Cuatro ojos

En 1989, hace casi 30 años si no me falla la memoria, mi mamá me llevó al oculista donde me dijeron que usaría lentes toda la vida. La idea me deprimió bastante, porque (además de todas las desventajas objetivas de usar lentes) en ese entonces no estaba muy contento con cómo me veía y suponía que el usar anteojos sólo empeoraría las cosas. Tuve razón, al menos un tiempo; en gran medida porque tenía un gusto pésimo para elegir armazones.

Siendo adolescente comencé a usar lentes de contacto suaves, que tuvieron que cambiar a semi duros cuando estaba en la universidad. Usé varios años lentes de contacto, con distintos grados de éxito, pero la verdad nunca me gustaron mucho. Los lentes de armazón siempre estuvieron ahí y si mal no recuerdo hacia el final de la licenciatura era lo que utilizaba exclusivamente. Entré a la maestría en 2005 utilizando anteojos y así seguí hasta el 2007, cuando mi mamá, con motivo de haber cumplido 30 años, me invitó la operación LASIK. Escribí de ello en el blog, en su momento.

Al final de esa entrada comentaba que mi médico me dijo que el 10% de mis dioptrías regresaría después de 10 años, que se cumplió con precisión casi nostradamusesca. Hace un par de años noté que mi vista comenzaba a perder la definición de letras y objetos, especialmente de noche después de haber estado trabajando todo el día en la computadora. Sabía que debía ir por lentes, pero lo estuve posponiendo durante meses que se tradujeron en un par de años, hasta que por fin me arrastraron el fin de semana pasado a que me hiciera un examen de la vista y me comprara unos lentes.

No me arrepiento en lo más mínimo de haberme hecho el LASIK; durante una década tuve una vista casi perfecta. Pero además, ahora tengo 0.5 dioptrías en el ojo derecho (tanto de miopía como astigmatismo) y 0.75 en el izquierdo (igual); si no fuera porque mi trabajo consiste justo en leer y en escribir, bien podría no usar los lentes. De hecho, puedo no usar los lentes, sólo sí acabo muy cansado al final del día; pero puedo leer, ir al cine, jugar videojuegos, etc. De cualquier manera por supuesto que me alegro de ya tener lentes.

Tener tan pocas dioptrías además significa que no dependo de los lentes; antes si se rompían era una tragedia, porque de verdad no podía hacer nada mientras no conseguía otros. Ahora sólo es una ligera molestia; de hecho me los quito constantemente si no voy a estar enfrente de la computadora (o en el cine y así). También significa que las micas son ridículamente delgadas y ligeras.

Pero además, me gusta cómo me veo con lentes ahora. Ayuda el armazón, pero probablemente tenga mucho más que ver el hecho de que a estas alturas de mi vida me encuentro muy cómodo con quién soy, incluyendo cómo me veo.

Cuatro ojos

Cuatro ojos

Fue medio desorientador volver a usar lentes, pero ya me estoy acostumbrando. Y pues ahora sí es hasta que me muera, pero como digo arriba no tengo que usar los anteojos todo el tiempo, así que no es tan grave. Fue una buena década la que tuve sin utilizar lentes, pero ahora vuelvo a ser otra vez cuatro ojos de forma definitiva.

Feliz año nuevo 2019

Como todos los años, les deseo un feliz año nuevo a todos mis lectores. Una vez más gracias por leerme, y si es el caso, por dejarme comentarios inteligentes. Los retrasados mentales por supuesto no los agradezco, ya que tengo que borrarlos.

El 2018 fue un año que, para bien o para mal, pasará a la historia como parteaguas en la vida política nacional y, tal vez de manera más importante, en la política económica nacional. Llevamos exactamente un mes de la “cuarta transformación” y aunque ya han ocurrido un par de cosas interesantes, todavía es muy pronto como para emitir un juicio amplio de cómo va la cosa… lo que por supuesto no ha evitado a varios actores nacionales que nunca tragaron al Peje de anunciar que todo lo que hace es una desgracia; y a varios de sus incondicionales el decir que todo lo que hace es perfecto y maravilloso.

Yo me espero; todavía es muy pronto, repito.

En lo personal, múltiples cosas positivas me pasaron este año, con la publicación de mi primer libro como autor único siendo de las más importantes. Por supuesto no es lo único (no hablo de todo lo que me pasa en el blog), pero sí es lo más significativo en mi vida profesional.

Vamos a ver cómo nos va en 2019, pero yo sigo cautelosamente optimista. En general, el 2018 fue un muy buen año (incluyendo la abrumadora victoria del Peje); me siento optimista de que el 2019 será aún mejor.

Hidropocalipsis 2018

En mi edificio de departamentos se va el agua más o menos cada 2 meses. Excepto un par de ocasiones desde que comencé a vivir aquí, nunca ha sido realmente problemático; nunca se va del todo, generalmente cayendo de forma reducida en la noche. Planeando bien la lavada de la ropa y tomando un par de duchas en la noche siempre he podido darle la vuelta (y supongo que mis vecinos también, que podría comprobar si les hablara, cosa que no hago). Como digo, sólo en un par de ocasiones sí ha sido necesario ir al estacionamiento del eficio y llenar ahí una cubeta con agua para bañarme a jicarazos, como en Macondo (calentando el agua en mi estufa, eso sí).

