Red Dead Redemption

Como he vuelto a jugar (por fin) en mi PS3, he decidido comenzar a hacer pequeñas reseñas de los juegos donde por fin consigo el trofeo de platino. Dado que a) en general nunca compro juegos justo cuando acaban de salir, y b) no soy ni de lejos el mejor jugador del mundo, lo que va terminar pasando es que la mayor parte de las veces voy a reseñar juegos que salieron hace como quince millones de años, pero de los cuales yo hasta ahora por fin conseguí el trofeo de platino.

La primera reseña de este estilo (y por ende mi primer trofeo de platino) la pueden leer aquí, cuando terminé God of War. Después de eso y antes de irme de viaje terminé también God of War II, pero la verdad no creo que merezca una reseña por sí mismo: son las mismas mamadas que God of War. El siguiente juego del que conseguí el platino fue Red Dead Redemption.

Red Dead Redemption

Red Dead Redemption

Red Dead Redemption lo compré un día que lo encontré muy barato en GamePlanet. Después de eso lo instalé, y no lo volví a tocar durante meses. A inicios de este año que termina comencé a jugarlo en serio, y me sorprendió lo mucho que me gustó. Inicialmente yo creí que sería como Grand Theft Auto IV con vaqueritos, pero de hecho es mucho mejor y tiene una mucho mejor historia que GTA IV.

En el juego, uno interpreta a un pistolero vuelto ranchero y tratando de abandonar sus modos fuera de la ley, al cual básicamente el gobierno le rapta a la mujer y su hijo para forzarlo a que rastree y capture a un ex compañero de crimen. Como suele ser en este tipo de juegos, las misiones se pueden llevar a cabo en el orden que uno quiera (y de hecho uno puede no hacerlas), y hay decenas de actividades ajenas a las misiones que uno puede realizar. Por ejemplo, un día iba yo en mi caballo (es divertidísimo montar a caballo, por cierto), y vi un aguilita volando en el cielo, y como no soy particularmente en pro de los derechos de los animales, le pegué un balazo. Eso abrió una serie de submisiones basadas en cazar animales; el juego está lleno de sorpresitas de ese estilo.

El personaje, John Marston, es muchísimo más entrañable que el psicótico Nico, y el juego es mucho más abierto de lo que GTA IV es. Además tiene bastantes más cosas para que valga la pena volver a jugarlo. Como me pasó con GoW, RDR es un juego al que quiero regresar para maximizar todas las estadísticas de mi personaje.

En trofeos es mucho más noble que GTA IV; no hay una misión que uno tenga que jugar miles de veces, ni tampoco hay un trofeo que sea endemoniadamente difícil de sacar. De hecho, el trofeo de platino debí haberlo obtenido antes de salir de México a mi viaje, pero después de que crackearon la PlayStation Network, cuando todo volvió a la normalidad, un trofeo viral dejó de propagarse.

RockStar, la compañía que hizo RDR (y GTA IV) tiene la costumbre de agregar un trofeo viral en sus juegos. La idea es que cuando se juega en línea, un jugador obtiene el trofeo si llega a matar a un desarrollador de RockStar. Pero cuando otro jugador a su vez mate a un jugador que ya tiene el trofeo, el nuevo jugador también lo obtiene. Después del incidente con la PSN, el aspecto viral del trofeo dejó de funcionar, y yo tuve que dejar el país con sólo un trofeo faltante en RDR (y el de platino, obviamente). Durante los seis meses que estuve fuera, la falla fue reparada.

Así que, después de regresar y de que estuve a punto de morirme por intoxicación con gas, por fin conecté mi PS3 y lo primero que hice fue meterme a RDR en línea, y matar al primer pobre güey que tuvo la mala suerte de toparse conmigo. De inmediato (y un poco anticlimáticamente), el trofeo me apareció y obtuve mi platino.

