Sugoi

Paseando por Northridge encontré una pequeña tienda que se llama Sugoi Life, dedicada (como su nombre fácilmente da a entender) a productos japoneses de importación, o relacionados en general con Japón.

Además de que es muy divertido irse a dar una vuelta, el equipo de chavos que atiende la tienda en general saben acerca de los productos que venden; incluso con cosas de gente old school como yo. Pero bueno; el punto es que encontré, por un precio relativamente decente, toda la serie de Mazinger Z, incluyendo los capítulos que siguen a la destrucción del Mazinger original y el reemplazo de Koji Kabuto como piloto por alguien que ahorita no recuerdo quién era. En cuatro DVDs; nada más por eso ya es interesante.

Los DVDs son algo extraños; diría que piratas, pero no son exactamente eso. El subtitulaje es hecho por japoneses o chinos, obviamente; los errores gramaticales son fabulosos, y en mi opinión mejoran la serie como por 124%. El intro de la serie y el final (donde ponían los créditos) sólo aparece una vez (para ahorrar espacio, obviamente), y la caja y los DVDs se ven… raros. No chafas, como suelen ser los productos piratas; sólo son extraños.

Como sea, nada más ver (rápido; no planeo ver la serie aquí) el ridículo comienzo del primer capítulo, una ola de nostalgia me inundó. Mazinger Z no tiene punto de comparación con Robotech, en el sentido de lo que significó para mí en mi niñez; pero de cualquier forma recuerdo la serie con cariño, y me muero de ganas de verla con mi hermano cuando regrese a México.

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El Progreso

Dado que me están pagando casi todo en este viaje, no me he visto en la necesidad de cocinar, aunque mi habitación cuenta con cocina e incluso utensilios. Calculo que más o menos con 10 dlls. al día me alcanza para comer (muchas veces menos que eso), y por un mes no me parece un gasto muy grande.

Sin embargo, ese plan sólo contempla las comidas; generalmente no ceno, pero el desayuno sí lo prefiero tomar en mi habitación por múltiples razones. Entonces mis idas al súper han consistido básicamente en compras de leche y algún cereal de fibra, que ha sido mi desayuno desde hace ya varios años.

Cuando decidí que ese sería mi plan para manejar mis desayunos, abrí mi laptop y busqué en Google Maps el súper más cercano a mi hotel; rápidamente encontré uno a menos de dos cuadras, y a ese he ido todas las veces. Supongo que seguirá siendo el mismo al que vaya durante toda mi estadía.

El súper se llama El Progreso, y está en una placita donde se ubican varios negocios pequeños; una lavandería, un restaurante, una tienda de abarrotes. Todos los negocios tienen empleados latinoamericanos o chicanos (y de hecho creo que son mexicanos todos, excepto el restaurante que vende comida salvadoreña), y todos los clientes también parecen ser latinos. Cuando entro me saludan en español, y todas las conversaciones que he oído son en ese idioma.

Se siente muy parecido a casa.

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Dos en dos días

Fui el martes a ver con mi mamá The Proposal, y fue así como me enteré (pendejo de mí), que por fin ya habían estrenado Transformers 2: Revenge of the Fallen, así que fui a verla ayer. Se aplican las de siempre.

  • The Proposal (La Propuesta).

    The Proposal

    The Proposal

    Sigo viendo las películas de Sandra Bullock, y es por cosas como The Proposal que lo sigo haciendo. Es encabronadamente divertida; la Bullock a sus 45 años se ve guapísima, y sigue siendo muy chistosa cuando se lo propone. Ryan Reynolds también es muy chistoso, pero la Bullock se roba la película. Bueno, no; Betty White se roba toda la película, pero la Bullock es muy buena de cualquier forma.

    La trama no es muy compleja; la Bullock es la jefa de Reynolds, y la van a deportar por ser canadiense, así que le propone matrimonio para poder obtener la nacionalidad gringa. Una hora y cuarenta minutos después, acaban de verdad enamorados el uno de la otra.

    La trama es pendejísima, pero realmente es un pretexto para hacer chistes, la mayor parte de los cuales me parecen más que efectivos. Así que véanla (aunque tal vez se puedan ahorrar verla en el cine); al menos se divertirán.

  • Transformers 2: Revenge of the Fallen (Transformers: La Venganza de los Caídos).

    Transformers 2: Revenge of the Fallen

    Transformers 2: Revenge of the Fallen

    Hace dos años yo dije que Transformers era una película chingonsísima. Lo sigo sosteniendo. Y además ahora agrego que Transformers 2: Revenge of the Fallen es chingonsísima al cubo.

    La película está siendo hecha pedazos por la crítica, y yo la verdad no entiendo por qué. Cierto; la historia se sostiene con alfileres, es idiota y predecible, y en muchas partes sencillamente no tiene sentido. También tiene unos gújeros más grandes que el Cañón del Sumidero. También es verdad que las actuaciones son inexistentes, en gran medida; que el guión es infantil, los personajes inverosímiles, y que en muchas partes la película es melodramática.

    Yo no niego nada de lo anterior; lo que digo es que nada de eso le quita a la película el ser chingonsísima (al cubo), porque todas esas cosas “negativas” son en gran medida adrede. De hecho, se ve que el director Michael Bay y los actores se lo pasaron bomba haciendo la película exactamente como ellos querían. Si el resultado es justo lo que los creadores buscaban, ¿cómo podemos calificarlo de malo?

    Y al fin y al cabo lo que los creadores querían era continuar la fantasía para gente como yo que cuando teníamos diez años jugábamos con nuestros trailercitos rojos de Optimus Prime; y en ese sentido la película es un éxito absoluto y total. Añádanle además la genuina simpatía de Shia LaBeouf, los cagadísimos actores que interpretan a sus padres, el semi cameo de nuevo de John Turturro, los sensacionales efectos especiales, y la película se vuelve perfecta. Súmenle entonces que ahora hay más escenas y más descaradamente gratuitas de la ridículamente sabrosa Megan Fox, que además se le une la nada despreciable Isabel Lucas, y la película va más allá de la perfección. Es como 117% buena.

    Y no estoy exagerando; los efectos especiales consiguen cumplirnos veinte años después el deseo que teníamos cuando éramos niños de ver en vivo a nuestros juguetes que eran carros y robots al mismo tiempo. Y por supuesto hablo casi exclusivamente de niños (algunas niñas jugarían con Transformers, pero estoy seguro serían minoría); la única diferencia entre un niño de 10 años y uno de 30, es que a los de 30 nos gustan las reinas sabrosas. Entonces nos ponen en la película a una reina que es tan estúpidamente sabrosa que no es justo para el resto de las mujeres en el universo que exista, y de verdad consiguen hacer una película que yo sólo puedo calificar de perfecta. No; miento: va más allá de la perfección. Es la perfección perfeccionada.

    Dejen a los críticos destrozar a la película y quejarse amargamente de nimiedades como trama, o actuación, o dirección, o consistencia. Lo cierto es que la gente que como yo creció con los juguetes irá a verla en masa (y los que tengan hijos los llevarán, pasando la antorcha de esta idiota, pero entretenida fantasía), y será un éxito abrumador. Que digan que es mala, si quieren; realmente no entienden.

    Para los que sí entendemos, está es una película perfecta.

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Miércoles 2×indio, la venganza

Dado que me cancelaron mi membresía club Cinépolis decidí regresar a mis viejas costumbres y aventarme dos películas en miércoles × indio. Lamentablemente el miércoles de la semana pasada ya no alcancé boletos, pero el de esta semana sí. No había escrito al respecto porque estaba en varios trámites burocráticos de distintos tipos.

  • Up (Una aventura de altura).
    Up

    Up

    No tenía muchas ganas de ver Up. La premisa me parecía estúpida, y después de Wall•E la verdad no creía que Pixar pudiera superarse.

    Y no lo hace; Wall•E es muchísimo mejor que Up; pero la nueva película de Pixar de cualquier forma es fabulosa. No voy a decir mucho de la trama, porque sí es estúpida; pero es al final del día una historia de amor muy bonita, y además ponen a los perros como los increíblemente estúpidos animales que son.

    También es muy divertida; pero creo que lo mejor de la película son los primeros quince minutos, donde de forma simple y divertida relatan la historia del amor entre el señor Fredricksen y su esposa.

    Definitivamente no es la mejor película de Pixar, y yo diría que ni siquiera está entre mis cinco favoritas; pero vale mucho la pena verla. Ah; otra cosa, por cuestiones del horario me metí a verla en 3D, y la verdad sigo sin entenderle el chiste a esta tecnología. No sé exactamente qué ocurra, pero después de un tiempo mi cerebro deja de creerse o procesar la ilusión de profundidad, y entonces es idéntico a verlo en una sala normal… nada más que 25% más caro. A lo mejor falta que vea una película que de verdad aproveche la tecnología, pero hasta ahora a mí no me convence.

  • State of Play (Los Secretos del Poder).
    State of Play

    State of Play

    Esperen a ver esta película en DVD. Ni siquiera Bly-ray; DVD es más que suficiente. Y además, si en verdad quieren ver una buena película de periodistas descifrando una conspiración política, vayan y renten All the President’s Men, de la cual State of Play es una pobre y barata copia. Con la ventaja de que la película de 1976 se basa en un hecho de la vida real.

    No me malentiendan; la película es entretenida y está bien hecha y bien actuada. Es sólo que en primer lugar no hay ningún motivo para verla en el cine, y en segunda es bastante predecible y de verdad una mala versión de All the President’s Men. No sé cómo haya sido la miniserie británica sobre la que se basó la película; probablemente fuera mejor. Los gringos tienden a apestar este tipo de adaptaciones.

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Damn

Damn.

Archie 601

Archie 601

Se pone peor y peor. El único consuelo es que la miniserie se había anunciado que duraría seis números; y si Archie se casa con Verónica en el segundo, eso quiere decir que (casi con absoluta certeza) ella no será a quien al final elija.

Pero de todas formas…

Damn.

Betty es (predeciblemente) la dama de honor. Y está llorando. Llorando.

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Fringe

Hace unos días me metí (en contra de mi mejor juicio) en una discusión idiota aquí en mi blog acerca de Dawson’s Creek. No es la primera (y seguro no será la última) vez que me meto en una discusión idiota; pero la idiotez se agrava particularmente porque es de una serie de televisión. De adolescentes. Y (para acabarla de amolar) bastante idiota.

Como sea, me hizo darme cuenta que no he escrito acerca de Fringe, la nueva serie de televisión del creador de Lost J.J. Abrams. La comencé a ver antes de irme a Barcelona, y dejé de verla por el viaje. Cuando regresé de hecho tardé en ver series de televisión de nuevo, y hasta ahora me he estado poniendo al día con la primera temporada (ya la renovaron para una segunda).

Fringe

Fringe

La serie son una bola de mamadas que nos quieren vender como fringe science, pero los personajes están bien hechos y son medianamente interesantes. Las tramas, además, por inverosímiles que sean son bastante entretenidas.

Pero no es por eso que comencé a verla; la verdad comencé a verla porque Joshua Jackson es Peter Bishop, el coprotagonista de la serie. Jackson es, por supuesto, el actor que interpretaba a Pacey en Dawson’s Creek, y la liga al inicio de esta entrada.

Su personaje es bastante cagado; pero lo realmente divertido es que la hace de “joven genio rebelde”. Se supone con un IQ altísimo, el chavo abandonó la escuela por tener broncas con figuras de autoridad, y se gana la vida de distintas y (en varios casos) no muy legales maneras.

¿Por qué cagado? Pues porque en Dawson’s Creek Pacey siempre era como que el “tontito” del grupo (si bien varias veces dio muestras de ser todo lo contrario). Supongo que debe ser satisfactorio para Joshua Jackson ahora hacerla de genio… y más porque puede seguir haciéndola de “rebelde”.

Está entretenida la serie; véanla si pueden.

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Star Trek

Después de que cancelaran mi membresía (que, cagadamente, significa que he ido gratis al cine los últimos cuatro meses… de haber sabido iba más), fui el viernes a ver Star Trek. Se aplican las advertencias de spoilers normales.

Star Trek

Star Trek

Me sorprendió que no le pusieran en español a la película Viaje a las Estrellas, dado que es el título clásico con el que conocemos a la serie en México. Me sorprendió todavía más que tradujeran warp como “curvatura”, no sólo porque se oye cagadísimo, sino porque de hecho es una traducción inteligente. Si bien me parece innecesaria.

Como sea; J.J. Abrams renovó la franquicia de Star Trek con esta película. Yo no soy trekkie; la serie original me da más bien hueva, la “nueva generación” (donde Charles Xavier es el capitán del Enterprise) me da más hueva todavía, y la única de las series que llegué a ver con mediano interés fue justamente Enterprise, porque me cae bien Scott Bakula.

De todas formas sé más o menos la historia de la serie y de los personajes; y también sé que Abrams se arriesgaba a la ira de uno de los grupos de fans más clavados que existe en el mundo. Eso hace más satisfactorio el resultado de esta película; que haya recibido casi universal aclamo es muestra del cuidado y cariño que le pusieron al hacerla. Tantito menos y hubiera sido hecha pedazos por los fans hardcore, y probablemente ignorada por el resto del universo.

Star Trek es una película bien hecha, bien actuada, bien dirigida, bien contada, y encabronadamente entretenida. Además se las ingenia para no desaparecer “mágicamente” toda la antigua continuidad; y respeta casi al punto de reverencia a las personalidades de los personajes.

Lo último que sabíamos de Spock en la continuidad original era que se había convertido en embajador de los romulanos. La película comienza con Spock fallando en su intento de salvar Rómulo (contrario a lo que pudieran pensar, el planeta de los romulanos) lanzando un blackhole-o-matic en una supernova, y siendo atrapado en el hoyo negro que se crea tardíamente. Un romulano minero deseoso de venganza lo persigue al hoyo negro con todo y mega nave minera, y ambas naves son enviadas al pasado.

Mucha gente menciona siempre que la “ciencia” en Star Trek es mucho más “real” que la que se encuentra en muchos otros trabajos de ciencia ficción, particularmente Star Wars… como si eso fuera particularmente difícil. Basura; la parte de “ciencia” de la película (y de las series) son una bola de mamadas, como pueden ver.

Como sea, la nave minera romulana llega al pasado 25 años antes que Spock, y procede a destruir el U.S.S. Kelvin, donde (oh, destino cruel) está el papá de James T. Kirk… y nada más para hacer más emocionante la escena, de forma completamente irracional también está ahí su esposa pariendo a Jaimito. El padre de Kirk tiene que sacrificarse heroicamente para salvar a su mujer y a su primogénito, y con ello la continuidad anterior de Star Trek queda permanentemente alterada.

