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La Noche del Alacrán: 10

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La Noche del Alacrán escrita por Canek Peláez Valdés se distribuye bajo la licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-No Derivadas 2.5 Mexico [1].

10

Alejandro trató de no pensar mucho en Mayra, pero se le dificultaba por varias razones. En primer lugar seguía sintiéndose mal, pero no se le ocurría nada que pudiera hacer para redimirse con la muchacha… excepto tal vez andar con ella, y eso sin duda estaba descartado.

La segunda es que el recuerdo de sus encuentros sexuales lo asaltaban cuando las hormonas se le aceleraban… que solía ser en la mañana, al medio día, y en la tarde. Y todas las horas intermedias que pasaba despierto. Y a veces hasta dormido.

De hecho muchas veces estuvo a punto de llamarla, según él para disculparse; pero en el fondo sabía que sólo quería volver a coger con ella. Y entonces no la llamaba. Y se sentía mal también de pensar así; pero luego razonaba que no tenía nada de malo, y luego él mismo se decía que era ver a una muchacha únicamente como un objeto, y luego se decía que no mamara, que estaba exagerando. Y al final le dolía la cabeza, se masturbaba pensando en ella, y conseguía al menos dormir.

Así fue su vida respecto a Mayra hasta unos cuantos días antes del balonazo a su nariz y que Ana lo invitara al concierto; dos fines de semana antes de eso, Alejandro estaba baboseando en Perisur cuando se encontró a Mayra, de forma completamente inesperada.

La saludó y para su sorpresa ella ya no parecía enojada, así que le invitó un café en el Sanborn’s y platicaron largo y tendido. Él descubrió que seguía en general cayéndole mal, pero se sentía bien el poder disculparse y explicar cómo era que él había entendido las cosas. Ella pareció tomar su explicación bien, y ya cuando habían pagado y se iban a despedir, Alejandro dijo la pendejada:

—Me alegra poder haberme disculpado. Estaría chido que nos viéramos otro día.

Nada más decirlo, de nuevo se arrepintió de haberlo hecho. Mayra le sonrió, con un brillo medio extraño en los ojos.

—Me encantaría volver a verte— le dijo.

Y después lo besó en la mejilla y le dijo adiós. Él se quedó, una vez más, como un imbécil parado donde estaba. Inmediatamente le llamó a Ernesto para decirle la pendejada que había cometido.

—No te preocupes— le dijo Ernesto —; nada más no la llames. Yo creo que entenderá la indirecta.

Para el día del balonazo y el concierto Alejandro incluso había olvidado el asunto… hasta que vio a Érika bajarse del micro con Mayra detrás de ella.

—Güey— le dijo Alejandro A Ernesto, mientras las reinas se acercaban —, ¿qué hago?

—¿Huir?

—No mames.

—¿Por qué no le dices la verdad?

—Güey, ya hice llorar una vez a esta niña, y te lo juro que lo que menos quiero es volverlo a hacer.

—Contrario a lo que pudieras pensar— dijo Ernesto riendo —, a lo mejor es capaz de sobrevivir al tremendo choque.

—Tas bien pendejo.

No hubo tiempo de más conversación, porque Érika se acercó decidida a la puerta del copiloto, la abrió, y le dijo a Ernesto:

—Vente acá atrás conmigo, mi vida.

Fue tan rápido que Ernesto reaccionó por instinto y obedeció a su novia, mientras Alejandro lo miraba escandalizado. Pero se dio cuenta de que, realmente, no había nada que pudiera decir: lo más normal es que los novios se fueran en el asiento trasero si había un cuarto pasajero.

Mayra entró rápidamente al carro y le sonrió a Alejandro.

—Hola— le dijo.

—Hola— contestó Alejandro, y la besó en la mejilla cuando ella se inclinó.

—Hola Alex— dijo Érika.

—Hola— volvió a decir Alejandro.

—Hola Ernesto— dijo Mayra.

—Hola— contestó Ernesto.

Se quedaron callados unos cuantos segundos.

—Antes de irnos déjame comprar un chesco— dijo Ernesto de repente, y luego se dirigió a su novia —, ¿me acompañas?

—Claro— dijo Érika, y ambos bajaron del carro.

Alejandro vio incrédulo como su mejor amigo lo dejaba en el carro con Mayra. Ernesto tomó de la mano a Érika y caminó a un puesto de la calle.

—¿Por qué trajiste a Mayra?

—Me había contado que se encontró hace unos días a Alex, y que se tomaron un café, y que le había dicho que quería verla de nuevo.

Ernesto suspiró, pensando en la estupidez de su amigo.

—Estaba siendo educado— dijo —; Alejandro va al concierto porque lo invitó una chava que le gusta. En parte por eso te invité; probablemente nos abandone si se le hace con ella.

—No manches, ¿y qué va a pasar con Mayra?

