Deadpool 2

Fui a ver Deadpool 2 el día de su estreno. Se aplican ya saben.

Deadpool 2

Deadpool 2

Fui a ver esta película con mis espectativas bastante altas, y la verdad no me decepcionó en lo más mínimo.

Es una comedia oscura de acción un poco más pelada de lo que normalmente se esperaría y bajo esa métrica es básicamente perfecta. Sí, refrigeran a Morena Baccarin y de verdad los escritores de Hollywood deberían dejar de utilizar ese trauma tan choteado como motivador del protagonista; pero por el lado positivo sale en pantalla grande la versión más espectacular de Take On Me en la historia del mundo mundial. Sí, Negasonic Teenage Warhead sale muy poquito; pero por el lado positivo conocemos a Yukio, su novia, que tiene los intercambios más cagados del universo con Wade. Sí, Black Tom Cassidy lo destazan como personaje; pero por el lado positivo los chistes de Deadpool de que Cable es racista hacen que valga la pena. Y sí, los avances fueron un engaño y asesinan a casi todos en X-Force cinco minutos después de que los introducen; pero por el lado positivo Zazie Beetz es espectacular como Domino y el cameo de Brad Pitt es muy divertido.

Y Josh Brolin como Cable es muy cagado.

Esta película vale la pena por las razones por las cuales vale la pena; dícese, chistes ininterrumpidos y acción con una cantidad ridícula de violencia innecesaria. Cualquiera que espere cualquier cosa diferente de ella necesita que le revisen el cerebro, probablemente. Pero además tiene un par de escenas un poco más profundas que están muy bien hechas y que creo que valen la pena.

Yo me divertí como enano viéndola, así que sí la recomiendo; y como le fue suficientemente bien (aunque no tanto como a la primera), espero con ansias la tercera parte del plan de jubilación de Ryan Reynolds.

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2018: Los candidatos

Aunque empecé esta serie con tiempo (en febrero), he estado muy ocupado y las elecciones ya son en menos de 4 semanas. Sí me gustaría escribir mis ideas acerca de los candidatos a la presidencia antes de que votemos; por suerte Margarita Zavala “se bajó” y entonces ya nada más tengo que escribir de 4. Y de hecho de 3, si somos serios.

Las siguientes cuatro entradas de esta serie serán de los candidatos en el orden de preferencia electoral inverso que tengan según la última encuesta de El Financiero, así que escribiré del Bronco, Meade, Anaya y el Peje. Si me da tiempo, escribiré una última entrada concluyendo esta serie a finales del mes.

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Avengers: Infinity War

Unos días después de su estreno fui a ver Avengers: Infinity War con mis cuates.

Se aplican las de siempre.

Avengers: Infinity War

Avengers: Infinity War

Aunque he sido bastante crítico del MCU, lo cierto es que también he sido bastante fiel al mismo: he visto todas sus 18 películas (además de la que hoy reseño) en el cine. Algunas de ellas múltiples veces.

Marvel Cinematic Universe

Marvel Cinematic Universe

El MCU ha comenzado a funcionar en los hechos como una serie de televisión en esteroides anabólicos: cada película (episodio) puede en general verse por sí misma, pero lo común es suponer que el espectador conoce a los personajes, sus relaciones interpersonales y la trama general de la historia. Siguiendo esta analogía, las películas de los Vengadores han servido como finales de temporada. Esta última entrega es la más grande, ambiciosa y espectacular de las tres que ha habido.

Desde un punto de vista logístico, tecnológico y artesanal, Avengers: Infinity War es uno de los logros más impresionantes de la historia de la industria cinematográfica. Que esté además basada en un cómic es fuente de regocijo para todos los fans de este medio, como lo soy yo.

Desde un punto de vista artístico, Avengers: Infinity War es una mierda.

Esto no es algo malo; para motivos prácticos todo el MCU es una mierda, con contadas excepciones. Son películas que siguen una receta cuidadosamente planeada a lo largo de 10 años y 19 películas para maximizar el entretenimiento de los espectadores (y por lo mismo la ganancia que las películas obtienen); estas películas (en general) no buscan contar una historia interesante y emocionante con personajes bien definidos y profundos explotando los mecanismos artísticos que el medio cinematográfico ha desarrollado en el poco más de un siglo que lleva existiendo.

Buscan ganar dinero entreteniendo de la manera más efectiva a sus espectadores. Y lo consiguen.

A mí me gustó Avengers: Infinity War, aunque la verdad está lejos de ser mi película preferida del MCU (si me preguntaran, supongo que Winter Soldier o Homecoming serían mis preferidas). Es un churrito entretenido y es innegable el placer que sentí al ver juntos a estos personajes que llevamos conociéndolos desde hace 10 años.

Pero la historia es imposiblemente mala y llena de hoyos. Las relaciones entre varios de los personajes son inexplicables. Y (probablemente lo peor de todo) el final es tan ridículo que a mí literalmente me sacó de la película. Mi suspension of disbelief, que generalmente la tengo magistralmente sintonizada (puedo disfrutar casi cualquier churro, por increíble que sea), fue destrozada por el hecho de que “mataron” (o desaparecieron) a varios personajes que sabemos que van a regresar (Spidey y Black Panther tienen secuelas en preproducción).

De cualquier manera disfruté la película. Es muy divertida, especialmente por varios puntos concretos: la relación entre Peter y Tony; el magnetismo de Thor y su toma-y-daca con los Guardianes; el pissing contest entre Tony y Dr. Strange; la espectacular actuación de Brolin com Thanos y el respeto que le nace hacia sus adversarios (en especial Tony); y las múltiples secuencias de acción, por poco sentido que tengan varias.

Vale la pena verla en el cine (que no tengo que decirles; todo mundo ya fue a verla al cine).

Pero salí del cine sintiéndome extraño. No decepcionado; pero sí extraño. Tardé un rato en darme cuenta, pero al final lo descifré: cuando acabó The Matrix Reloaded, casi pegué (o igual y pegué) un grito en el cine, porque no podía creer que me dejaran durante meses esperando con la angustia de saber qué iba a pasar.

Cuando acabó Avengers: Infinity War, especialmente después del truco barato de hacer polvito a un montón de personajes, sencillamente no me importó. Voy a ir a ver Avengers 4 (o como sea que le llamen), al cine; voy a seguir yendo al cine a ver todas estas películas. Pero la verdad no me interesa en gran medida cómo van a resolver la historia: va a ser divertida, con muy buenas escenas de acción, pero con casi toda certeza una completa mamada.

No tengo ninguna prisa para ver la secuela.

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2018: La reforma educativa

No ha habido una reforma educativa en el país; lo que pasó en 2013 fue una reforma laboral.

Esto es obvio para cualquier persona que haya leído los cambios de la reforma; no hay nada que mencione cosas de educación, planes de estudio, pedagogía, impacto socioeconómico de los estudiantes. Literalmente nada que una reforma educativa debería tener.

La reforma es una reforma laboral, con el único objetivo de joderse a los maestros de educación primaria del país, en sus derechos laborales.

Aquí voy a decir otra de esas cosas que a mucha gente no le va a gustar: en México (como casi todo el tercer mundo) los maestros de las primarias públicas son en su gran mayoría héroes y deberíamos hacerles “estuatas” en lugar de estar demonizándolos en la televisión.

Esto por supuesto no es absoluto ni mucho menos cubre a los dirigentes magisteriales, ni del SNTE (que un montón son rateros y corruptos) ni de la CNTE (que en mucho casos sólo podemos calificarlos de “dementes”… además de que varios también son rateros y corruptos).

Pero los maestros comunes y corrientes que salen diario a darles clases a los millones de niños que tiene el país, son en su gran mayoría héroes que literalmente evitan que este país le vaya peor de lo que le va bajo unas condiciones miserables en el mayor de los casos e inhumanas en algunos.

Yo soy producto de la educación pública en México; estuve en una guardería pública (del ISSSTE) y toda mi vida estudié en escuelas públicas: la República Española (país que no existe) fue mi primaria pública; la René Cassin y República Argentina (larga historia) fueron mis secundarias públicas; el Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Sur fue mi bachillerato público; la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México fue mi licenciatura pública; y el Posgrado en Ciencia e Ingeniería de la Computación de la Universidad Nacional Autónoma de México fue mi posgrado público. Todas esas instituciones fueron públicas y gratuitas; yo nunca (ni mi familia) pagamos cuotas para que realizara mis estudios. Y de hecho en el posgrado me pagaron.

Los maestros que tuve en primaria no fueron todos buenos (aunque realmente sólo una fue mala, como la carne de cerdo en chile verde); pero casi todos siempre hicieron lo mejor que pudieron dadas las circuntancias. Y mis circunstancias eran realtivamente decentes; ni me quiero imaginar las condiciones en Chiapas, Oaxaca y Guerrero, por ejemplo.

La educación pública en México (especialmente la de nivel básico) tiene una cantidad de problemas enorme. Son problemas tan graves que muchos de ellos yo literalmente no tengo ni idea de cómo ni siquiera comenzar a resolverlos.

Lo que sí sé, es que la solución no va a ser joderse a los maestros. Especialmente a aquellos héroes que salen todos los días de madrugada a dar clases en salones que son sencillamente un techo de zinc con algunas bancas, donde ni pizarrones tienen. Cualquier solución (o intento de solución), comienza, pasa e incluye a los cientos de miles de maestros de primarias públicas en el país.

Y lo primero que debe hacerse, es detener la campaña de años de querer mostrarlos en los medios como (literalmente) haraganes y violentos que no quieren perder sus “privilegios”. De verdad, vayan a las escuelas públicas de Oaxaca; ¿de qué privilegios hablan? No es posible que la SEP se gaste literalmente miles de millones de pesos en publicidad, mucha de ella para atacar a maestros, cuando las condiciones de las escuelas públicas en grandes partes del país es miserable.

Por supuesto debemos evolucionar el sistema de escuelas normales del país; fue una buena idea después de la Revolución, pero muchas cosas han cambiado. Pero esa evolución debe darse con la participación de los maestros y de los estudiantes de las normales, no puede imponerse desde arriba, especialmente si no hay un estudio (conducido por instituciones nacionales; no dictado por la OCDE) que respalde las propuestas. Por supuesto debe detenerse el tráfico y asignación arbitraria de plazas; pero eso no significa joderse a todos los maestros quitándoles sus derechos. Por supuesto debemos incorporar a un sector significativo de profesionistas en el país para que se dediquen a dar clases en primaria; pero esto no significa que tiremos a la basura a los maestros que ya están dando clases, particularmente los que llevan años haciéndolo y tienen una relación establecida con las comunidades a las cuales sirven.

Cualquier reforma educativa (que de verdad sea educativa), tiene que incluir a los maestros de primaria, o está condenada al fracaso, como al parecer será el caso de la del 2013.

Por suerte.

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Cuarenta y uno

El viernes (no el pasado, sino el anterior) cumplí 41 años.

El año pasado fue medio brutal en relación al trabajo, principalmente por un proyecto que espero termine ya en unos meses. En particular este año comencé a escribir con un ritmo medianamente bueno, pero el último mes sí fue demasiado intenso. Espero que se calmen las cosas un poco, especialmente con el fin de semestre a la vista.

Está resultando ser un año muy interesante por varios factores; espero poder escribir al respecto con más regularidad. Tengo también varios planes para el año que viene, pero escribiré al respecto en su momento.

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Un lugar en silencio

El fin de semana fui a ver A quiet place.

Se aplican las de siempre; y va en serio, no lean la reseña si no han visto la película (y deben ver la película).

A quiet place

A quiet place

A quiet place está anunciada como una película de terror; y lo es, pero es mucho más que eso. Es también un drama familiar y una representación brutal de lo que dos padres están dispuestos a hacer para proteger a sus hijos.

John Krasinski (que siempre he sido su fan, desde The Office) y Emily Blunt (que la adoro, por supuesto) interpretan a los padres de una familia que vive bajo la amenza de monstruos ciegos que atacan al escuchar ruido. Los dos son marido y mujer en la vida real, además de padres; y John Krasinski dirige la película (espectacularmente), mientras su mujer tiene el primer crédito como actriz.

La historia está contada de manera inteligente, sin recurrir en ningún momento a narración o texto en la pantalla, y siguiendo la pauta de los protagonistas en un silencio casi absoluto toda la película (las partes con música son pocas y espaciadas). Uno de los niños (la hija mayor) es sorda (interpretada magistralmente por una actriz sorda en la vida real), y en las escenas centradas en su personaje de hecho el sonido se corta por completo.

Esto contribuye a hacer las partes donde aparecen los monstruos de verdad aterradoras.

La familia se comunica con lenguaje de señas, y se entiende que lo manejaban por la hija sorda; hay algo hipnótico de ver el lenguaje de señas (que en muchos casos es posible entender), un ritmo que hace más agudos los sentimientos que están tratando de expresar los personajes. Las interacciones de la familia son lo mejor que tiene la película, por mucho.

La película tiene varios momentos tiernos entre los miembros de la familia; pero es completamente carente de humor. Esto me parece muy bueno para el tono de la trama; pero además es un agradable respiro de que un montón de géneros últimamente no pueden evitar insertar chistes en todos los guiones. Y aunque me encantó Get Out, me parece que A quiet place es mucho mejor justo porque tiene la disciplina de mostrar un mundo silencioso, pero terriblemente angustiante y (en varias partes) terriblemente triste. Un mundo donde reír cuesta la vida.

Es todavía más sorprendente porque los antecedentes de Krasinski son en el mundo de la comedia. No sólo dirige una película de terror/drama de forma excelente; además su interpretación de un papel dramático es buenísima. La última escena de él vivo (hey, avisé de spoilers) es espectacular. La Blunt no se queda atrás, con una escena ella dando a luz mientras los mostros acechan su casa y ella teniendo que contener sus gritos al parir.

La película es maravillosa; de lo mejor que he visto en el cine en varios meses (desde It) y sin duda lo mejor que he visto en el año. Pero además de lo buena que es, tiene el final más satisfactorio que he visto en años. Se las recomiendo ampliamente, porque además verla en el cine con el público tan cautivado que no es capaz de hacer ningún sonido es una experiencia que no deben perderse.

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2018: La relación bilateral

México y Estados Unidos tienen una relación simbiótica. Así ha sido desde el siglo XIX y probablemente así será para siempre. Con casi toda certeza además ninguno de los dos países deje de existir nunca (a menos que todos los países dejen de existir), por lo que dicha simbiosis sólo seguirá estrechándose cada vez más. Esta relación simbiótica además es un hecho, le guste o no a quien sea (ellos o nosotros, o algunos de ellos y algunos de nosotros).

