David Romero

En 2013, un compañero del posgrado me preguntó si estaba disponible para una chamba en el entonces IFE. Como mi doctorado estaba estancado y ganaba una miseria como profesor de asignatura de la Facultad, dije que sí.

Fue así como conocí a David Romero, con quien trabajé en el IFE y luego en el INE, con el que tengo escritos dos artículos (uno a punto de ser publicado, otro recién enviado), y que fue sinodal de dos de mis tesistas titulados.

Hoy en la tarde, y por complicaciones con Covid, David falleció en su casa, bajo el cuidado de su esposa que también está infectada.

David fue un ser humano extraordinario; hace unos años pedimos un proyecto, y David me mandó su currículum para que lo subiera al sistema en línea que teníamos que utilizar. Pocas cosas me han hecho sentir tan humilde como el leer el currículum de David; decenas de publicaciones en un montón de áreas de matemáticas, ciencias de la computación y similares, además de una experiencia enorme trabajando en la industria pública y privada.

David, entre otras cosas, hacía matemáticas; pero no era realmente matemático. De origen era ingeniero y después hizo su posgrado en matemáticas aplicadas y computación, habiendo además pasado un tiempo no trivial programando cuando el concepto de “computadora personal” todavía era un sueño. Nunca pasó por la Facultad de Ciencias realmente, ni como alumno ni como profesor.

Pocas personas en este mundo he admirado y querido tanto como a David. Fue un gran amigo, mentor y figura a la que me gustaría poder aspirar a parecerme, pero que sencillamente ni siquiera me planteo, porque no creo poder nunca ni siquiera acercarme a la calidez, simpatía y humor que él tenía. Por no hablar de su demoledora inteligencia y conocimiento enciclopédico.

Hoy la humanidad perdió una de sus grandes mentes, y la UNAM a uno de sus investigadores más productivos. Yo perdí a uno de mis mejores amigos, y a uno de los mentores más importantes que he tenido en mi vida académica.

Consecuencias de la emergencia

Hubiera esperado que estando encerrado pudiera tener más tiempo para actualizar mi blog, pero ese no fue el caso. Y de hecho no veo que la chamba disminuya; el tener que tratar de mover mis cursos a funcionar en línea ha sido más trabajoso de lo que yo esperaba.

Como sea, no es de eso de lo que quiero escribir (directamente); más bien es para comentar que, dada la emergencia, mi Facultad está ofreciendo varios libros de manera gratuita, al menos en su versión electrónica. Así que si todavía tenían dudas de cómo estaba mi libro, ahora lo pueden comprar en línea por el inmejorable precio de cero centavos cero.

A ver si por fin un día de estos comienzo a reseñar la bola de películas que tengo atoradas para escribir de ellas.

Juárez

Estoy en Ciudad Juárez, Chihuahua, porque vine a dar una plática en las Jornadas de Física y Matemáticas, y (al parecer) un curso de seis horas.

Mis lectores habituales habrán notado que en marzo mis entradas en el blog se detuvieron casi por completo, después de varias semanas de haber estado publicando de forma bastante regular. El semestre y múltiples otras cosas (este viaje entre ellas) dominaron mi tiempo estas semanas, así que no había podido escribir; pero tengo varias cosas que estoy preparando (incluyendo múltiples películas).

Como sea; nunca había estado tan cerca de la frontera México-Estados Unidos en mi vida… y no planeo acercarme más, porque ni siquiera tengo visa (expiró en 2017 y me niego a renovarla hasta que los gringos pongan en orden su casa y saquen a Trump). La comida ha estado buena y eso que todavía no me llevan a comer burritos.

Esta semana tampoco actualizaré mucho el blog; pero regresando a la Majestuosa espero irme poniendo al día.

Estructuras de Datos con Java moderno

Me gusta pensar que soy altamente funcional (me parece que hay evidencia suficiente de que esto es cierto); y yo supongo que esto es en gran medida porque me conozco y sé qué es en general lo que me define como persona. Y como siempre he estado en gran medida de acuerdo con la teoría del conductismo, tiendo a definirme a mí mismo en términos de lo que hago y a lo que me dedico. Mucha gente (probablemente la mayoría) separan de manera explícita su identidad de a lo que se dedican; se asumen como rockeros, cinéfilos o gamers, pero esta identidad es independiente (a veces incluso contraria) a lo que hacen para ganarse la vida; su trabajo es únicamente lo que hacen para pagar la renta. Yo no (y esto me parece es muy común en la academia); y sinceramente es parte de los motivos por los que me parece que soy altamente funcional: me encanta lo que hago, que repito considero es lo que me define.

