Concluyendo que he visto demasiados malos churros gringos, decidí ir a ver una película de la muestra de cine francés en Cinépolis. Originalmente quería ir a ver todas, pero se me pasó la primera por güey (aunque planeo verla después en Cinépolis Universidad), y además la verdad sí tenía dudas porque las dos francesas anteriores que había visto me habían dado muchísima hueva.
Y qué bueno que decidí ir a ver La Faute à Fidel, porque resultó ser maravillosa. Se aplican las de siempre.
La Faute à Fidel
Puta. Madre. Qué chingona película.
Anna es hija de Marie y Fernando en la Francia de 1970, cuando muere el cuñado de su papá por estar en la resistencia antifranquista. La hermana de Fernando (que es español, e hijo de franquistas además) va a verlo a Francia, y la noticia le sacude el mundo en el que vivía. Tanto es así, que juguetea con la idea de dejar su bien pagado trabajo y tratar de hacer algo bueno por el mundo; y cuando Marie le dice que ella lo apoya incondicionalmente en ello, se lanza de hecho a hacerlo.
Me da mucha risa que las críticas gringas (o al menos las que he leído) digan que Fernando y Marie se vuelven “activistas políticos radicales”, porque definitivamente no es lo que hacen; sólo le entran a la grilla de izquierda de los modos que mejor consideran: Fernando se vuelve representante de los intereses del gobierno de Salvador Allende en Chile, y Marie comienza a escribir un libro sobre el derecho de abortar de las mujeres. Radicales son los que tomaron las armas en esos años; que no fueron pocos.
Anna, que tiene 10 años y es encabronadamente inteligente, no entiende ni madre de lo que está pasando; ella va a una escuela primaria católica donde (¡además!) su materia preferida es el catecismo. Desde su punto de vista, infantil, inmaduro, y en general desinformado trata de comprender qué carajo pasa con su mundo familiar que se ve radicalmente transformado: su familia se muda a un departamentito porque ya no tienen tanto dinero, y sus papás se la pasan de viaje todo el tiempo y reuniéndose con gente completamente distinta a la que ella estaba acostumbrada a ver.
El título de la película viene de su primera nana (entre tanto desmadre, Anna termina cambiando de nanas un montón), que era cubana que salió huyendo de ahí cuando triunfó la revolución, y que le dice que sus papás se volvieron comunistas (y pinches rojos), y que la culpa de todo la tiene Fidel. Vuelve a locos a todos, dice la nana.
La película es preciosa, mostrando de forma muy hermosa como Anna trata de comprender el desmadre en que sus padres se embarcan, y en general sin poder entender todos los cambios que eso conlleva. Además de que en general detesta esos cambios.
Pero poco a poco Anna va comprendiendo lo que sus padres están haciendo, sacando información parcial y esterotipada de donde puede y cuando puede. Y conforme pasa el tiempo comienza a entender y a admirar las difíciles decisiones que tomaron sus padres. Y más importante aún; a tomar sus propias decisiones de lo que está bien y lo que está mal.
No tienen idea de cómo me gustó la película; en gran medida porque me hizo recordar mi infancia con padres que eran orgullosos miembros del Partido Comunista Mexicano, y después seguidores del PSUM y el PSM.
Dos escenas en particular hicieron que me pusiera a llorar como niña de seis años a mitad de la función; la primera cuando los papás de Anna deciden llevarla a una marcha en contra de la pena de muerte en España. Los papás querían mostrarle a la niña el “espíritu de unidad”, pero lo único que ella ve es un montón de gente que se aprieta contra ella. Y después una escena de pánico cuando la policía francesa los reprime con todo y gases.
Mis papás me llevaron en 1982 al cierre de campaña de Arnoldo Martínez Verdugo en el Zócalo; yo tenía cinco años, y fue la primera manifestación a la que fui en la vida. Recuerdo claramente lo harto que estaba de caminar durante la marcha, hasta que mi mamá nos subió a mí y a mi hermano en el cofre de un viejo Ford que llevaba una de las bocinas. Y ya de noche, cuando estábamos esperando que hablara Arnoldo y quemaban una efigie que representaba al PRI, que le pregunté a mi mamá si esa noche dormiríamos en nuestras camas.
Esa vez no hubo policía para mi familia y para mí (de eso habría después); pero sí recuerdo que a pesar de lo cansado que estaba y del terror de no dormir en camita calientito, sí me percataba de la alegría y el ánimo elevado de todos los participantes en la marcha. Desde ese entonces, y hasta ahora, he vivido convencido de que la izquierda es alegre y optimista. Y debemos de serlo, porque ahí seguimos aunque siempre nos vaya de la chingada.
La otra escena es cuando el partido de Salvador Allende gana la mayoría de las elecciones municipales en Chile, y la familia de Anna se entera por teléfono; todos los reunidos ahí se levantan y comienzan a cantar:
Venceremos, venceremos,
mil cadenas habrá que romper,
Venceremos, venceremos,
la miseria sabremos vencer.
Y yo recordé todas las ocasiones en que en mi casa se cantó Venceremos, y La Internacional, y otras canciones similares de lucha y resistencia. Todas esas reuniones de gente de izquierda; gente decente; gente de lucha. Gente que como la familia de Anna sólo quería (y los que aún viven, quieren) hacer de este mundo un lugar un poquito más justo y un poquito más libre.
Además del mensaje político de la película (es una película roja sin duda alguna; dejen ustedes de izquierda), Nina Kervel-Bey interpreta a Anna de una forma maravillosa; además de que terminará siendo otra hermosa francesita cuando crezca. Y no sólo ella; todos los actores son excelentes, y la película está magistralmente dirigida por Julie Gavras, hija de Costa-Gavras. La música además es maravillosa… todo el tiempo.
Pero a mí la verdad eso me resultó secundario; hay una escena donde los protagonistas se levantan y cantan Venceremos. No necesito mucho más, la verdad.
He oído de muchos hogares donde los niños cuando preguntaban cómo se había creado el mundo les decían el génesis de la biblia, y que cuando preguntaban que porqué había pobres les decían que así quería dios o (¡peor!) que era porque no querían trabajar. En mi casa mis padres trataban (con sus fallas; son humanos al fin y al cabo) de explicarnos el Big Bang y la Teoría de la Evolución de Darwin, y de hacernos entender qué era la plusvalía y qué significaban las condiciones objetivas materiales.
Para los que no fueron educados así, vayan a ver esta película por la maravillosa actuación de Nina Kervel-Bey, la bonita historia y la hermosa música. Nada más por eso debería gustarles.
Para los que sí fueron educados así, sólo vayan a verla. Les hará recordar un montón de cosas de, si tuvieron suerte como yo, una infancia feliz como hijo de padres de izquierda.
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