Lamentablemente (para nosotros principalmente) la relación será simbiótica, pero no simétrica. Desde cualquier punto de vista que importe, México es un país más débil que Estados Unidos.

En general, si a Estados Unidos le va mal, a México le va mal. Pero si a México le va mal, esto no necesariamente implica que a Estados Unidos le vaya a ir mal; la proporción en que la situación en Estados Unidos afecta la situación en México es enorme en comparación de cómo la situación en México afecta a la situación en Estados Unidos (aunque los afecta). Peor aún, si a Estados Unidos le va bien, tampoco se traduce esto en que a México le vaya bien.

Entonces, como política nacional, nunca nos ha convenido y probablemente nunca nos vaya a convenir que le vaya mal a los gringos. Tenemos que ser sus aliados nada más por simple supervivencia.

Esto me costó mucho a mí admitirlo, porque detesto cómo hacen muchas cosas los gringos y si por mí fuera, preferiría que no tuviéramos nada que ver con ellos; pero es completamente irreal y de hecho ni siquiera tiene sentido: la historia de México está ligada a la de Estados Unidos y viceversa, ya que ambos somos el vecino más grande que tiene el otro. Esto es cierto al menos en población (Canadá será muy grande territorialmente, pero no llega a los 40 millones de habitantes), pero se puede discutir que en muchas otras cosas también. Las diferencias culturales entre gringos y canadienses, aunque reales, son relativamente menores dado que ambos países fueron originalmente colonias inglesas que masacraron a las poblaciones nativas (Quebec no importa, como siempre1); cómo nos influenciamos cultural y socialmente entre gringos y mexicanos es un fenómeno fascinante y de hecho objeto de estudio de toda la vida para un montón de sociólogos y antropólogos de ambos países.

Aceptar esta realidad, sin embargo, es algo muy lejano a lo que han hecho los gobiernos mexicanos durante las últimas tres décadas, que es querer actuar como sirvientes de los gringos esperando que con eso nos traten mejor. Literalmente como la chava que su novio le pega y que entonces se esfuerza más por complacerlo para que ya no le pegue, es una estrategia estúpida y con la cual México no ha ganado nada significativo. Como México es el socio más débil en la relación bilateral (y también en la trilateral con Canadá, por cierto), la única estrategia que tiene sentido es siempre decir que, de entrada, no gracias; pero que (con algunos asuntos) estamos dispuestos a discutirlo.

Esto es porque, si de verdad quieren jodernos, los gringos siempre van a poder jodernos. Existen mecanismos internacionales y de diplomacia que se pueden utilizar, pero en general si llevamos a los extremos las cosas, los gringos siempre van a ganar, porque tienen todas las de ganar económica y militarmente. Los retrasados mentales que han dirigido la política exterior nacional en los últimos 30 años entienden esto de la peor manera (igual que la economía, por cierto) y entonces toman una estrategia servil ante los gringos, cuando obviamente lo único que esto resulta es en que los gringos abusen. Una y otra y otra vez.

Si lo pensamos como en niños peleando por juguetes, México es el niño chaparrito y escuálido y los gringos son el niño gordo y alto que pesa tres veces más. Si el niño escuálido se porta servicialmente ante el gordo, el gordo siempre se va a aprovechar de la situación. En el otro extremo, si el niño escuálido se le pone al brinco al gordo a lo puro pendejo, se lo van a madrear. Lo que hay que hacer (como casi todo en la vida y que por supuesto es más difícil) es justamente buscar ese tenue equilibrio donde podemos defender nuestros derechos, pero sin dar pie a una madriza. Que por cierto, cada vez se hace más difícil esa madriza mientras sigamos colonizando el sur de los Estados Unidos2.

No sugiero esto ni por nacionalismo ni por simple orgullo; literalmente es economía y teoría de juegos. Que además se alinee con la defensa de la soberanía nacional es una agradable consecuencia secundaria. Estamos demasiado cerca de y en una situación de debilidad comparativa muy grande con los Estados Unidos como para poder actuar de otra forma. Una actitud servil en el mejor de los casos resultaría en algo a similar a lo que tienen los puertoriqueños; y ya ven qué bien les ha funcionado a ellos. Con casi toda certeza Puerto Rico jamás será una nación independiente ni un estado más de los Estados Unidos. Sus ciudadanos (mientras se queden en su isla) están condenados a ser “ciudadanos” de segunda clase que no pueden votar por presidente y que no tienen representación en el congreso y senado federales.

Pero además Puerto Rico puede al menos masturbarse mentalmente con la idea de ser algún día estado de los gringos; tienen menos de 4 millones de habitantes. México tiene más de la tercera parte de la población gringa; una actitud servicial (como la de los puertoriqueños) nada más resultaría en que fuéramos una especie de colonia, en el mejor de los casos. Un traspatio olvidado es más probable.

Siendo justos con las últimas administraciones federales mexicanas, era más fácil en los 60s y 70s para el servicio diplomático mexicano el resistirse a los gringos; la existencia de la Unión Soviética benefició mucho a México en ese aspecto. No porque nos alineáramos con ellos; era imposible hacer eso por nuestro valor económico y social y nuestra cercanía a los gringos. Simplemente por el hecho de que hubiera un contrapeso a los gringos le servía de palanca (por débil que fuera el albur) a los diplomáticos mexicanos para poder defender la soberanía nacional.

Pero eso no justifica la postura y actitud de los últimos gobiernos mexicanos respecto a la relación bilateral. En particular, la respuesta que ha habido al intervencionismo gringo en Latinoamérica (que por estas fechas suele ser más económico y mediático que militar) ha sido vergonzoso; especialmente porque (por simple viveza) el ponernos del lado de la nación Latinoamericana intevenida es siempre la opción que nos conviene, por simple supervivencia nuestra. Cada país latinoamericano que los gringos comienzan injerir en su vida política y que México no protesta formalmente, es salir a gritar a la calle que no vamos a quejarnos si injieren (más) con la nuestra.

Vivimos al lado de un gigante demente. No podemos madreárnoslo; pero eso no significa que debamos ponernos de pechito para que abuse de nosotros.

Relacionado justo con lo anterior, otra manera que tenemos de defendernos en la relación bilateral es ver las opciones que tenemos fuera de la relación bilateral. Debería ser obvio que lo que le conviene a México es estrechar, por todos los medios posibles, todas las relaciones con Latinoamérica. Con los Estados Unidos nunca tendremos una relación de iguales; pero con Argentina y Brasil sí es posible. Pero además tenemos mucho más en común con nuestros hermanos latinoamericanos que con los gringos; juntos podemos hacer un frente real a los Estados Unidos.

Esto lo ha entendido mucho mejor Europa; ningún país europeo (incluyendo Alemania y el Reino Unido) puede ponerse de tú a tú con Estados Unidos. Pero la Unión Europea sí, lo que hace todavía más demente el Brexit. América Latina debería impulsar algo por el estilo; en este momento juntos todavía no tenemos el poder económico de la Unión Europea, pero con tiempo e inteligencia tenemos los recursos humanos y naturales para ser una potencia mundial. Por supuesto a los gringos nunca les va a gustar esa idea, que es de las razones por las que siempre han intervenido cultural, económica y militarmente en toda Latinoamérica; pero justamente si hubiera una alianza real entre todo el continente americano, de México a Chile, no hay mucho (fuera de una acción militar descarada) que los gringos pudieran hacer.

Pero eso es sueño guajiro ahorita; de cualquier manera, una estrategia diplomática inteligente para México es siempre mirar primero al sur antes del norte. Y no hay necesidad de limitarnos; podemos negociar con China directamente también (que es de las razones por las que no le conviene a México el TPP, ni el esperpento que le siguió).

Como sea, lo importante es siempre desconfiar de los gringos y siempre decirles que no a la primera para después negociar, con el mayor cuidado posible, cualquier cosa con ellos. Porque si se los permitimos, los gringos siempre van a abusar: según ellos, es su destino manifiesto.

1 Esto es un chiste, ríanse.
2 Chiste… en su mayoría.
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Ready Player One

Fui el domingo a ver Ready Player One, porque por supuesto que eso hice.

Se aplican las de siempre, pero no es terriblemente importante si leen mi reseña y no han visto la película; la historia es lo que menos importa en la misma.

Ready Player One

Ready Player One

Ready Player One es, primero y antes que nada, un enorme ejercicio masturbatorio. Es literalmente una chaqueta mental de (casi) dos horas y media.

Si somos benevolentes, la historia es simple y los personajes unidimensionales. Si somos sinceros la historia no tiene el menor sentido (y un montón de hoyos) y los personajes son ridículos y genéricos; en particular el villano, que es tan caricaturesco que nada más le falta un bigote como el del Villano Reventón de los comerciales de Futy-Gom para que pueda jugar con él mientras planea su próximo plan malévolo.

Yo tenía 2 años el 1º de enero de 1980; consecuentemente, tenía 12 años el 31 de diciembre de 1989. Fui, por definición, un niño de los ochentas (cuando pasaban los comerciales de Futy-Gom, por cierto). Los ochentas no tienen en general nada de especial; fueron una década más bien sosa y ligeramente ridícula, pero que generaron una tonelada de pendejadas de cultura popular que mucha gente (varios que ni siquiera los vivieron) ahora añoran con la visión rosada que suelen dar los anteojos de la nostalgia.

Esta película es una larga, sensual y melosa chaqueta para esa gente. Es como si durante más de dos horas acariciara amorosamente los genitales del espectador mientras le grita en el oído: “¡Mira! ¡Mira! ¡Adorabas esto en tu niñez! ¡Y esto también! ¡Y AHORA ESTÁN JUNTOS EN LA PANTALLA GRANDE! ¡AHHH! ¡AHHH! ¡AAAAAAHHHHHHH!”

Así que la película me encantó, por supuesto. Hey, yo jamás le voy a decir que no a ningún ejercicio masturbatorio.

La película es objetivamente mala, pero el ataque nostálgico es tan inclemente y con la maestría y experiencia que sólo Spielberg puede dar, que aunque intelectualmente me daba cuenta de todos los fallos y hoyos que tiene la “historia” (si así podemos llamarle), no podía evitar sino sonreír por ver básicamente todo lo que definió mi niñez ochentera.

Y yo no soy alguien que le atraiga la nostalgia; los videojuegos y computadoras tienen un papel fundamental en mi vida, pero jamás he añorado las consolas viejas o los juegos de computadora de antaño; todo lo contrario, me alegro de ya no tener que lidiar con múltiples limitaciones técnicas del equipo de cómputo de hace treinta años. Lo mismo con los cómics; generalmente prefiero ver cómo evolucionan las historias, no regodearme en los “clásicos” (muchos de los cuales encuentro aburridos). Varias películas de los ochentas me gustan; pero (exceptuando Empire) no creo que ninguna sea de mis favoritas en este momento: sin duda me emocionan más las cosas que están por salir que las cosas que entonces salieron.

Y aún así, cuando Parzival lanza un hadouken contra el villano en la batalla final, y yo entendiendo perfectamente que estaba siendo manipulado emocionalmente de la forma más barata y centavera del universo, no podía quitarme la estúpida sonrisa de la cara ni evitar que una vergonzosa lágrima rodara por mi mejilla.

Hadouken

Hadouken

Ni siquiera quiero pensar cómo es para los que de verdad añoran esas cosas. Me preocupa mi hermano; probablemente va a necesitar suero para recuperar los líquidos perdidos mientras vea la película.

Además del maniqueísmo emocional de la película, tiene otras cosas buenas. Los efectos especiales son espectaculares (y probablemente donde se gastaron los casi 300 millones de dólares que costó, porque ciertamente no fue en los actores). Los dos chavitos principales son bastante buenos, en sus avatares y en su forma física; y hay un tierno si bien incomprensible romance entre ellos (que además la chava tiene a bien explicar por qué es incomprensible en la misma película). Sale Simon Pegg. Tocan Take On Me en el trailer. Tocan We’re Not Gonna Take It en la batalla final.

Ah, y la secuencia literalmente dentro de The Shining es de las cosas más espectaculares que Steven Spielberg haya hecho jamás en su vida. Es, dentro de una película que es homenaje a un montón de cosas intrascendentes, un homenaje en particular a Stanley Kubrick y a una de las mejores películas de terror que jamás se hayan filmado.

Pero es una historia pendeja donde los personajes unidimensionales y acartonados que viven en un futuro distópico se preocupan más en un juego que es imposible que exista desde un punto de vista económico o político, mientras al parecer no les interesa ni por qué el mundo se volvió distópico ni mucho menos qué se puede o debe hacer para componerlo.

De cualquier manera, probablemente le guste a cualquier ser humano con sangre caliente que vivió durante los ochentas; y sin duda alguna a la legión que no vivió en los ochentas pero que por alguna razón los añoran.

Así que vayan a verla. Con todos sus enormes y múltiples defectos, es sin duda alguna divertida y disfrutable.

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2018: Corrupción, crimen y violencia

Como ya he dicho, no sé mucho se “seguridad”. Pero una cosa sí sé: el crimen no es un problema policiaco, es un problema social. En particular, el narcotráfico no es un problema de la policía (ni mucho menos del ejército y/o marina); es un problema social y de salud.

Si se tuviera a la mejor y más incorruptible policía del mundo (que definitivamente no tenemos), es completamente inútil si las condiciones sociales empujan a la población a una vida de crimen porque la desigualdad es enorme y no hay oportunidades honestas de sobrevivir (literalmente).

La gente en promedio cumple la mayor parte de las leyes porque está de acuerdo en cumplirlas; eso está bastante estudiado. Y las pocas leyes que viola (de nuevo, en promedio) es en general porque son leyes estúpidas, como las que penalizan el aborto o el consumo de drogas. Que por eso el aborto está despenalizado y el consumo de drogas debería estarlo (y se puede discutir que la comercialización de las mismas también; altamente regulado, por supuesto).

El aventarle la policía, el ejército y la marina a los narcos sólo sirve para escalar la violencia de los mismos. Mientras haya una porción de la población tan desesperada que la opción de unirse al narco suene mejor que el infierno de pobreza en que viven, por más narcos que asesinen las fuerzas armadas siempre habrá más carne de cañón que los carteles podrán reclutar. Se tiene que resolver el problema de raíz, que es justo darles opciones a la población (especialmente a los jóvenes) de vivir sin necesidad de recurrir al crimen.