En Los Angeles compré Red Dead Redemption: Undead Nightmare, y lo comencé para ver cómo estaba. Se ve muy divertido, y espero acabarlo eventualmente. Y como mencioné arriba, RDR es un juego al que regresaré para seguirle explotando cosas (cazar osos es por alguna razón increíblemente divertido). Lo recomiendo ampliamente.

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Xochimilco

Total que resultó que no sólo no tengo diabetes, sino que sigo igual de sano que siempre.

El idiota de mi plomero instaló mal el calentador de agua de paso que puse en mi departamento para reemplazar el viejito que se había podrido. No conectó la salida de gas quemado (básicamente CO₂) al hoyo en la pared, y entonces todo el veneno se quedó en mi departamento. Eso, aunado al agotamiento que tenía, causó mi episodio.

Por suerte había dejado las ventanas de mi departamento abiertas, de otra forma probablemente me hubiera muerto.

Mis últimos exámenes médicos muestran que estoy con la misma excelente salud de siempre, aunque sigo agotándome fácilmente (subir escaleras es particularmente cansado para mí ahora). Después de reclamarle amargamente a mi plomero, él accedió a cambiarme el calentador de agua (al parecer, no hay forma de instalarlo bien en un departamento como el mío), pero me pidió unos días para conseguir el dinero para hacerlo.

Por miedo a que algo similar volviera a ocurrir, Isabel y yo nos negamos a usar el calentador nuevamente, lo cual quiere decir que no hay agua caliente en mi departamento. Y eso obviamente apesta… literal y figurativamente.

Resulta que mi mamá acaba de irse a Europa de vacaciones durante el fin de año; así que aprovechando decidí regresarme a Xochimilco mientras ella no está: así no me tengo que bañar con agua fría, y alguien cuida la casa de mi madre (Susi también se fue a su pueblo, como hace todos los años a fin de año). Mi departamento se queda solo, pero se quedó solo seis meses; dudo que unas semanas más sean motivo de preocupación.

Así que ahora estoy en Xochimilco recuperando el tiempo perdido que tenía de no jugar en mi PS3 (que me traje conmigo, obviamente), y regresando a trabajar a un ritmo mucho más tranquilo que el que traía de mis estancias.

Me alegra mucho saber que mi cuerpo realmente no fue el que me falló. Supongo que en algún momento de mi vida lo hará; pero con suerte aún falta mucho para eso.

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Y entonces me hospitalizaron…

El jueves llegué a mi hermosa Ciudad de México cerca de las once de la noche. Después de pasar aduana sin ningún problema, Isabel me recogió fuera del aeropuerto y fuimos a cenar tacos enfrente de mi casa. Después regresé a mi departamento casi seis meses después de haberlo dejado, y me encontré conque el calentador de agua había dejado de funcionar.

En ese momento no me importó demasiado, así que nos fuimos a dormir con la idea de solucionarlo al otro día. El otro día (viernes) llegó, y después de levantarnos muy tarde fuimos a comer a El Gran Rábano, donde me eché un fabuloso mixiote, aunque primero pasamos al departamento de mi hermano a que me diera las llaves de mi carro. Mientras comíamos yo saqué un duplicado de la puerta principal de mi departamento (la cambiaron mientras estaba fuera; no tienen idea de lo divertido que es llegar a la media noche a tu casa después de seis meses, y descubrir que no puedes entrar… por suerte una vecina mía se apareció en ese instante), y al terminar recogimos un plomero cerca del mercado de Portales para que fuera a revisar el calentador.