La historia continúa relatando cómo Kirk entra a la academia espacial y cómo conoce a los miembros más importantes de su tripulación, hasta que por fin Spock sale del gújero negro y Nero lo captura con todo y blackhole-o-matic. Nero destruye Vulcano (el planeta de Spock) para que sufra el canalla lo mismo que él sufrió cuando Rómulo fue destruido. La flota espacial por supuesto trata inútilmente de detenerlo, y de forma inverosímil Kirk se encuentra en el Enterprise cuando la acción comienza. De forma todavía más inverosímil ahí están (o ahí terminan) todos los personajes de la serie original, y llegan a las posiciones que les conocíamos.

Así resumida la historia suena bien idiota; y la verdad lo es. Como siempre han sido las historias de Star Trek; eso no quita que esté bien contada, que sea consistente (si bien imposible de creer tantas casualidades), y que sea increíblemente entretenida. Encima de ello el elenco es para motivos prácticos perfectos; me pondría a mencionar a cada uno de ellos, pero me da hueva, así que sólo mencionaré a Zachary Quinto. El tipo es fabuloso como Spock; no es de extrañar que Leonard Nimoy se haya encariñado tanto con él.

La película hace un muy buen papel renovando la serie para el siglo XXI; es divertida, es emocionante, los efectos especiales son espectaculares, y Eric Bana hace cara de estar muy enojado. Así que váyanla a ver.

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Oh, sí

Total que salió el primer avance para New Moon (también conocida como The Twilight Saga: New Moon). La película en principio no me interesaba más de lo normal (con eso quiero decir más de lo que normalmente me interesa una película de la cual ya leí la novela), pero entonces vi dos cosas en el avance.

La primera:

Jake Black

Jake Black

Taylor Lautner, el actor que interpreta al fabuloso personaje de Jacob Black (y quien, por cierto, sí tiene ascendencia india), subió quince kilos de músculo para poder interpretar el papel.

La segunda:

Jake Wolf

Jake Wolf

Now that’s what I’m talkin’ about.

Vayan y vean el avance, si les interesa. Se ve, al menos, entretenida.

New Moon

New Moon
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X-Men Orígenes: Wolverine

Ayer fui a ver X-Men Origins: Wolverine; al final no fue lo único de cine que disfruté en el día, pero sí será de lo único que hable. Digo, la película se retrasó un mes por la influenza; sí la esperaba con suficientes ansias como para ir el día del estreno (lo que significó sentarme en la segunda fila; pero está bien, eso a mí me gusta). Se aplican las de siempre.

X-Men Origins: Wolverine

X-Men Origins: Wolverine

Después de la decepción que resultó ser The Last Stand, Fox se lanzó a hacer una precuela con Wolverine como protagonista. La película sigue el espíritu del personaje de los cómics, si bien simplifica la historia y trata de acomodarla a la continuidad de las películas. Creo que consigue hacerlo bastante bien; he oído quejas acerca de los hoyos en la continuidad, pero la verdad no creo que sea como para arrancarse las vestiduras. Es una adaptación de un cómic, al fin y al cabo.

Para mí la película comenzó a gustarme a los primeros minutos cuando resumieron (y simplificaron) de forma magistral la novela gráfica Origins, y después con las escenas de Logan y Creed peleando en la guerra civil gringa, las guerras mundiales y Vietnam. Yo me dije: “la película valdría la pena sólo por esto”. Y lo sostengo; pero además vienen muchas escenas fabulosas después de eso, cada una de ellas buena por sí misma.

Hay una cantidad enorme de guiños y regalitos a aquellos que conocemos la historia de Wolverine y del Universo Marvel, y me parece que la película es (hasta donde se puede ser en una adaptación de un cómic) respetuosa de los personajes y sus historias. En particular la adaptación (que, también aquí, fue resumida y simplificada) de Weapon X en particular me pareció maravillosa.

El elenco es además magistral. Hugh Jackman ha hecho suyo el personaje de Wolverine; ya valió madre para el futuro, no habrá nadie (o será muy difícil) que consiga arrebatarle el personaje al australiano. Así como después de 30 años seguimos esperando que alguien pueda reemplazar a Christopher Reeve como Superman, yo creo que pasará mucho tiempo antes de que alguien consiga conectarse con el personaje tan bien como lo hace Jackman. El tipo es Wolverine; no sólo por su impresionante parecido físico (e impresionante físico, a secas), sino por el porte, las expresiones faciales, incluso la voz. Jackman es, y por mucho, lo mejor de la película.

Liev Schreiber no me parecía que pudiera interpretar a Sabretooth, pero el tipo me sorprendió; no sólo por ser capaz de adquirir la masiva musculatura necesaria para interpretar al personaje, sino por lo bien que lo interpreta. Y sin necesidad de mucho maquillaje; básicamente utiliza unos colmillitos coquetones y unas uñas algo largas. Ryan Reynolds (que me cae muy bien) es fabuloso durante los doce segundos que aparece como Wade Wilson, si bien es una mala caricatura sus escenas como Deadpool. Taylor Kitsch es un excelente Gambit, y yo esperaría que si hay más películas relacionadas con los X-Men él aparezca en ellas. Esos son los que más me gustaron, pero realmente todo el elenco funciona muy bien, y me pareció muy tierno que agregaran a una Emma Frost adolescente, y que dejaran entrever el romance que de hecho ahora tiene con Scott en los cómics (si bien no sé si podría trasladarse a una película, dado que Scott fue morido en la tercera película de los X-Men).

Los efectos especiales son lo que uno espera de este tipo de películas, y las escenas de acción son muchas y muy divertidas.

Que de hecho eso creo que es lo mejor que tiene esta película: es muy, muy divertida. Muy ligera (incluso cuando no lo es), y muy honesta: es una adaptación de un cómic, con mucha acción y muchos guiños a los fans. No pretende ser absolutamente nada más, y creo que esa es su principal virtud. Yo la disfruté enormemente.

Lo único es que después de esto no sé exactamente qué le depare a la fracción cinematográfica de Marvel. Viene una película de Thor (dirigida por Kenneth Branagh, nada más), y después de eso la jugada lógica sería hacer una película de los Avengers (si bien sería bueno tener al Capitán América; aunque podrían agregarlo en dicha película). Y después ya no sé; no sé cuánto jugo le quede a la continuidad cinematográfica actual de Spider-Man o los X-Men (que siguen siendo los más importantes héroes de Marvel).

Y DC incapaz de conseguir hacer una buena película fuera de las últimas dos de Batman. Y eso que DC es propiedad de un estudio cinematográfico. A lo mejor ese es justamente el problema.

Como sea; Wolverine es un buen y entretenido churrito, y creo que su principal virtud es que se asume como eso: un churrito entretenido. Así que vayan y véanla.

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Archie

Probablemente sepa tanto de Archie Andrews (Archie Gómez, como lo conocemos en México) como la mayoría de ustedes. Cuando mis padres compraban el Excélsior (hace muchos años) solía leer la tira que aparecía los domingos. No me causaba particularmente mucha risa; aunque desde hace años recuerdo este chiste; Archie está estudiando y lee: “la batalla de Hastings fue en 1066”. Luego en la noche, Archie se repite a sí mismo: “”la batalla de Hastings fue en 1066”. Yendo a la escuela al otro día, Archie se repite: “la batalla de Hastings fue en 1066”. Llega a su salón y todo mundo se prepara para el examen, y cuando Archie lo tiene en sus manos lee: “¿En qué año fue la batalla de Hastings?” Muy seguro de sí mismo, Archie responde “En 1066”.

Al otro día, la maestra de Archie lo felicita porque al fin tuvo una respuesta buena en un examen de historia. Cagadamente, así fue como aprendí que la batalla de Hastings fue en 1066. Me llevó unos diez años más de hecho el preguntarme qué fue la batalla de Hastings.

Como sea, una de las ventajas (o tragedias) de Archie es que uno no necesita mucho para conocer al personaje. Es la patética versión de “buen, pero tarado muchacho” que a los gringos les encanta, y Riverdale es el “idílico” pueblito gringo. Archie tiene buen corazón, si bien es medio flojo y medio güey, y por alguna razón que nadie en el universo puede justificar de manera lógica, tiene a dos mega reinas detrás de él: Betty y Verónica. La primera es su mejor amiga y el estereotipo gringo de girl next door, y Verónica es la niña fresa con lana que todo el pueblo perrea.

Ese triángulo amoroso (con la además extraña peculiaridad de que Betty y Verónica son mejores amigas, a pesar de tener más que clara su rivalidad) debe ser el más viejo en la historia de los cómics: Archie y sus amigos son adolescentes desde hace casi setenta años.

El cómic ha evolucionado a lo largo del tiempo (tiene qué: no podría seguir idéntico a cuando comenzó en 1941), pero en mayor o menor medida ha permanecido sin muchos cambios. Sin embargo gradualmente han introducido ciertos cambios permanentes en el cómic; Archie inicialmente manejaba un Ford modelo T (sí, el de los años veintes), que en 1983 fue permanentemente destruido y reemplazado por un Ford Mustang de los sesentas. Nuevos personajes han sido introducidos, y algunas cosas que ocurren en el cómic son recordadas en números futuros. Pero en general Archie y sus amigos siguen igual que hace 68 años, y en particular el triángulo amoroso de Archie, Betty y Verónica ha permanecido inalterado durante todo ese tiempo: Archie parece estar sinceramente dividido entre las dos muchachas, y es común que salga con ambas en los cómics… a veces de forma simultánea.

Sin embargo hace unas semanas Archie Comics, la compañía que (contrario a lo que pudiera pensarse) publica los cómics de Archie, anunció que por fin Archie decidiría con quién casarse, y que se propondría en el número 600 del cómic, en la primera parte de una saga de seis números.

Cuando leí la noticia consiguió sacarme una sonrisa, y no pensé mucho más en el asunto. Total, era obvio que Archie escogería a Betty, ¿verdad?

Tómala.

Archie marries Veronica

Archie marries Veronica

La noticia me sorprendió no sólo porque a mí me parecía obvio que Archie eligiría a Betty; me sorprendió por la súbita ola de coraje que me inundó: muchacho pendejo, ¿cómo puede elegir la niña fresa? Sentí algo que sólo puedo describir como traición de clase; ¿cómo va a ser posible que se quede con la niña rica?

Por supuesto, estos son cómics; no me extrañaría que todo fuera una jugada de los escritores para hacer más interesante la historia, y que al final Archie escoja a Betty. Y si no, no importa; es un cómic, y uno ni siquiera ligeramente trascendental.

Pero sí me sorprendió la respuesta emocional que causó en mí. En , que no he leído más que un puñado de cómics de Archie. Ni me imagino lo que causará en los fans de verdad. Que por supuesto, es lo que probablemente quieran los editores.

Pero de cualquier forma, y mientras Archie no cambié su decisión en esta última saga de su vida; ah qué muchacho tan güey.

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Reencuentro

Para variar ayer fui a ver una buena película; vi Then She Found Me. Se aplican las de siempre.

Then She Found Me

Then She Found Me

Esta película la vi porque es la primera que dirige Helen Hunt, que me cae muy bien, y porque sale Colin Firth, que me encanta. La película se me hizo maravillosa, si bien tal vez no merezca la pena verla en cine.

Helen Hunt interpreta a una judía que de repente le pasan un montón de tragedias; su esposo de diez meses (Matthew Broderick interpretando genialmente a un tipo patético) la abandona (ella tiene 39 años y siente que el tiempo para tener un hijo se le escapa de las manos), su madre adoptiva muere, y su madre biológica (Bette Middler fabulosa) se mete de forma violenta y medio desfachatada a su vida.

En medio de todo esto conoce a un hombre aparentemente perfecto (Colin Firth), cuya esposa lo abandonó con dos hijos, de uno de los cuales ella es la maestra.

Como pueden ver es una trama muy simple y altamente predecible; pero la película está bien hecha (muy bien hecha, si consideramos que es la primera vez que la Hunt dirige), muy bien actuada, y bien bonita. Y no es tan pendeja como suelen ser estas películas.

Así que véanla; pero pueden hacerlo en DVD sin ningún problema.

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La Venganza de la Casa del Lago

Siguiendo con mi al parecer gusto por ver malas películas, ayer fui a ver The Last House on the Left. Se aplican ya saben.

The Last House on the Left

The Last House on the Left

La película es un remake de una que salió hace siglos y que yo ni he visto ni planeo ver. Nunca he sido gran fan de Wes Craven.

Una familia consistente del papá, la mamá y la altamente sabrosa hija (Sara Paxton) se van de vacaciones a su casa del lago; aparentemente había un hermano mayor que murió, pero el hecho es apenas mencionado al inicio y después se vuelve completamente intrascendente, así que no sé si realmente importe.

La hermosísima hija se lleva el carro para ver a una amiga suya, también bastante sabrosa, y las muchachas tardan como diez minutos en tomar las peores decisiones posibles y se ven secuestradas por una familia de psicóticos encabezada por Krug, interpretado por un fabuloso Garret Dillahunt.

Total que la amiga es asesinada con sendos navajazos al abdomen, la hija es brutalmente violada por Krug y, al tratar de escapar, le disparan y la dan por muerta. Como la familia de psicóticos se quedó sin carro, terminan pidiendo refugio en la casa de los padres (¡sorpresa!), que de forma completamente inexplicable les dan asilo.

Por supuesto, la niña no muere; consigue arrastrar su hermoso si bien maltrecho cuerpo a casa de sus padres, que la curan (el papá es médico), y descubren no sólo que fue violada, sino que los responsables son los güeyes a los que les dieron asilo.

Inicialmente planean escapar en el bote que tienen en el lago, pero como no encuentran las llaves del mismo, terminan vengándose de los extraños matándolos bien muertos (siendo la “explicación” que como no pueden salir, tienen que pensar en su bienestar y el de su hija).

Por supuesto al final escapan, incluido el hijo de Krug que era el único “bueno” de la familia psicótica, y los “malos” acaban pagando sus crímenes (que no sé en qué cabeza quepa que una niña muerta y otra violada y herida justifican el asesinato de tres personas).

La trama, como pueden ver, es simple e idiota. Ese no es el principal problema que tengo con la película; el principal problema que tengo es que es absolutamente gratuita al momento de mostrar violencia. Yo no soy mojigato; no me ando persignando al momento de presenciar violencia (incluida sexual) o derramamiento de sangre. Es sólo que cómo lo muestra esta película es completamente morboso; la escena de la violación (de un personaje menor de edad, además) me pareció (no encuentro mejor manera de explicarlo) de mal gusto. Es una escena larga, explícita, y que no contribuye en nada útil a la película; combinado con las prolongadas tomas que hace el director Dennis Iliadis de las hermosas piernas y el resto del cuerpo de Sara Paxton al inicio, me hacen sospechar que el tipo se estaba masturbando al filmarla.

