Mi presidente

Fue entretenido, despertar y ver que estábamos en Venezuela.

(Para el par de retrasados mentales que insisten en dejar comentarios idiotas; eso de arriba fue un chiste).

De forma particularmente anticlimática (desde mi perspectiva), el Peje se convirtió en presidente constitucional a las 00:00 horas del día de hoy. Toda la bola de mamadas que han ocurrido a lo largo del día son pura faramalla; la transferencia de la investidura presidencial es automática.

La bola de pedradas que ha recibido el Peje, aunque merecidas en varios casos, generalmente fallan en comprender que AMLO no era todavía presidente. Tenía cierta autoridad moral y mucha capacidad de movilizar; pero no era presidente. La gente que de inmediato comenzaron a decir que la presidencia del Peje ya era peor que la de Fox o la de Calderón ni siquiera se esperó a que le pusieran la banda tricolor.

Muchos por mala leche; algunos por retrasados mentales.

El hecho es que el Peje no podía hacer mucho después del 1° de julio, porque no tenía ninguno de los poderes concretos de la presidencia. A partir de hoy, ahora sí todas serán pendejadas exclusivamente suyas; aunque me parece razonable extenderle la cortesía de entender que mucho de lo que ocurrá será consecuencia de cómo recibe el país, que no es en las mejores condiciones.

Yo hubiera preferido que el Peje cerrara el hocico en estos meses; pero era básicamente imposible, dado que él es como es (hocicón) y que justo su falta del poder real del ejecutivo no le dejaba muchas alternativas.

Ahora sí comienza la presidencia de Andrés Manuel; vamos a ver si de verdad ocurre un cambio positivo. Yo continúo, como desde el 1° de julio, cautelosamente optimista.

Lo cierto es que, por primera vez en mi vida, yo podré hablar de mi presidente. Los otros tarados serían los presidentes; por fraude y manipulación en varios casos, pero eran los presidentes constitucionales. Nada más yo nunca los consideré mis presidentes.

(Supongo que debo ser justo y elaborar que Fox fue, sin duda alguna, un presidente legítimo; también fue de los peores presidentes que hemos tenido en la historia, pero eso no le quita lo legítimo.)

El Peje será mi presidente; y yo asumo la responsabilidad de ser crítico de él cuando haga tarugadas. Sólo púdranse sus críticos si creen que necesariamente concordaré con ellos en qué califica como “tarugada”.

25 años

Hace 25 años (más algunas semanas), entré al CCH Sur a estudiar el bachillerato. He escrito al respecto antes; recuerdo con cariño al CCH, pero no definió mi vida. Sin embargo, sí ocurrieron cosas mientras estuve en el CCH que definieron varias cosas en mi vida.

Una de ellas fue que mi primera manifestación, a la que yo fuera por decisión propia, no porque me arrastraban, fue al 25 aniversario de la matanza del 2 de octubre. Ahí comencé a participar en movilizaciones, cosa que técnicamente no he dejado de hacer (aunque mucho menos que cuando era estudiante), ni espero dejar de hacerlo nunca.

Hoy se cumplieron 50 años, y el país ha cambiado bastante; desde 1968 sin duda, pero también desde 1993. Y la movilización de hace cinco décadas tiene mucho que ver, por supuesto.

No fui a la marcha; me hubiera gustado, pero hubiera resultado en que no hiciera nada de mi chamba hoy. Y sencillamente no creo que sea mi lugar; ciertamente no cuando fue una movilización básicamente conmemorativa: agradezco mucho la inteligencia de los muchachos de ahora, que no permitieron que la provocación de hace unas semanas escalara a más de lo que merecía.

Ya no soy estudiante; lo fui mucho tiempo, básicamente viví más años de mi vida como estudiante que como cualquier otra cosa, pero ya no soy estudiante y dudo volverlo a ser. Que no sea estudiante no quiere decir que no pueda participar en movilizaciones conmemorativas; pero ciertamente ya no es el papel primordial que juego. Confío en los chavos de ahora para que se hagan cargo.

El 1° de julio ocurrió algo en este país que nunca había ocurrido; y dios menguante en un par de meses se concretará en los hechos el resultado de estas pasadas elecciones. Y aunque ciertamente había muchachos hace 50 años que participaron en la huelga pensando que sería el primer paso de una gloriosa revolución, lo cierto es que el movimiento del 68 fue primordialmente por la apertura democrática del país.

Que lo consiguieron, si bien a un precio criminal que nunca debió ser considerado y con una tardanza inmoral; en la siguiente década se le permitió la entrada a los partidos políticos de izquierda, lo que resultaría en la candidatura presidencial oficial de 1982 de Arnoldo Verdugo; la rebelión dentro del PRI de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988; la creación del PRD; la victoria en la Majestuosa en 1997; y veinte años después (tras un fraude descarado en 2006), la victoria del Peje a nivel nacional.

Ha sido una marcha desesperantemente lenta, pero innegable, hacia el fortalecimiento de nuestra débil democracia; y todo lo podemos rastrear al movimiento estudiantil de 1968. Falta mucho por hacer; siempre va a faltar mucho por hacer, pero no dudo que, a grandes rasgos, los participantes de hace 50 años estarían, como yo, cautelosamente optimistas del futuro. Ciertamente mucho más que básicamente en todo el tiempo que ha transcurrido desde entonces.

En ese sentido, este aniversario de la matanza del 2 de octubre es fundamentalmente distinto de todos los anteriores. Este país nunca olvidará la masacre de hace 50 años; pero me parece que por primera vez desde entonces podemos estar genuinamente optimistas de que toda esa sangre, todos esos muertos, todas esas movilizaciones y todos estos años de lucha sirvieron de algo. Falta que de hecho así resulte.

Pero repito: cautelosamente optimista.

Las pataleadas del muerto

Lo que sigue es lo que sabemos con certeza.

El 20 de agosto (hace dos semanas y media), Miranda Mendoza Flores salió del CCH Oriente en Iztapalapa. La muchacha de 18 años nunca llegó a su casa; su familiares recibieron una llamada exigiendo dinero para que la liberaran y su cadáver desnudo y calcinado fue encontrado en Cocotitlán, Estado de México, al otro día de que desapareciera.

El 27 de agosto, en el CCH Azcapotzalco, estudiantes del plantel tomaron las oficinas administrativas exigiendo la renuncia de María Guadalupe Patricia Márquez, la directora del plantel, protestando que no se abren los grupos necesarios y demandando otros puntos relacionados con la mejora del plantel. No que ahora haga mucha diferencia, pero la directora renunció 3 días después, 30 de agosto (hace exactamente una semana).

El lunes 3 de septiembre, los muchachos de Azcapotzalco fueron a Rectoría a exigir el cumplimiento de sus demandas y en solidaridad con los familiares de Miranda, cuando al menos dos autobuses de porros llegaron y comenzaron a atacar a los estudiantes, que respondieron a la agresión. Esto resultó en una trifulca con 6 heridos, 2 de ellos todavía graves y uno en particular con la posibilidad de perder un riñón.

Lo que sigue es mi perspectiva de lo que ha ocurrido.

El secuestro y asesinato de Miranda es absolutamente inaceptable; lo sería en cualquier contexto, pero desde mi perspectiva es agravado por el hecho de que es joven, de que es mujer y de que es estudiante de la UNAM. La situación en Azcapotzalco no me queda del todo clara (hace años que no tengo contactos en Azcapo), pero parece suficientemente legítima como para que la directora renunciara y todo apuntaba a que se estaban dando las cosas de tal manera que se iba a atender las demandas de los muchachos.

Ambos problemas no son (o no eran) políticos; el primero es la situación de inseguridad que se vive en la CDMX y el EdoMex, especialmente contra mujeres; y el segundo era (al parecer) demandas legítimas de estudiantes alrededor de temas principalmente académicos.

Lo que pasó el lunes, que nos tomó a todos de sorpresa (excepto los que lo planearon, supongo), convirtió de repente esto en un asunto político.

Lo que sigue es especulación mía. Pero todo es basado en suposiciones (espero) inteligentes.

La evidencia de que llegaron porros a golpear a los estudiantes del CCH Azcapotzalco es irrebatible; fue algo planeado y (con casi absoluta certeza) pagado. Lo que por supuesto nos lleva a preguntarnos: ¿quién lo planeo? Que la única manera sensata de hacerlo es preguntar: ¿por qué?

La respuesta que en otras circunstancias podría haber sido obvia (las autoridades de Azcapo) no tiene mucho sentido; la directora del plantel había renunciado 4 días antes. Sin duda alguna era el punto más complicado de lo que pedían los muchachos; si ya se había cedido en eso (que muesta disposición a querer resolver el asunto lo más rápidamente posible), ¿para qué provocar a los muchachos? Lo mismo casi de inmediato descarta a la Rectoría de la UNAM.

Los grupos de porros son históricamente incapaces de tener iniciativa propia (especialmente por la necesidad de trasladarse hasta el sur de la Ciudad); supongo que no podemos descartar que actuaran por su cuenta, pero es básicamente inédito, además de que al parecer fueron múltiples grupos actuando de manera coordinada.

¿El gobierno de la CDMX? Sin duda es posible, pero ¿qué ganarían? Especialmente dado que Coyoacán (donde se encuentra Ciudad Universitaria) es de las 4 delegaciones que ganó la alianza en la que se encuentra el PRD.

Lo que deja (como generalmente ocurre con mi pobre universidad) a grupos a nivel federal que quieren usar a la UNAM como balón político. Y a ese nivel sólo hay dos posibles actores; el gobierno federal saliente, encabezado por Peña Nieto; y el que va a entrar en diciembre, encabezado por López Obrador.

Ya oí una teoría ridícula de por qué fue el Peje, pero supongo hay que discutirla. La teoría de la conspiración va más o menos así: el Peje quiere que renuncie Graue para él poder imponer a un rector de su gusto; y quiere que sea antes de diciembre para que no se le atribuya nada a él. Por supuesto esto supone que el Peje controla a varios grupos de porros (que no usó en el 2006); que esto de alguna manera va a desembocar en la renuncia de Graue (suerte con eso); que él va a poder decir quién lo reemplazaría (no del todo descabellado, pero muy lejos de seguro); y que todo esto ocurrirá en los 3 meses antes de que tome protesta.

Dejando de lado que el Peje nunca ha optado por la violencia, está el pequeño detalle de que la UNAM es, intrínsecamente, de los aliados más fuertes que tiene. Por supuesto hay mucha gente en la UNAM que detestan al Peje o (como yo) que les cae muy mal. Y por supuesto hay grupos de “izquierda” que se sienten amenazados de que su gobierno sí mejore el problema de desigualdad, lo que evidentemente evita que se agudicen las contradicciones y que llegue la gloriosa revolución, que es lo único que realmente puede arreglar las cosas (según ellos). Pero cerca del 75% de profesores y estudiantes de la UNAM votaron por él; y un porcentaje muy alto de esos le da al menos el beneficio de la duda. Por no mencionar que los egresados de la UNAM van a regresar a las administraciones federales, cosa que muchos de aquí apreciamos.

Sería ridículo que el Peje hiciera algo así de burdo, cuando si espera que llegue diciembre, podría hacer algo mucho más sutil y efectivo para asegurar que en las autoridades universitarias quede gente allegada a él. Bueno; más allegada. De hecho eso será lo que debemos vigilar todo su sexenio; porque habremos votado por él, pero la Autonomía Universitaria es la Autonomía Universitaria.

En la asamblea que tuvimos en Ciencias (que no fui, porque ya superé esa etapa de mi vida, muchas gracias), me contaron mis informantes que ni siquiera había comenzado y ya había quienes querían echarle la culpa al Peje, de alguna manera. Y ciertamente estos grupitos de “izquierda” que tiene la UNAM (los que escriben “facismo”) lo quieren poner como si fuera peor que los priistas y panistas juntos. Si somos generosos, desde su punto de vista la única manera de cambiar las cosas es con una gloriosa revolución; por definición las elecciones no funcionan y entonces el Peje es lo mismo de siempre. Si no somos generosos, estos grupitos subsisten de estudiantes sin oportunidades que utilizan como carne de cañón, y sí las cosas mejoran entonces tendrán menos de esos.

De cualquier manera, el Peje ha contribuido a que existan estas teorías pendejas de que él es el responsable de la provocación del lunes; el muy tarado ha actuado desde el 2 de julio como si ya estuviera gobernando… y todavía no está gobernando. Puede salir a las escaleritas de sus oficinas a leer sus pronunciamientos pendejos, pero mientras no tome protesta no es todavía el presidente. Y sí, también es culpa de los tarados actuales, que han dejado ingobernable grandes secciones del país y los vacíos de poder tienden a llenarse como sea, incluyendo al tarado del Peje leyendo pronunciamientos pendejos desde las escaleritas de sus oficinas. Pero aún no está gobernando.

Como sea; si no fue el Peje, la única otra opción (si concuerdan con mi análisis) es que sea Peña Nieto. ¿Y qué podría ganar él (su grupo)?

Varias cosas, pero ninguna muy sustanciosa; deslegitimar a la UNAM; deslegitimar al Peje; crear un desmadre a un mes del 50 aniversario del 2 de octubre (lo que facilita varias semanas de movilizaciones estudiantiles); vengarse de manera mezquina de que todo mundo lo pendejeó de su último “informe” de gobierno.

Las pataleadas del muerto, en otras palabras.

Yo, como normalmente ocurre conmigo, estoy cautelosamente optimista. La asamblea de la Facultad de Ciencias votó por un paro de 48 horas; está bien, es la respuesta que suele dar Ciencias. La asamblea fue (me comentan) nutrida y dentro de lo cabe civil. Y las movilizaciones de ayer fueron masivas, pero festivas y ejemplarmente pacíficas. Probablemente como 4/5 partes de los estudiantes que se movilizaron ayer votaron por el Peje.

Aunque inicialmente no me gustó la respuesta de Graue, ya leyéndola con cuidado la veo mejor. Tampoco es extraordinaria, pero está bien. Las autoridades universitarias están respondiendo, en lugar de aplazar o hacerse güeyes; saben lo que está en juego. No dudo que las movilizaciones continúen al menos hasta el 2 de octubre; y eso está bien: la violencia contra estudiantes es inaceptable bajo cualquier circunstancia. Pero espero que esto no escale todavía más; que es por supuesto lo que buscan los que provocaron en primer lugar.

Confío en que los muchachos no caeran en próximas provocaciones; la movilización de ayer apunta a esto. Y al fin y al cabo es en gran medida por estos muchachos que por fin vamos a tener a un presidente de izquierda en este país.

La semana después

Hoy que se cumple una semana del triunfo del Peje me gustaría escribir algunos comentarios al respecto. Pero de verdad no quiero estar escribiendo de las pendejadas que haga o deje de hacer el Peje durante su sexenio; a menos que sea algo realmente significativo (ya sea positiva o negativamente), espero obviar mis comentarios. Tengo demasiadas cosas que hacer en mi trabajo de verdad como para estar además siguiendo cada movimiento del tabasqueño.

Lo primero que noté esta semana es que qué bonito es ganar, porque de repente un montón de gente que siempre atacó al Peje ahora está de acuerdo con él y lo encomiendan y abrazan y le desean suerte y demás. Hubiera estado padre que lo hicieran hace 12 años, nos hubiéramos evitados cientos de miles de muertes en la guerra criminal de Calderón y Peña Nieto, pero supongo que es mejor tarde que nunca.

Lo segundo es lo ardido del mensaje del sub Marcos (o como sea que se haga llamar ahora, no me interesa realmente). Por supuesto los zapatistas son de los que (potencialmente) más debilitados quedarán si el Peje cumple aunque sea una fracción de lo que prometió; pero claro que ese debilitamiento comenzó cuando decidieron intentar lanzar la candidatura de Marichuy. Primero porque mostraron que (exceptuando para evitar que los maten) no pueden movilizar a un porcentaje importante de la población en el país; pero además porque varios de los que siempre los han apoyado se sintieron traicionados de que le entraran (por más sarcásticamente que fuera) al juego electoral.

Lo tercero es que el pobre Peje ni siquiera ha podido descansar unos días, y ya hay ataques por la izquierda (que cómo que elogia a Peña Nieto o que se abraza con empresarios) y de la derecha (que no va a poder cumplir nada de lo que prometió). De lo primero no sé quién se puede sentir extrañado; el Peje siempre ha sido pragmático (entre otras cosas por eso voté por él). La verdad tampoco me gusta, pero lo entiendo perfectamente. De lo segundo un montón (bueno, ni tanto; perdieron de calle las elecciones) se les olvida que aquí se cumple la regla del apocalipsis zombi: cuando los zombies comiencen a comerse a todo el mundo, para seguir sobreviviendo uno no tiene por qué ser el más rápido de los sobrevivientes. Sólo hay que ser más rápido que algún otro.

Los únicos que de verdad ven al Peje como un mesías y que esperan que resuelva todo mágicamente, son justamente los que le van a perdonar lo que sea (o lo justificarán por “interferencias” de “la mafia del poder”). Todos los demás que votamos por él nada más esperamos una mejora (por pequeña que sea) del terrible trabajo que han hecho los últimos 3 o 4 presidentes; entonces el Peje tiene su chamba bastante sencilla: conque no sea igual o peor de tarado que Fox, Calderón y Peña Nieto, nos vamos a dar por bien servidos.

