Cuatrocientos cincuenta mililitros de sangre fresca

Hoy fui a donar sangre.

De nuevo.

De verdad necesito que mi vida sexual sea menos aburrida; todo mundo me pide que done sangre. Esta vez fue para un cuate. O mejor dicho, una conocida de un cuate.

Como sea, todo fue más o menos igual a la última vez, excepto por una cosa: esta vez fue en una clínica privada.

Y déjenme decirles: es una diferencia enorme.

El servicio en la clínica privada fue de la chingada. No sólo me dolió más cuando me sacaron la muestra para pruebas (me picaron en mi dedo; se me hace de simple viveza que ahí debe doler más); además el tipo que metió la aguja en mi vena lo hizo casi tocando músculo y con una brusquedad bastante dolorosa. Y no es mi terror a las agujas lo que habla aquí; como siempre estaba mirando al otro lado cuando me picaron.

A Enrique (que también donó sangre) le fue peor: terminó con un moretón e hinchazón donde le metieron la aguja. Yo nunca había visto algo así; hasta fotos le tomó con su celular. Y le siguió doliendo todo el día.

De verdad yo no entiendo esta idea idiota de que pagar por algo lo hace “mejor”; la UNAM debería ser ejemplo suficiente, pero sin duda (desde mi perspectiva) éste también sirve. En el IMSS fue mucho mejor el servicio; sin duda. Tuve que esperar más tiempo (había mucha más gente), pero los que me clavaron las agujas me parecieron mucho más profesionales y cuidadosos. Al menos parecía que sí les importaba si me dolía o no: los de esta clínica fue más o menos de “aprieta los dientes que ahí te va”.

Como sea, al revisar mi muestra me dijeron que ya me había recuperado de mi última donación; pero también leí que un hombre no debe donar más de seis veces al año.

¿Me pregunto si podré contar desde cero a partir de enero?

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