Isabel nos dejó al plomero y a mí en mi departamento y se fue a comprar víveres en el supermercado. El plomero bastó que le echara un ojo al calentador para que lo declarara inservible; y ciertamente me mostró cómo estaba completamente podrido. Así que siguiendo su recomendación (y porque he oído que ahorran mucho gas), fuimos a Portales donde compré un calentador de paso y otras piezas necesarias, y regresamos a mi departamento a que lo instalara. Mientras los plomeros trabajaban poniendo el nuevo calentador, yo pagué las cuentas que tenía pendientes (que milagrosamente no eran tantas), y cuando por fin acabaron los llevé a Portales, y se llevaron el calentador viejo con ellos. Es fue bueno, porque entonces no tuve que preocuparme de cómo deshacerme de él, y malo, porque me ensució el tapete de la cajuela con todo el metal podrido que tenía.

Así que de regreso a mi departamento limpié un poco, porque con el quitar y poner calentadores había quedado hecho un desastre, y ahí tuve la primera señal. En algún momento al agacharme para recoger una jerga, cuando me levanté la habitación comenzó a darme vueltas. Otra persona se hubiera sentado; yo supuse que estaba cansado y decidí mejor apurarme a limpiar. Fui a mi carro por el tapete de la cajuela, y subí hasta la azotea de mi edificio para lavarlo del metal podrido. El único problema es que se me olvidó la llave de la azotea, así que bajé y subí de nuevo. Y después lavé el tapete y lo tendí.

Regresé a mi departamento sintiéndome ya fatal para ese momento, pero seguí limpiando (Isabel iba a regresar para que comiéramos y viéramos una película), y después me metí a bañar estrenando mi nuevo calentador. La ducha yo sentí que me cayó bien, pero al salir de nuevo me empecé a sentir muy mal; medianamente preocupado, le mandé un mensaje a Isabel de que me sentía mal y que ya regresara, y me senté en mi sofá a descansar. Todavía alcancé a leer el mensaje de Isabel diciéndome que ya se apuraba para regresar.

Hasta ahí es que yo recuerdo. Cuando volví a abrir los ojos, en mi departamento estaban Isabel, mi hermano, policías y paramédicos haciendo quién sabe qué mierdas, y yo comencé a vomitar de forma espectacular. No recuerdo que me hubieran sacado de mi departamento; cuando volví a recobrar la consciencia estábamos afuera de mi edificio, donde volví a vomitar espectacularmente, me subieron a una ambulancia, y recuerdo a mi hermano e Isabel discutiendo quién se iba conmigo. De nuevo no recuerdo haber llegado al hospital; cuando volví en mí la tercera vez estaban moviéndome de camilla, y recuerdo claramente (¿cómo adivinaron?) vomitar espectacularmente y ya no más.

La siguiente vez que abrí los ojos, vi a María, una doctora amiga de Isabel de toda la vida, que me miraba con ojos preocupados y que me preguntó que qué me dolía.

“El orgullo”, dije yo, estoico.

Me cuentan que esto es lo que pasó cuando yo perdí el sentido: Isabel llegó a mi edificio y empezó a tocar el timbre (yo tenía las llaves), y cuando no contesté lo primero que pensó fue que estaba jugando en mi PS3 a todo volumen. Al pasar los minutos comenzó a preocuparse en serio, y después de un rato una vecina mía muy buena gente la dejó pasar y meter su carro, y al ver que yo no abría la puerta del departamento se ofreció a ir por un cerrajero; Isabel comenzó a llamar gente, aunque no mi familia porque no sabía todavía qué pasaba. El cerrajero llegó y tardó casi veinte minutos en abrir mi puerta (resulta que tengo una puerta particularmente segura), y al verme tirado en mi sofá lo primero que hizo fue comprobar que tuviera signos vitales.

Los tenía, y bastante fuertes: mi corazón latía, respiraba, y reaccionaba en automático al dolor; pero no volvía en mí. Isabel hizo lo que cualquier persona sensata hubiera hecho; me agarró a madrazos a ver si yo reaccionaba. Le escribió a María y ella (que estaba muy lejos) le dijo que llamara una ambulancia, cosa que Isabel procedió a hacer. También ahora sí llamó a mi familia.