Si además consigue mejorar las cosas significativamente, el tarado va a pasar a la historia como uno de nuestros mejores presidentes, nada más porque los demás presidentes fueron increíblemente incompetentes. Vamos a ver, yo sigo cautelosamente optimista.

Nada más para cerrar y aprovechando que ya escribí del Peje; es algo pequeño, pero de las cosas que justifican que votara por él: que la UNAM regrese en masa al gabinete de gobierno. Una muestra de la incompetencia de los últimos presidentes es que dejaran (en su mayoría) fuera del gabinete a los egresados de la mejor universidad de Latinoamérica. Nueve de los miembros del gabinete (más de la mitad) son de la UNAM; y dos y dos de la UAM y Chapingo, que son universidades hermanas. Ah, y que dicho gabinete contenga tantas mujeres.

Y por supuesto el Peje es egresado de la UNAM.

Eso de entrada magnifica mi cauteloso optimismo.

2018: Epílogo

Para sorpresa de absolutamente nadie, dadas las encuestas y la increíble incompetencia de las campañas de Ricardo Anaya y José Antonio Meade, Andrés Manuel López Obrador ganó de calle las elecciones este 1° de julio. La sorpresa fue la magnitud de la victoria: yo estaba seguro de que el Peje ganaría, pero me conformaba con un 46% de los votos; esperaba 48%; y soñaba con que alcanzara el 50%.

El Peje ganó las elecciones con más del 53% de los votos contabilizados (según el análisis estadístico del INE, es imposible que baje de eso), lo cual lo convertirá en el presidente más legítimo y con un mandato más claro de los últimos 30 años; si todos los mexicanos que votaron por alguien distinto al Peje o que anularon su voto hubieran votado por un contrincante único, AMLO hubiera ganado de cualquier manera. La última vez que algo remotamente similar ocurrió se supone fue con Salinas, que también “ganó” con más de 50% de los votos, pero el análisis histórico hace muy dudable que haya sido limpiamente. Encima de todo lo anterior, la coalición que lidera Morena consiguió una mayoría absoluta en el Congreso de la Unión. Sumen a eso que con casi toda certeza el PRI y el PRD se van a desfondar y muchos de sus diputados votarán con la coalición lidereada por el presidente electo, y entonces tenemos una situación donde impulsar reformas constitucionales es de hecho posible.

Todo indica que hubo fraude en todo el país para tratar de minimizar la victoria del Peje (compra y supresión de voto, principalmente); no me extrañaría que en una elección más limpia su victoria hubiera sido más amplia. Pero incluso con todas sus imperfecciones, hay que reconocerle al INE el haber realizado una segunda elección que vaya a resultar en cambio de régimen, esperemos real en esta ocasión. Estas elecciones servirán para que el Instituto recupere mucho de la legitimidad perdida después del fraude de 2006 y de la compra masiva de votos en el 2012, pero de cualquier manera se debe seguir trabajando para que no se viole la ley electoral en ninguna parte del país de ninguna manera. Por muy pocos que sean los votos que puedan resultar de fraude, siempre se debe buscar que sean cero.

Después del 2012, la verdad yo no le tenía mucha fe a la izquierda mexicana; y de hecho voté por el PT ese año, porque ya me tenía hasta la madre el PRD. Cuando el Peje anunció que crearía su propio “movimiento”, yo supuse que su carrera política estaba terminada y que era posible que no me tocara ver a la izquierda ganando unas elecciones presidenciales en el país. No podría haber estado más equivocado.

Después de las elecciones del 2015 (y de que un montón de conocidos estuvieran jodejode con que me uniera a Morena), comencé a darle el beneficio de la duda. Pero fue en noviembre de 2016 que vi que el Peje sí tenía una oportunidad real de ganar este año. Al otro día de que Trump ganó las elecciones presidenciales gringas, de inmediato me quedó claro que Andrés Manuel iba a llegar a la campaña con una situación nacional básicamente ideal para que ganara.

Y en cuanto se definieron los candidatos de las demás coaliciones fue que empecé a decirle a todo el que me preguntaba que el Peje iba a ganar, pero que no le dijeran a nadie. Literalmente como niño chiquito no quería que la cosa se chispeara y cuando me preguntaban yo respondía que el Peje iba a ganar, pero que no le dijeran a nadie. Por esa razón también tardé tanto en comenzar a volver a escribir de política en el blog; y cuando empecé de hecho fue con cosas muy generales, relativamente alejadas de la elección.

La situación que parecía ideal justo después de que Trump ganara por el mecanismo demente de Colegio Electoral que usan los gringos, y que mejoró más cuando quedaron claros que los tarados de Anaya y Meade serían los contrincantes del Peje, sólo fue mejorando y mejorando para Andrés Manuel y Morena. Si uno ve casi todas las encuestas, la preferencia a favor del Peje fue en aumento casi permanente. Hay que reconocerle su ritmo demencial de trabajo visitando todo el país y la labor impecable que realizó Tatiana Clouthier como Coordinadora de campaña.

¿Y ahora qué?

Yo estoy cautelosamente optimista de la situación. Ciertamente estoy convencido de que nos irá mejor con el Peje que como nos hubiera ido con Anaya o Meade; pero incluso creo que pueden mejorar algunas cosas. Ya no soy adolescente para creer que todo se va a resolver mágicamente, pero sí creo que en ciertas cosas (educación, salud, energía, seguridad, corrupción) en seis años es posible que el balance sea positivo. Posible, no seguro.

(Y más le vale al tarado del Peje tratar de legalizar la mariguana lo más pronto posible; es de las cosas más sencillas que podría hacer que son populares, que le quitan poder al narco y que me parece el mundo está llegando al consenso de que es lo más sensato.)

También me da mucho gusto que toda una nueva generación de mexicanos jóvenes, sus primeras elecciones presidenciales hayan resultado en un cambio verdadero; con casi toda certeza esto resultará en que sigan participando en la vida política nacional. Esperemos también que este cambio sea positivo; pero como digo arriba, sí lo creo posible. Soy inherentemente optimista, pues soy de izquierda.

Y aunque no siento una euforia como estoy seguro hubiera sentido en el 2006, sí estoy contento. No es una izquierda terriblemente progresiva la que llega al poder; pero sí es izquierda (más rosada que roja, pero izquierda). Más importante todavía, el triunfo de Morena y el Peje es el resultado de una movilización izquierdista que comenzó antes de que yo naciera; la izquierda es la que realmente consiguió la apertura política a nuevos partidos; la izquierda es la que consiguió que se instituyera el IFE (ahora INE); la izquierda fue la que ha gobernado a la CDMX desde hace más de 20 años con un balance generalmente positivo. No estoy minimizando el trabajo que el Peje y su equipo hicieron estos últimos seis años; pero sí se cuelga de un trabajo que comenzó realmente con las movilizaciones estudiantiles de 1968 y 1971 (si no es que antes).

Eso vale la pena celebrarlo.

Hacia el futuro nos esperan las responsabilidades que nos tocan a todos como mexicanos, pero que convenientemente muchas veces olvidamos. Debemos ser vigilantes del Peje cuando haga tarugadas (y sin duda alguna hará tarugadas); pero esa responsabilidad es todavía más fuerte para los que votamos por él. Cuando haga una estupidez, debemos ser los primeros en criticarlo.

Pero también entiendan los que no votaron por el Peje que no vamos a criticarlo por cosas que nosotros queremos que haga. Si logra echar para atrás las “reformas estructurales” o la reforma educativa, yo no voy a criticar al Peje; todo lo contrario, lo voy a aplaudir. Por eso voté por él, entre otras cosas.

Vamos a ver qué es lo que pasa; como les digo, me mantengo cautelosamente optimista. Pero hoy, hoy yo voy a celebrar que por fin ganó la izquierda una elección presidencial y que mis padres, luchadores de izquierda de toda la vida, pudieron vivir para verlo.

(Creé una página para agrupar todas las entradas de esta serie; la pueden ver aquí.)

Las peores decisiones son las que no se toman

Hace 21 años, en 1997, salí a votar por primera vez. Desde esa vez, cada 3 años, he participado en todas las elecciones que me han tocado; excepto hace 3 años que estaba en Grecia y me acordé estando allá que habían elecciones esa semana.

El poder votar (en el caso de la Ciudad de México) nos costó sangre, sudor y lágrimas; el que nuestros votos de hecho sirvieran de algo nos costó todavía más. El no aprovechar este derecho y cumplir con esta obligación no sólo es una monumental estupidez dado que afecta todos los aspectos de nuestras vidas; es una falta de respeto a todos los mexicanos que literalmente dieron su vida luchando, por definición dentro de la vía pacífica, para que fuera posible.

Así que salgan y voten. Por la opción menos mala, si ese es su punto de vista; al fin y al cabo una de esas opciones es la que va a quedar y determinará (en gran medida) cómo se distribuyen los recursos que al pagar impuestos generamos.

Voten

Voten

2018: Conclusiones

Comencé esta serie en enero porque sí quería dejar plasmadas mis ideas acerca de lo que yo entiendo de la democracia mexicana (por débil que ésta sea) y en menor medida porque sí quería comentar acerca de los candidatos. La conclusión obvia (y por suerte al parecer se ha convertido en un gran consenso nacional) es que hay que salir a votar y hacerlo por el Peje. Esperaba más resistencia por parte de mis lectores (y según Google Analytics sí tengo más de tres lectores), pero me parece que justo por este gran consenso nacional realmente nadie quiso (o pudo) dar un solo buen argumento para votar por alguien distinto a él. Como dije en mi entrada dedicada a el Peje, la discusión la pierden los otros candidatos por omisión.

Así que además de esa obvia conclusión, sólo quiero cerrar con lo siguiente: salgan a votar. Incluso (o tal vez especialmente) si van a votar por alguien distinto del Peje; no me interesa tanto que gane el Peje, me interesa que como nación comencemos a participar más activamente en la política nacional, porque de ahí se desprende todo lo que nos afecta.

Así que salgan y voten. Participen. Involúcrense.

Especialmente si al final sí resulta (como todo apunta) a que esta elección será realmente histórica. Independientemente de nuestras preferencias políticas, juntos hagamos historia.

(Perdón, no pude resistirme… pero sí salgan a votar).

2018: Andrés Manuel López Obrador

Me cae muy mal el tarado del Peje.

Siempre me ha caído mal; aunque es razonablemente educado y ciertamente se sabe al dedillo la historia y política mexicanas (tiene múltiples libros al respecto, bien escritos por lo que he oído), yo lo encuentro vulgar y desagradable; sus tendencias mesiánicas son innegables; en aspectos sociales y morales es demasiado conservador y mocho para mis gustos; y aunque comprendo el principio de su plan de tratar de abrir las puertas de las universidades a más jóvenes mexicanos, me da terror que quiera violar la autonomía de la UNAM y el resto de las universidades públicas con cualquier cosa que debilitara su compromiso con la excelencia.

El Peje me caía mal cuando era presidente nacional del PRD; me cayó mal como candidato a jefe de gobierno; me cayó mal como jefe de gobierno; me cayó peor como “presidente” en rebeldía; y me cayó aún más mal como líder mesiánico de su propio movimiento/organización/partido, Morena. Además, la función de mi desagrado es estrictamente creciente, porque conforme más pasan los años peor y peor me cae.

Esta campaña me negué a ir a ningún mitín, a oír sus tarugadas o a ver los debates. En primer lugar porque en lo sustancial siempre dice lo mismo (cuando de hecho dice cosas con las que concuerdo, suele aburrirme), pero además porque de verdad me cae muy mal. Me pone, literalmente, de mal humor. Trump al menos me da risa; el Peje me produce una combinación de aburrimiento, hartazgo y desagrado.

Y es el mejor candidato a la presidencia de la República en estas elecciones. Lo que es más; ha sido el mejor candidato presidencial en las últimas tres elecciones, como en general ha quedado demostrado en los últimos dos sexenios, pero bueno.

El Peje no es el candidato que quiero; el candidato que quiero además de haber hecho labor de calle en movilizaciones sociales y favorecer el fortalecer la red de seguridad social del Estado de bienestar, tiene posgrado, ha trabajado como académico, es demoledoramente inteligente y culto, es defensor de la equidad de género, el derecho al aborto y los derechos de los homosexuales, y se expresa de forma ágil e impecable todo el tiempo. Además probablemente sea mujer, por cierto.

Ese candidato no existe en estas elecciones y es posible que nunca exista. Mientras tanto, lo mejor que tenemos es el Peje.

Parafraseando a The Dark Knight, el Peje no es el candidato que necesitamos; pero probablemente sea el que nos merezcamos, por permitir que vergüenzas nacionales como Vicente Fox o Enrique Peña Nieto llegaran a la silla del águila.

Lo que hace que más mal me caiga el Peje, es que por las situaciones políticas nacionales de los últimos veinte años, me he visto en la penosa necesidad de a) votar por él; y b) tener que defender sus políticas. Porque encima de todo, las cosas que hace normalmente hay que defenderlas porque tienen todo el sentido del mundo; sólo que el que las plantea, empuja e implementa es él, que me cae muy mal en lo personal.

Que un candidato nos caiga mal (o bien) personalmente no es argumento para darle o no nuestro voto. Como con todo con política, los hechos hablan; y es un hecho innegable que el Peje entregó la Ciudad de México mejor de lo que la recibió. Esto por supuesto es en promedio; mientras que hubo cosas que mejoraron, también hubo otras que empeoraron, pero el balance general es sin duda alguna positivo. Obviamente hay gente que no está de acuerdo con ese balance; pero los niveles de aprobación (más del 80%) y de apoyo hacia el Peje por parte de los habitantes de la Ciudad es sencillamente un hecho. A mí me parece que es lo que importa: qué opinamos los que de hecho fuimos gobernados por él.

Básicamente ese es el único argumento que debería importar; es también un hecho innegable que los planes de gobierno y modelos económicos de los últimos tres presidentes (y se puede discutir que los últimos seis) no funcionan. La pobreza y desigualdad han ido en aumento casi absoluto; las inversiones en salud y educación (incluyendo investigación) se han desplomado; el poder adquisitivo del promedio de los mexicanos se ha decrementado. Y eso es sin contar la incompetencia y corrupción de las últimas administraciones, por no hablar de la “guerra contra el narcotráfico” que nada más ha resultado en cientos de miles de muertos y en una violencia que está llegando a niveles incontrolables.

Mucha gente no sabe (o no considera) que al país no le ha ido todavía peor en gran medida por la Ciudad de México. Las administraciones de la CDMX (incluyendo, aunque en menor medida, al tarado de Mancera) han seguido políticas (especialmente en el ámbito social) que han permitido a la Ciudad (junto con menos corrupción en promedio que el resto del país) el mantenerse por encima de los peores estragos de las pésimas políticas de los gobiernos federales. Y dado que la economía de la Ciudad de México es la más importante de la nación (si fuera un país independiente, la economía de la Majestuosa sería la quinta de Latinoamérica), es un factor importante en haber sostenido a la República en este último par de décadas.

Por supuesto que queremos que se extiendan las políticas de la Ciudad de México a toda la nación. Y el único candidato que ofrece eso (por más mal que me caiga) es el Peje.

Hay otros argumentos, obviamente. El Peje me caerá muy mal, pero no es corrupto básicamente por eliminación; es probablemente el político mexicano que más han vigilado las distintas administraciones federales en los últimos años. Si hubiera una cosa turbia en su conducta, ya la habrían sacado hace mucho tiempo. Por eso es que le siguen intentando inventar cosas cada cierto tiempo; hasta ahora siempre han resultado falsas o inofensivas. Claro que su ridícula manera de ser “austera” ayuda. Esto también lo pone muy por encima de los otros candidatos en la contienda.

De los argumentos para llamar a no votar por el Peje básicamente tenemos dos ejes principales: que su plan de gobierno y modelo económico son o bien muy radicales; o bien un retorno a las “políticas del pasado” (ya saben, esa época horrible cuando se invertía más en salud y en educación). Son argumentos ridículos, por supuesto: el plan de gobierno del Peje es lo menos radical o revolucionario que existe en este mundo. No hay absolutamente nada extremo en el mismo; si uno tiene la paciencia de leerlo, se parece al de Obama: tratar de reconstruir la red de seguridad social del Estado de bienestar y regular a las corporaciones, además de combatir la corrupción (pero siendo justo todos los candidatos dicen que combatirán la corrupción). Eso es todo; es aburridísimo.

Y lo de regresar a “las políticas del pasado” es todavía más ridículo, porque el Peje jamás ha llamado a nacionalizar empresas que se han venido privatizando desde los ochentas, y como la política económica mexicana proteccionista de antes de 1982 se basaba en eso, entonces no tiene sentido. El Peje ha llamado a revisar por ejemplo la “apertura” de Pemex; pero como las “reformas estructurales” no eran privatización (eso es lo que siempre dijeron, ¿no?), entonces no tiene nada que ver con “regresar” a nada. Dada la corrupción de estas últimas administraciones tiene todo el sentido del mundo revisar con lupa los contratos; es simple sanidad contable.

Cualquiera que quiera usar un argumento apocalíptico contra el Peje amenazando con que las cosas se pondrán muy mal si él gana, pierde el argumento por omisión. Las cosas ya están muy mal (desigualdad social, violencia, crimen, corrupción, etc.), ¿de qué nos quieren espantar? Me parece que es por esta razón que las cantaletas histéricas de siempre no están funcionando en esta ocasión. El cielo no se va a caer si gana el Peje y todos los sabemos. A lo mejor no mejoran las cosas de manera extraordinaria (que es lo que yo en lo particular me temo), pero un cambio verdadero es justo y necesario, y el único candidato (serio) que lo ofrece, es Andrés Manuel.