Podría reducirlo a una única cosa, pero para que esta entrada tenga sentido tengo que usar tres:

  1. Soy profesor. Literalmente es lo que mi puesto oficial de trabajo dice en mi contrato, pero me parece que a un nivel más profundo es lo que soy: maestro, mentor, educador. Dar clases es básicamente alrededor de lo que gira mi vida y aunque creo que pude haberme dedicado (como trabajo principal) a otras cosas, jamás hubiera dejado de dar clases por completo. Además creo que soy bastante bueno como profesor; ciertamente es lo que me dicen la mayor parte de mis estudiantes y no voy a caer en una falsa modestia al respecto, cuando me encanta y es de las cosas que más tiempo y esfuerzo le dedico.
  2. Soy programador. Que por supuesto es a lo que probablemente me hubiera dedicado si no hubiera conseguido mi plaza. Programar es con casi toda certeza a lo que más tiempo le dedico cuando no estoy ocupado con mis clases o preparándolas, aunque hay una intersección importante dado que normalmente en mis clases enseño a programar. Me considero también muy buen programador y de nuevo es básicamente porque me encanta y porque de una manera u otra llevo casi treinta años programando sin interrupción. Aún sin talento innato tanto tiempo dedicándole a algo hace que cualquiera se vuelva razonablemente bueno.
  3. Soy escritor. Contrario a dar clases y programar, escribir es algo que nunca me planteé seriamente como forma de vida. Igual y lo hubiera conseguido, pero la verdad jamás lo intenté. De hecho, ni siquiera pensé en intentarlo. También debo hacer notar que nunca tomé un curso de escritura creativa ni nada por el estilo; después de mis clases de redacción en el CCH, nunca estudié las letras en un entorno académico. Pero sí he leído bastante y gracias al blog (y otras cosas) también es algo que básicamente no he dejado de hacer desde hace años. Pero con mi escritura sí soy más humilde; me parece que mi redacción está bien, pero nada para pegar de brincos. Escribí una novela y a mí me gusta mucho, pero me queda clarísimo que no es una joya de la literatura latinoamericana: especialmente con lo espectacular que es la literatura latinoamericana. Pero sí me considero escritor y una de las cosas que me definen.

De esta tercera característica definitoria de mi persona es de lo que trata esta entrada. Ayer en la tarde, después de más trámites de los que jamás hubiera imaginado eran necesarios, salió publicado mi tercer libro: Estructuras de Datos con Java moderno.

Estructuras de Datos con Java moderno

Estructuras de Datos con Java moderno

Es mi tercer libro publicado, pero para mí es especial porque es el primero que escribo yo solo (y que me publican, no como mi novelita).

Todo el proceso de escribir el libro fue muy divertido (los trámites para publicarlo no tanto) y en particular todo el aspecto técnico también. Por supuesto el libro está escrito en \LaTeX; yo nunca he sido un experto en \LaTeX pero me defiendo usándolo y para este libro aprendí (o recordé) un montón de cosas. En particular todas las figuras del libro están escritas en TikZ (excepto una) y todo el código está resaltado (highlighted) y coloreado (al menos en la versión electrónica) usando listings. Me gusta mucho cómo quedó el diseño interno del libro, que es 100% mío.

Además del gusto de que saliera publicado, sí necesitaba este libro. Mi curso de Estructuras de Datos en la Facultad de Ciencias lo doy de tal manera que la mayor parte del material que existe es sencillamente insuficiente de manera individual; la definición de las estructuras y los algoritmos correspondientes suelen estar cubiertos en un montón de libros, pero la implementación utilizando las características modernas del lenguaje de programación Java es normalmente omitida. Y sí es fundamental que los estudiantes implementen las estructuras, no nada más que las estudien. Como sea de ese último punto es que sale lo de “con Java Moderno” del título.

A mis estudiantes en semestres anteriores les pasé versiones preliminares del manuscrito, y en general me han dicho que sí les sirvieron mucho, así que espero que les sea útil a los que vengan. Y a mí me facilita mucho dar mi clase, porque puedo basar las clases en los capítulos; pedirles a los chavos que lean un tema en particular antes de una clase; o si un tema no me da tiempo de cubrirlo completamente en el pizarrón, puedo dirigirlos a los capítulos correspondientes. También le facilita la vida a los alumnos, porque el curso es práctico (tienen que implementar las estructuras) y me parece (y me han dicho) que con el libro disponible pueden terminar las cosas de manera más sencilla.

Otra cosa que hubo con el proceso de escribir el libro en \LaTeX es que yo sabía que me iban a pedir una versión electrónica del libro; de hecho es uno de los requerimientos del proyecto PAPIME con los que financié su publicación (por cierto, la nueva encarnación de Tenochtitlán salió del mismo proyecto). Mis experiencias transformando \LaTeX a HMTL (porque los libros electrónicos usan una versión simplificada de HTML) habían sido bastante decepcionantes hasta ese momento (es un problema complicado); más aún porque hago cosas en mi libro que definitivamente no son estándar.

Pero entonces Omar me platicó de Pandoc y así fue como perdí varias semanas de mi vida. Pandoc (debo aclarar) no resuelve el problema, pero sí resuelve un subconjunto importante y dado que es un traductor de muchos lenguajes de marcado a muchos otros lenguajes de marcado y que ofrece la posibilidad de insertar un filtro personalizado en medio de dicha traducción, yo me puse mi gorro de programador y escribí un filtro. Debí hacerlo en Haskell, porque Pandoc mismo está escrito en Haskell; pero supuse que no sería tan complicado y me siento mucho más cómodo con Python, así que me puse a escribir mi filtro en Python.

Terminé escribiendo 3,269 líneas de código divididas en 7 módulos, porque aunque en su forma más simple un filtro sólo toma la representación interna del documento \LaTeX (incluyendo bloques enteros sin traducir, si no los entiende) y regresa modificaciones a dicha representación interna (por ejemplo, traducir en el filtro los bloques que Pandoc no entiende), mi caso de uso era mucho más complejo. Mi “filtro” (que creo que merece el nombre de “sistema” en este punto) hace toneladas de cosas más, como tener una base de datos de las referencias a etiquetas; contar los capítulos, secciones, subsecciones, teoremas, lemas, figuras, listados de código, etc.; llevar el índice alfabético (que es una pesadilla); generar encabezados y pies de página para ligas de navegación; etc., etc., etc.