Cosas que uno aprende de sí mismo: me puedo bañar con una cubeta de agua (mediana) con bastante facilidad. The more you know.

Como sea; cuando anunciaron el hidropocalipsis 2018, yo no me enteré porque generalmente sólo leo la portada de la Jornada a ver qué tarugada dijo el Peje el día anterior. Pero eventualmente me llegó la noticia y yo supuse, dado el historial de mi edificio, que no tendríamos agua durante una semana más o menos. Así que llené 2 cubetas 2 de agua, lavé ropa en la fecha cercana al corte y me preparé para tener que ir a visitar a mi mamá a Xochimilco para bañanarme o pasar un día sin hacerlo (que, de verdad, son contados en mi vida).

Y, como suele ser esta Ciudad, terminó ocurriendo que no fue necesario. No se cortó el agua aquí ni un minuto (hasta donde pude registrarlo). No sé si tenga que ver que mis vecinos casi todos salieron corriendo de aquí o qué, pero este puente impuesto resultó de los más tranquilos y relajantes que he tenido en años.

Claro que, de nuevo, como suele ser esta Ciudad, probablemente mañana se corte el agua y no regresé hasta la llegada del mesías, o como sea que le digan ahora a la toma de posesión del tarado del Peje.

El segundo hogar

Una de las cosas que me gusta hacer en Barcelona (y que lamentablemente no hago nada similar en la Ciudad de México) es ir caminando al restaurante Paco Alcalde y comerme o bien una paella o bien un arroz negro junto con media botella de vino. Como normalmente me hospedo cerca de la UPC, esta caminata me suele llevar un par de horas y aprovecho para tomarme un café y meterme a librerías de viejo; llevo años buscando las ediciones en español de The Dispossessed de Ursula K. Le Guin y Hawksbill Station de Robert Silverberg, porque quiero que mi papá las lea.

Esta vez me tocó lluvia, que como suele ser normal en Barcelona cae fuerte sólo unos cuantos minutos y al rato el sol está de nuevo a todo lo que da; esto resultó en que mi caminata tardara más de lo normal y que me mojara un poco.

En verdad me gusta Barcelona, pero debo admitir que mis viajes aquí han adquirido cierta cotidianidad; aunque por supuesto no vengo nada más porque me gusta, vengo porque tengo con quién trabajar aquí y entonces encaja en mi vida académica. De cualquier manera, sí me sorprendió que cuando comenzó a caer la lluvia, no dudé un momento en abandonar mi plan de llegar por la Diagonal hasta la Sagrada Familia y dirigirme directo a Plaza Cataluña. No pensaba entrar de cualquier manera, iba a sólo ver los avances de la obra por afuera.

Mi punto es que no hay esa ligera angustia que existe al ir a otras ciudades, de sentir la obligación de ir a todos los lugares que se puedan porque quién sabe cuándo se pueda regresar (si es que es posible). Si esta vez no vuelvo a ver la Sagrada Familia, la iré a ver la próxima vez que venga. Porque siempre habrá próxima vez, dado que Barcelona es como mi segundo hogar.

Cuarenta y uno

El viernes (no el pasado, sino el anterior) cumplí 41 años.

El año pasado fue medio brutal en relación al trabajo, principalmente por un proyecto que espero termine ya en unos meses. En particular este año comencé a escribir con un ritmo medianamente bueno, pero el último mes sí fue demasiado intenso. Espero que se calmen las cosas un poco, especialmente con el fin de semestre a la vista.

Está resultando ser un año muy interesante por varios factores; espero poder escribir al respecto con más regularidad. Tengo también varios planes para el año que viene, pero escribiré al respecto en su momento.

Trece años

Normalmente se me pasa el aniversario de mi blog, porque por qué carajo debería acordarme; pero lo común es que al menos pasados unos días note que cumplí un año más escribiendo en el blog y lo mencione en el mismo. Esto fue cierto los primeros doce años de vida de mi blog, pero acabo de notar que el año pasado se me fue la fecha por completo.

No me extraña, porque mi energía para escribir estaba en otro lado.

Como sea, este año se me volvió a pasar la fecha (26 de enero), pero sí recordé dos semanas después. Así que, ¿felicidades? No lo sé; el blog ha jugado distintos papeles en mi vida, pero nunca ha sido algo fundamental. Sólo escribo porque me gusta escribir; y últimamente he tenido otros proyectos donde puedo satisfacer esa necesidad.

Así que cumplió otro año mi blog. Vamos a ver cuántos más me echo.

Más grandote

Empecé este blog en 2005, cuando la resolución de los monitores todavía andaba por 1024×768 o 1280×1024. Esto resultó en que al momento de decidir el tamaño “estándar” de las miniaturas para imágenes en mis entradas, elegí 300 pixeles. Y de hecho al mero inicio era más pequeño, pero rápidamente lo subí a 300.