Nos caiga bien o mal.

Encima de todo lo anterior, toda su vida López Obrador ha elegido consistentemente luchar a través de la vía electoral; y cuando ha encabezado movilizaciones, siempre ha enfatizado que las mismas sean pacíficas. AMLO no sólo ha dicho siempre que la vía violenta está de entrada descartada, sino que en los hechos cuando hubo la coyuntura y los voluntarios necesarios dispuestos a tomar la vía violenta (por ejemplo, en el 2006), él fue la principal fuerza para evitar que estallara. No le hubiera costado nada mandar a miles de sus seguidores (que los conozco; algunos son bastante fanáticos) a que fueran reprimidos y él poder explotar la subsecuente crisis política y social. Y no lo hizo; eso me da mucha confianza en votar por él, porque conozco demasiados dirigentes de izquierda que siempre estuvieron dispuestos a mandar a sus seguidores al matadero con tal de obtener alguna ganancia política.

Para terminar, se le puede criticar mucho a Andrés (y hay que hacerlo, en particular porque luego dice muchas tarugadas), pero hay que reconocerle que es uno de los políticos más trabajadores en la historia de este país. Y no me refiero nada más a entrar a trabajar a las 6 de la mañana y ridiculeces de ese estilo; me refiero a la labor política más pesada que existe, que es ir y de hecho platicar con la gente. No sólo con líderes comunitarios y con empresarios y con organizaciones; ir con gente común y corriente a todas partes en el país. En esta campaña Andrés Manuel es por mucho el candidato que más ha recorrido la nación y que más pueblos y ciudades ha visitado; bajo esa métrica supera a Meade y Anaya juntos. Ha llegado a ocurrir que tiene cuatro eventos en poblados diferentes el mismo día; los otros candidatos no le llegan ni siquiera a los talones en el ritmo de trabajo. Y no es nada más la labor de campaña; la formación y dirección de Morena en tan sólo seis años es algo que básicamente no se había escuchado antes en este país; y es todavía más impresionante dado el éxito que ha tenido (dada su edad como partido) y que al parecer va a tener el 1° de julio. A mí me cae muy mal el Peje; pero reconozco que nunca ha dejado de trabajar en el proyecto que él cree es el que México necesita y además que es de los pocos políticos en este país que se ha mantenido firme en la arena política aún sin tener un cargo público.

(Por cierto, si quieren leer una perspectiva profunda del Peje por parte de la prensa extranjera, lean el artículo de él que escribieron en The New Yorker; además de ser un artículo espectacular, me parece bastante objetivo y tiene analogías fabulosas como comparar a Juárez con Lincoln o a Tabasco con Louisiana.)

Antes de concluir esta entrada, supongo que debo justificar por qué votaré por el Peje a pesar de las cosas que mencioné al inicio. La respuesta sencilla es, ninguna de ellas es suficientemente grave como para votar por alguno de los otros dos tarados (el Bronco, como ya he dicho, es una broma); y como he mencionado es indispensable que votemos, así que la mejor opción sigue siendo el Peje. De cualquier manera voy a cubrir las cosas que mencioné al inicio una por una.

Que me parezca vulgar y desagradable es algo subjetivo de mi parte y no debería afectar mi decisión de votar por él.

Sus tendencias mesiánicas sólo son un problema si tratara de mantenerse en el poder después de que acabe su sexenio (si gana), y no hay ninguna señal en su comportamiento pasado que sugiera que eso haría; en particular, siempre ha dicho que jamás trataría de reelegirse.

El conservadurismo y mochismo del Peje son, para mí, su principal defecto como candidato; y sin embargo estoy parcialmente de acuerdo con lo que él dice: la equidad de género, el derecho al aborto, los derechos de los homosexuales, todos son temas muy importantes y que siempre he defendido… pero no son los temas más importantes. Pelear por los derechos de las mujeres y de grupos desprotegidos se vuelve secundario si vivimos en una desigualdad económica brutal o bajo una violencia inmanejable: se convierte en pelear por mujeres y homosexuales privilegiados (de clase media alta y alta), porque serían los únicos que podrían aprovechar esos derechos. Si alguien se está muriendo de hambre o es asediado por la violencia del narco, lo que menos le interesa es si se puede casar con su pareja del mismo sexo o si le van a dar una promoción a pesar de su género o preferencia sexual. Bajo esas condiciones esos temas se convierten en secundarios o terciarios.

Por último, las universidades. No me importa si el Peje crea universidades en todo el país modeladas como la Universidad Autónoma de la Ciudad de México… siempre y cuando aumente el presupuesto de la UNAM, el resto de las universidades públicas y del Conacyt; y además respete la autonomía de las mismas. Y otra vez, no hay nada en su comportamiento pasado que apunte a que no será así.

Si en algún momento el Peje al menos insinuara que quiere reelegirse; o definir el matrimonio como exclusivamente entre hombre y mujer; o penalizar el aborto; o reducir el presupuesto de la UNAM y el Conacyt; yo seré el primero en criticarlo y movilizarse para evitarlo de cualquier manera que me sea posible. Pero mientras no lo haga, le voy a dar el beneficio de la duda.

Así que en resumen; me cae muy mal el Peje y definitivamente no es el candidato que a mí me gustaría; pero es la mejor opción disponible (por mucho) y aunque no espero nada terriblemente revolucionario si él gana, ciertamente creo que nos irá mejor que con cualquiera de las otras (muy tristes) opciones disponibles. E incluso creo que hay espacio para que mejoren ciertas situaciones en el país. No muchas y no de manera espectacular (la democracia es lenta y aburrida), pero sí algunas un poco.

Por todas estas razones yo el 1° de julio voy a votar por Andrés Manuel López Obrador. Por cuarta vez (tercera para presidente).

Aunque me caiga mal.

2018: Ricardo Anaya Cortés

Siendo, como soy, no es de extrañar que generalmente encuentre analogías a mi forma de pensar en cosas que mucha gente descartaría como intrascendentes: cine, literatura o videojuegos, por ejemplo. A mí me parece que pequeñas pepitas de sabiduría muy profunda se pueden encontrar casi en cualquier lugar, y por eso quiero comienzar esta entrada con una cita de Albus Dumbledore:

It is a curious thing, Harry, but perhaps those who are best suited to power are those who have never sought it. Those who, like you, have leadership thrust upon them, and take up the mantle because they must, and find to their own surprise that they wear it well.

Es una buena frase y una que me parece todos los que hemos de hecho vivido a través de situaciones que requerían liderazgo efectivo, ciertamente el mejor suele venir de aquellos que no es su objetivo en la vida dirigir, pero que están dispuestos a hacerlo, aunque en sus ojos sea de hecho un sacrificio. La contrapuesta me parece (con ciertos detalles aclarados) también cierta: los peores líderes son aquellos para los que dirigir, ser el líder o “jefe”, es lo más importante en la vida.

Como digo, hay que aclarar ciertos detalles.

A ciertos niveles (que sin duda incluyen la presidencia de la República, pero muchos otros también como gobernaturas, rectorías de grandes universidades, jefes de gabinete, etc.), es básicamente imposible llegar a ser el líder si no es algo que se está buscando de forma absoluta e implacable. Para motivos prácticos nunca (o casi nunca) ocurre que alguien que no lo buscaba de repente se encuentre siendo presidente de la República.

Entonces hay que matizar la contrapuesta de la cita de Dumbledore: hay que analizar el por qué alguien quiere dirigir. Y aunque es un universo de posibilidades bastante complejo, me parece que hay dos extremos fácilmente identificables que (al menos desde mi punto de vista) básicamente determinan en qué políticos hay que desconfiar y cuáles se merecen el beneficio de la duda (por principio, no creo que haya que “confiar” en ninguno).

Los dos extremos son (de manera simple y maniquea): hay quien busca el poder para ayudar a la gente; y hay quien lo busca porque quiere ese poder.

Por supuesto es mucho más complicado que eso y todos los políticos siempre dirán que quieren ayudar a la gente (y algunos hasta sinceramente lo creerán) y todos los políticos (hasta cierto grado) buscan el poder porque quieren ese poder. Es básicamente prerequisito de esa vocación.

Y es por eso que en general no hay que hacer mucho caso de lo que digan los políticos (especialmente en campañas), ni mucho menos tratar de leer sus pensamientos: lo único real son las acciones concretas. Cómo han actuado cuando de hecho han tenido poder.

Es por esa razón que siempre he preferido a los políticos (de todo el mundo y cualquier ideología, incluyendo de derecha) que comenzaron sus carreras saliendo a la calle a trabajar con (o a veces literalmente darse de madrazos junto a) la gente a la que esperan liderear algún día y por la cual me generan mucha desconfianza aquellos que escalan puestos políticos a través de compadrazgos, contactos familiares, maquinaciones y politiquerías; y en particular para mí los peores son los que utilizan su poder político para enriquecerse. Un muy buen ejemplo son los últimos dos presidentes gringos: Barack Obama trabajó cinco años como organizador comunitario en Chicago antes de continuar sus estudios de leyes; Donald Trump siempre abusó del dinero e influencia de su familia para hacer cualquier cosa y nada más llegó a la presidencia comenzó a beneficiar sus negociones y los de sus hijos. No estoy diciendo que Obama sea “bueno” ni que Trump sea “malo” (no hay “buenos”; sólo hay menos “malos”), lo que digo es que sin duda prefiero a Obama sobre Trump.

Lo que nos lleva a Ricardo Anaya.

Anaya podría ser descartado (a mis ojos y, al parecer, los de mucha gente) nada más por venir del PAN (los dos sexenios presidenciales panistas han sido de los peores en la historia del país; particularmente el de Calderón), por su trayectoria (jamás ha ejercido una posición ejecutiva) y por el equipo de gente con la que se ha rodeado (todos provenientes de las filas del PAN y de la carcasa medio podrida de lo que queda del PRD). Pero para mí eso no es lo peor; para mí lo peor es que Anaya ha actuado de forma implacable para eliminar a sus enemigos; sean quienes sean, de la forma que sea necesaria y sin importar las consecuencias.

Esto no es algo malo en todas las facetas de la vida; si yo fuera el dueño de una empresa y sólo me importaran sus ganancias, querría a alguien de ese estilo dirigiéndola. ¿Pero como servidor público, alguien que de hecho es empleado de la gente? No, gracias. Ricardo Anaya ha maquinado toda su vida cómo adquirir más y más poder y al parecer no para tener mejores oportunidades de ayudar a nadie excepto a él mismo. Además lo hizo, repito, eliminando a quien sea (como la Zavala) y como sea (como una alianza impensable con el PRD) para conseguirlo.

Dadas sus acciones, se puede concluir que Ricardo Anaya jamás en su vida se ha preocupado por nadie que no sea el mismo y que las posiciones de poder que adquirió fueron, siempre, sólo un paso para poder brincar a la siguiente o una oportunidad para hacer negocios (y financiar su siguiente brinco). Fue presidente de la cámara de diputados federales; ¿qué legislación diseñó, llevó al pleno y defendió cuyo principal objetivo fuera mejorar la vida de los mexicanos en su conjunto (empresas no valen)? ¿Qué hizo similarmente como diputado local en Querétaro?

Fue presidente nacional del PAN; después de la derrota del 2012 (y las increíblemente incompetentes administraciones de Fox y Calderón), el PAN estaba mal, pero no en la crisis en la que se encuentra ahora. La apuñalada por la espalda que le dio a Margarita Zavala, aunado con la alianza delirante con lo peor que queda del PRD, que va en contra de los pocos principios que el PAN no había violado durante sus dos sexenios al frente del ejecutivo federal, han hundido al PAN en una de sus crisis más graves de la historia. En gran medida, Anaya es responsable.

Y nada más por no dejar de mencionarlo, están las múltiples acusaciones de triangulaciones de dinero y de abuso de sus puestos para hacer negocios, ya fuera directamente o a través de terceros. La verdad es que no sabemos exactamente qué ha pasado; y al igual que con Meade, mientras no tengamos una impartición de justicia honesta, nunca lo sabremos. Pero para ser alguien tan joven (es menor que yo), Anaya ciertamente ha acumulado una serie de acusaciones (varias de ellas difícilmente justificables) que si él sonara como un candidato perfecto a ser presidente excepto por dichas acusaciones, las mismas serían suficiente como para generar una duda razonable a elegirlo. Aunadas a todo lo demás (la ambición desmedida, las traiciones, la incapacidad de generar consensos y facilidad para causar divisiones; por no hablar de sus posturas políticas y económicas), lo convierten en el peor posible candidato a la presidencia en esta elección.

En mi entrada anterior comentaba que entre el Bronco, Meade y Anaya, yo eligiría a Meade. Pero incluso entre el Bronco y Anaya, yo eligiría a el Bronco.

En toda esta serie de entradas no he hecho muchas predicciones, pero me voy a animar a hacer una aquí. Si Anaya pierde el 1° de julio (que por suerte cada vez parece más y más probable), su carrera política estará acabada. A lo mejor consigue un cargo burocrático en algún gobierno local, pero lo dudo: ha cruzado a demasiadas personas, ha sembrado demasiada discordia, tiene demasiada cola que le pisen y para acabarla de amolar, resultó ser terriblemente tarado como candidato.

Y si se cumple que su carrera política termina después de las elecciones, a mí me va a dar mucho gusto. Desde mi perspectiva, gente como Ricardo Anaya no debe estar nunca al frente de cargos públicos.

2018: José Antonio Meade Kuribreña

Soy académico de la Universidad Nacional Autónoma de México y llevó años (décadas, si expandimos la definición) en el medio académico. Además varias personas en mi familia también son académicos (o aspiran a entrar a la academia), así que se puede discutir que desde chiquito estoy aprendiendo cosas del medio académico por ósmosis.

Una cosa importante que he visto durante años de conocer, platicar, trabajar y tratar en general a personas con un alto nivel educativo: ningún grado garantiza que alguien no sea un tarado. Y de hecho es relativamente común que la gente altamente educada sea terriblemente ignorante en cosas que estén fuera de su esfera de estudios.

Me incluyo en esto, por supuesto.

Meade es alguien indudablemente educado; pero por su actuación en las secretarías de energía, hacienda, relaciones exteriores y desarrollo social podía discutirse que es un tarado. Esta campaña lo demostró de manera dolorosamente obvia.

También está el hecho de que Meade es economista. La economía es, en el mejor de los casos, una ciencia social (se puede discutir que es una de las humanidades); pero existen muchos economistas que de verdad creen que es una ciencia exacta, lo cual probablemente sea de los factores más determinantes para que ocurrieran las peores crisis económicas del siglo XIX, XX y XXI.

No hay ciencia más dada al pensamiento dogmático que la economía (si acaso concedemos que la economía es ciencia).

La teoría de que el Estado debe intervenir poco en la economía y dejar que el mercado determine por sí mismo el costo de los productos y la calidad de los mismos, ha sido desacreditada de manera empírica una y otra y otra y otra vez. No me importa qué digan tus modelos matemáticos; no me importa qué digan tus proyecciones en el mercado: si los hechos muestran que existe cada vez más desigualdad; que los pobres son cada vez más y se vuelven más pobres; que los ricos son cada vez menos y se vuelven cada vez más ricos; que el valor adquisitivo de tus trabajadores no ha crecido; y que siguen dándose crisis económicas cíclicas, entonces tu modelo económico no sirve.

Y la necedad de insistir que son factores externos los que evitan que funcione: “hay que implementar más reformas”, “hay que darle más tiempo”… es exactamente lo que decían los regímenes comunistas. La ciencia justamente consiste en ajustar modelos a la realidad, no al revés.

José Antonio Meade es en gran medida la personificación del modelo económico que ha perseguido el país en los últimos 30 años y que ha resultado en que México esté dentro del 25% de los países con mayores niveles de desigualdad en el mundo, donde vive el hombre más rico de América Latina junto con más de 50 millones de personas pobres. Trabajó en las administraciones de Felipe Calderón y de Enrique Peña Nieto, discutiblemente las más ineptas de toda la historia del Estado moderno mexicano y sin duda alguna de las más corruptas. Como secretario de Hacienda y Crédito Público implementó justamente esta idea idiota de “desregularizar” a las empresas, siendo el ejemplo más descarado las famosas Zonas Económicas Especiales, donde empresas no pagan ISR ni IVA durante un tiempo determinado; seguramente ninguna empresa va a abusar de eso. Y por supuesto la gente común y corriente sí sigue pagando IVA.

Por no mencionar la misma corrupción en la que ha participado Meade. Podríamos elucubrar acerca de su involucramiento en “La Estafa Maestra”; mientras no tengamos una impartición de justicia que no sea corrupta no sabremos a ciencia cierta. Pero sin elucubrar, lo cierto es que Meade vio cosas en la administración de Peña Nieto como el caso Odebrecht o el escándalo de la mansión de Angélica Rivera y no dijo nada.

Nada más eso lo descalifica (en mis ojos y los de un enorme sector de la población, aparentemente) como posible presidente; y ni siquiera he mencionado cosas como seguridad, educación, manejo del sector energético, etc. Agréguenle además que su campaña ha mostrado a alguien torpe, desconectado de las necesidades de los mexicanos comunes y corrientes y con el carisma de una suela de zapato, no es de extrañar entonces que esté en último lugar de los candidatos “serios” a la presidencia.