Y ese es el inicio; cuando los padres se convierten (de forma completamente inverosímil) en justicieros vengadores, lo hacen con un lujo de violencia y crueldad que yo sencillamente no puedo creer de nadie que se llame a sí mismo civilizado; hija violada o no incluida. La última escena de la película (y la más estúpida, gratuita y gráfica, por cierto), es el padre metiendo la cabeza de un paralizado Krug a un horno de microondas para que le explote. Es tan exagerada que yo sencillamente comencé a botarme de la risa al verla; cualquier rastro de seriedad que hubiera podido conservar la película hasta ese punto fue completamente eliminado después de verla.

Como sea, la película tiene sus cosas buenas; Sara Paxton es muy hermosa, y actúa decentemente a sus escasos veinte años: ciertamente me imagino que la escena de la violación fue difícil para ella (y supongo lo sería para cualquier actriz). Garret Dillahunt es fabuloso (repito) como Krug; el personaje es una caricatura de maldad y locura, para tratar de justificar la injustificablemente violenta respuesta de los padres, pero Dillahunt consigue darle un carisma y aplome al mismo que casi consiguen que uno crea posible que pudiera existir. Riki Lindhome sale como la novia de Krug, y es maravillosamente sádica, despiadada, cruel, y con un rencor social que es casi tangible. “Creí que serías de esas niñas ricas que nacen con una cuchara de plata metida en el culo” le dice en algún momento al personaje de Sara Paxton.

Pero exceptuando eso la película es tan inverosímil, idiota y violenta que realmente dudo muchos puedan disfrutarla. Así que no, no recomiendo que la vean.

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Ángeles y Demonios

Ayer fui a ver Angels & Demons. Se aplican las de siempre.

Angels & Demons

Angels & Demons

Ay cabrón. Qué mala película.

Basada en la igualmente pésima novela (aunque corregidos ciertos vergonzosos errores de Dan Brown, que pudo haberse evitado si hubiera visto un mapa de Roma antes de escribir su pacheca historia), la película tiene casi exactamente la misma bola de mamadas, imposibilidades físicas e improbabilidades en su ridícula trama que la versión escrita. Ambas (la película y la novela) hacen un trabajo estupendo de mostrar a todo mundo como una bola de imbéciles hasta que llega Robert Langdon a darles una explicación imposible (y en el mundo real falsa) que a nadie más se le puede ocurrir; sólo un gringo estudioso de “símbología” puede resolver el misterio. En toda Europa no hay nadie con más conocimientos que él.

Y por supuesto, todo el caos es generado por dos villanos únicamente; uno de los cuales da muestras de ser un excelente asesino, pero que convenientemente se le olvida revisar que su vehículo de escape no tenga una bomba antes de encenderlo.

Lo terriblemente mala que es la película se disculpa (fácilmente) por una sencilla razón; es increíblemente entretenida. Por supuesto, uno tiene que poner al máximo su suspension of disbelief; pero hecho eso nada más es cuestión de ponerse cómodo y disfrutar el viaje. Creo que Angels & Demons es la película más mala que más me ha gustado en mucho tiempo.

Tom Hanks vuelve a hacer un papel decente como el improbable y aburrido Langdon (si hubiera sido Harrison Ford hace quince años sería otra historia), y esta vez se le une la hermosísima Ayelet Zurer como Vittoria Vetra, aunque todo el romance de la novela fue rasurado para dar tiempo a los personajes a estar corriendo de un lado a otro. Que hacen eso todo el tiempo; esa es una ventaja sobre The Da Vinci Code: en la primera película los personajes se detenían y comenzaban a dar un aburrido discurso. En esta película los aburridos discursos siguen ahí, pero al menos los dan mientras corren de un lado a otro.

Ewan McGregor se roba toda la película interpretando al sedoso y manipulador camarlengo del Vaticano; y salen Armin Mueller-Stahl como el Gran Elector del Consejo de Cardenales, y Stellan Skarsgård como el Jefe de la Guardia Suiza. En general, película donde sale alguno de esos cabrones, película que me gusta, y aquí no me decepcionaron en lo más mínimo.

Encima de todo ello, y por improbable e idiota que sea la trama, la película está magistralmente hecha, filmada en gran parte en los verdaderos sitios de Roma (aunque no dentro del Vaticano, por obvias razones), y con una música tan maravillosa que yo creo que podría hacer que alguien se emocionara viendo un juego de ajedrez, si esa música estuviera de fondo.

Que yo creo que es lo mejor de esta película; es genuinamente emocionante y (por ende) divertida. La escena de la explosión de la antimateria es sin duda alguna de las escenas más emocionantes que he visto, y eso que yo ya sabía qué iba a pasar exactamente; por haber leído la novela y porque la película es más predecible que el juego de hoy de los Pumas contra Puebla.

Dan Brown me parece una versión masculina de Stephenie Meyer; ambos escriben basura altamente entretenida; sólo que la de la Meyer va dirigida a adolescentes calientes, y la de Brown va dirigida a gente que le encanta oír teorías pendejas de conspiraciones. Siendo justos, Brown consigue hacer emocionantes varias partes de sus novelas; pero la Meyer diseña mejores personajes: Robert Langdon es bastante patético.

Altamente divertida y emocionante, creo que todo mundo puede disfrutar enormemente la película si perdonan las múltiples mamadas, inverosimilitudes y sencillas falsedades que se presentan a lo largo de la misma. Así que vayan y véanla; en el cine (ese soundtrack merece ser oído en THX): es de esas pésimas películas que vale la pena ir a ver al cine.

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Héroes

Ayer fui a ver Push; hubiera escrito antes al respecto, pero pues no se puede todo en la vida.

Se aplican las de siempre.

Push

Push

Encima de la idiotez de haberle puesto Héroes en español (probablemente para que algún despistado crea que tiene que ver con la serie de televisión), esta debe de ser de las películas de acción más taradas que he visto en mucho tiempo. Y he visto bastantes películas de acción taradas.

La trama, terrible y artificialmente enredada, además de inconsistente, increíble e inexplicable en múltiples partes, se puede reducir a “hay mutantes, los gobiernos los persiguen, ellos huyen”. Y también es bastante tarada la trama.

De cualquier forma a mí la película me gustó bastante. Chris Evans me cae bien desde que salió en los Cuatro Fantásticos, y aquí hace lo que puede con el guión que le dieron. Camilla Belle confirma lo que pensaba desde que la vi en 10,000 BC; la pobre niña es incapaz de actuar dos líneas seguidas, pero la verdad no me importa porque está bien mami. Y está la Dakota Fanning, que no tengo idea de quién la convenció de aparecer aquí, pero que se roba todas y cada una de las escenas donde aparece. Tiene justo la edad donde las niñas comienzan a transformarse en muchachas, y su papel hace muy buen uso de ello. La química fraternal entre ella y el personaje de Evans es de las cosas más chidas de la película.

Y, para rematar, sale Djimon Hounsou, que yo soy fan incondicional del negro desde hace años.

Hay diálogos divertidos, mucha acción, muy buenos efectos especiales, superpoderes y (por ende) superpeleas, y una reina bien mami. La verdad no esperaba mucho más de la película, así que no salí decepcionado.

Si tienen una tele como la mía a lo mejor pueden esperar a que salga en Blu-ray; de otra forma la verdad sí vale la pena verla en el cine, por los efectos. Pero es más dominguera que nada.

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Duplicidad

Después de meses de no ir al cine, ayer fui a ver Duplicity. No había escrito al respecto porque, bueno, no se puede todo en la vida.

Se aplican las advertencias de spoilers de siempre.

Duplicity

Duplicity

La película trata de dos espías corporativos, antes espías “de verdad” (él del MI-6, ella de la CIA), que se ponen de acuerdo para estafar a dos compañías farmacéuticas rivales. Además, por supuesto, son amantes.

La trama tiene más retortijones que el estómago de un europeo después de comer tacos de suadero por primera vez. A mí se me hizo muy divertida e inteligente; pero estoy seguro de que más de uno se perderá entre los múltiples engaños de los espías.

Y la verdad, no importa; lo realmente divertido es ver a Clive Owen y Julia Roberts seduciéndose, engañándose y queriéndose toda la película. Por si eso no fuera suficiente (que para mí lo sería), salen Tom Wilkinson (que cada vez me gusta más como actor), y Paul Giamatti robándose todas las escenas donde aparece en un papel fabuloso.

La fui a ver porque hoy no pensaba salir de mi casa, aunque al final si lo haré pero sólo un ratito, y porque estoy seguro de que mañana la quitarán para poner los estrenos de mayo que se retrasaron por la influenza. Que espero ya comience a ir al cine a mi ritmo normal.

Como sea, aunque la quiten véanla cuando puedan. Altamente recomendable.

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La Meyer

En mi familia, el estar encerrado probablemente enfrente de una computadora (máquina de escribir hace unas décadas), es algo que se puede considerar normal.

Recuerdo muchas veces en mi niñez viendo a mi papá o a mi mamá encerrados durante días trabajando sepan ustedes en qué tesis de quién sabe qué grado, o qué artículo o qué libro. Ahora cada uno de nosotros (mi papá, mi mamá, mi hermano y yo) vive solo y cada quién rodeado de las cosas que nos permiten estar encerrados cómodamente durante periodos prolongados de tiempo, en gran medida porque nuestros trabajos nos lo permiten y/o de hecho lo exigen.

Mi punto con todo esto es que, aunque yo en particular extraño el cine y salir a comer a restaurantes, la emergencia por la influenza realmente no nos afecta tanto como he visto a otras gentes, que ya están a punto de picarse los ojos por estar encerrados en sus casas. Yo (y mi familia) podemos estar periodos casi indeterminados de tiempo encerrados leyendo, viendo televisión y películas, oyendo música, jugando en el PS3, navegando, programando, etc. Yo al menos no me siento para nada desesperado. Todavía.

Pero no es de esto de lo que quiero hablar; quiero hablar de Stephenie Meyer.

Como paso más tiempo en mi casa, de las cosas que hice fue terminarme de chutar las novelas de Twilight. Después de ver la película, que apesta, decidí echarme la novela… que apesta aún más. Por alguna razón que todavía no termino de comprender, agarré la segunda novela y decidí que era también basura. Sorprendiéndome a mí mismo tomé la tercera y me la chuté de principio a fin. Sí, también es basura; como lo es la cuarta, que contra toda lógica también me leí sin darme muchas pausas.

Y lo sigo sosteniendo; las novelas de Twilight de Stephenie Meyer son basura. Pero (¡maldición!) son increíblemente entretenidas además de (y esto es como kryptonita para mí) llenas de romance. Romance escrito por y dirigido a adolescentes pendejas y calientes, pero romance al fin y al cabo. Me gusta el romance. Y bueno, para qué me hago güey; a veces parezco adolescente pendeja y caliente.

La Meyer además, por predecible que sea y por intrascendente que sea su prosa, tiene un sentido del humor muy bueno; sus novelas me hacen reír fácilmente. No me emocionan realmente, no me ponen en suspenso. Pero sí me hacen reír. Y de verdad, a mí el romance divertido me mata completamente.

La tercera novela de Twilight en particular me tuvo botado de la risa, y fue la que más cerca estuvo de emocionarme cuando Bella descubre (pinche vieja; lenta y pendeja) que está enamorada de Jacob. Eso fue divertido.

Por supuesto las novelas pierden mucho para mí por la pendeja infatuación que Bella tiene por Edward, y que al final elija al aburrido vampiro en lugar del rebelde y agresivo hombre lobo. En mi vida podría identificarme con Edward (me da mucha hueva), pero sin duda puedo identificarme con Jacob Black. Es indio y usa el pelo largo; no tenía muchas opciones.

Como sea, acabadas sus novelas pendejas de vampiros, agarré su novela pendeja de ciencia ficción: The Host. Por si se lo preguntaban: sí, también es basura. Y sí, también es muy entretenida. Y sí, también tiene mucho romance.

Leer lo que escribe la Meyer es como comer lo que se cocina en McDonalds; no le hace a uno bien, es lo contrario de sustancioso, y sin duda alguno uno puede encontrar muchas cosas mucho mejores. Pero a veces es rico, y un poco un placer que lo hace a uno sentirse culpable.

Me recuerda un poco a Corín Tellado (que descubrí con sorpresa me dolió enterarme había muerto el mes anterior), quién escribió (literalmente) miles de novelas. Todas y cada una de ellas basura. Yo me chuté decenas de sus ridículas novelitas, hasta caer en cuenta que de verdad eran muy malas.

En ese sentido, al menos la Meyer agrega algo de sarcasmo y humor negro a las narraciones de sus personajes. Que, en general, son adolescentes pendejas y calientes… o al menos se portan como tales.

Así que no, no recomiendo sus novelas. A menos que (como yo) de repente sean o se porten como adolescentes pendjas y calientes.

Lo que verdaderamente me desconcierta es que estoy esperando con ansia una continuación de The Host. Incluso con más ansia que las novelas de Eragon.

Que también son basura, por cierto.

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La novela

Mi novela por fin ya tiene su propia página, donde pueden bajarla en PDF si así lo desean e imprimirla si quieren contribuir a matar arbolitos.

Sólo les recuerdo que la novela se distribuye bajo la licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-No Derivadas 2.5 México, lo que básicamente quiere decir que pueden hacer lo que quieran con ella, siempre y cuando se me atribuya claramente como el autor, no traten de ganar dinero con ella, y no la modifiquen de ninguna manera.

Todo ello es negociable si lo discuten directamente conmigo; si alguien quiere publicarla en papel y tratar de vender las copias impresas (por ejemplo), yo puedo dar permiso explícito para ello, pero tienen que negociarlo conmigo. Otro ejemplo es si alguien quiere traducirla a otro idioma; en tal caso también deben pedirme permiso directamente antes de distribuir la versión traducida.

Pero en cualquier caso todo eso son cuestiones técnicas; si sólo quieren leerla y (espero) disfrutarla, por favor háganlo.

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La Noche del Alacrán: 20

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La Noche del Alacrán escrita por Canek Peláez Valdés se distribuye bajo la licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-No Derivadas 2.5 Mexico.

20

Alejandro y Elena entraron al carro, donde en el asiento de atrás esperaban abrazados Érika y Ernesto, que habían llegado al punto donde hasta el sueño habían perdido.

—¿Todo bien?— preguntó Ernesto, sin que realmente le importara demasiado.

—Ernesto, Érika— dijo Alejandro volteando a verlos —, eh, por segunda vez en la noche, les presento a mi novia.

