La Noche del Alacrán: 8

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La Noche del Alacrán escrita por Canek Peláez Valdés se distribuye bajo la licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-No Derivadas 2.5 Mexico.

8

Alejandro y Ernesto se estacionaron cerca de la parada de microbuses en Zapata, dispuestos a esperar a Érika. No habían pasado cinco minutos cuando Ernesto dijo:

—Ahí viene.

Érika bajó del micro, y los dos muchachos notaron que no venía sola: una muchacha la acompañaba. Alejandro miró paniqueado a Ernesto.

—Güey— le dijo —, ¿le mencionaste que una chava me invitó y básicamente voy porque me la quiero a ligar?

—Ehhh… no. Le dije que había un concierto.

—¡Mierda! ¿Sabes entonces quién seguro es la chava que viene con ella?

Ernesto sonrió maliciosamente.

—Sí; Mayra.

—Mayra.

—Yep, Mayra.

Los dos chavos se hicieron hacia adelante en sus asientos para mirar a las muchachas que se acercaban.

—Mayra— dijeron al unísono.

Poco después de que Érika y Ernesto se desvirgaran mutuamente, a la chava se le ocurrió una idea fabulosa; ¿por qué no presentar a Alejandro con su mejor amiga de la Prepa 6, Mayra? Con algo de suerte y comenzarían a andar, y Alejandro dejaría de estar jodiendo con ver a Ernesto, cuando Érika y él querían disfrutar casi todo el tiempo del recién descubierto placer de estar cogiendo.

A Alejandro le gustó la idea; por cómo la había descrito Ernesto Mayra parecía una chava guapa e inteligente, y ya había pasado un tiempo desde que había dejado a Angélica.

Así que Alejandro y Mayra salieron al cine un día. Érika realmente quería una cita doble, pero Alejandro se negó rotundamente a la idea: no le tenía miedo al ridículo siempre y cuando fuera en frente de completos desconocidos.

Alejandro había elegido con antelación la película, y las cosas comenzaron a ir de bajada cuando Mayra se quejó de que estuviera subtitulada; le dijo que se cansaba de leer los subtítulos.

Todo fue empeorando a partir de ese momento; Alejandro no pudo determinar si en bruto era ella inteligente o no, pero sí se percató de que, bajo su definición, era una pendeja. No había leído jamás un libro que no le hubieran dejado en la escuela, e incluso varios los había evitado viendo la película… doblada, de ser posible. Veía como cinco telenovelas y estaba al tanto de las vidas personales de los principales actores en ellas; no que Alejandro tuviera nada en contra de eso, pero parecía que esa era la única preocupación que tenía en la vida la muchacha.

Alejandro trató de ser cortés, pero conforme fue pasando el tiempo en la cita se percató de que no soportaba a Mayra. Y ciertamente era guapa; muy guapa, y más por el hecho de que se esmeraba al arreglarse. Pero incluso su voz comenzaba a parecerle como el sonido de un taladro perforando su cerebro.

Así que, después del cine y de cenar (Mayra le comentó que no había entendido la película… que era una comedia romántica), Alejandro tenía una cara que parecía tuviera un pedazo de caca en la punta de la nariz. De verdad hizo un esfuerzo por comportarse educadamente, pero encontraba tan insoportable a la muchacha que tenía que estarse conteniendo para no gritarle que se callara.

Porque además parecía no poder dejar de hablar.

Con alivio la fue a dejar a su casa (su papá le prestó la nave ese día), y cuando llegaron se estacionó y apagó el carro. No tenía intención alguna de bajar y abrirle la puerta, así que se quedó ahí mirándola con ojos que le querían decir que como que ya era hora de que le llegara.

La muchacha le sonrió y le dijo:

—Me la pasé muy bien.

Alejandro tuvo que hacer un esfuerzo por contener la risa; era imposible que nadie pudiera considerar las cuatro horas pasadas como algo “bueno”. Así que o la chava estaba tratando de ser amable, o de verdad tenía algún tipo de daño cerebral.

Pero su humor se transformó en pánico cuando la chava se quitó el cinturón de seguridad y se inclinó lentamente hacia él. No era posible; ¿de verdad quería que la besara? ¿Qué carajos tenía mal esta muchacha? ¿Cómo era posible que hubiera interpretado las cosas de tal forma que pensara que él quería besarla?

Resultó que el equivocado era él: la chava no quería beso de las buenas noches. Mayra se siguió inclinando hasta que su cabeza estuvo en el regazo de Alejandro, y con manos rápidas y hábiles le desabrochó el pantalón para comenzar a hacerle, ahí mismo en frente de la casa de ella donde probablemente estarían sus padres, el guagüis más fabuloso que jamás le hubieran hecho.

Que, lamentablemente, no eran tantos.

Alejandro no hizo nada inicialmente porque estaba básicamente en shock por la sorpresa. Después no hizo nada porque se sentía muy rico. Y después lo único que pudo hacer fue gemir lo más discretamente que pudo, mientras lo aterrorizaba la idea de que alguien los fuera a cachar. De hecho, la imagen del papá de Mayra saliendo de la casa y descubriéndolos hizo que se riera un poco.

—Voy a terminar— dijo Alejandro con la voz entrecortada, cuando sintió que no faltaba mucho.

—Mmmh mmmh— murmuró Mayra sin dejar de hacer lo que estaba haciendo, y de hecho (Alejandro pensó en el término adecuado) “echándole más ganas”.

Alejandro pensó que era ligeramente extraño venirse dentro de la boca de una chava que no tenía veinticuatro horas de haber conocido; pero como ella no parecía tener problemas con eso, sencillamente se dejó ir. O venir.

