La Noche del Alacrán: 4

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La Noche del Alacrán escrita por Canek Peláez Valdés se distribuye bajo la licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-No Derivadas 2.5 Mexico.

4

Ernesto se llevó la noche de su vida ese día. En comparación, la de Alejandro no fue muy buena que digamos. Su mejor amigo, antes de ir a pasar una noche de sexo adolescente tierno y atolodrando, le llamó a su mamá para inventarse la excusa más enredada que jamás a nadie se le ha ocurrido para explicar por qué no iría a dormir a su casa, y después le marcó a Alejandro, que cuando vio el número de Enesto en su celular se le cayó el alma a los pies.

—Güey— dijo contestando —, por favor no me digas que chocaste.

—Eh… no, no, no he chocado.

—Ah. ¿Qué pasó? ¿Salió todo bien con Érika?

—Eh… sí, sí, todo chingón. Gracias.

—Ajá. Bueno, ¿y entonces para qué me marcas? ¿Ya vienes por mí? Pensé que te tardarías un poco más.

—Eh… justo por eso te marco.

—Güey, no mames que todavía están en el restaurante. Quedé con mi papá que regresaba como a la una o dos. Si siguen en el restaurante apenas te va a dar tiempo de salir e ir a dejar a Érika a su casa.

—Eh… no, no; ya salimos del restaurante.

—Ah. Bueno, ¿entonces cuál es el problema?

—Eh… me temo que no vas a poder llegar a las dos a tu casa.

—¿Qué? ¿Por qué no? ¿Van a hacer algo más tú y Érika?

—Eh… sí… algo así.

—Ajá. Mmmh. Mira, creo que me puedo chorear a mi jefe si llego a eso de las tres; pero lo que sea que vayan a hacer apúrense, porque no mames mi papá se va a poner bien punk conmigo si llego después de las tres. Y además a ver dónde chingaos me lanzo para no estar en la calle; aquí ya están puliendo los pisos.

—Eh… Alejandro… tampoco vas a poder llegar a las tres. Al menos no con carro.

—¡¿Qué?!

—Mira, te explico luego. Me cae que vas a entender; y de verdad lo siento. Te debo una por esto. Luego te explico.

Y Ernesto colgó. Alejandro miró incrédulo su teléfono, y procedió furioso a marcarle de nuevo, pero descubrió horrorizado que lo había apagado. Se quedó como estúpido unos segundos, sin tener ni puta idea de qué hacer. Tenía menos de cien pesos en la cartera, y no podía regresar a su casa sin el carro de su papá; lo despellejaba vivo si descubría que se lo había prestado a Ernesto.

Estaba considerando seriamente huir a Guatemala cuando su celular comenzó a vibrar en su mano. Era Elena, la muchacha que le había hecho el favor de desvirgarlo en un concierto unos meses antes.

—¿Bueno?— dijo contestando.

—¿Dónde andas?

—En un centro comercial, ¿por qué?

—¿Podrías venir a mi casa? De verdad me haría bien hablar con alguien.

—Claro— dijo Alejandro sin poder creer su suerte—; ahorita llego.

Tomó uno de los taxis que siempre estaban en el centro comercial y veinte minutos después tocaba la puerta de Elena. La chava le abrió la puerta en pants y chanclas, con el pelo hecho un desmadre y cara de evidentemente haber estado llorando, y de inmediato lo abrazó sollozando.

—Eh— dijo sorprendido Alejandro —… ¿estás bien?

Alejandro había conocido a Elena en un toquín que se había llevado a cabo durante su intersemestral de primer año. Ernesto llevaba poco tiempo de haber descubierto la mota, y la estuvo fumando generosamente durante el concierto. En un tropezón empujó a Alejandro contra Elena, que tiró su bebida por ello.

Apenado, Alejandro se ofreció a comprarle otra, y en el camino comenzaron a platicar. Tres horas después, con el concierto dando sus últimos estertores, seguían platicando, y Elena además ya estaba considerablemente mareada de haber estado tomando, así que Alejandro se ofreció a llevarla a su casa. Ernesto había desaparecido (casualmente conoció a Érika en el mismo concierto), y Alejandro y Elena caminaron al carro que su papá le había prestado. En el camino Elena trastabilló y él la sostuvo; después de recuperar el equilibrio ella no soltó su mano.

