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La Noche del Alacrán: 9

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La Noche del Alacrán escrita por Canek Peláez Valdés se distribuye bajo la licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-No Derivadas 2.5 Mexico [1].

9

Elena y Alejandro fueron a cenar a un Vips. Por alguna razón que él no podía terminar de entender, Elena adoraba la sopa Vips; le encantaba comerla de noche en particular.

Cuando se saludaron en la entrada, Elena miró suspicazmente a Alejandro, quien tenía el pelo algo revuelto, y la ropa algo arrugada; pero según él nada como para llamar la atención.

Elena lo siguió mirando unos segundos suspicazmente, hasta que de repente se le acercó mucho; su cara estaba a unos cuantos centímetros de su cuello. De manera ligeramente perturbadora, Elena lo olió.

—Acabas de coger— dijo sonriendo pícaramente.

Alejandro no pudo evitar sonrojarse. Elena estalló en una carcajada y le dio un beso en la mejilla.

—¿Por eso me llamaste? ¿No te están cogiendo rico?

—El problema es que me están cogiendo demasiado rico— contestó el, algo molesto.

La sonrisa se borró de inmediato de la cara de Elena.

—¿Cómo?

Habían ya entrado al restaurante y se habían sentado en una de las mesas. Pidieron de comer a una mesera y Alejandro le contó los hechos (sus dos exasperantes citas con Mayra, el sexo ligeramente sucio), sin decirle cómo se sentía respecto a ellos. En gran medida porque no lo sabía.

Cuando terminó, Elena lo miraba seria.

—¿Te gusta coger con esta niña?— le preguntó.

—Sí— contestó él de inmediato, porque eso sí lo tenía bien claro.

—Bueno…

—De hecho me gusta mucho.

—Ajá.

—De hecho es perturbadoramente satisfactorio; Mayra hace cosas (y me deja hacerle cosas) que creo sólo he visto en películas porno.

—Entiendo.

—Pero es que además parecería que tenemos una especie de conexión sexual; yo no tengo que decir nada porq…

—¡Que ya entendí, chingao!

El sonido de las conversaciones en mesas aledañas se paró de inmediato; todo mundo había volteado a mirar a Elena. Alejandro también la veía, sacadísimo de onda. Aunque sí la había oído gritar cuando tronó con su novio, y en varios de los mundialmente famosos estallidos histéricos que ella tenía, nunca le había gritado a él. De hecho en general siempre le hablaba como niño chiquito.

Elena se llevó las palmas de las manos a los ojos.

—Perdón— dijo, y suspiró como si estuviera contanto —. Bueno, ¿cuál es el problema entonces?

—Que no sé como me siento teniendo una relación puramente sexual con una muchacha que, siendo franco, creo que no me gusta…

—¿Físicamente?— lo interrumpió Elena.

—Eh… ¿perdón?

—Sí, ¿físicamente no te gusta?

—Claro que no, ¿crees que tendría sexo con alguien que no me gustara físicamente?

—Tuviste sexo conmigo…

—Yo… ¿qué? ¿De qué carajos hablas?; tú siempre me has gustado mucho.

Elena sonrió de una manera, que si Alejandro no la conociera, hubiera calificado de coqueta.

—Gracias.

—Como sea, Mayra es guapa. Muy guapa.

—Sí.

—Y se arregla muy bien…

—Ajá.

—…de hecho hoy traía puesta una tanga que…

—Rey— dijo Elena llevándose las mano a la cara —, no me interesa eso, ¿entiendes?

—¿Perdón? ¡Te estoy contando mis broncas!— exclamó Alejandro indignado; nunca antes Elena le había dicho que no quería oír algo.

—Sí, pues; pero para eso no tengo que oír de qué color son los calzones de la vieja que te está cogiendo.

La mesera llegó a la mesa justo cuando Elena hacía ese comentario, y les sirvió la comida mirándola feo. Elena se sonrojó.

—Estás rara hoy— dijo Alejandro tomando su tenedor y comenzando a comer.

A lo largo de la cena él trató de explicarle los sentimientos encontrados que tenía. Elena lo escuchó con atención, y contrario a como era ella normalmente se mantuvo callada casi todo el tiempo.

Pagaron la cuenta y salieron a la calle, que ya estaba notablemente vacía. El metro quedaba cerca, y se encaminaron hacia allá.

—¿Entonces tú que opinas?— preguntó Alejandro, que se había cansado de esperar a que ella solita le dijera qué debía hacer. Elena suspiró.

