La boda de Juan y Érika

Uno de mis mejores amigos, Juan, se casó el sábado. No había escrito al respecto por razones.

En 2005 Omar tuvo a bien casarse con Paola; tuvieron que pasar casi ocho años para que el segundo de nuestro pequeño grupo de cuatro (Omar, Enrique, Juan y yo) se volviera a casar. A este paso, Enrique se va a casar en 2021, y yo en 2029; no se ven buenas las probabilidades de que pueda cargar a mi esposa para entrar a nuestro hogar por primera vez como casados.

Yo estuve presente el día en que Érika y Juan se conocieron, en gran medida porque fui parte de la conspiración que varios amigos hicimos para que esto ocurriera, a pesar de la férrea resistencia de Juan. Resistencia no a conocer a Érika, sino a salir de su casa; para que no tuviera de otra tuvimos que hacer una reunión en su casa y llevarle ahí a Érika para que por fin la conociera. Y luego todavía tuvo el descaro de reclamarnos que por qué no se la presentamos antes.

La historia de Juan y Érika es larga y tortuosa como suelen ser todas las grandes historias de amor, y no la voy a relatar aquí en primer lugar porque es una historia que les tocará a ellos contarles a sus hijos, y en segundo lugar porque qué hueva. Lo que voy a relatar es el día de la boda, donde me tocó cumplir el papel de chofer, dado que Juan me pidió que lo llevara a él de su departamento al salón de la boda, y al final de la misma que lo llevara a él y a su nueva esposa al mismo departamento, convertido ahora en el hogar donde comenzarán a vivir su vida como pareja casada.

Pero antes un paréntesis: una muestra de que Enrique, Omar y yo de verdad queremos a Juan, es que accedimos los tres a vestir traje para el día de la boda, cuando en general nunca lo hacemos. Así que yo comencé el día bañándome y poniéndome mi traje, que tuve que comprar porque el que me regaló mi hermano después de titularme de la maestría ya no me queda. Me aprieta de la cintura, lo cual no es de extrañar; lo que es de extrañar es que me aprieta aún más de los hombros. O cada vez estoy más ancho de espaldas, o la grasa se me acumula en los hombros.

Como sea, Juan me pidió que llegara a las 3:00, y no queriendo hacer un Enrique traté de llegar antes. Lo conseguí, pero por muy poco: llegué al diez para las tres. Juan se disfrazó de pingüino, se puso saliva en las patillas, y nos fuimos de ahí a la casa de Érika para recoger varias cosas que ella iba a necesitar en la noche. Ya todo empacado, nos fuimos al salón, que resultó estar dentro del deportivo al que mi mamá lleva casi quince años yendo a hacer ejercicio.

A las cinco de la tarde llegó Érika, y al mirar a Juan disfrazado de pingüino, de inmediato se puso a llorar. Yo le hice ver que todavía estaba a tiempo de arrepentirse, que no tenía porqué echarse a llorar, pero eso sólo la hizo llorar todavía más. Así que le dije que mejor lo reservara para cuando Juan le pegara, pero eso, al parecer, también la hizo llorar aún más, por lo que mejor me callé. Ya que las lágrimas se detuvieron un poco (se la pasó llorando toda la boda), vino la sesión de fotos.

Juan y Érika

Juan y Érika

Yo no tomé las fotos oficiales; yo sólo iba de advenedizo.

Una hora de fotos después, llegaron los papás de Juan y su hermana menor, Mina. Otro paréntesis: yo la última (y única vez) que había visto a Mina había sido diez años atrás, cuando ella era una niña preparatoriana de 17 años que había venido la Ciudad de México a visitar a su hermano mayor. Nada en el mundo me podría haber preparado para la impresión que me causó ver al despampanante mujerón en el que la niña preparatoriana de 17 años se había convertido en tan sólo una década.

Por supuesto, ella no me reconoció al verme.

Después llegaron Fede, el hermano menor de Juan, junto con su esposa, y poco a poco fueron llegando más familiares del novio y de la novia, mientras los fotógrafos oficiales hacían su trabajo, y yo me colaba para robar fotos con mi camarita.

Los novios y sus familias

Los novios y sus familias

A las siete tenía que llegar el juez de lo civil (Juan y Érika tuvieron el buen gusto de casarse únicamente por lo civil, igual que Omar y Paola), y era importante realizar la ceremonia rápido porque el tipo tenía otra boda a las ocho, así que nos pasaron a todos a un salón, y nada más llegó el juez comenzó la ceremonia. Yo seguí robando fotos en todo momento.