Esto se ve ligeramente ridículo en un monitor FullHD, que es el estándar ahora y de hecho quedando rebasado por 4K y nuevas tecnologías. Más grave (je) al ligar las entradas en Google Plus, las miniaturas son tan pequeñas que Google sólo agarra un pedacito de ellas y las pone como si fueran avatares.

Así que decidí aumentar el tamaño de mis miniaturas a 497 pixeles, porque es un ancho que queda perfecto en Google Plus, básicamente. Ahora, esto no es nada más decir que se muestren las imágenes a ese ancho, porque las miniaturas de hecho existen. Con esto quiero decir que está la imagen original y además está la miniatura que es lo que por omisión se baja junto con la página del blog. Como las miniaturas son más pequeñas que las imágenes originales (de ahí su nombre), esto hace que el blog se cargue más rápido; aunque la verdad el ancho de banda actual probablemente permitiría transmitir la imagen original sin problemas.

Como sea; cambiar el tamaño de mis miniaturas implicó tener que generarlas todas de nuevo, con el agravante de que un montón de las imágenes originales tenían un ancho menor que 497. Esto significó salir a cazar con una lanza versiones de las imágenes con mejor resolución, o de plano aumentar el tamaño de la imagen original (y que se vea toda pixeleada).

No tengo tantas imágenes en los trece años del blog (poco más de mil) y de esas sólo como 150 tuve que adaptarlas; y de esas 150 la mayor parte eran pósters de películas, así que en general fue fácil conseguir versiones con mejor resolución. Pero el resto fue una joda.

Me llevó unas cuantas horas, y estuvo divertido ver las pendejadas que estaba escribiendo hace años. Pero preferiría no tener que volver a hacer esto pronto.

Feliz año nuevo 2018

Como todos los años, les deseo un feliz año nuevo a todos mis lectores. Una vez más gracias por leerme, y si es el caso, por dejarme comentarios.

El año pasado fue extraño, y en particular los sismos causaron que muchas cosas de mi rutina anual se sacudieran. Mal chiste.

Vamos a ver cómo nos va en éste.

El 100%

El viernes, después de ocho años, once meses y veinte días, por fin llegué al 100% de compleción en mis trofeos de la PlayStation Network.

La verdad no esperaba que este año completara todos mis trofeos, pero hace unos meses noté (de manera casi accidental) que sí había una manera de obtenerlos, y comencé a trabajar en ello. Esto implicó, entre otras cosas, no comenzar a jugar nuevos juegos.

Sigo teniendo mucho trabajo (viajes incluidos), entonces no podía dedicarle mucho tiempo a mi caza de trofeos; de ahí que aunque me faltaran relativamente pocos (menos de 30) me tardara meses.

Como sea, el viernes saqué el último platino que me faltaba, de Need for Speed: Hot Pursuit. No fue el de Gran Turismo 5 porque hice las cosas de tal manera que mi platino de GT5 fuera el quincuagésimo.

En total tengo 2,746 trofeos, divididos entre 59 juegos, con un total de 51 platinos. Si redondeamos a nueve años (que casi lo fueron), esto son 108 meses, lo que da un promedio de 25 trofeos al mes (poco menos de uno al día) y un juego completado (aproximadamente) cada 7 semanas.

Por supuesto siguen habiendo periodos largos donde no juego, y periodos pequeños donde juego mucho; pero en general no le dedico tanto tiempo a mis videojuegos, probablemente un par de horas al día en promedio (tirando a menos).

Y claro todo esto es intrascendente; a nadie le importa que tenga 100% de compleción en mis juegos de PlayStation, y ciertamente no me da absolutamente nada en lo concreto (y podemos discutir que tampoco en lo abstracto). Sin embargo, me parece que sí refleja algo de mi personalidad; si algo está dentro de mis habilidades y me lo propongo, lo consigo. Tengo ejemplos mucho más significativos que videojuegos, pero no me molesta que mis trofeos sean uno más.

¿Y ahora qué sigue? Bueno, voy a dejar de jugar unos días (al menos una semana), y después voy a comenzar varios juegos que había pospuesto justamente porque sé que tardaré años en poder completarlos. Stree Fighter IV, Injustice y Uncharted 3 al menos, pero probablemente aviente también Rock Band 4, XCOM y Shift 2 a la bolsa.

Esto con casi certeza resultará en que no regrese a tener el 100% en varios años, si no es que nunca. De alguna manera por eso voy a jugar esos juegos, no quiero tener que pensar en mi porcentaje de compleción durante mucho tiempo. Sólo quiero jugar.

De cualquier forma cuidaré que al menos exista la posibilidad de completar mi colección; trataré de sacar los trofeos en línea primero (previendo la eventualidad de que cierren los servidores), y no empezaré ningún juego donde ya sea imposible terminarlos como, lamentablemente, Need for Speed: The Run. Lamentablemente porque ya lo había comprado.

Pero durante los próximos años jugaré únicamente por el placer de sacar mis trofeos, sin preocuparme de completarlos cuando sean muy difíciles.

Pero en este momento, sí estoy contento de haber completado todos mis trofeos.

