus antecesores, sino también porqué de hecho es un buen presidente desde un punto de vista absoluto y objetivo, pero quiero enmarcar la discusión primero dando como hecho el hecho [je] de que el compañero Presidente es el mejor ídem de este siglo).

Como les digo, queridos lectores, desde mi punto de vista ni siquiera tiene mucho sentido discutir el que Andrés Manuel López Obrador es el mejor presidente que ha tenido México en el siglo XXI; pero lo vamos a hacer. Antes de hacerlo, empero, tenemos que definir ciertas reglas básicas: no vamos a caer en el sinsentido en el que se encuentran los gringos desde hace décadas, donde es imposible que tengan una discusión fructífera porque la derecha en general y un partido político en particular (el republicano) sencillamente vive en un mundo de cuento de hadas donde la realidad no existe: donde no hay racismo sistémico en EEUU; ni cambio climático por culpa de los seres humanos; las armas de fuego no son la razón por las que muere más gente por armas de fuego; y un feto inviable tiene más derecho a vivir que su madre. En casos extremos, las vacunas son venenosas o inyectan microchips para controlarlos vía remota usando 5G; y el planeta Tierra resulta que es plano.

(La “izquierda” gringa y los demócratas también salen de vez en cuando con mamadas; pero no hay punto de comparación con cómo está desconectada de la realidad la derecha gringa.)

Así que, para evitar perder mi tiempo (no me interesa discutir con gente pendeja), sí quiero dejar bien claro que, al menos yo aquí en mi blog, voy a tomar como piso argumentativo el siguiente párrafo: voy a suponerlo como punto de partida de la discusión; y aunque sí argumentaré un poco por qué lo hago, no voy a discutirlo realmente con nadie. Y dice:

Los datos y cifras de instituciones como el INEGI y el Banco de México son verdaderos.

Eso es todo. Si les interesa discutir conmigo de política en ésta y las siguientes entradas que tengo planeadas para este año, tenemos que estar de acuerdo en que los datos del INEGI, el Banco de México y otras instituciones similares son correctas; por supuesto entendiendo que ninguna fuente de información en el mundo es perfecta todo el tiempo: habrá siempre un margen de error y espacio para interpretar las cifras.

En otras palabras, si el INEGI dice que la tasa de desocupación en México es de 2.8% (datos de noviembre de 2023; la siguiente actualización es a finales de enero), este porcentaje tiene un margen de error, aunque el tamaño de las muestras del INEGI y sus metodologías hacen que dicho error, si existe, sea increíblemente pequeño.

Que es, por cierto, una de las razones de por qué doy como verdaderos esos datos sin que por ello esté cayendo en dogma: el documento que ligo (Métodos y procedimientos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, ENOE) tiene una última edición de 2023; pero la primera es del 2007. La enorme mayoría de las personas que trabajan en el INEGI, el Banco de México y similares, lo vienen haciendo desde mucho antes de que empezara la Transformación: se llama Servicio Profesional de Carrera y viene funcionando desde hace décadas.

Otra razón son los medios de comunicación corporativos, que espero no sea motivo de discusión que la gran mayoría están en contra de la Transformación; a distintos grados y muchas veces porque los dueños de los mismos (todos son, por definición, privados) les ordenan que así sean. En ese video, al final, pueden oírlo de la misma voz de Ricardo Salinas Pliego; pero no es muy difícil deducir que pasa lo mismo en todos los demás, no sólo TV Azteca.

Como sea: ¿han oído a los medios de comunicación corporativos decir que las cifras del INEGI o del Banco de México están mal? ¿Sugerir que están fabricados los datos? No, por supuesto que no: porque básicamente son las mismas instituciones que existían antes de la llegada del Peje a la silla del águila. Que es de las cosas que agradezco de la vida política en México: por más lodo que muchos medios le lancen al Peje y a la Transformación, estamos lejos del cinismo de medios como son Fox “News” en Estados Unidos.

