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La Noche del Alacrán: 12

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La Noche del Alacrán escrita por Canek Peláez Valdés se distribuye bajo la licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-No Derivadas 2.5 Mexico [1].

12

Ernesto y Érika estaban recostados en el pasto, platicando y besándose de vez en cuando.

—¿Te quedas hoy en mi casa?— le preguntó él.

—¿Me vas a meter de nuevo de contrabando?

—Lo dices como si te metiera dentro de una caja de huevos Bachoco.

—¿Por qué no te quedas mejor en la mía?

Ernesto la miró suspicazmente.

—¿Es una pregunta capciosa?

Érika se rio alegremente.

—No, tontito; mis papás van a ir a Oaxtepec mañana temprano, y si tocan a la puerta de mi cuarto en la mañana siempre te puedes meter debajo de la cama. Ándale; sería divertido. Hacemos de desayunar, y comemos en la cama, y cogemos como conejos.

—La última parte me gusta— contestó Ernesto besándola.

En ese momento alguien en el escenario tomó el micrófono y comenzó a arengar a la multitud, preparándola para el concierto. Resultó que Ernesto y su novia estaban demasiado cerca de una de las bocinas, así que se levantaron y se encaminaron al fondo de las islas, buscando más privacidad y menos ruido.

A lo largo del camino adivinaron por ciertos vistazos y ciertos sonidos el ambiente normal de las islas un viernes por la noche; parejitas aprovechando las sombras para estarse tocando sus partes. Érika y Ernesto no los molestaron; tenían pensado hacer exactamente lo mismo, nada más encontraran un lugar que estuviera (dentro de lo razonable) desocupado.

De repente Ernesto tomó a Érika por la cintura y poniéndola contra un árbol la comenzó a besar. Hasta que ella se separó de pronto y le puso la mano en la boca:

—¿Oyes eso?— preguntó con un susurro.

—¿Qué?— contestó susurrando a su vez Ernesto.

—Alguien está gimoteando.

—Érika— dijo Ernesto riendo, pero aún susurrando —; la idea de venir aquí es que te hagan gimotear.

—No, menso; alguien está llorando.

Ernesto aguzó el oído, y ciertamente oyó que alguien estaba llorando, no muy lejos de ahí. Poniéndose entre el origen del sonido y Érika, para protegerla si era necesario, Ernesto preguntó alzando la voz:

—¿Quién está ahí? ¿Están bien?

—Estoy bien, sólo déjame en paz— contestó una voz femenina ahogada en lágrimas.

—¿Elena?

—¿Ernesto?

Ernesto sacó su celular y se iluminó a sí mismo.

—¿Dónde estás, qué tienes?

—Estoy bien viejo; sólo vete y déjame.

—¿Elena?— llamó Érika, que se interesó de inmediato en el chisme, además de que sí le preocupó cómo se oía Elena —, ¿qué tienes? ¿Alguien te hizo algo?

—Estoy bien— contestó la muchacha, que seguía escondida en las sombras de los árboles y la noche —. De verdad, no se preocupen.

—¿Por qué estás llorando?— preguntó Ernesto, comenzando a desesperarse de que no la veía; barrió el espacio a su alrededor con la luz de su celular, esperando encontrarla. Pero el celular iluminaba muy poco, y no la veía.

—No estoy llorando— dijo Elena, y aspiró los mocos ruidosamente.

—Elena, no mames— dijo Érika —, si te oímos desde allá; ¿qué tienes? ¿Te peleaste con tu novio?

En ese momento Elena empezó a llorar de nuevo y Ernesto, guiado por el escándalo, la encontró sentada junto a un árbol, llorando a moco tendido. Érika de inmediato se solidarizó y se acuclilló junto a ella.

—¿Qué tienes, qué te pasa?

Dando un alarido de dolor Elena la abrazó y se soltó a llorar como si el mundo se acabara. Ernesto las veía sin saber qué hacer, y ligeramente preocupado de que su noche de sexo podía irse rápidamente al carajo si tenían que cuidar de Elena. Pero primero pensó en el aspecto práctico.

—¿Alguien te hizo algo? ¿Quieres que vaya por una patrullita de Auxilio UNAM?

Elena, que al parecer no podía hablar, sólo negó con la cabeza.

—¿Segura? Elena, si alguien te hizo algo hay que avisarle a la gente de seguridad; ¿qué tal si le hace algo a alguien más? O que tal que…

—¡Fue el pendejo de tu amigo!— estalló Elena.

Ernesto y Érika se miraron; el primero sacado de onda, la segunda impresionadísima.

—¿Alejandro te molestó?— preguntó, incrédulo, Ernesto.

—Cómo crees, mi vida— le dijo su novia —; lo que pasa es que esta pendeja por fin se dio cuenta de que está enamorada de Alejandro, y le ha de haber oído decir que iba a ver a una nena aquí.

—Fue peor— dijo Elena, aún moqueando —; la conocí.

—¿Está guapa?— preguntó, chismosa, Érika.

—¡Es imposiblemente bonita! ¡Y simpática!

—Ay, pobrecita— dijo sinceramente conmovida Érika abrazando a Elena.

—¡Soy una pendeja!

—Ya, ya.

Ernesto se quedó donde estaba, todavía más sacado de onda.

—¿Pero qué le ve todo mundo a esa vieja?— preguntó, extrañado.

—¡Cállate!— gritaron las dos chavas al unísono.

Ernesto frunció el ceño.

—Elena— dijo —, ¿qué hay de tu novio?

—Tronamos hace unos días— dijo Elena limpiándose los ojos con las mangas de su suéter.

—¿Cómo es que Alejandro no sabía? Lo oí mencionarlo ayer.

—No quería decirle porque pensé que volvería a tratar de andar conmigo.

Y al darse cuenta de lo que acababa de decir Elena volvió a estallar en lágrimas.

—Vente— le dijo Érika jalándola del brazo —vamos a llevarte a tu casa.

—¡No! ¡Necesito alcohol! ¡O mota! ¡O alcohol y mota!

Ernesto comenzó a sonreír.

—Eso sí sé cómo resolverlo— dijo.

Érika lo miró enojada, y se volvió de nuevo a Érika.

—¿Estás segura?

—Viejo, imagínate que el chavo que has querido durante años anda tras tus huesos casi todo ese tiempo y tú lo rechazas porque crees que puedes perderlo, y cuando por fin te das cuenta de que estás con el güey equivocado y terminas con él sin comprender de que con quien realmente quieres estar es el primero, y no te enteras hasta que conoce a una chava más guapa, más simpática, y menos lorenza que tú. ¿No querrías ponerte bien peda?

—Alcohol y mota es entonces— dijo, decidida, Érika.