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La Noche del Alacrán: 20

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La Noche del Alacrán escrita por Canek Peláez Valdés se distribuye bajo la licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-No Derivadas 2.5 Mexico [1].

20

Alejandro y Elena entraron al carro, donde en el asiento de atrás esperaban abrazados Érika y Ernesto, que habían llegado al punto donde hasta el sueño habían perdido.

—¿Todo bien?— preguntó Ernesto, sin que realmente le importara demasiado.

—Ernesto, Érika— dijo Alejandro volteando a verlos —, eh, por segunda vez en la noche, les presento a mi novia.

—Qué bueno que todo salió bien— dijo Érika sonriéndole a Elena.

—Sí, estamos rebosando de alegría por ustedes— dijo, sarcástico, Ernesto —; ¿nos podrían llevar ahora sí a casa de Érika, por favor? Quiero coger.

—¿Sí vamos a mi casa?— le preguntó Érika.

—¿Es lo que querías, no?

—Sí.

—Pues vamos.

Alejandro encendió el carro y se dirigió a casa de Érika.

—¿Qué fue de Mayra?— le preguntó la muchacha a Elena.

—Está bien; se ligó a uno de los hermanos con los que andábamos, e igual y termina consiguiendo novio.

—Órale, qué bueno.

—Y me encantó tu amiga, por cierto.

—Eso oí; si dices que hasta se besaron.

—¿Perdón?— preguntó Alejandro.

—Yo he tratado que me cuente la historia, pero no la pude convencer de hacerlo— dijo Ernesto, interesado.

Elena les contó cómo era que ella y Mayra se habían besado, y por andar explicando las cosas terminó contando todo desde que había llegado al concierto. Alejandro también contó cómo era que se los habían encontrado en la casa del Cacotas, y de repente todos estaban hablando al mismo tiempo de cómo habían llegado al Alacrán. El último en hablar fue Alejandro, que al platicar cómo Elena lo había recibido en el Alacrán casi vomitándole encima causó que todos se rieran.

—Chale— dijo Alejandro —, sí fue una noche divertida.

—Para ti— dijo Elena frunciendo el ceño, pero sonriendo —, que conseguiste dos novias el mismo día y anduviste fajando con ambas. Yo en cambio me la pasé llore y llore y tratando de intoxicarme sin conseguirlo porque me la pasaba vomitando.

—Cabrón— dijo de repente Ernesto —, ¿sí vamos a ver lo de la guía de carreras este fin?

—Gracias, pero ya sé qué voy a elegir— dijo Alejandro, sonriendo —. Voy a escoger física.

Ernesto y Érika se miraron, sorprendidos.

—¿De verdad?— preguntó Ernesto.

—Sí.

—¿Cuándo te decidiste?

—Esta noche— dijo Alejandro sonriéndole a Elena, que puso su mano sobre la de él —. Me ayudó a desembrollar el asunto mi novia.

—Eh— dijo Érika sonriendo —, ¿cuál de las dos?

—La buena— dijo Alejandro mirando a Elena.

—Y a todo esto, ¿tú que vas a estudiar Elena?— preguntó Ernesto.

—Yo creo que sicología.

—¿De verdad?

—Sí; a ver si descubro por qué estoy tan pinche loca.

—Oye, pero así me gustas— le dijo Alejandro.

—Dije que quiero descubrir por qué estoy tan pinche loca; no que desee cambiarlo.

Alejandro llegó a la casa de Érika y estacionó el carro en frente. Todavía era de noche, de hecho; el cielo estaba más oscuro que nunca, y no había nada que indicara que ya fuera a clarear.

—¿Quieres que me estacione más lejos, por si acaso ven que vienes con Ernesto?— preguntó Alejandro.

—No— le dijo Érika —; estoy segura de que mis papás están jetonsísimos. Sólo tenemos que llegar a mi cuarto y es prueba superada.

—Bueno— dijo Alejandro —; pues gracias por todo esta noche. En serio.

—No te preocupes— dijo Ernesto abriendo la puerta de su lado —; ya ves que para eso estamos. Sólo espero que ya dejes de estarnos chantajeando con lo de la vez que rapté el carro de tu papá.

—Chido— dijo Alejandro sonriendo.

Las dos parejas se despidieron; Elena abrazó a Érika y le agradeció por todo: por cuidarla en la casa del Cacotas, por hacerle el paro con regresarla al Alacrán, y por ayudarla a recuperar a Alejandro. Érika y Ernesto descendieron del carro y se encaminaron a la puerta de la casa de ella.

—Yo fui el que pagó los tacos— dijo Ernesto en tono de reproche —, y a mí ni siquiera me abrazó.

—No hagas berrinche mi vida. Y ahora calladito.

Érika abrió la puerta de su casa con todo el cuidado del mundo. Dentro todo estaba oscuro, y con ese ambiente pesado que tienen las casas en la madrugada. Tomando a su novio de la mano lo guió por el recibidor a las escaleras, y de ahí a su cuarto. En ningún momento oyeron ningún ruido.