En defensa del tarado de Meade, cualquier candidato del PRI la hubiera tenido difícil; después de las tragedias nacionales que fueron los sexenios de Vicente Fox y Felipe Calderón, muchos mexicanos estuvieron dispuestos a darle una oportunidad más al PRI, el partido de nuestra dictablanda durante todo el siglo XX después de la Revolución.

Como decía mi directora de tesis de la licenciatura; “todo mundo se merece una segunda oportunidad… ¡pero sólo una!”

De alguna manera la candidatura de Meade es el resultado de la descomposición que ha sufrido el gobierno de Enrique Peña nieto y el PRI. El país está en una crisis muy profunda (únicamente en un país en crisis asesinan a más de 100 políticos durante el proceso electoral) y el grupo en el poder fue completamente incapaz de elegir a un candidato que tuviera al menos la esperanza de llega a ganar. Se puede incluso discutir que eligieron al peor.

A mí me parece que hay una muy alta probabilidad de que Meade haya participado en varios actos de corrupción en las administraciones de Calderón y Peña Nieto; y de hecho, dado el nivel de sus cargos en esas administraciones, me parece que lo difícil sería que no hubiera participado. Si no fuera por eso, me daría pena el tarado de Meade: es patético, como candidato y como muchas otras cosas. Es literalmente un pobre burócrata, por más doctorado de Yale que tenga. Su posición en las encuentas con casi toda certeza se deba más a la maquinaria del PRI que todavía existe en el país que a los logros de su campaña o a su “carisma” como candidato.

Y sin embargo, dicho todo lo anterior, si no estuviera la opción del Peje probablemente votaría por él (y después haría buches de cloro). El Bronco es una broma, como ya he dicho; y de Anaya escribiré más adelante. Y si soy congruente con lo que he escrito (que hay que participar en las elecciones aunque todas las opciones sean una mierda), entonces la opción menos peor entre el Bronco, Meade y Anaya, sin duda alguna (para mí) sería Meade.

Eso no habla de nada bueno de Meade; habla de la espantosa opción que representa Anaya (el Bronco, repito, es una broma… mala). Pero de Anaya escribiré en la siguiente entrada.

2018: Los candidatos

Aunque empecé esta serie con tiempo (en febrero), he estado muy ocupado y las elecciones ya son en menos de 4 semanas. Sí me gustaría escribir mis ideas acerca de los candidatos a la presidencia antes de que votemos; por suerte Margarita Zavala “se bajó” y entonces ya nada más tengo que escribir de 4. Y de hecho de 3, si somos serios.

Las siguientes cuatro entradas de esta serie serán de los candidatos en el orden de preferencia electoral inverso que tengan según la última encuesta de El Financiero, así que escribiré del Bronco, Meade, Anaya y el Peje. Si me da tiempo, escribiré una última entrada concluyendo esta serie a finales del mes.

2018: La reforma educativa

No ha habido una reforma educativa en el país; lo que pasó en 2013 fue una reforma laboral.

Esto es obvio para cualquier persona que haya leído los cambios de la reforma; no hay nada que mencione cosas de educación, planes de estudio, pedagogía, impacto socioeconómico de los estudiantes. Literalmente nada que una reforma educativa debería tener.

La reforma es una reforma laboral, con el único objetivo de joderse a los maestros de educación primaria del país, en sus derechos laborales.

Aquí voy a decir otra de esas cosas que a mucha gente no le va a gustar: en México (como casi todo el tercer mundo) los maestros de las primarias públicas son en su gran mayoría héroes y deberíamos hacerles “estuatas” en lugar de estar demonizándolos en la televisión.

Esto por supuesto no es absoluto ni mucho menos cubre a los dirigentes magisteriales, ni del SNTE (que un montón son rateros y corruptos) ni de la CNTE (que en mucho casos sólo podemos calificarlos de “dementes”… además de que varios también son rateros y corruptos).

Pero los maestros comunes y corrientes que salen diario a darles clases a los millones de niños que tiene el país, son en su gran mayoría héroes que literalmente evitan que este país le vaya peor de lo que le va bajo unas condiciones miserables en el mayor de los casos e inhumanas en algunos.

Yo soy producto de la educación pública en México; estuve en una guardería pública (del ISSSTE) y toda mi vida estudié en escuelas públicas: la República Española (país que no existe) fue mi primaria pública; la René Cassin y República Argentina (larga historia) fueron mis secundarias públicas; el Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Sur fue mi bachillerato público; la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México fue mi licenciatura pública; y el Posgrado en Ciencia e Ingeniería de la Computación de la Universidad Nacional Autónoma de México fue mi posgrado público. Todas esas instituciones fueron públicas y gratuitas; yo nunca (ni mi familia) pagamos cuotas para que realizara mis estudios. Y de hecho en el posgrado me pagaron.

Los maestros que tuve en primaria no fueron todos buenos (aunque realmente sólo una fue mala, como la carne de cerdo en chile verde); pero casi todos siempre hicieron lo mejor que pudieron dadas las circuntancias. Y mis circunstancias eran realtivamente decentes; ni me quiero imaginar las condiciones en Chiapas, Oaxaca y Guerrero, por ejemplo.

La educación pública en México (especialmente la de nivel básico) tiene una cantidad de problemas enorme. Son problemas tan graves que muchos de ellos yo literalmente no tengo ni idea de cómo ni siquiera comenzar a resolverlos.

Lo que sí sé, es que la solución no va a ser joderse a los maestros. Especialmente a aquellos héroes que salen todos los días de madrugada a dar clases en salones que son sencillamente un techo de zinc con algunas bancas, donde ni pizarrones tienen. Cualquier solución (o intento de solución), comienza, pasa e incluye a los cientos de miles de maestros de primarias públicas en el país.

Y lo primero que debe hacerse, es detener la campaña de años de querer mostrarlos en los medios como (literalmente) haraganes y violentos que no quieren perder sus “privilegios”. De verdad, vayan a las escuelas públicas de Oaxaca; ¿de qué privilegios hablan? No es posible que la SEP se gaste literalmente miles de millones de pesos en publicidad, mucha de ella para atacar a maestros, cuando las condiciones de las escuelas públicas en grandes partes del país es miserable.

Por supuesto debemos evolucionar el sistema de escuelas normales del país; fue una buena idea después de la Revolución, pero muchas cosas han cambiado. Pero esa evolución debe darse con la participación de los maestros y de los estudiantes de las normales, no puede imponerse desde arriba, especialmente si no hay un estudio (conducido por instituciones nacionales; no dictado por la OCDE) que respalde las propuestas. Por supuesto debe detenerse el tráfico y asignación arbitraria de plazas; pero eso no significa joderse a todos los maestros quitándoles sus derechos. Por supuesto debemos incorporar a un sector significativo de profesionistas en el país para que se dediquen a dar clases en primaria; pero esto no significa que tiremos a la basura a los maestros que ya están dando clases, particularmente los que llevan años haciéndolo y tienen una relación establecida con las comunidades a las cuales sirven.

Cualquier reforma educativa (que de verdad sea educativa), tiene que incluir a los maestros de primaria, o está condenada al fracaso, como al parecer será el caso de la del 2013.

Por suerte.

2018: La relación bilateral

México y Estados Unidos tienen una relación simbiótica. Así ha sido desde el siglo XIX y probablemente así será para siempre. Con casi toda certeza además ninguno de los dos países deje de existir nunca (a menos que todos los países dejen de existir), por lo que dicha simbiosis sólo seguirá estrechándose cada vez más. Esta relación simbiótica además es un hecho, le guste o no a quien sea (ellos o nosotros, o algunos de ellos y algunos de nosotros).

Lamentablemente (para nosotros principalmente) la relación será simbiótica, pero no simétrica. Desde cualquier punto de vista que importe, México es un país más débil que Estados Unidos.

En general, si a Estados Unidos le va mal, a México le va mal. Pero si a México le va mal, esto no necesariamente implica que a Estados Unidos le vaya a ir mal; la proporción en que la situación en Estados Unidos afecta la situación en México es enorme en comparación de cómo la situación en México afecta a la situación en Estados Unidos (aunque los afecta). Peor aún, si a Estados Unidos le va bien, tampoco se traduce esto en que a México le vaya bien.

Entonces, como política nacional, nunca nos ha convenido y probablemente nunca nos vaya a convenir que le vaya mal a los gringos. Tenemos que ser sus aliados nada más por simple supervivencia.

Esto me costó mucho a mí admitirlo, porque detesto cómo hacen muchas cosas los gringos y si por mí fuera, preferiría que no tuviéramos nada que ver con ellos; pero es completamente irreal y de hecho ni siquiera tiene sentido: la historia de México está ligada a la de Estados Unidos y viceversa, ya que ambos somos el vecino más grande que tiene el otro. Esto es cierto al menos en población (Canadá será muy grande territorialmente, pero no llega a los 40 millones de habitantes), pero se puede discutir que en muchas otras cosas también. Las diferencias culturales entre gringos y canadienses, aunque reales, son relativamente menores dado que ambos países fueron originalmente colonias inglesas que masacraron a las poblaciones nativas (Quebec no importa, como siempre1); cómo nos influenciamos cultural y socialmente entre gringos y mexicanos es un fenómeno fascinante y de hecho objeto de estudio de toda la vida para un montón de sociólogos y antropólogos de ambos países.

Aceptar esta realidad, sin embargo, es algo muy lejano a lo que han hecho los gobiernos mexicanos durante las últimas tres décadas, que es querer actuar como sirvientes de los gringos esperando que con eso nos traten mejor. Literalmente como la chava que su novio le pega y que entonces se esfuerza más por complacerlo para que ya no le pegue, es una estrategia estúpida y con la cual México no ha ganado nada significativo. Como México es el socio más débil en la relación bilateral (y también en la trilateral con Canadá, por cierto), la única estrategia que tiene sentido es siempre decir que, de entrada, no gracias; pero que (con algunos asuntos) estamos dispuestos a discutirlo.

Esto es porque, si de verdad quieren jodernos, los gringos siempre van a poder jodernos. Existen mecanismos internacionales y de diplomacia que se pueden utilizar, pero en general si llevamos a los extremos las cosas, los gringos siempre van a ganar, porque tienen todas las de ganar económica y militarmente. Los retrasados mentales que han dirigido la política exterior nacional en los últimos 30 años entienden esto de la peor manera (igual que la economía, por cierto) y entonces toman una estrategia servil ante los gringos, cuando obviamente lo único que esto resulta es en que los gringos abusen. Una y otra y otra vez.

Si lo pensamos como en niños peleando por juguetes, México es el niño chaparrito y escuálido y los gringos son el niño gordo y alto que pesa tres veces más. Si el niño escuálido se porta servicialmente ante el gordo, el gordo siempre se va a aprovechar de la situación. En el otro extremo, si el niño escuálido se le pone al brinco al gordo a lo puro pendejo, se lo van a madrear. Lo que hay que hacer (como casi todo en la vida y que por supuesto es más difícil) es justamente buscar ese tenue equilibrio donde podemos defender nuestros derechos, pero sin dar pie a una madriza. Que por cierto, cada vez se hace más difícil esa madriza mientras sigamos colonizando el sur de los Estados Unidos2.

No sugiero esto ni por nacionalismo ni por simple orgullo; literalmente es economía y teoría de juegos. Que además se alinee con la defensa de la soberanía nacional es una agradable consecuencia secundaria. Estamos demasiado cerca de y en una situación de debilidad comparativa muy grande con los Estados Unidos como para poder actuar de otra forma. Una actitud servil en el mejor de los casos resultaría en algo a similar a lo que tienen los puertoriqueños; y ya ven qué bien les ha funcionado a ellos. Con casi toda certeza Puerto Rico jamás será una nación independiente ni un estado más de los Estados Unidos. Sus ciudadanos (mientras se queden en su isla) están condenados a ser “ciudadanos” de segunda clase que no pueden votar por presidente y que no tienen representación en el congreso y senado federales.

Pero además Puerto Rico puede al menos masturbarse mentalmente con la idea de ser algún día estado de los gringos; tienen menos de 4 millones de habitantes. México tiene más de la tercera parte de la población gringa; una actitud servicial (como la de los puertoriqueños) nada más resultaría en que fuéramos una especie de colonia, en el mejor de los casos. Un traspatio olvidado es más probable.

Siendo justos con las últimas administraciones federales mexicanas, era más fácil en los 60s y 70s para el servicio diplomático mexicano el resistirse a los gringos; la existencia de la Unión Soviética benefició mucho a México en ese aspecto. No porque nos alineáramos con ellos; era imposible hacer eso por nuestro valor económico y social y nuestra cercanía a los gringos. Simplemente por el hecho de que hubiera un contrapeso a los gringos le servía de palanca (por débil que fuera el albur) a los diplomáticos mexicanos para poder defender la soberanía nacional.

Pero eso no justifica la postura y actitud de los últimos gobiernos mexicanos respecto a la relación bilateral. En particular, la respuesta que ha habido al intervencionismo gringo en Latinoamérica (que por estas fechas suele ser más económico y mediático que militar) ha sido vergonzoso; especialmente porque (por simple viveza) el ponernos del lado de la nación Latinoamericana intevenida es siempre la opción que nos conviene, por simple supervivencia nuestra. Cada país latinoamericano que los gringos comienzan injerir en su vida política y que México no protesta formalmente, es salir a gritar a la calle que no vamos a quejarnos si injieren (más) con la nuestra.

Vivimos al lado de un gigante demente. No podemos madreárnoslo; pero eso no significa que debamos ponernos de pechito para que abuse de nosotros.

Relacionado justo con lo anterior, otra manera que tenemos de defendernos en la relación bilateral es ver las opciones que tenemos fuera de la relación bilateral. Debería ser obvio que lo que le conviene a México es estrechar, por todos los medios posibles, todas las relaciones con Latinoamérica. Con los Estados Unidos nunca tendremos una relación de iguales; pero con Argentina y Brasil sí es posible. Pero además tenemos mucho más en común con nuestros hermanos latinoamericanos que con los gringos; juntos podemos hacer un frente real a los Estados Unidos.

Esto lo ha entendido mucho mejor Europa; ningún país europeo (incluyendo Alemania y el Reino Unido) puede ponerse de tú a tú con Estados Unidos. Pero la Unión Europea sí, lo que hace todavía más demente el Brexit. América Latina debería impulsar algo por el estilo; en este momento juntos todavía no tenemos el poder económico de la Unión Europea, pero con tiempo e inteligencia tenemos los recursos humanos y naturales para ser una potencia mundial. Por supuesto a los gringos nunca les va a gustar esa idea, que es de las razones por las que siempre han intervenido cultural, económica y militarmente en toda Latinoamérica; pero justamente si hubiera una alianza real entre todo el continente americano, de México a Chile, no hay mucho (fuera de una acción militar descarada) que los gringos pudieran hacer.

Pero eso es sueño guajiro ahorita; de cualquier manera, una estrategia diplomática inteligente para México es siempre mirar primero al sur antes del norte. Y no hay necesidad de limitarnos; podemos negociar con China directamente también (que es de las razones por las que no le conviene a México el TPP, ni el esperpento que le siguió).

Como sea, lo importante es siempre desconfiar de los gringos y siempre decirles que no a la primera para después negociar, con el mayor cuidado posible, cualquier cosa con ellos. Porque si se los permitimos, los gringos siempre van a abusar: según ellos, es su destino manifiesto.

1 Esto es un chiste, ríanse.
2 Chiste… en su mayoría.

2018: Corrupción, crimen y violencia

Como ya he dicho, no sé mucho se “seguridad”. Pero una cosa sí sé: el crimen no es un problema policiaco, es un problema social. En particular, el narcotráfico no es un problema de la policía (ni mucho menos del ejército y/o marina); es un problema social y de salud.

Si se tuviera a la mejor y más incorruptible policía del mundo (que definitivamente no tenemos), es completamente inútil si las condiciones sociales empujan a la población a una vida de crimen porque la desigualdad es enorme y no hay oportunidades honestas de sobrevivir (literalmente).

La gente en promedio cumple la mayor parte de las leyes porque está de acuerdo en cumplirlas; eso está bastante estudiado. Y las pocas leyes que viola (de nuevo, en promedio) es en general porque son leyes estúpidas, como las que penalizan el aborto o el consumo de drogas. Que por eso el aborto está despenalizado y el consumo de drogas debería estarlo (y se puede discutir que la comercialización de las mismas también; altamente regulado, por supuesto).

El aventarle la policía, el ejército y la marina a los narcos sólo sirve para escalar la violencia de los mismos. Mientras haya una porción de la población tan desesperada que la opción de unirse al narco suene mejor que el infierno de pobreza en que viven, por más narcos que asesinen las fuerzas armadas siempre habrá más carne de cañón que los carteles podrán reclutar. Se tiene que resolver el problema de raíz, que es justo darles opciones a la población (especialmente a los jóvenes) de vivir sin necesidad de recurrir al crimen.

Y no, eso no va a mágicamente resolver el problema; siempre habrá crimen en una sociedad donde haya un concepto de propiedad y por lo tanto alguien pueda ser privado de ella. La cosa es que el crimen sea la excepción, no la norma; y que el crimen que exista sea de preferencia no violento.

Por supuesto el reconstruir la infraestructura que le dé oportunidades a la población de vivir en el marco de la legalidad es difícil, tardado y para nada glamoroso. Los noticieros nunca van a cubrir de la misma manera que se abran escuelas y hospitales o que se invierta en el campo a cómo cubren que arresten a un narco o se quemen sembradíos de amapola. Pero es lo que resuelve el problema, no los síntomas del mismo.