—Mira, lo que yo tengo ganas de decirte es que dejes de verla de inmediato, y te podría inventar media docena de razones de porqué eso es lo que te conviene. Pero la verdad es que creo que estás haciendo una tormenta en un vaso de agua; la chava te gusta físicamente, y físicamente te da placer. Y supongo que tú a ella también, porque te sigue llamando. Y porque ya he probado la mercancía— añadió sonriendo pícaramente.

Habían llegado al metro y entrado; Alejandro iba en una dirección, y Elena en otra, y se detuvieron donde debían separarse.

—Así que creo que deberías seguir cogiendo con ella— continuó Elena, suspirando como si lo dijera muy a su pesar —. Si ya se evitó lo único que te molestaba, que era tener que soportar sus estúpidas conversaciones, no veo por qué tengas que privarte (y a ella, de hecho) el placer de coger si a ambos les gusta. Y ciertamente es mucho mejor a que te la estés jalando en tu cuarto.

—¡Oye!

—Ay mi rey— le dijo Elena tocándole tiernamente la mejilla —. No trates de negarlo.

Alejandro sonrió, pero después frunció el ceño, y la miró suspicazmente.

—¿Qué quisiste decir con que tú querrías decirme que ya no la viera?

Elena suspiró y se acercó aún más a Alejandro. Lo hubiera podido besar de lo cerca que estaba.

—Porque la verdad no me gusta la idea de que te esté cogiendo otra vieja.

Alejandro se quedó sin habla unos momentos, y después volvió a fruncir el ceño.

—Pero nunca me dijiste nada de Angélica.

—Ay mi rey; era obvio que esa nena no te iba a coger rico. Y de hecho me ves tan tranquila porque es obvio que la personalidad de esta muchacha te revienta los hígados. Si no me verías histérica de celos.

Alejandro la miró como idiota. Ella lo besó en los labios, de nuevo tan suavemente como si fuera su hermana.

—Que seas mi amigo y que yo tenga novio no quiere decir que no me pueda poner celosa— dijo dignamente, y comenzó a caminar hacia la dirección del metro que la llevaría a su casa —. Pero que conste que no me vi egoísta y no te dije que la dejaras de ver —añadió antes de desaparecer por la escalera.

Alejandro se quedó donde estaba unos segundos, como pendejo. Por fin dio media vuelta y se encaminó al andén del metro que le tocaba, pensando que su mejor amiga sin duda alguna estaba loca como pelona de hospicio.

Así que durante algunas semanas siguió viendo a Mayra; funcionaban de forma casi clínica: se veían exclusivamente para coger, intercambiando las menos palabras posibles. A veces ni hablaban; llegó a ocurrir que Alejandro recibía un mensaje por su celular (“¿puedes hoy a las cinco?”) y él sólo contestaba una sílaba (“sí”); cuando llegaba a casa de ella era directo a lo que trujía.

Probablemente hubieran podido seguir así varios meses, pero entonces a Érika se le ocurrió la idea de que ella, Mayra, Ernesto y Alejandro salieran en una cita doble. Primero se lo comentó a Ernesto (o más bien le avisó que así ocurriría) y luego a Mayra. A Alejandro no le dijo nada, porque dio por hecho que Mayra se lo diría, cosa que en efecto ocurrió.

Así fue como pasó: un día Mayra le mandó un mensaje del celular preguntándole si sus papás estarían en la tarde; él le contestó que no, y ella a su vez le dijo que llegaría como a las cuatro. Llegó, cogieron un par de veces, y cerca de las seis Mayra y él estaban recostados en su cama. Alejandro estaba esperando unos minutos para que ella dijera que ya tenía que irse; él había entendido que lo que procedía entonces era decirle que la acompañaba a la parada del micro, y ya después podía seguir con su vida. Ya bien cogido.

Pero en lugar de decirle que ya tenía que irse, le acarició una tetilla y le dijo:

—Érika quiere que salgamos los cuatro el fin de semana. Lo está organizando con Ernesto y me dijo.

Alejandro hizo un sonido parecido a un gemido de dolor.

—¿No quieres ir?— preguntó Mayra, un ligero aire de sorpresa en su voz.

—Por supuesto que no quiero ir— contestó aún más sorprendido Alejandro —, ¿por qué querría ir?

—Bueno, Ernesto es tu mejor amigo, y Érika es su novia. Y voy a estar yo, obviamente.