100%

100%

La sala de espera mamona

De nuevo estoy en el aeropuerto, ahora para ir a un congreso en Guadalajara, el de la Sociedad Mexicana de Investigación de Operaciones, a la que ahora pertenezco porque mi vida es complicada.

Por qué debo ir al congreso, además de porque es de una sociedad científica a la cual pertenezco, es una historia interesante que no voy a platicar hoy. Nada más diré que voy como participante, no como ponente, que mucha gente lo describe en el medio académico como “ir de paseo”, aunque no sea realmente el caso.

Como sea, el punto de esta entrada es que por primera vez en mi vida utilicé la sala de espera mamona a la que tengo acceso por una de mis tarjetas de crédito. Desde hace años sabía de la existencia de dichas salas, pero por alguna razón nunca había hecho uso de ellas; pude haberlo hecho en Barcelona y en Nápoles este año, o en Atenas hace dos años.

Está simpático. Un poco más cómodo y algo menos engentado que las salas de espera normales, con más lugares dónde cargar la batería de electrónicos. Aunque mi tarjeta de crédito debe ser medio chafa, porque nada más me ofrecieron bebidas no alcohólicas y cacahuates.

Supongo que tiene sentido que use estas cosas si es de los beneficios que me proporciona mi tarjeta de crédito; voy a empezar a hacer de eso de ahora en adelante.

Desde adentro

Por supuesto tuve que ir y abrir mi estúpido hocico de que un gran temblor había ocurrido cuando estaba fuera México. Como si para reprochármelo, el Universo mandó el peor sismo (en consecuencias) que ha tenido esta Ciudad en 32 años; justos, irónicamente.

Esta vez la infraestructura no salió al quite tan bien. Se cayeron 44 edificios (al menos) y varios más están seriamente dañados. Otros van a necesitar reparaciones no triviales. Las pérdidas humanas en la Ciudad se acercan a 200 y probablemente las superen una vez terminen las labores de rescate.

Pero debieron ser cero.

Supongo que es medio imposible diseñar edificios que aguanten cualquier terremoto de cualquier magnitud; pero me parece sumamente sospechoso que un edificio nuevecito en Tlalpan se desplome mientras varios alrededor no les pasó absolutamente nada. Eso me huele a que hubo incompetencia criminal o (lamentablemente más probable) corrupción criminal para no cubrir todos los líneamientos de construcción en la Ciudad. Y más grave aún en la escuela Rébsamen; las escuelas primarias deberían ser doblemente exigentes con los requerimientos de seguridad en la construcción de sus edificios.

Cualquiera sea la razón, debe investigarse por qué algunos edificios se colapsaron (y no, “porque hubo un terremoto” no es una respuesta válida) y deslindar responsabilidades y castigar a los culpables que se identifiquen. No importa el partido político al que pertenezcan o al gallo que apoyen para las elecciones del 2018; y lo digo perfectamente consciente de que casi todos esos responsables serán de partidos de izquierda. La única manera de ir mejorando la infraestructura de la Ciudad (y del país en general) es entender que la incompetencia o corrupción literalmente cuesta vidas, y que esto es sencillamente inaceptable.

Las autoridades tampoco salieron al quite muy bien que digamos; en muchas ocasiones fueron completamente rebasadas, y en otras han tratado de utilizar la tragedia para ganar puntos políticos. En los peores casos de manera criminal, como (al parecer) está ocurriendo en Morelos. De nuevo, gobernado por alguien de un partido de izquierda.

En mi entrada del sismo anterior no mencioné a los medios de comunicación, en particular la televisión; porque estaba fuera de México, pero además porque desde 2006 no veo los noticieros de la televisión abierta mexicana, porque son asquerosos. Al parecer esa asquerosidad llegó a grados ridículos en este nuevo sismo, por la desinformación, maniqueísmo y ganas de joder a la Ciudad que generalmente profesan, siendo todo el teatro de la niña Frida el punto más bajo que han alcanzado en décadas. Pero todo esto es de oídas; les digo, no veo los noticieros de la televisión abierta mexicana. Y de hecho no veo televisión abierta, punto.

La que sí salió al quite (como en 1985, como siempre) fue la ciudadanía de mi Capital. La gente salió en masa a ver cómo podía ayudar, al grado de que a veces hasta era difícil canalizarlos. Los medios internacionales estaban apantallados de cómo la gente de esta Ciudad se movilizó de manera automática y orgánica para mantenerla funcionando; dirigiendo tráfico, limpiando escombro, distribuyendo agua y comida y (como en 1985, como siempre) rescatando gente de los derrumbes usando a veces sus manos desnudas. Dos artículos en CNN en particular (éste y éste) me parece que retratan bien la sorpresa de los extranjeros a cómo reaccionaron mis cohabitantes citadinos.

Yo no me sorprendí, en lo más mínimo, porque vengo años diciendo que lo mejor que tiene esta Ciudad, es su gente. Y a partir del 19 de septiembre de 2017 (como en 1985, como siempre) lo volvieron a demostrar.