Y para combatir al narco, como todo en este mundo, lo inteligente es usar la cabeza, no los músculos. Al narco hay que privarlo de su dinero, no combatirlo con violencia. Que nos lleva al otro problema del país: la corrupción.

No se ataca al dinero del narco porque el mismo llega a todos los niveles del gobierno mexicano, desde el policía que cobra una mordida para no agarrar al narcomenudista (que en el gran esquema de las cosas no es tan grave) hasta a varios gobernadores (y presidentes) que probablemente hayan estado y estén involucrados en el lavado del dinero que genera el narcotráfico (y que eso es gravísimo).

Y aquí es donde yo admito mi absoluta ignorancia: puedo entender el problema, puedo entender cuáles deben ser las soluciones y (de las maneras más burdas) puedo incluso idear cómo implementarlas. Pero todas las soluciones parten de la suposición de que la corrupción que ocurra no quedará impune.

La corrupción existe en todo el mundo; lo que pasa es que en México en muchos casos (especialmente cuando involucra altos funcionarios de gobierno) dicha corrupción queda impune. Y es un problema que se retroalimenta a sí mismo en una espiral perversa; la corrupción generalizada que existe en el país resulta en impunidad para los que la cometen, lo que genera más corrupción por parte de gente que en principio no hubiera participado en ella pero que lo hace porque de otra forma literalmente no hay manera de que las cosas funcionen, lo que a su vez causa más impunidad, etcétera.

Para resolver la corrupción, me queda claro que un primer paso fundamental es elegir funcionarios públicos que no sean corruptos. El primer problema es, por supuesto, que como la corrupción es casi universal, en general hay pocos de esos, y a lo mejor sólo no les han llegado al precio. El segundo problema es que, incluso suponiendo que de ahora en adelante elegimos puros funcionarios que no sean corruptos, un montón de los que están (y continuarán) en funciones siguen siendo corruptos, porque la corrupción permea todos los niveles de gobierno en todas las entidades del país gobernadas por todos los partidos políticos. Lo cual por supuesto en potencia puede resultar en que los nuevos funcionarios elegidos que no eran corruptos, se vuelvan corruptos. Y va de nuevo todo lo anterior.

Entonces, ¿qué podemos hacer, como ciudadanos? Lo mismo que he estado diciendo: participar en la vida política. Demandar que los funcionarios corruptos sean removidos de su cargo. Demandar a los partidos por los que en general votamos que no les ofrezcan candidaturas a personas con un historial de corrupción. No votar por candidatos corruptos. No participar en la corrupción; si me pasé un alto, deme mi multa, oficial.

Eso no soluciona el problema, sólo comienza a solucionarlo, y como todo en una democracia el proceso va a ser largo, arduo y aburrido. De manera perversa, en muchos casos detener la corrupción resultará en que la misma quede impune: para deshacernos de un funcionario corrupto, la solución más rápida será a veces decirle “OK, no te metemos al bote, pero tienes que renunciar a tu cargo”; eso ocurre mucho en Estados Unidos, por ejemplo. No es ideal, pero probablemente sea lo más eficiente. Ahorita regreso a este punto con un ejemplo particular de esta campaña.

En la Ciudad de México yo he visto este lento progreso desenvolverse en los últimos veinte años. La corrupción en la Ciudad ha indudablemente disminuido desde que comenzamos a elegir a nuestros propios gobernantes; no ha desaparecido (sigue existiendo un chingo de corrupción), pero entre los gobernantes que elegimos y una sociedad vigilante, sí se ha vuelto menos perniciosa. Yo no he pagado una mordida en más de quince años; por supuesto porque me he negado, pero en justicia a muchos policías y funcionarios de la Ciudad, también porque no lo han solicitado. O al menos no descaradamente.

Como sea, el tema de la corrupción es muy difícil porque literalmente es como un cáncer que se esparce por toda la sociedad. Será un paso muy importante si quien gane la elección en julio no sea corrupto (como indudablemente lo han sido los últimos cinco presidentes de la República); pero no es una solución mágica, un montón de funcionarios corruptos van a seguir en sus cargos. La corrupción no va a desaparecer en un sexenio (no importa qué prometan los distintos candidatos); puede comenzar a ser combatida en serio, pero reducirla a grados manejables va a llevar años, probablemente décadas.

Para terminar, y porque está muy relacionado con este tema, sí quiero mencionar la propuesta del Peje de ofrecer amnistía a criminales y funcionarios corruptos. Por supuesto en principio la idea misma me parece aborrecible, porque deja (potencialmente) impunes los crímenes de un montón de gente; pero es probablemente una de las mejores ideas que se le han ocurrido al tarado del Peje. No sólo porque da una salida a un montón de gente que comenzó a recibir dinero ilegal o que entró a una vida de crimen porque literalmente no veían otra manera de hacer su trabajo o sobrevivir; sino porque la corrupción y el crimen han llegado a un nivel tal en el país que es virtualmente imposible ejercer la justicia sobre todos los que han participado en ellos: tendríamos que meter a la cárcel a un porcentaje inaceptable de la población adulta del país.

Pero además lo primero que pensé cuando oí la propuesta del Peje fue en Mandela y Sudáfrica. Cuando Nelson Mandela y el ANC ganaron las elecciones en Sudáfrica, una de las primeras cosas que hizo fue ofrecer a los ex-miembros del gobierno Apartheid una amnistía generalizada. Y hay que tener en cuenta que esos pinches racistas asesinos hicieron (en general) cosas mucho peores de lo que el narco mexicano o nuestros gobernantes corruptos han hecho: literalmente cometieron genocidio desde el gobierno contra una porción enorme de su propia población, a la cual mantenían discriminada y oprimida, y además fue algo que hicieron durante décadas.

Y lo primero que hizo Mandela fue ofrecerles amnistía a quienes lo mantuvieron preso durante 24 años.

¿Merecían la cárcel o incluso ser fusilados muchos de los sudafricanos blancos que hicieron uso de esa amnistía? Sin duda alguna; pero el encarcelarlos o fusilarlos no hubiera resuelto los problemas de Sudáfrica; con casi toda certeza sólo los hubiera exacerbado. Y lo mismo pasa con los narcos y funcionarios corruptos aquí en México.

No me gusta la idea de darles amnistía; pero probablemente sea la manera más eficiente de comenzar a resolver el problema de fondo.

2018: El Estado debe intervenir en la economía

Después de estar vomitando mis ideas de por qué es necesario un gobierno (al menos en este punto en la historia), qué tipo de gobierno tiene México (una frágil democracia) y cómo podemos contribuir a fortalecerla (participando en la misma), por fin voy a empezar a explicar cómo me parece deben trabajar los gobiernos resultantes de nuestra débil democracia.

Debo enfatizar (una vez más) que no voy a decir nada que no haya dicho antes. Mis posturas políticas no han cambiado básicamente en toda mi vida; han evolucionado, pero en general únicamente en el sentido de reafirmar lo que siempre he pensado y en ser capaz de expresarlas un poco más inteligentemente (espero) que cuando era adolescente. También he dejado de lado mucho sentimentalismo adolescente; pero es que cada vez estoy más convencido de que en economía lo éticamente correcto es también lo mejor desde un punto de vista económico (si consideramos a la economía en su conjunto, no en participantes individuales o ni siquiera grupos grandes).

En particular con mis posturas políticas, siempre he sostenido que la única manera en que mejoraremos significativamente las cosas es a través de la vía electoral. En 1994, teniendo 17 años, viajé a Chiapas a participar en la Convención Nacional Estudiantil (paralela a la Convención Nacional Democrática) que organizó el EZLN. Regresé de ahí con dos muy claras convicciones: hay que hacer todo lo posible para tratar de garantizar la seguridad de los zapatistas y sus seguidores, porque si no los van a matar (fallamos miserablemente en varias ocasiones, siendo tal vez la más vergonzosa y cruel la masacre de Acteal; pero dadas las circunstancias se ha hecho lo que se ha podido); y hay que apostarle a la vía electoral, porque lo que ofrecen los zapatistas no sirve para el país en general.

Toda mi vida política ha sido terriblemente aburrida en ese aspecto; por más que he participado en movimientos donde he estado rodeado de gente que sinceramente cree en que una gloriosa revolución va a resolver todos nuestros problemas, jamás he dicho que la vía electoral es inútil. Todo lo contrario; en algún momento fui miembro registrado del PRD, fui representante de casilla de ese partido, y he votado en todas las elecciones que han ocurrido desde que tengo la edad legal para emitir mi voto (excepto en 2015, que fui a Grecia y por retrasado mental no noté que las votaciones serían justo en el fin de semana en que no estaba en el país).

Y sí, también apoyé (desde lejos excepto en 1994) a los zapatistas y participé en la huelga de los CCHs de 1995 y en la huelga de la UNAM de 1999-2000; a mucho orgullo. No se contraponen esas cosas; como yo las veo de hecho ni siquiera tenía muchas opciones: tenía que participar en esos movimientos y tenía que defender la vía electoral. Lo que por supuesto implica que desde 1997 (que fue cuando voté por primera vez) estaba suponiendo que vivíamos en una (muy débil) democracia; si no hubiera creído eso no hubiera votado.

Todas las entradas en esta serie no son una súbita revelación que tuve y que siento debo comunicar al mundo; es nada más plasmar en escrito lo que vengo pensando desde hace más de veinticinco años que comencé a interesarme en cómo le hacemos para maximizar el bienestar de la población mexicana. Porque para eso debe ser la política.

Como mencionaba en entradas anteriores, todos los gobiernos del mundo (no importa cómo se autodenominen y no importa si son o no democráticos) intervienen en sus economías locales (a distintos grados) y participan en la economía global (ningún país es autárquico).

Así que la cuestión es, ¿qué tanto debe intervenir el Estado? Para mí la respuesta es obvia: debe intervenir en todo lo posible.

Debe quedar claro que intervención no quiere decir control. Que el gobierno obligue a los fabricantes de automóviles a que sus motores cumplan ciertas regulaciones para evitar que contaminen mucho no quiere decir que el gobierno va y fabrica los automóviles. Si un empresario quiere intentar hacerse rico fabricando automóviles eso está chido; pero tiene que fabricarlos siguiendo ciertas regulaciones porque el libre mercado por sí mismo es incapaz de garantizar la seguridad de los consumidores a un ritmo humanamente aceptable.

Es así de simple. El libre mercado innova, el Estado regula. Y se aplica a todo; los juguetes para bebés no deben tener piezas que hagan que se ahoguen; los productos de limpieza deben tener instrucciones claras de cómo guardarse; los productos alimenticios que utilicen transgénicos deben especificarlo claramente para que los consumidores puedan elegir no consumirlos; etc.

Nada de esto implica nacionalizar o expropiar empresas. Sólo regularlas.

Por eso no he tomado un Uber en mi vida. Todavía no ocurre, pero Uber sencillamente va a ser regulado, va tronar o va a descubrirse que comete un montón de atrocidades; en particular contra sus conductores, al parecer. También es posible que ocurran las tres, por cierto. No existe la “autoregulación”, al menos no de manera que funcione realmente a largo plazo. El transporte público (incluyendo taxis) debe regularse, porque hay que garantizar que los conductores cumplan ciertas calificaciones etc., etc. Y sí, eso genera burocracia, y eso genera corrupción, y deben existir mecanismos para combatirlos; pero el libre mercado por sí mismo sólo promueve la avaricia de los dueños de los medios de producción: el Estado debe ser el contrapeso que garantice el bienestar de la población (o que al menos lo intente).

Estoy tomando, de forma muy explícita, un ejemplo que sé que mucha gente va a oponerse, porque en general los usuarios de Uber adoran Uber. Pero me queda claro que Uber no va a durar mucho tiempo; o al menos no de la manera en que existe en este momento. O bien lo regulan (como está ocurriendo en varios países de Europa) o bien truena.

Pero tiene que regularse, porque básicamente todo tiene que regularse. Y es la misma razón por la cual BitCoin va a tronar de forma espectacular, al parecer más pronto que tarde.

Hay gente que se opone completamente a la regulación gubernamental; que “detiene” la innovación, dicen. Si la “innovación” va a resultar en niños que nazcan deformes, yo prefiero que la detengan, gracias.

La otra parte de esta regulación por parte del Estado, son los medios que le permiten realizarla en primer lugar; la recaudación de impuestos. Y es de sentido común (sólo los economistas más dogmáticos pueden decir lo contrario) que simplemente deben pagar más los que más tienen. Y esto no quiere decir que si a todos les cobramos 17.3% de impuestos, entonces los ricos pagan más porque más tienen; no, entre más tenga (o gane) la gente, mayor porcentaje de impuestos debe de pagar, punto. Y obviamente se debe de cobrar más impuestos sobre las ganancias que sobre el dinero que se inyecta de regreso a la economía nacional; que es el problema que tenemos con los bancos, que ya todos (excepto Banorte) son extranjeros para motivos prácticos, y en varios casos generan su mayor ganancia aquí en México (y dichas ganancias tardan más en registrarse que en dejar el país). Y no, no van huir los inversionistas de México; siempre habrá gente dispuesta a invertir en un mercado grande (como es el de México) bajo casi cualquier régimen de impuestos. Estar de histéricos gritando que nuestros preciosos inversionistas se van a ir con su dinero es estúpido, porque ese dinero se está yendo de cualquier forma bajo las políticas actuales. Y va a comenzar a pasar con el petróleo si no echamos para atrás las “reformas estructurales”.

Por supuesto toda la regulación y recaudación de impuestos del mundo no sirven de nada si existe corrupción que se las brinca; y de hecho yo creo que ese ha sido el principal problema que siempre ha aquejado a México. Pero de la corrupción hablaré en otra entrada.

Para cerrar esta entrada, debo mencionar tres grandes áreas que siempre me han interesado, porque creo que son fundamentales en el desarrollo de cualquier país: educación, salud y generación de energía.

La educación y la salud no pueden someterse a las reglas del libre mercado. Son como la libertad: inalienables; de la misma manera que una persona no puede “venderse” a sí misma como esclava, aunque sea dueña de su vida y de su cuerpo. O si quieren un caso menos extremo: en México nadie puede vender (legalmente) su sangre; es ilegal, todas las donaciones de sangre deben de ser voluntarias. La educación y la salud las pagamos todos, porque es en el mejor interés de todos que la población del país esté lo más sana y educada posible. Especialmente con la automatización acabando con casi todas las labores que requieren una masa de trabajadores poco calificados.

Y no tiene nada que ver con un sentimiento jipioso de que seamos buenos con nuestros hermanos y hermanas y cantemos Kumbaya tomados de la mano; es una decisión fríamente económica: sale más barato. Sale más barato para el país (en su conjunto) pagar por la educación y salud de todos que lo que ocurre si lo dejamos en manos del libre mercado. Todas las evidencias históricas apuntan a esto; los países con mejores índices de educación y salud, ambos son fuertemente subsidiados por el Estado.

Mantener a su población (incluyendo migrantes) saludable y educada es la mejor inversión que puede hacer un país. Y de nuevo, desde un punto de vista fríamente económico: es la inversión que más ganancias a largo plazo va a rendir; porque además si todos le entran y pagan más quienes más tienen, ni siquiera sale tan caro. Que además sea lo humanamente decente es un agradable efecto secundario, no una razón para hacerlo.

Y la energía. Si México no tuviera tanto petróleo, yo no tendría problemas en que el mercado energético estuviera en manos de la Iniciativa Privada (pero de cualquier forma fuertemente regulado). Pero como tenemos tanto petróleo (más aún con los nuevos potenciales yacimientos descubiertos), es retrasado mental dejar la riqueza que literalmente vive en el subsuelo en manos de la IP. Si no hubiera sido por el petróleo y por Pemex, a México le hubiera ido mucho peor de lo que le ha ido.

Los problemas que siempre han existido con el petróleo y con Pemex, son que los gobiernos federales la han ordeñado sin invertirle jamás lo mínimo indispensable; y el problema crónico del país: la corrupción rampante. Las “reformas estructurales” no ayudan para nada con ninguno de esos dos problemas. La gente que esté esperando inversiones significativas por parte de la IP entrando al mercado energético están engañándose a sí mismos; igual que con los bancos extranjeros en el país, las empresas invertirán lo mínimo indispensable para maximizar sus ganancias, las cuales en general no se invertirán de regreso en el país que las generaron (o sea, México).

Y la corrupción seguirá mientras tengamos gobernantes corruptos.

Con el petróleo en particular y todo el sector energético en general, ahí sí yo siempre voy a abogar porque sean empresas nacionales; pero hay que darles independencia para que puedan invertir en infraestructura que ha sido abandonada por los gobiernos federales en las últimas décadas (¿cuántas refinerías ha construido Pemex desde 1982?)

Fuera de esas tres áreas el libre mercado (o sea, el capitalismo) en general está bien (o es lo menos peor), porque no hay alternativa factible en la actualidad. El Estado no tiene por qué estar fabricando suéteres o lavadoras; pero todo debe estar regulado. Y hay discusiones muy importantes acerca de otras áreas, donde se puede argumentar que tampoco deben dejarse (o al menos completamente) en manos de la IP; como la infraestructura de comunicaciones (carreteras, vías de ferrocarril, metro, etc.); las concesiones de radio, televisión y en el futuro es posible que Internet; etc. Pero en esas no me voy a meter yo a la discusión, porque casi no sé de esos temas. Si los quieren discutir en los comentarios, adelante, pero será entre ustedes porque a eso prefiero no entrarle.