Y no, eso no va a mágicamente resolver el problema; siempre habrá crimen en una sociedad donde haya un concepto de propiedad y por lo tanto alguien pueda ser privado de ella. La cosa es que el crimen sea la excepción, no la norma; y que el crimen que exista sea de preferencia no violento.

Por supuesto el reconstruir la infraestructura que le dé oportunidades a la población de vivir en el marco de la legalidad es difícil, tardado y para nada glamoroso. Los noticieros nunca van a cubrir de la misma manera que se abran escuelas y hospitales o que se invierta en el campo a cómo cubren que arresten a un narco o se quemen sembradíos de amapola. Pero es lo que resuelve el problema, no los síntomas del mismo.

Y para combatir al narco, como todo en este mundo, lo inteligente es usar la cabeza, no los músculos. Al narco hay que privarlo de su dinero, no combatirlo con violencia. Que nos lleva al otro problema del país: la corrupción.

No se ataca al dinero del narco porque el mismo llega a todos los niveles del gobierno mexicano, desde el policía que cobra una mordida para no agarrar al narcomenudista (que en el gran esquema de las cosas no es tan grave) hasta a varios gobernadores (y presidentes) que probablemente hayan estado y estén involucrados en el lavado del dinero que genera el narcotráfico (y que eso es gravísimo).

Y aquí es donde yo admito mi absoluta ignorancia: puedo entender el problema, puedo entender cuáles deben ser las soluciones y (de las maneras más burdas) puedo incluso idear cómo implementarlas. Pero todas las soluciones parten de la suposición de que la corrupción que ocurra no quedará impune.

La corrupción existe en todo el mundo; lo que pasa es que en México en muchos casos (especialmente cuando involucra altos funcionarios de gobierno) dicha corrupción queda impune. Y es un problema que se retroalimenta a sí mismo en una espiral perversa; la corrupción generalizada que existe en el país resulta en impunidad para los que la cometen, lo que genera más corrupción por parte de gente que en principio no hubiera participado en ella pero que lo hace porque de otra forma literalmente no hay manera de que las cosas funcionen, lo que a su vez causa más impunidad, etcétera.

Para resolver la corrupción, me queda claro que un primer paso fundamental es elegir funcionarios públicos que no sean corruptos. El primer problema es, por supuesto, que como la corrupción es casi universal, en general hay pocos de esos, y a lo mejor sólo no les han llegado al precio. El segundo problema es que, incluso suponiendo que de ahora en adelante elegimos puros funcionarios que no sean corruptos, un montón de los que están (y continuarán) en funciones siguen siendo corruptos, porque la corrupción permea todos los niveles de gobierno en todas las entidades del país gobernadas por todos los partidos políticos. Lo cual por supuesto en potencia puede resultar en que los nuevos funcionarios elegidos que no eran corruptos, se vuelvan corruptos. Y va de nuevo todo lo anterior.

Entonces, ¿qué podemos hacer, como ciudadanos? Lo mismo que he estado diciendo: participar en la vida política. Demandar que los funcionarios corruptos sean removidos de su cargo. Demandar a los partidos por los que en general votamos que no les ofrezcan candidaturas a personas con un historial de corrupción. No votar por candidatos corruptos. No participar en la corrupción; si me pasé un alto, deme mi multa, oficial.

Eso no soluciona el problema, sólo comienza a solucionarlo, y como todo en una democracia el proceso va a ser largo, arduo y aburrido. De manera perversa, en muchos casos detener la corrupción resultará en que la misma quede impune: para deshacernos de un funcionario corrupto, la solución más rápida será a veces decirle “OK, no te metemos al bote, pero tienes que renunciar a tu cargo”; eso ocurre mucho en Estados Unidos, por ejemplo. No es ideal, pero probablemente sea lo más eficiente. Ahorita regreso a este punto con un ejemplo particular de esta campaña.

En la Ciudad de México yo he visto este lento progreso desenvolverse en los últimos veinte años. La corrupción en la Ciudad ha indudablemente disminuido desde que comenzamos a elegir a nuestros propios gobernantes; no ha desaparecido (sigue existiendo un chingo de corrupción), pero entre los gobernantes que elegimos y una sociedad vigilante, sí se ha vuelto menos perniciosa. Yo no he pagado una mordida en más de quince años; por supuesto porque me he negado, pero en justicia a muchos policías y funcionarios de la Ciudad, también porque no lo han solicitado. O al menos no descaradamente.

Como sea, el tema de la corrupción es muy difícil porque literalmente es como un cáncer que se esparce por toda la sociedad. Será un paso muy importante si quien gane la elección en julio no sea corrupto (como indudablemente lo han sido los últimos cinco presidentes de la República); pero no es una solución mágica, un montón de funcionarios corruptos van a seguir en sus cargos. La corrupción no va a desaparecer en un sexenio (no importa qué prometan los distintos candidatos); puede comenzar a ser combatida en serio, pero reducirla a grados manejables va a llevar años, probablemente décadas.

Para terminar, y porque está muy relacionado con este tema, sí quiero mencionar la propuesta del Peje de ofrecer amnistía a criminales y funcionarios corruptos. Por supuesto en principio la idea misma me parece aborrecible, porque deja (potencialmente) impunes los crímenes de un montón de gente; pero es probablemente una de las mejores ideas que se le han ocurrido al tarado del Peje. No sólo porque da una salida a un montón de gente que comenzó a recibir dinero ilegal o que entró a una vida de crimen porque literalmente no veían otra manera de hacer su trabajo o sobrevivir; sino porque la corrupción y el crimen han llegado a un nivel tal en el país que es virtualmente imposible ejercer la justicia sobre todos los que han participado en ellos: tendríamos que meter a la cárcel a un porcentaje inaceptable de la población adulta del país.

Pero además lo primero que pensé cuando oí la propuesta del Peje fue en Mandela y Sudáfrica. Cuando Nelson Mandela y el ANC ganaron las elecciones en Sudáfrica, una de las primeras cosas que hizo fue ofrecer a los ex-miembros del gobierno Apartheid una amnistía generalizada. Y hay que tener en cuenta que esos pinches racistas asesinos hicieron (en general) cosas mucho peores de lo que el narco mexicano o nuestros gobernantes corruptos han hecho: literalmente cometieron genocidio desde el gobierno contra una porción enorme de su propia población, a la cual mantenían discriminada y oprimida, y además fue algo que hicieron durante décadas.

Y lo primero que hizo Mandela fue ofrecerles amnistía a quienes lo mantuvieron preso durante 24 años.

¿Merecían la cárcel o incluso ser fusilados muchos de los sudafricanos blancos que hicieron uso de esa amnistía? Sin duda alguna; pero el encarcelarlos o fusilarlos no hubiera resuelto los problemas de Sudáfrica; con casi toda certeza sólo los hubiera exacerbado. Y lo mismo pasa con los narcos y funcionarios corruptos aquí en México.

No me gusta la idea de darles amnistía; pero probablemente sea la manera más eficiente de comenzar a resolver el problema de fondo.

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Pantera Negra

Llevaba muy buen ritmo manteniendo actualizado mi blog, hasta que el peso del semestre me cayó encima. Voy a tratar de recuperarme, pero se ve complicado.

El día de su estreno (hace poco más de un mes) fui a ver Black Panther. Se aplican las de siempre.

Black Panther

Black Panther

Generalmente soy muy crítico del universo cinematográfico de Marvel, diciendo que sus películas son basura, porque en general lo son. Aunque hubo cierta originalidad en el mismo al inicio, lo cierto es que encontraron una fórmula que indudablemente funciona y la siguen con muy pocas desviaciones. Literalmente es como comida chatarra; se hace bajo un estricto proceso que resulta en un producto que no tiene ningún valor nutritivo, pero que es delicioso y a casi todo mundo le gusta.

Black Panther no es basura. De hecho es tal vez la película más trascendente que surja del MCU, al menos hasta que salga Infinity War y la destrone no porque no sea basura, sino por ser la culminación de diez años de películas que son (en general) basura pero que son súper entretenidas y a casi todo mundo les gusta. Lamentablemente, esta trascendencia que tiene la película probablemente haga que sea, si somos honestos, bastante chafa con respecto a lo que hace a las demás películas del MCU tan entretenidas.

Yo ni soy negro ni soy gringo. Una de mis bisabuelas era negra y mi abuelo paterno mulato; mi hermano solía decirme “negro” cuando éramos jóvenes, pero ni de chiste yo intentaría identificarme como negro. Soy mexicano, y como la mayoría de los mexicanos soy una mezcla de un montón de razas, donde sin duda alguna las indias mesoamericanas son la mayoría. Pero además el racismo en México nunca ha sido institucional (aunque eso no quite que sea muy palpable), más si recordamos que (según la narrativa nacional), los gobiernos coloniales en México no eran gobiernos mexicanos; eran una intervención extranjera que derrocamos matando un montón de gente en el proceso. A partir de ese momento la igualdad de razas (al menos desde un punto de vista legal y de forma) ha sido parte integral de nuestra cultura: el primer presidente indígena de América (y probablemente del mundo) fue Benito Juárez.

Todo esto lo explico porque la Pantera Negra nunca ha sido un superhéroe que me llame la atención en lo más mínimo. Más aún cuando es el líder de una nación ficticia en África al sur del desierto del Sahara que los gringos tuvieron que inventarse porque en ese continente, después de cientos de años de explotación europea (que podemos decir comenzó con Alejandro Magno), básicamente era imposible que existiera una cultura como las que nosotros tuvimos aquí en Mesoamérica o en el Norte Chico. De ahí la necesidad de inventarse una cultura que haga suyas las tonalidades de las tribus africanas, pero que la imagine como altamente civilizada y tecnológica.

Todo el concepto de Wakanda y T’Challa son básicamente un “chinguen a su madre” al imperialismo y colonialismo gringo; aunque paradójicamente creados por dos gringos blancos en 1966: Stan Lee y Jack Kirby, sin duda resultado de que dos años antes se hubiera aprobado la legislación de derechos civiles en Estados Unidos. Como sea, la comunidad negra gringa rápidamente adoptó al personaje como suyo, y tiene ya muchos años que su cómic ha servido como medio para múltiples artistas negros de la industria.

En ese sentido, Black Panther es trascendente, y puedo entender la significancia que tiene para la comunidad negra gringa y (de manera secundaria) el resto de las minorías discriminadas y sectores desprotegidos en ese país.

Eso no hace a Black Panther particularmente entretenida, sin embargo. Para una película del MCU, le falta bastante acción; agraviado porque cada quince minutos un negro guapísimo e intenso se detiene a dar un discurso provocador y profundo acerca de temas trascendentes y que no ayudan al ritmo de una película de superhéroes. Tan es así que la última pelea entre T’Challa y N’Jadaka es en un tren subterráneo (sutiles, los gringos), para que cuando pasen los trenes los negros puedan detenerse y dar otro discurso.

Quiero resaltar que no estoy diciendo que Black Panther sea mala; todo lo contrario, es mucho mejor que casi todas las otras películas del MCU; lo que digo es que el precio que paga por eso es que es bastante más aburrida. Me divirtió mucho más Thor: Ragnarok, y esa película es tan basura que en algún momento Thor literalmente cae en una pila de basura.

Tampoco digo que sea aburrida; sólo es más aburrida que las películas del MCU.

Y tiene un montón de cosas buenas; en particular el montón de diosas de ébano que rodean a T’Challa y que de hecho son las que dan la mayor parte de la pelea por él y Wakanda. Bajo circunstancias normales vería cualquier película con Lupita Nyong’o o Letitia Wright (la última se roba toda la película), pero aquí aparecen bellísimas y pateando traseros a diestra y siniestra todo el tiempo.

Sólo el MCU me ha malacostumbrado y yo esperaba mi ración de basura como siempre, y esta película no es así. Como sea, la película está bien, sólo no es lo común que ofrece el MCU y sí tiene un contenido de acción mucho más bajo que cualquier otra entrada en ese universo.

Antes de terminar, nada más quiero mencionar a Michael B. Jordan y su personaje N’Jadaka, que son básicamente el Malcolm X para el Martin Luther King de T’Challa; ese negro además de que es un especimen básicamente perfecto de la raza humana, provee el mejor villano que ha tenido el MCU en toda su historia. No sólo es fácil entender sus motivos y aspiraciones; hay varios momentos donde uno podría estar de acuerdo con sus posturas. No es de extrañar que el hashtag #KillmongerWasRight surgiera después de la película. Michael B. Jordan da una actuación espectacular, y es otro motivo para ir a ver esta película.

Así que en resumen: es una película trascendente, que en general no conectó conmigo, pero que entiendo su trascendencia. También no es la basura que el MCU suele ofrecer, así que sólo ténganlo en cuenta si van a verla; que creo que es absurdo decirlo, porque ha ganado tanto dinero que probablemente ya todo mundo la vio.

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2018: El Estado debe intervenir en la economía

Después de estar vomitando mis ideas de por qué es necesario un gobierno (al menos en este punto en la historia), qué tipo de gobierno tiene México (una frágil democracia) y cómo podemos contribuir a fortalecerla (participando en la misma), por fin voy a empezar a explicar cómo me parece deben trabajar los gobiernos resultantes de nuestra débil democracia.

Debo enfatizar (una vez más) que no voy a decir nada que no haya dicho antes. Mis posturas políticas no han cambiado básicamente en toda mi vida; han evolucionado, pero en general únicamente en el sentido de reafirmar lo que siempre he pensado y en ser capaz de expresarlas un poco más inteligentemente (espero) que cuando era adolescente. También he dejado de lado mucho sentimentalismo adolescente; pero es que cada vez estoy más convencido de que en economía lo éticamente correcto es también lo mejor desde un punto de vista económico (si consideramos a la economía en su conjunto, no en participantes individuales o ni siquiera grupos grandes).

En particular con mis posturas políticas, siempre he sostenido que la única manera en que mejoraremos significativamente las cosas es a través de la vía electoral. En 1994, teniendo 17 años, viajé a Chiapas a participar en la Convención Nacional Estudiantil (paralela a la Convención Nacional Democrática) que organizó el EZLN. Regresé de ahí con dos muy claras convicciones: hay que hacer todo lo posible para tratar de garantizar la seguridad de los zapatistas y sus seguidores, porque si no los van a matar (fallamos miserablemente en varias ocasiones, siendo tal vez la más vergonzosa y cruel la masacre de Acteal; pero dadas las circunstancias se ha hecho lo que se ha podido); y hay que apostarle a la vía electoral, porque lo que ofrecen los zapatistas no sirve para el país en general.

