Xochitl tuvo a bien morirse durante unos días, incluyendo mi vuelo de Sevilla a Barcelona. Escribí algunas entradas off line durante ese tiempo, que iré publicando próximamente.

Porque a veces tienes tantos pensamientos, que te gustaría sacarte algunos de la cabeza.
Xochitl tuvo a bien morirse durante unos días, incluyendo mi vuelo de Sevilla a Barcelona. Escribí algunas entradas off line durante ese tiempo, que iré publicando próximamente.
Sevilla para mí significa dos cosas: temperaturas ridículamente altas, y solomillo al whiskey.
Por alguna razón esta vez no había podido comer mi solomillo al whiskey hasta hoy, pero por fin tuve la oportunidad de volver a probarlo. También fue la primera vez que viajé en tren de alta velocidad de Madrid para acá.
Sigo prefiriendo volar.
Voy a estar aquí hasta el sábado, y entonces vuelo a Barcelona. Mi tercera vez en tres años.
Generalmente cuando estoy de estancia en Europa o Estados Unidos es cuando más trabajo y menos pierdo el tiempo. Tiene todo el sentido del mundo, ya que no tengo las distracciones que en la Ciudad están disponibles (PlayStation, cine, cuates, familia, novia).
Lo que también es cierto es que suelo salir mucho más de noche, y suelo beber mucho más cuando salgo. Lo primero es por los amigos que he ido acumulando durante mis previos viajes, y que como sé sólo puedo verlos una o dos veces al año (viviendo ellos a un océano de distancia de mí), esto causa que quiera aprovechar al máximo el poco tiempo que tengo para convivir con ellos. Lo segundo es una combinación de que el vino aquí es tan bueno y (relativamente) barato que se justifica de hecho beber mucho, y que no manejo aquí y generalmente llego caminando a donde sea que me esté quedando, lo que hace que de hecho pueda emborracharme sin tener que preocuparme de cómo llegaré a mi camita.
El miércoles fue la cena del congreso, y salimos del hotel donde se efectuó pasada la media noche buscando dónde continuar la fiesta. Terminamos en un lugar de vinos, y pasadas las tres y media de la madrugada regresé tambaleándome a mi piso: Marco trajo un tequila Don Julio Reposado que compartimos con los colegas españoles, y eso combinado con más copas de vino de las que me interesa recordar sí causó que me emborrachará como en general sólo suelo hacer en Europa.
Después de lavarme los dientes e ir al baño (y tomar dos litros de agua: uno aprende algunos trucos después de un tiempo), me acosté pasadas las cuatro de la madrugada.
Tres horas después, a las siete de la mañana, me levanté para bañarme y desayunar, y a las nueve en punto estábamos en la universidad, escuchando el inicio de la primera plática del último día del congreso. Estuvo buena, por cierto; un reporte de resultados empíricos de correr versiones modificadas de algunos algoritmos en CUDA aprovechando la alta paralelización que ofrecen.
Poco después de la una terminó el congreso, y después de arrastrarme a comer algo con unos amigos (y de despedirme antes de otros), me desplomé en mi piso donde básicamente perdí la consciencia durante la mayor parte del resto del día.
Que es la otra cosa que me ocurre cuando estoy de estancia: fiesteo muchísimo más que en México, pero también soy mucho más responsable, cumpliendo a veces de forma casi religiosa todas mis obligaciones académicas, aún cuando muchas veces no es realmente necesario.
Se acabaron los Encuentros de este año, y viajo en tren a Sevilla el sábado. Mañana dependiendo de cómo me sienta a lo mejor iré a Madrid durante el día, o turistearé Alcalá.
Y el próximo lunes, a las nueve de la mañana en punto, otra vez a trabajar.
Los Encuentros en Alcalá han sido una maravillosa sorpresa desde que nos registramos el domingo. No sólo está una multitud de colegas que acudieron para festejar los sesenta años de Ferran Hurtado; también (sin que yo tuviera idea de que así sería) están un montón de mis amigos europeos. Además de Birgit y Vincent, que ya sabía estarían aquí, está Eddie, está Aaron, están María y Arnau, está Víctor, y varios más que conocí fuera del DocCourse en Barcelona en 2009.
Además de eso, acabo de tener el placer de por primera vez en mi vida asistir a una plática de Jin Akiyama, de la Universidad de Tokai en Japón. El tipo es espectacular, y lo único que lamento es que mi novia no hubiera podido verla: a Isabel le hubiera encantado ver cómo Akiyama adoquinaba el espacio con poliedros.
Hasta ahora ha sido un muy buen congreso; y eso que apenas es lunes.
Total que estoy en Eslovenia, en unas colinas que parecen sacadas tal cual de la caricatura de Heidi de mi infancia.
Supongo que algún día tendré que contar cómo acabé aquí. Por ahora me voy a limitar a decir que el hecho de que por aquí ande se justificó nada más por la oportunidad que tuve de ver a László Lovász dar una plática en teoría extremal de gráficas.
Mañana regreso de nuevo a España, para el lunes ir al XIV Spanish Meeting on Computational Geometry.
Una vez más estoy en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México esperando abordar el avión que me llevará a Madrid, haciendo escala en la capital gringa.
Creo, creo que terminé de hacer todo lo que tenía que hacer, y después de este último par de meses que me la pasé haciendo y planeando tantas cosas que me daban ganas de hacerme bolita y echarme a llorar, la perspectiva de pasármela sentado medio día únicamente jugando con mi teléfono, leyendo y oyendo música realmente no suena tan mal.
Nos vemos del otro lado del charco. A menos que se caiga el avión, claro.
Hoy tuve mi examen de candidatura del doctorado. Esa era una de las cosas que me tenían ocupado al borde de las lágrimas.
Yo no pensaba hacerlo sino hasta diciembre, pero me vi obligado a adelantarlo un poco, porque si no mi posgrado me dejaba de querer. Eso realmente no me molestaba mucho, pero que me dejara de querer conllevaba que ya no me diera apoyos.
Y eso es grave, porque estaba planeando en ir a Europa unas semanas… unas siete. Y luego dos meses a Canadá. Y luego otros dos meses a Estados Unidos. Y entonces el que mi posgrado me apoyará era como que importante.
(Planear el viaje, por cierto, era otra de las cosas que me tenían ocupado al borde de las lágrimas.)
El examen estuvo bien, y ahora soy candidato doctoral… lo que sea que eso signifique. Y mañana vuelo rumbo a España en la mañana.
Todavía no termino de hacer todo lo que tengo que hacer, así que todavía es posible que me haga bolita y me eche a llorar, pero sí ya pasé lo más difícil.
Y por cierto, escribo está entrada desde mi teléfono mamón, mientras hago cola para cancelar mi teléfono. No pienso pagar seis meses de teléfono e Internet mientras no estoy aquí.
Sigo ocupadísimo, así que cuando mi mamá me llamó ayer para decirme que Tigger estaba muy enfermo le tuve que pedir que por favor ella lo llevara al veterinario. Hoy me llamó de ahí justamente, y me dijo que el doctor diagnosticaba que tenía un tumor en el intestino, y que no era operable.
Pensé en no ir: hoy es el cumpleaños de Isabel, y quería pasar el día con ella. Pero en primer lugar no era realmente lo sensato para hacer, y en segundo Isabel me dijo que fuera, que de cualquier manera me la iba a pasar pensando en mi gato.
Estuvo bien que fuera. Cuando llegué a casa de mi mamá no estaba nadie, porque mi mamá había salido al súper, y estuve buscando a mi gato por todas partes hasta que llamé a mi mamá y me dijo que probablemente estaba en las macetas del patio. Y sí, ahí estaba mi gato.
Estaba drogadísimo, porque el veterinario le dio medicina para que no tuviera dolor mientras yo llegaba a verlo. Tardó algunos minutos en reconocerme; me di cuenta de que lo hizo porque comenzó a mover la cola. Me dio un ataque de culpa: había tenido abandonadísimo a mi gato desde hace mucho. Más últimamente, con las cosas que tengo que hacer.
Lo llevé con el doctor: había antes pasado con él y le pregunté que si de verdad creía que no había ya nada que hacer. Me dijo que se lo llevara y que lo abría y veía la situación. Así que platiqué un poco con mi gato, lo acaricié y limpié, y lo llevé con el doctor. Me despedí antes de él, porque sabía que lo más probable era que no hubiera ya nada por hacer.
Cuando el doctor lo tomó para operarlo, mi gato se veía cansado, pero contento.
Me fui a mi casa (la veterinaria no tiene algo parecido a sala de espera), y esperé a que llamara el doctor. Como a las dos horas lo hizo, y me dijo que sí no había nada que hacer: el tumor se había extendido a la vejiga, y aunque lo quitara la misma ya no podría funcionar por la edad de mi gato y la extensión del tumor.
Así que le dije que lo durmiera, y después que lo incineraran. Creo que es lo más higiénico: yo quiero que me incineren cuando muera. Me preguntó que si quería las cenizas y le dije que no: eso ya no es mi gato.
Y por supuesto no creo que esté en “un lugar mejor”. Lo que sí creo es que vivió una vida razonablemente larga (para un gato) y feliz, que me quiso a mí y a mi familia (nos llevaba pajaritos muertos para “colaborar” con la comida), y que disfrutó mucho el tiempo que al final le tocó vivir.
Tigger pasó 10 años con mi familia. Estaba estudiando la licenciatura cuando me lo regalaron, y ha sido el gato que más nos ha durado y sin duda alguna el que más quisimos y mimamos. Fue un buen compañero, una mascota alegre, y en general más motivo para mí en particular de satisfacciones y buenos momentos que de otra cosa. Lo voy a extrañar como no tienen idea, y su muerte me dolió de una forma que a mí mismo me sorprendió.
Pero me alegra que no haya sufrido (los síntomas del tumor fueron extremadamente súbitos), y del tiempo que pasamos juntos, aunque al final no lo haya visitado tanto como hubiera querido. Supongo que tendré otros gatos (siempre voy a preferirlos diez millones de veces más que a los perros), pero Tigger siempre será mi gato.
Tengo tantas cosas que hacer que a veces me dan ganas de hacerme bolita y ponerme a llorar. Tengo que hacer cosas burocráticas, cosas académicas, cosas logísticas, cosas de dinero y cosas de cosos, al parecer. Por si no fuera suficiente, además, todas esas cosas y cosos tienen que estar terminadas para ciertas fechas determinadas, que se acercan con aterradora velocidad. Y para acabarla de amolar me enfermé la semana pasada.
Por todo eso es que no he escrito en el blog, no he ido al cine, y casi no he jugado en mi PlayStation 3. Otras cosas que casi no he hecho es programar, ver tele, o ver a mi novia, familia y amigos. Por suerte (o desgracia) las fechas límite como les digo se acercan a aterradora velocidad, y eso querrá decir que para bien o para mal ya no tendré que preocuparme de dichas cosas y cosos. Espero que al final sea para bien.
Como sea, de todo eso no es esta entrada. Esta entrada es para contarles que el domingo fui a comer con mi novia y al salir pasamos por un centro de atención a clientes Telcel. Entré sin muchas esperanzas y les pregunté (como había estado haciendo intermitentemente desde febrero) que cuándo salía el Xperia Play aquí en México. Y me salieron con la novedad de que había salido el día anterior.
Por supuesto, lo compré de inmediato. Y pedí un plan para mi celular con Internet ilimitado; es más o menos cara la mensualidad, pero yo lo veo como comprar a crédito el teléfono.
Llevaba con mi teléfono no-mamón ya más de 3 años; lo compré para mi titulación de la maestría. La verdad es que no tengo ninguna queja en contra suya, pero me quedaba claro que eventualmente tendría que comprarme un teléfono mamón: en el celular se están concentrando una bola de gadgets que sencillamente ya no vale la pena andar cargando de forma independiente (GPS, cámara, reproductor MP3, e-reader, etc.), y yo sencillamente estaba esperando el modelo adecuado.
El modelo adecuado por supuesto tendría que correr Linux, pero yo esperaba que fuera Nokia mi primer teléfono mamón. Sólo que Nokia decidió cometer el suicidio corporativo más idiota de la historia cuando hizo un trato con Microsoft para distribuir sus teléfonos con Windows Phone.
En mi viaje a Europa el año pasado vi a todo mundo usando teléfonos Android, y la verdad me gustaron mucho. Pero seguía esperando el modelo adecuado, hasta que el 6 de febrero Sony-Ericsson por fin anuncio el Xperia Play al mundo. Originalmente yo pensé que querría un teléfono con teclado físico, no virtual; pero después de probar el teclado virtual de Android 2.1, decidí que no lo necesitaba: funciona de maravilla (y por ejemplo poner acentos es más sencillo que en uno físico). Aunado eso a que ahora estoy descubriendo el gamer en mí, decidí comprar el Xperia Play.
Sólo que en México no tenía idea de cuándo llegaría, y nadie sabía darme fechas; escuché de todo: desde que llegaría en abril hasta que llegaría en julio. Y ciertamente quería comprarlo con un plan, porque si no sería desembolsar una cantidad bastante pesada de dinero. Así que me sorprendí mucho ese día que fui a comer con mi novia y me encontré con el teléfono ahí, a la vista de todo mundo.
En mi opinión, Telcel está haciéndole muy mala promoción, pero bueno.
A pesar de que el trámite lo hice el domingo, el teléfono me lo dieron hasta hoy: no llevo ni medio día usándolo. Me está gustando mucho, pero la sencilla verdad es que no tengo ahorita tiempo para jugar con él. Pero bueno, en un par de semanas eso ya no será problema, y espero poder disfrutar mi teléfono mamón.
Pumas tuvo a bien a ganar la final de futbol, con un golazo de Javier Cortés. Curiosamente, la UNAM ha ganado sus siete campeonatos durante el mismo periodo de tiempo que llevo yo sobre este mundo: en 1977, 1981, 1991, Clausura 2004, Apertura 2004, Clausura 2009 y Clausura 2011. Cinco de esos siete campeonatos yo los tengo más o menos frescos en la memoria.
Como mis lectores habituales sabrán, soy muy mal fan. Sin embargo, me alegro mucho de que los Pumas hayan ganado este torneo, donde además sólo perdieron dos partidos en la temporada, y uno en la liguilla.
A la UNAM le va bien en todo, hasta en el futbol.
El sábado por fin pude ir a ver Thor. No había podido por la cantidad de cosas que tengo que hacer, de las cuales platicaré luego.
Se aplican las de siempre.
Nunca fui gran fan de Thor, el superhéroe de Marvel Comics. No es que tenga nada particularmente en contra de él; sencillamente siempre me ha dado un poco de hueva un superhéroe que es un “dios”. La película sin embargo cuenta con Natalie Portman y Stellan Skarsgård, y además está dirigida por Kenneth Branagh. También sale Anthony Hopkins, Pero el viejito ha salido ya en tantos churros infumables que la verdad no suele ser garantía de nada.
La película me gustó muchísimo, pero sorpresivamente no fue en gran medida por la Portman (aunque sí es muy chistosa), o por Skarsgård (que me parece más bien desperdiciado), ni mucho menos por Hopkins. La película funciona en su mayor parte, me parece, por lo simpático que es Chris Hemsworth. Se roba toda la película, y como actor recorre muy bien el camino de muchachito berrinchudo a héroe humilde.
Está muy bien hecha, muy bien actuada, muy bien dirigida, y algo que yo nunca dejo de apreciar, es increíblemente divertida. Así que vayan y véanla, aunque me parece que la mayoría ya lo habrá hecho.
Ayer cumplí treinta y cuatro años.
Haría el recuento de los daños del año pasado de mi vida, y los planes para el siguiente, pero ando demasiado ocupado con los segundos.
Así que por ahora eso es todo.
Esto lo debería haber escrito hace días, pero la combinación de chamba acumulada por ir a pasar una semana a Ixtapa, y que me cortaran el Internet (que no pagué por ir a pasar una semana a Ixtapa) hicieron que lo retrasara.
Pero en pocas palabras, Rafa y Cindy se casaron, después de como doce millones de años de noviazgo.
(La foto no es mía, es de Edgar, porque en un error garrafal de mi parte dejé mi cámara en la Ciudad… que además tengo cientos de fotos que no he subido a mi álbum en meses: nada más pensar en la tarea me angustia.)
A casi diez años de que (casi) todos nos titulamos, sólo dos de nosotros se han casado. Lo cual me parece bastante inteligente, por cierto.
Es divertido pensar que este año se cumplirán quince años de que entramos a la carrera, y acordarnos la bola de pendejadas que hemos vivido juntos a lo largo de esos años. Me alegro mucho por Rafa y Cindy, que estaban más felices de lo que yo jamás recuerde haberlos visto, y fue muy padre que nos volviéramos a juntar y ponernos al día de nuestras vidas.
