It hurts so good

En mi último viaje a Los Ángeles me tomé un fin de semana y volé a San Francisco a conocer la ciudad y reunirme con mi cuate Eddie, a quien conocí durante mi estancia en Barcelona al inicio de este año.

Eddie fue por mí al aeropuerto, me mostró la ciudad, me llevó a comer a un fabuloso restaurante koreano, y me dio alojamiento durante la noche. Fueron unas 36 horas agitadas, pero muy divertidas.

Martes, miércoles y hoy por la mañana, Eddie me pagó la visita. Llegó el martes en la mañana, y lo llevé a comer chiles en nogada, después a pasear por el centro y a recorrer el Paseo de la Reforma (sólo hasta el Ángel de la Independencia), a trepar la Torre Latinoamericana y ver la ciudad de noche, y al Bar la Ópera a ver el hoyo del balazo que disparó ahí Pancho Villa. Ayer lo llevé a desayunar mixiotes en el Gran Rábano, después a Ciudad Universitaria a que conociera a algunos cuates y a que viera el campus, luego a comer carne estilo norteño, después a Coyoacán, y por último a que cenara tacos de suadero. En la noche también jugamos algo de Rock Band y vimos algunas cosas en mi estúpidamente grande televisión.

Hoy en la mañana lo llevé al aeropuerto, donde quedamos en seguirnos visitando cuando podamos, y regresé a mi casa a curarme los pies, que para ese momento estaban llenos de ampollas de estar caminando tanto en tan poco tiempo. Que por cierto, cuando fui a San Francisco también terminé con mis pies llenos de ampollas.

Es el tipo de dolor que vale la pena ganarse.

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