Y debí hacerlo en Haskell porque evidentemente el filtro es recursivo; la mayor parte de las veces cuando Pandoc no entiende un bloque yo sólo debo traducir el inicio y final del mismo e invocar recursivamente el filtro en los contenidos al interior del bloque. Esto puede repetirse a múltiples niveles, obviamente. En Python funciona (no habría razón para que no funcionara), pero entonces implica ejecutar de nuevo Pandoc pasándole mi filtro una vez más. Python, además siendo no particularmente rápido, hace que todo el proceso sea mucho más lento de lo que sería si hubiera escrito mi filtro en Haskell en primer lugar (en cuyo caso sólo se invoca como biblioteca dentro del proceso principal de Pandoc). La nueva encarnación de Aztlán toma cerca de un minuto convertir todo el libro a su versión electrónica; no es lo peor que ha ocurrido en el mundo, pero podría ser más rápido.

Como sea, la versión electrónica queda bastante chida; y al menos en mi teléfono y tableta se ve increíble (aunque obviamente prefiero cómo se ve impreso).

Teniendo ya el libro (incluyendo su versión electrónica), lo que siguió fueron los trámites para que me lo publicaran, que incluyeron que fuera aprobado para su publicación por el comité editorial de la Facultad de Ciencias. El proceso fue sencillo en el sentido administrativo; le di al comité copias impresas del manuscrito (matando quién sabe cuántos arbolitos en el proceso); el comité seleccionó árbitros que leyeran el libro; los árbitros lo leyeron y entregaron al comité correcciones y sugerencias para mi libro; yo hice algunas correcciones o sugerencias y expliqué por qué no estaba de acuerdo con otras que no hice; y por último se aprobó la publicación del libro. Es la mecánica estándar en la academia, me parece.

Lo único es que entre que di mi manuscrito y que los árbitros me dieron sus correcciones y sugerencias, pasó más de un año. No ayudó que en medio de ese año hubo un cambio en la comisión editorial. Pero bueno, hoy por fin salió mi libro; entre que el comité me dio su carta de que el libro estaba aprobado para publicar y que lo publicaran, pasaron poco más de dos meses. Así que en la práctica, me tardé más tratando de publicar el libro que en escribirlo.

Lo primero que hice cuando me dieron un ejemplar del libro (ya sin plástico protector), fue abrirlo y olerlo. Y huele a lo que suelen oler los libros nuevos; papel y tinta. Me gustó mucho cómo salió la impresión; no es una edición fina, pero es una edición buena y competente.

Como decía arriba, este no es mi primer libro; pero más importante que eso, es que espero no sea el último. Tengo varios libros planeados a corto y largo plazo, así que espero ir sacándolos dentro de los siguientes años (o décadas, si se tardan igual que éste). Es de las razones por las que ya no escribo tanto en el blog; mi energía creativa escribiendo suelo gastarla en los múltiples libros que tengo en distintos grados de avance. Y no me molesta para nada la idea de que mi principal legado (además de los alumnos que formo) sean varios libros de texto para materias de programación… que probablemente se vuelvan obsoletos a los pocos años, porque la computación avanza a una velocidad vertiginosa.

El segundo hogar

Una de las cosas que me gusta hacer en Barcelona (y que lamentablemente no hago nada similar en la Ciudad de México) es ir caminando al restaurante Paco Alcalde y comerme o bien una paella o bien un arroz negro junto con media botella de vino. Como normalmente me hospedo cerca de la UPC, esta caminata me suele llevar un par de horas y aprovecho para tomarme un café y meterme a librerías de viejo; llevo años buscando las ediciones en español de The Dispossessed de Ursula K. Le Guin y Hawksbill Station de Robert Silverberg, porque quiero que mi papá las lea.

Esta vez me tocó lluvia, que como suele ser normal en Barcelona cae fuerte sólo unos cuantos minutos y al rato el sol está de nuevo a todo lo que da; esto resultó en que mi caminata tardara más de lo normal y que me mojara un poco.

En verdad me gusta Barcelona, pero debo admitir que mis viajes aquí han adquirido cierta cotidianidad; aunque por supuesto no vengo nada más porque me gusta, vengo porque tengo con quién trabajar aquí y entonces encaja en mi vida académica. De cualquier manera, sí me sorprendió que cuando comenzó a caer la lluvia, no dudé un momento en abandonar mi plan de llegar por la Diagonal hasta la Sagrada Familia y dirigirme directo a Plaza Cataluña. No pensaba entrar de cualquier manera, iba a sólo ver los avances de la obra por afuera.

Mi punto es que no hay esa ligera angustia que existe al ir a otras ciudades, de sentir la obligación de ir a todos los lugares que se puedan porque quién sabe cuándo se pueda regresar (si es que es posible). Si esta vez no vuelvo a ver la Sagrada Familia, la iré a ver la próxima vez que venga. Porque siempre habrá próxima vez, dado que Barcelona es como mi segundo hogar.

Barcelona 2018

De nuevo estoy en el Aeropuerto de la CDMX esperando a abordar mi vuelo a Barcelona, vía Madrid. Este año el itinerario es mucho más sencillo que el anterior; voy a ir a pasear con mi mamá a Bilbao y a una estancia de investigación en Barcelona. Regreso a México el 29 de julio, persiguiendo el atardecer.