La ceremonia

La ceremonia

El juez no era buen orador, pero le echaba ganas. Le imbuía drama a cada una de sus frases, acompañándolas de gesticulaciones con las manos, mientras explicaba la importancia de matrimoniarse para poder… algo, no sé. La verdad yo estaba bastante emocionado de por sí, dado que Érika continuaba llorando todo el tiempo; el performance del juez sólo lo acentuaba.

Después vino la firma de documentos, que como todo el mundo sabe es la parte más romántica de cualquier boda.

Érika firmando

Érika firmando

Juan firmando

Juan firmando

Y entonces los novios leyeron sus votos. Es necesario que explique lo siguiente antes de continuar; Juan es uno de mis mejores amigos: para mí él (junto con Enrique y Omar) es un hermano. Lo conozco desde que teníamos 19 años, y sé lo difícil que le es expresar lo que siente, mucho más aún con palabras. Así que oír decirle a Érika sus votos, mientras se le quebraba la voz, sí estuvo a punto de hacerme llorar a mí también. Claro que la hermana mayor de Érika también jugó sucio; contrató un cuarteto de cuerdas que se pusieran a tocar la aria Aire de Bach mientras leían sus votos. Así es trampa.

Después de que todos lloramos, el juez hizo que se pusieran los anillos (que Juan se las ingenió para hacerlo mal… dos veces), y por fin los declaró matrimoniados.

Recién casados

Recién casados

Después siguió lo que sigue en todas las bodas; se comió, se partió un pastel, la novia aventó un ramo, y el novio manoseó a la novia y después aventó la liga. Y hubo baile todo el tiempo; que por cierto (otro paréntesis), después de quedarme sin novia, sin casa, sin dinero y sin trabajo pensé que al menos una ventaja sería que no tendría que bailar. Hasta que llegó a sacarme a bailar la mamá de Juan, que por supuesto no había forma de que le dijera que no, así que pues ya qué.

Ah, y tomé una foto de Juan bailando, que creí nunca lo vería:

Juan y Érika bailando

Juan y Érika bailando

Yo me la pasé increíblemente bien en la boda de Juan y Érika. Pude platicar con Omar, que él sí se negó a bailar (habrá que esperar si conseguimos arrastrarlo cuando Enrique o yo nos casemos), y era tan intensa, sincera y contagiosa la felicidad de las dos familias de los novios, que era medio imposible no sentirse uno mismo abrumado y capturado por tanta y tan bien intencionada alegría. Cuando Fede, el hermano de Juan, tomó el micrófono ligeramente embriagado para dirigirle unas palabras a los novios, y a él también se le quebró la voz por la emoción y los tres galones de alcohol que había ingerido, yo sí ya pensé que era conspiración para hacerlo llorar a uno.

Yo no pude beber casi, porque era el chofer de los novios, y me tuve que esperar a que salieran los últimos para agarrar a los recién casados y llevarlos a su hogar. Eso, y ayudar a cargar las cosas de Érika que seguían en mi carro.

Yo conocí a Érika el mismo día que Juan lo hizo, en septiembre de 2006, hace casi siete años. Podría decir mucho acerca de sus cualidades, de su sentido del humor, y de su belleza. Pero creo que todo eso es superfluo, y queda desmedidamente encogido, comparado con lo más halagador que puedo decir de ella: que cambió a mi amigo, y que lo hizo para bien. El muchacho solitario, callado, antisocial e increíblemente tímido que siempre proyectaba un aura de que quería romperle su madre a alguien, Érika lo convirtió en alguien alegre, fuerte, seguro de sí mismo, y mucho más responsable con su vida académica y profesional de lo que probablemente nadie de los que lo conocíamos hubiera podido imaginar. Obviamente Érika no fue la única causa; pero que nadie me diga que no fue la principal.

Nada más por eso yo le estoy infinitamente agradecido, y sería suficiente para que tuviera mi lealtad y cariño incondicional de aquí a que cuelgue los tenis. Pero además en estos años he tenido la oportunidad (aunque ciertamente menos de lo que me hubiera gustado) de conocerla y convivir con ella, y me ha dado una muestra de la increíble persona que es, y pude entender cómo conquistó de forma inexorable a mi amigo, que también es una de las personas más extraordinarias que yo conozco. Y es por ello que quiero decir algo que es completamente innecesario además de altamente ridículo. Pero es que si no lo hiciera así, no sería yo.

Bienvenida a la familia, Érika.

Geeks + Érika

Geeks + Érika

Un comentario sobre “La boda de Juan y Érika

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *