Me habían hablado del Zinco desde hacía ya bastante; el consenso era que es un lugar chido para escuchar Jazz, con buen ambiente y precios no exorbitantes. En particular, Omar tenía en alta estima el lugar. Por supuesto, siendo como es Omar, jamás me invitó: tuve que esperar a que Fernanda (“la muchacha antes conocida como Gabriela”) me invitara para ir.
Yo a mi vez invité a Enrique, y para allá fuimos. Enrique ya había ido, y según él no había en el Zinco nada para comer excepto tal vez botanas, así que fuimos por los tacos más extremos a los que haya ido yo en mucho tiempo. Y eso ya es decir mucho: la taquería era atendida por una persona; él hacía los tacos, daba los refrescos, cobraba y “limpiaba” los platos.
Estuvieron buenos.
Por supuesto a la hora de llegar al Zinco quería matar a Enrique, porque claro que sí sirven comida; y se veía bastante buena, además.
Me la pasé muy padre; el lugar está chido, la música estuvo bastante buena (aunque me quedé con ganas de más Jazz; estaba invitado un grupo argentino, y me tocaron tangos más que nada… lo cual está chido: también me gustan los tangos), el lugar tiene buen ambiente y no es terriblemente caro.
Al salir, por alguna razón que no me termina de quedar clara, nos quedamos diez minutos viendo una bóveda que antes era del Banco de México. Yo aproveché para tomarle fotos, porque sí se veía impresionante.
Muy padre noche; me puse al día con Fernanda que hacía años no platicaba con ella, me encontré a otra gente que tampoco veía en mucho tiempo, y en general me la pasé bastante bien.

Nunca te invité porque no pensé que te interesará ir, perdóname si me llevé la impresión equivocada.
Omar, sabes que estoy de mamón.
(Pero hubiera estado chido ir; a ver si en tu primer visita vamos.)