Toda mi vida política ha sido terriblemente aburrida en ese aspecto; por más que he participado en movimientos donde he estado rodeado de gente que sinceramente cree en que una gloriosa revolución va a resolver todos nuestros problemas, jamás he dicho que la vía electoral es inútil. Todo lo contrario; en algún momento fui miembro registrado del PRD, fui representante de casilla de ese partido, y he votado en todas las elecciones que han ocurrido desde que tengo la edad legal para emitir mi voto (excepto en 2015, que fui a Grecia y por retrasado mental no noté que las votaciones serían justo en el fin de semana en que no estaba en el país).

Y sí, también apoyé (desde lejos excepto en 1994) a los zapatistas y participé en la huelga de los CCHs de 1995 y en la huelga de la UNAM de 1999-2000; a mucho orgullo. No se contraponen esas cosas; como yo las veo de hecho ni siquiera tenía muchas opciones: tenía que participar en esos movimientos y tenía que defender la vía electoral. Lo que por supuesto implica que desde 1997 (que fue cuando voté por primera vez) estaba suponiendo que vivíamos en una (muy débil) democracia; si no hubiera creído eso no hubiera votado.

Todas las entradas en esta serie no son una súbita revelación que tuve y que siento debo comunicar al mundo; es nada más plasmar en escrito lo que vengo pensando desde hace más de veinticinco años que comencé a interesarme en cómo le hacemos para maximizar el bienestar de la población mexicana. Porque para eso debe ser la política.

Como mencionaba en entradas anteriores, todos los gobiernos del mundo (no importa cómo se autodenominen y no importa si son o no democráticos) intervienen en sus economías locales (a distintos grados) y participan en la economía global (ningún país es autárquico).

Así que la cuestión es, ¿qué tanto debe intervenir el Estado? Para mí la respuesta es obvia: debe intervenir en todo lo posible.

Debe quedar claro que intervención no quiere decir control. Que el gobierno obligue a los fabricantes de automóviles a que sus motores cumplan ciertas regulaciones para evitar que contaminen mucho no quiere decir que el gobierno va y fabrica los automóviles. Si un empresario quiere intentar hacerse rico fabricando automóviles eso está chido; pero tiene que fabricarlos siguiendo ciertas regulaciones porque el libre mercado por sí mismo es incapaz de garantizar la seguridad de los consumidores a un ritmo humanamente aceptable.

Es así de simple. El libre mercado innova, el Estado regula. Y se aplica a todo; los juguetes para bebés no deben tener piezas que hagan que se ahoguen; los productos de limpieza deben tener instrucciones claras de cómo guardarse; los productos alimenticios que utilicen transgénicos deben especificarlo claramente para que los consumidores puedan elegir no consumirlos; etc.

Nada de esto implica nacionalizar o expropiar empresas. Sólo regularlas.

Por eso no he tomado un Uber en mi vida. Todavía no ocurre, pero Uber sencillamente va a ser regulado, va tronar o va a descubrirse que comete un montón de atrocidades; en particular contra sus conductores, al parecer. También es posible que ocurran las tres, por cierto. No existe la “autoregulación”, al menos no de manera que funcione realmente a largo plazo. El transporte público (incluyendo taxis) debe regularse, porque hay que garantizar que los conductores cumplan ciertas calificaciones etc., etc. Y sí, eso genera burocracia, y eso genera corrupción, y deben existir mecanismos para combatirlos; pero el libre mercado por sí mismo sólo promueve la avaricia de los dueños de los medios de producción: el Estado debe ser el contrapeso que garantice el bienestar de la población (o que al menos lo intente).

Estoy tomando, de forma muy explícita, un ejemplo que sé que mucha gente va a oponerse, porque en general los usuarios de Uber adoran Uber. Pero me queda claro que Uber no va a durar mucho tiempo; o al menos no de la manera en que existe en este momento. O bien lo regulan (como está ocurriendo en varios países de Europa) o bien truena.

Pero tiene que regularse, porque básicamente todo tiene que regularse. Y es la misma razón por la cual BitCoin va a tronar de forma espectacular, al parecer más pronto que tarde.

Hay gente que se opone completamente a la regulación gubernamental; que “detiene” la innovación, dicen. Si la “innovación” va a resultar en niños que nazcan deformes, yo prefiero que la detengan, gracias.

La otra parte de esta regulación por parte del Estado, son los medios que le permiten realizarla en primer lugar; la recaudación de impuestos. Y es de sentido común (sólo los economistas más dogmáticos pueden decir lo contrario) que simplemente deben pagar más los que más tienen. Y esto no quiere decir que si a todos les cobramos 17.3% de impuestos, entonces los ricos pagan más porque más tienen; no, entre más tenga (o gane) la gente, mayor porcentaje de impuestos debe de pagar, punto. Y obviamente se debe de cobrar más impuestos sobre las ganancias que sobre el dinero que se inyecta de regreso a la economía nacional; que es el problema que tenemos con los bancos, que ya todos (excepto Banorte) son extranjeros para motivos prácticos, y en varios casos generan su mayor ganancia aquí en México (y dichas ganancias tardan más en registrarse que en dejar el país). Y no, no van huir los inversionistas de México; siempre habrá gente dispuesta a invertir en un mercado grande (como es el de México) bajo casi cualquier régimen de impuestos. Estar de histéricos gritando que nuestros preciosos inversionistas se van a ir con su dinero es estúpido, porque ese dinero se está yendo de cualquier forma bajo las políticas actuales. Y va a comenzar a pasar con el petróleo si no echamos para atrás las “reformas estructurales”.

Por supuesto toda la regulación y recaudación de impuestos del mundo no sirven de nada si existe corrupción que se las brinca; y de hecho yo creo que ese ha sido el principal problema que siempre ha aquejado a México. Pero de la corrupción hablaré en otra entrada.

Para cerrar esta entrada, debo mencionar tres grandes áreas que siempre me han interesado, porque creo que son fundamentales en el desarrollo de cualquier país: educación, salud y generación de energía.

La educación y la salud no pueden someterse a las reglas del libre mercado. Son como la libertad: inalienables; de la misma manera que una persona no puede “venderse” a sí misma como esclava, aunque sea dueña de su vida y de su cuerpo. O si quieren un caso menos extremo: en México nadie puede vender (legalmente) su sangre; es ilegal, todas las donaciones de sangre deben de ser voluntarias. La educación y la salud las pagamos todos, porque es en el mejor interés de todos que la población del país esté lo más sana y educada posible. Especialmente con la automatización acabando con casi todas las labores que requieren una masa de trabajadores poco calificados.

Y no tiene nada que ver con un sentimiento jipioso de que seamos buenos con nuestros hermanos y hermanas y cantemos Kumbaya tomados de la mano; es una decisión fríamente económica: sale más barato. Sale más barato para el país (en su conjunto) pagar por la educación y salud de todos que lo que ocurre si lo dejamos en manos del libre mercado. Todas las evidencias históricas apuntan a esto; los países con mejores índices de educación y salud, ambos son fuertemente subsidiados por el Estado.

Mantener a su población (incluyendo migrantes) saludable y educada es la mejor inversión que puede hacer un país. Y de nuevo, desde un punto de vista fríamente económico: es la inversión que más ganancias a largo plazo va a rendir; porque además si todos le entran y pagan más quienes más tienen, ni siquiera sale tan caro. Que además sea lo humanamente decente es un agradable efecto secundario, no una razón para hacerlo.

Y la energía. Si México no tuviera tanto petróleo, yo no tendría problemas en que el mercado energético estuviera en manos de la Iniciativa Privada (pero de cualquier forma fuertemente regulado). Pero como tenemos tanto petróleo (más aún con los nuevos potenciales yacimientos descubiertos), es retrasado mental dejar la riqueza que literalmente vive en el subsuelo en manos de la IP. Si no hubiera sido por el petróleo y por Pemex, a México le hubiera ido mucho peor de lo que le ha ido.

Los problemas que siempre han existido con el petróleo y con Pemex, son que los gobiernos federales la han ordeñado sin invertirle jamás lo mínimo indispensable; y el problema crónico del país: la corrupción rampante. Las “reformas estructurales” no ayudan para nada con ninguno de esos dos problemas. La gente que esté esperando inversiones significativas por parte de la IP entrando al mercado energético están engañándose a sí mismos; igual que con los bancos extranjeros en el país, las empresas invertirán lo mínimo indispensable para maximizar sus ganancias, las cuales en general no se invertirán de regreso en el país que las generaron (o sea, México).

Y la corrupción seguirá mientras tengamos gobernantes corruptos.

Con el petróleo en particular y todo el sector energético en general, ahí sí yo siempre voy a abogar porque sean empresas nacionales; pero hay que darles independencia para que puedan invertir en infraestructura que ha sido abandonada por los gobiernos federales en las últimas décadas (¿cuántas refinerías ha construido Pemex desde 1982?)

Fuera de esas tres áreas el libre mercado (o sea, el capitalismo) en general está bien (o es lo menos peor), porque no hay alternativa factible en la actualidad. El Estado no tiene por qué estar fabricando suéteres o lavadoras; pero todo debe estar regulado. Y hay discusiones muy importantes acerca de otras áreas, donde se puede argumentar que tampoco deben dejarse (o al menos completamente) en manos de la IP; como la infraestructura de comunicaciones (carreteras, vías de ferrocarril, metro, etc.); las concesiones de radio, televisión y en el futuro es posible que Internet; etc. Pero en esas no me voy a meter yo a la discusión, porque casi no sé de esos temas. Si los quieren discutir en los comentarios, adelante, pero será entre ustedes porque a eso prefiero no entrarle.

De el papel del Estado en la economía y de educación, salud y energía, con gusto le entro.

En mi próxima entrada hablaré de corrupción y del crimen y la violencia, que como he mencionado van juntos con pegado. La verdad no sé mucho sobre esos temas, sólo generalidades; pero sí quiero mencionar un par, algunos relacionados con la educación. Y sólo por si fuera necesario mencionarlo, suelo hablar de educación no únicamente porque me parezca fundamental o porque me resulte interesante; a eso me dedico. Literalmente mi trabajo, por el que me pagan dinero para cervezas y todo, es educar gente. El título oficial de mi puesto de trabajo comienza con “Profesor”.

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Guitar Hero 5

Una semana después de mi platino de Zone of the Enders: The 2nd Runner, obtuve el de Guitar Hero 5.

Guitar Hero 5

Guitar Hero 5

Éste juego fue el primero musical que compré después de haber escrito mi bot; no fue intencional, andaba en alguna tienda y lo vi barato y lo compré. Disfruté mucho este juego; mucho más que Guitar Hero Metallica, pero menos que Rock Band, porque me gusta más la mecánica del segundo.

En trofeos es lo mismo que con todos los juegos musicales con instrumentos de plástico; incluso con mi bot tuve de nuevo que ponerme de acuerdo con múltiples jugadores en todo el mundo, porque algunos trofeos tienen requerimientos medio ridículos, como tocar una canción con 8 jugadores, todos con el mismo instrumento; o tocar una canción con 4 baterías.

Como sea, lo disfruté bastante; en particular porque cuando lo jugué aproveché para sintonizar mi bot a casi ser perfecto. Por ejemplo la whammy bar está siendo activada todo el tiempo en un ritmo básicamente perfecto para maximizar puntos; el patrón de strumming (¿cómo se dice eso en español?) es arriba-abajo-arriba-abajo para guitarra, pero arriba-arriba-arriba para bajo; las estrellas se activan en el momento exacto para maximizar la gananacia de puntos, etc. Todo esto fueron únicamente ejercicios de programación, pero me entretuvieron durante horas.

Y la selección de canciones está bastante padre. GH5 fue el último juego musical que jugué; compré Rock Band 4 (con la guitarra correspondiente), porque supuse que tengo que tener la versión para PlayStation 4, pero no lo he jugado mucho. Espero hacerlo eventualmente, pero no es como que tenga prisa.

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Trece años

Normalmente se me pasa el aniversario de mi blog, porque por qué carajo debería acordarme; pero lo común es que al menos pasados unos días note que cumplí un año más escribiendo en el blog y lo mencione en el mismo. Esto fue cierto los primeros doce años de vida de mi blog, pero acabo de notar que el año pasado se me fue la fecha por completo.

No me extraña, porque mi energía para escribir estaba en otro lado.

Como sea, este año se me volvió a pasar la fecha (26 de enero), pero sí recordé dos semanas después. Así que, ¿felicidades? No lo sé; el blog ha jugado distintos papeles en mi vida, pero nunca ha sido algo fundamental. Sólo escribo porque me gusta escribir; y últimamente he tenido otros proyectos donde puedo satisfacer esa necesidad.

Así que cumplió otro año mi blog. Vamos a ver cuántos más me echo.

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2018: La única forma de fortalecer la democracia es participando en ella

En mi entrada anterior en esta serie argumentaba por qué México es una democracia débil. La pregunta obvia que se sigue es ¿cómo la fortalecemos?

La respuesta no le va a gustar a nadie. No me gusta mucho a mí, de hecho.

La única forma de fortalecer la democracia es participando en ella. Esto significa votar, por supuesto; no importa que todas las opciones sean una mierda (y, lamentablemente, generalmente lo serán porque la democracia apesta), hay que votar. Eso ya no le va a gustar a mucha gente, pero se pone peor.

No basta con salir a votar en cada elección. Hay que participar activamente en la democracia del país, si es que de verdad esperamos que mejore.

Hay múltiples maneras de participar en la vida democrática del país; la más sencilla (después de votar) es manifestándose por las causas en las que uno cree. México tiene una larga historia de movilizaciones sociales y lo menos que podemos decir de muchas de ellas es que fueron al menos medianamente exitosas. Incluso cuando terminaron siendo reprimidas (muchas veces criminalmente), en general la evaluación histórica es que fueron un éxito.

Centenas de estudiantes entre 1968 y 1971 fueron asesinados, pero su movimiento desembocó (lentamente, porque la democracia es lenta y aburrida) en que se abrieran espacios institucionales para múltiples sectores de izquierda en la política nacional, que básicamente terminó en la creación del IFE, en la libre elección del Jefe de Gobierno en el Distrito Federal (ahora Ciudad de México) y en la transición partidista del año 2000. Los que participamos en la huelga de 1999-2000 terminamos en la cárcel (algunos de ellos por meses), pero en la UNAM no hay cuotas. Pueden criticar lo que quieran de ese movimiento (y merece ser criticado casi de todo), pero su resultado a largo plazo innegable es que en la UNAM no hay cuotas, y lo que es más; nadie ni siquiera se imagina plantearlo como una propuesta realista.