Como había mencionado que haría la última vez que me trepé a un avión, estoy en la sala de espera mamona que puedo usar por mi tarjeta de crédito. No sé si mi crédito aumentó desde la última vez o si ahora ando más guapo, pero esta vez sí me ofrecieron bebidas alcohólicas, por lo que estoy muy contento tomándome un tequila antes de treparme a mi avión.

Estas vacaciones han sido extrañas; entre las elecciones (que sí me tuvieron más preocupado de lo que me permito admitir), la bola de cosas que tengo pendientes y preparar el viaje, realmente no he descansado mucho. Y pues a Barcelona, como siempre, voy en gran medida a trabajar, no ha descansar. Pero espero sí disfrutar el paseo en Bilbao; nunca he estado ahí y es la primera vez que mi mamá y yo paseamos en Europa.

Independientemente, ir a Barcelona es como regresar a mi segunda casa, así que eso sí lo espero con ansias.

Los veo del otro lado del charco. Si el avión tiene el buen gusto de no caerse.

La sala de espera mamona

De nuevo estoy en el aeropuerto, ahora para ir a un congreso en Guadalajara, el de la Sociedad Mexicana de Investigación de Operaciones, a la que ahora pertenezco porque mi vida es complicada.

Por qué debo ir al congreso, además de porque es de una sociedad científica a la cual pertenezco, es una historia interesante que no voy a platicar hoy. Nada más diré que voy como participante, no como ponente, que mucha gente lo describe en el medio académico como “ir de paseo”, aunque no sea realmente el caso.

Como sea, el punto de esta entrada es que por primera vez en mi vida utilicé la sala de espera mamona a la que tengo acceso por una de mis tarjetas de crédito. Desde hace años sabía de la existencia de dichas salas, pero por alguna razón nunca había hecho uso de ellas; pude haberlo hecho en Barcelona y en Nápoles este año, o en Atenas hace dos años.

Está simpático. Un poco más cómodo y algo menos engentado que las salas de espera normales, con más lugares dónde cargar la batería de electrónicos. Aunque mi tarjeta de crédito debe ser medio chafa, porque nada más me ofrecieron bebidas no alcohólicas y cacahuates.

Supongo que tiene sentido que use estas cosas si es de los beneficios que me proporciona mi tarjeta de crédito; voy a empezar a hacer de eso de ahora en adelante.

Los trenes

Conocí a mi amiga Birgit en el DocCourse de 2009 en Barcelona, durante mi primer viaje a Europa. Cerca del final del viaje, nos dijimos mutuamente que estaría padre que nos visitáramos en nuestros respectivos países, porque por qué no.

La verdad es que en general todos los miembros del DocCourse (un par de docenas al menos), dijimos eso; y siendo justo para casi todo el resto de ellos sí lo cumplieron. Por supuesto tienen la ventaja de vivir en Europa, no como yo que tengo que cruzar el charco.

Siendo justo con Birgit en particular, ella ha venido a México un montón de veces después del DocCourse; nunca a verme a mí, pero viene seguido a trabajar y generalmente nos vemos aunque sea una vez cuando esto ocurre.

Yo no pude ir a visitar a mis amigos del DocCourse, al menos no tan seguido como me hubiera gustado. En 2009 fui a San Francisco a visitar a Eddie aprovechando una estancia en California durante el verano, y en 2010 fui al examen de grado de Vincent aprovechando que estaba en una estancia en Barcelona. En el 2011 técnicamente no fui a visitar a nadie, pero me encontré a varios por distintas partes del mundo durante mi viaje demente de 6 meses hacia el final de mi beca de doctorado.

Y después tardé en de hecho doctorarme y luego obtener mi plaza en la Facultad de Ciencias. Pero en cuanto lo hice, el año pasado pasé a visitar a Eddie en Wisconsin y a Fred y Anna en Colonia.

Y por supuesto Birgit me reclamó amargamente en su última visita de por qué no le había avisado que iba a Europa para tratar de encontrarnos.

Así que en este viaje vine a mi congreso en Italia, pasé a mi cotidiana visita de investigación en Barcelona, y el jueves me trepé a un avión a Viena en Austria, para por primera vez en mi vida ir a visitar a Birgit.

Estuvo padre; Graz es un pueblo chiquito, pero bonito, y la verdad sí fue padre cumplir una promesa hecha hacía más de ocho años.

Lo que no estuvo padre es que no tenía tiempo (de por sí mi estancia en Barcelona fue corta), y que consecuentemente no pude salir de ahí en avión. Al menos en un vuelo directo de Graz y/o Vienna a Nápoles.

Así que tomé tren. Y aquí es donde se pone medio triste el asunto.

Mi experiencia con trenes nunca ha sido terriblemente satisfactoria en Europa; suelen ser más lentos y más caros que los aviones (para transportarse entre ciudades importantes al menos), y aunque todo mundo parlotea acerca de la comodidad, la verdad es que no le veo mucha ventaja sobre los aviones (excepto que no hay estúpido pase por seguridad para verificar que no tenga más de 100 mililitros de crema líquida).

Para salir de Graz tuve que tomar un tren a Knittelfeld, de ahí un tren nocturno a Boloña, y aquí estoy esperando por mi tercer tren a Nápoles (regla estúpida de estos viajes académicos; uno tiene que regresar a México por la ciudad a la que partió originalmente).