Si cualquiera de ustedes, queridos lectores, acepta a las cifras del INEGI y similares como ciertas, podemos discutir lo que quieran. Si no, entonces tienen que presentar evidencia de dónde están mal los datos; y dicha evidencia no puede ser lo que sienten en sus corazoncitos o que conocen un caso particular que según sus piensos contradice las cifras oficiales: justamente el chiste de la chamba que hacen instituciones como el INEGI es que son una visión general del estado del país. Por supuesto que habrá casos particulares donde una política o programa falle; de hecho, habrá un chingo, pero lo importante es ver cómo están funcionando en general. Y si de plano niegan los resultados que el INEGI y compañía publican nada más porque no les gustan, púdranse: yo no voy a perder mi tiempo discutiendo con gente delirante que está viviendo en un mundo de cuentos de hadas.

Con ese piso parejo entonces establecido yo afirmo, de nuevo, que Andrés Manuel López Obrador es el mejor presidente que ha tenido México en el siglo XXI. Y tenemos las cifras para justificar dicha afirmación:

  • Pobreza

    En el sexenio del Peje, más de cinco millones de mexicanos salieron de la pobreza.

    ¿Eso significa que ya no hay pobres en México? No; yo no estoy diciendo eso. Nadie (sensato) está diciendo eso.

    Sólo estamos diciendo lo que el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social reporta: más de cinco millones de mexicanos salieron de la pobreza. Siguen habiendo un chingo de pobres; y siguen habiendo demasiados mexicanos en pobreza extrema: ese mismo reporte menciona que más de 400,000 personas entraron a situación de pobreza extrema.

    Pero que tantos mexicanos salieran de la pobreza en un sexenio es, para motivos prácticos, algo que no ocurría en décadas, y ciertamente no en este siglo antes del Peje.

  • Desempleo

    Como mencionaba arriba, la tasa de desempleo (técnicamente desocupación) está en un mínimo histórico. Para motivos prácticos, si alguien quiere trabajar en México entonces puede encontrar trabajo; es lo que se conoce como full employment: y además en México estamos así sin una inflación por los cielos.

    ¿Quiere esto decir que la situación laboral en México es perfecta? No; yo no estoy diciendo eso. Nadie (sensato) está diciendo eso.

    Sólo es un hecho que hay muchos menos desempleados que los que históricamente hubo durante el siglo antes de este sexenio. De todas formas hay mucho por hacer; no todos los trabajadores reciben el salario que debieran y además hay gente calificada que encuentra trabajo, pero no necesariamente en lo que le gustaría aunque tenga las habilidades para realizarlo.

    Pero que haya tan poca desocupación es algo que estrenó el sexenio de Andrés Manuel este siglo.

  • Salarios

    En este sexenio, los salarios mínimos aumentaron como nunca en este siglo.

    ¿Eso significa que todos los salarios son justos en México? No; yo no estoy diciendo eso. Nadie (sensato) está diciendo eso.

    Sólo es el primer gobierno en décadas (ciertamente en el siglo XXI) que consigue aumentar los salarios mínimos en los porcentajes que hemos visto, pero además (que muchos analistas convenientemente “olvidan” mencionar) estos aumentos se consiguieron con el apoyo del sector empresarial.

    Los patrones estuvieron de acuerdo con el cambio; y esa es la labor política que justamente sólo puede hacer una figura como el presidente constitucional de la República: ese es el tipo de trabajo que AMLO (más pragmático que ideológico) siempre se ha distinguido en hacer.

  • Desigualdad

    En este sexenio, por primera vez este siglo, la desigualdad en ingresos del país disminuyó. Exactamente cuánto disminuyó está abierto a interpretaciones y es de hecho una pregunta terriblemente difícil de responder; pero de que disminuyó la desigualdad no hay duda.

    ¿Esto quiere decir que ya no hay desigualdad en México? No; yo no estoy diciendo eso. Nadie (sensato) está diciendo eso.

    Sólo disminuyó la desigualdad; que cuadra con el resto los datos que he estado poniendo: si por fin les subieron el sueldo a la población más pobre del país, obviamente habrá más que saldrán de la pobreza y disminuirá la desigualdad.

  • Tipo de cambio

    En 2023, el peso mexicano tuvo la mayor apreciación anual en registro desde que se tiene régimen cambiario de libre flotación.

    ¿Esto significa que el peso es una moneda más fuerte que el dólar? No; yo no estoy diciendo eso. Nadie (sensato) está diciendo eso.

