Mi abuela

Ayer a las 3:30 de la tarde, falleció mi abuela.

Era la única sobreviviente de mis cuatro abuelos; el papá de mi papá murió asesinado unas cuantas semanas antes de que él naciera, y su madre murió de cáncer cuando era adolescente. El papá de mi mamá murió hace siete años.

Cuando mi mamá le anunció a mi abuelo que se iba a casar con un comunista, y además que no lo haría por la iglesia, el cabrón la corrió de su casa y la desheredó… a lo puro pendejo, además, porque ni que nunca hubiera tenido mucha lana. Siendo maestro normalista y teniendo 14 hijos, está cabrón hacer mucha lana.

Durante años mi madre no entró a la casona de Coyoacán donde vivían mis abuelos. En las no muy frecuentes ocasiones en que nos llevó a visitarlos, mi hermano y yo bajábamos del carro de mi mamá, y ella se quedaba ahí, porque no tenía “permiso” de entrar.

Mi abuelo era católico a ultranza (de ahí los 14 hijos), conservador como la chingada, y autoritario a grados ridículos; mi hermano y yo teníamos que besarle la mano cuando lo veíamos. Jamás me cayó bien el pinche viejo, y cuando tuvo a bien morirse lo único que lamenté fue el dolor que eso le produjo a mi madre, que para ese entonces ya habían arreglado sus “diferencias” entre ellos.

Mi abuela en cambio siempre me cayó bien, aunque también tenía sus bemoles. Conservadora también, pero al menos sin meterse en la vida de los demás; y racista sin duda. Cuando mi madre les avisó que se casaría con un guerrerense, mi abuela estaba aterrada de que se fuera a casar con un negro. Cuando mi padre fue a verlos (la única vez, creo), y mi abuela vio que era blanco (o tan blanco como puede ser un mexicano), sin duda alguna la viejita se sintió aliviada.

A esta altura del relato ya deben entender que yo no tuve casi ninguna relación con mis abuelos cuando era niño, y cuando llegué a la adolescencia sencillamente ya no me interesaba tener ninguna.

Eso no quita que mi abuela siempre me cayera bien; a pesar de su conservadurismo siempre fue una mujer racional. Si sus hijos se enfermaban, los llevaba al doctor; jamás intentaba remedios pendejos de hacerles tés o darles hierbas. Aguantó a un marido insoportable durante décadas; alguien que cuando la comida no le gustaba le aventaba los platos. Tuvo catorce hijos, todos de forma natural (sin cesárea), incluidos dos gemelos, y todos llegaron a la edad adulta. Y nunca se metió con mi mamá; sin duda muchas veces no estuvo de acuerdo con las decisiones que tomó, pero nunca le dijo nada ni trató de dirigirle la vida. Y, todavía más importante, cuando pudo (que dada la actitud de mi abuelo no siempre fue posible) siempre la apoyó.

Ya siendo yo adulto (y con mi abuelo muerto), mi mamá se acercó de nuevo a su madre, y yo vi a mi abuelita más seguido. De hecho es muy probable que la haya visto más estos últimos siete años que los otros veinticinco años de mi vida. Mi abuela siempre me trató con respeto y siempre me reconoció (que ya en los últimos años era motivo de alegría), y yo le respondí de la misma manera. Aunque ciertamente supongo era más fácil para mí el reconocerla.

Cariño nunca hubo mucho; mi abuela no era particularmente cariñosa, y yo lo entiendo dado el montón de hijos, nietos y bisnietos que tuvo. Cuando tienes esa cantidad de hijos supongo que hay que darse de santos de que hayan sobrevivido todos, y pedir que además los estuviera apapachando me parece ligeramente irreal. Y de mi parte pues me caía bien la viejita, pero no me engaño; siempre fue más bien una extraña en mi vida.

Así que cuando mi mamá me avisó que la habían internado en el hospital yo me preocupé por mi jefa, más que por mi abuela. Cumplía noventa años en abril, y vivió una vida plena además de larga. El viernes todavía mi mamá la llevó a comer al André, donde se tomó un tequila y una cerveza, y el fin de semana se fue a Oaxtepec. En diciembre se fue a Colima con uno de sus hijos.

El lunes después de regresar de Oaxtepec se empezó a sentir mal, la llevaron al hospital donde la internaron (el López Mateos del ISSSTE; casualmente el mismo hospital donde yo nací), y el miércoles murió en paz y sin dolor. Pasó las últimas horas de su vida inconsciente.

No puedo decir que la voy a extrañar; la verdad nunca fue parte de mi vida. Pero ciertamente fue una mujer, en muchos aspectos, admirable. Y simpática; tenía buen sentido del humor.

Y ahora ya no tengo ni un abuelo. Pero la triste verdad es que, para motivos prácticos, nunca tuve ninguno.

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