—Qué bueno que todo salió bien— dijo Érika sonriéndole a Elena.

—Sí, estamos rebosando de alegría por ustedes— dijo, sarcástico, Ernesto —; ¿nos podrían llevar ahora sí a casa de Érika, por favor? Quiero coger.

—¿Sí vamos a mi casa?— le preguntó Érika.

—¿Es lo que querías, no?

—Sí.

—Pues vamos.

Alejandro encendió el carro y se dirigió a casa de Érika.

—¿Qué fue de Mayra?— le preguntó la muchacha a Elena.

—Está bien; se ligó a uno de los hermanos con los que andábamos, e igual y termina consiguiendo novio.

—Órale, qué bueno.

—Y me encantó tu amiga, por cierto.

—Eso oí; si dices que hasta se besaron.

—¿Perdón?— preguntó Alejandro.

—Yo he tratado que me cuente la historia, pero no la pude convencer de hacerlo— dijo Ernesto, interesado.

Elena les contó cómo era que ella y Mayra se habían besado, y por andar explicando las cosas terminó contando todo desde que había llegado al concierto. Alejandro también contó cómo era que se los habían encontrado en la casa del Cacotas, y de repente todos estaban hablando al mismo tiempo de cómo habían llegado al Alacrán. El último en hablar fue Alejandro, que al platicar cómo Elena lo había recibido en el Alacrán casi vomitándole encima causó que todos se rieran.

—Chale— dijo Alejandro —, sí fue una noche divertida.

—Para ti— dijo Elena frunciendo el ceño, pero sonriendo —, que conseguiste dos novias el mismo día y anduviste fajando con ambas. Yo en cambio me la pasé llore y llore y tratando de intoxicarme sin conseguirlo porque me la pasaba vomitando.

—Cabrón— dijo de repente Ernesto —, ¿sí vamos a ver lo de la guía de carreras este fin?

—Gracias, pero ya sé qué voy a elegir— dijo Alejandro, sonriendo —. Voy a escoger física.

Ernesto y Érika se miraron, sorprendidos.

—¿De verdad?— preguntó Ernesto.

—Sí.

—¿Cuándo te decidiste?

—Esta noche— dijo Alejandro sonriéndole a Elena, que puso su mano sobre la de él —. Me ayudó a desembrollar el asunto mi novia.

—Eh— dijo Érika sonriendo —, ¿cuál de las dos?

—La buena— dijo Alejandro mirando a Elena.

—Y a todo esto, ¿tú que vas a estudiar Elena?— preguntó Ernesto.

—Yo creo que sicología.

—¿De verdad?

—Sí; a ver si descubro por qué estoy tan pinche loca.

—Oye, pero así me gustas— le dijo Alejandro.

—Dije que quiero descubrir por qué estoy tan pinche loca; no que desee cambiarlo.

Alejandro llegó a la casa de Érika y estacionó el carro en frente. Todavía era de noche, de hecho; el cielo estaba más oscuro que nunca, y no había nada que indicara que ya fuera a clarear.

—¿Quieres que me estacione más lejos, por si acaso ven que vienes con Ernesto?— preguntó Alejandro.

—No— le dijo Érika —; estoy segura de que mis papás están jetonsísimos. Sólo tenemos que llegar a mi cuarto y es prueba superada.

—Bueno— dijo Alejandro —; pues gracias por todo esta noche. En serio.

—No te preocupes— dijo Ernesto abriendo la puerta de su lado —; ya ves que para eso estamos. Sólo espero que ya dejes de estarnos chantajeando con lo de la vez que rapté el carro de tu papá.

—Chido— dijo Alejandro sonriendo.

Las dos parejas se despidieron; Elena abrazó a Érika y le agradeció por todo: por cuidarla en la casa del Cacotas, por hacerle el paro con regresarla al Alacrán, y por ayudarla a recuperar a Alejandro. Érika y Ernesto descendieron del carro y se encaminaron a la puerta de la casa de ella.

—Yo fui el que pagó los tacos— dijo Ernesto en tono de reproche —, y a mí ni siquiera me abrazó.

—No hagas berrinche mi vida. Y ahora calladito.

Érika abrió la puerta de su casa con todo el cuidado del mundo. Dentro todo estaba oscuro, y con ese ambiente pesado que tienen las casas en la madrugada. Tomando a su novio de la mano lo guió por el recibidor a las escaleras, y de ahí a su cuarto. En ningún momento oyeron ningún ruido.

Nada más estuvieron a salvo dentro del cuarto de ella, comenzaron a besarse con calma y a desvestirse mutuamente, sin hablar, y de hecho sin hacer casi ningún ruido. Hasta que Ernesto contuvo una risa.

—¿Qué?— preguntó Érika sonriendo.

—Nada; que me alegra que tú y yo no tuviéramos que pasar por ninguna de las pendejadas que Elena y Alejandro tuvieron que sufrir para por fin estar juntos.

Érika se llevó la mano a la boca, para callar una carcajada.

—¿Qué?— preguntó Ernesto.

—Ay mi vida, ¿así lo recuerdas tú?

—¿Recordar qué?

—Pues cómo fue para que nos hiciéramos novios.

—No fue tan ridículamente enredado como con Alejandro y Elena.

—Cierto; pero tampoco fue miel sobre hojuelas.

—¿De verdad?

—Uy; podría escribir una novela.

—No, por Dios; qué hueva.

Los dos se rieron, calladitos, y siguieron besándose y dirigiéndose a la cama para, por fin, poder coger sin que nadie los molestara.

En cuanto Ernesto y Érika estuvieron dentro de la casa de la segunda, Elena casi brincó sobre Alejandro para besarlo de forma tiernamente atolondrada.

—¿Qué te pasa?— preguntó riendo Alejandro.

—Si no nos llevas a tu casa y a tu cuarto en el menor tiempo posible, te juro que repito la maniobra de cuando te conocí y te violo aquí mismo en este carro.

—Ya voy, ya voy.

Alejandro se dirigió a su casa. El sueño le había desaparecido del cuerpo, y se sentía alerta y despierto. Elena le acariciaba el cabello y la nuca, y le decía todo lo que planeaba hacerle (y dejar que le hiciera) cuando llegaran a su cuarto, para que se apurara.

Durante el trayecto la negrura del cielo comenzó rápidamente a ser reemplazada por el color lechoso de la Ciudad amaneciendo, que al llegar a casa de Alejandro había llegado a tal punto que ya no estaban protegidos por ningún tipo de oscuridad. Alejandro estacionó el carro en el patio trasero, y le dijo a Elena que lo sentía, pero que sería mejor que subiera por el árbol a su cuarto, porque era muy probable que su papá ya estuviera levantado. Ella le dijo que no importaba, le dio un beso y salió a trepar el árbol. Como él esperaba, su ventana seguía igual desde que él y Ernesto la abrieron para que saliera el olor a mota.

Alejandro entró por la cocina a su casa, y se felicitó a sí mismo por haber sido tan previsor y enviar a Elena por el árbol: su papá estaba tomando el primer café de la mañana, y leyendo el periódico que sin duda había llegado hacía apenas unos minutos.

—Hola hijo— dijo el señor sin levantar la vista del periódico.

—Hola papá.

—¿Todo bien?

—Todo perfecto papá.

El papá de Alejandro levantó la mirada para ver a su hijo, y de inmediato frunció el ceño.

—¿Pero qué te pasó?

—Eh… me golpearon en la nariz.

—¿Te peleaste?

—¿Me creerías si te digo que fue una muchacha?

—No.

—Fue una muchacha.

—No te creo.

—Sí, eso dijiste.

El señor se levantó y examinó a su hijo.

—No estuviste tomando, ¿verdad?

—No papá.

—¿Fumaron yerba?

Alejandro titubeó un segundo. Mentirle a su papá cara a cara le resultaba en general imposible.

—Mis cuates sí. A mí me dieron un toque, pero hace apenas como una hora.

El señor lo miró directamente a los ojos.

—Está bien— dijo después de lo que le pareció a Alejandro una eternidad de tiempo —. ¿Cómo te fue con la muchacha que te invitó al concierto?

—No muy bien.

—¿No?— preguntó sirviéndose más café.

—No; ella fue la que me pegó en la nariz.

El señor volvió a mirar a su hijo; parecía sumamente divertido.

—¿De verdad?

—Sí.

—Entonces me imagino que no la voy a conocer como tu novia pronto, ¿verdad?— le preguntó volviendo a tomar su periódico.

—Es altamente improbable, sí.

—¿Y entonces quién es la muchacha que tan discretamente trepó por el árbol a tu cuarto? Me parece haberla visto antes.

Su papá le dijo esto con una taza de café en la mano y el periódico en la otra, mientras leía la sección de estados, con la más absoluta calma del mundo. Alejandro abrió la boca, pero como no se le ocurrió nada que decir la volvió a cerrar. La abrió una segunda vez, pero de nuevo tuvo que cerrarla porque su cerebro se negaba a funcionar.

—Oh vamos— le dijo su papá, sonriendo —, ¿no creerás que soy tan tonto como para no darme cuenta?

Alejandro siguió sin poder hablar. Ni siquiera era pánico lo que sentía; era un asombro absoluto. En el fondo sí creía (o había creído) que su papá era lo suficientemente tonto como para no darse cuenta.

—Vas a cumplir dieciocho años en mes y medio— dijo tranquilamente su papá —; ya eres casi un hombre. Yo no tengo problemas con que metas muchachas a la casa; pero bien sabes que tu mamá sí. Así que te agradezco que hayas intentado ser discreto; y si te sirve de consuelo creo que tu mamá no ha notado nada. O a lo mejor prefiere no notar nada; no sé. El punto es que no tienes que temer nada; no estoy a punto de regañarte por nada, ni de castigarte, y tampoco de sermonearte. Pero se están cuidando, ¿verdad?

—Sí señor— contestó Alejandro, que cuando tenía miedo de su papá le decía señor.

—Vamos, tranquilízate— dijo sonriendo su papá —. ¿Quién es la muchacha?

—Se llama Elena… es mi novia.

—Ah. ¿Desde hace cuanto?

Alejandro sacó su celular y vio la hora.

—Desde hace como cuarenta y cinco minutos.

El papá frunció el ceño.

—¿Pero ya había estado aquí antes, no? Estoy seguro de haberla visto salir de tu cuarto por el árbol en al menos una ocasión.

—Sí, es mi amiga desde hace casi dos años.

—¿Amiga? ¿Nada más?

—Eh… es complicado.

—Complicado.

—Yo mismo no entiendo ciertas cosas.

—Ajá. ¿Por qué no me lo descomplicas?

—Eh… ¿podría ser después? Te prometo que lo platico bien contigo; y además quiero que tú y mamá la conozcan, pronto. Pero ahorita me está esperando.

—Ah; tienes razón. Está bien; sólo dime una cosa.

—¿Dime?

—¿Es ella la razón de que la otra muchacha te haya pegado en la nariz?

Alejandro no pudo evitar sonreír.

—Sí.

—¿Valió la pena?

—Oh sí.

—Bueno, vete de aquí. Nada más se levante tu mamá y nos arreglemos la voy a llevar a una comida con tu tía Marta en Cuernavaca. Vamos a estar fuera hasta muy noche; a lo mejor nos quedamos ahí a dormir. Así que vas a tener la casa para ti solo.

Alejandro no pudo evitar sonrojarse. ¿De verdad su papá lo estaba prácticamente animando a que usara la casa para coger durante el sábado? El señor le sonrió:

—¿Puedo confiar en que no harás nada particularmente idiota mientras estemos fuera?

—Sí papá.

—Bueno; ahora sí vete de aquí.

—Gracias papá.

Alejandro subió las escaleras, con una enorme confusión en la cabeza. Pero decidió mejor dejar de pensar y nada más alegrarse de que su papá fuera tan chido. Entró a su habitación.

—¿Por qué te tardaste tanto?— le preguntó Elena, que estaba acostada en la cama y arropada por las cobijas. Al ver la ropa de ella regada por todo el cuarto, Alejandro supo que no llevaba nada puesto.

—Mi papá quería platicar conmigo. Te vio subir el árbol.

—No manches— exclamó Elena abriendo mucho los ojos, en pánico.

—Sí; pero no te preocupes. De hecho ya te había visto salir por el mismo árbol.

—¿De verdad?

—Sí.

—¿Y no te regañó?

—No; no tiene problemas con que te meta aquí. Pero sí me dijo que mi mamá sí los tendría.

—Órale, qué chido.

—Sí.

Alejandro seguía en la puerta de su cuarto. Tenía unas ganas increíbles de desnudarse y meterse en la cama con ella, pero también estaba disfrutando mucho el verla acostada ahí, sabiendo que estaba desnuda debajo de las sábanas.

—Se me enfriaron las nachas por estar todo ese tiempo sentada en la banca de piedra helada— le dijo Elena sonriendo pícaramente.

—¿Sí?

—Sí. Vas a tener que frotarlas mucho y darles muchos besitos para que regresen a su temperatura normal.

—Puedo hacer eso.

—Ven aquí mi amor.

Alejandro comenzó a desvestirse y se acercó a la cama.

 
 
 
Ciudad de México, Noviembre 2008
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La Noche del Alacrán: 19

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La Noche del Alacrán escrita por Canek Peláez Valdés se distribuye bajo la licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-No Derivadas 2.5 Mexico.

19

Enrique detuvo su carro frente a la parada del PumaBús en la Torre de Rectoría. Elena se lanzó hacia los asientos de adelante para abrazar a Enrique y su hermano.

—Muchísimas gracias— dijo, besando a cada uno en la mejilla. Después se volvió para abrazar a Mayra —. Y muchas gracias a ti también; pásame tu teléfono, porque después te voy a platicar todo el chisme.

Mayra y Elena intercambiaron teléfonos, y Elena se le acercó para preguntarle al oído:

—¿Te puedo preguntar algo indiscreto?

—Dime.

—¿Traes tanga de hilo dental?

Mayra sonrió.

—Reina— le contestó susurrándole al oído —, no traigo ropa interior.

Elena la miró con los ojos abiertos y sonriendo.

—Definitivamente me estás cayendo muy bien; te llamo luego— le dijo dándole un beso en la mejilla.

Dando las gracias una vez más, Elena se bajó del carro y caminó a la banca de piedra de la parada, donde se sentó y subiendo los pies se abrazó las rodillas. Puso la barbilla sobre ellas y se dispuso a esperar.

Considerándolo apropiado, recordó cómo había conocido a Alejandro. Había sido también en un concierto, y Elena estaba emocionadísima de que era lo más sencillo del mundo comprar cerveza en ese tipo de eventos. Tenía todavía quince años, unos cuantos meses de haber perdido la virginidad (con un novio que quiso mucho, pero con el que duró poco), y ganas de divertirse.