De el papel del Estado en la economía y de educación, salud y energía, con gusto le entro.

En mi próxima entrada hablaré de corrupción y del crimen y la violencia, que como he mencionado van juntos con pegado. La verdad no sé mucho sobre esos temas, sólo generalidades; pero sí quiero mencionar un par, algunos relacionados con la educación. Y sólo por si fuera necesario mencionarlo, suelo hablar de educación no únicamente porque me parezca fundamental o porque me resulte interesante; a eso me dedico. Literalmente mi trabajo, por el que me pagan dinero para cervezas y todo, es educar gente. El título oficial de mi puesto de trabajo comienza con “Profesor”.

2018: La única forma de fortalecer la democracia es participando en ella

En mi entrada anterior en esta serie argumentaba por qué México es una democracia débil. La pregunta obvia que se sigue es ¿cómo la fortalecemos?

La respuesta no le va a gustar a nadie. No me gusta mucho a mí, de hecho.

La única forma de fortalecer la democracia es participando en ella. Esto significa votar, por supuesto; no importa que todas las opciones sean una mierda (y, lamentablemente, generalmente lo serán porque la democracia apesta), hay que votar. Eso ya no le va a gustar a mucha gente, pero se pone peor.

No basta con salir a votar en cada elección. Hay que participar activamente en la democracia del país, si es que de verdad esperamos que mejore.

Hay múltiples maneras de participar en la vida democrática del país; la más sencilla (después de votar) es manifestándose por las causas en las que uno cree. México tiene una larga historia de movilizaciones sociales y lo menos que podemos decir de muchas de ellas es que fueron al menos medianamente exitosas. Incluso cuando terminaron siendo reprimidas (muchas veces criminalmente), en general la evaluación histórica es que fueron un éxito.

Centenas de estudiantes entre 1968 y 1971 fueron asesinados, pero su movimiento desembocó (lentamente, porque la democracia es lenta y aburrida) en que se abrieran espacios institucionales para múltiples sectores de izquierda en la política nacional, que básicamente terminó en la creación del IFE, en la libre elección del Jefe de Gobierno en el Distrito Federal (ahora Ciudad de México) y en la transición partidista del año 2000. Los que participamos en la huelga de 1999-2000 terminamos en la cárcel (algunos de ellos por meses), pero en la UNAM no hay cuotas. Pueden criticar lo que quieran de ese movimiento (y merece ser criticado casi de todo), pero su resultado a largo plazo innegable es que en la UNAM no hay cuotas, y lo que es más; nadie ni siquiera se imagina plantearlo como una propuesta realista.

Y así debe ser, porque volveríamos a hacer lo que fuera para detenerlas si quisieran intentarlo de nuevo. Y me incluyo ahora como parte del sector académico de la UNAM, no de los estudiantes.

Las movilizaciones sociales en México tienen un historial nada despreciable de victorias, si bien en muchos casos fueron pírricas. El problema es que me parece que muchos sectores de la vida política nacional (principalmente de izquierda) han caído en una dinámica de responder (generalmente con movilizaciones) a las necesidades del país, en lugar de proponer acciones para satisfacerlas.

Si la única herramienta que se utiliza es la movilización, entonces el progreso verdadero y sostenible es imposible, porque las movilizaciones son intrínsecamente reaccionarias, en el sentido de que generalmente reaccionan a ciertas situaciones. Normalmente no proponen, no liderean, no avanzan la narrativa política, en el mejor de los casos sólo detienen cosas. Así podemos mantener una situación; pero difícilmente mejorarla.

Para efectuar cambio verdadero, hay que estar en las posiciones de poder que deciden qué cambios pueden o no aplicarse: la rama ejecutiva y legislativa (las cortes importan, por supuesto, pero normalmente también sólo responden a preguntas explícitas). No basta con votar y no basta con manifestarse. Hay que servir, de la única manera en que de verdad se generan cambios permanentes: hay que entrarle al servicio público.

Hay que gobernar. Hay que ser servidores públicos. Hay que militar, en el buen sentido de la palabra.

La política no puede ser algo que exclusivamente hagan los políticos; los cambios positivos más importantes que han ocurrido en la vida democrática nacional se dieron cuando la ciudadanía le entró en masa al servicio público. El IFE originalmente estaba formado por ciudadanos, no políticos profesionales; y todavía hay muchos de esos en el INE.

Si de verdad nos quejamos de que las únicas opciones en una elección son una mierda, hay que entrarle a ser nuevas opciones. Si nos quejamos de cómo funciona (o no funciona) el partido político por el que generalmente votamos, hay que entrarle a cambiarlo; o fundar uno nuevo; o lanzarse en (o apoyar a) una candidatura independiente. Y con apoyar obviamente no me refiero a votar únicamente; ir a los mítines, hacer proselitismo, convencer a amigos y familiares de que voten por el candidato, ir a visitar casas y hablar con gente, con la inevitable consecuencia de que nos mentarán la madre y nos cerrarán las puertas en las narices porque nadie quiere oír hablar del mensaje del candidato Perenganito.

Si la democracia es en verdad “la voluntad del pueblo”, eso no es nada más un derecho; es una responsabilidad. No puede ser que votemos cada 3 años y regresemos a nuestras casitas a lavarnos las manos y esperar que nuestros gobernantes y representantes hagan las cosas bien por la bondeza de sus corazones. Votar es el mínimo indispensable, pero necesitamos hacer mucho más.

Y por supuesto entiendo la reticencia de la gente a hacer eso; no sólo da una hueva enorme, sino que hay una narrativa nacional de que la política es algo sucio de lo que la gente decente no habla en público. “¿Yo? ¿Candidato a diputado? ¡Qué horror!” Hay varias cosas que tienen que ocurrir para que la ciudadanía pueda retomar de manera más ágil la vida política nacional, aunque ha habido avances (lentamente porque así es con las democracias). Me parece que es necesario que los legisladores puedan reelegirse en sus cargos, sin ningún tipo de límites; esto no sólo permitiría que en verdad se profesionalizara el cuerpo legislativo, sino que permitiría a nuestros representantes ganar más independencia de los partidos políticos.

En Estados Unidos, con la victoria de Trump, me impresionó cómo un montón de gringos lo tomaron como una llamada de atención y justo hicieron eso; le entraron (siendo ciudadanos comunes y corrientes) a perseguir puestos de elección popular como una manera de hacer contrapeso al gobierno de Trump. Lo que es más, un montón de esos ciudadanos han ganado elecciones en el poco más de un año que ha durado el periodo de Trump. Necesitamos ese tipo de respuesta en México; y si un ciudadano de verdad puede cambiar su vida para ser representante (en el sentido de que puede dedicarse a ello a largo plazo, sin necesariamente depender de un partido político), esto se facilitaría. Y la ciudadanía más cívica de todo el país (los habitantes de la Ciudad de México) necesitamos una manera de entrarle a la vida política a un nivel más sencillo que el delegacional.

En general he evitado hablar del Peje, porque como decía en mi primera entrada de esta serie no es necesariamente el punto más importante que quiero comunicar; pero una cosa que me parece es innegable es que Morena no es únicamente “el partido del Peje”. Aunque es el “líder carismático” que lamentablemente suele haber siempre en la política electorera mexicana, lo cierto es que Morena es un movimiento que seguirá existiendo después del 2018 incluso si el Peje pierde. Y yo he visto (con mis dos propios ojos) cómo le han entrado a ese movimiento gente común y corriente, que jamás se había interesado en política, con el objetivo de cambiar el país. Venga, me han tratado de reclutar a mí; y si soy consistente con todas las pendejadas que estoy diciendo, creo que no voy a tener de otra sino entrarle (dadas las alternativas disponibles).

Si nuestra ciudadanía no le entra a la vida política nacional, no existe manera de que nuestra tristemente débil democracia mejore más rápido, y con casi toda certeza sólo se debilitará. Lo peor de todo es que también lentamente, así que ni siquiera será “acelerar las contradicciones” para que llegue la gloriosa revolución, como algunos sectores idiotas de izquierda de verdad piensan.

Como sea, lo mínimo que podemos hacer para participar en la vida política nacional es votar en las elecciones; e incluso a eso se niega mucha gente. Las razones que utiliza este conjunto de ciudadanos para no votar varían (aunque hay una parte que sencillamente le da flojera), pero todas esas razones son terriblemente malas por el simple hecho de que si vota el 10% de la población, el que gane la mayoría simple de ese 10% (y puede ser tan bajo como queramos, con suficientes candidatos en la boleta) va a gobernar.

Todas nuestras vidas son afectadas por quiénes gobiernan; los servicios públicos, la economía, las decisiones que se toman en casos de emergencia, todo es afectado por quiénes son los gobernantes. Venga, México no gana el mundial de fútbol y más medallas en las olimpiadas por las políticas que siguen sus gobiernos. No participar en las elecciones es tratar de lavarse las manos de un proceso del cual siguen siendo parte.

No voy a decir que siempre hay una opción buena por la cual votar (eso es sencillamente falso); pero siempre hay una opción menos mala que las demás. Es nuestra responsabilidad ir y votar por esa opción (que por supuesto podemos discrepar acerca de cuál es la menos mala), porque entre más le entremos más fuerza a los políticos (de manera lenta y aburrida) a implementar o no ciertas políticas públicas.

Pero además del resultado obvio (un mandato más claro por parte de nuestros gobernantes y representantes), ir a votar nos cambia a nosotros como ciudadanos. Es justamente tomar responsabilidad del resultado de la elección, no importa quién gane. Si ganó el candidato por el que yo voté implica que yo debo ser el primero en cuestionar cuando comience a hacer pendejadas (y va a hacer pendejadas, sin duda alguna); si ganó otro candidato implica que debo estar atento a protestar las políticas a las que me opongo y justo por las cuales no voté por él. Probablemente se implementen (por algo ganó), pero podemos y debemos protestarlas si de verdad las consideramos negativas; es nuestro derecho y responsabilidad.

Y es una responsabilidad constante, que nunca termina mientras seamos parte de la sociedad que está gobernada por personas que como sociedad elegimos.

No podemos renunciar a la sociedad donde vivimos; podemos mudarnos a otro país, pero mientras vivamos en México pertenecemos a esta sociedad, que es gobernada por los ganadores de nuestros procesos políticos. No votar es querer tapar el sol con un dedo, o hacer como los niños y taparnos los oídos mientras gritamos “¡no oigo, no oigo, soy de palo!”, mientras las políticas que nos afectan a nosotros (y al resto del país) siguen siendo implementadas por aquellos que ganaron las últimas elecciones. Y mientras seguimos pagando impuestos.

Y también hay que entender que salir a votar y que ganen aquellos por los que votamos no soluciona por sí mismo absolutamente nada; es sólo el primer paso de un proceso (lento y aburrido). No se van a solucionar de un día para otro todos nuestros problemas ni se va a acabar el mundo. Pero entre más participemos como ciudadanos (votando, movilizándonos y entrándole al servicio público), la probabilidad de que las cosas mejoren más rápido es más alta; mientras que si dejamos que otros más decidan por nostros, la probabilidad de que las cosas empeoren más rápido aumenta.

Así que el 1° de julio (y en todas las eleccionas que sigan mientras vivamos) hay que salir a votar, por aquellos candidatos que creamos van a ser menos incompetentes, con menos probabilidad de querer robarse el dinero y de preferencia que no sean retrasados mentales; bajo esas tres métricas, siempre habrá algún candidato que le gane a los otros. Esto no quiere decir que nos tenga que gustar la opción que tomemos.

Pero tenemos que tomarla.

En la próxima entrada espero ya comenzar a hablar acerca de las políticas que me parece nuestros gobiernos deben seguir, pero le advierto a mis lectores regulares que no habrá ninguna sorpresa en ello; he sido bastante consistente con mi forma de pensar desde que empecé a participar en política siendo adolescente.

2018: La democracia apesta, pero es lo mejor que tenemos

(Estoy escribiendo una entrada de política por semana, para darme tiempo de ordenar mis ideas en prosa. Esta entrada me costó muchísimo, porque por más que lo intenté de todas formas quedó enorme; es la entrada más larga en el blog, si descontamos dos páginas permanentes y un capítulo de mi novela. Una disculpa por la longitud.)

Como comentaba en mi última entrada en esta serie, necesitamos un gobierno, desafortunadamente. La siguiente pregunta obvia es ¿qué tipo de gobierno? En esta entrada no discutiré acerca de las políticas sociales y económicas que el gobierno debe implementar en mi opinión; sólo discutiré qué forma de gobierno tenemos y si vale la pena intentar reemplazarla por algo distinto.

Después de Porfirio Díaz, México no ha tenido un dictador. Iturbide fue el último emperador (los mexicanos no reconocemos a Maximiliano excepto por lo que es, un tarado que tuvimos que matar por andar queriendo imponerse como emperador). Y nunca tuvimos un rey como tal; nominalmente Nueva España era uno de los múltiples reinos de la corona Española (al mismo nivel que Navarro y Castilla), pero la narrativa nacional es que existía el Imperio Mexica, tuvimos una pequeña intervención española de 300 años, y luego los corrimos.

(Después de matar a miles de españoles, incluyendo mujeres y niños, en la Alhóndiga de Granaditas).

Nunca tuvimos tampoco una “dictadura del proletariado”, ni un gobierno parlamentario donde o bien entre los representantes hay un partido mayoritario o se tienen que poner de acuerdo para formar una coalición.

Desde la constitución de 1824 hemos sido una república presidencial, y después de la Revolución se instituyó la regla básica que ha regido nuestra democracia desde la tercera década del siglo veinte: sufragio efectivo, no reelección. Podemos criticar cuanto queramos a los gobiernos mexicanos post revolucionarios (y, oh sí, los vamos a criticar), pero ningún presidente trató de mantenerse en el poder y de hecho casi todos tuvieron el buen gusto de alejarse de la vida política nacional después de terminar su sexenio. Con casi toda certeza ese fue el factor principal que evitó que en México ocurriera lo mismo que casi en todo el resto de Latinoamérica: no tuvimos una dictadura militar genocida vendida a los gringos, ni la guerrilla “liberadora” correspondiente apoyada por los soviéticos. Tuvimos muchas cosas muy graves, pero no eso.

Aunque el gobierno mexicano ha reprimido y asesinado alegremente a sus habitantes durante toda su existencia después de la Revolución, la verdad es que no ha sido lo común y en general siempre se ha tratado de dar una salida política a los problemas nacionales. Los mexicanos en su mayoría (pero no todos) podíamos y podemos llevar nuestras vidas en paz sin preocuparnos de que el gobierno nos encarcele o asesine por lo que pensemos, digamos o hagamos dentro de la ley. Ojo, no estoy diciendo que esto es una regla universal; tenemos un montón de excepciones (y en algunas zonas y épocas del país incluso se acercan a reglas), pero esto de hecho es lo común en el mundo: todos los países del mundo han encarcelado o asesinado a sus habitantes no importa cómo se autodenominen. Lo que estoy diciendo es que en México ésta no ha sido la regla general; y aunque las excepciones lleguen a miles, siguen siendo excepciones. Y les recuerdo que yo estuve en la cárcel por lo que pensé, dije e hice dentro de la ley.

Todo lo anterior me lleva a hacer una afirmación que probablemente sea polémica: México es una democracia.

El problema con usar el término “democracia” es que además de que tiene como doce mil definiciones que pueden encajar (dependiendo de cómo piense el que lo dice), es (al igual que “libertad”) un término cargado. “Democracia” no quiere decir (necesariamente) algo bueno y encima no es algo binario: no es tan sencillo como “X país es democrático, por lo tanto está bien”, ni mucho menos que todas las democracias funcionen (o intenten funcionar) al mismo nivel.

Existen distintos grados de democracia; Estados Unidos se fundó (nominalmente) como un país democrático, pero sólo podían votar hombres (no mujeres) blancos que fueran dueños de tierra (landlords), y además consideraban (legalmente) a los negros como que valían 3/5 lo que un blanco para razones de impuestos y de representación legislativa. Y por supuesto tenían esclavos. En el Reino Unido existe un subconjunto de personas que cuentan con más derechos y se les aplica la ley de manera distinta únicamente por su familia (la familia real). En México el mismo partido estuvo en el poder durante más de 70 años.

Y sin embargo creo que lo correcto sería decir que en todos esos casos (y muchos más) estamos hablando de democracias. Débiles e imperfectas, pero democracias.

Me parece a mí que si un país permite a sus ciudadanos efectuar cambios reales en las leyes que los gobiernan y en sus gobernantes, de manera pacífica y dentro de un marco legal, entonces ese país es democrático, no importa cómo se autodenomine o cómo lo denominen otros países. Obviamente entre más sencillo y rápido sea reflejar el deseo de los habitantes en las leyes y gobernantes pues más mejor, pero si se permite (si de verdad se permite), entonces el país es democrático. Nótese que no hablo de elecciones, porque si los ciudadanos efectúan esos cambios usando manifestaciones pacíficas, yo lo considero igual de válido (en algunos casos más válido) que con elecciones.

Esa es justamente la característica que me parece define a las democracias: las democracias evolucionan junto con los habitantes del país correspondiente. Y de nuevo, “evolucionar” es un término cargado: no es algo necesariamente “bueno”, sencillamente es un cambio. Y a veces (en algunos casos muchas veces) el cambio será negativo.