Mayra procedió a tragarse todo el asunto, que a Alejandro no pudo evitar sentir que era ligeramente obsceno y (tal vez por lo mismo) increíblemente cachondo, y después volvió a abrochar su pantalón sonriéndole. Le dio un beso sorprendentemente tierno en los labios, y le guiñó un ojo.

—A ver cuándo volvemos a vernos, ¿sí?

Y alegremente se bajó del carro y se dirigió a su casa moviendo los dedos a forma de despedida, sin dejar de sonreír todo el tiempo. Alejandro se quedó en el carro con una extraña satisfacción, y sin saber exactamente qué había ocurrido. Ni por qué.

Lo más sorprendente fue que se encontró a sí mismo llamándola un par de días después, para que fueran a una exposición en el Centro Cultural Universitario. Trató de prestar atención a lo que decía, por si estaba perdiendo algún tipo de sutileza en su conversación. Trató de verdad de encontrar una chispa de su personalidad que le atrayera, de descubrir algo que a él le pareciera inteligente o interesante de ella.

Nada. Al poco tiempo (ni una hora llevaban baboseando en la exposición) Alejandro quería sacarse los ojos; se estaba aburriendo horrores, y además la chava tenía la peculiaridad de que no sólo lo exasperaba: su sola presencia le fastidiaba incluso la exposición, que en otras circunstancias igual y hubiera disfrutado bastante.

Así que de nuevo tenía su cara de tengo-caca-en-la-punta-de-la-nariz, cuando ella le tomó la mano y lo miró de una manera que él sólo podía describir como lujuriosa.

—¿No quieres que vayamos a un lugar donde podamos estar solos?— le preguntó.

Alejandro rompió sus propias costumbres y tomó un taxi para llevarla a su casa. Durante el trayecto ella comenzó a besarlo y a tocarlo, de forma francamente lasciva, valiéndole completamente madres que el conductor los mirara divertido por el espejo retrovisor.

Ya en su casa y en su cuarto Mayra procedió a darle una cogida que él sólo pudo calificar como “monumental”. La muchacha tenía una especie de sexto sentido o algo por el estilo, porque hacía justo lo que quería que hiciera justo cuando quería que lo hiciera, y sin tener que decir nada. Y además Alejandro rápidamente se dio cuenta de que cuando cogían ella se mantenía callada. Lo cual era una ventaja.

Cuando acabaron el tercer round (ella tenía la capacidad de prenderlo de nuevo casi de inmediato), ella lo abrazó y le preguntó con voz algo cansada si la acompañaba a la parada del micro.

Alejandro vio alejarse al micro con Mayra dentro, y se quedó en la calle tratando de descifrar lo que sentía (además de un ligero dolor en las piernas; durante el segundo round la estuvo cargando estando él de pie).

Decidió que pensaría en eso luego, y se fue a dormir a su casa.

Cuando unos pocos días después ella lo invitó a salir y le dijo que pasara por ella a su casa, Alejandro pensó seriamente en decir que no. El sexo era fabuloso, y además (a falta de un mejor término) sucio, en una buena manera. Pero de verdad el pasar tiempo con ella no cogiendo era medio desesperante.

Al final ganaron sus ganas de coger, y fue por Mayra a su casa. Ella lo invitó a pasar y, para sorpresa (y algo de alivio) de Alejandro, procedió a seducirlo sin ni siquiera preguntarle cómo había estado, o si quería un vaso con agua.

Unas horas después, habiendo hecho cosas que Alejandro estaba seguro debían estar prohibidas en algunos países, Mayra le dijo tranquilamente que sería bueno que se fuera, porque sus papás no debían de tardar. Eso le hizo darse cuenta de que eran las únicas palabras que habían intercambiado desde que se saludaron y ella lo invitó a pasar.

Se vistió y puso los tenis, de nuevo sin saber exactamente cómo se sentía.

—¿Te llamo después?— le preguntó cuando estuvo listo para irse. Ella ni siquiera se había levantado del suelo, donde habían cogido la última de varias veces, apenas cubierta por un cobertor. No tenía cara de que lo acompañaría a la puerta.

—Sí— contestó ella, y Alejandro tuvo la impresión de que no le interesaba en lo más mínimo si la llamaba diez minutos después o nunca.

Él solito se salió de la casa, procurando cerrar bien detrás de sí. El metro estaba a algunos kilómetros, y decidió caminar esa distancia para poder pensar. Desde un punto de vista puramente práctico la situación parecía buena; daba la impresión de que ella tampoco quería nada que no fuera sexo (¿si no porqué ni siquiera le había preguntado cómo estaba cuando llegó a su casa?), y entonces las horribles horas que había pasado con ella cuando habían salido nunca más volverían a repetirse, porque ya establecidas las reglas quedaba claro que cuando se vieran únicamente cogerían.

Pero una parte suya se sentía mal al respecto. Estaba el hecho de que Mayra al parecer sólo lo utilizaba sexualmente… que no era una tragedia en sí mismo, y además él también la utilizaba sexualmente a ella. Pero eso no quitaba que se sintiera mal al respecto.

Y estaba el hecho de que, si lo analizaba seriamente, en el fondo Mayra le caía mal. ¿Por eso sería tan rico el sexo?, pensó durante un segundo. Le estaba empezando a doler la cabeza, pero sí quería entender cómo se sentía. Y entonces pensó en la única persona que a veces parecía entenderlo mejor que él mismo, y sacó su celular del bolsillo.

—Hola— dijo cuando contestaron —, ¿estás ocupada? Me gustaría platicar tantito.

—Claro, mi rey— contestó Elena.

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