Alejandro la miró como pendejo durante varios segundos.

—Ajá— dijo lentamente —… ¿y?

—Bueno— dijo Mayra, ahora sí con una nota más que perceptible de inseguridad en su voz —, como novios debemos hacer ese tipo de cosas de vez en cuando, ¿no? No podemos nada más hacer el amor.

El muchacho sintió una mezcla de incredulidad y risa; en primer lugar estaba casi seguro de que lo que ellos tenían no podía calificarse como “noviazgo”… y en segundo lugar estaba segurísimo que lo que ellos hacían no era “el amor”. Era un sexo sucio, vulgar e increíblemente satisfactorio; pero ciertamente no era “hacer el amor”.

En ese momento cayó en cuenta de que, si se ponía algo cursi, nunca había “hecho el amor” en su vida. Le hubiera gustado hacerlo con Elena, pero cuando ella detectaba que él quería algo más que sexo o amistad no lo dejaba acercarse ni a medio metro, así que al final sólo podía calificar como “sexo” lo que había tenido con ella. Con Angélica, desde un punto de vista técnico, nunca se acostó. Hicieron un montón de cosas, pero aunque él creía que el cariño de la muchacha por él era sincero, lo cierto es que él nunca sintió lo mismo. Y bueno, con Mayra él estaba seguro de que, al menos de su parte, no había nada que se pareciera a “amor” en el asunto. De hecho, le comenzaba a caer mal cuando abría la boca para hablar.

Como en ese momento estaba pasando; el caer en cuenta de que nunca se había acostado con una chava que quisiera, aunado al hecho de que Mayra se atreviera a llamar su relación como “noviazgo”, y que además por alguna razón su voz de por sí siempre lo sacaba de quicio, hizo que contestara algo que cualquiera con dos dedos de frente no hubiera contestado… y además con un tono de voz que hizo que después se arrepintiera de haberlo usado.

—Nosotros no somos novios— dijo, con una voz que combinaba enojo, hartazgo y cierta burla —, y ciertamente no “hacemos el amor”. Nosotros cogemos.

Nada más las palabras terminaron de salir de su boca, Alejandro se arrepintió de haberlas dicho. No porque fuera mentira (era lo que pensaba); pero sí se dio cuenta (demasiado tarde) de que el tono era innecesario. Además notó que había lastimado mucho a Mayra, cuando vio que los ojos de la muchacha se comenzaban a llenar de lágrimas.

—¿Entonces para ti todo esto sólo ha sido por el sexo?— preguntó ella, con la voz rompiéndosele por las lágrimas.

Alejandro se quedó con la boca abierta, sin saber qué decir. Estaba consciente de que se había manchado, pero él creía que era un acuerdo tácito entre ellos que nada más se veían por el sexo.

Mayra se levantó mientras trataba de contener, inútilmente, sus lágrimas, y comenzó a vestirse lo más rápido que pudo. Salió de su recámara, de su casa y de su vida llorando ya a lágrima viva.

Alejandro se quedó en la cama, como un completo imbécil, sin estar seguro de qué era lo que había ocurrido. ¿Cómo era posible que Mayra creyera que eran novios? Solamente cogían; incluso había sido ella la que había sugerido ir a un lugar para estar a solas en la segunda cita (que él intentó fuera una cita de verdad), y después nunca le dijo nada de volver a salir para otra cosa que no fuera coger. Jamás le platicó sus problemas o le preguntó por los suyos. Él había llegado a sentirse utilizado sexualmente.

Como Mayra se negó rotundamente a volver a verlo o ni siquiera a contestarle el teléfono, fue Ernesto, quien se enteró a través de Érika, quien le contó cómo había sido que Mayra había entendido las cosas.

—Ella creía que no te gustaba hablar— le dijo Ernesto mientras estaban en su cuarto, fumando mota.

—¿Y por qué creía eso?

—Porque parecías enojarte cada vez que hablaban.

Alejandro asintió, concediendo eso. Sólo que no era que no le gustara hablar; es que no le gustaba hablar con ella.

—Pero ella se me lanzó, la primera y la segunda vez que nos vimos.

—Creyó que se te dificultaba expresar tus sentimientos. Consecuencia, o motivo, dentro de su cabeza, de que no te gustaba hablar.

—¿Y ella por qué no hablaba?

—Porque entonces parecías enojarte más.

Alejandro volvió a asentir, concediendo también eso. Ciertamente no soportaba su voz en general.