Había ido sola, porque ya no tenía novio y ella nunca fue de tener muchas amigas o amigos, y escuchaba la música cuando Alejandro la empujó por la espalda haciendo que se le cayera su cerveza. Enojada volteó a mirarlo, y todo el coraje se le derritió al suelo; le gustó desde el momento en que lo vio.

Le gustaron sus manos, y su sonrisa franca y algo pedante, y cómo olía a que había estado jugando básquet esa tarde, y que era más alto que ella (y luego crecería aún más). Y le encantó lo apenado que pareciera de haberle tirado su chela, y que se ofreciera a comprarle otra.

Caminando hacia donde vendían las bebidas, Elena se lo comía con los ojos revisando su cuerpo, mientras él comenzaba a hablar y ella iba descubriendo poco a poco lo interesante que era, y lo increíblemente atractivo que resultaba que él mismo no se diera cuenta.

Quiso pellizcarle una nalga, meterle la lengua en la boca, chuparle el pene. Pero se contuvo; a duras penas, porque nada más Elena había descubierto el sexo no tardó en descubrir también que le encantaba. Y se contuvo también porque le interesaba lo que Alejandro decía y, tal vez más importante, cómo lo decía.

También se descubrió a sí misma contándole un montón de cosas que generalmente no le contaba a la gente; no excepto a sus amigos más cercanos, mucho menos a alguien que acababa de conocer. La hacía sentirse segura, en confianza. Y además la hacía reír; la hacía reír mucho, y a ella le encantaba eso.

La ponía de muy buen humor.

Platicaron de todo lo que dos muchachos normales de quince y dieciséis años pueden platicar, y de cosas que realmente no entendían, pero que les interesaban. Se contaron chistes e intercambiaron anécdotas, y se rieron como idiotas de cualquier cosa. Se gustaron y se quisieron de inmediato.

Elena estuvo tomando todo ese tiempo; no mucho, pero sí definitivamente más de lo que normalmente ingería de alcohol… que sería nada. Así que estaba más que mareada cuando Alejandro se ofreció a darle un aventón para su casa. Elena concluyó que había estado tomando con el único objetivo de agarrar valor para cogérselo a la primera oportunidad que tuviera; y cuando escuchó que traía nave hasta le brillaron los ojitos de anticipación.

Camino al carro ella fingió tropezar para que la agarrara (cosa fácil porque sí estaba mareada), y aprovechando ya no le soltó la mano. Cuando él no hizo ningún gesto que indicara que eso le desagradaba, ella supo que ni siquiera iba a poder proponerle que fueran a algún lugar apartado para coger; se le iba a lanzar encima en cuanto abriera la puerta del carro.

Que, por supuesto, fue lo que terminó ocurriendo.

Y esa fue la primera cosa con que Alejandro la sorprendió: el sexo no le gustó. Se dio cuenta de inmediato que Alejandro era virgen (se portó básicamente igual que el primer novio con el que se acostó, que también era virgen); pero además sencillamente no le gustó: ella esperaba a alguien que se mostrara en la cama tan seguro como parecía serlo al platicar, y no encontró nada de eso. Fue tierno, y atolondrado, y hasta cierto punto y de alguna manera agradable; pero nada de lo que ella esperaba.

Pero Alejandro le seguía cayendo muy bien, y siguió platicando y saliendo con él, siempre y cuando quedara claro que era estrictamente como amigos. Con algo de pena se admitiría mucho después que en gran medida lo hizo para jugar con él; quería ver cuánto podía soportar el muchacho hasta que se le lanzara de nuevo. Y aquí Alejandro volvió a sorprenderla: no se le volvió a lanzar. A regañadientes, y evidentemente en contra de lo que él quería, pero aceptó las condiciones que Elena unilateralmente impuso, y eventualmente se resignó a ser nada más su amigo.

Ella no pudo evitar encontrar eso increíblemente atractivo, y nada más tuvo la oportunidad se lo volvió a coger, sólo que con una diferencia fundamental a la primera vez: le gustó. Le gustó mucho.

Justo después de haberse venido Elena pensó qué haría; y llegó a la conclusión de que convenía que así siguieran las cosas entre ellos: siendo amigos, y cogiendo de vez en cuando. Lo justificó de muchas maneras, pero en el fondo ocurría que no había sentido nunca lo que sentía por Alejandro, y dada su (no muy amplia) historia con ex novios no quería arriesgarse a perderlo.

Alejandro de nuevo a regañadientes pareció aceptar el arreglo, aunque de vez en cuando le daba a entender que quería andar con ella, pero reculaba en cuanto Elena se ponía firme. La última de esas veces fue cuando Elena salió de casa de Alejandro en lágrimas, porque él le había dicho que sí la quería como novia.

Esa noche y gran parte del día siguiente Elena trató de entender por qué le había afectado tanto que Alejandro le dijera que sí la quería de novia, por qué la había hecho reaccionar así. No pudo encontrar una respuesta satisfactoria, pero decidió que las cosas no podían seguir como hasta ese momento con Alejandro; tenía que ver cómo dejar de coger con él sin que pareciera que lo hacía por el incidente (que de hecho era así). Y lo más sencillo fue conseguirse un novio.

Sorprendentemente su novio resultó ser un muchacho al que llegó a querer y que le dio una sensación de tranquilidad y de estabilidad, cosas a las que no estaba acostumbrada. Comenzó a disfrutar realmente el estar con él, e incluso se alegró cuando Alejandro pareció llegar a aceptarlo.

Fue poco después de un día en que fueron a comer, que Alejandro le dijo que se veía rara y ella le contestó que estaba feliz. Y ciertamente es lo que ella creía; que estaba feliz. Pero ya sentada en la banca de la parada del PumaBús en la Torre de Rectoría, Elena se admitió que no era cierto eso. No estaba “feliz”; estaba tranquila, estaba cómoda. Estaba a gusto; pero no estaba feliz.

Y entendió también por qué Alejandro sí se había tragado que lo fuera; él pobre nunca supo (porque ella nunca se lo dijo) que los momentos más felices que Elena había tenido eran aquellos que pasó a su lado. Confundió el que estuviera más tranquila con que estuviera feliz. Que por supuesto ayudó que ella le dijera que así era.

Elena tuvo un ligero escalofrío sentada en la banca de piedra. Hacía frío, y se preguntó cuánto más tendría que esperar. Miró el pedazo de cielo negro que podía observar debajo del techo de concreto que protegía la parada del PumaBús, tratando de calcular la hora. Hubiera podido ver su celular, pero no quería moverse, además de que se sentía entumida.

El miedo de nuevo le generó un hueco en el estómago; miedo de que Alejandro eligiera a la Loba, miedo de perderlo, miedo de no poder besarlo de nuevo. Se sentía muy cansada, y no podía imaginar algo mejor que estar en el cuarto de Alejandro, acostada junto a él en su cama, ambos desnudos. Ni siquiera por la agradable idea de coger; sólo por estar abrazándolo, olerlo, poder besar su pecho. Y la perspectiva de que tal vez eso jamás volvería a ocurrir le causaba un miedo espantoso; una especie de abismo infinito que al asomarse a él le hacía sentir un vértigo insoportable.

Cerró los ojos y respiró lentamente para calmarse.

—Va a venir— se dijo a sí misma en voz alta —. Ten paciencia y verás que llega. Ten fe y paciencia.

En el carro de Alejandro todos estaban callados. Ernesto y Érika de plano se habían dormido en el asiento trasero, mientras Ana cabeceaba en el asiento del copiloto. Alejandro en cambio no tenía nada de sueño; ni siquiera se sentía cansado.

Al contrario; estaba más despierto que nunca. Manejando a la casa de Ana (que ella le dijo cómo cuando se subieron), estaba al mismo tiempo haciendo trabajar furiosamente a su cerebro, tratando de determinar qué iba a hacer.

Una parte de él se decía que mandara al carajo a Elena con sus locuras y dramas y chantajes, y sencillamente hiciera como que no le había dicho nada. Así se evitaba cualquier tipo de problemas con Ana, y además Elena misma le había dicho que seguiría siendo su amiga no importaba qué eligiera.

Pero las palabras que le había dicho justo antes de besarlo, y lo que había sentido durante el mismo beso, habían tenido un profundo impacto en su persona. No podía tampoco dejar de pensar en lo guapa que se veía, en la sonrisa que siempre había adorado, en el beso con un ligero sabor a tacos de suadero.

Las dos palabras que le dijo justo antes de besarlo él había querido escucharlas durante tanto tiempo, que no pudo evitar sentir una ola de furia nacer en él cuando pensó en lo hijo de la chingada que era que se las dijera justo esa noche. ¿Por qué no el día anterior, o cualquiera de los que siguieron a que tronara con su novio y antes de que conociera a Ana?

Pero no pudo permanecer enojado mucho tiempo; la declaración de Elena de alguna manera hacía que sus acciones (de esa noche; de siempre desde que la conocía) se justificaran. Sencillamente como que, conociéndola, realmente no había otra forma de que le dijera esas dos palabras. Y hasta incluso le sorprendía que pudiera decirlas.

Volteó a mirar a Ana, que cabeceaba peleando contra el sueño, porque quería ver que Alejandro siguiera por el camino correcto y entonces trataba de mantenerse despierta para avisarle si se equivocaba en algún momento.

De verdad era muy bonita; y era dulce y cariñosa, y tenía todas las cualidades que él podría haber deseado en una novia. Bueno; no se había acostado con ella, pero no había ningún motivo para creer que habría algún problema con el sexo. Cuando se diera.

Ana notó que la miraba y le sonrió.

—No estoy dormida— le dijo frotándose los ojos —, aquí sigo contigo.

—Está bien; creo que sí entendí cómo llegar. Si quieres duérmete.

—No, no te voy a abandonar.

Ana recargó la cabeza contra el vidrio del carro, y se distrajo mirando las calles desiertas de la Ciudad. A pesar del cansancio, estaba realmente muy contenta; y muy emocionada de haber comenzado a andar con Alejandro.

Lo había visto muchas veces jugando básquet, y le había gustado mucho. Alejandro jugaba muy bien, y se veía ágil y concentrado cuando jugaba, y cuando su equipo iba ganando era muy común que sonriera e incluso se riera a carcajadas, y a ella la enloquecía su sonrisa, y su mirada concentrada cuando trataba de hacer un tiro particularmente difícil.

Un día vio que su cuate Gerardo también estaba jugando con él, y de manera discreta le preguntó que quién era. Gerardo le dijo su nombre, y que era de los tipos en su salón que siempre sacaban diez y entendían todo.

Conectando otras fuentes, Ana fue investigándolo, y se encontró deseando conocerlo. Pero siempre que lo veía en las canchas le daba pena presentarse, y eso incluso cuando más o menos de fuente fidedigna averiguó que no tenía novia y que la única que le conocían había sido una chava con la que no había durado más que unos cuantos meses.

Así pasó mucho tiempo; Ana de verdad era medio autista al hecho de que era muy bonita, y entonces le extrañaba la cantidad de chavos que se presentaban solitos y la invitaban a salir. Salió con algunos, pero se aburría horrores en general con ellos. Y en su mente realmente sólo estaba Alejandro; le parecía que él sería diferente: divertido, inteligente, además de guapo.

Y entonces ese día, cuando Alejandro pasó cerca de ella y sus amigos que jugaban básquet, y que justo les faltaba un jugador, por fin adquirió el valor suficiente de hablarle… o de silbarle, al menos. Durante un segundo entró en pánico de que él considerara vulgar o de mal gusto que lo hubiera hecho, pero al contrario, a Alejandro pareció gustarle.

El juego fue ligeramente decepcionante; Alejandro estaba jugando muy mal. Tal vez por eso ella le tapó el tiro de forma tan agresiva; ciertamente no quería darle un balonazo en la nariz. Cuando lo vio tirado en el suelo, cubierto de sangre, tratando de levantarse, le gustó más que nunca.

Y conforme fue platicando con él en la enfermería y más tarde en el concierto, descubrió que era diferente; era más divertido de lo que había pensado, y más inteligente incluso de lo que parecía. Era perfecto.

Y la había besado primero, que ella había estado temiendo tendría que ser ella la que tomara el primer paso, porque no se veía que él lo fuera a hacer. Estaba contenta; sentía que las cosas estaban empezando bien, y se moría de ganas de acostarse con él. Sin duda alguna todo iría avanzando de forma chida, si no hacía ninguna pendejada.

Alejandro mientras tanto comenzaba a llegar a la misma conclusión. Al carajo Elena y sus mega dramas; él tenía una novia que le gustaba, con la que se la pasaba chido, que al parecer quería estar con él fuera de toda duda, y que además tenía la no despreciable cualidad de parecer estar sana de la cabeza.

En ese momento Ana encendió la colilla de un churro, que se le había apagado durante la huida del Alacrán.

—¿Qué haces?— preguntó Alejandro.

—Me voy a dar un toquín para despertarme.

—Pensé que la mota daba sueño.

—A mí me despierta.

—¿Te cuento un secreto?

—Va.

—Nunca me ha afectado la mota. Bueno; excepto la vez que olvidé para siempre dos horas de mi vida… pero no recuerdo qué sentí.

—¿De verdad?

—Sí. En realidad no me gusta; pero a Ernesto le encanta, y es común en fiestas y cosas así que salga un churro, y entonces he seguido fumando. Pero la verdad creo que no he entendido cómo se le hace.

—¿En serio?

—Sí.

Habían llegado a un semáforo en rojo en una avenida grande, y Alejandro detuvo el carro. De haberse quedado callada, Ana tal vez hubiera seguido siendo novia de Alejandro mucho tiempo, y la Noche del Alacrán hubiera seguido siendo una noche muy especial en la vida de él, pero por razones distintas. Pero Ana tuvo que cometer, sin tener idea de que lo estaba haciendo, la única y más grande pendejada que pudo haber cometido.

—Tengo una idea— le dijo a Alejandro, y le dio otro toque a su churro. Después tomó la cabeza de Alejandro entre sus manos, y dándole un beso le pasó el humo de la mota —. Sostén el humo— le dijo cuando acabó de pasárselo.

Alejandro obedeció; varios segundos. Y entonces, de forma particularmente interesante, su cerebro hizo algo muy extraño; como si dentro hubiera tenido dos enormes engranes desacomodados, el toque de mota hizo que se reacomodaran con un rotundo click. En menos de lo que tarda en transcurrir medio segundo, las dos horas de su vida que había perdido aquella vez manejando el carro de su papá las recordó su cerebro en un único y particularmente alucinante golpe.