Y así debe ser, porque volveríamos a hacer lo que fuera para detenerlas si quisieran intentarlo de nuevo. Y me incluyo ahora como parte del sector académico de la UNAM, no de los estudiantes.

Las movilizaciones sociales en México tienen un historial nada despreciable de victorias, si bien en muchos casos fueron pírricas. El problema es que me parece que muchos sectores de la vida política nacional (principalmente de izquierda) han caído en una dinámica de responder (generalmente con movilizaciones) a las necesidades del país, en lugar de proponer acciones para satisfacerlas.

Si la única herramienta que se utiliza es la movilización, entonces el progreso verdadero y sostenible es imposible, porque las movilizaciones son intrínsecamente reaccionarias, en el sentido de que generalmente reaccionan a ciertas situaciones. Normalmente no proponen, no liderean, no avanzan la narrativa política, en el mejor de los casos sólo detienen cosas. Así podemos mantener una situación; pero difícilmente mejorarla.

Para efectuar cambio verdadero, hay que estar en las posiciones de poder que deciden qué cambios pueden o no aplicarse: la rama ejecutiva y legislativa (las cortes importan, por supuesto, pero normalmente también sólo responden a preguntas explícitas). No basta con votar y no basta con manifestarse. Hay que servir, de la única manera en que de verdad se generan cambios permanentes: hay que entrarle al servicio público.

Hay que gobernar. Hay que ser servidores públicos. Hay que militar, en el buen sentido de la palabra.

La política no puede ser algo que exclusivamente hagan los políticos; los cambios positivos más importantes que han ocurrido en la vida democrática nacional se dieron cuando la ciudadanía le entró en masa al servicio público. El IFE originalmente estaba formado por ciudadanos, no políticos profesionales; y todavía hay muchos de esos en el INE.

Si de verdad nos quejamos de que las únicas opciones en una elección son una mierda, hay que entrarle a ser nuevas opciones. Si nos quejamos de cómo funciona (o no funciona) el partido político por el que generalmente votamos, hay que entrarle a cambiarlo; o fundar uno nuevo; o lanzarse en (o apoyar a) una candidatura independiente. Y con apoyar obviamente no me refiero a votar únicamente; ir a los mítines, hacer proselitismo, convencer a amigos y familiares de que voten por el candidato, ir a visitar casas y hablar con gente, con la inevitable consecuencia de que nos mentarán la madre y nos cerrarán las puertas en las narices porque nadie quiere oír hablar del mensaje del candidato Perenganito.

Si la democracia es en verdad “la voluntad del pueblo”, eso no es nada más un derecho; es una responsabilidad. No puede ser que votemos cada 3 años y regresemos a nuestras casitas a lavarnos las manos y esperar que nuestros gobernantes y representantes hagan las cosas bien por la bondeza de sus corazones. Votar es el mínimo indispensable, pero necesitamos hacer mucho más.

Y por supuesto entiendo la reticencia de la gente a hacer eso; no sólo da una hueva enorme, sino que hay una narrativa nacional de que la política es algo sucio de lo que la gente decente no habla en público. “¿Yo? ¿Candidato a diputado? ¡Qué horror!” Hay varias cosas que tienen que ocurrir para que la ciudadanía pueda retomar de manera más ágil la vida política nacional, aunque ha habido avances (lentamente porque así es con las democracias). Me parece que es necesario que los legisladores puedan reelegirse en sus cargos, sin ningún tipo de límites; esto no sólo permitiría que en verdad se profesionalizara el cuerpo legislativo, sino que permitiría a nuestros representantes ganar más independencia de los partidos políticos.

En Estados Unidos, con la victoria de Trump, me impresionó cómo un montón de gringos lo tomaron como una llamada de atención y justo hicieron eso; le entraron (siendo ciudadanos comunes y corrientes) a perseguir puestos de elección popular como una manera de hacer contrapeso al gobierno de Trump. Lo que es más, un montón de esos ciudadanos han ganado elecciones en el poco más de un año que ha durado el periodo de Trump. Necesitamos ese tipo de respuesta en México; y si un ciudadano de verdad puede cambiar su vida para ser representante (en el sentido de que puede dedicarse a ello a largo plazo, sin necesariamente depender de un partido político), esto se facilitaría. Y la ciudadanía más cívica de todo el país (los habitantes de la Ciudad de México) necesitamos una manera de entrarle a la vida política a un nivel más sencillo que el delegacional.

En general he evitado hablar del Peje, porque como decía en mi primera entrada de esta serie no es necesariamente el punto más importante que quiero comunicar; pero una cosa que me parece es innegable es que Morena no es únicamente “el partido del Peje”. Aunque es el “líder carismático” que lamentablemente suele haber siempre en la política electorera mexicana, lo cierto es que Morena es un movimiento que seguirá existiendo después del 2018 incluso si el Peje pierde. Y yo he visto (con mis dos propios ojos) cómo le han entrado a ese movimiento gente común y corriente, que jamás se había interesado en política, con el objetivo de cambiar el país. Venga, me han tratado de reclutar a mí; y si soy consistente con todas las pendejadas que estoy diciendo, creo que no voy a tener de otra sino entrarle (dadas las alternativas disponibles).

Si nuestra ciudadanía no le entra a la vida política nacional, no existe manera de que nuestra tristemente débil democracia mejore más rápido, y con casi toda certeza sólo se debilitará. Lo peor de todo es que también lentamente, así que ni siquiera será “acelerar las contradicciones” para que llegue la gloriosa revolución, como algunos sectores idiotas de izquierda de verdad piensan.

Como sea, lo mínimo que podemos hacer para participar en la vida política nacional es votar en las elecciones; e incluso a eso se niega mucha gente. Las razones que utiliza este conjunto de ciudadanos para no votar varían (aunque hay una parte que sencillamente le da flojera), pero todas esas razones son terriblemente malas por el simple hecho de que si vota el 10% de la población, el que gane la mayoría simple de ese 10% (y puede ser tan bajo como queramos, con suficientes candidatos en la boleta) va a gobernar.

Todas nuestras vidas son afectadas por quiénes gobiernan; los servicios públicos, la economía, las decisiones que se toman en casos de emergencia, todo es afectado por quiénes son los gobernantes. Venga, México no gana el mundial de fútbol y más medallas en las olimpiadas por las políticas que siguen sus gobiernos. No participar en las elecciones es tratar de lavarse las manos de un proceso del cual siguen siendo parte.

No voy a decir que siempre hay una opción buena por la cual votar (eso es sencillamente falso); pero siempre hay una opción menos mala que las demás. Es nuestra responsabilidad ir y votar por esa opción (que por supuesto podemos discrepar acerca de cuál es la menos mala), porque entre más le entremos más fuerza a los políticos (de manera lenta y aburrida) a implementar o no ciertas políticas públicas.

Pero además del resultado obvio (un mandato más claro por parte de nuestros gobernantes y representantes), ir a votar nos cambia a nosotros como ciudadanos. Es justamente tomar responsabilidad del resultado de la elección, no importa quién gane. Si ganó el candidato por el que yo voté implica que yo debo ser el primero en cuestionar cuando comience a hacer pendejadas (y va a hacer pendejadas, sin duda alguna); si ganó otro candidato implica que debo estar atento a protestar las políticas a las que me opongo y justo por las cuales no voté por él. Probablemente se implementen (por algo ganó), pero podemos y debemos protestarlas si de verdad las consideramos negativas; es nuestro derecho y responsabilidad.

Y es una responsabilidad constante, que nunca termina mientras seamos parte de la sociedad que está gobernada por personas que como sociedad elegimos.

No podemos renunciar a la sociedad donde vivimos; podemos mudarnos a otro país, pero mientras vivamos en México pertenecemos a esta sociedad, que es gobernada por los ganadores de nuestros procesos políticos. No votar es querer tapar el sol con un dedo, o hacer como los niños y taparnos los oídos mientras gritamos “¡no oigo, no oigo, soy de palo!”, mientras las políticas que nos afectan a nosotros (y al resto del país) siguen siendo implementadas por aquellos que ganaron las últimas elecciones. Y mientras seguimos pagando impuestos.

Y también hay que entender que salir a votar y que ganen aquellos por los que votamos no soluciona por sí mismo absolutamente nada; es sólo el primer paso de un proceso (lento y aburrido). No se van a solucionar de un día para otro todos nuestros problemas ni se va a acabar el mundo. Pero entre más participemos como ciudadanos (votando, movilizándonos y entrándole al servicio público), la probabilidad de que las cosas mejoren más rápido es más alta; mientras que si dejamos que otros más decidan por nostros, la probabilidad de que las cosas empeoren más rápido aumenta.

Así que el 1° de julio (y en todas las eleccionas que sigan mientras vivamos) hay que salir a votar, por aquellos candidatos que creamos van a ser menos incompetentes, con menos probabilidad de querer robarse el dinero y de preferencia que no sean retrasados mentales; bajo esas tres métricas, siempre habrá algún candidato que le gane a los otros. Esto no quiere decir que nos tenga que gustar la opción que tomemos.

Pero tenemos que tomarla.

En la próxima entrada espero ya comenzar a hablar acerca de las políticas que me parece nuestros gobiernos deben seguir, pero le advierto a mis lectores regulares que no habrá ninguna sorpresa en ello; he sido bastante consistente con mi forma de pensar desde que empecé a participar en política siendo adolescente.

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Zone of the Enders: The 2nd Runner

Seis meses después de mi platino en The Stick of Truth, obtuve mi platino en Zone of the Enders: The 2nd Runner. En otras palabras, a la siguiente vez que tuve vacaciones; para ese momento (verano de 2015) estaba ya chambeando en la UNAM y colaborando con el INE. El juego era el segundo en Zone of the Enders HD Collection.

Zone of the Enders HD Collection

Zone of the Enders HD Collection

Me encantó este juego. Contrario a la primera entrada, el personaje principal (Dingo Egret) es fabuloso; un ex-soldado convertido en minero, Dingo se encuentra con Jehuty y ADA y, como suele ser con estas cosas, termina pilotéandolo para salvar a sus amigos.

Dingo Egret

Dingo Egret

Inmediatamente después lo matan.

Pero entonces despierta porque resulta que Ken Marinaris lo salva, reemplazando su corazón y pulmones (donde le dispara el malo malévolo de la historia) con un sistema de soporte artificial conectado directamente a Jehuty, por lo que ni siquiera puede abandonar el mecha.

Ken Marinaris

Ken Marinaris

No tengo ninguna razón para poner de nuevo a Ken, excepto que me encanta. Ken básicamente obliga a Dingo a ayudarla a derrotar al malo mientra ella trabaja al lado del mismo como agente doble.

El juego es excelente; mejoran los gráficos y el modo de juego, pero además la historia tiene mucho más sentido que la de la primera parte, y sin duda alguna los personajes son muchísimo más entrañables (que las escenas intermedias sean animé ayuda mucho). Dingo es un guerrero noble y estoico, mientras que Ken es aguerrida y mandona. En el final “bueno” (dependiendo de cómo se desempeñe uno en el juego varios finales son posibles), por supuesto terminan juntos (o bueno, se implica fuertemente).

Pero encima de todo éste fue el primer juego que realmente satisfizo mis fantasías de pilotear un mecha sacado de algún animé. Una misión consiste en apoyar a un ejército de mechas más débiles que Jehuty el repeler un ataque por parte de otro ejército de mechas; uno se la pasa sobrevolando el campo de batalla apoyando al ejército bueno, rodeado de decenas de combatientes. Es de las batallas más espectaculares que llegué a jugar en el PS3. También hay una misión donde Dingo pilotea a Jehuty para derribar cinco cruceros espaciales con un “arma principal” que le agregan al mecha; pero primero hay que destruir las torres antiaéreas de cada crucero.

The 2nd Runner no es ni de lejos el mejor juego que he jugado en el PS3, aunque es bastante bueno. Pero sin duda alguna lo mejor que tiene es que es básicamente un animé con una duración de cerca de 10 horas (justo como una temporada), donde uno toma control del mecha en las partes de acción. Los trofeos que tiene son casi todos sencillos, aunque en la batalla espectacular que comentaba uno tiene que mantener con vida a todos los mechas del ejército “bueno”.

En pocas palabras, este juego no me decepcionó después de haber visto el avance del mismo años antes.

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2018: La democracia apesta, pero es lo mejor que tenemos

(Estoy escribiendo una entrada de política por semana, para darme tiempo de ordenar mis ideas en prosa. Esta entrada me costó muchísimo, porque por más que lo intenté de todas formas quedó enorme; es la entrada más larga en el blog, si descontamos dos páginas permanentes y un capítulo de mi novela. Una disculpa por la longitud.)

Como comentaba en mi última entrada en esta serie, necesitamos un gobierno, desafortunadamente. La siguiente pregunta obvia es ¿qué tipo de gobierno? En esta entrada no discutiré acerca de las políticas sociales y económicas que el gobierno debe implementar en mi opinión; sólo discutiré qué forma de gobierno tenemos y si vale la pena intentar reemplazarla por algo distinto.

Después de Porfirio Díaz, México no ha tenido un dictador. Iturbide fue el último emperador (los mexicanos no reconocemos a Maximiliano excepto por lo que es, un tarado que tuvimos que matar por andar queriendo imponerse como emperador). Y nunca tuvimos un rey como tal; nominalmente Nueva España era uno de los múltiples reinos de la corona Española (al mismo nivel que Navarro y Castilla), pero la narrativa nacional es que existía el Imperio Mexica, tuvimos una pequeña intervención española de 300 años, y luego los corrimos.

(Después de matar a miles de españoles, incluyendo mujeres y niños, en la Alhóndiga de Granaditas).

Nunca tuvimos tampoco una “dictadura del proletariado”, ni un gobierno parlamentario donde o bien entre los representantes hay un partido mayoritario o se tienen que poner de acuerdo para formar una coalición.

Desde la constitución de 1824 hemos sido una república presidencial, y después de la Revolución se instituyó la regla básica que ha regido nuestra democracia desde la tercera década del siglo veinte: sufragio efectivo, no reelección. Podemos criticar cuanto queramos a los gobiernos mexicanos post revolucionarios (y, oh sí, los vamos a criticar), pero ningún presidente trató de mantenerse en el poder y de hecho casi todos tuvieron el buen gusto de alejarse de la vida política nacional después de terminar su sexenio. Con casi toda certeza ese fue el factor principal que evitó que en México ocurriera lo mismo que casi en todo el resto de Latinoamérica: no tuvimos una dictadura militar genocida vendida a los gringos, ni la guerrilla “liberadora” correspondiente apoyada por los soviéticos. Tuvimos muchas cosas muy graves, pero no eso.