La triste realidad es que no me junto muy seguido con mis amigos de la carrera; a lo más dos o tres veces al año, cuando bien me va. Pero es muy chido el comprobar que el cariño y la camaradería ahí siguen, y que nos seguimos divirtiendo igual que antes. Tal vez menos desmadrosamente, eso sí.
Mis más sinceras felicitaciones a Rafa y Cindy, y que les vaya tan bien casados como les ha ido hasta ahora.
Después de romperme la cabeza durante días, por fin pude instalar bien GNOME 3.0 en mi laptop. El problema fue que uso systemd, el nuevo sistema de inicio, y éste no es estándar en Gentoo; la nueva versión de GNOME necesita un pequeño demonio que se encarga de todas las cuentas de usuario del sistema. De ahí se cuelga GDM para autenticar al usuario, NetworkManager para autenticar la red, el manejador de sesiones para asegurarse de que el usuario tenga permiso de suspender la máquina, etc., etc. Este demonio es levantado por el sistema de inicio normal de Gentoo, OpenRC, pero yo no lo hacía en sytemd (y de hecho, como estaba el ebuild de Gentoo ni siquiera se instalaba el archivo de servicio para systemd). Arreglé eso y todo funcionó a la perfección.
Llevo usando GNOME 3.0 (ya completamente funcional) poco más de un día, y ha sido sorprendentemente fácil el irse acostumbrando al nuevo modelo que impone el sistema, considerando que es completamente distinto al de GNOME 2. Algunas cosas necesitan un paso más que antes, otras todavía no es posible hacerlas únicamente con el teclado (un gran problema para gente como yo, que depende en gran medida del teclado para hacer todo rápido), y está medio rasposo en algunos puntos; pero en general todo me está gustando.
Se ve bonito el nuevo GNOME, y ciertamente parece (en mi opinión) cumplir la promesa de “no meterse” a la hora de que uno quiere realizar trabajo con él. Sigo ponderando qué tanta gritadera habrá por parte de la gente reacia al cambio (considerando además que GNOME hay un conjunto de usuarios de Linux que parecen odiarlo a un grado semi irracional), pero creo que los que lo diseñaron dieron en el blanco; es mi opinión que el futuro de las interfaces gráficas para escritorio es algo parecido a lo que GNOME está intentando hacer. Tiene ciertas similitudes con Mac OS X (yo ya casi no le veo ninguna con Windows, pero las nuevas versiones de Windows casi nunca las he usado), pero en general es un paradigma completamente distinto.
Por ejemplo, ya no tiene un menú para aplicaciones; uno entra a un overview y o bien selecciona una aplicación de un dashboard con favoritos, o comienza a escribir el nombre de la misma hasta que su icono aparece y uno lo selecciona y le da enter, o le hace click. Eso nada más va a sacar de quicio a muchísima gente, y sin embargo es sorprendentemente rápido (es de las cosas que pueden hacerse únicamente con el teclado). Sólo cuesta un poco acostumbrarse.
GNOME 3.0 no es un escritorio configurable; si eso es lo que buscan, más bien lléguenle a otra cosa. En GNOME 3.0 se puede cambiar la imagen del fondo del escritorio… y básicamente es lo único que se puede cambiar. La idea es que las opciones por omisión sean en general las “correctas”, y siempre esperando que sean las que más productividad le den al usuario. La idea es maravillosa hasta cierto punto: uno no compra un carro y después se pasa meses cambiándole las llantas u optimizando el motor. El carro debería funcionar tal y cual como viene de fábrica; lo mismo con casi cualquier aparato que cualquiera tenga en su casa.
Pero a mucha gente no le gustará. Yo esperaré a que la tormenta pase, y seguiré usándolo, porque creo que es una buena idea, y además me gusta y cada vez estoy más cómodo con este nuevo escritorio. Y ciertamente no he tenido broncas de estabillidad, que después de oír las historias de terror de los usuarios iniciales de KDE 4.0, y los que están probando el Unity de Ubuntu, la verdad me parece maravilloso.
