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La Noche del Alacrán: 17

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La Noche del Alacrán escrita por Canek Peláez Valdés se distribuye bajo la licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-No Derivadas 2.5 Mexico [1].

17

Alejandro vio cómo se iba Ernesto con su carro y con Elena, y se dirigió a donde lo esperaba Ana. Lo que Elena le había dicho de la elección de carrera lo había sacado mucho de onda; era un tema que lo había estado preocupando durante meses, y Elena se lo había desembrollado en menos de un minuto. Además había estado enojado con todo mundo porque sentía que lo chingaban incansablemente con que ya eligiera, y no se había percatado de que Elena era la única que jamás le había mencionado el tema. Como si fuera la única que había entendido que no quería hablar de eso.

También lo que le dijo de Ana lo sacó mucho de onda. Sólo no estaba seguro de por qué. Dejó de pensar en todo eso cuando vio a su novia sonriéndole cuando notó que se acercaba. Ella había estado platicando con sus cuates que habían ido al Alacrán, pero en cuanto lo vio se separó de ellos y fue a su encuentro.

—¿Qué pasó?— le preguntó abrazándolo.

—¿Te acuerdas de mi amiga Elena? Resulta que llegó aquí también, pero se puso mal del estómago y le presté el carro a Ernesto para que la llevara a su casa.

—Ah; ¿por qué no fuimos nosotros también?

—Elena no quiso; dijo que era nuestra primera noche juntos y que debíamos disfrutarla.

—Qué chida. Vamos a seguir su consejo.

Ana lo besó; Alejandro cerró los ojos y disfrutó el besar a una muchacha que le gustaba mucho, que le caía muy bien y con la que le gustaba pasar el tiempo. Pero no pudo evitar que, una parte de su cabeza, se preocupara de cómo estaría Elena.

Unos minutos después Elena se encontraba bien, de cierta manera. Para ese momento se estaba (literalmente) atascando cuatro tacos de suadero y tres de pastor, con mucha salsa y harto pasto; pa’ la flora y fauna intestinal.

Érika y Ernesto, que habían pedido un par de tacos cada uno y ya los habían terminado, la veían sin poder creer que una chava tan delgadita pudiera comer tanto. Y de forma tan atascada además; la muchacha parecía estar disfrutando los tacos de una manera casi lasciva.

—Puta madre me moría de hambre— dijo, entre una mordida de alguno de sus tacos y un trago de su segundo refresco.

—¿No te hará daño comer así después de tener el estómago vacío?— preguntó Érika.

—Viejo, entre mis múltiples cualidades— dijo Elena entre dos mordidas —, está que puedo comer hasta piedras— terminó uno de sus tacos y comenzó a echarle limón al siguiente —. A Alejandro le encanta que podemos comer hasta los tacos que venden afuera del metro General Canalla.

Los tacos parecían haberle dado nueva vida; todavía se veía de la chingada, pero había dejado de llorar y se le notaba llena de energía. Con dos poco elegantes mordidas terminó su último taco, se acabó lo que quedaba de su refresco, eructó impresionantemente, y se dirigió tranquilamente al carro de Alejandro, dejando que Ernesto (maldiciendo entre dientes) pagara.

Camino al carro Elena compró una botella de litro y medio de agua, y (después de darle un trago que la decimó en una tercera parte) utilizó algo de la misma para medio lavarse las manos y la cara, y echarse algo en el pelo.

Cuando Érika y Ernesto regresaron al carro después de pagar, Elena le dijo a la primera:

—Viejo, dime por favor que tienes cepillo y rímel.

—Creo que sí— dijo Érika, comenzando a buscar en su bolso.

—Elena— dijo Ernesto —, ya estás mejor, tus papás ya no te van a matar; déjanos llevarte a tu casa.

—Nop— dijo Elena tomando el rímel y un espejo de mano de Érika y comenzando a enchinarse las pestañas con las uñas —; tengo que ir a recuperar a Alejandro.