Alejandro imaginó muchos posibiles escenarios de lo que pasaría después, pero realmente no el que de hecho ocurrió; al llegar al carro le abrió la puerta a Elena, que de forma particularmente hábil le quitó el seguro a la puerta trasera, hizo a Alejandro a un lado, abrió dicha puerta, tomó a Alejandro de la solapas y, con una inusitada fuerza para una chava tan delgadita, lo aventó sobre el asiento trasero para después aventarse ella misma, cerrar la puerta, y desvirgarlo ahí mismo sin ni siquiera decir “permiso”.

—Eras virgen, ¿verdad?— preguntó ella cuando todo terminó… humillantemente poco después.

—Eh… depende de cómo definas virgen.

—Eras virgen— afirmó entonces Elena, y le dio un beso riéndose.

—¿Tan mal estuve?— preguntó Alejandro, angustiado.

—No para un virgen— contestó ella riéndose descaradamente ahora.

—Te estás burlando de mí— dijo Alejandro y trató de incorporarse, pero ella lo abrazó con su inusitada fuerza.

—No, mi rey; perdón. Es sólo que eres muy tierno.

—¿Eso es bueno o malo?

—Es bueno… en general. Sólo no exactamente lo que me esperaba.

Le dio otro besó y lo miró profundamente, como si quisiera tratar de mirar sus deseos y gustos, sus miedos y sueños a través de los ojos.

—Eres muy chido— dijo al fin —. Te diría que ándaramos, pero creo que no te mereces una chava tan loca.

Y, oh Dios sí estaba medio loca. Alejandro se obsesionó unas semanas con Elena, pero ella le dejó muy claro que sólo lo quería como amigo. Cuando él por fin aceptó eso, y reanudaron las conversaciones amistosas que duraban horas, y fue obvio que de verdad ya no estaba obsesionado con ella, Elena se volvió a acostar con él, de forma igual de agresiva que la primera.

—Eres mucho mejor si no eres virgen, mi rey— dijo ella recostándose cuando todo terminó… sorprendentemente mucho después.

—No te entiendo— dijo él… porque no sabía qué más decir y porque de verdad no la entendía.

—Te dije que estaba loca. No le busques chichis a las hormigas— le dijo dándole un beso —; seguimos siendo amigos nada más.

Eso fue lo que definió los primeros meses de su amistad con Elena; una amiga súper chida con la que podía hablar de cosas que incluso con Ernesto le costaba expresar, porque ella lo entendía siempre a la primera, y con la que de vez en cuando (cuando se le pegaba la gana a ella) tenía sexo.

Así siguieron las cosas hasta que Elena se consiguió novio. Al inicio a Alejandro le costó mucho aceptar eso, pero fingió que estaba contento por ella porque tenía miedo de que si se mostraba celoso la podría llegar a perder. Hasta un día en que comieron juntos y ella le estaba platicando una cosa completamente intrascendente, y él notó algo raro en ella. Algo que habitualmente no estaba ahí.

—¿Qué?— preguntó ella cuando notó cómo la miraba.

—Te ves… rara— dijo él.

Elena sonrió, con una sonrisa tan luminosa que Alejandro no pudo evitar él mismo ponerse de buen humor.

—Estoy feliz— dijo ella simplemente.

Y en ese momento Alejandro entendió realmente la situación. El novio de Elena, por celoso e incómodo que lo hiciera sentir a él, la hacía feliz a ella. Y a partir de ese momento no tuvo que fingir nada; de verdad estuvo contento por su amiga.

Así estaba el asunto hasta la noche que Ernesto se dio a la fuga con el carro de su papá, y Elena lo llamó a su casa para recibirlo bañada en lágrimas. Después de pasar a su casa e ir a la recámara de ella (sus papás no estaban), Elena le platicó entre sollozos que su novio y ella habían tronado.

Alejandro estaba sinceramente preocupado por su amiga, pero siendo completamente honesto no había ido ahí sólo por ella, ni tampoco sólo para no estar en la calle sin saber a dónde ir mientras a Ernesto se le pegaba la gana regresarle el carro de su papá. Cuando sonó su teléfono y vio que era de su casa, esa fue la razón por la que había ido con Elena.

—¿Bueno?— dijo contestando el teléfono y haciéndole señas a Elena de que tenía que tomar la llamada.

—¿Dónde estás hijo?— preguntó su papá. Todavía no sonaba molesto, lo cual siempre era una buena señal.

—En casa de una amiga papá; te estaba a punto de llamar. Se puso medio mal en la fiesta, y la traje para acá y me ofrecí a esperar a que llegaran sus papás— mintió él campantemente —. Si no te molesta, dame chance de llegar algo más tarde mientras llegan.