Me gusta a mí hablar en términos de “fortaleza” de una democracia. La democracia mexicana nunca ha sido particularmente fuerte, pero se fue fortaleciendo (no lo suficiente) después de la Revolución; fue criminalmente debilitada durante las represiones a movimientos estudiantiles de finales de los sesentas; se fortaleció de nuevo a partir de finales de los setentas cuando permitió a varios grupos de izquierda integrarse a la vida política institucional del país (consecuencia en parte de las movilizaciones estudiantiles de la década anterior); fue particularmente fuerte a finales del siglo XX con la creación del IFE y la transición partidista; y sufrió un terrible revés en 2006 cuando ocurrió el fraude electoral. Existen muchos otros momentos muy importantes en la historia del país: el temblor de 1985, la huelga del CEU de 1986-1987, la “caída del sistema” de 1988, la fundación del PRD en 1989, el levantamiento zapatista de 1994… En todos esos periodos o eventos no me parece correcto decir que México no era una democracia. Sencillamente la fortaleza (o debilidad) de la democracia mexicana ha ido fluctuando a lo largo de su historia, y lo seguirá haciendo mientras exista, porque eso es lo que hacen las democracias. Sólo esperemos que fluctúe a ser cada vez más fuerte.

Porque aún cuando son fuertes, las democracias en general (y la mexicana en particular) apestan.

La democracia es lenta y aburrida

La democracia es, casi por definición, extremadamente lenta. En una democracia deben quedar claras las reglas de convivencia de la población y de las obligaciones del gobierno y las obligaciones y derechos de los habitantes. Esto no puede ser algo que esté dado por convenciones ambiguas; las leyes tienen que especificarlo claramente. Y esto significa tener que entablar una discusión, luego elegir representantes que apoyen los resultados de dicha discusión, luego que los representantes establezcan formalmente las reglas y al final de todo que las leyes se apliquen.

Eso toma años. En Estados Unidos Martin Luther King Jr. lidereó un movimiento que le llevó años (y le costó la vida) el conseguir que se pasara la legislación necesaria para garantizar los derechos civiles de los negros. Y luego pasaron años para que esas leyes se medio empezaran a respetar. En México pasaron décadas antes de que los ciudadanos de la Ciudad de México eligieran a sus gobernantes.

No es de extrañar que mucha gente en algún momento de su vida entretenga ideas de levantarse en armas para cambiar las cosas; cambiarlas dentro del marco legal requiere un chingo de esfuerzo y un chingo de tiempo; y nunca hay garantía de que todo ese tiempo y esfuerzo vayan a rendir frutos satisfactorios. Yo participé (a mis tiernos 14 años de edad) en el Plebiscito Ciudadano que organizó Alianza Cívica en 1991 para exigir que en el DF eligiéramos a nuestros gobernantes. Ese plebiscito fue el resultado de años de labor, que comenzaron en 1985 después de que la sociedad civil rebasó completamente al gobierno durante el sismo de ese año. Y tardaríamos otros seis años en elegir a Cuauhtémoc Cárdenas como nuestro primer Jefe de Gobierno.

Yo participé en varias cosas, pero hubo gente que estuvo más de una década luchando por algo que debería haber sido de sentido común. Y después de todo eso (y más de veinte años después) la Ciudad de México no tiene los mismos derechos que el resto de los estados en la República; el Jefe de Gobierno no es gobernador; los jefes delegacionales no son presidentes municipales; y no tenemos un equivalente de cabildo. ¿Se pueden corregir esas cosas? Seguro; a lo mejor mis hijos llegan a verlo si seguimos peléandolas.

En otros países democráticos los procesos para efectuar cambios son más rápidos; pero nunca son suficientemente rápidos, porque en una democracia no es como en una dictadura donde un único cabrón decide algo y ese algo se lleva a cabo. Hay que discutir y negociar y convencer y terminan haciéndose las cosas a medias para que ningún lado quede realmente contento.

Lo que lleva a que además de todo, sea terriblemente aburrido. Contrario a un levantamiento armado, casi nunca hay romanticismo ni un momento histórico de “triunfo” donde todos celebramos nuestra victoria; no hay toma de la Plaza Roja ni Zapata y Villa sentándose en la silla del águila. Cuando por fin conseguimos elegir a nuestros gobernantes en la Ciudad de México básicamente no hubo celebración; comenzaron las peleas por ver quién se iba a lanzar y después comenzamos a quejarnos amargamente de los gobernantes que por fin habíamos podido elegir.

Así son las democracias: lentas y aburridas.

La democracia es fácilmente corrompida

La democracia es un resultado del sistema capitalista y si no hay una vigilancia constante, la gente que cuente con más recursos siempre intentará utilizar dichos recursos para manipular las cosas en su favor (y así obtener más recursos). Esto es básicamente inevitable: el poder corrompe; el poder absoluto corrompe absolutamente.

En todos los países “democráticos” del mundo hay corrupción en casi todos los niveles de gobierno; no existe una única excepción. La cosa es qué mecanismos hay para prevenir y detectar la corrupción; y qué se hace cuando se detecta que ha habido corrupción. En México ha sido un problema permanente; en muchísimos casos la corrupción queda impune, incluso cuando ha sido documentada y explicada. Además por supuesto de que si los más altos niveles de gobierno son corruptos, ¿qué se puede esperar de todos los que están por debajo?

Todos los partidos políticos en México que han conseguido escaños legislativos o posiciones en el poder ejecutivo han tenido casos de corrupción, y todos los partidos que existan en el futuro tendrán sus correspondientes casos de corrupción cuando consigan escaños legislativos o posiciones de poder (muchas veces antes de eso). Esperar otra cosa es ingenuo e irreal.

La cosa es cómo se responde a los casos de corrupción.

La democracia es inherentemente burocrática

Que tiene que ver con que sea lenta y aburrida. Si la democracia necesita definir leyes claras para funcionar, entonces eso va a generar burocracia. Punto.

El avance tecnológico (especialmente la computación) puede ayudar mucho con esto; los trámites se pueden hacer en línea y manejar electrónicamente. Pero los trámites tienen que hacerse, por más eficientemente que esto pueda conseguirse. Los restaurantes tienen que tener la cocina limpia; algún empleado del gobierno tiene que ir a checarlo. Las farmacéuticas deben seguir procedimientos específicos para hacer medicinas; algún empleado del gobierno tiene que ir a checarlo. Las escuelas primarias tienen que cumplir estándares de construcción muy por encima de los edificios normales (especialmente en zonas altamente sísmicas, como la Ciudad de México); algún empleado del gobierno tiene que ir a checarlo. Etcétera, etécera; esto crea una burocracia enorme.

Mucha gente dice que la solución a esto es privatizar esta regulación; y ciertamente en algunos casos es posible, pero no en todos. E incluso con nada más un puñado de casos se va a generar una burocracia. Pero además, debe haber un control sobre las empresas que se dediquen a hacer esa regulación… y ya caímos de nuevo en el hoyo del conejo.

La burocracia es inevitable en una democracia.

La democracia se equivoca

Y un chingo. Me parece que a nadie le queda la menor duda de que Vicente Fox ganó las elecciones presidenciales del año 2000 de manera legal y legítima. Y fue de los peores errores que han ocurrido en este país; entre otras cosas porque eso engendró el sexenio criminal de Felipe Calderón (120,935 homicidios dolosos en su sexenio, según cifras del INEGI).

“Democracia” etimológicamente significa “el mandato del pueblo”. Y el pueblo, como seres humanos comunes y corrientes, se puede equivocar. Esta ha sido una evolución de cómo veo yo al mundo; hace una década honestamente pensaba que “el pueblo” (como si fuera un ente homogéneo) no podía “equivocarse”. Claro que puede, y lo hace (y con eso quiero decir, por supuesto, lo hacemos). En una democracia eso significa tener que vivir con esos errores.

Si se le da al ser humano la posibilidad de elegir (ya sea como individuo o como grupo), en algún momento va a elegir mal. Así que más vale que lo tengamos en cuenta y planeemos al respecto.

La democracia limita las opciones disponibles

Como en una democracia deben quedar bien claras y definidas las reglas de quién y cómo se convierte en gobernante, esto automáticamente limita las opciones al momento en que los ciudadanos los eligen, lo que por supuesto lleva a elecciones en las cuales todas las opciones son malas. De hecho, puedo animarme a decir que en casi todo el mundo la mayor parte de las veces esto es lo que ocurre, que todas las opciones son malas.

Y paradójicamente esto resulta en que uno tenga que apoyar a una mala opción, porque la única manera en que una democracia sobrevive a largo plazo es si sus habitantes participan en la misma. La gente que promueve el abstencionismo básicamente se engaña a sí misma (en el mejor de los casos) o sencillamente es su inherente irresponsabilidad reflejada en su participación política (en el peor de los casos).

La democracia puede ser devastadora para minorías y grupos desprotegidos

Como la democracia es, en términos burdos y simplistas, que se ejerza la voluntad de la mayoría, esto fácilmente puede caer en que las minorías se tengan que aguantar crímenes básicamente genocidas cometidos en su contra. O al menos un abandono criminal por omisión.

La urbanización y educación de la población alivian esto de forma automática, aunque terriblemente lenta; pero mientras pueden darse crímenes de lesa humanidad, y lo peor de todo es que dentro de un marco legal institucional. Y esto no afecta nada más a mayorías; todavía viven mujeres en México que les tocó vivir en un país donde no tenían los mismos derechos que los hombres.

Los deseos de las mayorías no pueden pasar por encima de los derechos de las minorías; y es impresionante como absolutamente todas las democracias del mundo han fallado en esto de una manera u otra.

Y la democracia es lo mejor que tenemos

La conclusión de toda esta deprimente perorata (que la digo y la sostengo: la democracia apesta), es que a pesar de todos sus problemas (y tiene muchos más que los que acabo de mencionar), la democracia es la mejor opción que tenemos disponible.

Como mencionaba en mi entrada anterior, necesitamos un gobierno. Y si no hay posibilidad de que nos deshagamos del mismo, entonces la mejor opción que tenemos disponible es que lo elijamos entre todos, porque con un dictador (o cualquier otra alternativa, de hecho) todos esos problemas en general siguen existiendo.

Si entre todos elegimos un gobierno, las cosas van a avanzar de forma lenta y aburrida, van a haber retrocesos casi (o totalmente) criminales, en muchos casos vamos a elegir mal entre varias opciones espantosas, y tendremos que estar vigilantes de la corrupción y de que se respeten los derechos de todos aunque pertenezcan a un grupo minoritario. Pero siempre existirá la posibilidad de elegir a alguien más y de ir mejorando las cosas poco a poco. Muy poco a poco; por eso el PRI duró setenta años, porque había cambio presidencial y porque hubo avances innegables además de los retrocesos criminales, como el 2 de octubre de 1968.

Me parece que casi nadie quiere realmente a un dictador, aunque no dudo que haya gente que en lugar de querer levantarse en armas quisiera que alguien “fuerte” llegara a “poner orden”. Pero creo que México superó eso hace más de un siglo. Tampoco creo que haya muchos que quieran un Estado unipartidista que trate de controlar toda la economía y limite los derechos de los habitantes (porque es la única manera de tratar de controlar toda la economía); no sólo por la pérdida de derechos (yo estaría dispuesto a vivir con eso si se garantizara el bienestar de toda la población), sino porque no funciona: los experimentos que se intentaron el siglo pasado fracasaron estrepitosamente y con violaciones imperdonables de derechos humanos. Y en lo personal tampoco creo en un modelo más “horizontal” (tipo asambleas) por el simple hecho de que vivo en la Ciudad de México y me queda claro que una ciudad de ese tamaño no puede ser gobernada por asamblea (ya viví mi cuota de asambleas en mi vida, gracias). Para comunidades pequeñas es posible que funcione (y repito, en la Ciudad estaría padre que tuviéramos algo equivalente a cabildos a niveles debajo del delegacional), pero no para una ciudad grande; mucho menos para un país del tamaño y diversidad de México.

Así que realmente no existe una alternativa que ofrezca algo mejor que la democracia. Pero incluso si suponemos que existe (que repito, yo sostengo que no existe, al menos no en la actualidad), entonces sólo habría dos maneras de implementarla: o bien el proceso democrático nos lleva a esa “alternativa”, en cuyo caso es sólo una evolución más de la democracia y no es realmente alternativa; o bien se tendría que forzar la implementación vía la violencia de las armas.

Debo dejar claro que la opción de tomar las armas siempre está disponible. Siempre. Decir lo contrario es un sinsentido y básicamente una estupidez, porque a veces no queda de otra; a Nelson Mandela le ofreció el gobierno Apartheid de Sudáfrica liberarlo si prometía no utilizar violencia en su lucha contra el mismo, y por supuesto se negó, porque aunque ya no pensaba usar esa opción (la usó al inicio de su movimiento), la misma siempre está disponible.

Pero que esté disponible no quiere decir que se tenga que tomar, o ni siquiera que sea una buena idea. En el caso de México en particular, tomar las armas para cambiar el gobierno del país es estúpido, además de que está condenado al fracaso porque no hay suficiente apoyo por parte de la población.

Debo hacer aquí el paréntesis obligatorio; creo que el EZLN en 1994 hizo lo correcto al levantarse en armas. De hecho, siendo uno de los sectores de la población más desprotegido y abandonado por parte de los gobiernos federales y estatal de Chiapas, se puede discutir que no tenía otra opción. Pero su levantamiento nunca fue con el objetivo de derrocar al gobierno federal (saben que no pueden) y toda la sociedad civil que nos movilizamos para exigir el alto al fuego (y que lo conseguimos en tiempo extremadamente rápido, por cierto) nunca fue con la idea de apoyarlo para derrocar al gobierno federal (que no era su objetivo, ni el nuestro). Nos movilizamos para que hubiera un alto al fuego y las dos partes se sentaran a platicar, en particular para escuchar a este sector que había sido básicamente abandonado por el país durante los últimos cinco siglos.

Pero para cambiar el país no hay suficiente gente dispuesta a levantarse en armas, punto. Hay muchos sectores de la sociedad en condiciones terribles, pero no hemos llegado al punto en que una masa crítica de ellos su única salida sea comenzar a usar violencia para cambiar las cosas (y los que sí llegan a ese punto, la probabilidad de que se unan al narco es mucho más alta).

Nada más como ejercicio mental, supongamos que sí existe una alternativa a nuestra (débil) democracia y que también hay suficientes habitantes en el país dispuestos a arriesgar su vida para efectuar un cambio en el gobierno por la vía de las armas. Todavía más soñadoramente, supongamos que ganan y tumban al gobierno mexicano e imponen… la que sea la alternativa que se les ocurra imaginar.

Como quince minutos después, nos encontramos con todos los problemas que teníamos antes de levantarnos en armas, con el agravante de haber sacrificado sepan ustedes cuántas vidas humanas y haber destruido sepan ustedes cuánto de la infraestructura nacional, que de por sí no está muy bien que digamos. A reconstruir se ha dicho, con los mismos problemas de antes (ahora agravados por falta de gobierno mientras lo estábamos tumbando), pero eso sí, con un nuevo gobierno que con casi toda certeza será igual de ineficiente e ineficaz, igual de propenso a ser corrompido (no podemos deshacernos del concepto de propiedad, ¿recuerdan?), y con la misma tendencia a generar una enorme burocracia que el anterior.

Pero incluso (ya estamos en Disneylandia en este punto) supongan que existe la alternativa, que hay suficientes habitantes dispuestos a usar la violencia para cambiar las cosas, que lo consiguen y que el gobierno resultante es exitoso. En ese momento tengo que recordar nuestra dolorosa realidad: que vivimos al lado de Estados Unidos y que los mismos jamás permitirían que todo eso ocurriera al sur de su frontera sin hacer nada al respecto. No digo que me guste o no eso, sencillamente es lo que ocurre en el mundo real. Si de por sí los gringos no han respetado nunca nuestra soberanía, no quiero ni siquiera pensar en que pasaría si tuvieran un pretexto de peso para violarla todavía más.

(Noten que en cambio un golpe de estado por parte de fuerzas apegadas a los gringos sería probablemente apoyado por los mismos.)

Así que dentro de las opciones disponibles, la democracia es la mejor que tenemos.

Concluyendo, el punto de esta entrada es nada más explicar por qué creo que México es una democracia (débil), y por qué es la mejor alternativa que tenemos. Esto no quiere decir que ya estén bien las cosas de ninguna manera; mi énfasis en decir todo el tiempo que es débil es justamente porque debemos reforzarla (y no he dicho nada de cómo hacerlo). Además, repito que todavía no menciono nada acerca de las políticas sociales y económicas que me parece el gobierno mexicano debería implementar y que son (hasta cierto punto) independientes de qué tan fuerte sea nuestra democracia.

Entonces, por favor, si quieren discutir si México no es una (débil) democracia o si existen alternativas (posibles en la actualidad) mejores que la democracia, yo encantado. Pero no voy a discutir ningún otro tema en esta entrada, porque ese no es el punto (lo cual se traduce a que borraré cualquier comentario que lo intente). En particular, no me interesa en lo más mínimo la opinión de nadie de que la democracia no apesta, porque es inútil discutirlo cuando mi punto es que es lo mejor que tenemos a pesar de que apeste. Es masturbarse mentalmente cuando de entrada yo concedo que es lo que más nos conviene y no estoy abogando por ninguna alternativa.