Como comenté en mi entrada anterior, estoy jugando GTA IV en línea para sacar todos mis trofeos. Así que estoy ahí sin hacerle daño a nadie (al menos no en el mundo real: en el juego se trata de destazarnos los unos a los otros), cuando comienzo a hacer buen equipo con otro jugador. Después de un rato así, lo invito a ser mi “amigo” en la PSN, porque las misiones son más fáciles de hacer una vez que ya conoces a alguien y cada quién sabe qué hacer.
Al rato me invita a una partida, y me le uno a él y otro más que tienen un ID en la PSN bastante similar, y jugamos un rato, sin nada memorable que comentar al respecto. Y entonces el otro me pide que sea su “amigo”, lo agrego, y al rato me invitan a un chat. Lo primero que me preguntan es de dónde soy; la PSN funciona de tal forma que cada usuario dice su país al inscribirse, pero como un montón de países no estaban en la lista hasta hace poco, y de hecho muchos siguen sin estarlo, son muchos los usuarios que se inventan su lugar de origen (mi ID dice que soy de Canadá, por ejemplo: no estaba México en la lista de países cuando me regalaron mi PS3, y me negué rotundamente a hacerme pasar por gringo).
Así que les digo que soy de México, y acto seguido me dicen que son de Arabia Saudita. Uno de ellos, con un inglés pésimo; el otro ni siquiera intentaba hablar en inglés, y como aparecían símbolos raros en el chat supuse que hablaban en árabe entre ellos. E inmediatamente después me pregunta si soy musulmán, y cuando le digo que no me pregunta que por qué.
Ahora, trato de ser respetuoso en línea, así que les digo que pues nada más no soy y ya, y entonces empezó a ponerse rara la conversación. Trataría de explicárselas, pero la verdad sí estuvo medio bizarro: la plática variaba entre que querían convertirme al Islam, y que querían tener sexo conmigo (al menos hasta que por fin entendieron que era hombre). O algo así: la verdad no me queda claro qué tanto entendí de la conversación.
Total que por fin les dije que yo sólo quería juntar lanita para mi trofeo, que esto se estaba poniendo un poquito extraño, y que los veía al rato.
Y es por eso que en general no participo en pendejadas sociales en línea.
Grand Theft Auto IV es el juego que más he jugado en mi PlayStation 3, por mucho. Nada más me regaló la consola mi hermano, fui y lo compré, y aunque he tenido sesiones muy intensas de RockBand (y otros juegos, como God of War), GTA IV es sin duda lo que más he jugado.
Ahora, God of War, que lo compré este año y he jugado menos de dos meses (me parece), ya tengo el trofeo de Platino, que generalmente es el que se da cuando uno obtiene todos los demás trofeos del juego. No tengo el trofeo de Platino de GTA IV, y esto tiene una explicación muy sencilla: obtener todos los trofeos de God of War es de sentarse y jugar. Uno solito: hombre contra la computadora.
GTA IV requiere varios trofeos que sólo se pueden obtener jugando en línea.
Antes de meterme a la idiota tarea de sacar todos mis trofeos de GTA IV, nunca había jugado en línea con mi PS3. Tiene que ver que mis dos mejores amigos que cuentan con la consola, resulta que en general la intersección de juegos que nos gustan es vacía. Y sencillamente estar jugando con desconocidos me daba más bien hueva.
Pero pues comencé a jugar en línea, y comencé a sacar mis trofeos. Me faltan 3, que realmente son dos, porque el tercero sale automáticamente cuando obtenga los otros dos (es el de Platino). Uno de ellos según las estadísticas del juego ya me lo deberían haber dado, pero he leído que es común que se retrase el registro de las victorias en los servidores de RockStar, así que sólo espero que salte de repente. Ese trofeo consiste en ganar todas las modalidades de juegos multijugadores. Y es en serio todas: quiere decir ganar 3 juegos todos-contra-todos, 5 juegos equipo-contra-equipo, y 3 juegos cooperativos. Eso, y 108 carreras.
Sí, leyeron bien: 108 carreras. Es el infame trofeo Auf Wiedersehen Petrovic, y es una mierda el sacarlo. La única forma sana de hacerlo es ponerse de acuerdo con algún otro vato, y jugar uno contra otro ganando una carrera el primero y otra el segundo, y así hasta recorrer todas las malditas carreras. Dado que varias carreras duran más de 10 minutos, eso se traduce a horas de estar dedicándose a sacar el trofeo.