El tren a Knittelfeld estuvo bien, pero el tren nocturno fue bastante desagradable. Ya sabía que tenía que compartir mi vagón con otros individuos; pero la “cama” era bastante incómoda y además hubo un retraso de cerca de una hora antes de llegar a Boloña. Por suerte dejé un colchón bastante generoso con el siguiente tren.

De verdad sigo sin verle el chiste a viajar por tren; prefiero (por mucho) los aviones.

Pero además de que no soy fan de los trenes, el problema con usarlos es que comencé mi viaje de regreso el viernes a las 19:00 horas (tiempo de Europa central), y lo voy a terminar en México a las 11:00 horas del domingo (4:00 horas, tiempo de México). Técnicamente es un viaje de 40 horas, sin paradas significativas para descansar en ningún punto (y sí, considero al tren nocturno un fallo en el sentido de intentar de descansar).

La cosa se ve más o menos así:

  1. Tren Graz → Kittelfeld
  2. Tren Kittelfeld → Boloña
  3. Tren Boloña → Nápoles
  4. Aerobús Nápoles → Aeropuerto de ídem
  5. Avión Nápoles → Münich
  6. Avión Münich → México
  7. Taxi aeropuerto → mi casa
  8. Caer como tapa de excusado en mi cama

Llevo ya 12 horas de viaje, y sinceramente no espero con ansias las 28 que me faltan.

Pero al menos ya vuelvo a casa. Y fue padre ver a Birgit.

Barcelona

El domingo de madrugada llegué a El Prat en Barcelona, alrededor de las dos de la mañana. No fue mi culpa, los tarados de Vueling retrasaron mi vuelo de Nápoles a Barcelona, y en lugar de llegar a las 0:30 de la madrugada, llegué a la 1:50.

La diferencia importa porque el Aerobús que va del aeropuerto a la ciudad deja de circular a la 1:05. Por suerte cuando llegué a la terminal del Aerobús para comprobar que ya no había más autobuses, otros tres pasajeros estaban en la misma situación que yo y entre los cuatros cogimos (je) un taxi.

La idea era ir a Plaça Catalunya, pero viendo Google Maps noté que pasábamos relativamente cerca de mi hotel, les dejé 10 euros a mis compañeros y me bajé del taxi. Caminé tres cuadras y cogí (je) un autobús nocturno que me dejó a 150 metros de mi hotel.

Lo único malo es que no era hotel; era hostal y tenía baños y regaderas compartidos.

Una cosa graciosa de todos mis viajes; nunca me había quedado en un hostal con baños y regaderas compartidos. Siempre pude elegir hotel (o departamento) donde estar, así que fue una nueva experiencia. La verdad no lo hubiera elegido (aunque sea más barato); las fotos del hostal en Booking me engañaron, yo sinceramente creí que tendría mi propio baño.

Al final no estuvo mal; nunca ocurrió que quisiera bañarme y no hubiera regadera disponible (y podría hacer aquí un comentario de cómo muchos europeos no le tienen mucha fe a eso de bañarse diario, pero mejor no), y mis compañeros de hostal al parecer eran decentemente limpios, porque nunca me encontré con un baño sucio.

De cualquier manera, espero no tener que repetir un hostal.

Ese mismo domingo, ya descansado, me salí de mi hostal (que está a una cuadra del Camp Nou) y básicamente recorrí todo el Paralelo para llegar a la Barceloneta y comer en el Paco Alcalde, un restaurante que conocí el año pasado a recomendación de una muy querida amiga mía. Hacía años que no recorría así Barcelona, sencillamente caminando y tomando fotos, deteniéndome a tomar un cortado de vez en cuando.

La semana fue corta, porque ya estoy de regreso en El Prat, ahora rumbo a Viena. Pero estos tres días creo que han sido de los más productivos en investigación que he tenido en mucho tiempo; y pudieron serlo aún más, pero pues no se puede todo en esta vida.

Barcelona se siente a esta altura como casa para mí, y espero poder regresar el año que viene. Ciertamente hay chamba suficiente para justificarlo, lo único que falta es ver de dónde sale el dinero.

Pero no me preocupo demasiado.

El café italiano

No recuerdo si llegué a mencionarlo en el blog, pero la única otra vez que estuve en Italia (en 2011) me enfermé y entonces sólo probé café una vez, justo antes de treparme a mi avión de salida.

Esta vez no estoy enfermo, así que he estado tomando café italiano todo el tiempo. Y es delicioso.

No sé si sean los granos, cómo los tuestan o cómo los hacen, pero es por mucho el café más suave que yo haya probado. Y con suave no quiero decir débil, quiero decir suave. El café es fuerte, pero suave (como los buenos amantes). 

Se siente como si una prostituta milenaria acariciara tu lengua con la suya, mientras recita antiguos hechizos de amor lujurioso en tu oído. Es así de bueno.

Ahora sólo me preocupa que me voy en unos días y no sé dónde encontraré este tipo de café de nuevo.