Los primeros en llegar fueron los policías, que al verme por supuesto que lo primero que pensaron fue que yo me había metido vayan ustedes a saber qué psicotrópicos de alta intensidad. De cualquier forma dice Isabel que se portaron muy bien; ellos fueron por los paramédicos que fueron los que me pusieron suero por vía intravenosa, que fue lo que causó que yo comenzara a responder (y vomitar espectacularmente… ay, mi mixiote).

Los paramédicos lamentablemente no llevaban ambulancias; era el primer viernes de diciembre, y sencillamente no había disponibles, así que entre mi hermano e Isabel consiguieron por fin una de un hospital privado, donde por fin me llevaron. Pero si hubiera sido algo de verdad de emergencia, sencillamente me hubiera muerto.

Y entonces me hospitalizaron.

Los doctores del hospital también estaban convencidos de que yo me había metido sicotrópicos de alta intensidad, y no fue sino hasta que salieron mis análisis que vieron que lo único que tenía para ese momento en el cuerpo era suero, porque mi pobre mixiote acabó desparramado entre mi departamento y la entrada de mi edificio (en el hospital ya no vomité mixiote; para ese momento había llegado al alegre estado que mi cuñada define como “vomitar las entrañas”).

Cuando por fin volví en mí, yo no me sentía exactamente mal; me dolía la cabeza, pero eso era todo. Lo único es que tenía una agotamiento que no creo haber tenido jamás en mi vida. No podía ni siquiera sentarme en mi cama. Como sea, convencieron a los doctores de que me dejaran dormir en casa, porque no estaba descansando en la cama del hospital y a mí me parecía de simple viveza que lo que más necesitaba en ese momento era de hecho descansar. De cualquier forma me estaban abarrotando de antibióticos (detectaron una infección con mis análisis), y no pude salir del hospital hasta cerca de las cuatro de la mañana. Me quedé en casa de mis suegros, por la sencilla razón de que era la más cercana; y estuvo bien, porque no hubiera aguantado el viaje hasta Xochimilco. Por poco vomito de nuevo en los diez minutos que hicimos Isabel y yo del hospital a casa de sus padres.

El sábado me llevaron a hacerme más análisis, y pasé todo el día acostado. El domingo ya me sentía mejor, y fui a ver a María a que me checara una vez más, y ayer por fin me dejaron regresar a mi departamento. Ya estoy bien, sólo sigo muy cansado y cualquier actividad física me agota en un tiempo ridículamente corto.

¿Qué me pasó? No tenemos ni puta idea; tengo una infección, pero no sabemos dónde y probablemente no sea muy fuerte, porque no tuve mucha fiebre ni me duele nada. Existe una posibilidad distinta de cero de que tenga diabetes, pero yo de verdad espero que no, porque eso apestaría mucho; además, mi azúcar parecía estar regresando a niveles normales. Yo en particular (que no soy doctor, ni he interpretado a uno en televisión) creo que sencillamente estoy muy cansado del viaje demencial que tomé, y que mi cuerpo estuvo aguantándose hasta llegar a casita para tener un completo meltdown.

Como sea, ahora estoy en reposo casi absoluto, tengo prohibidísimo manejar así que me quedo en casa, y como no tengo permiso de cansarme ni estresarme, yo creo que me voy a pasar una semana jugando en mi PS3. Tal vez debería ponderar más acerca de que pude haberme muerto, de que Isabel, mis vecinos y familia (y la familia de ella) salvaron mi vida, y de que mi puerta es muy difícil de abrir incluso con cerrajero; pero la verdad ahorita sólo quiero descansar y regresar a mi estado normal. El que sea que es.

Ya luego consideraré las repercusiones que este “evento” tendrá en mi vida. Ahorita al parecer estoy bien, y eso es lo más importante.

Eso, y que tengo mucha gente que me quiere, a la cual preocupé horriblemente durante unas horas, y a la que no quiero volver a preocupar de ser posible.

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