Muchas veces en este blog he expresado mi cariño por la Ciudad de México. Y lo que muchos no entienden, es que no hablo principalmente de sus edificios, ni de sus restaurantes, ni de sus oportunidades culturales y recreativas. No hablo principalmente de Ciudad Universitaria y el Centro Histórico. No hablo principalmente de los tacos de suadero a la media noche, ni de Garibaldi a las dos de la mañana. Hablo de su gente, la población más cívica que tiene el país; sin duda y por mucho.

Se cayeron muchos edificios, pero mucho menos que en 1985; reconstruiremos y (esperemos) lo haremos todavía mejor para que a la próxima sean cero (o tanto como sea posible: dato anecdótico; hasta donde me he enterado, no murió nadie en una escuela pública de la Ciudad). Murieron cerca de 200 personas, pero fue una mejora indiscutible de 1985, donde murieron miles. Hay que estudiar con cuidado (y de forma honesta y sin fines politiqueros) qué fue lo que falló, para que no se repita la próxima vez. Y de ser necesario, castigar a los responsables.

Pero la ciudadanía de la Majestuosa reaccionó de manera heróica, sin pánico, solidariamente, haciendo lo que podían cuando podían y como podían, como esta señora que fue a donar algo de comida, sin zapatos y con toda la dignidad del universo.

Donante

Donante

Como en 1985. Como siempre.

Barcelona

El domingo de madrugada llegué a El Prat en Barcelona, alrededor de las dos de la mañana. No fue mi culpa, los tarados de Vueling retrasaron mi vuelo de Nápoles a Barcelona, y en lugar de llegar a las 0:30 de la madrugada, llegué a la 1:50.

La diferencia importa porque el Aerobús que va del aeropuerto a la ciudad deja de circular a la 1:05. Por suerte cuando llegué a la terminal del Aerobús para comprobar que ya no había más autobuses, otros tres pasajeros estaban en la misma situación que yo y entre los cuatros cogimos (je) un taxi.

La idea era ir a Plaça Catalunya, pero viendo Google Maps noté que pasábamos relativamente cerca de mi hotel, les dejé 10 euros a mis compañeros y me bajé del taxi. Caminé tres cuadras y cogí (je) un autobús nocturno que me dejó a 150 metros de mi hotel.

Lo único malo es que no era hotel; era hostal y tenía baños y regaderas compartidos.

Una cosa graciosa de todos mis viajes; nunca me había quedado en un hostal con baños y regaderas compartidos. Siempre pude elegir hotel (o departamento) donde estar, así que fue una nueva experiencia. La verdad no lo hubiera elegido (aunque sea más barato); las fotos del hostal en Booking me engañaron, yo sinceramente creí que tendría mi propio baño.

Al final no estuvo mal; nunca ocurrió que quisiera bañarme y no hubiera regadera disponible (y podría hacer aquí un comentario de cómo muchos europeos no le tienen mucha fe a eso de bañarse diario, pero mejor no), y mis compañeros de hostal al parecer eran decentemente limpios, porque nunca me encontré con un baño sucio.

De cualquier manera, espero no tener que repetir un hostal.

Ese mismo domingo, ya descansado, me salí de mi hostal (que está a una cuadra del Camp Nou) y básicamente recorrí todo el Paralelo para llegar a la Barceloneta y comer en el Paco Alcalde, un restaurante que conocí el año pasado a recomendación de una muy querida amiga mía. Hacía años que no recorría así Barcelona, sencillamente caminando y tomando fotos, deteniéndome a tomar un cortado de vez en cuando.

La semana fue corta, porque ya estoy de regreso en El Prat, ahora rumbo a Viena. Pero estos tres días creo que han sido de los más productivos en investigación que he tenido en mucho tiempo; y pudieron serlo aún más, pero pues no se puede todo en esta vida.

Barcelona se siente a esta altura como casa para mí, y espero poder regresar el año que viene. Ciertamente hay chamba suficiente para justificarlo, lo único que falta es ver de dónde sale el dinero.

Pero no me preocupo demasiado.

El café italiano

No recuerdo si llegué a mencionarlo en el blog, pero la única otra vez que estuve en Italia (en 2011) me enfermé y entonces sólo probé café una vez, justo antes de treparme a mi avión de salida.

Esta vez no estoy enfermo, así que he estado tomando café italiano todo el tiempo. Y es delicioso.

No sé si sean los granos, cómo los tuestan o cómo los hacen, pero es por mucho el café más suave que yo haya probado. Y con suave no quiero decir débil, quiero decir suave. El café es fuerte, pero suave (como los buenos amantes). 

Se siente como si una prostituta milenaria acariciara tu lengua con la suya, mientras recita antiguos hechizos de amor lujurioso en tu oído. Es así de bueno.

Ahora sólo me preocupa que me voy en unos días y no sé dónde encontraré este tipo de café de nuevo.