La bolsita

Una de las cosas de asistir a un congreso académico es ir a recoger la bolsita. La bolsita es, valga la rebuznancia, una bolsita con cosas relacionadas al congreso; casi siempre incluye una guía turística del lugar donde se realiza el congreso, un cuadernillo para notas, plumas y/o lápices etiquetados, a veces las ponencias ya impresas en un libro o al menos el programa. Otras veces hay carpetas; hace unos años no era raro recibir todo en una mochila que uno podía reutilizar, pero me parece que eso ha caído en desuso. Y en los últimos congresos a los que he ido dan un USB con básicamente una copia digital de todo lo anterior. Excepto plumas y lápices.

Como sea, la bolsita es universal; todo mundo recibe lo mismo. Antes de recoger su bolsita, cada participante del congreso recoge un paquete más pequeño con cosas individuales: el gafete con identificación, el recibo original del pago de inscripción, etc. Sin embargo, la constancia de que uno había dado una plática solía darse después de dar la plática; esa es la idea, supongo, si dicha constancia es lo que sirve como comprobante académico de que uno no vino nada más de paseo.

Y de hecho es lo mínimo; es posible (y algunos lo hacen) que alguien venga a nada más ver a las lindas muchachas italianas, y únicamente pararse en el congreso el día y a la hora de su plática. Si uno da la constancia de haber dado la plática antes de que se dé la plática, pues habrá quien de plano no se pare en el congreso más que para recoger su bolsita.

No me gusta usar el término “turismo académico”, porque generalmente sólo lo he oído ser usado de manera despectiva por gente que no está en la academia y que (sospecho) no entiende realmente lo que hacemos. Ir a un congreso es trabajo; y lo que es más, es trabajo pesado, especialmente si uno quiere hacerlo bien. Pero por supuesto hay gente que literalmente aprovecha los congresos para ir de paseo y que son probablemente los responsables de que haya surgido el término “turismo académico” en primer lugar.

En este congreso (International Conference on Optimization and Decision Science 2017) en la bolsita venía nada más una constancia de asistencia, así que el “turismo académico” más descarado no hará acto de presencia. Espero.

Tutte le belle ragazze

Traté de apurarme a escribir las reseñas de películas que tenía retrasadas antes de esta entrada, pero no me alcanzó la vida. Aún me falta reseñar Baby Driver y supongo que la reseña quedará atorada durante las siguientes dos semanas, porque voy a estar fuera de México.

Que es de las razones por las cuales andaba ocupado, por cierto.

Estoy de nuevo en el aeropuerto de la Ciudad esperando abordar mi vuelo a Nápoles, Italia (vía Frankfurt, Alemania). De nuevo vuelo por Lufthansa; la primera vez que fui a Europa fue el mismo vuelo (creo que incluso a la misma hora), y recuerdo que estuvo bien, así que espero se repita.

Voy a un congreso en Sorrento, a tiro de piedra de Pompeya, así que espero conocer las ruinas. Después iré a Barcelona, como generalmente hago, a una corta estancia de investigación; y por último pasaré a visitar a mi amiga Birgit en Graz, Austria. Y ya luego me regreso, espero no completamente molido.

Este viaje tiene de novedoso que las porciones más caras del mismo (boleto de avión, hospedaje en el congreso, inscripción al mismo) no las pagué yo; lo paga el proyecto PAPIIT en el cual participo. No es novedoso que me paguen un viaje académico (de hecho, casi es la única forma en que viajo internacionalmente); lo novedoso es que ocurra ya como profesor de tiempo completo de la UNAM.

El año pasado la Facultad de Ciencias me pagó un parte (bastante pequeña, pero se agradece) de mi viaje a Salamanca, y hace dos años mi viaje a Grecia lo pagué casi todo yo; esta es la primera vez que cosecho los frutos de mi trabajo académico en un viaje (no como estudiante). Que es de las ventajas que tiene el ser profesor universitario, por supuesto.

Me parece que ya lo había comentado, pero mi plan es realizar uno de estos viajes al año (al menos) de aquí a que deje de ser profesor de tiempo completo de la UNAM. No sé si lo consiga, pero llevo tres seguidos así que es únicamente cuestión de mantener la racha.

De verdad disfruto mucho mi trabajo; todas las partes del mismo (aunque claro, algunas más que otras). Lo haría incluso si no tuviera el beneficio de poder viajar a otros países a dar pláticas de las pendejadas en las que estoy trabajando; pero que además me paguen estos viajes es de verdad de las cosas más maravillosas de ser profesor.

Estuvieron tensas las últimas semanas, por la preparación del viaje y la necesidad de tener ciertas cosas terminadas para el mismo (aún no está lista mi presentación para el miércoles, por cierto); paradójicamente, en estos viajes es hasta que me siento en el avión que comienzo a relajarme y a disfrutarlos (incluso sin haber acabado la presentación, que por cierto me pasa casi siempre). Así que en una hora más o menos que me trepe a mi avión espero poder empezar a disfrutar el viaje internacional de este año.

Nos vemos del otro lado del charco. Si el avión no se cae, por supuesto.

Y si no me cancelan el vuelo por lluvia.

El quinquenio

Los últimos días que la UNAM permanece abierta antes de vacaciones suelen ser medio caóticos, en particular por los pagos. Se paga la última quincena, la que cae dentro del periodo vacacional y además la prima vacacional. Se suelen pegar cartelitos en la Facultad donde explican qué días se van a pagar qué cosas y de qué manera, y como nunca los leo siempre termino haciéndolo mal.

Como sea, esta última vez fui a cobrar y en mi segundo cheque (el que cae dentro del periodo vacacional) vi que mi antigüedad había aumentado de 9 a 10 años.

