Ayer murió Susana.
Susi llegó a mi vida siendo yo tan joven que sencillamente no recuerdo un mundo sin ella. Tenía yo menos de 2 años cuando, siendo una adolescente, Susi comenzó a ayudar a mi mamá con las labores del hogar.
Como tuvo bien a recordarme mi mamá cuando se enteró ayer de la noticia, Susi llegó a trabajar a la Ciudad teniendo alrededor de 15 años de edad; sin saber una palabra de español (hablaba mazateco); sin saber leer y escribir; y habiendo estado trabajando desde los 3 años en su pueblo cosechando granos de café. La reacción inicial al escuchar eso es por supuesto suponer que eso era abuso infantil, para aprovecharse de que los niños chiquitos pueden hacer mejor esa labor por sus manos pequeñitas; y en un mundo ideal sin duda alguna sería abuso infantil.
En el pueblo de Susi era sencillamente lo que tenían que hacer para sobrevivir; por eso nunca fue a la escuela, por más que oficialmente la SEP reporte que el porcentaje de inscripción a la primaria sea del 100% desde hace décadas. El pueblo de Susi era de esas zonas donde la Revolución Mexicana nunca llegó, junto con muchas de sus reformas.
No recuerdo haber conocido a Susi; sencillamente ahí estuvo toda mi vida. No por despreciar de ninguna manera lo que mi madre hizo para criarme; pero Susi sin duda alguna participó muchísimo en esa crianza: soy el hombre que soy no en menor medida por cosas que Susi me enseñó, activa y pasivamente.
En una casa donde resultó al final que vivían 4 intelectuales (al menos en potencia en el caso de mi hermano y mío, porque no publicamos hasta la edad adulta), Susi en muchas ocasiones mostró más inteligencia y cordura que nosotros 4 combinados. Especialmente combinados; Susi era práctica, eficiente e intuitiva; y trabajadora a grados que yo soñaría poder alcanzar.
Susi no podía tener hijos biológicos; años de malnutrición y nula atención médica causarón que no pudiera embarazarse por más que le hubiera gustado; y dada su tormentosa vida amorosa no podemos acusarla de que no lo intentó. Pero yo soy su hijo sin duda alguna; siempre la felicité en el día de las madres con el mismo cariño que he felicitado a mi madre; y sé que ella me quiso como al hijo que nunca pudo tener (a mi hermano también; pero esa es otra historia).
Hace unos años, por 2014, Susi se enfermó del páncreas; el azúcar de repente se le subía y en más de una ocasión perdió el conocimiento. Mi mamá vivía sola con ella para ese momento, y decidió que no podía ella (que es mayor que Susi) hacerse cargo; así que la jubiló. Le siguió pagando lo que le pagaba y la mandó a su pueblo, donde Susi iba cada año a visitar a su familia, y donde se había convertido en una matriarca adorada y respetada entre otras cosas porque había conseguido apoyar a múltiples miembros de su familia para que salieran de ese pueblo y pudieran conseguir una educación, trabajo o ambos. Ahí tenía una casa que había construido con el dinero que ahorraba, y ahí vivió los últimos años de su vida, rodeada y cuidada de su familia.
Yo le regalé una televisión LCD y una antena (no hay hospital, pero sí llega Televisa) para que pudiera ver sus adoradas telenovelas; uno de los muchos placeres simples que Susi disfrutaba. Nos comunicábamos por teléfono unas veces al año; en los cumpleaños y en el día de la madre; y en navidad y año nuevo. Era difícil, porque en el pueblo no hay recepción de Telcel; pero Susi me marcaba cuando iban al pueblo más cercano con señal, para preguntarme cómo estaba y con qué muchacha andaba ahora. Yo le preguntaba cómo andaba del azúcar (tenía un coso electrónico, de esos que usan los diabéticos, para medirse todos los días sus niveles).
He tenido la enorme fortuna de contar con mis padres hasta esta edad que tengo; pero más importante que eso, es que convivo con ellos. Platicamos y discutimos; de política y economía; de películas y series; de tecnología e internet. Ahora como adulto puedo tener una relación cercana con ellos, casi de iguales.
El único pesar que tengo con Susi, es que nunca tuve eso con ella. Nunca conviví con ella compartiendo intereses o pasatiempos; nunca fui a verla a su pueblo. Pensé que habría tiempo; yo daba por hecho que Susi viviría más que mis padres porque era menor que ellos por varios años. Y sin ninguna duda yo di por hecho que sería yo el que se haría cargo de ella; pensé que podría ir a verla en persona y conocer su pueblo y a varios miembros de su familia que nunca conocí. Pensé que me iba a durar más.
Pero eso es algo realmente menor; Susi pasó los últimos años de su vida descansando después de haber estado trabajando básicamente desde que podía caminar; rodeada de su familia y todavía apoyándolos para que pudieran mejorar su condición; y por lo que tengo entendido la del mismo pueblo. Si alguien en este mundo se merecía pasar sus últimos años en paz, era Susi; y eso sí lo tuvo.
Ayer en la madrugada se quejó de que se sentía mal; un par de familiares la estaban ayudando a prepararse para ir al doctor cuando de repente perdió el conocimiento. Nunca más volvió a despertar.
No sufrió mucho; y al parecer fue muy rápido.
Yo perdí a mi mamá mazateca, un pueblo que se autodenomina como Ha shuta Enima: “los que trabajamos el monte, humildes, gente de costumbre”. Susana (que ese no era su nombre: era Rosa Ana, pero como hablaba tan mal el español mi mamá le entendió “Susana” y así se quedó para siempre con nosotros) fue una parte fundamental en mi vida; de las personas que más he querido; y de las que más sincero e incondicional cariño me dieron.
Nunca más en mi vida tendré a alguien como Susi; y un poco de mí muere con ella. Ese ser un niño chiquito en la cocina, esperando a que Susi me sirviera un café (oaxaqueño, evidentemente), muy cargado y con mucha azúcar; porque como en el pueblo de Susi le daban de tomar café a los niños chiquitos para que pudieran ir a trabajar desde temprano a cosechar granos de café, a ella le parecía de lo más normal darle a un chiquillo chilango de menos de siete años una taza de café en la mañana.
La voy a extrañar horrores. Descansa en paz, mamá.
