A finales de marzo del año pasado fui a ver The Zone of Interest. Se aplican las de siempre.
A veces, de puro milagro, voy al cine y de hecho veo una película buena. Y con esto quiero decir que no me refiero a que sea divertida o entretenida, o que esté bien hecha; no nada más, al menos. Me refiero a que es objetivamente buena en términos del séptimo arte.
Ésta fuea una de esas veces.
La película es maravillosamente simple; es la historia de un burócrata eficiente y eficaz, junto con la de su familia. Eso es todo, es un drama familiar intercalado con algo de grilla acerca de la chamba del padre de dicha familia.
Nada más ocurre que la chamba del papá es ser el comandante a cargo de Auschwitz, el campo de concentración nazi en Polonia probablemente más tétricamente famoso.
La película raya, superficialmente, en lo aburrido: no hay escenas de violencia física; no hay para motivos prácticos gritos; no hay nada que explícitamente muestre el terror que ocurre a unos cuantos metros de la vida aparentemente idílica de esta familia alemana a inicios de los años cuarentas del siglo pasado.
Implícitamente se llegan a notar estas cosas: balazos apagados de alguna ejecución arbitraria; las casi inaudibles súplicas de algún prisionero rogando por su vida. La suegra del comandante llega a invitación de su hija a vivir con ellos, pero sale corriendo a la primera noche al abrir sus ventanas y ver el cielo negro del humo con destellos rojos de los hornos incinerando a los prisioneros del campo. El papá lleva a sus hijos a nadar al río y los saca horrorizado cuando descubre una quijada humana que fue arrojada a dicho río sin mucho cuidado.
Y está por supuesto el hecho de que nosotros, como espectadores, sabemos qué está pasando. Que por suerte para casi toda la humanidad (exceptuando unos cuantos monstruos que tendremos que lidiar con ellos tarde o temprano), el ver un uniforme nazi inmediatamente conlleva el mensaje: “eso representa lo peor que la humanidad ha producido en la historia”.
No importa qué normal y humano pudiera verse Rudolf Höss al convivir con su esposa y sus hijos, al momento en que se pone ese uniforme, es información suficiente para poder extrapolar todo el terror subyaciente en esta historia que en la superficie es banal e inocua.
Como obra cinematográfica además hay un par de cosas que podrían haber sido ligeramente pretenciosas, pero que a mí sí me gustaron y que me resultaron interesantes. A veces la mamá le lee a las hijas trozos de Hansel y Gretel, mientras se muestran escenas usando una cámara térmica de una niña de la villa escondiendo comida para que los prisioneros la encuentren. Y el diseño de sonido es casi un personaje extra de la película, que deja apenas entrever los horrores detrás de la vida “normal” de la familia.
Y por supuesto no podemos ver una película de este estilo, y dejar de lado el hecho de que ochenta años después, el estado político de Israel, escudándose en los horrores que se cometieron en la Segunda Guerra Mundial contra la población judía (a quien se supone representan), están en los hechos realizando una limpieza étnica en la franja de Gaza, con alrededor de 65,000 palestinos muertos desde que comenzó la matanza por parte de Israel. Y esos son estimados que probablemente estén por debajo de la realidad.
Me gustó mucho la película, me alegro haberla ido a ver al cine. Porque aunque es indudable que normalmente voy al cine nada más para divertirme y escapar de la realidad, también es cierto que de repente, de puro milagro, voy a ver una película buena.
Está en Prime Video si les interesa.