    Sólo es un hecho (vayan al banco o compren algo importado en Amazon) que el tipo de cambio favoreció este año al peso mexicano, básicamente como no se veía en todo este siglo. Espero que no le hayan hecho caso a los que auguraban el desplome de nuestra moneda y hayan comprado dólares en 2018.

    No me voy a meter al análisis de por qué chingados pasó eso, pero por supuesto tiene que ver con la fortaleza de la economía mexicana y la confianza de los mercados. Que nos lleva a:

  • Estabilidad económica

    La economía mexicana se ubicó, según el Fondo Monetario Internacional, como la economía número 12 en el mundo, por encima de Australia, España y Samsung/Corea del Sur. El Fondo Monetario Internacional, esa institución que todo mundo sabe está formada por radicales izquierdistas. Eso último es sarcasmo, por si era necesario aclararlo.

    ¿Quiere decir esto que la economía mexicana está en perfecta condición? No; yo no estoy diciendo eso. Nadie (sensato) está diciendo eso.

    Sólo es estable y relativamente sana. Que es (¡sorpresa!) lo que ocurre cuando los ricos y las empresas se les cobran sus impuestos sin excepciones; se instaura una austeridad republicana como política de Estado; la mayor parte de los gobernantes en el país no se roban el presupuesto; y los mismos se reinvierten en obras públicas y programas sociales.

  • Inseguridad

    Según las cifras oficiales, la inseguridad ha bajado más que en los sexenios anteriores; principalmente porque, para motivos prácticos, es el primer sexenio en décadas donde baja la inseguridad en lugar de subir.

    De todas las cifras que he publicado, éstas probablemente sean las que más se cuestionarán, con justa razón: un montón de crímenes en México ni siquiera son reportados. Sin embargo, en cosas como asesinatos y robo de automóviles en los hechos la cifra negra (los delitos de ese estilo no reportados) es casi inexistente. En el caso de asesinatos porque deshacerse de un cuerpo no es tan sencillo como Breaking Bad pudiera hacerlo parecer; y en el caso de automóviles porque suelen estar asegurados y a la víctima le interesa cobrar el seguro.

    Pero además, la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE) del INEGI concuerda con las cifras oficiales. Dicha encuesta mide, entre otras cosas, la percepción de la inseguridad. Si Fulano o Zutano no sufren de ningún crimen, pero escuchan de muchos de sus conocidos que sí sufrieron de algún crimen, entonces su percepción de la inseguridad aumentará, aunque no les afecte directamente. En cambio, si a mí y mi familia, y mis conocidos y los conocidos de mis conocidos no nos afecta la inseguridad, entonces mi percepción de la inseguridad disminuirá. Si se hace un ejercicio de encuesta enorme (como la ENVIPE) y resulta que la percepción de inseguridad va a la baja, y esto a su vez concuerda con las cifras oficiales, pues entonces muy probablemente sí haya disminuido la inseguridad.

    ¿Quiere decir esto que el problema de inseguridad en México está resuelto? No; yo no estoy diciendo eso. Nadie (sensato) está diciendo eso.

    No sólo eso: el tema de la inseguridad es sin duda alguna en el que más nos ha quedado a deber el Peje y su administración. Sí, la inseguridad ha bajado, pero no lo suficiente y además definitivamente no a la velocidad que debería. Yo sí creo que la única solución al problema de inseguridad es justamente subsanar las causas de la misma, que no es otra sino la desigualdad socioeconómica (que combatirla ha sido el énfasis del Pejesexenio); pero se puede (y debe) hacer más, y en eso el gobierno de Andrés Manuel nos quedó a deber.

    De cualquier forma, es mejor que lo ocurrió en los otros sexenios de este siglo.

Yo esperaría (aunque lamentablemente sé que de hecho no es así) que todos estuviéramos de acuerdo en que los datos duros que acabo de mencionar son todos objetivamente buenos, si no es que en algunos casos excelentes, para evaluar la condición del país. Lamentablemente, como digo, hay gente que sinceramente cree que tener un salario mínimo alto es (por ejemplo) algo malo: los casos más extremos de hecho creen que no debería haber salario mínimo, porque es una “injerencia” del Estado en la economía.