En unas semanas cumpliré 19 años de que empecé a dar clases en la UNAM como ayudante de laboratorio; después me volví ayudante de clase y años después profesor de asignatura, para que hace un par de años me convirtiera en profesor de tiempo completo. Mi antigüedad efectiva es de 10 años porque no di clases de manera ininterrumpida; varios semestres (18 de los 38 que han transcurrido, al parecer) no di ninguna clase.

Por supuesto es padre descubrir que tengo 10 años de antigüedad; además eventualmente me darán una medalla, creo (en la UAM dan relojes). Si sí me la dan, no es nada especial; se la dan a todo el mundo que cumple diez años. Pero además de que me sube el sueldo un poco (cada año, de hecho), cada cinco años (a partir de los diez) se da el quinquenio, que es una lana extra nada más por celebrar el acontecimiento.

Tampoco es nada del otro mundo, pero cae muy bien, obviamente.

La pausa de febrero

No escribí ninguna entrada en febrero. Técnicamente tampoco en la mitad de enero. Es de las pausas más largas que he tenido en mi blog. Las razones son varias.

La primera y que siempre estoy chillando al respecto, es que tengo mucha chamba. Sé que suena a un pretexto barato, pero es sencillamente cierto. Nada más he podido ir al cine dos veces desde mediados de enero, y aún no escribo de esas películas en el blog (hoy iré a ver Logan).

La segunda es que, en medio de mi apretada agenda, están pasando cosas en mi vida de las cuales no se me pega la gana escribir todavía al respecto.

Y la tercera y última es que al fin y al cabo mi blog ha sido una válvula de escape para mi necesidad y gusto por escribir. Y desde finales del año pasado estoy hundido hasta el cuello en un proyecto que consiste justamente en escribir un montón, así que no es como que tuviera mucha necesidad de escribir cuando ya lo hago diario y todos los días; y menos aún con toda la chamba que tengo encima que me quita todo mi tiempo.

Comentaré más adelante acerca de este proyecto; es grande e importante, y espero sea una parte significativa de mi vida profesional. Pero todavía no estoy listo para hablar de él en detalle. Sin embargo ha llegado a un punto donde ya pasé por la parte más difícil, así que espero poder retomar el escribir en mi blog, aunque probablemente el ritmo de entradas será lento.

Comenzaré escribiendo del puñado de películas que he visto y no he reseñado en el blog. Después ya veré.

El congreso de la SOMEE

Me encuentro desde ayer, de nuevo, en Guanajuato en un congreso. Eso no tiene nada de novedoso; por alguna razón (probablemente el CIMAT tenga algo que ver) ocurren un montón de eventos académicos en Guanajuato, y a mí me ha tocado venir a varios. Ayer estaba haciendo cuentas, y he venido unas ocho veces en los últimos diez años; de hecho vine en noviembre del año pasado y en marzo de éste.

Lo novedoso del asunto es que el congreso donde estoy no tiene casi nada que ver con computación o combinatoria; es el XXVII Congreso Nacional de Estudios Electorales, organizado por la SOMEE, la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales. Vengo a presentar el trabajo téncnico que hice con David en el INE, esperando explicarlo a la gente que estudia elecciones.

Normalmente no hubiera venido, aunque sí tenga que ver lo que hago con el congreso (la temática del congreso es “El nuevo mapa electoral mexicano”), pero hay una razón personal que sí me convenció de hacer todos los trámites para venir; mi mamá es miembro fundador de la SOMEE, y va a presentar una ponencia también.

Jamás en la vida se me hubiera ocurrido que mi mamá y yo podríamos presentar ponencias en un mismo congreso (porque estamos en áreas científicas en lo general completamente disconexas), y la verdad es una idea bonita que no quería dejar pasar. Así que aquí ando.

Es mi último salida académica del año, y la verdad me alegra; además de la incomodidad causada por las interrupciones en mis cursos, sencillamente ya estoy cansado. No ayuda que vine manejando con mi madre desde la Ciudad. Si me salgo con la mía, no vuelvo a salir de la Ciudad en lo que queda del año.

Hasta luego, Barcelona

Dieciséis días después de haber iniciado mi viaje, me encuentro en el Prat esperando abordar mi vuelo de regreso a México vía Atlanta. Siendo como soy, y dado que es un vuelo trasatlántico, llegué tres horas antes del despegue, así que todavía falta para que empiece el abordaje; ya gasté los pocos euros que aún tenía sueltos, y supongo que empezaré a ver videos de YouTube para ver si puedo consumir lo que queda de datos en la tarjeta SIM que compré para mi estadía en Europa.

Fue un viaje… interesante por decir lo menos. También productivo; pero la verdad es que después de hacer viajes similares varias veces en mi vida, se ha vuelto hasta medio difícil que no resulte productivo un viaje de investigación. Ayuda con quien va a trabajar uno, por supuesto.

Dejo una vez más Barcelona, pero contrario a la última vez ahora no tengo ninguna incertidumbre; voy a regresar, y lo haré varias veces en mi vida. Si me salgo con la mía, estaré viniendo a Europa una vez al año; y si todo sale bien, es probable que en casi todas esas ocasiones me dé una vuelta por Barcelona. Aunque espero poder planearlo para junio o julio; no me gusta dejar mis cursos dos semanas.