—Alejandro se ve contento— dijo Ernesto, de repente más serio que de costumbre —, esta chava la gusta, y parece que él a ella también. Tú tuviste tu oportunidad y, cualesquiera que fueran tus razones, el punto es que siempre lo rechazaste. ¿De verdad te parece justo que le arruines esto sólo porque en este momento te das cuenta de que quieres andar con él?

—Viejo, te explicaría por qué no sólo es justo, sino necesario— le contestó Elena aplicándose el rímel —; pero eso implicaría perder tiempo, que me parece no tengo ya mucho, así que te lo pongo así: no me voy a bajar de este carro hasta que lleguemos al Alacrán, y tú tienes que regresarle el carro a Alejandro, así que mejor deja de estorbarme y llévanos de regreso. Además, si te sirve de consuelo, no voy a hacer nada que directamente afecte su relación con Ana; si él decide quedarse con ella, la Loba ni se va a enterar de que yo hice algo.

Ernesto pensó un par de segundos; no estaba seguro de si su lealtad como amigo de Alejandro implicaba el evitar que una reina potencialmente le arruinara su primera noche con su nueva novia. Érika le puso la mano en la pierna y le ayudó a sobrellevar el dilema:

—Vamos al Alacrán, mi vida— le dijo.

—¿Segura? Esta reina— dijo apuntando con un pulgar a Elena —está demente…

—Oh sí— agregó Elena desde el asiento trasero —, de eso que no les quede la menor duda.

—…¿de verdad crees que sea buena idea?

—Creo que sí— dijo Érika, aunque se notaba insegura.

—¿Por qué?

—Vamos a decir que intuición femenina.

Ernesto lanzó un pequeño gemido, pero decidió que de cualquier forma había que regresar al Alacrán, y que él ya había dicho su punto de vista. Al final de cuentas no era la pilmama de Alejandro ni de Elena.

—¿Qué es lo que planeas hacer?— le preguntó Érika a Elena pasándole el cepillo.

—Sólo necesito hablar diez minutos con Alejandro— contesó Elena, que comenzó a cepillar su cabello.

—Suenas muy segura— dijo Érika, impresionada de lo guapa que comenzaba a verse Elena, tan sólo con el rímel y la cepillada de pelo; especialmente considerando que sólo hacía unos minutos atrás se veía de la verga.

—Viejo— dijo Elena toda sonrisa, los ojos brillantes —; por supuesto que sueno segura.

Elena hizo un cuenco con sus manos y se las llevó a la cara, para oler su propio aliento.

—¿Alguien tiene chicles?— preguntó, haciendo un gesto —; huelo a taco de suadero, y aunque sí creo poder ligarme a Alejandro, creo que será más fácil si mi aliento no lo asesina.

Érika, que no podía creer el cambio que se había dado en Elena, le pasó uno de los chicles de Ernesto, que generalmente ella cargaba en su bolso. Su novio la miró feo, pero ella lo ignoró. Elena revisó su aspecto en el espejo de mano que Érika le había prestado, y frunció el ceño como si considerara algo.

—Bueno— dijo al fin—, creo que lo amerita. ¿Viejo, tienes lápiz labial?— le preguntó a Érika.

La muchacha le pasó su lápiz labial, que Elena comenzó a aplicar de forma hábil. Después se revisó una vez más en el espejo de mano, y al parecer por fin satisfecha miró a Érika y Ernesto.

—¿Qué tal?— preguntó.

Érika seguía sorprendida del cambio que se había producido en Elena, y Ernesto (mirándola por el espejo retrovisor) incluso levantó las cejas; se veía muy guapa. No era el rimel, ni el cabello cepillado, ni el lápiz labial (aunque sin duda ayudaban); era la sutil sonrisa en su boca, y el brillo de sus ojos. Ernesto creyó entender por qué Érika había estado de acuerdo en que regresaran al Alacrán.

—Estás muy guapa— le dijo Érika, sonriendo.