Esta gente, que a estas alturas de mi vida no puedo menos que pensar en ellos como personas gratuitamente crueles (que la labor infantil esté prohibida también es “injerencia” del Estado en la economía, así como prohibir que despidan a una mujer porque se embaraza), yo sencillamente no las puedo ya tomar en serio. Por suerte son muy pocas, entonces en general podemos ignorarlos (que es lo que haré en esta entrada).

En general si creen que alguno de los puntos que puse son algo negativo para el país, no me interesa mucho su opinión; pero sí podemos discutir cómo se interpretan dichos datos.

Otra cosa es por supuesto que me estoy centrando en la situación político-socioeconómica. La sencilla razón es ésta: soy de izquierda.

Hay quienes creen que ser de izquierda es apoyar el matrimonio gay; o la despenalización del aborto; o los derechos de las personas transgénero. Y sí, todas esas posturas son parte de lo que nos define a los que nos consideramos de izquierda.

Pero no son lo más importante.

Lo más importante para la izquierda es la lucha contra la desigualdad, principalmente económica. Si se avanza en eso, no sólo tiene un impacto mucho más grande y profundo: lo demás es mucho más fácil de conseguir. El énfasis en lo que los gringos llaman (en su definición moderna) las guerras culturales suele ser (aunque no siempre), una distracción; por eso un sector importante de la “izquierda” gringa (por decirle de alguna manera) lleva años perdiendo el tiempo en qué baños puede o no usar una persona o qué pronombres se deben utilizar, cuando el salario mínimo está estancado en $7.25 la hora desde hace casi quince años.

Pero además, en México se ha avanzado muchísimo en esas demandas en este sexenio. Se despenalizó el aborto a nivel federal; se prohibieron en todo el país las terapias de conversión (no les tengo que decir de qué partido eran los que se opusieron); y por primera vez en la historia el gabinete del presidente tuvo paridad de género. Los libros de texto gratuito, hablan de sexualidad y diversidad sexual, aunque se persignen los de la oposición.

Pero lo socioeconómico es lo más importante, por supuesto. Y en ese sentido, el sexenio del Peje ha puesto al país en una situación mejor (y se puede discutir que mucho mejor) que a cómo lo recibieron. Ojo: el país no son los cerros o las banquetas; el país no son las empresas o los inversionistas; el país no son sus instituciones. El país es su gente; toda su gente: y su gente está mejor que hace cinco años. En general, por supuesto hay excepciones, siempre hay excepciones.

Pero que el país esté mejor, de nuevo, era medio obvio que ese sería el resultado nada más teniendo gobernantes un poquito menos rateros y un poquito menos imbéciles. Si quieren ni siquiera mucho menos; nada más tantito menos.

(Me encantaría poder afirmar, como verdad absoluta, que la administración del Peje es menos corrupta que las anteriores, pero no se puede demostrar un negativo: no podemos afirmar que no hay corrupción sólo por no verla; sólo podemos afirmar que hay corrupción cuando la vemos. Hay muchísimos indicadores de que sí hay menos corrupción ahora, para empezar que la lana alcanza para los programas sociales y las obras públicas, además de que la prensa se supone es parte de su trabajo y no han encontrado tanta corrupción a pesar de tener a la administración de Andrés Manuel bajo una lupa mucho más potente que a administraciones anteriores; pero no podemos afirmarlo de manera absoluta, si estamos tratando de ser honestos.)

¿Quiere esto decir que México es ya una utopía y que todo es perfecto? No; yo no estoy diciendo eso. Nadie (sensato) está diciendo eso.

Sigue habiendo un chingo de problemas; y esta administración cometió un chingo de errores. Algunos por incapacidad; otros por falta de tiempo; muchas veces fallaron los cálculos (o se hicieron muy inocentemente); y no se pueden minimizar los causados por obstrucciones de la oposición. ¿Y qué creen? En estos meses que quedan van a cometer todavía un chingo más de errores; y si queda Claudia como presidenta, durante su sexenio de nuevo se cometerán un chingo de errores. Es, para motivos prácticos, inevitable.