Estoy molido, y lo entretenido del asunto es que voy a estar volando en total unas quince horas hoy, para mañana entrar a trabajar en caliente. Descansaré cuando me muera, supongo.

Pero a pesar del cansancio y que dejo Barcelona, estoy contento de volver a mi México lindo y querido. Por múltiples motivos; entre ellos, que después de estar comiendo jamón serrano e ibérico durante casi dos semanas, unos tacos de suadero suenan maravillosamente bien.

Nos vemos del otro lado del charco.

Como local

Hoy presenté una versión extendida de mi plática de Salamanca en la UPC de Barcelona. Me fue mucho mejor que en el congreso, en gran medida porque el proyector sí funcionó (aunque hubo que cambiar de salón y de proyector… debo averiguar por qué a veces no funciona mi adaptador USB Type-C a VGA).

Cuando me presentaron, el coordinador del seminario donde hablé dijo que ahí por supuesto ya me conocían, que había ido a visitarlos varias veces como estudiante de doctorado, y que ahora regresaba como doctor y como profesor de la UNAM. Pero que dada mi historia con la institución, que yo básicamente era local ahí. 

Eso me tocó, porque nunca lo había visto de esa manera. Pero creo que tiene sentido. 

El trabajo ha sido medio pesado en Barcelona; excepto a un par de restaurantes y bares, no he podido pasear mucho. Pero ha sido muy satisfactorio.

Hoy cenaré en un lugar especial, que me recomendaron ampliamente, para celebrar mi plática. Y después me quedarán dos días en Barcelona. 

Colonia

Estoy a punto de abordar mi avión de regreso a Barcelona, después de pasar alrededor de 48 horas en Colonia, Alemania. Fue mi primer visita a este país donde por omisión nadie le habla a uno en nada distinto a alemán (aunque todos fueron lo suficientemente amables en responderme en inglés cuando les hablaba en ese idioma); creo que me defendí bastante bien.

La ciudadcita está simpática (y la catedral es una obra de arte), pero como les dije a Fred y Anna el motivo del viaje era ponerme al día con ellos; todo lo demás era un bono extra. Hicimos varias cosas durante mi estancia aquí; pero todas y cada una de ellas quedaron completamente opacadas por Ida Maria Luise von Heymann, la hermosa hija de Fred y Anna a quien decidieron ponerle nombre de villana de película de James Bond. Es la niña más hermosa y feliz que he conocido de esa edad; y de hecho conviví con ella, cosa que no suelo hacer con niños chicos, probablemente porque mis amigos con hijos en México les da miedo que los vaya a romper.

Ida Maria Luisa von Heymann

Ida Maria Luisa von Heymann

Vuelvo ahora a Barcelona a hacer investigación durante una semana (y espero reponerme de tanto viaje), para finalmente regresar a México el próximo domingo. No ha sido el itinerario más demente que he seguido en mi vida (ese sería el del 2011), pero creo que sí es el segundo.

Como sea, ya no hay más zarandeos para mí; sólo mi trabajo “normal” en mi querida Barcelona.

Barcelona

Hoy a las 8:30 (hora local) llegué en autobús a Barcelona. Técnicamente nunca había llegado por autobús, porque siempre he volado a la ciudad, aunque una vez entré manejando un carro rentado. Pero técnicamente siempre he llegado en autobús, porque del Prat usualmente tomo el Aerobús que lo avienta a uno a Plaza Cataluña. Como sea, nunca había llegado en un autobús que tardara once horas.

Todo lo de arriba es para explicar que llegué ligeramente madreado.

Ahorita estoy en el Prat esperando mi vuelo a Colonia, Alemania, donde veré a Fred y Anna y conoceré a su hija Ida. Me pasé el día desayunando, paseando, comiendo, y después perdiendo mi celular. Estaba tan madreado que dejé mi celular en el Aerobús, y no me di cuenta sino hasta que estaba cambiando terminales (porque también tuve que cambiar terminales… dos veces… larga historia).

Cuando cerca de 40 minutos después llegué al puesto de boletos del Aerobús, la linda muchacha a cargo estaba esperando con mi celular sin que yo hubiera tenido que hacer nada. Ahí mismo le pedí que se casara conmigo, pero me dijo riendo que sólo estaba haciendo su trabajo.

Fue tal vez el remate apropiado a un día que fue emocionalmente muy movido. La última vez que estuve en Barcelona fue en 2011, durante una estancia de investigación hacia el “final” de mi doctorado (entre comillas porque no tenía forma de saber que me tardaría otros tres años en doctorarme).

El día que dejé la ciudad hace cinco años, recuerdo muy claramente que no tenía ni puta idea de cómo iba a regresar a Barcelona; pero también estaba seguro de que lo haría (escribí al respecto aquí). Barcelona es una ciudad importante para mí; tal vez la más importante después de la Ciudad de México; regresar hoy, aunque fuera tan sólo por unas horas, fue paso significativo en mi vida. De entre todas las cosas que hecho mal, el volver a Barcelona de alguna manera determina que algunas (y ciertamente varias que me interesan demasiado) sí las he hecho bien.

Me voy dos días a ver a Fred y Anna, pero regresaré el lunes a pasar el resto de mi estadía en Europa en la ciudad que más quiero del viejo continente. Tendré oportunidad de disfrutarla con calma y de trabajar (que siempre que he estado en Barcelona, he estado trabajando).

Pero hoy volví después de cinco años. Y eso fue importante.