Alejandro se incorporó al Periférico, manejando él solo el carro de su papá, y comenzó a reírse solito. Notaba cómo la mota comenzaba a afectarlo, y la sensación le parecía hilarante. Sosteniendo el volante con una mano, sacó su celular con la otra y le llamó a Elena.

—¿Dónde estás?— preguntó sin decir ni siquiera hola cuando ella contestó.

—En Cuiculco. ¿Por?

—¿Estás con el pendejo de tu novio?

—Eh… no… ¿por?

—Voy para allá.

Alejandro llevó el carro a Cuiculco, donde lo estacionó y caminó hacia el Sanborn’s, sabiendo (porque la conocía bien) que ahí estaría Elena leyendo revistas gratis para no tener que comprarlas. Y ciertamente ahí estaba, leyendo revistas, cuando él llegó.

—Hola preciosa— le dijo abrazándola y besándola en la mejilla. Después la soltó y tomando la cara de ella entre sus manos, le dio un beso rápido, pero particularmente cachondo, en la boca.

—¿Qué te pasa?— preguntó Elena riendo, algo nerviosa.

—Nada. No me pasa absolutamente nada. Abso… abso… absoluta… absolutamente nada. Puta madre, qué chingona palabra. Absolutamente. Es… es absolutamente chida.

—¿Estás bien?

—¿Bien? ¡Estoy poca madre! ¡Chingón!

—Baja la voz— le dijo ella tomándolo por los brazos, que él en su efusividad había comenzado a levantar.

—Vine aquí a decirte que es chido que estés con tu novio…— dijo Alejandro, con la voz más baja y algo más serio.

—Muy amable de tu parte.

—…porque tengo toda la paciencia del mundo.

—¿Perdón?

—Que tengo toda la paciencia del mundo. Voy a esperar que se te quiten toda la bola de pendejadas que tienes en el cerebro, y que te des cuenta de que te sacaste la lotería conmigo y que so yo con quien quieres estar realmente.

Elena comenzó a reír. En ese particular momento era cuando mejor estaba con su novio.

—¿De qué hablas, mi rey?— le preguntó, comenzando a notar que Alejandro debía estar moto o algo por el estilo.

—Hablo de que tú quieres estar conmigo— dijo él acercándosele peligrosamente —. Hablo de que entiendo que también tienes un miedo idiota a estar conmigo porque, estúpidamente, crees que me puedes llegar a perder. Pendeja; ¿que no entiendes que soy tuyo? ¿Que así terminemos casados y con catorce hijos, o tronemos a los quince minutos de comenzar a andar, siempre voy a estar ahí si me necesitas? ¿Que no importa cualquier locura, chingadera o infidelidad que me hagas, podré enojarme y dejarte de hablar un tiempo, pero que eventualmente siempre volveré a ser tu amigo? A lo mejor seré algo más; novio, marido, ex-marido, padre de tus hijos, padrino en tu boda con alguien más, no lo sé: pero siempre tu amigo.

Elena se había puesto seria, tensa, y ligeramente paniqueada. Su corazón le latía muy rápido. Alejandro se acercó aún más y le dijo:

—Así que sigue con tu novio y termina con él cuando sea necesario. Yo voy a esperar; tengo todo el tiempo del mundo. Pero cuando termines con él, déjate de pendejadas y anda conmigo. Además de que extraño coger contigo; y sé que tú también los extrañas. Y todavía más: sé que estás perdida e irremediablemente enamorada de mí, pero tus miedos pendejos evitan que te lo digas incluso a ti misma. Está bien; voy a esperar. Voy a esperar hasta que me lo puedas decir, porque eventualmente vas a darte cuenta de lo pendeja que has sido al estarme rechazando.

Y sin ni siquiera dejar que el eco de su última palabra se apagara, Alejandro la besó. Un beso largo, húmedo y con tanto amor, que a Elena le temblaron las rodillas. Y después se dio media vuelta y se fue, sin decir una palabra más, sin voltear en ninguna ocasión. Se dirigió a su carro, fue a su casa, y se puso a ver la tele donde una hora después despertaría de su bizarro trance.

Elena mientras tanto se quedó en la sección de revistas del Sanborn’s como pendeja, el corazón palpitando, las rodillas temblándole. Si no fuera porque su amigo estaba evidentemente volando con las alas de alguna droga, hubiera ido tras él y probablemente no lo hubiera dejado ir nunca. O durante un buen tiempo.

Pero Alejandro se estaba comportando muy extraño, y en ese momento ella se sentía muy cómoda con su novio, así que sólo le llamó al otro día.

—Hola— le dijo por teléfono.

—Qué onda— contestó Alejandro.

—¿Cómo estás?

—¿Perdón?— preguntó él; Elena nunca le preguntaba cómo estaba.

—Sí; ¿cómo estás?

—Bien… bueno, medio friqueado.

—¿Por?

—Ayer fumé mota, y traía el carro de mi jefe. Y de repente perdí dos horas de mi vida.

—¿Cómo?

—Sí; recuerdo haber entrado a Periférico, y luego recuerdo estar en la sala de mi casa viendo la tele.

—¿Y no recuerdas nada más?

—No, nada. Salí corriendo a ver si el carro estaba bien, pero al parecer sí. No manches; nunca vuelvo a fumar si estoy manejando.

—¿Y no tienes idea de qué hiciste en esas dos horas?

—Nada; es como en RoboCop, pero sin las partes en negro. Sólo de repente estaba manejando, y luego de repente estaba viendo la tele.

—¿Y si hubieras violado o asesinado a alguien mientras tanto?

—Pues espero no haberlo hecho— contestó Alejandro riendo —; al menos no tengo sangre en las manos, ni un cadáver en la cajuela.

—Ajá. ¿Pero de verdad no recuerdas nada?

—No. Y ya sabes que a mí en general la mota no me hace nada; no manches, sí me espanté.

—Bueno, esperemos que no hayas espantado a nadie mientras estabas en tu viaje.

—Sí, yo también.

—Bueno; cuídate.

—Oye.

—¿Qué pasó?

—¿De qué?

—Pues, para qué me llamabas.

—Ah… nomás. No fumes mota cuando manejes.

—Chido.

—Bye.

—Bye.

Elena al inicio pensó que Alejandro le estaba tomando el pelo; pero lo vio para tomar café unos días después, y el muchacho fue tan inocentemente sincero al platicarle con pelos y señales el incidente, que le creyó. Y después fue al baño a llorar un poquito.

Cuando volvió del baño y Alejandro le preguntó que por qué tenía rojos los ojos, ella le dijo que le estaba dando gripe.

Todo eso entró a la parte consciente del cerebro de Alejandro en un solo golpe, lo que causó que tosiera violentamente el humo de mota que Ana le había pasado con su beso.

—¿Estás bien?— le preguntó Ana riéndose y dándole golpecitos en la espalda.

—Ajá— mintió Alejandro, temblando, sudando y con los ojos llorándole, por el humo y la alucinante sensación que le daba el haber recuperado una parte de sí que creía había perdido para siempre.

—Ay bebé, creo que sí la mota no es lo tuyo.

El semáforo se puso en verde, y Alejandro continuó manejando, todavía temblando. No era por la mota; era por el súbito entendimiento que había entrado a su ser: Elena lo amaba. Y sí, tenía todos los defectos del mundo, pero eso era lo que había estado esperando escuchar desde hacía mucho tiempo. Casi desde que la conocía.

Medio en automático Alejandro llegó a casa de Ana, y apagó el carro. Volteó a mirar el asiento trasero, donde Ernesto y Érika dormían plácidamente.

—Güey— dijo Alejandro, la voz algo más fuerte de lo que le hubiera gustado a el mismo.

—¿Para qué los despiertas?— preguntó, extrañada, Ana.

—Güey— repitió Alejandro ignorándola —, necesito que tú y tu mujer me den un segundo a solas con Ana.

Ernesto despertó y miró a Alejandro incrédulo.

—¿Te cae?

—Me cae. Ándale, espero no tardar.

Ernesto salió del carro y sacó del mismo a su novia, para motivos prácticos aún dormida, y mentando madres entre dientes.

—¿Querías despedirte a solas de mí?— preguntó dulcemente Ana.

—Ana— dijo él lo más tranquilamente que pudo —, no puedo ser tu novio.

La muchacha había estado haciendo escenas en su cabeza justo antes de que llegaran a su casa; ir a comer con sus amigas más cercanas para que lo conocieran, presentarle a sus padres, la primera vez que lo metería a su cuarto… No se imaginó la boda y los niños nada más porque no era su estilo, pero Ana ciertamente esperaba un noviazgo que durara más que unas cuantas horas.

—¡¿Qué?!

—Lo siento; de verdad, de verdad lo siento. Pero es que estoy enamorado de otra chava, y no sería justo para ti que yo anduviera contigo así.

—¡¿Qué?!

—No lo sabía… bueno, sí lo sabía pero creí que ya lo había superado, pero me acabo de dar cuenta que no es así, y eres demasiado perfecta como para andar con alguien que no esté única y exclusivamente enamorado de ti.

—¿Es Elena?

La pregunta agarró en curva a Alejandro. Nunca habría podido adivinar que ella tan siquiera lo sospechara.

—Eh… sí pero…

Alejandro nunca terminaría la frase; Ana le dio un soberano puñetazo en su recientemente lastimada nariz. No fue un golpe de niña; fue un golpe bien puesto, recargando todo el peso de su cuerpo en el mismo, el puño bien cerrado, el pulgar en el lugar correcto para no lastimarse la mano. Además perfectamente acomodado, que si hubiera sido un poco (poquito) más fuerte, ahora sí habría roto la nariz de su recién ex novio.

—¡Eres un pendejo!— declaró Ana mientras salía hecha la chingada del carro para dirigirse a la puerta de su casa, mientras Alejandro trataba de detener el flujo de sangre que, de nuevo en menos de veinticuatro horas, brotaba de su nariz.

Unos segundos después, Ernesto entraba a ocupar el lugar del copiloto y Érika al asiento trasero.

—¿Total que siempre que la veas te va a golpear la nariz?— preguntó, riendo, Ernesto.

Alejandro lo hubiera mandado a chingar a su madre, pero estaba demasiado adolorido.

—Ten Alex— le dijo Érika extendiendo un pañuelo.

—Gracias— dijo Alejandro haciendo presión con el mismo sobre su cara.

—Voy a hacer una suposición aventurada— dijo Ernesto —, y afirmar que de hecho terminaste con ella.

—Te pasas— le dijo, femeninamente solidaria, Érika.

—¿Te gustaría que Ernesto anduviera contigo si estuviera enamorado de alguien más?— preguntó, malhumorado, Alejandro.

—Por supuesto que sí— dijo sonriendo Érika, y acariciándole el pelo a su novio —, ¿si no cómo le haría la vida imposible en venganza?

Alejandro consideró eso durante medio segundo, pero después encendió el carro con su mano derecha, mientras sostenía el pañuelo con la izquierda.

—Voy a hacer otra suposición aventurada— dijo, divertido, Ernesto —, y afirmar que nos dirigimos a donde sea que se encuentre Elena.

—Andas cabrón hoy con tus suposiciones aventuradas— contestó Alejandro encaminando el carro a Ciudad Universitaria.

Aceleró el carro cuando llegaron a Insurgentes, pasando rápidamente varias estaciones del MetroBús. Sentía una euforía como no recordaba ninguna, y sólo quería llegar a decirle a Elena lo que sentía. Una parte de su ser se sentía de la chingada respecto a Ana; pero lidiaría con eso en otra ocasión. Tenía cosas más importantes que hacer; no podía faltar mucho para que amaneciera.

Elena mientras tanto seguía esperando pacientemente en la parada del PumaBús de la Torre de Rectoría. Un par de veces pasó una patrullita de Auxilio UNAM, y la tercera uno de los guardias se bajó y le preguntó que si estaba bien, que si podían ayudarla con algo.

—No, estoy bien. Sólo estoy esperando a alguien— contestó sonriendo Elena.

Nada más el carrito desapareció en una curva, la sonrisa se le borró a la muchacha. El hueco en el estómago ya no desaparecía por más que respirara profundo y se dijera que tuviera fe y paciencia. ¿Qué haría si Alejandro no la elegía a ella? ¿Cómo podría continuar viéndolo sabiendo que otra vieja se lo cogía y era a la que besaba y decía que quería?

Le dieron ganas de llorar. De nuevo. Elena sabía que era bien chillona, pero incluso para ella le parecía que ya era demasiado para una sola noche.

Su celular sonando la sacó de sus elucubraciones. Seguía abrazando sus rodillas, y no tenía la menor gana de moverse por el frío y lo entumida que estaba, pero hizo un esfuerzo y sacó su teléfono. Era Mayra.

—¿Qué onda?— contestó.

—Hola; ¿qué pasó? ¿Sigues en Rectoría?

—Sí.

—No manches. ¿Y no llega?

—No, pero va a llegar— dijo Elena haciendo uso de toda la fuerza de voluntad que le quedaba —. Vas a ver que va a llegar. ¿Tú donde estás?

—En casa de los hermanos.

—¿Se te hizo tu pene doble?

—No; Enrique resultó ser sinceramente fiel a la ausente novia. Pero Juanito me convenció de que me acostara con él.

—¿Por qué me parece que no tuvo que hacer mucha labor de convencimiento?— preguntó Elena riendo. Le daba mucho gusto que le hubiera llamado Mayra.

—Pues algo; no soy tan fácil como pudieras creer.

—Reina; no me llevabas conociendo ni quince minutos y ya te estabas dando de besos conmigo.

—…

—¿Mayra?

—Bueno, a lo mejor sí soy tan fácil como crees.

Las dos muchachas rieron.

—No por quererte recordar malas experiencias— dijo Elena —, pero yo que tú dejaba claro con Juanito si van a ser novios o es únicamente un acostón. Digo, a menos que sólo quieras un acostón.

—No lo sé; me está gustando. Tengo que pensarlo. Pero bueno, sólo quería saber cómo estabas; voy a volver con él, estoy en el baño.

—¿Segundo round?

—¿Qué pasó? ¿Cómo que segundo round? Ya vamos por el cuarto.

—¡Órale, quien viera al Juanito!

—Reina; no es el león, es el domador.

Volvieron a reír. A Elena le dio gusto saber que, pasara lo que pasara con Alejandro, había encontrado una nueva amiga.

—Ya me voy— dijo Mayra —; mucha suerte, espero que sí llegue.

—Va a llegar, no te preocupes. Pero muchas gracias.