Por eso si lo único que pueden responder a esta entrada es con ejemplos de cosas que salieron mal, les ahorro la molestia: probablemente tengan razón en todos y cada uno de esos ejemplos. Exceptuando por supuesto las ridiculeces que se inventa la oposición cada 20 minutos, como que los libros de texto iban a inculcar el comunismo a los niños (¿se les olvidó combatir eso rapidito, verdad?), o que la gasolina estaba a 30 pesos el litro al inicio de este año (vayan a su gasolinería más cercana, PEMEX de preferencia por favor, y revisen por ustedes mismos).

Si no son invenciones ridículas, sin ningún problema acepto casi cualquier ejemplo que quieran mencionar como muestra de que, según ustedes, el sexenio del Peje no es el mejor de este siglo. Pero entonces tienen que poder demostrar que (a) ejemplos similares no ocurrieron en los sexenios anteriores; o (b) que ocurrieron significativamente menos veces que en el sexenio de Andrés Manuel.

Y por supuesto debe haber cierta sinceridad y honestidad; si un programa en este sexenio tiene ejemplos de cosas que salieron mal, y dicho programa no existía antes, obviamente el ejemplo malo únicamente ocurrió en el sexenio de AMLO: pero, si lo malo es un porcentaje pequeño del programa, entonces el mismo sigue siendo una mejora a no tener dicho programa. E incluso si no es tan pequeño el porcentaje: el punto es en promedio, en general qué tanto bien genera o no.

Lo mismo pasa con obras incompletas o no funcionales al 100%: si es únicamente especulación de que nunca van a funcionar o dar un resultado neto positivo, nada más porque sus corazoncitos eso les dicen, no es razón suficiente para descalificar al programa u obra completo; mucho menos a todo el sexenio. Tendrían que estar funcionando terriblemente mal una mayoría de los programas implementados y obras construidas por la Transformación para poder descalificar al sexenio completo; y las cifras sencillamente no cuadran con eso.

Pero lo podemos discutir; es interesante el discutirlo. Sólo tenemos que estar de acuerdo en qué es real y qué no en el país y el mundo, no podemos hacerlo con base a sentimientos o dogmas. Si asaltaron a alguien que conocen no quiere decir que la inseguridad no ha bajado; si saben de alguien que tuvo un problema en un hospital público no quiere decir que todo el sistema de salud no sirve para nada; si conocen de un caso de corrupción no (necesariamente) quiere decir que toda la administración es corrupta. Los casos particulares son eso, particulares; no los minimizo, pero no determinan el estado general de la nación. Para eso necesitamos cifras a nivel global de todo el país (por definición); y justamente instituciones como el INEGI y el Banco de México se dedican a eso. De ahí que tengamos que estar de acuerdo en que están en general bien antes de poder discutir nada.

Si estamos de acuerdo en que son reales esas cifras, es básicamente imposible llegar a una conclusión distinta a que AMLO ha sido el mejor presidente de México en este siglo; y de hecho es fácil argumentar que ha sido un buen presidente, sin necesidad de compararlo con sus antecesores. Pero si creen que pueden justificar el caso contrario, por favor inténtenlo.

Mientras tanto, para el mundo sensato que reconoce que el Peje ha sido el mejor presidente de México en el siglo XXI, la encrucijada en la que se encuentra nuestra desesperada y triste oposición es la siguiente: o bien admiten la realidad (el Peje es el mejor etc., etc.), o la rechazan tratando de reemplazarla con una “realidad” inventada.

Lo delicioso de la situación, es que hagan lo que hagan, la oposición pierde. Si admiten que el sexenio del Peje es lo mejor que le ha pasado al país en décadas, pues pierden porque admiten que hay que continuar sus estrategias y entonces la mayoría del país va a votar por Claudia. Y si lo reniegan y tratan de convencernos de que arriba es abajo y que el agua es seca, la enorme mayoría de los mexicanos con derecho a ejercer su voto este año van a darse cuenta de que están tratando de tomarnos el pelo y también van a votar por Claudia.

Y la situación es deliciosa entre otras razones porque no hay medias tintas; la oposición no puede decir algo del estilo de “las políticas de Morena están bien, pero mejor voten por nosotros; lo sabemos hacer mejor”: son los que gobernaron durante décadas y sabemos que no lo saben hacer, tendríamos que ser muy pendejos para creerles. Tampoco pueden decir que la mayor parte de las cosas salieron mal, porque evidentemente no son la mayoría; sí hay cosas que salieron mal, pero en general las cosas salieron bien. Entonces están condenados a negar la realidad diciendo que todo o casi todo está mal, porque es la única oportunidad que tienen de tratar de ganar lo que sea en las próximas elecciones; de ahí que estén tan desesperados y tan tristes.