—Ahora van a ver— dijo confiada Elena, acomodándose en el asiento trasero— ¿conque llegó una Loba, no? Lo que no sabía es que aquí, aquí manda una Leona.

La Loba mientras tanto estaba recargada en el carro de uno de sus amigos, besándose sin prisas con Alejandro, deteniéndose de vez en cuando para comentar o preguntar algo. Si alguien le hubiera dicho que una chava venía en camino con el firme propósito de bajarle a su nuevo novio, probablemente se hubiera botado de la risa.

—No piensas madreártela ni nada así, ¿verdad?— le preguntó Érika a Elena, preocupada.

—¡Por supuesto que no!— contestó Elena riéndose —. Sólo necesito hablar con Alejandro.

—Qué bueno— agregó Ernesto —; porque es más alta que tú y, por lo que vi, buena para los deportes.

—¡Ja!— contestó Elena agitando una mano como si alejara una mosca molesta —; si quisiera, le partía su madre. Pero no quiero; no es su culpa.

—No me imagino una chava tan delgadita como tú partiéndole la madre a nadie— dijo Ernesto.

—Soy más fuerte de lo que parezco. Además, estamos hablando aquí de Alejandro. Le partiría su madre a ella y a diez como ella de ser necesario.

La imagen hizo sonreír a Ernesto, y comenzó a alegrarse de sí llevar de regreso a Elena. Además de que si se agarraban a madrazos Elena y Ana, sin duda sería divertido.

Como no se habían alejado mucho del Alacrán, regresaron rápidamente y Ernesto estacionó el carro algo alejado de dónde estaban Alejandro y Ana. Elena se bajó, dejando a Ernesto y Érika en el carro.

—¡Elena!— escuchó de repente que una voz de mujer le gritaba.

Volteó a mirar quién era, y vio con sorpresa que se trataba de Mayra; se había olvidado por completo de ella y de Enrique y Juan. Mayra se acercó conrriendo.

—Cuando regresé del baño Juan y su hermano me dijeron que te habías sentido mal y te fui a buscar, pero no te encontré. Y vi a Alejandro, pero vi que estaba con su nueva novia y no lo quise interrumpir. ¿Qué te pasó?; me habías preocupado.

—Me puse mal del estómago, pero ya estoy bien.

—¡Hola!— dijo llegando de repente Érika, corriendo a abrazar a su mejor amiga.

—¡Hola!— contestó Mayra.

Las dos muchachas se abrazaron.

—No sabía que se conocían— dijo Érika mirando de Mayra a Elena.

—¿Bromeas?— dijo Elena —; si ya hasta fajamos.

—¿Perdón?— preguntó Ernesto, interesado.

—Luego te platico— le dijo tranquilamente Mayra a Érika.

—Y tú me platicas a mí— le dijo Ernesto a Érika, todavía interesado.

—¿Cuándo te arreglaste?— le preguntó Mayra a Elena —; te ves muy guapa.

—Gracias; ahorita en el carro. Voy a recuperar a Alejandro— le dijo sonriendo.

—¿De verdad? Me imagino que ya sabes todo el chisme— le comentó Mayra a Érika.

—Más o menos; falta que alguien me explique qué quiso decir Elena con que fajaron.

—A varios nos interesaría oír dicha explicación— dijo Ernesto, aún interesado.

—Bueno— dijo Elena ignorándolo —; dejen voy a buscar a Alejandro y a la Loba.

—Espera— dijo Ernesto —; te acompaño para darle sus llaves.

Elena pensó un segundo.

—Mejor ve tú a darle las llaves; si me ve llegar contigo te va a reclamar de no haberme dejado en mi casa. Por lo mismo no le digas que no me dejaste ahí.

—Yo voy contigo— le dijo Érika a Ernesto, y luego a Mayra —; mañana te llamo: me tienes que contar todo el chisme.

—Mañana te platico— le dijo Mayra.

—Bueno— dijo Ernesto —, entonces vamos nosotros y tú nos alcanzas en unos cinco minutos.

Ernesto y Érika se alejaron, buscando a Alejandro.