Las vueltas

Voy a hacer un ejercicio que casi nunca hago:

  1. Salí de mi casa más o menos a las 17:30 horas del viernes (tiempo de México) para llegar a las 18:00 horas (más o menos) al Benito Juárez.
  2. Esperé el inevitable par de horas antes de abordar mi avión a las 20:15.
  3. El avión hizo aproximadamente 10 horas a Frankfurt, de las cuales pasé unas 7 horas (más o menos) viendo cuatro churros infumables, y el resto tratando de dormir.
  4. Aterricé en Frankfurt a las 14:05 del sábado (más o menos, tiempo europeo) y esperé unas dos horas y media a subir a mi transferencia a Nápoles.
  5. Aterricé en Nápoles a las 18:20 (más o menos) y tardé unos quince minutos en a la estación del transbordador que va a la estación central de trenes y en esperar que el transbordador saliera.
  6. Hice unos veinte minutos en llegar a la Stazione di Napoli Centrale, y unos quince en viriguar dónde y cómo comprar un boleto para el “circumvesuviana”, que terminó partiendo a las 19:41 horas.
  7. El trenecito tomó poco más de una hora en llegar a Sorrento, poco después de las 21:00 horas.
  8. Caminé unos veinte minutos el poco menos de un kilómetro de la estación de trenes al hotel del congreso (está de subida, tengo mi maleta intercontinental, y estuve viajando todo el día).

Contando todas las vueltas y el cambio de zona horaria, es como si hubiera estado viajando todo el sábado, con unas cuantas horas de sueño ahí aventadas.

No me quejo, así es la venida al viejo continente (se desquita uno en el regreso, donde perseguimos al atardecer). Como sea, estoy molido y muero de hambre, así que me daré un regaderazo (tengo el aroma de tres distintos países y dos continentes) y saldré a buscar un lugar donde cenar. Por suerte los italianos son civilizados y tienen restaurantes que sirven comida hasta la media noche.

Tutte le belle ragazze

Traté de apurarme a escribir las reseñas de películas que tenía retrasadas antes de esta entrada, pero no me alcanzó la vida. Aún me falta reseñar Baby Driver y supongo que la reseña quedará atorada durante las siguientes dos semanas, porque voy a estar fuera de México.

Que es de las razones por las cuales andaba ocupado, por cierto.

Estoy de nuevo en el aeropuerto de la Ciudad esperando abordar mi vuelo a Nápoles, Italia (vía Frankfurt, Alemania). De nuevo vuelo por Lufthansa; la primera vez que fui a Europa fue el mismo vuelo (creo que incluso a la misma hora), y recuerdo que estuvo bien, así que espero se repita.

Voy a un congreso en Sorrento, a tiro de piedra de Pompeya, así que espero conocer las ruinas. Después iré a Barcelona, como generalmente hago, a una corta estancia de investigación; y por último pasaré a visitar a mi amiga Birgit en Graz, Austria. Y ya luego me regreso, espero no completamente molido.

Este viaje tiene de novedoso que las porciones más caras del mismo (boleto de avión, hospedaje en el congreso, inscripción al mismo) no las pagué yo; lo paga el proyecto PAPIIT en el cual participo. No es novedoso que me paguen un viaje académico (de hecho, casi es la única forma en que viajo internacionalmente); lo novedoso es que ocurra ya como profesor de tiempo completo de la UNAM.

El año pasado la Facultad de Ciencias me pagó un parte (bastante pequeña, pero se agradece) de mi viaje a Salamanca, y hace dos años mi viaje a Grecia lo pagué casi todo yo; esta es la primera vez que cosecho los frutos de mi trabajo académico en un viaje (no como estudiante). Que es de las ventajas que tiene el ser profesor universitario, por supuesto.

Me parece que ya lo había comentado, pero mi plan es realizar uno de estos viajes al año (al menos) de aquí a que deje de ser profesor de tiempo completo de la UNAM. No sé si lo consiga, pero llevo tres seguidos así que es únicamente cuestión de mantener la racha.

De verdad disfruto mucho mi trabajo; todas las partes del mismo (aunque claro, algunas más que otras). Lo haría incluso si no tuviera el beneficio de poder viajar a otros países a dar pláticas de las pendejadas en las que estoy trabajando; pero que además me paguen estos viajes es de verdad de las cosas más maravillosas de ser profesor.

Estuvieron tensas las últimas semanas, por la preparación del viaje y la necesidad de tener ciertas cosas terminadas para el mismo (aún no está lista mi presentación para el miércoles, por cierto); paradójicamente, en estos viajes es hasta que me siento en el avión que comienzo a relajarme y a disfrutarlos (incluso sin haber acabado la presentación, que por cierto me pasa casi siempre). Así que en una hora más o menos que me trepe a mi avión espero poder empezar a disfrutar el viaje internacional de este año.

Nos vemos del otro lado del charco. Si el avión no se cae, por supuesto.

Y si no me cancelan el vuelo por lluvia.

La fibra óptica

Hace unos tres años (meses más, meses menos), Telmex me llamó y de pura chiripa me encontró en mi departamento. Que si quería me podían poner fibra óptica, dijeron. OK, dije yo.

La serie de eventos que siguió es ligeramente bizarra y de las cosas que me ha tocado ver que ocurren en empresas como Telmex.