—¿Pero cómo pudo creer que éramos novios?

—Pues como no podías expresarte— continuó Ernesto, que todo el tiempo había tenido una sonrisa de oreja a oreja porque se le hacía hilarante el asunto —, ella pensó que acceder a coger fue tu gutural manera de estar de acuerdo que sí querías andar con ella. Por alguna razón le gustas mucho.

—Déjame adivinar, y todo el sexo que tuvimos era la única manera en que yo podía expresar que la quería.

—Exacto.

Alejandro le dio un toque al churro de mota. Sentía que la ocasión lo ameritaba.

—Entonces todo este tiempo ella no creyó, como yo, que nos juntábamos nada más para coger; creyó que éramos novios, y que yo tenía un problema de comunicación y por lo tanto mis sentimientos sólo los expresaba cogiendo como conejo con ella.

—Algo así. Érika está muy ofendida por cómo te portaste.

—Sí me manché en cómo dije las cosas; pero que no mame, yo no tenía forma de entender que Mayra pensaba como pensaba.

—Consecuencia de que no te gusta hablar. Ábrete, carnal, no te cierres en un caparazón. Deja que el amor entre a tu vida.

Los dos muchachos se rieron, tosiendo.

—Oye— dijo Alejandro —, ¿y tú no sabías cómo pensaba Mayra?

—No; por lo que tú me platicabas yo entendía lo mismo que tú, que sólo quería utilizarte como objeto sexual.

—¿Y Érika?

—Érika, por lo que Mayra le platicaba, entendía que tú y ella eran una feliz pareja, si bien contigo teniendo algunos problemas para expresar tus sentimientos.

—¿Y nunca compararon notas, carajo?

—Cabrón; no te ofendas, pero el universo no gira en torno a ti. Tengo mejores cosas de qué platicar con mi novia que de tu vida sentimental.

—¿Y cuando sugirió que saliéramos los cuatro juntos?

—Se me hizo algo raro, pero no terriblemente raro. Digo, si te cogías a Mayra podías ir a comer con ella a un restaurante, ¿no?

Alejandro le envió a Mayra un largo mensaje por celular diciéndole que sentía cómo se había portado, pero que sencillamente él había creído otra cosa, y trató de seguir con su vida. Su lado racional le decía que él no tenía ningún motivo por el cual sentirse mal; cualquiera hubiera podido entender las cosas como él las había entendido. Pero eso no evitó que se sintiera de la chingada un tiempo. Se sentía culpable de haber lastimado a una muchacha que, si bien nunca le cayó muy bien, sí le había puesto unas cogidas monumentales.

Cuando se lo comentó a Elena, su amiga se desternillaba de la risa.

—¿Entonces la vieja pendeja creía que te la cogías en cuanta posicion podías porque era tu única manera de mostrar tu profundo amor?— preguntó, botada de la risa.

—Sí.

Elena soltó una alegre carcajada que hizo que el resto de la gente en el Centro de Coyoacán voltearan a verla. Estaban caminando cerca de la iglesia, comiendo un helado.

—¿Entonces ahora te quedaste sin nalguita?— preguntó Elena, los ojos brillando de alegría. Parecía disfrutar mucho de oír las pendejadas que le ocurrían.

—Así es— contestó Alejandro, sonriendo contra su voluntad. No le gustaba cómo Elena se burlaba de una situación que, si bien no era una tragedia griega, tampoco era para estarse botando de la risa; pero el buen humor de ella era tan desbordado que se lo estaba contagiando quisiera o no.

Elena se detuvo enfrente de él, con las manos sosteniendo el helado a sus espaldas, y poniéndose de puntitas le dio un beso en la punta de la nariz.

—Es lo mejor mi rey— le dijo más seria, pero todavía sonriendo y con los ojos brillantes —. No eres de los que nacieron para sólo tener sexo con una muchacha.

Elena se dio media vuelta y siguió caminando, comiendo tranquilamente su helado. Alejandro, todavía sin moverse, frunció el ceño.

—¡Oye!— le gritó a Elena, que ya se había alejado unos tres metros —; no parecías tener esa opinión cuando la muchacha eras tú.

Elena lo volteó a ver y le guiñó el ojo, de una forma que él hubiera considerado coqueta si no fuera porque la conocía.

—Eso era distinto— dijo ella —. Yo soy maravillosa.

—Y medio demente— añadió Alejandro alcanzándola.

—Sí, sin duda. Pero eso no me quita lo maravillosa.