Nada más estuvieron a salvo dentro del cuarto de ella, comenzaron a besarse con calma y a desvestirse mutuamente, sin hablar, y de hecho sin hacer casi ningún ruido. Hasta que Ernesto contuvo una risa.

—¿Qué?— preguntó Érika sonriendo.

—Nada; que me alegra que tú y yo no tuviéramos que pasar por ninguna de las pendejadas que Elena y Alejandro tuvieron que sufrir para por fin estar juntos.

Érika se llevó la mano a la boca, para callar una carcajada.

—¿Qué?— preguntó Ernesto.

—Ay mi vida, ¿así lo recuerdas tú?

—¿Recordar qué?

—Pues cómo fue para que nos hiciéramos novios.

—No fue tan ridículamente enredado como con Alejandro y Elena.

—Cierto; pero tampoco fue miel sobre hojuelas.

—¿De verdad?

—Uy; podría escribir una novela.

—No, por Dios; qué hueva.

Los dos se rieron, calladitos, y siguieron besándose y dirigiéndose a la cama para, por fin, poder coger sin que nadie los molestara.

En cuanto Ernesto y Érika estuvieron dentro de la casa de la segunda, Elena casi brincó sobre Alejandro para besarlo de forma tiernamente atolondrada.

—¿Qué te pasa?— preguntó riendo Alejandro.

—Si no nos llevas a tu casa y a tu cuarto en el menor tiempo posible, te juro que repito la maniobra de cuando te conocí y te violo aquí mismo en este carro.

—Ya voy, ya voy.

Alejandro se dirigió a su casa. El sueño le había desaparecido del cuerpo, y se sentía alerta y despierto. Elena le acariciaba el cabello y la nuca, y le decía todo lo que planeaba hacerle (y dejar que le hiciera) cuando llegaran a su cuarto, para que se apurara.

Durante el trayecto la negrura del cielo comenzó rápidamente a ser reemplazada por el color lechoso de la Ciudad amaneciendo, que al llegar a casa de Alejandro había llegado a tal punto que ya no estaban protegidos por ningún tipo de oscuridad. Alejandro estacionó el carro en el patio trasero, y le dijo a Elena que lo sentía, pero que sería mejor que subiera por el árbol a su cuarto, porque era muy probable que su papá ya estuviera levantado. Ella le dijo que no importaba, le dio un beso y salió a trepar el árbol. Como él esperaba, su ventana seguía igual desde que él y Ernesto la abrieron para que saliera el olor a mota.

Alejandro entró por la cocina a su casa, y se felicitó a sí mismo por haber sido tan previsor y enviar a Elena por el árbol: su papá estaba tomando el primer café de la mañana, y leyendo el periódico que sin duda había llegado hacía apenas unos minutos.

—Hola hijo— dijo el señor sin levantar la vista del periódico.

—Hola papá.

—¿Todo bien?

—Todo perfecto papá.

El papá de Alejandro levantó la mirada para ver a su hijo, y de inmediato frunció el ceño.

—¿Pero qué te pasó?

—Eh… me golpearon en la nariz.

—¿Te peleaste?

—¿Me creerías si te digo que fue una muchacha?

—No.

—Fue una muchacha.

—No te creo.

—Sí, eso dijiste.

El señor se levantó y examinó a su hijo.

—No estuviste tomando, ¿verdad?

—No papá.

—¿Fumaron yerba?

Alejandro titubeó un segundo. Mentirle a su papá cara a cara le resultaba en general imposible.

—Mis cuates sí. A mí me dieron un toque, pero hace apenas como una hora.

El señor lo miró directamente a los ojos.

—Está bien— dijo después de lo que le pareció a Alejandro una eternidad de tiempo —. ¿Cómo te fue con la muchacha que te invitó al concierto?

—No muy bien.

—¿No?— preguntó sirviéndose más café.

—No; ella fue la que me pegó en la nariz.

El señor volvió a mirar a su hijo; parecía sumamente divertido.

—¿De verdad?

—Sí.

—Entonces me imagino que no la voy a conocer como tu novia pronto, ¿verdad?— le preguntó volviendo a tomar su periódico.

—Es altamente improbable, sí.

—¿Y entonces quién es la muchacha que tan discretamente trepó por el árbol a tu cuarto? Me parece haberla visto antes.

Su papá le dijo esto con una taza de café en la mano y el periódico en la otra, mientras leía la sección de estados, con la más absoluta calma del mundo. Alejandro abrió la boca, pero como no se le ocurrió nada que decir la volvió a cerrar. La abrió una segunda vez, pero de nuevo tuvo que cerrarla porque su cerebro se negaba a funcionar.

—Oh vamos— le dijo su papá, sonriendo —, ¿no creerás que soy tan tonto como para no darme cuenta?

Alejandro siguió sin poder hablar. Ni siquiera era pánico lo que sentía; era un asombro absoluto. En el fondo sí creía (o había creído) que su papá era lo suficientemente tonto como para no darse cuenta.