Siendo sano, me puse de acuerdo con varios güeyes para ir sacando poco a poco el trofeo, y por fin tengo todo (aunque el trofeo en sí sigue sin aparecerme; voy a dejar pasar unos días a ver si los servidores de RockStar por fin registran todo). Eso llevó varias semanas de mi tiempo (claro, no juego las 24 horas al día… si no sólo hubiera llevado días).
El único otro trofeo que me faltaría (si sí me aparece el AWP), es uno todavía más ojete: se llama Wanted, y consigue en obtener un nivel de 10 jugando en línea. Uno empieza en nivel 0, y llega al 1 cuando gana uno gana $1,000, al 2 cuando uno gana $10,000, al 3 cuando uno gana $50,000, etc., etc.
El nivel 10 se obtiene cunando uno llega a $5,000,000. Y dado que la manera más eficiente de obtenerlo es el jugar una modalidad cooperativa que se puede acabar en 3 minutos, y que uno gana $4,500 al hacerlo, quiere decir que lo fuerzan a uno a jugar GTA IV en línea mucho tiempo. Ahorita tengo nivel 5, y ando por los $300,000. Eso quiere decir que tengo que jugar unas 1,044 veces la misión: si lo hago en 3 minutos por misión (que no es sencillo), me llevará 52 horas. Dedicándole 4 horas al día (y eso es suponiendo que no juego nada más), me llevaría 13 días sin pausa (que no juego todos los días).
Ya parece chamba.
No sé si mentarles la madre o admirar a los de RockStar: GTA IV salió hace 4 años, y con la pendejada de sus trofeos inalcanzables han conseguido mantener una comunidad de jugadores en línea muy activa. Siempre hay gente jugando, y muchos de ellos en general lo hacemos por querer sacar todos nuestros trofeos. Que la idea de los trofeos es igualmente diabólica, por cierto.
Originalmente iba a escribir de otra cosa, pero la introducción creció a una entrada por sí misma. Al ratito escribo lo que de verdad quería escribir, que estuvo medio kafkiano.
El fin de semana fuimos a ver The Adjustment Bureau; no había escrito al respecto porque sigo peleándome con mi laptop, que funciona ya con GNOME 3, pero no todo funciona como debería de funcionar.
Se aplican las de siempre.
La película está ligeramente basada en un cuento corto de Philip K. Dick, aunque realmente se siente como un capítulo de La Dimensión Desconocida largo y muy bien hecho. Matt Damon interpreta a un candidato a senador gringo que pierde las elecciones, y preparando su discurso de concesión se liga de rapidín a una muy hermosa Emily Blunt, que lo inspira a dar el discurso de su vida.
Días después se la encuentra en el camión, y de inmediato se enamoran, pero al llegar a su oficina se encuentra con unos tipos extraños usando sombreros que parecen tener congelado el tiempo ahí. Los tipos lo agarran, y le informan que por un pequeño error los vio y se encontró de nuevo con la chava; eso no debía pasar, y le hacen saber que si trata de buscarla le van a borrar el cerebro. Or something.
La trama de la película es sospechosamente similar a la del inolvidable éxito de la Sonora Santanera, Fruto Robado:
Yo me enfrenté al destino buscando tu cariño
Y afortunadamente al destino gané
Ahora me acusa el mundo por que dice que tú eras
Un fruto de otro huerto y que yo te robé
La película está muy bien hecha, está muy divertida en muchas partes, y es agradable ver a Matt Damon en un papel distinto al de Jason Bourne, incluso cuando el personaje no se llama Jason Bourne. La Blunt está muy guapota y muy simpaticota. El único problema (o ventaja, si así lo quieren ver) es que de verdad parece y se siente como un capítulo largote de La Dimensión Desconocida, la versión de los 80s (que es la que me tocó y la que siempre me gustó).
Vayan y véanla, pero no necesariamente en el cine; bien la pueden ver en Blu-ray.
Hace unos cuantos días salió GNOME 3.0. Como mis lectores habituales ya sabrán, vengo usando GNOME básicamente desde su versión 1.0… y de hecho comencé a usarlo desde antes, probando betas y cosas por el estilo.
