La Piñata

Ayer (y parte de la madrugada de hoy) fue la tradicional posada en casa de Enrique.

Todos los años Enrique y su familia hacen la posada, y todos los años Enrique me invita. Aunque conozco a Enrique desde hace casi 10 años, no he ido a todas las posadas que ha organizado. He ido sólo como a 4 ó 5, pero en general siempre me la he pasado bien.

Ayer estuvo divertido; básicamente estuve pasando el rato con Omar y Paola, hasta que llegó la hora del Orapronobis (whatever that fuckin’ means). La mamá de Enrique todos los años hace que nos salgamos al frío de la noche con nuestras velitas, caminemos diez metros en una dirección, diez metros en la contraria, y pidamos posada. Se da el tradicional intercambio de Oh-oh-os pido posa-ah-ah-da… (aunque casi todos sólo gritamos oh-oh-os y a-ah-ah-da), y entramos como perros gringos.

Es tranquilizante el saber que hay cosas que no cambian en el mundo.

Después de pedir posada, vienen las piñatas. Creo (no estoy seguro) que la idea es que haya una piñata para chavos, una piñata para chavas, y una piñata mixta (supongo que los indecisos van ahí también). El punto es que la primera piñata sólo pasaron hombres, la segunda sólo mujeres, y en la tercera varios.

La primera piñata era de barro, y pasaron varios hombres con distintos grados de habilidad (o falta de) para menear un palote a ciegas. Y de repente Enrique y Sergio me gritaron que me tocaba. No soy muy dado a disfrutar el ridículo, así que en general no me gusta ir a pegarle a la piñata, pero me dije “bueno…” y fui, encargándole mis lentes a Paola. Me vendaron los ojos me dieron un caballito de tequila, y me pusieron un palote en las manos.

La cosa es, el papá de Enrique estaba (como siempre) a cargo del cable que sube o baja la piñata, y el papá de Enrique siempre hace lo mismo: sube mucho la piñata si el stick-bearer parece que está a punto de darle, y la acerca mucho si ocurre lo contrario. Y como que siempre le menea al cable del que cuelga la piñata al mismo ritmo.

Así que me quedé quieto, brinqué, le pegué al aire, me quedé quieto de nuevo, brinqué, rocé la piñata, me quedé quieto de nuevo, brinqué, y rompí la piñata. Cuando sentí a las masas avalanzándose sobre el contenido de la piñata, sólo me quité la venda y me alejé del sitio, como mataor después de dar la estocada fatal al pobre toro.

Hacía años que no rompía una piñata.

Después fue la piñata de las chavas, que era de cartón, y por tanto no quería romperse. Al final una chava estuvo dándole (ya sin venda) de madrazos a la piñata, y ésta sólo se iba deformando más y más; Enrique y Sergio terminaron deshaciéndola con sus manos al final. Paola fue de las chavas que pasó a pegarle, pero toda esperanza de que ella fuera la buena se perdieron cuando Omar y yo le gritamos “¡izquierda!” y Paola se quedó quieta un segundo meditando cuál era la derecha y cuál era la izquierda.

La tercera piñata era de barro, y Omar fue uno de los que intentaron darle. Pero con Omar sí me espanté; de repente (y sin alguna razón aparente) giraba 180°, y empezaba a menear el palo por todos lados. Espantó a varias personas; y sí estuvo a punto de darle a varias de ellas. Yo me la pasé gritándole “¡detente!, ¡detente!”. Omar dejó de intentarlo cuando Enrique le gritó “¡dos pasos a la izquierda, tres para atrás, y pégale!”. Al final Sergio la rompió sin venda, porque ya todos nos estábamos hartando.

Después de eso vino el baile y la comida (Omar, Paola y yo básicamente comimos; muy rico por cierto), y ya después fui a dejarlos a su casa.

Me divertí mucho; rompí una piñata, y saqué de otra un regalito que espero hacer uso de él pronto.

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