Primero no fueron a poner la fibra óptica cuando dijeron que irían. Luego de unos meses me volvieron a llamar, fueron, y resultó que no se podía poner fibra óptica porque el edificio de departamentos donde vivo no tiene fibra óptica… a lo cual yo hubiera sugerido que la pusieran como habían ofrecido, pero bueno. Esto se repitió un par de veces; me llamaban, decían que irían, iban, y decían que no podían poner la fibra óptica porque no había fibra óptica.

Debo aclarar que siempre que me llamaban para acordar la cita, yo les recordaba que ya habían intentado n veces y que no se podía poner porque no había, que me sigue pareciendo sumamente bizarro, pero bueno.

Total que una vez vino un chavo, estuvo dándose vueltas por todo el edificio, me dijo que tenía que volar el cable con la fibra óptica por el techo, a lo cual yo resignada y pacientemente dije OK. El chavo procedió a salir del departamento, del edificio y de mi vida, porque jamás volví a oír hablar de él.

Luego se volvió a repetir el primer procedimiento, donde vinieron a poner la fibra óptica y se fueron porque no había fibra óptica. Para este punto yo ya estaba seguro de que Telmex de alguna manera encontraba todo esto sumamente divertido.

Total que hace dos meses (literalmente años después de que me ofrecieran la fibra óptica), vino un chavo que de nuevo se estuvo dando de vueltas por todo el edificio, pero éste sí volvió y de hecho ya con el cable de fibra óptica. Después de hacer que el cable diera de vueltas por no sé qué tantos lados, ya sólo faltaba meterlo a mi departamento, para lo cual procedió a hacer un hoyo en mi pared con su taladro.

Y entonces comenzó a salir agua del hoyo, porque por supuesto le atinó (con precisión casi milimétrica) a la tubería principal del agua de mi departamento. Es en momentos de este estilo en mi vida que pienso que sí puede haber un dios, y que disfruta mucho gastando bromas pesadas.

Podría haber hecho que Telmex me pagara la compostura, supongo, pero preferí hacerme cargo yo para que quedara ese mismo día. El muchacho de Telmex terminó de poner la fibra óptica y yo fui por un plomero (que es de las ventajas de vivir cerca del metro Portales). El portero primero abrió tantito la pared para ver cómo estaba el daño (no sabíamos si el taladro había atravesado por completo el tubo).

El hoyo

El hoyo

Estas fotos me gustaron, porque muestran como el taladro le atinó al tubo mero en el centro, como si le hubiera apuntado.

El hoyo centrado

El hoyo centrado
Acercamiento del hoyo centrado

Acercamiento del hoyo centrado

El plomero estuvo unos cuarenta minutos tratando de hacer que el tubo se vaciara de agua, para poder soldarle un parche al mismo; pero fue sencillamente imposible. Al parecer está en un ángulo tal que el agua volvía siempre al punto donde quería soldar. Así que me informó que tenía que quitar todo un tramo del tubo para poder vaciar el mismo y hacer una soldadura más mejor.

Lo cual por supuesto resultó en que rompiera todavía más de mi pared.

Mi pared rota

Mi pared rota

Debo aquí hacer una pausa para recordar que tengo un doctorado en Ciencias de la Computación, lo cual me proporciona con exactamente cero de los conocimientos de albañilería necesarios para poder reparar ese hoyote; sin embargo me dije que no podía ser tan difícil, así que fui a una tienda de pintura cerca de mi casa y compré un kilo de cemento blanco. Con una tabla (protegida con una bolsa de basura) contuve el cemento, y usé algunas de mis pesas para mantenerla en su lugar.

La tabla contenedora

La tabla contenedora

Al final el peso del cemento empujo algo la tabla, como supuse pasaría, pero no quedó tan mal.

El resultado en crudo

El resultado en crudo

Medio raspé un poco el excedente de cemento:

Cemento raspado

Cemento raspado

Y al final nada más llené lo que faltaba y medio le di forma. La verdad, estoy bastante contento de cómo quedó; no es perfectamente plana, pero tampoco es como si hubiera quedado un escalón.

El resultado final

El resultado final

Aprovechando que me sobró cemento (tuve que comprar otro kilo porque el primero no alcanzó), me puse a resanar todos los pequeños agujeros y grietas que hay por todo el departamento, la mayor parte causada por clavos y taquetes que se han ido poniendo y quitando de sus paredes. También estoy bastante contento de cómo quedó; a menos que se lo haga notar a alguien, ni siquiera se nota.

Ahora debería pintar mi departamento, pero eso lo haré luego.

Ah, y la fibra óptica jala chido. No como para justificar el medio destruir una de mis paredes, pero bueno.

Cuarenta

Hoy cumplí cuarenta años.

Mi año 39 pasado fue menos turbulento que mi año 38, pero creo que igual de satisfactorio. Comencé a entrar en una rutina profesional anual que espero dure mucho tiempo; dando mis clases, participando en proyectos, leyendo tesis, yendo a congresos y haciendo lo que normalmente hace un profesor universitario. También tengo otro par de proyectos ligeramente más interesantes que los demás, pero todavía no quiero escribir acerca de ellos.

