No quiero tener envidia

Comencé a armar mis propias computadoras (que no fueran laptops) hace más o menos quince años. Casi desde la primera que tuve la oportunidad de decidir qué tendría, le puse una tarjeta de video Nvidia; lo hice de manera impulsiva, porque entonces todavía estaba verde, y no verifiqué que la tarjeta estuviera soportada por Linux. De manera fortuita, Nvidia (la compañía) sacó justo por esos tiempos su primer controlador para Linux, lo que me salvó la vida porque de otra manera no hubiera podido correr X. Era una Nvidia RIVA TNT2, que me imagino muchos de mis contemporáneos conocieron.

A partir de ese momento todas mis computadoras de escritorio (y varias de mis laptops) tuvieron tarjeta de video Nvidia; y cada vez que compré una nueva, era mucho más poderosa que la anterior. He de haber tenido del orden de 5 o 6 tarjetas Nvidia; la última fue una GT 8800, que en su momento era ruda, aunque no de las más rudas.

Como estoy trabajando de nuevo (quiero decir, además de dar clases), y me están pagando relativamente bien, decidí actualizar mi computadora de escritorio, que hacía años no la había modificado. Por primera vez en mi vida, armé la computadora sin una tarjeta de video Nvidia.

Las razones son múltiples; en mis varias estancias de investigación en Europa, Canadá y Estados Unidos, trabajé únicamente con laptops, que desde hace años he comprado únicamente con las tarjetas de video Intel integradas, porque con tarjetas de video Nvidia el precio aumentaba considerablemente, y la vida de la batería disminuía casi en la misma proporción. Rápidamente comencé a apreciar que en Linux las cosas de Intel generalmente funcionan sin que uno tenga que hacer absolutamente nada, y que su desempeño ha ido mejorando lenta, pero inexorablemente.

En cambio los controladores binarios de Nvidia han tenido un comportamiento errático desde hace años; de repente funcionan de manera impecable, para luego comenzar a dar broncas que es medio imposible descifrar. Su tamaño ha también aumentado de forma ridícula a lo largo de los años; la última versión mide 67 megabytes comprimidos, y un montón de eso termina ejecutándose en la memoria del kernel.

Que fue la otra cosa que comenzó a molestarme; durante más de una década le he estado dando mi dinero a Nvidia, y la compañía no ha hecho nada en lo más mínimo para abrir el código de sus tarjetas a los programadores de Linux (lo que llevó a Linus a decirle a Nvidia que chingaran a su madre).

Así que ahora que actualicé mi máquina, decidí que suficiente era suficiente, y decidí utilizar el GPU integrado de Intel en mi Core i7.

La verdad, estoy encantado. Al igual que en mis laptops, funciona de pelos sin que yo tuviera que hacer nada, y el desempeño es igual (y en algunos casos, mejor) que el de Nvidia para mi escritorio GNOME. Me refiero al uso normal del escritorio, incluyendo reproducción de video y las ligeras animaciones que se incluyen. Para OpenGL en bruto, sin duda Nvidia le gana; pero yo realmente ya no juego en mi PC, sólo en mi PlayStation 3, así que no es gran pérdida.

Y desde el punto de vista tecnológico aparentemente no importa, pero ideológicamente sí me alegra que mis computadoras Linux ya todas tienen controladores que son software libre. Y digo que en lo tecnológico es aparente que no importa, porque me parece que al final sí importa; hace años que no tengo ningún problema con mis tarjetas de video Intel, y no puedo decir lo mismo de las Nvidia.

Si por alguna razón llego a necesitar poder OpenGL en bruto, voy a comprarme una Radeon (que también ofrece controladores de software libre), y si sólo necesito OpenGL “normal”, Intel me basta y sobra.

A partir de ahora, ya no quiero tener envidia.

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