En mi siguiente entrada discutiré mis ideas de cómo reforzar la democracia mexicana, que de hecho creo que es lo que más me importa decir. Incluso más que mi opinión de las elecciones de este año y de los participantes en la misma.

2018: Desafortunadamente, necesitamos un gobierno

Este año, como cada seis años desde 1928 (con una extra en 1929 por el asesinato de Álvaro Obregón), habrá elecciones presidenciales. Y por supuesto no cambia nada más el presidente; además de los cambios en ambas cámaras federales (diputados y senadores), hay elecciones locales en las ramas legislativa y ejecutiva y encima de todo, cada cambio ejecutivo a todos los niveles implica un cambio de equipos de gobierno.

Toda esa bola de güeyes, junto con los jueces de la rama judicial, forman el ente heterogéneo de lo que llamamos el gobierno. Y es una discusión válida, dada la crónica ineficiencia e ineficacia de casi todos los miembros de todos los niveles en todas las ramas del gobierno (por no decir corrupción y criminalidad en algunos casos), el preguntarnos si de verdad necesitamos un gobierno. No es una pregunta tonta y de hecho existe la posibilidad de que eventualmente podamos deshacernos del gobierno, pero todas las evidencias apuntan (esto me parece es conscenso no sólo en México, sino en todo el mundo en general) a que por ahora sí lo necesitamos. Desafortunadamente.

Debo enfatizar que el punto de esta entrada es respecto a la pregunta binaria de si necesitamos gobierno o no; en otras palabras, únicamente la pregunta cuya respuesta es exclusivamente o no. El punto de esta entrada no es respecto a la pregunta cualitativa de cuánto gobierno queremos o necesitamos; dicho de otra manera, si necesitamos poquito o muchote gobierno, para esta entrada eso no importa: esas dos respuestas implican que necesitamos gobierno.

A la ideología que promueve la eliminación del gobierno (o sea, no nada más modificar o derrocar al gobierno actual, sino de plano desaparecer cualquier tipo de gobierno) se le denomina anarquismo y (como suele ser con todas las ideologías) tiene como catorce millones de variantes distintas. Yo voy a centrarme nada más en dos, porque es mi parecer que todas las demás gravitan en torno a una o la otra.

Anarcocapitalismo

Aunque muchos no lo crean, el término existe. La idea es básicamente “Uber todo”; que con el avance tecnológico (en particular con las teconologías de la información) todo el mundo pueda ofrecer productos y servicios a todos los demás y que el mercado (la ley de la oferta y la demanda) se encargue de lo demás. Si llevamos esto al extremo, entonces la necesidad de tener un gobierno (sostienen los proponentes) desaparece; todo sería privado: seguridad, carreteras, educación, salud, y el mercado decidiría cuáles son elegidos por los consumidores (no habría ciudadanos entonces).

En mi humilde opinión, esto es algo ligeramente retrasado mental. Para muchas cosas las tecnologías de la información de hecho han democratizado la creación de varios productos; KickStarter y servicios similares permiten conectar directamente a los productores con los consumidores, eliminando intermediarios y permitiendo la creación de productos para mercados especializados. Eso está chido.

Pero para cosas que son derechos humanos, como educación y salud, las leyes del mercado nunca van a producir los mejores resultados. Tampoco para cosas como proteger el medio ambiente o los derechos de mujeres y minorías. Dejar correr libre al mercado en esos casos lleva al desastre, como lo hemos visto una y otra y otra vez. E incluso en los casos donde el mercado eventualmente podría solucionar cosas, el precio a pagar si lo permitimos es demasiado alto; tomen por ejemplo el mercado farmacéutico. Si una compañía farmacéutica crea una medicina que funciona inicialmente pero a largo caso tiene efectos secundarios devastadores (que por cierto, ya ha pasado), ciertamente el mercado la llevaría a la quiebra eventualmente (al menos en teoría); pero el costo en vidas humanas es excesivamente alto como para que dejemos que eso ocurra “naturalmente”. La industria farmacéutica (vista como industria que necesita generar una ganancia) necesita estar regulada. En una sociedad donde exista el concepto de propiedad y por lo tanto haya mercados con orfeta y demanda, se necesita un ente justamente que evite que las leyes del mercado resulten en la explotación inhumana de los sectores más desprotegidos (que suelen ser los que menos tienen) o en la destrucción del medio ambiente o vidas humanas a largo plazo por una ganancia económica a corto plazo.

Ese ente es el gobierno.

Comunismo puro

El comunismo ideal desemboca de manera bastante natural en anarquismo, bajo la idea de que el avance tecnológico liberará al ser humano de la necesidad de trabajar para satisfacer sus necesidades básicas. No sólo comida, ropa y habitación; también cosas como educación, salud, entretenimiento, belleza e incluso cosas que ahora calificamos como lujos. La idea no es tan descabellada como inicialmente pudiera parecer; si imaginamos un futuro donde robots se encarguen de todas las labores manuales, entonces casi automáticamente se pueden producir todas las necesidades de todos los seres humanos sin que los mismos tengan que hacer nada, excepto checar de vez en cuándo cómo van los robots (y con robots suficientemente avanzados, ni siquiera eso).

En ese momento pierde todo el sentido la construcción social de propiedad, porque nadie necesitaría nada (físico) y todos podrían tener cualquier cosa (física) que se les antojara. Y si no hay propiedad entonces no hay necesidad de protegerla y la razón de ser del gobierno básicamente desaparece. También desaparece el mercado, porque no habría demanda en una sociedad de plenitud donde para todo mundo alcanza todo. Casi todos los problemas en la humanidad se reducen a que alguien quiere algo físico que no puede obtener.

Hay mucha gente que no puede meterse ese concepto en la cabeza. Cualquier escenario apocalíptico resultante de que no tengamos que trabajar para producir nuestras necesidades básicas se puede contestar fácilmente si suponemos que algún avance tecnológico se hará cargo de todo el trabajo aburrido. Pero es una suposición muy fuerte y una que está lejos de ser satisfecha.

En la actualidad un montón de nuestras necesidades a su vez necesitan harta labor humana para ser producidas y mantenidas; y (más grave todavía) probablemente no tengamos la capacidad de producirlas y mantenerlas para todo el mundo. Comida y vestido a lo mejor ya podamos (ciertas cifras así lo dejan entrever), pero como menciono arriba, los seres humanos cada vez tenemos más necesidades que sin duda alguna califican como básicas: salud y educación al menos, pero probablemente acceso a Internet (que implica electricidad), sistemas de tuberías, infraestructura urbana y líneas de comunicación (autopistas, rieles ferroviarios, aeropuertos) deban incluirse. No alcanza para todos, todavía, y eso implica que habrá quien tenga más y habrá quien tenga menos. Por cierto, en este punto debería quedar claro que si algún día la tecnología llega al punto de poder proveer para todos, debe ser para todos: todo el mundo. No puede haber un sólo país o bloque comunista y que el resto no lo sea; o todos coludos o todos rabones.

Mientras no lleguemos a ese punto existirá el concepto de propiedad, y entonces debe haber un ente que proteja la propiedad de algunos de aquellos que quieran quitárselas.

Ese ente es el gobierno.

Y entonces necesitamos un gobierno

Por cómo planteo las cosas, debe quedar claro que a mí me parece que una de las opciones para deshacernos del gobierno (el comunismo puro) sí es posible. Así lo creo; y como soy inherentemente optimista me parece que la humanidad se encaminará hacia esa dirección eventualmente. También creo que no me va a tocar verlo; y probablemente tampoco a mis hijos ni a mis nietos, pero sí creo que si la humanidad no se autodestruye ese será nuestro futuro.

Como sea, son sueños guajiros en este momento; ahora necesitamos un gobierno, que defienda la propiedad privada y que evite que las reglas del mercado se apliquen a lo bestia, porque eso siempre conduce al desastre. Y por cierto, nada más existen ese tipo de gobiernos en la actualidad, no importa cómo se autodenominen. En todos los países del mundo existe el concepto de propiedad (al menos para ciertos sectores) que el gobierno correspondiente protege (con distintos grados de éxito); y en todos los países del mundo el gobierno correspondiente trata de influir (con distintos grados de éxito) las leyes de la oferta y la demanda locales (con los habitantes del país) y globales (con los países con los que comercie). No hay países comunistas (por más que China quiera decir que lo son) ni reyes feudales (aunque Arabia Saudita se acerque).

Desde un punto de vista económico y de aplicación e intención de la ley, todos los países del mundo hacen lo mismo; favorecen a ciertos sectores más que a otros al momento de proteger su propiedad privada; e influyen más o menos en sus economías para restringir la ley de la oferta y la demanda.

Hay mucho más que puede (o no) hacer un gobierno, por supuesto; puede permitir o no a su población (o a ciertos sectores de su población) expresarse; puede hacerle caso o no a esas expresiones; puede permitir que todos o sólo ciertos sectores participen en la toma de decisiones; puede permitir o no que todo mundo pueda ser parte del gobierno; etcétera. Eso es lo que diferencia a los distintos gobiernos en el mundo, realmente; qué tanta “libertad” (entre comillas, por supuesto) tienen sus habitantes (incluyendo la libertad de ser parte del gobierno) y qué tan “libre” es el mercado.

Estas dos “libertades” no son completamente dependientes una de otra, pero tampoco son completamente independientes; los Estados Unidos y Sudáfrica eran economías de libre mercado mientras discriminaban genocidamente a sus poblaciones negras, pero esta discriminación resultaba en influir en el libre mercado (si no puedo servirle comida a negros, estoy perdiendo clientes). De la misma manera, no importa mucho que los ciudadanos sean “libres” si el mercado es a su vez tan “libre” que esto resulta en que una proporción desmedida de la población no pueda satisfacer sus necesidades básicas, por lo que esos ciudadanos no pueden ejercer su “libertad” dado que ni siquiera pueden subsistir. Lo cual (por cierto) a su vez afecta al mercado porque son miembros de la población que efectivamente no participan en la economía del país.

Entonces como necesitamos un gobierno, justamente lo que tiene que discutirse es qué tanta “libertad” tienen los gobernados correspondientes y qué tanta “libertad” tienen los mercados. He estado poniendo “libertad” entre comillas porque es un término cargado; en principio todo mundo pensaría que la mayor “libertad” para todo mundo es lo mejor, pero esto no es cierto. Nadie tiene la “libertad” de no pagar impuestos, porque es como el gobierno (que como argumento es necesario) puede proteger a sus habitantes más desprotegidos (idealmente para eso es que queremos un gobierno); nadie tiene la “libertad” de no vacunar a sus hijos bajo la idea pendeja de que las vacunas son “malas”, porque eso afecta la inmunidad social de toda la población; nadie tiene la libertad de negarle un producto o servicio a alguien por su raza u orientación sexual, porque esto afecta la libertad del potencial cliente. Y lo mismo pasa con el mercado; ninguna empresa farmacéutica tiene la “libertad” de vender “medicinas” que no funcionen (o peor: que perjudiquen) bajo falsas promesas; ninguna empresa tiene la “libertad” de pagar tan poco como acepten los empleados, porque esto causaría (siempre) que los salarios (que de por sí en México son malos) fueran inhumanos; ninguna empresa tiene la “libertad” de contratar niños como empleados de tiempo completo, porque son de los sectores más desprotegidos y tenemos (como sociedad) que hacer absolutamente todo lo que esté en nuestras manos para protegerlos; ninguna empresa tiene la “libertad” de nada más contratar hombres bajo la idea de que las mujeres producen menos dado que pueden embarazarse, porque si no interviene el Estado entonces la igualdad de género sencillamente nunca va a ocurrir.

(Sin duda alguna varias cosas de las que acabo de mencionar muchas personas estarán en contra de ellas; sin embargo no las voy a discutir aquí: borraré todo comentario que trate de iniciar una discusión al respecto. Esta entrada en la serie es únicamente acerca de la necesidad de tener un gobierno, sólo permitiré comentarios de ese tema.)

Como necesitamos (y sí, necesitamos, lo queramos o no) un gobierno, hay que discutir este equilibrio entre la “libertad” individual de cada ciudadano y la “libertad” de los mercados que dicho gobierno permitirá (y sí, lo permite en el sentido de no utilizar la fuerza del Estado para contenerla/reprimirla/forzarla). Y todo esto es relativamente flexible; un gobierno puede aumentar o disminuir las libertades de los ciudadanos (por ejemplo, prohibir fumar en espacios públicos o cobrar un impuesto especial en bebidas alcohólicas) o la de las empresas del mercado (por ejemplo prohibir salarios menores al mínimo o disminuir impuestos para impulsar el desarrollo de nuevas tecnologías). Además, es ortogonal (hasta cierto punto) de cómo participa la ciudadanía en el gobierno (si es que éste lo permite en primer lugar).

De esto último es de lo que hablaré en la siguiente entrada; cómo funciona (o no) en México la participación ciudadana en el gobierno, qué otras opciones están disponibles y si tiene sentido intentarlas en este momento. La discusión de qué tanto debe intervenir el Estado en la economía lo dejaré para más adelante.

2018: Introducción

Mis dos o tres lectores regulares habrán notado que incrementé el ritmo con el que publico entradas. Aunque inicialmente sólo para poder reseñar las películas que me faltaban (y sí quiero terminar, algún día, con mis platinos en PlayStation), existe otra razón para el cambio.

Este año tenemos elecciones presidenciales y me parece que debo volver a escribir sobre política. Sin embargo, no me interesa tanto decir por quién voy a votar (va a ser por el Peje) ni explicar las razones que tengo para hacerlo (básicamente que, desde mi punto de vista, es la única opción con probabilidades razonables de mejorar las cosas en el país). Para eso, mi página de hace doce años en general se mantiene (reemplacen PRD con Morena).

Pero no es sólo que no quiero repetirme en esos argumentos; también estoy convencido de que, al menos en este próximo sexenio, las cosas no van a cambiar radicalmente. Gane quien gane, las cosas pueden mejorar o empeorar, y en ambos casos será por una fracción perceptible pero no apabullante; en otras palabras, el país no se va a caer por un precipicio ni tampoco se van a solucionar todos nuestros problemas. Repito, gane quien gane.

Con esto no quiero decir que las elecciones de este año no importan; todo lo contrario, importan más que nunca… que paradójicamente es la situación normal en una democracia, incluso una tan dañada como la mexicana.

Justamente de eso quiero escribir; lo que entiendo yo acerca de la democracia mexicana, sus razones de ser, mis motivos para defenderla y mi deseo de mejorarla. Que por supuesto está relacionado con los gobernantes nacionales a todos los niveles, pero que es (al menos en principio) ortogonal a los partidos a los que pertenecen. O en otras palabras; gane quien gane este año la presidencia por supuesto que importará para la vida democrática nacional a qué partido o coalición pertenezca, pero una vez inaugurado será el presidente (o la presidenta) de todos los mexicanos, le guste o no a quien sea. Y lo equivalente con todos los niveles de gobierno; el próximo jefe o jefa de gobierno gobernará sobre todos los habitantes de la Ciudad De México, le guste o no a quien sea, etc.

También me interesa tener una discusión inteligente al respecto con personas que discrepen con mi punto de vista; pero no me interesa entrar en una guerra de insultos. Mi vida se ha vuelto mucho más complicada en estos dos últimos sexenios como para estar perdiendo tiempo con gente idiota. Así que cualquier comentario que yo no califique de inteligente será sencillamente eliminado; no tengo ni interés ni tiempo para lidiar con gente pendeja.

Si alguien cuestiona de manera civil y racional mis puntos de vista con gusto entraré a la discusión; pero al primer momento en que quieran degenerarlo en gritos, insultos generales o ataques personales se acabó, sencillamente borraré el comentario (les recuerdo que modero todos y cada uno de los comentarios que aparecen en mi blog). De la misma manera, cualquier comentario del estilo de “muy bien dicho” o “completamente de acuerdo” sin contribuir sustancialmente a la discusión lo voy a eliminar; es únicamente ruido.

Y lo que pasa es que justamente tiene que cambiar la discusión a largo plazo en el país acerca del papel del gobierno en la vida nacional (básicamente qué tanto interviene) y el papel de la ciudadanía en la política local y nacional (básicamente también qué tanto interviene). Y toda esta discusión es (al menos en principio) independiente de quién en particular sea presidente, jefe de gobierno, senador o diputado. Además de que hay que discutir, de manera pragmática, qué se va a hacer con los temas de delincuencia y corrupción (que van juntos con pegado).

En los próximos meses y semanas estaré escribiendo entradas en esta serie, y la mayor parte de ellas serán aplicables a cualquier elección en este país, no nada más la de este año. Eventualmente, supongo, entraré a detalle con los participantes de este ciclo; pero de verdad no es en lo que me quiero enfocar. Me quiero enfocar en discutir lo que queremos para la vida democrática del país, comenzando (aunque parezca obvio para muchos) por qué en primer lugar queremos una democracia, o incluso un gobierno.

Nada más como advertencia preliminar: me considero alguien razonablemente inteligente, bastante cultivado y sin duda altamente educado (tengo un doctorado, al fin y al cabo). Nada de eso me califica en lo más mínimo como experto para hablar de política, temas sociales o economía, pero justamente de eso es de lo que voy a estar hablando en estas entradas. Mi opinión es únicamente como ciudadano mexicano y sin duda alguna diré cosas erróneas (principalmente por omisión); apreciaré cualquier corrección en los hechos que afirme, pero si está abierto a interpretación entonces necesitaré una argumentación (sin faltar al respeto, por favor) de por qué lo que digo está mal.