Mañana (u hoy mismo, mejor dicho) regreso a México.
Es gracioso; creo sinceramente que hubiera podido seguir aquí sin broncas mucho más tiempo, pero el hecho de saber que tenía que regresarme, de alguna manera causó que me dieran muchas ganas de volver; y más conforme se acerca el día del retorno.
Aprendí un montón y saqué suficiente para mi tesis; no está terminada, y a mi teorema le falta un cachito, pero creo que el avance es más que sustancioso. Más si consideramos (como le platicaba a Omar) que básicamente mi objeto de estudio son las matroides orientados de grado tres, y que al llegar aquí no sabía qué era una matroide, tampoco qué significaba que estuviera orientad, menos qué era su grado, y por poco tampoco qué era tres.
Dado el ritmo de trabajo y la presión constante de que teníamos el tiempo encima, hubo un montón de cosas que no hice. La más triste es que no fui a San Francisco; pero son siete horas en autobús (mínimo; pueden ser más), y sencillamente no alcanzaba el tiempo (o el dinero). También por lo mismo hubo muchas cosas que no platiqué en el blog.
Como por ejemplo que soy tan ridículo que en el avión de venida venía cantando “México lindo y querido”. O de la caída que hizo que perdiera dos centímetros cuadrados de piel en las palmas de mis manos (esa no fue graciosa). O de la señora Knowles, la dulce viejecilla que por error terminó recibiendo el paquete de DHL con mi tarjeta de débito de repuesto de la beca. Ah, y que perdí mi tarjeta de débito de la beca.
Tampoco del clima, o de las hermanitas nalga-dura, o de los juguetes que compré, ni de que aproveché para ponerme al día en ciertos comics. De las novelas que leí, de los fines de temporada de alguNas series, de la tina del baño que se tapaba, o de muchas, muchas cosas más.
Lo cierto es, no tenía mucha energía para escribir en el blog. Ahora mismo estoy molido, pero quiero escribir esta entrada mientras estoy en el gabacho, y mañana en la mañana ciertamente no podré. Me voy a tomar una semana donde descansaré de absolutamente todo, aunque tal vez escriba de ciertas cosas (Harry Potter, en particular).
Por ahora me preparo para irme de California, bastante contento de regresar a México, pero no puedo dejar de pensar en Ciudades Desiertas de José Agustín (una de las novelas que leí aquí… de nuevo, porque esa también la he leído como quince veces), y en la escena que ocurre justamente cuando Eligio llega al punto de estar hasta la madre de los Estados Unidos:
Cuando ya había bebido doce exactas cervezas, todo le irritaba. Los amigos de la amiga de Irene hablaban a grandes voces, gesticulando; discutían de los actos inanes del presidente Reagan, decían que vivían la puerta del fascismo, del superfascismo considerando que Estados Unidos es una superpotencia. Estos niños, pensó Eligio, en el fondo siguen creyendo que este inmenso refrigerador es el mero cabezón del mundo, y que así ha de ser por siempre, pobres pendejos. Pero descubrió que no le irritaba lo que decían los chavos, sino que hablaran en inglés, a ver, ¿por qué hablaban inglés si él estaba allí?, e incluso pensó que estaba loco cuando Susana lo había persuadido de que Carroll, Joyce y Nabokov habían hecho brillar la lengua inglesa. El inglés ya lo tenía hasta la madre y también todos esos hotelitos de biblias esterilizadas, y también todos esos cuates que, aunque eran buena onda, de hecho eran la mejor onda que había encontrado en Estados Unidos, eran demasiado gringos, demasiado uniformes incluso en el uniforme. Podría estar bien lo que decían, pero no los aguantaba. De pronto lo incendió un deseo ardiente por estar en México, y ver gente prieta, con los pelos lacios y mal domados, cualquier, cualquier jodido ensombrerado en una bicicleta con una bolsa de mandado llena de herramientas y un radio-grabadora al hombro y tenis canadá en vez de huaraches, deseó ver un mercado mexicano con puestos de bofe y cabezas de cerdo, con charcos y perros flacos, y ya no los supermercados enormes, asépticos, con ambiente de banco y sus cajeras tan programadas como las computadoras que sonreían al decir hi, how are you today!, quiso ver a dos visitadores médicos bien, pero bien ahogados de alcohol diciéndose me cae compadrito que yo a usted lo quiero, y no soy puto, ¿eh?, quiso ver a la esposa de un policía planchando los billetes de ínfimos sobornos, a una familia de madre gorda, marido cervecero y catorce hijos en una primera comunión, quiso entrar a buscar libros de teatro en una librería de viejo, pelearse con un agente de tránsito que exigía una mordida descomunal, leer un periódico donde se criticara al gobierno, porque ya no aguantaba nada de lo que había allí, y lo peor era que llegase a él tanta intolerancia cuando se hallaba con chavos que podían ser buenos amigos, que eran afines, inteligentes, con quienes se podía intentar hablar de algo que no fueran lugares comunes o recetas infalibles de buen gusto intelectual, carajo, lo que daría por ver un puesto de pepitas, a un miserable tragafuego en una esquina, a un chavo campesino que sueña con una bicicleta, ya no quería: le urgía regresar a México, porque Estados Unidos ya no le daba nada, ahora le succionaba, como vampiro, toda su vitalidad, su jovialidad, su buen humor, su ingenio, su energía y lo tenía retorciéndose como viejo neurótico que hace su escenita porque no soporta ni que vuele la mosca; quería, en lo fundamental, encontrar a Susana y acostarse con ella ni siquiera para hacer el amor sino para entrepiernarse con alguien que no tuviera pelos en las pantorrillas ni en los sobacos; necesitaba a Susana, pero ella había demostrado que era la más fuerte, la más dura, y sabría Dios dónde estaría, y con quién…
Por supuesto, yo no vine a buscar a mi media toronja que se me peló porque necesita “encontrarse a sí misma”; en tal caso me parecería más a Susana, que fue unos meses a estudiar al gabacho. Pero no entremos en mi vida emocional, porque ni quiero hablar de eso, ni es de eso esta entrada.
No estoy, como decía, como lo estaba Eligio: hasta la madre y quemándome por regresar a México. Pero aún ahora, veinticinco años después de que José Agustín escribiera mi segunda novela preferida, su ácida e inmisericorde crítica de los gringos sigue teniendo muchos puntos válidos, y en mi caso creo que la mayoría que no se aplican es sencillamente porque estuve estos meses rodeado de banda latina y chicana. Que por cierto, jamás había estado tan orgulloso de ser latinoamericano en general, y mexicano en particular, que cuando viví en Los Angeles, California. Pero eso es material de otra entrada.
Tampoco estoy que ya no aguante regresar a México; repito, creo que si mi estadía hubiera sido más prolongada, yo no hubiera tenido problema con ello. Pero sabiendo (como sé) que tengo que regresarme ya, sí me identifico con muchas de las cosas que Eligio extrañaba. Y por eso lo primero que haré una vez que haya desempacado, es ir por unos tacos de suadero, con harto pasto pa’ la flora y fauna intestinal.
Me voy de California; algo cansado, algo frustrado porque creo que pude haberle sacado más a la estadía (aunque me queda claro que sentiría eso no importa cuánto le hubiera sacado), pero bastante contento de la experiencia que me mostró, entre otras cosas, que no voy a tener problemas cuando vaya a hacer mi doctorado a quién sabe dónde.
Los veo del otro lado de la frontera.