Mis treintas, por mucho, han sido la década más intensa e interesante de mi vida. Hice mi maestría, mi doctorado, conseguí mi plaza, viajé a Europa (cinco veces); y un montón de cosas más. Pero eso está atrás, en el pasado; me interesa más el futuro.

En este momento, me siento muy contento con mi vida. Y como ya he dicho varias veces, no me molesta en lo más mínimo estar envejeciendo; estoy muy contento con mi cuerpo en su actual estado (aunque ya debería comenzar a cuidarlo un poco más, y ciertamente podría perder algunos kilos alrededor de mi cintura); me encanta mi trabajo (si bien creo que sí he estado exagerando con el mismo; tengo que comenzar a bajarle un poco); e incluso mi limitada vida personal es bastante divertida.

Entiendo si a un observador independiente mi vida le pareciera objetivamente un poco (o un mucho) aburrida; me la vivo en la torre de marfil que al fin y al cabo puede parecer la academia y además mis hobbies no son cosas particularmente emocionantes… a menos que ir al cine un viernes en la noche o jugar videojuegos les parezca vivir en el peligro, en cuyo caso creo que deberían hacerse una revisión en la cabeza.

Pero yo sinceramente me divierto horrores. Aunque claro, para bien o para mal, no soy exactamente normal.

Así que hoy llegué, como me lo puso un amigo, al cuarto piso. Vengan los que siguen.

Dos años con el diablo

Ayer cumplí dos años de que estrené mi Mini Cooper, y entre otras cosas eso significó verificar mi carro por primera vez de forma “normal”. Cuando lo compré, los carros nuevos se verificaban y les duraba dos años; no sé si ese sea aún el caso.

Llevo dos años con mi carro y la verdad lo he disfrutado mucho. Es caro mantenerlo, pero como soy un zángano irresponsable del cual no depende económicamente ningún otro ser humano, pues no me causa muchos problemas. Es de las ventajas que tiene el ser soltero y sin hijos.

No me han pasado cosas terriblemente interesantes con el carro; me multaron una vez por exceso de velocidad (iba a 90 en lugar de 80), y un día se lo llevó la grúa porque lo dejé mal estacionado. En ambas ocasiones sencillamente pagué mi deuda a la sociedad y seguí con mi vida; en el caso de la grúa tuve que ir a mi casa por algunos papeles (copia del pago de la factura, por ejemplo), pero como tenía todo en orden lo único que perdí fue tiempo.

Es gracioso; utilizo mi carro de la manera más aburrida posible, para ir y regresar del trabajo generalmente, y no ando tratando de levantar veinteañeras con él ni corriendo como loco en autopistas. Dentro de la Ciudad generalmente ando debajo del límite de velocidad (cuando me multan, es por 10 kilómetros por hora). Cualquier modelo de carro me serviría para lo que hago.

Y sin embargo mi Mini Cooper me da mucha satisfacción manejarlo, aunque nada más sea para ir a Ciudad Universitaria y el súper los fines de semana. Mi teléfono se conecta por Bluetooth automáticamente al encenderlo y mi música toca mientras manejo en mi Ciudad haciendo las cosas aburridas que normalmente hago.

Y soy feliz de una manera muy simple cuando lo hago… aunque claro, si ya acabara de pagarlo sería aún más feliz.

Los antibióticos

Hace como un mes me enfermé. Esto solía ser algo muy raro en mí, pero desde hace algunos años cada vez es menos raro. Como sea me enfermé hace un mes; después de una semana sin recuperarme por fin fui al doctor y me recetó antibióticos. Esto sigue (o seguía) siendo raro conmigo; cuando me enfermaba solía recuperarme nada más tomando té.

Total que tomé antibióticos durante una semana y me compuse. Y dos semanas después doné sangre, porque por supuesto que eso hice; y claro que me enfermé de nuevo. Tuve que ir al doctor y tomar antibióticos otra vez.

Sinceramente no puedo recordar la última vez en mi vida en que estuve tan enfermo que tuviera que tomar antibióticos dos veces en un mismo año.

Por supuesto no es nada más que voy a cumplir 40 años en menos de un mes; todo el año he tenido un ritmo brutal de trabajo y llevo meses sin hacer ejercicio y comiendo comida chatarra casi todos los días. Eso y que justo en las últimas semanas retomé una actividad que me ha dejado con todavía menos tiempo y energía disponibles.

Nada de esto ayuda a que escriba en el blog, que tengo criminalmente abandonado desde hace semanas; pero además (y como ya había mencionado hace unas semanas) el blog es en gran medida una válvula de escape para mi necesidad de estar escribiendo, y esta necesidad se ha visto más que satisfecha por otro proyecto que tengo desde finales del año pasado.

Ya llevo varios días sano (al menos físicamente), y espero que las vacaciones me dejen por fin trabajar en paz (y eso es nada más chiste en parte). Así que me gustaría volver a escribir en el blog; pero la verdad mis circunstancias actuales no me están dando muchas oportunidades. Vamos a ver cómo se ponen las siguientes semanas.