Elena colgó su celular. Miró el cielo, que parecía haberse puesto más negro todavía. Se preguntó cuanto faltaría para que amaneciera; ese era el límite que le había dado a Alejandro. Pensó que si él elegía a la Loba, debía intentar seguir siendo su amiga; estar cerca de él. No porque fuera a intentar bajárselo (que por supuesto lo iba a intentar), sino porque de verdad creía que debían seguir siendo amigos. Aunque le doliera en el alma verlo con alguien más.

Mientras tanto Alejandro atravesó el Eje 10 y divisó el Estadio Olímpico Universitario. Se metió por el retorno que pasaba debajo de Insurgentes y salió unos cuarenta metros adelante de donde estaba Elena, que ni volteó a ver porque creyó que era otra vez la patrullita de Auxilio UNAM.

Alejandro estacionó el carro y lo apagó. Mirándose en el espejo retrovisor, se limpió de sangre la nariz lo mejor que pudo, y volteando a ver a Érika le preguntó:

—¿Qué tal?

—Te ves muy guapo— le dijo Érika sonriendo.

—Tampoco es para que te burles; estoy desveladísimo, despeinado, y con la nariz y los ojos hinchados.

—Ay Alex; un día les tengo que explicar a ti y a tu amigo varias cosas, porque los hombres son rete pendejos. Pero confía en mí: te ves muy guapo. Hay una razón por la que los hombres no se enchinan las pestañas ni se ponen lápiz labial, y es que a las mujeres no nos gustan los hombres bonitos; nos gustan guapos. Habrá veces que estés sucio y sudando, y serán las ocasiones en que Elena más apetecible te va a encontrar. Así que ve por ella, pobrecita, que se debe estar muriendo de frío.

Alejandro bajó del carro y caminó hacia la parada del PumaBús. El corazón le latía rapidísimo, y notó que, a pesar del frío, las manos le estaban sudando. Se pasó las manos por el cabello, tratando infructuosamente de peinarlo.

Elena mientras tanto estaba usando las pocas fuerzas que le quedaban para evitar llorar. Pero entonces escuchó pasos, y volteando hacia la calle vio aparecer a Alejandro, con la cara definitivamente golpeada.

—¿Qué te pasó?— preguntó preocupada.

—Me golpearon en la nariz— dijo Alejandro acercándose a donde ella seguía abrazando sus rodillas.

—¿Quién te pegó en la nariz?

—La Loba— le dijo Alejandro, poniéndose en cuclillas en frente de ella.

Alejandro se aclaró la garganta. Quería que le saliera bien lo que tenía que decir.

—Nunca me vas a perder. Hasta el día que me muera, me vas a tener como uno de tus amigos más cercanos. No sé qué nos depare el futuro; no sé si acabaré casado contigo, y terminarás siendo la madre de mis hijos, o si en dos semanas te aburrirás de mí y me mandarás al carajo. O si en unos meses tendrás uno de tus mundialmente famosos ataques de histeria, y yo en pánico saldré huyendo. O si cuando entremos a la universidad tendremos yo otras novias y tú otros novios, y ya nunca volvamos a besarnos y a coger. O si tal vez tendremos otras parejas, pero eventualmente regresemos el uno al otro, para que podamos pasar el resto de nuestros días besándonos y cogiendo, mientras mi cuerpo me lo permita.

—Ya hay Viagra— dijo Elena riendo y, como era previsible, llorando sin poder detenerse. Había comenzado a hacerlo desde que él empezó a hablar.

—Mientras mi cuerpo y la ciencia moderna me lo permitan— continuó Alejandro —. No sé qué vaya a pasar. Lo que sé es que en todos y cada uno de esos escenarios yo seguiré siendo tu amigo, si me lo permites, y que siempre iré a tu lado si tú me llamas. Me podrás hacer cuanta chingadera seas capaz de hacer (y créeme; sé que eres capaz de muchas chingaderas), y a lo mejor me encabronaré y te mandaré al carajo un par de semanas, de meses o de años. Pero eventualmente siempre te perdonaré, y volveré a ser tu amigo. Porque te equivocas Elena; no sólo eres especial por haberme quitado mi virginidad. Eres la persona más especial que yo conozco. Y nunca me vas a perder.

Y casualmente eso sí lo cumplió.

—Sí te acordabas de la vez en Cuiculco— dijo Elena limpiándose inútilmente las lágrimas de los ojos, porque más y más salían.

—No, no me acordaba; me acordé hasta hace una hora, con un toque de mota.

Alejandro la tomó por los brazos y la hizo levantarse. La abrazó completamente; los brazos de ella quedaron entre los dos cuerpos. Elena era tan delgadita que Alejandro podía casi tocarse los bíceps al abrazarla.

—Elena— continuó, su cara a unos cuantos centímetros de la de ella —: te amo.

Un par de segundos pasaron en silencio, mientras los dos muchachos se veían. Y entonces Alejandro agregó, sonando un poco más apresurado de lo que le hubiera gustado:

—¿Quieres ser mi novia?

Elena seguía llorando. A pesar de que él había dicho exactamente lo que necesitaba oír, no pudo evitar volver a sentir el pánico que siempre le había dado andar con Alejandro.

—¿Estás seguro?— preguntó ella, la voz entrecortada.

—Segurísimo.

—A lo mejor si te disculpas la Loba te aceptaría de nuevo…

—No me interesa.

—…ella es más bonita…

—Tú eres más atractiva.

—…y más simpática…

—Tú eres más divertida.

—…y definitivamente está menos loca…

—Lo dices como si eso fuera algo bueno.

—Todavía estás a tiempo de cambiarme por alguien menos inestable y voluble.

—Mi amor, no estoy interesado en lo más mínimo en cambiarte. Por nadie.

Alejandro la apretó un poco más entre sus brazos, y sintió como ella temblaba, de frío y de tenerlo tan cerca.

—¿Quieres ser mi novia?

Elena cerró los ojos y trató de besarlo, pero Alejandro echó la cabeza hacia atrás.

—No, ni madres— dijo —; contéstame bien: ¿quieres ser mi novia?

—Sí— contestó Elena, sorprendentemente seria, pero con la sonrisa que él adoraba, y los ojos más brillantes que nunca —. Sí quiero ser tu novia.

Y por fin se besaron siendo novios.

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La Noche del Alacrán: 18

Creative Commons License
La Noche del Alacrán escrita por Canek Peláez Valdés se distribuye bajo la licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-No Derivadas 2.5 Mexico.

18

Mayra y Elena se quedaron donde estaban, la segunda esperando con una sonrisa.

—Te ves muy segura— le dijo Mayra.

—Lo estoy.

—¿Qué vas a hacer?

—Sólo tengo que hablar unos minutos con Alejandro.

—¿Enfrente de su nueva novia?

—Ya veré cómo hacerle para tenerlo para mí sola unos momentos.

—¿Y qué le vas a decir?

—Lo necesario.

Mayra lo consideró un segundo sonriendo, pero decidió no seguir preguntando al respecto.

—¿Entonces me vas a dejar para que lidie yo solita con los dos hermanos?— preguntó en su lugar.

—Bueno— le dijo Elena riendo —, Enrique sonaba como que quería hacerle al fiel.

—Me puedo conformar con Juan; a estas alturas la verdad me cogería lo que fuera.

—¿Yo incluida?

—No, lo siento; necesito un pene. Aunque dos no me vendrían mal.

Las dos muchachas se rieron.

No lejos de ahí, Érika y Ernesto llegaron a donde Alejandro seguía besándose con Ana. Nada más vio que Alejandro lo había notado, Ernesto le dio las llaves; no sabía qué era lo que iba a ocurrir cuando Elena hiciera su desmadrito, pero no quería que ocurriera cuando él todavía tuviera las llaves de su amigo.

—¿Cómo es que tardaron tan poquito?— preguntó Alejandro extrañado.

—No había tráfico— dijo Ernesto. Técnicamente además era verdad.

Sólo que Alejandro no escuchó su respuesta; estaba volteando a varios lados, y se veía preocupado.

—¿Qué pasa?— preguntó Ana.

—¿Dónde está el carro?— le preguntó Alejandro a Ernesto, y en cuanto se lo señaló y Alejandro lo encontró con la mirada, comenzó a caminar rápido hacia él.

—Síganme; nos vamos— dijo Alejandro, tenso.

—¿Por qué?— preguntó Érika.

—No veo la camioneta del OjoCaido— dijo Alejandro.

—¿Y?— preguntó Ernesto.

—Significa que viene la policía, y si más gente se da cuenta esto se va a convertir en una estampida.

Ernesto iba a decir algo, cuando se escuchó un grito a la distancia “¡ahí viene la tira!” Como si hubieran gritado “¡arranquen!”, comenzó una estampida de chavos hacia los carros, y otros sencillamente lejos del lote baldío. Por suerte Alejandro y los demás habían llegado al carro al momento del grito, y pudieron entrar antes de que la gente comenzara a correr por todos lados.

Los siguientes minutos fueron una tortura para Alejandro, que movía el carro con el mayor cuidado posible, evitando a la banda alebrestada y a los otros carros; cada diez metros veían dos carros que habían chocado al intentar salir. De puro milagro Alejandro consiguió sacar el carro del lote, y en cuanto vio que tenía la calle libre aceleró todo lo que pudo. Todavía escucharon el ruido de sirenas; pero ya estaban lejos en ese momento.

Dentro del carro, Érika le susurró a Ernesto:

—¿Qué hay de Elena?

—Esperemos que haya salido de ahí; ahorita ya no hay nada que podamos hacer.

Elena y Mayra oyeron el grito de advertencia de que venía la policía, y Elena se pasmó unos segundos, sin saber qué hacer. Mayra la tomó de la mano e hizo que corrieran hacia la entrada del lote, junto con una multitud de chavos y chavas que iban a pie o habían dejado su carro fuera.

Las dos muchachas iban corriendo, cuando alguien les tocó el claxón; cuando voltearon vieron que eran Juan y Enrique, que habían sido de los primeros en notar que el OjoCaido había levantado el changarro, y ya estaban fuera al momento del grito de advertencia. Las muchachas entraron corriendo al carro, y Enrique aceleró tratando de evitar a los muchachos que corrían por todas direcciones.

Cuando el latir de su corazón se hubo calmado un poco, Elena sacó su celular y le preguntó a Mayra:

—¿Tienes el número de Érika?

—Sí, ¿para qué?

—Necesito localizar a Alejandro para ir a hablar con él.

Mayra sacó su celular y rápidamente le pasó el número de Érika. Justo en ese momento, Érika le dijo a Ernesto:

—Le voy a llamar a Elena; pásame su número.

Las dos muchachas se marcaron al mismo tiempo y, previsiblemente, ambas recibieron el tono de número ocupado.

—Suena ocupado— le dijo Érika a Ernesto y Elena a Mayra.

—Trata de nuevo— le dijo Ernesto a Érika y Mayra a Elena.

Las dos muchachas se volvieron a marcar al mismo tiempo, con el mismo resultado.

—A lo mejor está tratando de llamarte— dijo Ernesto.

—Tal vez te está marcando ella— dijo Mayra.

Las dos muchachas dejaron sus celulares en paz. A los dos minutos Elena y Érika dijeron:

—Voy a intentar de nuevo.

Una vez más recibieron el tono de ocupado. Elena tiró su celular al lado y se llevó las manos a los ojos.

—Necesito localizar a Alejandro.

—¿No puedes esperar a mañana?— preguntó Mayra.

—No puedo arriesgarme; si siguen juntos Ana y él durante más tiempo, es posible que cojan, y entonces las posibilidades de que lo que tengo que decirle haga efecto disminuyen considerablemente. Además de que no quiero que se acueste con ella, obviamente.

En el carro de Alejandro, Érika también había dejado de intentar marcar.

—¿A poco no estuvo divertido?— preguntó Ana a todos los ocupantes del vehículo, una enorme sonrisa en su cara.

—Si alguna vez nos invitas a algo que consideres emocionante— dijo Ernesto —, me voy a asegurar de poner la mayor posible distancia entre nosotros.

—¿Tienen hambre?— dijo Alejandro, cambiando el tema —. Yo me muero de hambre. ¿Por qué no vamos a los tacos de Periférico que siempre vamos?

Ernesto y Érika se miraron.

—OK— dijo Ernesto, y su novia se apresuró a mandarle un mensaje de celular a Elena diciéndolo a dónde iban.

En el carro de Enrique, Juan volteó a ver a Mayra y Elena.

—¿Qué onda chavas, quieren seguírsela con nostros en nuestra casa?

Justo en ese momento el celular de Elena comenzó a hacer ruido; ella lo tomó y leyó el mensaje de Érika.

—Están en los tacos de Periférico— le dijo a Mayra, y luego miró a Juan que todavía las veía, y a Enrique por el retrovisor —. Chavos; sé que se han portado bien lindos, pero tengo un favor más que pedirles.

—¿Qué pasó?— preguntó Enrique.

—Necesito que me den un aventón a unos tacos que están cerca de Periférico e Insurgentes. Y que me esperen ahí unos minutos, y después me lleven a la Torre de Rectoría.

Enrique y Juan se miraron.

—¿Vas a ver a tu pendejo?— preguntó Enrique.

—Sí.

—¿Y después para qué vas a ir a Rectoría?

—A esperar.

—¿Qué?

—Que mi pendejo decida que quiere estar conmigo en lugar de la Loba.

—¿Y crees que hacer eso es algo inteligente?

—Será la primera cosa inteligente que haga en toda la noche— dijo Elena, decidida.

—OK— dijo Enrique después de pensarlo un par de segundos.

—¡Gracias!— dijo Elena —, en agradecimiento voy a convencer a Mayra de que les pague por mí en cuerpomático.

—¡Oye!— le reclamó riendo Mayra.

—¿No que querías dos penes?— le preguntó susurrando Elena, divertida.

—Pues sí, pero ten más decoro.

—¿Cómo llego a esos tacos?— preguntó Enrique.

Elena le explicó el camino. Mientras tanto, Alejandro y Ana comían tacos alegremente, mientras Ernesto y Érika, que habían pedido de nuevo dos tacos cada uno, los miraban en silencio. Empezaban a sentirse cansados, y cada uno comenzaba a pensar que ya querían estar solos y coger, y dejar de andar presenciando los dramas de otros güeyes.

El teléfono de Érika sonó, y lo contestó.

—¿Bueno?

—Qué onda, soy Elena; acabo de llegar a los tacos.

—Ajá.

—¿Le podrías pedir a tu novio que le diga a Alejandro que tiene que hablar con él a solas, y que lo lleve atrás de los puestos?

—¿Para?

—Sólo para que la Loba no vea que hablo con él.

—Sale.

Érika colgó y Alejandro le preguntó que quién había sido.

—Mis papás— mintió Érika, sin mucho entusiasmo; después le dijo a Ernesto susurrando lo que Elena le había pedido. Ernesto suspiró.