Aunque el gobierno mexicano ha reprimido y asesinado alegremente a sus habitantes durante toda su existencia después de la Revolución, la verdad es que no ha sido lo común y en general siempre se ha tratado de dar una salida política a los problemas nacionales. Los mexicanos en su mayoría (pero no todos) podíamos y podemos llevar nuestras vidas en paz sin preocuparnos de que el gobierno nos encarcele o asesine por lo que pensemos, digamos o hagamos dentro de la ley. Ojo, no estoy diciendo que esto es una regla universal; tenemos un montón de excepciones (y en algunas zonas y épocas del país incluso se acercan a reglas), pero esto de hecho es lo común en el mundo: todos los países del mundo han encarcelado o asesinado a sus habitantes no importa cómo se autodenominen. Lo que estoy diciendo es que en México ésta no ha sido la regla general; y aunque las excepciones lleguen a miles, siguen siendo excepciones. Y les recuerdo que yo estuve en la cárcel por lo que pensé, dije e hice dentro de la ley.

Todo lo anterior me lleva a hacer una afirmación que probablemente sea polémica: México es una democracia.

El problema con usar el término “democracia” es que además de que tiene como doce mil definiciones que pueden encajar (dependiendo de cómo piense el que lo dice), es (al igual que “libertad”) un término cargado. “Democracia” no quiere decir (necesariamente) algo bueno y encima no es algo binario: no es tan sencillo como “X país es democrático, por lo tanto está bien”, ni mucho menos que todas las democracias funcionen (o intenten funcionar) al mismo nivel.

Existen distintos grados de democracia; Estados Unidos se fundó (nominalmente) como un país democrático, pero sólo podían votar hombres (no mujeres) blancos que fueran dueños de tierra (landlords), y además consideraban (legalmente) a los negros como que valían 3/5 lo que un blanco para razones de impuestos y de representación legislativa. Y por supuesto tenían esclavos. En el Reino Unido existe un subconjunto de personas que cuentan con más derechos y se les aplica la ley de manera distinta únicamente por su familia (la familia real). En México el mismo partido estuvo en el poder durante más de 70 años.

Y sin embargo creo que lo correcto sería decir que en todos esos casos (y muchos más) estamos hablando de democracias. Débiles e imperfectas, pero democracias.

Me parece a mí que si un país permite a sus ciudadanos efectuar cambios reales en las leyes que los gobiernan y en sus gobernantes, de manera pacífica y dentro de un marco legal, entonces ese país es democrático, no importa cómo se autodenomine o cómo lo denominen otros países. Obviamente entre más sencillo y rápido sea reflejar el deseo de los habitantes en las leyes y gobernantes pues más mejor, pero si se permite (si de verdad se permite), entonces el país es democrático. Nótese que no hablo de elecciones, porque si los ciudadanos efectúan esos cambios usando manifestaciones pacíficas, yo lo considero igual de válido (en algunos casos más válido) que con elecciones.

Esa es justamente la característica que me parece define a las democracias: las democracias evolucionan junto con los habitantes del país correspondiente. Y de nuevo, “evolucionar” es un término cargado: no es algo necesariamente “bueno”, sencillamente es un cambio. Y a veces (en algunos casos muchas veces) el cambio será negativo.

Me gusta a mí hablar en términos de “fortaleza” de una democracia. La democracia mexicana nunca ha sido particularmente fuerte, pero se fue fortaleciendo (no lo suficiente) después de la Revolución; fue criminalmente debilitada durante las represiones a movimientos estudiantiles de finales de los sesentas; se fortaleció de nuevo a partir de finales de los setentas cuando permitió a varios grupos de izquierda integrarse a la vida política institucional del país (consecuencia en parte de las movilizaciones estudiantiles de la década anterior); fue particularmente fuerte a finales del siglo XX con la creación del IFE y la transición partidista; y sufrió un terrible revés en 2006 cuando ocurrió el fraude electoral. Existen muchos otros momentos muy importantes en la historia del país: el temblor de 1985, la huelga del CEU de 1986-1987, la “caída del sistema” de 1988, la fundación del PRD en 1989, el levantamiento zapatista de 1994… En todos esos periodos o eventos no me parece correcto decir que México no era una democracia. Sencillamente la fortaleza (o debilidad) de la democracia mexicana ha ido fluctuando a lo largo de su historia, y lo seguirá haciendo mientras exista, porque eso es lo que hacen las democracias. Sólo esperemos que fluctúe a ser cada vez más fuerte.

Porque aún cuando son fuertes, las democracias en general (y la mexicana en particular) apestan.

La democracia es lenta y aburrida

La democracia es, casi por definición, extremadamente lenta. En una democracia deben quedar claras las reglas de convivencia de la población y de las obligaciones del gobierno y las obligaciones y derechos de los habitantes. Esto no puede ser algo que esté dado por convenciones ambiguas; las leyes tienen que especificarlo claramente. Y esto significa tener que entablar una discusión, luego elegir representantes que apoyen los resultados de dicha discusión, luego que los representantes establezcan formalmente las reglas y al final de todo que las leyes se apliquen.

Eso toma años. En Estados Unidos Martin Luther King Jr. lidereó un movimiento que le llevó años (y le costó la vida) el conseguir que se pasara la legislación necesaria para garantizar los derechos civiles de los negros. Y luego pasaron años para que esas leyes se medio empezaran a respetar. En México pasaron décadas antes de que los ciudadanos de la Ciudad de México eligieran a sus gobernantes.

No es de extrañar que mucha gente en algún momento de su vida entretenga ideas de levantarse en armas para cambiar las cosas; cambiarlas dentro del marco legal requiere un chingo de esfuerzo y un chingo de tiempo; y nunca hay garantía de que todo ese tiempo y esfuerzo vayan a rendir frutos satisfactorios. Yo participé (a mis tiernos 14 años de edad) en el Plebiscito Ciudadano que organizó Alianza Cívica en 1991 para exigir que en el DF eligiéramos a nuestros gobernantes. Ese plebiscito fue el resultado de años de labor, que comenzaron en 1985 después de que la sociedad civil rebasó completamente al gobierno durante el sismo de ese año. Y tardaríamos otros seis años en elegir a Cuauhtémoc Cárdenas como nuestro primer Jefe de Gobierno.

Yo participé en varias cosas, pero hubo gente que estuvo más de una década luchando por algo que debería haber sido de sentido común. Y después de todo eso (y más de veinte años después) la Ciudad de México no tiene los mismos derechos que el resto de los estados en la República; el Jefe de Gobierno no es gobernador; los jefes delegacionales no son presidentes municipales; y no tenemos un equivalente de cabildo. ¿Se pueden corregir esas cosas? Seguro; a lo mejor mis hijos llegan a verlo si seguimos peléandolas.

En otros países democráticos los procesos para efectuar cambios son más rápidos; pero nunca son suficientemente rápidos, porque en una democracia no es como en una dictadura donde un único cabrón decide algo y ese algo se lleva a cabo. Hay que discutir y negociar y convencer y terminan haciéndose las cosas a medias para que ningún lado quede realmente contento.

Lo que lleva a que además de todo, sea terriblemente aburrido. Contrario a un levantamiento armado, casi nunca hay romanticismo ni un momento histórico de “triunfo” donde todos celebramos nuestra victoria; no hay toma de la Plaza Roja ni Zapata y Villa sentándose en la silla del águila. Cuando por fin conseguimos elegir a nuestros gobernantes en la Ciudad de México básicamente no hubo celebración; comenzaron las peleas por ver quién se iba a lanzar y después comenzamos a quejarnos amargamente de los gobernantes que por fin habíamos podido elegir.

Así son las democracias: lentas y aburridas.

La democracia es fácilmente corrompida

La democracia es un resultado del sistema capitalista y si no hay una vigilancia constante, la gente que cuente con más recursos siempre intentará utilizar dichos recursos para manipular las cosas en su favor (y así obtener más recursos). Esto es básicamente inevitable: el poder corrompe; el poder absoluto corrompe absolutamente.

En todos los países “democráticos” del mundo hay corrupción en casi todos los niveles de gobierno; no existe una única excepción. La cosa es qué mecanismos hay para prevenir y detectar la corrupción; y qué se hace cuando se detecta que ha habido corrupción. En México ha sido un problema permanente; en muchísimos casos la corrupción queda impune, incluso cuando ha sido documentada y explicada. Además por supuesto de que si los más altos niveles de gobierno son corruptos, ¿qué se puede esperar de todos los que están por debajo?

Todos los partidos políticos en México que han conseguido escaños legislativos o posiciones en el poder ejecutivo han tenido casos de corrupción, y todos los partidos que existan en el futuro tendrán sus correspondientes casos de corrupción cuando consigan escaños legislativos o posiciones de poder (muchas veces antes de eso). Esperar otra cosa es ingenuo e irreal.

La cosa es cómo se responde a los casos de corrupción.

La democracia es inherentemente burocrática

Que tiene que ver con que sea lenta y aburrida. Si la democracia necesita definir leyes claras para funcionar, entonces eso va a generar burocracia. Punto.

El avance tecnológico (especialmente la computación) puede ayudar mucho con esto; los trámites se pueden hacer en línea y manejar electrónicamente. Pero los trámites tienen que hacerse, por más eficientemente que esto pueda conseguirse. Los restaurantes tienen que tener la cocina limpia; algún empleado del gobierno tiene que ir a checarlo. Las farmacéuticas deben seguir procedimientos específicos para hacer medicinas; algún empleado del gobierno tiene que ir a checarlo. Las escuelas primarias tienen que cumplir estándares de construcción muy por encima de los edificios normales (especialmente en zonas altamente sísmicas, como la Ciudad de México); algún empleado del gobierno tiene que ir a checarlo. Etcétera, etécera; esto crea una burocracia enorme.

Mucha gente dice que la solución a esto es privatizar esta regulación; y ciertamente en algunos casos es posible, pero no en todos. E incluso con nada más un puñado de casos se va a generar una burocracia. Pero además, debe haber un control sobre las empresas que se dediquen a hacer esa regulación… y ya caímos de nuevo en el hoyo del conejo.

La burocracia es inevitable en una democracia.

La democracia se equivoca

Y un chingo. Me parece que a nadie le queda la menor duda de que Vicente Fox ganó las elecciones presidenciales del año 2000 de manera legal y legítima. Y fue de los peores errores que han ocurrido en este país; entre otras cosas porque eso engendró el sexenio criminal de Felipe Calderón (120,935 homicidios dolosos en su sexenio, según cifras del INEGI).

“Democracia” etimológicamente significa “el mandato del pueblo”. Y el pueblo, como seres humanos comunes y corrientes, se puede equivocar. Esta ha sido una evolución de cómo veo yo al mundo; hace una década honestamente pensaba que “el pueblo” (como si fuera un ente homogéneo) no podía “equivocarse”. Claro que puede, y lo hace (y con eso quiero decir, por supuesto, lo hacemos). En una democracia eso significa tener que vivir con esos errores.

Si se le da al ser humano la posibilidad de elegir (ya sea como individuo o como grupo), en algún momento va a elegir mal. Así que más vale que lo tengamos en cuenta y planeemos al respecto.

La democracia limita las opciones disponibles

Como en una democracia deben quedar bien claras y definidas las reglas de quién y cómo se convierte en gobernante, esto automáticamente limita las opciones al momento en que los ciudadanos los eligen, lo que por supuesto lleva a elecciones en las cuales todas las opciones son malas. De hecho, puedo animarme a decir que en casi todo el mundo la mayor parte de las veces esto es lo que ocurre, que todas las opciones son malas.

Y paradójicamente esto resulta en que uno tenga que apoyar a una mala opción, porque la única manera en que una democracia sobrevive a largo plazo es si sus habitantes participan en la misma. La gente que promueve el abstencionismo básicamente se engaña a sí misma (en el mejor de los casos) o sencillamente es su inherente irresponsabilidad reflejada en su participación política (en el peor de los casos).

La democracia puede ser devastadora para minorías y grupos desprotegidos

Como la democracia es, en términos burdos y simplistas, que se ejerza la voluntad de la mayoría, esto fácilmente puede caer en que las minorías se tengan que aguantar crímenes básicamente genocidas cometidos en su contra. O al menos un abandono criminal por omisión.

La urbanización y educación de la población alivian esto de forma automática, aunque terriblemente lenta; pero mientras pueden darse crímenes de lesa humanidad, y lo peor de todo es que dentro de un marco legal institucional. Y esto no afecta nada más a mayorías; todavía viven mujeres en México que les tocó vivir en un país donde no tenían los mismos derechos que los hombres.

Los deseos de las mayorías no pueden pasar por encima de los derechos de las minorías; y es impresionante como absolutamente todas las democracias del mundo han fallado en esto de una manera u otra.

Y la democracia es lo mejor que tenemos

La conclusión de toda esta deprimente perorata (que la digo y la sostengo: la democracia apesta), es que a pesar de todos sus problemas (y tiene muchos más que los que acabo de mencionar), la democracia es la mejor opción que tenemos disponible.

Como mencionaba en mi entrada anterior, necesitamos un gobierno. Y si no hay posibilidad de que nos deshagamos del mismo, entonces la mejor opción que tenemos disponible es que lo elijamos entre todos, porque con un dictador (o cualquier otra alternativa, de hecho) todos esos problemas en general siguen existiendo.

Si entre todos elegimos un gobierno, las cosas van a avanzar de forma lenta y aburrida, van a haber retrocesos casi (o totalmente) criminales, en muchos casos vamos a elegir mal entre varias opciones espantosas, y tendremos que estar vigilantes de la corrupción y de que se respeten los derechos de todos aunque pertenezcan a un grupo minoritario. Pero siempre existirá la posibilidad de elegir a alguien más y de ir mejorando las cosas poco a poco. Muy poco a poco; por eso el PRI duró setenta años, porque había cambio presidencial y porque hubo avances innegables además de los retrocesos criminales, como el 2 de octubre de 1968.