—Vas a cumplir dieciocho años en mes y medio— dijo tranquilamente su papá —; ya eres casi un hombre. Yo no tengo problemas con que metas muchachas a la casa; pero bien sabes que tu mamá sí. Así que te agradezco que hayas intentado ser discreto; y si te sirve de consuelo creo que tu mamá no ha notado nada. O a lo mejor prefiere no notar nada; no sé. El punto es que no tienes que temer nada; no estoy a punto de regañarte por nada, ni de castigarte, y tampoco de sermonearte. Pero se están cuidando, ¿verdad?

—Sí señor— contestó Alejandro, que cuando tenía miedo de su papá le decía señor.

—Vamos, tranquilízate— dijo sonriendo su papá —. ¿Quién es la muchacha?

—Se llama Elena… es mi novia.

—Ah. ¿Desde hace cuanto?

Alejandro sacó su celular y vio la hora.

—Desde hace como cuarenta y cinco minutos.

El papá frunció el ceño.

—¿Pero ya había estado aquí antes, no? Estoy seguro de haberla visto salir de tu cuarto por el árbol en al menos una ocasión.

—Sí, es mi amiga desde hace casi dos años.

—¿Amiga? ¿Nada más?

—Eh… es complicado.

—Complicado.

—Yo mismo no entiendo ciertas cosas.

—Ajá. ¿Por qué no me lo descomplicas?

—Eh… ¿podría ser después? Te prometo que lo platico bien contigo; y además quiero que tú y mamá la conozcan, pronto. Pero ahorita me está esperando.

—Ah; tienes razón. Está bien; sólo dime una cosa.

—¿Dime?

—¿Es ella la razón de que la otra muchacha te haya pegado en la nariz?

Alejandro no pudo evitar sonreír.

—Sí.

—¿Valió la pena?

—Oh sí.

—Bueno, vete de aquí. Nada más se levante tu mamá y nos arreglemos la voy a llevar a una comida con tu tía Marta en Cuernavaca. Vamos a estar fuera hasta muy noche; a lo mejor nos quedamos ahí a dormir. Así que vas a tener la casa para ti solo.

Alejandro no pudo evitar sonrojarse. ¿De verdad su papá lo estaba prácticamente animando a que usara la casa para coger durante el sábado? El señor le sonrió:

—¿Puedo confiar en que no harás nada particularmente idiota mientras estemos fuera?

—Sí papá.

—Bueno; ahora sí vete de aquí.

—Gracias papá.

Alejandro subió las escaleras, con una enorme confusión en la cabeza. Pero decidió mejor dejar de pensar y nada más alegrarse de que su papá fuera tan chido. Entró a su habitación.

—¿Por qué te tardaste tanto?— le preguntó Elena, que estaba acostada en la cama y arropada por las cobijas. Al ver la ropa de ella regada por todo el cuarto, Alejandro supo que no llevaba nada puesto.

—Mi papá quería platicar conmigo. Te vio subir el árbol.

—No manches— exclamó Elena abriendo mucho los ojos, en pánico.

—Sí; pero no te preocupes. De hecho ya te había visto salir por el mismo árbol.

—¿De verdad?

—Sí.

—¿Y no te regañó?

—No; no tiene problemas con que te meta aquí. Pero sí me dijo que mi mamá sí los tendría.

—Órale, qué chido.

—Sí.

Alejandro seguía en la puerta de su cuarto. Tenía unas ganas increíbles de desnudarse y meterse en la cama con ella, pero también estaba disfrutando mucho el verla acostada ahí, sabiendo que estaba desnuda debajo de las sábanas.

—Se me enfriaron las nachas por estar todo ese tiempo sentada en la banca de piedra helada— le dijo Elena sonriendo pícaramente.

—¿Sí?

—Sí. Vas a tener que frotarlas mucho y darles muchos besitos para que regresen a su temperatura normal.

—Puedo hacer eso.

—Ven aquí mi amor.

Alejandro comenzó a desvestirse y se acercó a la cama.

 
 
 
Ciudad de México, Noviembre 2008
3 Comments (Open | Close)

3 Comments To "La Noche del Alacrán: 20"

#1 Comment By Luis On abril 2, 2009 @ 7:44 PM

Muchas felicidades por haber terminado (aunque la terminaste por noviembre, no?). Me gustó mucho, me hizo reir y reflexionar. Altamente recomendable. Llevas el argumento muy fluido y no se hace para nada pesado el leerlo. Espero con ansias el archivo pdf.

Suerte con tu estancia en Europa y con tu viaje de regreso
Luis G.

#2 Comment By Antike On mayo 12, 2009 @ 6:57 AM

Terminé. Extremadamente buena. Gracias.

#3 Comment By Victoria On enero 27, 2010 @ 3:21 PM

Muy buena, me gustó mucho y me sacó varias carcajadas… felicidades…