Caves of steel

Mi chamba para hoy fue… otro query. A este paso me siento estafando a alguien por el sueldo que me pagan. Bueno, no exactamente.

Pero sí me aburro.

Bajé una versión electrónica (y pirata) de The Caves of Steel de Asimov, para no aburrirme. No es mi culpa; detesto leer novelas de forma electrónica. Pero no he encontrado la edición de Plaza & Janés en México. Ni siquiera en el Pasaje Zócalo-Pino Suárez. Y la voy a comprar… eventualmente. Lo juro.

Asimov ideó las cuevas de acero basado en su forma de trabajar. Le gustaba estar encerrado, con luz artificial. Para él era muy natural pensar que en el futuro, la humanidad se concentraría en megalópolis, y que nos enterraríamos bajo tierra. Trata de justificar este comportamiento en la novela diciendo que sería más eficiente y otras cosas, pero el punto es que él odiaba el exterior, y su idea del futuro eran ciudades encerradas en sí mismas.

Lo triste del caso, es que a me gusta estar encerrado. Por eso no me preocupa el frío de Canadá. Pero bueno; probablemente mañana acabe la novela, si el famoso query está sencillo.

Llegué a mi casa y vi el tan temido capítulo de Dawson’s Creek. Para mi sorpresa lo disfruté bastante, así como el que le sigue. La escena donde Joey miente descaradamente como todas las mujeres para ocultarle a Dawson que ya fue desflorada (su frase, no la mía) por Pacey, es fabulosa.

Después por fin le llamé a Vero, en Jalapa.

Fue entre angustiante y cómico. La escena que visualizaba a partir de los sonidos que se escuchaban a través del teléfono era a una Verónica sentada en su sofá, hablando tranquilamente conmigo, mientras sus dos hijos correteaban entre trampas mortales malabareando sierras eléctricas y antorchas, y su marido lloraba de rodillas, o alguna otra actividad que denotaba su inutilidad y fragilidad.

Los niños no pararon de llorar, molestar y en general ser niños mientras hablé con ella. Al menos en tres ocasiones Vero le gritó a su marido que se hiciera cargo de… ¿de qué? No sé, no entiendo. También en un punto dado de repente se esuchó ¡tock!, a un niño llorar, y Vero comentó: “ay, se cayó el enano”… o algo así… para después seguir platicando conmigo de la forma más natural del mundo.

Si de por sí me es difícil explicar mi estado de ánimo en situaciones normales, es mucho más difícil cuando del otro lado parece estar ocurriendo la tercera guerra mundial, y tu interlocutora además parece actuar como si así fuera la cotidianeidad ahí… que me temo que así es.

Pero más o menos logré contarle todo lo que me ha pasado, que es, básicamente: Liliana, Canadá, Chamba.

Después ella me puso al tanto de su lado. A veces me daban ganas de llorar, aunque me hizo reír todo el tiempo. No ha perdido ni ápice de buen humor la Vero. En algún punto dado le pregunté, sabiendo que es ridículo y tal vez inútil, si era feliz. Me dijo que sí.

Y pues no puedo menos que confiar en ella.

Así que tomaré su palabra. Prometí ir a verla a Jalapa en algún momento en el verano; espero poder cumplírsela. También quiero ir a Huajintepec, pero eso está un poquito más cabrón. Y no me queda digamos de paso ninguno con respecto del otro.

Le contesté un correo a la Yazmín también, que se lo debía desde hacía un rato. Y de repente me vi escribiéndole a Sergio. Me contestó de inmediato, y quedamos para el próximo jueves. Con suerte, será mi última carta.

Pasé las últimas horas del día dándole retoques a WordPress para que se viera un poquito mejor, y ya no hice nada para Maistro. Podría hacer algo ahorita, pero la verdad no tengo ganas. Me siento extrañamente cansado. Supongo que tiene que ver con que me aburrí en la chamba… no sé.

Pero bueno; quedamos Enrique, Juanjo y yo de comer mañana los cuatro, contando a Omar. Espero que no tengamos que robárnoslo por si Paola no le da permiso.

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