Me parece que casi nadie quiere realmente a un dictador, aunque no dudo que haya gente que en lugar de querer levantarse en armas quisiera que alguien “fuerte” llegara a “poner orden”. Pero creo que México superó eso hace más de un siglo. Tampoco creo que haya muchos que quieran un Estado unipartidista que trate de controlar toda la economía y limite los derechos de los habitantes (porque es la única manera de tratar de controlar toda la economía); no sólo por la pérdida de derechos (yo estaría dispuesto a vivir con eso si se garantizara el bienestar de toda la población), sino porque no funciona: los experimentos que se intentaron el siglo pasado fracasaron estrepitosamente y con violaciones imperdonables de derechos humanos. Y en lo personal tampoco creo en un modelo más “horizontal” (tipo asambleas) por el simple hecho de que vivo en la Ciudad de México y me queda claro que una ciudad de ese tamaño no puede ser gobernada por asamblea (ya viví mi cuota de asambleas en mi vida, gracias). Para comunidades pequeñas es posible que funcione (y repito, en la Ciudad estaría padre que tuviéramos algo equivalente a cabildos a niveles debajo del delegacional), pero no para una ciudad grande; mucho menos para un país del tamaño y diversidad de México.

Así que realmente no existe una alternativa que ofrezca algo mejor que la democracia. Pero incluso si suponemos que existe (que repito, yo sostengo que no existe, al menos no en la actualidad), entonces sólo habría dos maneras de implementarla: o bien el proceso democrático nos lleva a esa “alternativa”, en cuyo caso es sólo una evolución más de la democracia y no es realmente alternativa; o bien se tendría que forzar la implementación vía la violencia de las armas.

Debo dejar claro que la opción de tomar las armas siempre está disponible. Siempre. Decir lo contrario es un sinsentido y básicamente una estupidez, porque a veces no queda de otra; a Nelson Mandela le ofreció el gobierno Apartheid de Sudáfrica liberarlo si prometía no utilizar violencia en su lucha contra el mismo, y por supuesto se negó, porque aunque ya no pensaba usar esa opción (la usó al inicio de su movimiento), la misma siempre está disponible.

Pero que esté disponible no quiere decir que se tenga que tomar, o ni siquiera que sea una buena idea. En el caso de México en particular, tomar las armas para cambiar el gobierno del país es estúpido, además de que está condenado al fracaso porque no hay suficiente apoyo por parte de la población.

Debo hacer aquí el paréntesis obligatorio; creo que el EZLN en 1994 hizo lo correcto al levantarse en armas. De hecho, siendo uno de los sectores de la población más desprotegido y abandonado por parte de los gobiernos federales y estatal de Chiapas, se puede discutir que no tenía otra opción. Pero su levantamiento nunca fue con el objetivo de derrocar al gobierno federal (saben que no pueden) y toda la sociedad civil que nos movilizamos para exigir el alto al fuego (y que lo conseguimos en tiempo extremadamente rápido, por cierto) nunca fue con la idea de apoyarlo para derrocar al gobierno federal (que no era su objetivo, ni el nuestro). Nos movilizamos para que hubiera un alto al fuego y las dos partes se sentaran a platicar, en particular para escuchar a este sector que había sido básicamente abandonado por el país durante los últimos cinco siglos.

Pero para cambiar el país no hay suficiente gente dispuesta a levantarse en armas, punto. Hay muchos sectores de la sociedad en condiciones terribles, pero no hemos llegado al punto en que una masa crítica de ellos su única salida sea comenzar a usar violencia para cambiar las cosas (y los que sí llegan a ese punto, la probabilidad de que se unan al narco es mucho más alta).

Nada más como ejercicio mental, supongamos que sí existe una alternativa a nuestra (débil) democracia y que también hay suficientes habitantes en el país dispuestos a arriesgar su vida para efectuar un cambio en el gobierno por la vía de las armas. Todavía más soñadoramente, supongamos que ganan y tumban al gobierno mexicano e imponen… la que sea la alternativa que se les ocurra imaginar.

Como quince minutos después, nos encontramos con todos los problemas que teníamos antes de levantarnos en armas, con el agravante de haber sacrificado sepan ustedes cuántas vidas humanas y haber destruido sepan ustedes cuánto de la infraestructura nacional, que de por sí no está muy bien que digamos. A reconstruir se ha dicho, con los mismos problemas de antes (ahora agravados por falta de gobierno mientras lo estábamos tumbando), pero eso sí, con un nuevo gobierno que con casi toda certeza será igual de ineficiente e ineficaz, igual de propenso a ser corrompido (no podemos deshacernos del concepto de propiedad, ¿recuerdan?), y con la misma tendencia a generar una enorme burocracia que el anterior.

Pero incluso (ya estamos en Disneylandia en este punto) supongan que existe la alternativa, que hay suficientes habitantes dispuestos a usar la violencia para cambiar las cosas, que lo consiguen y que el gobierno resultante es exitoso. En ese momento tengo que recordar nuestra dolorosa realidad: que vivimos al lado de Estados Unidos y que los mismos jamás permitirían que todo eso ocurriera al sur de su frontera sin hacer nada al respecto. No digo que me guste o no eso, sencillamente es lo que ocurre en el mundo real. Si de por sí los gringos no han respetado nunca nuestra soberanía, no quiero ni siquiera pensar en que pasaría si tuvieran un pretexto de peso para violarla todavía más.

(Noten que en cambio un golpe de estado por parte de fuerzas apegadas a los gringos sería probablemente apoyado por los mismos.)

Así que dentro de las opciones disponibles, la democracia es la mejor que tenemos.

Concluyendo, el punto de esta entrada es nada más explicar por qué creo que México es una democracia (débil), y por qué es la mejor alternativa que tenemos. Esto no quiere decir que ya estén bien las cosas de ninguna manera; mi énfasis en decir todo el tiempo que es débil es justamente porque debemos reforzarla (y no he dicho nada de cómo hacerlo). Además, repito que todavía no menciono nada acerca de las políticas sociales y económicas que me parece el gobierno mexicano debería implementar y que son (hasta cierto punto) independientes de qué tan fuerte sea nuestra democracia.

Entonces, por favor, si quieren discutir si México no es una (débil) democracia o si existen alternativas (posibles en la actualidad) mejores que la democracia, yo encantado. Pero no voy a discutir ningún otro tema en esta entrada, porque ese no es el punto (lo cual se traduce a que borraré cualquier comentario que lo intente). En particular, no me interesa en lo más mínimo la opinión de nadie de que la democracia no apesta, porque es inútil discutirlo cuando mi punto es que es lo mejor que tenemos a pesar de que apeste. Es masturbarse mentalmente cuando de entrada yo concedo que es lo que más nos conviene y no estoy abogando por ninguna alternativa.

En mi siguiente entrada discutiré mis ideas de cómo reforzar la democracia mexicana, que de hecho creo que es lo que más me importa decir. Incluso más que mi opinión de las elecciones de este año y de los participantes en la misma.

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South Park: The Stick of Truth

Una semana después de terminar God of War: Ghost of Sparta, obtuve el platino de South Park: The Stick of Truth. Ghost of Sparta me llevó menos de 20 horas terminarlo; The Stick of Truth me llevó como dos semanas. De hecho mi historial de trofeos es como sigue; jugué y terminé Chains of Olympus, luego comencé The Stick of Truth, me detuve unas horas para empezar y terminar Ghost of Sparta y al final terminé The Stick of Truth. Todo esto ocurrió en enero de 2015, así que no quedan muchas dudas de qué hice en ese periodo intersemestral (todavía no entraba a trabajar en la UNAM).

South Park: The Stick of Truth

South Park: The Stick of Truth

Sout Park suele generar opiniones muy encontradas. Hay quienes defienden a muerte al programa y a sus creadores; otros los consideran insoportablemente vulgares; otros (casi) criminalmente políticamente incorrectos; y está la gente como yo, que a veces me divierten pero generalmente encuentro demasiado infantil para mis gustos.

No me ofendo fácilmente y entonces en general puedo disfrutar Sout Park; el problema es que, muchas veces, sinceramente no es tan divertido. Especialmente cuando lo que realmente quieren hacer es ofender a ciertos grupos, y entonces funciona exactamente igual que con muchos defensores de Donald Trump: no es tanto que apoye o defienda sus ideas, sino que ataca e insulta a los que tienen ideas diferentes. Hay gente que encuentra eso divertido; yo no, porque realmente no lo es.

Como sea, cuando Parker y Stone son divertidos, son muy divertidos. Indudablemente escatológicos, pero divertidos. Por suerte la mayor parte de los chistes en The Stick of Truth no se basan en querer insultar o escandalizar, sino en pesonajes que están muy bien definidos (y tendrían que estarlo, el programa lleva transmitiéndose por más de dos décadas). Aunque cerca del final del juego sí hay una parte extremadamente escatológica, que conozco gente que sencillamente no podría soportarla.

Mecánicamente el juego es un RPG con combate basado en turnos; no he jugado tantos RPGs, pero en general me gustan. El combate basado en turnos no tanto; soy más orientado a la acción, si no siento que estoy jugando ajedrez… para el cual apesto. Los gráficos son idénticos al programa de televisión, lo cual es admirable pero que tiene la desventaja de que si no les gusta cómo se ve el programa tampoco les va a gustar cómo se ve el juego.

La historia son la bola de mamadas que suele tener South Park, nada más con los niños jugando en un ambiente de fantasía (aunque hay extraterrestres y hombres cangrejo y gnomos, como en el programa). Cartman dirige una facción, el KKK (the Kingdom of Kupa Keep), con Butters, Token (el único personaje negro, por supuesto) y Kyle vistiéndose como princesa. La otra facción la dirige Kyle junto con Stan y Ji-Ji-Jim-Jimmy (como el trovador, por supuesto).

El juego es divertido, pero lo que tiene realmente de maravilloso es cómo los niños juegan, que es justo como yo recuerdo que jugábamos al ser niños (Parker y Stone son mayores que yo, pero no por mucho). Muchos gritos de “eso no se vale” y “te voy a acusar con tu mamá”. Eso fue lo que más disfruté del juego, realmente.

En trofeos es básicamente trivial, con un par de tareas medio repetitivas.

Me gustó bastante el juego, pero realmente es un capítulo largote del programa (de los buenos, eso sí). De cualquier manera, pienso jugar el próximo videojuego de South Park sin ninguna duda.

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2018: Desafortunadamente, necesitamos un gobierno

Este año, como cada seis años desde 1928 (con una extra en 1929 por el asesinato de Álvaro Obregón), habrá elecciones presidenciales. Y por supuesto no cambia nada más el presidente; además de los cambios en ambas cámaras federales (diputados y senadores), hay elecciones locales en las ramas legislativa y ejecutiva y encima de todo, cada cambio ejecutivo a todos los niveles implica un cambio de equipos de gobierno.

Toda esa bola de güeyes, junto con los jueces de la rama judicial, forman el ente heterogéneo de lo que llamamos el gobierno. Y es una discusión válida, dada la crónica ineficiencia e ineficacia de casi todos los miembros de todos los niveles en todas las ramas del gobierno (por no decir corrupción y criminalidad en algunos casos), el preguntarnos si de verdad necesitamos un gobierno. No es una pregunta tonta y de hecho existe la posibilidad de que eventualmente podamos deshacernos del gobierno, pero todas las evidencias apuntan (esto me parece es conscenso no sólo en México, sino en todo el mundo en general) a que por ahora sí lo necesitamos. Desafortunadamente.

Debo enfatizar que el punto de esta entrada es respecto a la pregunta binaria de si necesitamos gobierno o no; en otras palabras, únicamente la pregunta cuya respuesta es exclusivamente o no. El punto de esta entrada no es respecto a la pregunta cualitativa de cuánto gobierno queremos o necesitamos; dicho de otra manera, si necesitamos poquito o muchote gobierno, para esta entrada eso no importa: esas dos respuestas implican que necesitamos gobierno.

A la ideología que promueve la eliminación del gobierno (o sea, no nada más modificar o derrocar al gobierno actual, sino de plano desaparecer cualquier tipo de gobierno) se le denomina anarquismo y (como suele ser con todas las ideologías) tiene como catorce millones de variantes distintas. Yo voy a centrarme nada más en dos, porque es mi parecer que todas las demás gravitan en torno a una o la otra.

Anarcocapitalismo

Aunque muchos no lo crean, el término existe. La idea es básicamente “Uber todo”; que con el avance tecnológico (en particular con las teconologías de la información) todo el mundo pueda ofrecer productos y servicios a todos los demás y que el mercado (la ley de la oferta y la demanda) se encargue de lo demás. Si llevamos esto al extremo, entonces la necesidad de tener un gobierno (sostienen los proponentes) desaparece; todo sería privado: seguridad, carreteras, educación, salud, y el mercado decidiría cuáles son elegidos por los consumidores (no habría ciudadanos entonces).

En mi humilde opinión, esto es algo ligeramente retrasado mental. Para muchas cosas las tecnologías de la información de hecho han democratizado la creación de varios productos; KickStarter y servicios similares permiten conectar directamente a los productores con los consumidores, eliminando intermediarios y permitiendo la creación de productos para mercados especializados. Eso está chido.

Pero para cosas que son derechos humanos, como educación y salud, las leyes del mercado nunca van a producir los mejores resultados. Tampoco para cosas como proteger el medio ambiente o los derechos de mujeres y minorías. Dejar correr libre al mercado en esos casos lleva al desastre, como lo hemos visto una y otra y otra vez. E incluso en los casos donde el mercado eventualmente podría solucionar cosas, el precio a pagar si lo permitimos es demasiado alto; tomen por ejemplo el mercado farmacéutico. Si una compañía farmacéutica crea una medicina que funciona inicialmente pero a largo caso tiene efectos secundarios devastadores (que por cierto, ya ha pasado), ciertamente el mercado la llevaría a la quiebra eventualmente (al menos en teoría); pero el costo en vidas humanas es excesivamente alto como para que dejemos que eso ocurra “naturalmente”. La industria farmacéutica (vista como industria que necesita generar una ganancia) necesita estar regulada. En una sociedad donde exista el concepto de propiedad y por lo tanto haya mercados con orfeta y demanda, se necesita un ente justamente que evite que las leyes del mercado resulten en la explotación inhumana de los sectores más desprotegidos (que suelen ser los que menos tienen) o en la destrucción del medio ambiente o vidas humanas a largo plazo por una ganancia económica a corto plazo.

Ese ente es el gobierno.