Así que, a pesar de que llevo ya algunos años tratando de mantener mis sistemas Gentoo en forma “estable”, decidí que intentaría esta nueva encarnación de GNOME, que promete ser un cambio radical a todo lo que estamos acostumbrados con escritorios de computadora.
Después de compilar durante día y medio los nuevos paquetes, traté de utilizarlo y como Murphy debió prever, no funcionó. Se moría a menos de un minuto de comenzar a usarlo. Recompilé todo de nuevo: seguía fallando. Le moví a todo lo que yo podía suponer que podía moverle, levanté el nuevo shell de GNOME en gdb, hice magia blanca, gris, negra, y lo que sigue de negra.
Y nada.
Yo esperaba algo espectacularmente desastroso: bibliotecas incompatibles, errores de programación, problemas con cómo Gentoo suele hacer las cosas. Pero al final resultó que todo era culpa de un archivito XML de poco más de 150 líneas. Y lo peor es que ni siquiera era culpa del archivito en sí: sólo tenía mal el nombre.
Ya reporté el bug, y por fin puedo usar la nueva interfaz de GNOME, que ciertamente promete ser un cambio radical a todo lo que estamos acostumbrados con escritorios de computadora. Lo voy a seguir usando, porque así soy soy, pero no sé cuánto le cueste a muchas personas acostumbrarse a este cambio (muchísima gente es sorprendentemente resistente a casi cualquier tipo de cambio, no digamos un cambio verdaderamente radical). Sí me gusta, pero sí no tiene nada que ver con GNOME 2… ni con cualquier otro escritorio que yo haya usado, por cierto.
Pero estos tres días que estuve peleándome con tratar de hacer jalar GNOME 3, recordé mucho cómo eran las cosas allá por 1998. Cuando uno booteaba linux a una terminal, y a veces (no siempre) se metía a X para un par de cosas.
Hemos recorrido un largo camino.
Ayer y antier fui a dos conciertos. De eso no es esta entrada; esta entrada es de la conversación que tuve con mi novia camino al segundo concierto. Para que entiendan el chiste, deben saber que mi novia es investigadora en el Instituto de Matemáticas, y que pensamos ir a Ixtapa en semana santa acompañados por la mejor amiga de mi novia, Mariana.
Isabel: Le dije a Fulano que viniera con nosotros a Ixtapa en semana santa.
Yo: ¿Quién es Fulano?
Isabel: Un investigador de Cuernavaca…
Yo: ¡Ah no! Si vas a llevar un investigador para jugar, entonces yo voy a llevar mi PlayStation…
Isabel: …y que es novio de una muy buena amiga de Mariana.
El sábado fuimos a ver The King’s Speech, antes de que la quiten de la cartelera con todo y la bola de óscares que ganó.
Como mis lectores habituales ya sabrán, el hecho de que la humanidad llegara al siglo XX con reyes y reinas me parece lamentable, y sin duda alguna califico de zánganos y zánganas a todos aquellos que han pertenecido a cualquier aristocracia… pero en particular a los que han pertenecido a la aristocracia inglesa. Es asqueroso que un conjunto (diminuto, además) de la población de un país no se les apliquen los mismos derechos y obligaciones que al resto, únicamente por sus papás.
Por si eso no fuera poco, el que además en la película el “problema” con el que lidia el “rey” sea de que no puede hablar el pendejo, y de que no sabe cómo dará discursos a la nación durante la guerra, mientras que en el Reino Unido murieron 450,700 personas en dicha guerra, me parece absurdo y ridículo. Aunque siendo justos, uno de los muertos fue hermano de dicho rey. En un accidente aéreo miles de kilómetros alejado de cualquier combate, pero sirviendo en el ejército.
Dicho todo lo anterior, Colin Firth es de mis actores favoritos, por no decir también la Helena Bonham Carter y Geoffrey Rush. Y la película está maravillosamente hecha, perfectamente actuada, le valen madre muchas cosas de la historia real, y es muy divertida. No todo el tiempo, pero sí es bastante divertida durante muchas escenas.
No, no me conmueve un zángano tartamudo; pero qué bien interpreta a ese zángano tartamudo Colin Firth. Así que vayan y véanla, si no lo han hecho. Aunque pueden esperar a rentarla en unas semanas sin ningún problema.