—Alejandro— dijo —, ¿puedo hablar contigo un segundo a solas?

En el coche de Enrique Elena terminó de hablar con Érika y le dijo a los demás pasajeros:

—No me tardo nada; espérenme aquí.

La muchacha se bajó del carro y se dirigió a la parte detrás de los puestos de tacos. Mientras tanto Ernesto había llevado ahí a un extrañado Alejandro, siguiendo las instrucciones de Elena.

—¿Qué pasó?— preguntó Alejandro, algo preocupado.

—Mira ka… sólo quiero dejar claro que yo intenté evitar que esto ocurriera, pero la verdad ni sé qué tan deseable eso sería. Así que sólo te voy a decir suerte.

—¿Perdón?

—Mira atrás de ti.

Alejandro se dio la media vuelta, y se encontró con Elena parada frente a él, muy guapa con su sonrisa y el extraño brillo que salía de sus ojos.

—Hola mi rey— le dijo, sin dejar de sonreír.

Cuando Ernesto y Érika se la llevaban del Alacrán, con la intención de irla a dejar a su casa, Elena recordó una vez que ella había llamado a Alejandro y le había preguntado si sus papás iban a estar en la tarde en su casa. Él le dijo que no, y ella le avisó (no le preguntó su opinión al respecto) que le caía ahí algo más tarde.

Ella llegó y cogieron, de forma particularmente rica, y después se quedaron desnudos en la cama de él, abrazados, platicando de la escuela, de sus familias, de lo que les había pasado en los días que no habían hablado. Riendo la mayor parte del tiempo.

Elena entonces se acodó y lo miró como ella solía mirarlo, como si pudiera leer en sus ojos aspectos de su vida que él mismo no conocía o entendía, y sonriendo le dio un beso tierno en la boca.

—Ya me voy antes de que tus papás lleguen y tenga que salir por la ventana— le dijo.

—Quédate— dijo él.

—¿Cómo me voy a quedar?— preguntó ella riendo —; tus papás ya no deben de tardar.

—Te los presento. Les digo que eres mi novia.

Elena sonrió, pero su mirada se entristeció sutilmente.

—No me quieres de novia, mi rey.

Elena se levantó de la cama y comenzó a vestirse con calma. Tenía algo de ganas de llorar; una parte suya le gritaba que se quedara, que se hiciera novia de él, que esta vez no sería como las otras, que podría controlarse y evitar lastimarlo, que esta vez no iba a perder a su mejor amigo. Pero la parte racional de su cerebro ganó la batalla, y le dijo que no, que con otros había sido doloroso perderlos; pero que no podría soportar perderlo a él.

—Te equivocas— le dijo Alejandro —; sí te quiero de novia.

—Rey…

—¿Tengo algo mal? ¿Qué es lo que tengo que te impide estar conmigo? Dime qué tengo que hacer para que…

Elena le puso tres dedos de su mano en la boca y lo cayó. Le dio un beso.

—Ya me voy, ¿sí? Te llamo luego.

Elena salió de ahí, comenzando a llorar en cuanto bajaba las escaleras de la casa, y no dejó de hacerlo hasta que se logró dormir en la noche. Tres días después conoció al que sería su novio hasta unos días antes de la Noche del Alacrán; pero Alejandro no se entería hasta casi dos meses después, porque no volvieron a hablar en todo ese tiempo.

Le caía muy bien el muchacho que se la ligó de forma básicamente accidental, y ella se esforzó hasta lo imposible por ahora sí tener una relación que funcionara y que fuera sana. Y al mismo tiempo Alejandro pareció entender que ella sólo quería ser su amiga, y todo fue miel sobre hojuelas. Exceptuando el bizarro incidente cuando Alejandro se puso moto, y después nunca más recordó lo que le había dicho ese día en Cuiculco. Pero exceptuando ese raro episodio, todo estuvo bien entre ella, su novio y Alejandro.

Hasta la ocasión en que ella estalló (como siempre lo hacía), y su confundido novio le había dicho que mejor hasta ahí llegaban. Sin ni siquiera pensarlo Elena llamó a Alejandro, sin saber que ese día Ernesto había raptado el coche de su papá.

Tenía muchísimas ganas de estar con él; de platicar con él; de cogérselo. Y para su sorpresa Alejandro resultó demasiado noble como para incluso hacer eso. Una vez que Alejandro se fue, Elena le llamó a su novio y le rogó que volvieran, que lo sentía, que no volvería a pasar, que había sido cosa de una vez. Que la aceptara de nuevo, por favor, porque si no ella se lanzaría a los brazos de Alejandro y entonces eventualmente lo perdería.

Bueno, eso no se lo dijo; pero lo pensó.

Unas semanas antes de la Noche del Alacrán Elena llegó al punto al que siempre llegaba cuando sus novios le sobrevivían la primera o segunda explosión histérica; se aburrió. Trató de esforzarse por estar bien con él, trató de compensar el tedio con sexo, trató de verlo menos seguido para apreciarlo más…

Y nada funcionó; el guapo muchacho con el que antes había logrado conseguir un equilibro emocional ahora sencillamente la aburría. Tal vez incluso así hubiera podido seguir andando con él; pero cuando nada más pudo pensar en Alejandro cuando ella y su novio cogían, decidió que no era justo para él, y lo terminó de forma implacable: sin discusiones, sin ultimátums. Ahí terminaban y punto.

Estuvo a punto de llamarle a Alejandro, pero se contuvo. Si no él otra vez querría andar con ella; estaba segura. Y ella no podía permitirse eso, porque eventualmente causaría que lo perdiera. Para siempre.

Todo eso Elena lo recordó en unos segundos mientras Érika y Ernesto la llevaban a su casa en el coche de Alejandro, y en ese instante algo ocurrió en su cerebro; especialmente al recordar el incidente en Cuiculco. Ahí supo lo que tenía que decirle a Alejandro si quería al menos una esperanza de que él quisiera volver a andar con ella. Y también entendió lo que él tenía que hacer, si estaba dispuesto, para aplacar todos los miedos que ella siempre había tenido, y por los que se había negado a andar con él. Y ahí también decidió que estaría en manos de él decidir si seguir con la Loba o no; ella no haría nada para arruinarle esa relación si él no la escogía a ella.

Pero la iba a escoger a ella, estaba segura. Estaba tan segura, de hecho, que todo cayó en su lugar en ese momento; supo qué tenía que hacer, y cómo tenía que hacerlo. Y lo hubiera hecho en el Alacrán, si no fuera por la estampida que se dio cuando avisaron que llegaba la tira; y es lo que se propuso hacer cuando Alejandro volteó a mirarla y ella le dijo:

—Hola mi rey.

Alejandro se quedó sin habla durante varios segundos. No sólo porque él creía que Elena se encontraba ya segura en su casa, sino porque se veía guapísima; más guapa de lo que él recordaba haberla visto. Y en comparación con cómo la había visto cuando la puso en su carro en el Alacrán, despampanante.

—¿No estabas en tu casa?— preguntó al fin.

—No; eso fue un ingenioso engaño que hicimos entre Ernesto, Érika y yo. Pero yo casi les hice mano de cochino para que aceptaran participar en él; no te enojes con ellos si esto al final sale mal…

—¿“Esto”?

—No me interrumpas, porque lo que voy a decirte es importante. En la casa del Cacotas la chava en el baño que andaba mal era yo; no sé quién hayas creído tú que era.

—¿No era Mayra?

—No, no era Mayra; y no me interrumpas. Y además eres un pendejo por cómo trataste a esa chava; te perdiste de una persona que es maravillosa…

—Pero…

—Que no me interrumpas. En la casa del Cacotas estaba mal porque tomé mucho y fumé mucha mota…

—A ti no te gusta la mota…

—Que no me interrumpas. Quería ponerme peda. O mota. O ambas.

—¿Por qué?

—No me interrumpas, te digo. Porque te había visto con Ana, y hasta nada más con dos dedos de frente es fácil ver que es una chava increíble; bonita, simpática, inteligente, y además que le gustas y quiere estar contigo.

—¿Y por eso te pusiste mal?

—No, tarado; me puse mal porque me puse celosa. Y no me interrumpas.

Alejandro recordó cómo Elena se había puesto celosa también de Mayra, y supuso que sería algo del estilo. Como si adivinara lo que pensaba, Elena añadió:

—Esto no es como cuando me puse celosa de Mayra. Cierto, me pondré celosa toda la vida de cualquier chava con la que andes; pero Angélica y Mayra realmente no eran amenazas. Con Mayra me puse todavía más celosa porque te complacía en algo que siento es “de mi propiedad”; el sexo. Porque yo te desvirgué. Pero realmente a ninguna de ellas las veía como amenazas.

—¿Amenazas?

—Que no me interrumpas, chingao. Quiero andar contigo; siempre he querido andar contigo, pero siempre me ha ganado el miedo de hacer la misma bola de pendejadas que siempre hago con mis novios, y lastimarte de tal forma que tú ya nunca más quieras saber de mí…

—Pero si has tenido sólo como tres novios, y el que tuviste en secundaria no puede contar; eran niños…

—No me interrumpas, carajo. Racional o no, tengo un miedo horrible de perderte; de que ya no quieres verme, o hablarme. Y en menor medida de que no quieras coger ya conmigo.

Elena dio un pequeño paso, acercándose a Alejandro.

—Sé que esto es increíblemente injusto, que me de cuenta de que estoy dispuesta a tragarme todos esos miedos y andar contigo, cuando tú acabas de encontrar alguien que realmente te gusta, pero creo que necesitaba sentirme realmente amenazada para notarlo. Eso y tronar con mi novio; terminamos hace unos días.

—¿Qué…?

—Pues, carajo, ¿qué parte de “no interrumpas” no entiendes?

Elena dio otro pasito, quedando ya muy cerca de Alejandro. Como era más chaparrita que él, lo tenía que ver alzando bastante la cabeza.

—También sería bastante idiota de tu parte que dejaras a la Loba y anduvieras conmigo, tomando en cuenta que ella es mucho más bonita que yo, más simpática, y definitivamente menos lorenza. En particular menos lorenza; cualquier gente racional te diría que te mantuvieras alejado de mí.

Alejandro había abierto la boca, pero no pudo decir nada… lo cual fue bueno, porque Elena sólo lo hubiera vuelto a callar.

—Pero es lo que te voy a pedir— dijo ella —; que la dejes y andes conmigo. Y no te voy a rogar, ni a gritar, ni a dar ninguna razón lógica de por qué deberías hacerlo… en gran medida porque no existe ninguna razón lógica de por qué debieras hacerlo. Así que sólo te voy a decir algo, y te voy a dar tiempo para que lo pienses. Después de que te diga lo que realmente te vine aquí a decir, voy a ir a la parada del PumaBús en la Torre de Rectoría, y voy a esperarte ahí. Si para cuando salga el sol no has llegado entenderé que la elegiste a ella, y estará bien. Seguiré siendo tu amiga, si estás de acuerdo; lo que más me importa es no perderte. Y la Loba ni siquiera tendrá que enterarse de todo esto, si tú no deseas decírselo (que te aconsejaría no hacerlo, por cierto). Pero si antes de salir el sol te decides, contra toda lógica y razón, por andar conmigo, te estaré esperando ahí. ¿Entiendes?

—¿Qué es lo que veniste aquí a decirme?

—¿Entiendes lo que te dije?

—Sí; ¿qué es lo que veniste aquí a decirme?

—A ver, ¿dónde voy a estar?

—En la parada del PumaBús de la Torre de Rectoría; ¿qué es lo que veniste aquí a decirme?

—¿Y hasta qué hora te voy a esperar?

—Hasta que salga el sol; ¿qué es lo que veniste aquí a decirme?

Elena se puso de puntitas y le pasó los brazos alrededor del cuello.

—Solamente que te amo.

Y lo besó. Y no fue para nada como los besos fraternales que solía darle; fue un beso húmedo, largo y sensual en el que ella hizo todo lo que pudo por transmitirle exactamente lo que sentía por él. No sólo la atracción física y la química sexual: fueron las largas conversaciones; el comprender cómo pensaba y cómo se sentía, a veces incluso antes de que él mismo lo supiera; el sentido del humor y los gustos comunes… todo. Elena puso todo lo que su relación con Alejandro significaba para ella en ese beso. Y luego lo soltó.

—Y el beso además es para que el último que me dieras no fuera justo después de que hubiera vomitado— dijo sonriendo, los ojos aún más brillantes.

Y se fue, camino del carro de Enrique, al cual se subió comenzando a sentir un hueco en el estómago, de terror de que Alejandro no la eligiera a ella. Pero se tranquilizó a sí misma diciendo: “va a llegar, no te preocupes”.

—¿Todo bien?— preguntó Mayra, mientras Enrique encendía el carro.

—Vamos a ver— dijo Elena —; ahora sólo tengo que esperar.

—¿En la Torre de Rectoría?— preguntó Enrique —, ¿de madrugada?

—Está iluminado y siempre andan dando rondines las patrullitas de la UNAM; voy a estar bien.

—Es una locura— dijo Enrique meneando la cabeza.

—Viejo— dijo Elena, toda sonrisa —; ¿aún no te das cuenta de que estoy loca?

Alejandro se quedó dos minutos completitos donde Elena lo había dejado. Como un absoluto pendejo.

Cuando por fin se movió, fue en automático; se reunió de nuevo con Ana, Ernesto y Érika, y terminó sus tacos. Ernesto le había dicho a Ana que Alejandro se había quedado a orinar en la calle; no era el mejor de los pretextos, pero ya estaba hasta la madre de andarse inventando historias.

—¿Estás bien?— le preguntó Ana a Alejandro —. Te ves raro.

—Estoy bien— mintió Alejandro —; sólo me dio el cansancio de pronto.

—Ya ahorita me dejas en mi casa y te vas a dormir, ¿va?

Y la muchacha lo besó; toda ella bonita, toda ella simpática, toda ella dulce y cariñosa. Sus cualidades eran tantas y tan obvias… y sin duda alguna también carecía de los defectos más profundos de Elena; el comportamiento errático, los estallidos histéricos (que aunque en general no se los había lanzado a él sí le había tocado presenciar uno que otro), el drama con todo, que lloraba porque volaba la mosca…

Y sin embargo…

—Sí— dijo Alejandro —, deja pago y nos vamos, ¿no?

Ernesto y Érika presenciaban todo, ligeramente interesados, pero más que nada medio hartos y cansados. Tan cansados, que Ernesto ya ni siquiera quería coger; sólo quería dormir. Entrepiernado con su novia, eso sí.

Alejandro pagó los tacos y le dijo a todos:

—Vámonos.

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