Comunismo puro

El comunismo ideal desemboca de manera bastante natural en anarquismo, bajo la idea de que el avance tecnológico liberará al ser humano de la necesidad de trabajar para satisfacer sus necesidades básicas. No sólo comida, ropa y habitación; también cosas como educación, salud, entretenimiento, belleza e incluso cosas que ahora calificamos como lujos. La idea no es tan descabellada como inicialmente pudiera parecer; si imaginamos un futuro donde robots se encarguen de todas las labores manuales, entonces casi automáticamente se pueden producir todas las necesidades de todos los seres humanos sin que los mismos tengan que hacer nada, excepto checar de vez en cuándo cómo van los robots (y con robots suficientemente avanzados, ni siquiera eso).

En ese momento pierde todo el sentido la construcción social de propiedad, porque nadie necesitaría nada (físico) y todos podrían tener cualquier cosa (física) que se les antojara. Y si no hay propiedad entonces no hay necesidad de protegerla y la razón de ser del gobierno básicamente desaparece. También desaparece el mercado, porque no habría demanda en una sociedad de plenitud donde para todo mundo alcanza todo. Casi todos los problemas en la humanidad se reducen a que alguien quiere algo físico que no puede obtener.

Hay mucha gente que no puede meterse ese concepto en la cabeza. Cualquier escenario apocalíptico resultante de que no tengamos que trabajar para producir nuestras necesidades básicas se puede contestar fácilmente si suponemos que algún avance tecnológico se hará cargo de todo el trabajo aburrido. Pero es una suposición muy fuerte y una que está lejos de ser satisfecha.

En la actualidad un montón de nuestras necesidades a su vez necesitan harta labor humana para ser producidas y mantenidas; y (más grave todavía) probablemente no tengamos la capacidad de producirlas y mantenerlas para todo el mundo. Comida y vestido a lo mejor ya podamos (ciertas cifras así lo dejan entrever), pero como menciono arriba, los seres humanos cada vez tenemos más necesidades que sin duda alguna califican como básicas: salud y educación al menos, pero probablemente acceso a Internet (que implica electricidad), sistemas de tuberías, infraestructura urbana y líneas de comunicación (autopistas, rieles ferroviarios, aeropuertos) deban incluirse. No alcanza para todos, todavía, y eso implica que habrá quien tenga más y habrá quien tenga menos. Por cierto, en este punto debería quedar claro que si algún día la tecnología llega al punto de poder proveer para todos, debe ser para todos: todo el mundo. No puede haber un sólo país o bloque comunista y que el resto no lo sea; o todos coludos o todos rabones.

Mientras no lleguemos a ese punto existirá el concepto de propiedad, y entonces debe haber un ente que proteja la propiedad de algunos de aquellos que quieran quitárselas.

Ese ente es el gobierno.

Y entonces necesitamos un gobierno

Por cómo planteo las cosas, debe quedar claro que a mí me parece que una de las opciones para deshacernos del gobierno (el comunismo puro) sí es posible. Así lo creo; y como soy inherentemente optimista me parece que la humanidad se encaminará hacia esa dirección eventualmente. También creo que no me va a tocar verlo; y probablemente tampoco a mis hijos ni a mis nietos, pero sí creo que si la humanidad no se autodestruye ese será nuestro futuro.

Como sea, son sueños guajiros en este momento; ahora necesitamos un gobierno, que defienda la propiedad privada y que evite que las reglas del mercado se apliquen a lo bestia, porque eso siempre conduce al desastre. Y por cierto, nada más existen ese tipo de gobiernos en la actualidad, no importa cómo se autodenominen. En todos los países del mundo existe el concepto de propiedad (al menos para ciertos sectores) que el gobierno correspondiente protege (con distintos grados de éxito); y en todos los países del mundo el gobierno correspondiente trata de influir (con distintos grados de éxito) las leyes de la oferta y la demanda locales (con los habitantes del país) y globales (con los países con los que comercie). No hay países comunistas (por más que China quiera decir que lo son) ni reyes feudales (aunque Arabia Saudita se acerque).

Desde un punto de vista económico y de aplicación e intención de la ley, todos los países del mundo hacen lo mismo; favorecen a ciertos sectores más que a otros al momento de proteger su propiedad privada; e influyen más o menos en sus economías para restringir la ley de la oferta y la demanda.

Hay mucho más que puede (o no) hacer un gobierno, por supuesto; puede permitir o no a su población (o a ciertos sectores de su población) expresarse; puede hacerle caso o no a esas expresiones; puede permitir que todos o sólo ciertos sectores participen en la toma de decisiones; puede permitir o no que todo mundo pueda ser parte del gobierno; etcétera. Eso es lo que diferencia a los distintos gobiernos en el mundo, realmente; qué tanta “libertad” (entre comillas, por supuesto) tienen sus habitantes (incluyendo la libertad de ser parte del gobierno) y qué tan “libre” es el mercado.

Estas dos “libertades” no son completamente dependientes una de otra, pero tampoco son completamente independientes; los Estados Unidos y Sudáfrica eran economías de libre mercado mientras discriminaban genocidamente a sus poblaciones negras, pero esta discriminación resultaba en influir en el libre mercado (si no puedo servirle comida a negros, estoy perdiendo clientes). De la misma manera, no importa mucho que los ciudadanos sean “libres” si el mercado es a su vez tan “libre” que esto resulta en que una proporción desmedida de la población no pueda satisfacer sus necesidades básicas, por lo que esos ciudadanos no pueden ejercer su “libertad” dado que ni siquiera pueden subsistir. Lo cual (por cierto) a su vez afecta al mercado porque son miembros de la población que efectivamente no participan en la economía del país.

Entonces como necesitamos un gobierno, justamente lo que tiene que discutirse es qué tanta “libertad” tienen los gobernados correspondientes y qué tanta “libertad” tienen los mercados. He estado poniendo “libertad” entre comillas porque es un término cargado; en principio todo mundo pensaría que la mayor “libertad” para todo mundo es lo mejor, pero esto no es cierto. Nadie tiene la “libertad” de no pagar impuestos, porque es como el gobierno (que como argumento es necesario) puede proteger a sus habitantes más desprotegidos (idealmente para eso es que queremos un gobierno); nadie tiene la “libertad” de no vacunar a sus hijos bajo la idea pendeja de que las vacunas son “malas”, porque eso afecta la inmunidad social de toda la población; nadie tiene la libertad de negarle un producto o servicio a alguien por su raza u orientación sexual, porque esto afecta la libertad del potencial cliente. Y lo mismo pasa con el mercado; ninguna empresa farmacéutica tiene la “libertad” de vender “medicinas” que no funcionen (o peor: que perjudiquen) bajo falsas promesas; ninguna empresa tiene la “libertad” de pagar tan poco como acepten los empleados, porque esto causaría (siempre) que los salarios (que de por sí en México son malos) fueran inhumanos; ninguna empresa tiene la “libertad” de contratar niños como empleados de tiempo completo, porque son de los sectores más desprotegidos y tenemos (como sociedad) que hacer absolutamente todo lo que esté en nuestras manos para protegerlos; ninguna empresa tiene la “libertad” de nada más contratar hombres bajo la idea de que las mujeres producen menos dado que pueden embarazarse, porque si no interviene el Estado entonces la igualdad de género sencillamente nunca va a ocurrir.

(Sin duda alguna varias cosas de las que acabo de mencionar muchas personas estarán en contra de ellas; sin embargo no las voy a discutir aquí: borraré todo comentario que trate de iniciar una discusión al respecto. Esta entrada en la serie es únicamente acerca de la necesidad de tener un gobierno, sólo permitiré comentarios de ese tema.)

Como necesitamos (y sí, necesitamos, lo queramos o no) un gobierno, hay que discutir este equilibrio entre la “libertad” individual de cada ciudadano y la “libertad” de los mercados que dicho gobierno permitirá (y sí, lo permite en el sentido de no utilizar la fuerza del Estado para contenerla/reprimirla/forzarla). Y todo esto es relativamente flexible; un gobierno puede aumentar o disminuir las libertades de los ciudadanos (por ejemplo, prohibir fumar en espacios públicos o cobrar un impuesto especial en bebidas alcohólicas) o la de las empresas del mercado (por ejemplo prohibir salarios menores al mínimo o disminuir impuestos para impulsar el desarrollo de nuevas tecnologías). Además, es ortogonal (hasta cierto punto) de cómo participa la ciudadanía en el gobierno (si es que éste lo permite en primer lugar).

De esto último es de lo que hablaré en la siguiente entrada; cómo funciona (o no) en México la participación ciudadana en el gobierno, qué otras opciones están disponibles y si tiene sentido intentarlas en este momento. La discusión de qué tanto debe intervenir el Estado en la economía lo dejaré para más adelante.

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God of War: Ghost of Sparta

Una semana después de obtener mi platino en God of War: Chains of Olympus, obtuve el de God of War: Ghost of Sparta. Es divertido destazar mostros míticos. El juego era el segundo en God of War: Origins Collection, también un porte del PSP.

God of War: Origins Collection

God of War: Origins Collection

Laudeado como probablemente el mejor juego para el PlayStation Portable, Ghost of Sparta se defiende bastante bien en el PlayStation 3. La historia (de nuevo) son la bola de mamadas de siempre, pero es ligeramente más interesante al relatar como Kratos trata de rescatar a su hermano Deimos de… algo malo, probablemente. No importa mucho, uno destaza mostros míticos.

Jugar un juego de GoW para mí se ha vuelto medio costumbre; he obtenido el platino de 7 juegos en la serie… básicamente, todos los que tienen platino, incluyendo dos veces God of War III (una vez en el PS3 y otra en el PS4). Probablemente compre nuevo el juego que saldrá este año, aunque dudo comprar la edición especial.

Como sea, acabé muy contento con Chains of Olympus y al siguiente fin de semana me eché Gost of Sparta en 19 horas y 32 minutos (yéndome a dormir a la mitad, por cierto). A la fecha, es el juego (con platino) que menos tiempo me ha llevado completar.

Y es lo mismo de siempre, en resumen; si les gustan los juegos de GoW, les va a gustar Ghost of Sparta. A mí me gustó mucho (tanto que lo acabé en menos de 24 horas), pero no tiene nada particularmente memorable.

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2018: Introducción

Mis dos o tres lectores regulares habrán notado que incrementé el ritmo con el que publico entradas. Aunque inicialmente sólo para poder reseñar las películas que me faltaban (y sí quiero terminar, algún día, con mis platinos en PlayStation), existe otra razón para el cambio.

Este año tenemos elecciones presidenciales y me parece que debo volver a escribir sobre política. Sin embargo, no me interesa tanto decir por quién voy a votar (va a ser por el Peje) ni explicar las razones que tengo para hacerlo (básicamente que, desde mi punto de vista, es la única opción con probabilidades razonables de mejorar las cosas en el país). Para eso, mi página de hace doce años en general se mantiene (reemplacen PRD con Morena).

Pero no es sólo que no quiero repetirme en esos argumentos; también estoy convencido de que, al menos en este próximo sexenio, las cosas no van a cambiar radicalmente. Gane quien gane, las cosas pueden mejorar o empeorar, y en ambos casos será por una fracción perceptible pero no apabullante; en otras palabras, el país no se va a caer por un precipicio ni tampoco se van a solucionar todos nuestros problemas. Repito, gane quien gane.

Con esto no quiero decir que las elecciones de este año no importan; todo lo contrario, importan más que nunca… que paradójicamente es la situación normal en una democracia, incluso una tan dañada como la mexicana.

Justamente de eso quiero escribir; lo que entiendo yo acerca de la democracia mexicana, sus razones de ser, mis motivos para defenderla y mi deseo de mejorarla. Que por supuesto está relacionado con los gobernantes nacionales a todos los niveles, pero que es (al menos en principio) ortogonal a los partidos a los que pertenecen. O en otras palabras; gane quien gane este año la presidencia por supuesto que importará para la vida democrática nacional a qué partido o coalición pertenezca, pero una vez inaugurado será el presidente (o la presidenta) de todos los mexicanos, le guste o no a quien sea. Y lo equivalente con todos los niveles de gobierno; el próximo jefe o jefa de gobierno gobernará sobre todos los habitantes de la Ciudad De México, le guste o no a quien sea, etc.

También me interesa tener una discusión inteligente al respecto con personas que discrepen con mi punto de vista; pero no me interesa entrar en una guerra de insultos. Mi vida se ha vuelto mucho más complicada en estos dos últimos sexenios como para estar perdiendo tiempo con gente idiota. Así que cualquier comentario que yo no califique de inteligente será sencillamente eliminado; no tengo ni interés ni tiempo para lidiar con gente pendeja.

Si alguien cuestiona de manera civil y racional mis puntos de vista con gusto entraré a la discusión; pero al primer momento en que quieran degenerarlo en gritos, insultos generales o ataques personales se acabó, sencillamente borraré el comentario (les recuerdo que modero todos y cada uno de los comentarios que aparecen en mi blog). De la misma manera, cualquier comentario del estilo de “muy bien dicho” o “completamente de acuerdo” sin contribuir sustancialmente a la discusión lo voy a eliminar; es únicamente ruido.

Y lo que pasa es que justamente tiene que cambiar la discusión a largo plazo en el país acerca del papel del gobierno en la vida nacional (básicamente qué tanto interviene) y el papel de la ciudadanía en la política local y nacional (básicamente también qué tanto interviene). Y toda esta discusión es (al menos en principio) independiente de quién en particular sea presidente, jefe de gobierno, senador o diputado. Además de que hay que discutir, de manera pragmática, qué se va a hacer con los temas de delincuencia y corrupción (que van juntos con pegado).

En los próximos meses y semanas estaré escribiendo entradas en esta serie, y la mayor parte de ellas serán aplicables a cualquier elección en este país, no nada más la de este año. Eventualmente, supongo, entraré a detalle con los participantes de este ciclo; pero de verdad no es en lo que me quiero enfocar. Me quiero enfocar en discutir lo que queremos para la vida democrática del país, comenzando (aunque parezca obvio para muchos) por qué en primer lugar queremos una democracia, o incluso un gobierno.

Nada más como advertencia preliminar: me considero alguien razonablemente inteligente, bastante cultivado y sin duda altamente educado (tengo un doctorado, al fin y al cabo). Nada de eso me califica en lo más mínimo como experto para hablar de política, temas sociales o economía, pero justamente de eso es de lo que voy a estar hablando en estas entradas. Mi opinión es únicamente como ciudadano mexicano y sin duda alguna diré cosas erróneas (principalmente por omisión); apreciaré cualquier corrección en los hechos que afirme, pero si está abierto a interpretación entonces necesitaré una argumentación (sin faltar al respeto, por favor) de por qué lo que digo está mal.

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