En la Facultad de Ciencias (y, me imagino, toda la UNAM), cuando haces tu examen profesional y lo pasas, no te dan tu título: te dan un vale por un título, que en mis tiempos tardaba como seis meses en estar listo y que me dicen que ahora es un poco menos, pero siguen siendo meses. Estando listo el título, uno va con su vale por un título y lo intercambia por el artículo genuino.
Algo así pasa con las presidentas, al parecer, porque el jueves le dieron a Claudia Sheinbaum un vale para ser presidenta en un par de meses.
La doctora presidenta (electa)
Esto por supuesto ya sabíamos que iba a ocurrir, después de la madriza histórica que le dio la Transformación a la derecha en México el 2 de junio. Lo interesante son las circunstancias bajo las cuales se emitió la famosa constancia de presidenta electa para la doctora.
Primero: el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación desechó todas las impugnaciones que, de manera caricaturesca, interpusieron los de la oposición. Digo caricaturesca porque después de interponerlas no se les ocurrió ir a argumentarlas ni presentar pruebas válidas. Se desecharon absolutamente todas y no se anuló ni un solo voto de los millones emitidos para Claudia el pasado 2 de junio.
Segundo: los magistrados del TEPJF determinaron por unanimidad, que el Peje no intervino en los resultados de los comicios del pasado 2 de junio. En toda la historia del país, legalmente, el único presidente que ha intervenido en una elección fue Vicente Fox en el 2006; los muy cobardes magistrados de hace casi veinte años no anularon las elecciones entonces, pero sí dejaron en el registro histórico que Fox había intervenido en las mismas… no sólo porque la evidencia al respecto era abrumadora, sino porque eventualmente el tarado de Fox mismo admitiría que así había sido
Esto es un pequeño detalle que quedará para la historia, pero que a mí me parece es necesario resaltar: la elección de Claudia fue legal bajo cualquier definición del término: la autoridad máxima electoral así lo determinó. Unánimamenete. Pero más importante que eso, es que fue una elección legítima: el compañero Presidente no intervino en la elección, ni en términos legales ni mucho menos en términos de legitimidad: fue un triunfo limpio e incólume.
Mucha gente no entiende qué significa que algo sea legítimo; y en defensa de todos ellos, la definición misma es relativa, no absoluta. Por cierto, si quieren oír a alguien que de verdad sabe del tema, mi mamá se le ocurrió abrir un canal en YouTube de Ciencia Política, y justamente su último video es acerca de qué es la legitimidad.
El usurpador Calderón, aunque técnicamente fuera el presidente legal, nunca fue presidente legítimo, después del descarado fraude de 2006; justamente su ilegitimidad fue parte de lo que lo llevó a iniciar una criminal “guerra contra el narco” que inundó de violencia al país durante décadas y donde, de pura casualidad, resultó que el Secretario de Seguridad Pública que él designó trabajaba para los narcos.
Similarmente, Salinas trató de comprar su legitimidad después del fraude de 1988 con varias obras que intentaron distraer de los enormes robos a la nación que ocurrieron durante su sexenio, pero al final y para la historia, fue un presidente ilegítimo, aunque de nuevo técnicamente lo fuera legalmente.
Los mejores presidentes mexicanos que se sentaron en la Silla del Águila fueron presidentes con una legitimidad avasalladora: y me refiero por supuesto a Benito Juárez y Lázaro Cárdenas. Y por más que les duela a sus malquerientes, con casi toda certeza el Peje será recordado como uno de los presidentes más legítimos de este país, tal vez incluso acercándose a don Beno y al general Cárdenas.
Porque además de ser relativa, la legitimidad es dinámica: cambia con el paso del tiempo. Vicente Fox fue electo presidente de México legal y legítimamente: ganó limpiamente las elecciones de 2000 y llegó al poder con un gran capital político respaldándolo. Llegó con mucha legitimidad.
Sin embargo, la bola de imbecilidades que un día sí y otro también cometía el tarado de Fox fueron mermando esa legitimidad: fue una decepción, en el mejor de los casos, y un embustero que engañó a los que votaron por él, en el peor; por no decir de justamente participar en el fraude electoral e intervenir en las elecciones de 2006, como ya mencioné que él mismo admite. Terminó diluyendo por completo o casi por completo su legitimidad.
En cambio el Peje se puede discutir que incrementó su legitimidad; que es fácilmente argumentable por el hecho de que Andrés Manuel ganó con el 53% de los votos en 2018 y su sucesora lo hizo con el 59%.
Y, repito con cierto placer en mi voz, Claudia ganó sin que el Peje interviniera en las elecciones: así lo determinaron, por unanimidad, los magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Será la presidenta legal del país, pero más importante, será la presidenta legítima; tal vez la presidenta que llega al poder con más legitimidad en casi cien años de transiciones pacíficas en el país.
Por supuesto habrá quienes nieguen la realidad y digan que el Peje, o Claudia, o los dos en los casos más delirantes, son, de alguna manera, ilegítimos. Esta gente está más allá de toda posibilidad de que tratemos de razonar con ellos; pero son muy poquitos y podemos fácilmente ignorarlos. No importan demasiado, en este tema al menos; y tampoco en muchos otros.
Son los mismos que no entienden que venimos ganando de calle la discusión durante los últimos años. Creen que, dado que no los convencemos a ellos (porque encima de todo son risiblemente necios), que entonces eso de alguna manera implica que ellos ganan la discusión. No entienden (en algunos casos no pueden entender), que el objetivo de este tipo de discusiones no es convencer a todos, ni mucho menos a ellos: el objetivo es convencer a la mayoría.
Y como quedó apabullantemente demostrado el 2 de junio, hemos convencido a la mayoría. A una gran mayoría.
A una mayoría calificada, de hecho.
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