—Pues no sé; justo por eso te saqué del carro, para poder explicarte todo.

—Yo pensé que querías dejarlos solos un momento.

—¡Verga!— exclamó Ernesto volteando a mirar el carro. Y como lo temía, Mayra ya estaba acariciando el pelo de Alejandro.

—¿Cómo has estado?— le preguntó Mayra a Alejandro mientras le acariciaba el pelo. Alejandro se estaba comenzando a sentir incómodo, pero no sabía cómo apartarse sin parecer grosero.

—Bien— contestó, y decidió que lo mejor era ser directo. Tomó la mano que le estaba acariciando el pelo y la puso entre las suyas —. Mayra; en vista de lo que pasó entre nosotros, quiero ser completamente honesto contigo. Al concierto me invitó una chava, que me gusta.

—Ah— dijo Mayra, y luego sonrió —. Qué mala suerte; yo sólo quería sugerirte que cogiéramos.

Alejandro se quedó sin habla unos segundos. Pinches viejas; todas estaban dementes.

—Ya me sacó Érika de mi casa— dijo Mayra, poniéndose algo seria —, y la verdad me da hueva regresarme. Si no te importa, déjame acompañarlos al concierto; te aseguro que cuando aparezca tu amiga me desapareceré.

—¿Segura? ¿No tienes problema con eso?

—Ya encontraré con quién coger por ahí— dijo tranquilamente Mayra, mirando por la ventana del carro.

Se veía particularmente sexy esa noche, y las hormonas de Alejandro lo hicieron dudar medio segundo. Tal vez un segundo completo.

—Gracias— dijo por fin, controlándolas —. Perdón; yo no tenía idea de que Érika te invitaría.

—No te preocupes. Me gusta que al menos seas honesto.

Ernesto y Érika volvieron a entrar, con refrescos para todos. Antes de que pudieran decir nada, Alejandro dijo:

—Bueno, ya que estamos todos listos; vámonos.

Arrancó y el carro y se encaminaron. Ernesto y Érika iban detrás sin saber exactamente qué decir, o hacer.

—Eh— balbuceó Ernesto —… ¿todo bien, ka?

—Todo perfecto.

Pasaron unos segundos en silencio. Alejandro podía ver por el espejo retrovisor que Érika estaba preocupada, pero como seguía ligeramente molesto de que lo hubiera emboscado invitando a Mayra no le dijo que todo estaba bien.

Dejaron el carro en el Estadio Olímpico Universitario y caminaron hacia las islas; la gente comenzaba a llegar, pero realmente no había muchas personas todavía. En el camino Alejandro y Ernesto se separaron unos pasos de Érika y Mayra, y el primero actualizó al segundo en cómo estaba la onda. No las podía oír, pero estaba seguro de que Mayra también le estaba explicando a Érika.

Varios grupos de chavos de distintas edades se encaminaban a las islas; cuando Alejandro, Ernesto, Érika y Mayra tuvieron a la extensión de pasto a la vista, pudieron observar que el escenario ya estaba puesto y que algunos técnicos andaban probando el sonido.

Las islas estaban con más gente de la común a esa hora, pero no llenas. Algunos grupos tomaban chelas o fumaban mota, e incluso un partido de futbol se desarrollaba en la enorme extensión de pasto con islas de árboles alrededor.

Los muchachos se detuvieron no muy lejos del escenario, ligeramente indecisos de qué hacer a continuación. Alejandro quería buscar a Ana, pero tampoco quería verse tan desinteresado en sus cuates, además de que quería asegurarse (o al menos eso se decía) de que Mayra estaría bien. La muchacha entonces le hizo un favor cuando les dijo a todos:

—Oigan, si no les importa me voy a dar un rolín a ver a quién me encuentro.

Y sin más se dio la media vuelta y se fue. Alejandro sintió una confusa mezcla de pena y alivio. Érika lo miraba con el ceño ligeramente fruncido.

—Oye— le dijo Alejandro —, no fue mi culpa.

—Ajá— contestó Érika —. Pinche Alex; te manchaste con mi mejor amiga.

—Sí, pero me disculpé; y no fue idea mía invitarla hoy.

—Hombres— dijo Érika girando los ojos, como si eso diera por terminada la discusión. Sin derecho a réplica.

—Bueno— dijo Alejandro, sin ganas de discutir —; voy a buscar a Ana.

—Suerte— dijo Ernesto.

Alejandro se internó en la masa de gente, que de pronto había aumentado considerablemente. Podía llamarle a Ana, pero sentía que sería una buena señal que pudiera encontrarla sin necesidad de hacerlo.

Estaba recorriendo las islas, pasando entre los grupos de chavos que se iban congregando en el lugar, cuando alguien le tocó el hombro. Alejandro se dio la media vuelta.

—Hola mi rey— dijo, con una alegre sonrisa, Elena.