Sin embargo, no voy a profundizar aquí sobre nuestra desesperada y triste oposición; esta entrada ya va para ser de las más largas de mi blog, entonces eso lo dejaré para una entrada aparte más adelante. Así que mejor sólo mencionaré una última cosa, que convenientemente a muchos medios se les ha olvidado mencionar últimamente.

Como se puede extrapolar de lo que puse arriba, los datos duros justifican el decir que hemos tenido un buen gobierno en este sexenio que termina; no perfecto, no infalible; sólo bueno. Si quieren ni siquiera muy bueno (aunque en mi opinión así es); si quieren nada más bueno a secas. Pero incluso si no quieren admitir eso (que es medio tapar el sol con un dedo, dada la información objetiva con la que contamos), entonces al menos deberían admitir fue mejor que las administraciones anteriores en este siglo. Podríamos de hecho discutirlo incluso hasta Miguel de la Madrid Hurtado; pero en un afán de extender una mano amiga vamos tratar de llegar a un punto medio y decir que únicamente fue mejor (relativamente hablando) que las administraciones de Fox, Calderón y Peña Nieto.

Bueno: pues todos esos resultados positivos se dieron a pesar de la pandemia de 2020. A pesar de que casi se detuvo por completo la economía, este gobierno está entregando resultados económicos positivos al final. En algunos casos, muy positivos. ¿Por qué fue eso? Por que esta administración le dio prioridad a la gente; no a las empresas o inversionistas, mucho menos a la oportunidad de ver qué se podían robar los gobernantes en turno.

Por el bien de todos, primero los pobres.

Sólo imaginen (de manera honesta, de preferencia), cómo hubiera resultado la pandemia con las políticas económicas y sociales de las anteriores administraciones. Si hacen ese ejercicio sinceramente y con honestidad, en una de esas consiguen comprender porqué en algunas encuestas los mexicanos le dan una aprobación de más de 70% a Andrés Manuel López Obrador.

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Feliz año nuevo 2024

Como todos los años, queridos lectores, les deseo un feliz año nuevo. El año pasado fue fascinante en el aspecto político, principalmente porque al parecer la elección del próximo 2 de junio se decidió de antemano en dicho año. Eso en principio hace que no sea muy emocionante la elección de este año; pero no le quita lo divertido de ninguna manera.

Faltan cinco meses para que elijamos a la que (con casi absoluta certeza) será la primera presidenta del país, y aunque indudablemente tendremos una de las campañas más sucias de toda nuestra historia, incluyendo cosas como audio y video falsos generados con la mal llamada inteligencia artificial que se ha popularizado en los últimos meses, no tengo la menor duda de que la ciudadanía mexicana (en su mayoría) se elevará al nivel requerido por las circunstancias y que los resultados de casi todas las elecciones serán aceptados por virtualmente todo mundo, estando casi dispuesto a apostar que incluso lo harán el mismo 2 de junio.

Me puedo equivocar, por supuesto: 5 meses son muchos meses; pero al parecer todo se está encaminando a que no haya mucho qué discutir de los resultados. Vamos a ver; en una de esas nuestra desesperada y triste oposición saca su colectiva cabeza de su colectivo trasero y dejan de hacer estupidez tras estupidez tras estupidez tras estupidez.

No dan muchas señales de ni siquiera intentarlo, sin embargo.

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El quinto grito de la 4T

El viernes fui, por segunda vez en mi vida, al grito presidencial del Día de la Independencia. Fui con mi mamá, que de hecho fue su idea el ir; y como era predecible sólo nos pudimos acercar hasta un punto donde justamente dos arbustos nos tapaban el escenario y además el balcón presidencial del Palacio Nacional… no que hubiera importado que no estuvieran los arbustos, porque estábamos bien pinche lejos.

El peor lugar posible

El peor lugar posible

En todas las otras administraciones federales que ha habido en el país desde que yo tengo memoria, los presidentes en turno eran merecedores de mi más absoluto desprecio, si no es que de plano odio bien ganado en muchos casos.