—Mmmh— Alejandro conocía perfectamente el gruñido de su papá cuando una situación no le estaba gustando mucho, así que sacó su carta mayor.

—Estamos en su casa seguros, el carro está en su patio, no estoy tomando, y si quieres te doy el número de su casa por cualquier cosa.

—A ver— dijo el papá; como que la idea le gustaba.

Alejandro le pasó el número de la casa de Elena, se despidió de su papá y colgó. Como que lo conocía, Alejandro esperó unos segundos hasta que sonó el teléfono de la casa de Elena. La muchacha, extrañada, lo contestó:

—¿Bueno?

—Buenas noches— dijo el papá de Alejandro —, ¿se encuentra Alejandro? Es su papá.

—Un momento— Elena le llevó el auricular todavía más extrañada a su amigo —. Es tu ¿papá?

—Gracias— dijo Alejandro tomando el auricular —, ¿qué pasó papá?

—Nada más comprobaba que el número estuviera bien… no vayas a creer que no confío en ti.

—Claro que no papá— dijo Alejandro con una sonrisa de oreja a oreja.

Alejandro estuvo platicando con su amiga toda la noche, escuchando un momento todas las razones por las cuales su novio (o ex novio, para ese momento) era un pendejo y no quería volverlo a ver nunca, y al siguiente todas las razones por las cuales era el hombre más maravilloso del mundo y no podía vivir sin él. Alejandro le daba palmaditas en la espalda y trataba de darle la razón en todo; sólo era ligeramente difícil hacerlo cuando Elena se empeñaba en contradecir su propia postura cada cinco minutos.

Así que cuando ella se quedó callada unos segundos, para después comenzar a besarlo, incialmente se alegró, porque en eso sí sabía cómo comportarse. Sólo que apenas llevaban unos segundos besándose, cuando algo entró atropelladamente en su conciencia y se separó de ella.

—¿Qué pasa?—preguntó ella, extrañada.

—Eh… hasta ahora siempre he estado de acuerdo con que nos acostemos cuando tú digas. Pero creo que no sería buena idea que lo hiciéramos ahorita.

—¿Por qué?

—Porque por lo que me platicas hay una posibilidad de que tú y tu novio se contenten… si dejas de portarte como esquizofrénica en algunas cosas. Y si eso ocurre, te conozco; te vas a sentir de la chingada de haberte acostado conmigo. Así que creo que lo mejor es que no lo hagamos.

Elena lo miró con esa mirada suya tan profunda que a veces le echaba.

—Claro que soy hombre— dijo Alejandro, sonriendo—; si me insistes suficiente te prometo no poner mucha resistencia.

Elena se echó a reír y le tocó la mejilla con su mano.

—Gracias rey; ya sabía que eras muy chido. Necesitamos encontrarte una muchacha menos loca que yo que haga feliz. Y te coja rico.

—¿No va lo segundo incluido en lo primero?

Los dos muchachos se rieron de nuevo. Eran las seis y media de la mañana, y aunque cansado Alejandro estaba contento. Su teléfono celular comenzó a sonar, y vio aliviado que era Ernesto.

—¿Dónde estás, hijo de la chingada?

—Ya voy para allá… ¿dónde estás?

—Ahorita te marco para decirte dónde me recoges.

—OK.

Alejandro colgó su teléfono y le sonrió a Elena.

—Ya me voy; vienen por mí.

—Gracias por haber venido— le dijo Elena abrazándolo —. Y gracias por todo lo demás.

—No te preocupes.

Alejandro salió de casa de Elena y le marcó a Ernesto para que pasara por él en una calle cercana; no quería decirle cómo había sido su noche hasta enterarse de por qué le había hecho la jalada de raptar el coche de su jefe.

Ya después con más calma Ernesto le platicaría lo que había pasado, y Alejandro ciertamente comprendió que la situación había sido meritoria de la actitud gandalla de su amigo. Las cosas no pasaron a mayores; el papá de Alejandro vio que el carro estaba en perfecto estado y que su hijo no había estado bebiendo ni nada por el estilo (claro que no era que desconfiara de él), y nunca se enteró de lo que realmente había pasado esa noche.

Pero Alejandro le recordaba a Ernesto esa noche cada vez que necesitaba un favor urgente.

2 comentarios sobre “La Noche del Alacrán: 4

  1. Hola Canek, solo queria decirte que me está gustando tu historia y señalarte un pequeño error.

    “Ela lo miró con esa mirada…”

    Gracias por subir tu novela.

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