Justamente por eso fui el 2019 al grito: el primer grito de la 4T. En ese punto en la presidencia del Peje todavía no había casi nada que la administración pudiera cacarear; no fui tanto por apoyarlo a él o a su entonces naciente sexenio: fui porque era celebrar que por fin estuviera un presidente en la Silla del Águila por el cual yo hubiera votado; y también de que habíamos sacado a patadas al PRIAN de la misma.

Luego, como todos sabemos, vino la pandemia y no hubo grito masivo en el Zócalo en el 20 y 21. Siendo honesto, la verdad no sé si hubiera ido; durante los primeros años de la 4T, a pesar de que yo en general estaba de acuerdo con las políticas siendo implementadas por el equipo del tabasqueño, no es como que hubiera todavía mucho por qué celebrar. El año pasado la pandemia seguía muy presente en la vida diaria, entonces volví a usarla de pretexto para no ir; pero ya comenzaban a verse las señales que me hicieron regresar al grito este año.

Este año fui otra vez al pejegrito, a celebrar los resultados parciales entregados por el que es indiscutiblemente el mejor presidente que ha tenido México en el siglo XXI; y realmente en el último medio siglo, si no es que más. Eso y convivir con la banda que indudablemente adora al tarado del Peje, que siempre me han caído muy bien (son un sector fundamental de lo que denominamos como la “chilanguiza”, de la que soy parte, al fin y al cabo).

Si no están de acuerdo con la primera parte del párrafo anterior: 1: están equivocados; y 2: es muy probable que estén siendo manipulados, que sean tan dogmáticos que literalmente se nieguen a ver la realidad objetiva, o algo por el estilo. Independientemente, si ese el caso literalmente no me interesa en lo más mínimo oír su opinión al respecto; no planeo escribir o discutir de política este año, porque me voy a esperar al siguiente, donde me parece tendrá sentido. Así que si quieren dejar veneno en los comentarios, son bienvenidos a hacerlo: procederé a borrarlos de inmediato.

Ese lugar pésimo que nos tocó para el grito, resultó al final que estuvo muy bien para ver los fuegos artificiales, que estuvieron particularmente padres este año. Eso y cantar los lugares comunes que siempre cantamos los mexicanos cuando nos apelotamos todos, nada más con el plus de hacerlo con mi banda chilanga (fundamentalmente; supongo había bastante gente de provincia).

Los fuegos artificiales

Los fuegos artificiales

Falta un año y dos semanas para que acabe el sexenio del Peje; y todo se está acomodando para que termine siendo mucho más exitoso de lo que yo había imaginado; eso entre otras cosas probablemente implicará que se dé la continuidad de la 4T el próximo sexenio, aunque por supuesto un año es una vida entera en política. Pero son tantas las señales que apuntan a ese pronóstico, que yo me animo a hacerlo; vamos a ver, espero no equivocarme.

Como sea, si todo sale bien, probablemente vuelva a ir al grito en 2024, que esperemos sea para celebrar un muy buen cierre de sexenio y la continuidad de las políticas de protección para los más necesitados que objetivamente están dando buenos resultados.

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Charla de la huelga en la USAC

La semana pasada, el 30 de agosto, participé en un conversatorio de la Universidad de San Carlos de Guatemala, cuyos estudiantes se están movilizando por la última elección de rector que tuvieron (este video de Facebook expone el problema desde su punto de vista).

Me pidieron a mí y a Argelia Pérez que comentáramos nuestras experiencias en la huelga de la UNAM de 1999-2000; no sabía si escribir de ello en el blog, porque en general no pongo ligas a los videos de YouTube donde termino apareciendo. Especialmente porque desde la pandemia el número aumentó bastante, dada la pandemia.

Como sea, al final decidí que sí, así que aquí está:

No digo ahí absolutamente nada nuevo; todo lo he comentado con anterioridad en el blog. Más interesante para mí fue la participación de Argelia, que siendo mucho más profesional que yo hizo una presentación con gráficas y fotos (que aparezco en un par de casualidad). Fue divertido rememorar varias de esas cosas.

Como sea, ahí lo dejo si a alguien le interesa verlo.

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